1

Riquezas de rubio oro otro para sí acapare y posea muchas yugadas de suelo cultivado; ése a quien la proximidad del enemigo asuste con terror incesante y a quien los toques de la trompeta de Marte le impidan conciliar el sueño. La escasez de 5 medios me procure a mí una vida ociosa, mientras mi hogar resplandezca con su fuego diario.

Yo mismo, como un campesino, plantaré en el mes apropiado tiernas vides y con mano hábil árboles frutales. Esperanza no me traicione, sino que siempre me otorgue mieses abundantes y en mis lagares repletos espeso mosto. Pues presto 10 veneración tanto al tronco[318] solitario en los campos como a la antigua piedra con guirnaldas de flores en la encrucijada de caminos, y cualquier fruto que el nuevo año produce para mí lo deposito como ofrenda ante el dios[319] de los campos. Rubia Ce15 res, sea para ti de mis tierras una corona de espigas que cuelgue ante las puertas de tu templo, y un rojo Priapo[320] en mis huertos frutales eríjase en guardián, para que con su terrible hoz asuste a los pájaros. Vosotros también, Lares[321], patronos de 20 una tierra feraz un día, ahora empobrecida, recibís vuestras ofrendas. Entonces, el sacrificio de una ternera purificaba novillos sin cuento; ahora, una cordera es la modesta víctima del escaso suelo. Una cordera caerá en vuestro honor; en tomo a ella los jóvenes campesinos griten: «Io[322], otorgadnos cosechas y buenos vinos».

25 Ahora, [solamente[323]] ahora, podría vivir contento con poco y no estar siempre entregado a largos viajes, sino huir del ardiente despertar de la canícula a la sombra de un árbol, junto al arroyo que fluye cerca. Y sin embargo, no lamentaría coger a 30 veces la azada, ni aguijar los lentos bueyes, y no me arrepentiría de llevar a casa en mis brazos una cordera o un cabritillo, abandonado por olvido de su madre. Pero vosotros, ladrones y lobos, respetad mi reducido rebaño: del grande debéis buscar 35 la presa. Del mío suelo purificar a mi pastor todos los años y rociar de leche una Pales[324] complaciente.

Asistidme, dioses, y no despreciéis, vosotros, ofrendas de una mesa modesta y de vasos de arcilla pura. De arcilla fue la primera copa que fabricó para sí el labrador antiguo y la mol40 deó de barro manejable. Yo no busco las riquezas de mis padres ni la ganancia que ocasionó a mis antepasados la cosecha almacenada. Una modesta siembra me basta; me basta dormir en un lecho y, si es posible, descansar mi cuerpo en su cama habitual. ¡Cómo me gusta oír acostado los furiosos vientos y 45 estrechar a mi amada en tierno abrazo o, cuando el austro invernal ha derramado sus aguas heladas, prolongar seguro el sueño con la ayuda del gotear de la lluvia! ¡Esto me toque en suerte!; sea rico con toda justicia quien pueda soportar el furor del mar y las sombrías tormentas.50

Todo el oro y las esmeraldas piérdanse antes que llore alguna joven por culpa de mis viajes. Es a ti, Mesala[325], a quien conviene pelear por tierras y mares para que tu casa ostente despojos de enemigos. A mí me sujetan prisionero las cadenas 55 de una hermosa joven y aguardo como un portero ante unas puertas inflexibles. No me cuido de mi gloria, Delia mía; con tal de estar contigo no me importa que me llamen cobarde y perezoso. Que pueda verte cuando llegue mi última hora y, al 60 morir, tocarte con mi mano, aunque desfallezca. Me llorarás, Delia, colocado en la pira a punto de arder, y me ofrecerás tus besos mezclados de amargas lágrimas. Llorarás: no están tus entrañas encadenadas con duro hierro, ni en tu corazón tierno hay clavado pedernal. De aquel funeral no habrá joven ni don65 cella que pueda volver a casa con los ojos secos. Tú no ofendas a mis Manes[326]; y respeta tus cabellos sueltos; respeta, Delia, tus tiernas mejillas. Entretanto, mientras el destino lo con70 siente, amémonos. Ya llegará la Muerte con su cabeza cubierta de tinieblas, ya se deslizará la edad de la pereza; no estará bien visto amar, ni decimos ternezas con la cabeza canosa. Ahora hay que servir a una Venus alocada, ahora que romper puertas 75 no resulta vergonzoso y andar de peleas gusta. Aquí soy yo un buen jefe y un buen soldado.

Vosotras, banderas y trompetas, alejaos, llevad heridas a los hombres codiciosos, llevadles también riquezas. Yo, despreocupado con mi granero provisto, despreciaré a los ricos y despreciaré el hambre.

2

Sirve un buen vino y con él calma dolores recientes, para que el sueño rinda y cierre los ojos de quien está agotado. Nadie a este hombre de sienes aturdidas por el exceso de vino 5 despierte, hasta que descanse su desdichado amor. Pues se le ha colocado a mi amada una vigilancia cruel y se cierra con inflexible cerrojo su sólida puerta; puerta de dueño inexorable, te azote la lluvia, te alcancen los rayos lanzados por orden de Júpiter. Puerta, ábrete ya a mí solo, vencida por mis quejas, y al 10 abrirte, sigilosamente girando sobre tus goznes, no chirríes, y si mi locura hizo lanzar maldiciones contra ti, perdóname: que caigan sobre mi cabeza. Deberías acordarte de lo mucho que te dirigí con voz suplicante, cuando ofrecía a tu dintel guirnaldas de flores.

Tú también, Delia, engaña sin miedo a tus guardianes. 15 Atrévete: a los valientes les ayuda la propia Venus. Ella se muestra favorable al joven que se arriesga a un umbral nuevo o a la joven que abre sus puertas descorriendo el cerrojo. Ella le enseña a deslizarse en silencio fuera del blando lecho; ella, a 20 poner el pie en el suelo sin el menor ruido; ella, en presencia del marido, a intercambiar expresivas señas y a esconder ternezas en señales convenidas. Esto no lo enseña a todos, sino a quienes la pereza no retrasa, ni el miedo les impide levantarse en medio de la oscuridad de la noche.

He aquí que yo, cuando entre tinieblas me muevo temeroso 25 por toda la ciudad…, no consiente que me salga al encuentro nadie que me pueda herir con un puñal o que busque lucro con el robo de mi ropa. Todo el que está poseído por Amor, vaya seguro e inviolable por cualquier parte; no debe temer emboscadas. No me dañan los fríos perezosos de la noche invernal; tampoco 30 la lluvia cuando cae a torrentes. Este esfuerzo no me perjudica con tal de que Delia abra su puerta y me llame, sin hablar, con el chasquido de sus dedos. No me miréis, hombre o mujer que me salgáis al paso: sus amores furtivos no quiere Venus que se sepan. No me asustéis con el ruido de vuestros pasos, no pregun35 téis mi nombre, ni me acerquéis la luz de brillante antorcha. Si alguien desprevenido me ve, que guarde el secreto. Por todos los dioses jure que no me recuerda, pues si se va de la lengua se dará cuenta de que Venus ha nacido de la sangre y del mar IM40 petuoso[327]. Pese a todo, no le hará caso tu marido, tal como me lo ha prometido una hechicera auténtica con su mágico rito.

Yo la he visto arrancar del cielo las estrellas; ésta, con su conjuro, cambia el curso de un río torrencial; ésta, con su can45 to, abre la tierra y hace salir a los Manes de sus sepulcros y del rescoldo de la pira atrae los huesos; ahora, con un silbido mágico, contiene las tropas infernales; ahora, rociadas de leche, les ordena retirarse. Cuando le agrada, ella despeja de nubes un cielo triste; cuando le agrada, en pleno estío llama a las nie50 ves. Ella sola tiene, según dicen, las hierbas maléficas de Medea[328]. Ella sola pudo domar los perros rabiosos de Hécate[329]. Ella me ha compuesto la fórmula con la que tú podrías engañar. Recítala tres veces. Después de recitarla, escupe tres ve55 ces. A ninguno él le dará crédito, respecto a nosotros, ni aun a sí mismo, aunque él mismo nos vea en el blando lecho. Pero tú no andes con otros, pues lo verá todo, de mí solo no se dará cuenta de nada. ¿Y qué? ¿Puedo confiar? Precisamente ella 60 misma fue la que dijo que mis amores podría hacerlos desaparecer con ensalmos o con hierbas, y me purificó al resplandor de las antorchas; en noche serena sacrificó a los dioses de la magia una víctima negra. Yo no le pedía que desapareciera del 65 todo mi amor, sino que fuese mutuo, ni querría vivir sin ti. Fue de hierro quien, pudiendo tenerte, prefirió, necio, ir tras el botín y las armas.

Puede él conducir ante sí vencidos escuadrones de cilicios[330] y plantar sus cuarteles marciales en terreno conquistado, revestido entero de plata y oro, cabalgar en veloz caballo, para ha70 cerse admirar; yo mismo, si pudiera, Delia mía, contigo uncir los bueyes y apacentar el ganado en el monte habitual y, mientras sea posible, estrecharte con mis afectuosos brazos, dulce me sería el sueño sobre tierra sin cuido. ¿De qué aprovecha 75 descansar en lecho de púrpura sin amor correspondido, cuando llega la noche, en vela por el llanto? Entonces ni plumas, ni colcha bordada, ni el murmullo de un agua tranquila podrían atraer el sueño. ¿Es que he profanado de palabra la divinidad de la poderosa Venus y paga el castigo mi lengua impía? ¿Es 80 que se me acusa de haber penetrado, como un sacrílego, en las moradas de los dioses y de haber robado guirnaldas de los altares sagrados? Si lo merezco, yo no vacilaré en postrarme en los templos y cubrir de besos los sagrados umbrales; ni tampoco 85 en arrastrarme suplicante de rodillas por el suelo ni en golpear mi desdichada cabeza contra la puerta sacrosanta. Pero tú, que te ríes alegre de mis sufrimientos, guárdate en lo sucesivo: no siempre contra uno solo se va a ensañar el dios. Yo conocí a uno, que se burlaba de los desgraciados amores de unos jóvenes, someter después su cuello a las cadenas de Venus, anciano 90 ya. Y, con voz temblorosa, se preparaba a piropear y con sus manos pretendía disimular sus canas, no se avergonzó de plantarse delante de la puerta de la joven que quería, ni de parar en medio del foro a su esclava. A él los niños, a él los jóvenes en 95 estrecho círculo lo rodean y le escupen todos en los flexibles pliegues de su ropa. Pero a mí, Venus, perdóname; siempre consagrado a ti te sirvió mi pensamiento. ¿Por qué quemas, cruel, unas mieses que son tuyas?

3

Os iréis sin mí, Mésala, por aguas del Egeo, ¡Ay, ojalá, me recordéis, tú y tu séquito! Me retiene enfermo Feacia[331] en tierras desconocidas. Aparta sólo, negra Muerte, tus manos codi5 ciosas, apártalas, Muerte sombría, por favor. No están aquí mi madre para recoger en su triste regazo mis huesos calcinados, ni mi hermana para derramar sobre mis cenizas perfumes asirios y llorar, con sus cabellos sueltos, ante mi sepulcro. Tampoco De10 lia, que, mientras me dejaba salir de la ciudad, había consultado antes, dicen, a todos los dioses. Ella tres veces sacó los horóscopos[332] sagrados del chico de los sortilegios y él, de los tres, le confirmó respuestas ciertas. Todo aseguraba mi regreso. Sin embargo, nunca pudo contenerse de llorar y de mirar con in15 quietud mi viaje. Yo mismo intentando consolarla, una vez que había dado ya la orden de marcha, angustiado, buscaba pretextos, sin cesar, que la demorasen; echaba la culpa a los auspicios o a presagios infaustos o que me había retenido el día[333] consa20 grado a Saturno. ¡Cuántas veces, iniciado el viaje, me he dicho: «Mi pie, que ha tropezado en la puerta, me está anunciando signos de mal agüero»! Nadie ose marcharse, si Amor no lo quiere, o que sepa que se ha ido con la prohibición del dios.

¿De qué me sirve ahora tu Isis[334], Delia? ¿De qué me sirven aquellos sistros tantas veces agitados por tu mano? ¿De qué darte el baño purificador, mientras atiendes piadosos ritos, y 25 reposar —lo recuerdo— en casto lecho? Ahora, diosa, ahora socórreme, pues que puedes curar lo atestiguan en tus templos los muchos cuadritos pintados como exvotos. Mi Delia, cumpliendo sus promesas, ante tus sagradas puertas, vestida de lino, se siente y dos veces al día, con el cabello suelto, oblígue30 se a entonar tus alabanzas, destacada en medio de la gente de Faros[335]. En cuanto a mí, tóqueme en suerte venerar los Penates paternos[336] y ofrecer el incienso de todos los meses a mi antiguo Lar.

¡Qué bien vivían en el reinado de Saturno[337], antes de que la 35 tierra se abriera a largos viajes! Aún no había desafiado el pino las azuladas olas, ni había ofrecido a los vientos la vela desplegada, ni el marinero errante, que busca riquezas en tierras des40 conocidas, había colmado la nave de mercancías extranjeras. En aquella época, el fuerte toro no soportó el yugo, ni con su boca domada tascó el freno el caballo; ninguna casa tenía puertas, ni se hincaron mojones en los campos que señalaran 45 las fincas con linderos precisos. Las mismas encinas destilaban miel y espontáneamente ofrecían a las gentes despreocupadas que se encontraban al paso sus ubres llenas las ovejas. No había ejército, ni disputas, ni guerras, ni el cruel artesano había forjado espadas con odioso oficio.

Ahora, bajo la tiranía de Júpiter[338], muertes violentas y heri50 das siempre, ahora el mar, ahora, de repente, mil caminos de muerte. Perdóname, padre Júpiter. Temeroso de los dioses, no tengo por qué asustarme de perjurios, ni de blasfemias proferidas contra los dioses sacrosantos. Y si ahora ya hemos cumplido los años fijados por el destino, haz que una lápida se alce 55 sobre mis huesos con esta inscripción: «Aquí yace, víctima de muerte cruel, Tibulo, mientras a Mesala seguía por tierra y mar».

A mí la propia Venus, ya que siempre soy dócil al tierno Amor, me conducirá hasta los campos Elisios[339]. Aquí reinan danzas y canciones; libres por todos lados las aves entonan 60 dulces trinos con su garganta sutil. Produce canela el suelo sin cultivar y por todos los campos florece de olorosas rosas la tierra fecunda. Un coro de chicos, mezclado con delicadas jóvenes, juega y de continuo traba combates Amor. Allí están todos 65 los amantes, a quienes acaeció Muerte rapaz; ciñen en sus brillantes cabellos coronas de mirto.

Pero la sede de los criminales yace sepultada en noche profunda; en derredor negros ríos resuenan. Y Tisífone[340], desaliñada con serpientes enfurecidas por cabellos, se encoleriza y a 70 un lado y a otro la turba de impíos se dispersa. Luego, en la puerta, el negro Cérbero[341] por su boca de serpientes silba y permanece echado ante los batientes de bronce. Allí los miembros culpables de Ixión[342], que osó seducir a Juno, giran en veloz rueda, y Titio[343], echado a lo largo de nueve yugadas de te75 rreno, alimenta con sus negras visceras a obstinadas aves de rapiña. Tántalo[344] también está allí, y en derredor suyo lagunas, pero, al que ya está a punto de beber, el agua le deja su sed ardiente. Y las hijas de Dánao[345], por ofender la divinidad de Ve80 nus, acarrean aguas del Leteo a barriles sin fondo. Acabe allí quienquiera que haya intentado ultrajar mis amores o haya deseado para mí unas prolongadas campañas militares.

Tú consérvate casta, por favor, y guardiana de tu sagrado 85 pudor siéntese a tu lado una vieja siempre solícita. Que te cuente ella anécdotas fabulosas y, con la lámpara en medio, saque interminables hilos del abultado copo de la rueca; pero a su costado, atenta la joven a la dura tarea, poco a poco, fatigada de sueño, deje caer la labor. Entonces llegaré de pronto sin 90 que nadie lo anuncie y parecerá que me he presentado ante ti caído del cielo. En este momento, tal como estés, con tus largos cabellos en desorden, con los pies descalzos, corre a mi encuentro, Delia. Éste es mi ruego; que la blanca aurora de caballos de rosa nos traiga el brillante lucero de un día así.

4

«Ojalá te toque en suerte la sombra de un techo de hojas, Priapo, para resguardar tu cabeza de soles y nieves. ¿Cuál es tu habilidad para seducir chicos guapos? Por cierto que tu barba 5 no destaca, ni cuidas tu pelo; desnudo soportas los fríos del invierno; desnudo, la seca estación de la canícula estival».

Así le hablé yo. Luego, el rústico hijo de Baco, el dios armado de curva hoz, me contestó de la siguiente manera: «Ay, 10 evita confiarte al grupo de chicos tiernos, pues siempre ofrecen un justo motivo de amor: éste gusta, porque doma el potro frenando las riendas; este otro nada un agua tranquila con su pecho de nieve; otro ha seducido porque le asiste la osadía del valiente; aquél, en cambio, muestra en sus tiernas mejillas un rubor de virgen. Pero no te desalientes si, por casualidad, al 15 principio te dicen que no; poco a poco, ofrecerán su cuello al yugo. Un tiempo prolongado enseñó a los leones a obedecer al hombre; un tiempo prolongado hace horadar las rocas mediante un agua mansa; un año madura las uvas en soleadas colinas; un año conduce en curso seguro los brillantes astros. No temas 20 hacer juramento. Los perjurios de Venus los llevan vanos los vientos por tierra y la superficie de los mares. Muchas gracias a Júpiter. El Padre mismo decretó que no tuviese valor todo lo que hubiese jurado apasionadamente un amante insensato. Por 25 sus flechas consiente que jures impunemente Dictina[346] y por sus cabellos Minerva.

Pero si actúas con lentitud, te equivocarás: perderás la ocasión, ¡con qué rapidez! El día no permanece ocioso ni vuelve a repetirse. ¡Con qué rapidez pierde la tierra sus colores de púrpura! ¡Con qué rapidez el alto chopo su hermoso ramaje! 30 ¡Cómo se queda echado, al llegar el fatal momento de una vejez sin fuerzas, el caballo que se lanzó el primero de las barreras de Elea[347]! He visto a uno entristecerse, cuando se le echaba encima el peso de una edad avanzada, por haber dejado pasar tontamente sus días de juventud. ¡Dioses crueles! La serpiente se despoja de sus años renovada; a la belleza los hados no le 35 han otorgado ninguna tregua. Los únicos que tienen una juventud eterna son Baco y Febo, pues a ambos dioses les queda bien una cabellera sin cortar.

Tú, cualquier capricho que se le antoje a tu amante, con40 siénteselo. A fuerza de agasajos, los mayores obstáculos los vencerá Amor. No rehúses acompañarle, por más que se esté preparando un largo viaje y la canícula abrase los campos de ardiente sed, aunque encapotando el cielo de sombríos colores 45 el acuoso arco iris anuncie inminente aguacero. Y si quiere lanzarse a las azuladas aguas, tú mismo, con el remo, impulsa por las olas la ligera barca. No te lamentes de sufrir duros trabajos, de lastimar tus manos, no habituadas a tal ejercicio. Si quisiera cerrar con trampas profundos valles, con tal de agra50 darle, no te niegues a cargar sobre tus hombros las redes. Si quiere ejercitarse en las armas, probarás a jugar con una derecha ligera; muchas veces le ofrecerás descubierto tu flanco para que él se crea vencedor. Entonces será amable contigo; entonces podrás robarle cariñosos besos: se resistirá, pero, con 55 todo, te los ofrecerá sin fin. Primero se los dejará robar. Luego, él mismo te los ofrecerá, si se los pides; después, hasta querrá abrazarse a tu cuello.

Ay, la generación actual maltrata este arte miserable. Ahora un joven tierno está acostumbrado a pretender regalos. Pero 60 [tú[348]], que enseñaste el primero a comerciar con Venus, quienquiera que seas, pese sobre tus huesos la piedra fatal. Jóvenes, amad a las Piérides[349] y a los poetas cultos, no os gusten más los regalos de oro que las Piérides. Gracias a la poesía, el cabello de Niso[350] es de púrpura. Si no hubiera poesía, no habría brillado del hombro de Pélope[351] el marfil. A quien canten las 65 Musas, vivirá mientras la tierra críe árboles, mientras el cielo tenga estrellas, mientras el río arrastre aguas. Pero quien no oye a las Musas, quien comercia con el amor, siga el carro de Ope[352], la diosa del Ida, y complete en su peregrinar trescientas ciudades y mutílese su miembro despreciable al ritmo de la 70 melodía frigia[353]. Para las caricias quiere que haya ocasión la propia Venus; a las quejas suplicantes, al desdichado llanto ella ayuda».

Todo esto me lo confió el dios, de viva voz, para que se lo cantara a Ticio[354], pero la mujer de Ticio impide que se lo recuerde. Obedezca él a la que es suya. Acudid a mí como a un 75 maestro, vosotros, a quienes maltrata un astuto joven con mucha habilidad. Cada cual tiene su gloria; consúltenme los amantes que sean desdeñados; para todos está abierta mi puerta. Habrá un día en que, impartiendo los preceptos de Venus, 80 me siga, anciano, un solícito cortejo de jóvenes.

¡Ay, ay! ¡Cómo me está atormentando Márato con su amor indolente! Fallan mis mañas, fallan mis engaños. Perdóname, joven, por favor. No me convierta en vergonzoso objeto de burla, al reírse la gente de mis inútiles enseñanzas.

5

Me mostraba duro y hablaba de que soportaba bien la separación, pero realmente he perdido el orgullo de ser valiente, pues me dejo llevar como un veloz trompo al que hace girar con habilidad consumada en suelo llano la cuerda de un chico dies5 tro. Quema y atormenta al rebelde, para que en el futuro no pueda pronunciar nada arrogante. Refrena sus rudas palabras. Perdóname, sin embargo, te lo ruego por el pacto de nuestro furtivo lecho, por Venus y por tu cabeza recostada junto a la mía.

Yo soy aquel del que se decía, cuando yacías agotada por 10 enfermedad cruel, que te había salvado con sus promesas; yo mismo te he purificado al rociar azufre puro en derredor, una vez que había entonado ensalmos mágicos una vieja; yo mismo estuve atento a que no pudieran perjudicarte las pesadillas, tras haberlas conjurado por tres veces con harina sacrosanta. 15 Yo mismo cubierto de una banda de lana y con una túnica sin cinturón, invoqué nueve veces a Trivia[355] en el silencio de la noche. Todo lo he cumplido: ahora es otro el que disfruta de tu amor, goza él dichoso del fruto de mis oraciones. Pero yo en mi locura imaginaba para mí, si te salvabas, una vida feliz, in20 cluso oponiéndose el dios.

Cultivaré mis campos y mi Delia estará a mi lado pendiente de la cosecha, mientras la era trille las mieses a pleno sol o me guardará las uvas en lagares repletos y el limpio mosto exprimido por ágil pie. Se acostumbrará a contar el ganado, se 25 acostumbrará a juguetear en el regazo de su cariñosa dueña el esclavito dicharachero. Ella sabrá ofrendar al dios de los campos por las vides las uvas, por las mieses las espigas, por el rebaño un sacrificio de carne. Ella gobierne a todos, ella se cuide de todo. En cambio, disfruté yo de no ser nada en toda la casa. 30 Aquí vendrá mi amigo Mesala, para quien fruta madura arranque Delia de árboles escogidos y, presurosa, cuide de honrar a éste, un hombre tan ilustre. Prepárele y sírvale ella misma la comida. Todo esto me lo imaginaba yo; deseos que ahora el 35 euro y el noto arrojan a través de la olorosa Armenia[356].

Muchas veces intenté librarme de pesares con vino, pero mi dolor convertía todo el vino en llanto. Muchas veces retuve a otra en mis brazos, pero, al disponerme a amarla, Venus evocó a mi dueña y me abandonó. Entonces, al marcharse aquella 40 mujer, me llamó embrujado; [se avergüenza[357]] y dice que mi amante conoce secretos sacrilegos. No consigue esto con conjuros, con su rostro, con sus tiernos brazos, con su rubio pelo me embruja mi niña. Así, un día, Tetis[358], la azulada nereida, 45 sobre un pez con bridas fue transportada hasta Peleo, rey de Hemonia. Todo esto es lo que ha ocasionado mi desgracia.

En cuanto a que esté junto a ella un rico amante, ha acudido para mi ruina una astuta alcahueta. Que ella se sacie de car50 ne sanguinolenta y con su boca ensangrentada beba amargas copas con mucha hiel. Revoloteen en torno a ella las almas que lamentan su destino y siempre desde los tejados grazne el lúgubre búho. Ella misma, enfurecida por un hambre rabiosa, busque por los sepulcros hierbas y huesos abandonados por 55 fieros lobos. Corra con el vientre desnudo y aúlle por las ciudades; la persigan por las encrucijadas una jauría de perros salvajes. Ocurrirá: otorga su asentimiento un dios. Un amante tiene sus propias divinidades. Se enfurece incluso Venus, abandonada de manera injusta.

Pero tú, los consejos de una bruja ladrona, olvídalos cuanto 60 antes. Es que con regalos se vence todo amor. Un amante pobre estará listo siempre. Un amante pobre acudirá a tu lado el primero y a tu suave flanco quedará clavado; un amante pobre, en la estrecha fila de gente, fiel compañero, te ofrecerá sus ma65 nos y te despejará el camino; el amante pobre te conducirá a escondidas hasta tus amigos discretos y él mismo quitará los zapatos de tu pie de nieve.

Ay, canto en vano. Vencida por mis palabras no se abre la puerta, pero hay que golpearla con las manos repletas. Pero tú, que ahora eres el preferido, guárdate de lo que me has robado: 70 gira veloz la rueda de la inestable Fortuna. No en vano ya hay quien se detiene solícito en su umbral; con frecuencia mira para atrás y se esconde y finge que se aleja de la casa, y luego vuelve solo y escupe sin cesar delante de las mismas puertas. No sé qué está tramando a hurtadillas Amor. Aprovéchate, por 75 favor, mientras puedas: sobre tranquilas aguas navega tu barca.

6

Siempre, para engañarme, me muestras sonriente tu semblante, después, para mi desgracia, eres duro y desdeñoso, Amor. ¿Qué tienes conmigo, cruel? ¿Es que es tan alto motivo de gloria que un dios tienda trampas a un hombre? Pues a mí se 5 me están tendiendo lazos; ya la astuta Delia, furtivamente, a no sé quien en el silencio de la noche abraza. Por cierto que ella lo niega entre juramentos, pero es muy difícil creerla. Así también sus relaciones conmigo las niega siempre ante su marido. Fui yo mismo, para mi desgracia, el que le enseñé de qué forma se puede burlar la vigilancia: ay, ay, ahora estoy pillado por mis 10 propias mañas. Entonces aprendió a inventar pretextos para acostarse sola; entonces a poder abrir la puerta sin rechinar los goznes. Entonces le di jugos de hierbas con los que borrase los cardenales que produce, al morder, la pasión compartida.

Pero tú, esposo incauto de una muchacha embustera, prés15 tame atención a mí también, para que ella no te sea infiel. Que no entretenga a los jóvenes con una conversación interminable. Cuídate de que no se eche con el pecho descubierto a través del aflojado escote, que no te engañe con sus gestos, que no prolongue con sus dedos las manchas de vino y trace así seña20 les en la mesa redonda. ¡Con qué frecuencia saldrá! Ponte en guardia, si dice que va a asistir a los sacrificios de la Buena Diosa[359], a los que no pueden entrar hombres. Pero si confiaras en mí, sería el único en acompañarla a los altares; entonces yo 25 no tendría que temer la pérdida de mis ojos. Muchas veces, como si admirara sus joyas y el sello de su anillo, con este pretexto recuerdo que le toqué su mano. Muchas veces con vino puro te he hecho dormir, mientras yo bebía vencedor sobrias copas a escondidas llenas de agua. No te ofendí a sabiendas; 30 perdona a quien se confiesa. Me lo ordenó Amor. ¿Quién puede alzar sus armas contra los dioses? Yo soy aquél (ya no me avergonzaré de decir la verdad) a quien tu perra ladraba la noche entera. ¿Para qué necesitas una esposa joven? Si no sabes 35 conservar tus bienes, en vano hay una llave en tu puerta. Te abraza, suspira por otros amores ausentes y de repente finge que le duele mucho la cabeza.

Pero confíala a mi vigilancia; no rehúso crueles azotes, ni rechazo cadenas en mis pies. Entonces alejaos todos los que 40 cuidáis con arte los cabellos y los que dejáis caer la toga suelta en ondulantes pliegues. Quienquiera que me salga al paso, si no quiere cometer una falta, [que se vuelva o que tuerza antes, por favor[360], por camino diferente.]

Así lo ordena el mismo dios, así la gran sacerdotisa me lo 45 ha profetizado con voz inspirada. Ésta, cuando se siente agitada por la danza de Belona[361], ni en su delirio teme la viva llama, ni los golpes de látigo. Ella misma, con el hacha, golpea violenta sus brazos e, impune, rocía con la sangre derramada a la diosa y queda en pie con el costado atravesado por el hierro, queda de pie con el pecho herido. Predice los sucesos que le anuncia la gran diosa: «Guardaos de violar una doncella a la 50 que tiene bajo vigilancia Amor, para que no os pese aprenderlo después en medio de rigurosos castigos. Quien la toque, perderá sus riquezas, como la sangre de nuestra herida, como esta ceniza es dispersada por los vientos». Y no sé qué castigos te predijo, Delia mía; si, con todo, te haces responsable, ruego 55 que te sea ligera.

No te perdono por ti misma; me conmueve tu madre y aplaca mis explosiones de cólera esa anciana adorable. Ella te conduce hasta mí en medio de las tinieblas y con mucho miedo, secretamente, une silenciosa nuestras manos. Ella me espe60 ra de noche fija en la puerta y, de lejos, conoce el ruido de mis pisadas cuando llego. Vive para mí muchos años, dulce anciana; si se me permitiera, querría contigo compartir los míos. Gracias a ti os amaré siempre a ti y a tu hija. Cualquier falta 65 que cometa, ella es, pese a todo, sangre tuya.

¡Sea casta solamente! Enséñaselo, aunque una cinta sus cabellos en un nudo no sujete, ni una estola larga, sus pies. Impónganseme también leyes severas: que no pueda alabar a na70 die sin que ella me arranque los ojos. Y si cree que he faltado en algo, aun sin razón, me arrastre del pelo y me tire por calles abajo. Yo no querría pegarte, pero si me llega ese momento de locura, desearía no tener manos. Y no vayas a permanecer casta por temor al castigo, sino por fidelidad: que un amor recí75 proco te conserve para mí, cuando esté lejos. <***> Pero la que no fue fiel a nadie, después, vencida por la vejez, sin recursos, tuerce el hilo de la meca con mano temblorosa y anuda sólidas cuerdas en la tela tejida a sueldo y carda y limpia la lana de un 80 vellón de nieve. La observan contentos grupos de jóvenes y comentan que, con razón, sufre de vieja tantos males. A ella la ve llorar desde la cima del Olimpo una Venus altiva y le recuerda su crueldad para quienes no le son fieles.

85 Todas estas maldiciones caigan sobre otros. Nosotros, Delia, seamos ambos ejemplo de amor aun con canas.

7

Este día lo han profetizado las Parcas[362] que tejen los hilos del destino, que ningún dios puede romper: que éste iba a ser el día que podría hacer huir a los pueblos de Aquitania, ante el que temblaría Átax[363], vencido por un ejército de valientes sol5 dados. Se han cumplido las profecías: la juventud romana ha visto nuevos triunfos y generales prisioneros con cadenas en sus brazos. En cuanto a ti, Mesala, ceñido del laurel de la victoria, te transportaba un carro de marfil de caballos resplandecientes. No sin mí has conseguido este honor: el Pirineo tarbe10 lo[364] es testigo y las playas del Océano santónico[365]; testigo el Arar y el Ródano veloz y el ancho Garona y el Líger, agua azulada del rubio carnuto[366]. ¿Te he de cantar, Cidno[367], que en el silencio de tu suave corriente reptas azulado por tu cauce 15 con serenas aguas y la excelencia del frío Tauro, que con su elevada cima toca las nubes y alimenta a los cilicios de larga cabellera? ¿Para qué recordar cómo revolotea sin peligro por numerosas ciudades la blanca paloma[368], sagrada para los sirios de Palestina, y cómo desde sus torres contempla la vasta llanura del mar Tiro[369], la primera que aprendió a confiar a los vien20 tos una nave?; y ¿de qué forma, cuando Sirio[370] hace agrietar las tierras ardientes, el fértil Nilo, aun en verano, abunda en agua?

Padre Nilo, ¿podrías revelar por qué motivo o en qué tierras has escondido tu nacimiento? Gracias a ti tu tierra no re25 clama la lluvia, ni la hierba reseca implora a Júpiter lluvioso. A ti cantan y a su Osiris admiran estos jóvenes extranjeros, enseñados a llorar al buey de Menfis[371]. Fue Osiris el primero que con mano hábil fabricó el arado y removió con su reja la tierra 30 tierna, el primero que lanzó semillas a un suelo sin experimentar todavía y cosechó frutos de árboles antes desconocidos. Él enseñó a sujetar con estacas las tiernas vides y a cortar con la afilada podadera el verde ramaje. A él, por primera vez, la uva 35 madura, exprimida por pies inexpertos, le ofreció sus agradables sabores. Aquella bebida le enseñó a modular las voces en el canto y a hacer mover los cuerpos no habituados al son de ritmos precisos. Y Baco ha concedido al labrador, agotado por el enorme esfuerzo, disipar de su corazón la tristeza. Baco 40 también ofrece descanso a los afligidos mortales, aunque sus piernas resuenen golpeadas por duras cadenas. No te gustan ni los tristes cuidados, ni el llanto, Osiris, sino la danza, el canto y las ligaduras de un amor pasajero, también las flores diversas 45 y la frente ceñida de yedra, incluso el manto azafranado suelto hasta los tiernos pies y los vestidos de Tiro y la flauta de dulce canto y la ligera canastilla que sabe de ocultos misterios.

Ven aquí y, con cien juegos y danzas, festeja en nuestra 50 compañía al Genio[372], y vierte sobre las sienes el vino a raudales; que sus brillantes cabellos destilen gotas de perfume; su cabeza y cuello ciñan suaves guirnaldas. Ojalá vengas hoy mismo; ofrézcate yo honores de incienso y te obsequie con sabrosos pasteles de miel de Mopsopo[373]. En cuanto a ti, crezca tu 55 descendencia; que aumente las hazañas de su padre y respetuosa te rodee anciano. Que no calle el recuerdo de las obras de tu carretera[374] a quien retienen la tierra de Túsculo y la blanca Alba de antiguo Lar, pues con tus recursos este camino se cu60 bre de una capa de grava y de piedras unidas con arte singular. Te cantará el labrador, cuando vuelva de la gran ciudad por la tarde y al desandar sin tropiezo el camino.

Y tú, día de aniversario, para poder ser celebrado por muchos años, más luminoso vuelve, siempre más luminoso.

8

Yo no puedo engañarme sobre el significado de la señal de un amante o el de suaves palabras susurradas. No dispongo de sortilegios ni de visceras conocedoras de la voluntad de los dioses, ni me profetiza el futuro el canto de las aves[375]. La pro5 pia Venus, tras atarme los brazos con un nudo mágico[376], me ha enseñado no sin muchos golpes. Deja de fingir: un dios quema con mayor crueldad a quien ve postrarse de mala gana. ¿De qué te sirve ahora cuidar tus suaves cabellos y muchas veces 10 cambiar de peinado?, ¿de qué adornar tus mejillas con colorete?, ¿de qué hacerte cortar las uñas por la hábil mano de un experto? Es inútil ahora cambiar de vestidos, de manto y que un estrecho calzado oprima tus pies. Ella te gusta, aunque se pre15 sente con su cara sin arreglar y no se haya hecho el tocado de su radiante cabeza con lento artificio. ¿Es que con ensalmos, es que con hierbas que hacen palidecer te ha hechizado una vieja en el silencio de la noche? El conjuro mágico atrae la cosecha de los campos vecinos y el conjuro mágico detiene en su 20 camino a la serpiente irritada; también el conjuro mágico prueba a hacer salir de su carro a la Luna y lo lograría, si no resonaran los bronces golpeados[377]. ¿Por qué quejarme de que un ensalmo o hierbas han perjudicado, ay, a un desdichado? La 25 belleza no precisa para nada de ayudas mágicas, pero perjudica haber tocado su cuerpo, haberla besado largo rato, haber trabado muslo con muslo.

Pero tú acuérdate de no ser rigurosa con tu joven enamorado: persigue con castigos los comportamientos crueles Venus. No pidas regalos; otorgue regalos el amante canoso para calen30 tar sus fríos miembros en suave regazo. Más preciado que el oro es un joven a quien le brilla su liso rostro y no raspa, al abrazar, su hirsuta barba. A éste estréchale la espalda con tus 35 blancos brazos y ¡despréciense grandes tesoros de reyes! Pero Venus encontrará el medio de acostarte a escondidas con el chico que, temeroso, estrecha sin cesar tus suaves pechos, y de dar húmedos besos a quien lo está deseando en medio de una pelea de lenguas, y de dejar las huellas de sus dientes en el cuello. Ni piedras preciosas, ni perlas agradan a la que duerme 40 en fría soledad y no es objeto de deseo de ningún hombre. Ay, tarde se llama al amor, tarde a la juventud, cuando la canosa vejez ha teñido la anciana cabeza. Entonces hay deseos de belleza: entonces se cambia el color del cabello para disimular los 45 años, teñido con corteza verde de nuez. Entonces aparece la preocupación de arrancar de raíz las canas y de ofrecer, pulidas las arrugas, un rostro nuevo. Pero tú, mientras florece para ti la edad de la primavera, disfrútala; ella se desliza con no lento paso.

No atormentes a Márato; el haber vencido a un joven, ¿qué 50 gloria reporta? Sé rigurosa, niña, con los viejos cargados de años. Perdona, por favor, a un joven. No tiene enfermedad grave, sino que el exceso de amor hace palidecer su cuerpo. Y el desdichado con qué frecuencia prorrumpe en amargas quejas 55 por tu ausencia y todo queda humedecido de llanto. «¿Por qué me desprecias?» —dice—, «Se podía burlar a los guardianes. El mismo dios ha otorgado a los amantes el poder engañar. Me es conocido el amor furtivo: cómo reprimir el aliento, cómo robar besos en silencio; y, aunque puedo deslizarme en medio de la noche y sin el menor ruido abrir furtivamente sus puertas, ¿de 60 qué aprovechan estas mañas, si desprecia al desdichado amante y huye del mismo lecho la joven cruel? Incluso si ofrece alguna promesa en seguida la pérfida engaña y yo tengo que pasar la noche en vela en medio de toda clase de tormentos. Mientras me imagino que va a venir a mí, cualquier cosa que 65 se mueva creo que es el rumor de sus pasos».

Déjate de lágrimas, mozo. Ella no se ablanda y tus ojos, cansados ya de llorar, se hinchan. Te lo advierto, Fóloe, los dioses odian a los soberbios. No sirve de nada ofrecer incienso 70 a los altares divinos. Este Márato, un día, se burlaba de sus desdichados amantes, sin saber que un dios vengador se alzaba detrás de su cabeza. Dicen, incluso, que muchas veces se rió de las lágrimas del doliente y que con falsos pretextos detuvo su ansiedad. Ahora odia todo orgullo; ahora le desagrada toda 75 puerta que se le oponga inexorablemente cerrada. Pero te aguarda el castigo, si no dejas de ser altiva, ¡con cuántos ruegos desearás que vuelva un día como éste!

9

¿Por qué, si estabas dispuesto a traicionar mi desdichado amor, me jurabas por los dioses, para engañarlos a escondidas? ¡Ah! desgraciado, por más que, al principio, se logren ocultar los perjurios, sin embargo, aunque tarde, llega el castigo con callado paso. Perdonadlo, dioses; es justo que, por una vez, sea 5 lícito a los chicos guapos que ofendan impunes vuestra divinidad. Por buscar ganancias unce sus bueyes al manejable arado el campesino y se aplica al duro trabajo de la tierra. Van a buscar ganancias por los mares sometidos a los vientos las insegu10 ras naves que guían estrellas fijas. Con regalos se ha dejado seducir mi joven amante. Pero que los regalos un dios se los vuelva ceniza y agua que fluye. Ahora me pagará su castigo: el polvo estropeará su hermosura y por los vientos quedará des15 peinada su cabellera. Se quemará su rostro al sol, se quemarán sus cabellos. Incluso destrozará sus pies delicados un largo viaje.

Cuántas veces le aconsejé: «Con oro no manches tu belleza. Muchas veces suelen ocultarse bajo el oro numerosas desgracias. A todo el que, seducido por las riquezas, ha traiciona20 do el amor, le aguarda una Venus esquiva y rigurosa. Mejor márcame al fuego mi frente, hiere con un puñal mi costado y a latigazos corta mis espaldas. Si te dispones a pecar no esperes esconderte. Lo ve un dios que prohíbe que queden ocultos los 25 engaños. Este mismo dios permitió al esclavo, callado <por ley[378]›, que se expresara libremente después de haber bebido mucho. Este mismo dios ha dado órdenes de que los dormidos hablen y revelen, contra su voluntad, secretos que hubieran querido ocultar». Esto le decía. Ahora me avergüenzo de ha30 ber llorado mientras hablaba; ahora también de haberme echado de rodillas a sus tiernos pies.

Entonces me jurabas que ni por montones de rico oro, ni por piedras preciosas, querrías traicionar tus promesas, ni aunque se te otorgara en recompensa la tierra de Campania, ni aun 35 el Campo Falerno, cuidado de Baco. Con aquellas palabras me habrías hecho olvidar que las estrellas brillan en el cielo y que los cauces de un río pueden ser inclinados. Es más, hasta llorabas; pero yo, sin conocer tus engaños, enjugaba confiado tus mejillas que se iban humedeciendo.

¿Qué haría yo si tú no te hubieses enamorado de una joven? [Pero[379]], por favor, séate ella liviana, según tu ejemplo. 40 ¡Oh!, ¡cuántas veces para que nadie se enterase de vuestros secretos, yo mismo, en tu compañía, empuñé antorchas en noche cerrada! Muchas veces llegó a ti, sin esperarla, como regalo mío y se escondió cubierta detrás de las puertas cerradas. En45 tonces, desdichado, me perdí, confiando neciamente en que sería amado, pues hubiera podido tomar más precauciones ante tus trampas. Es más, incluso cantaba tus alabanzas con la mente extraviada y ahora me avergüenzo de mis Piérides y de mí mismo. Aquellos poemas míos querría que Vulcano los que50 mase con su llama voraz y los borrara un río en sus limpias aguas. Aléjate de aquí tú, que piensas comerciar con tu belleza y obtener a manos llenas una gran recompensa.

En cuanto a ti, que te atreviste con regalos a corromper a un joven, que se burle con repetidos adulterios tu mujer sin recibir ningún castigo y, cuando haya agotado al joven amante 55 con secretos placeres, contigo se acueste indiferente y vestida. Haya siempre señales extrañas en tu lecho y a lujuriosos permanezca siempre abierta tu casa. Que no se pueda decir que tu lasciva hermana ha bebido más copas o ha rendido a más hom60 bres. Cuentan que muchas veces prolonga los banquetes bebiendo hasta que, al salir, el carro de Lucero llama al día. Ninguna mejor que ella sería capaz de aprovechar la noche ni de disponer las diferentes posturas de los trabajos amorosos. Pero 65 tu mujer lo ha aprendido muy bien, y tú, el mayor de los necios, ¿no te das cuentas, cuando con insólito arte te excita su cuerpo? ¿Es que crees que por ti arregla su pelo o que peina con espeso peine su fina cabellera? ¿Es que tu rostro la incita a esas cosas, a ceñir de oro sus brazos y a pasearse ataviada con 70 vestido de tirio? No es por ti por quien ella quiere parecer bonita, sino por un cierto joven por quien estaría dispuesta a mandar al infierno tu hacienda y tu casa. No es que lo haga por vicio, sino que del contacto de un cuerpo podrido de gota y del 75 abrazo de un viejo huye una chica refinada. Precisamente con éste se ha acostado mi joven amante. Yo puedo llegar a creer que él puede hacer el amor con fieras salvajes.

¿Te has atrevido tú a vender a otros caricias que eran mías y en tu locura a dar a otros besos que eran míos? Llorarás entonces, cuando otro joven me tenga encadenado, y reine soberbio en un reino que era tuyo. Entonces, que tu castigo me alegre y en honor de Venus, merecedora de ello, clavada, una palma de oro[380] grabe mis desgracias: ESTA PALMA TE DEDICA TIBULO, LIBRADO DE UN AMOR ENGAÑOSO, Y PIDE, DIOSA, QUE TE MUESTRES AGRADECIDA.

10

¿Quién fue el primero que forjó las horribles espadas? ¡Qué salvaje y verdaderamente de hierro fue él! Nacieron entonces los asesinatos y las guerras para la raza humana; enton5 ces se abrió un camino más corto de muerte cruel. ¿O es que no tiene culpa el infeliz? ¿Nosotros para nuestro mal cambiamos lo que nos dio contra las fieras salvajes? Éste es el defecto del oro opulento: no había guerras cuando una copa de haya se alzaba delante de los platos. No había ciudadelas, ni empaliza10 das. Buscaba el sueño, seguro, el pastor en medio del rebaño de ovejas esparcido. Ojalá hubiera vivido entonces, no habría conocido las funestas armas del populacho, ni habría oído la trompeta con el corazón en sobresalto. Ahora me arrastran al combate y quizá ya un enemigo empuña el dardo que ha de clavarse en mi costado.

Pero vosotros, Lares de mis antepasados, salvadme. Voso15 tros mismos me habéis criado cuando, yo, un niño, corría delante de vuestros pies. No os avergoncéis de estar hechos de un añoso tronco: así habéis habitado la antigua morada de mis antepasados. Entonces conservaron mejor su fe, cuando con culto sencillo en una pequeña capilla se encontraba el dios de made20 ra. Éste era aplacado, ya ofreciéndole un racimo de uvas, ya ciñendo su sagrada cabellera con una corona de espigas, y alguien, para cumplir su promesa, le llevaba personalmente pasteles y le acompañaba rezagada su pequeña hija que le ofrecía miel pura. Pero mantened, Lares, lejos de mí las armas de 25 bronce… y de mi repleta piara un cerdo, víctima campestre. Le seguiré con ropa blanca y llevaré canastillas ceñidas de mirto, de mirto también ceñida mi misma cabeza.

Que así os agrade: sea otro valiente con las armas y eche 30 por tierra con Marte a su favor a los generales enemigos para que pueda contarme, mientras bebo, sus hazañas el soldado y pintarme con vino el campamento en la mesa[381].

¿Qué locura es llamar con guerras a la espantosa Muerte? Está próxima y, a escondidas, con silencioso paso se acerca. No hay cosechas abajo[382], ni viñas cultivadas, sino el osado 35 Cérbero y el vergonzoso barquero[383] de la laguna Estigia. Allí, con las mejillas golpeadas y el cabello quemado, vaga errante una pálida muchedumbre a las orillas de la oscura laguna. Mucho más digno de elogio es éste a quien en medio de una fami40 lia servicial le sorprende la perezosa vejez en estrecha cabaña. Él mismo va siguiendo a sus ovejas, su hijo a los corderos y a él cansado, a la vuelta, le tiene preparada agua caliente su mujer. ¡Así querría ser yo! Que se me Conceda que mi cabeza empiece a blanquear por las canas y que cuente, anciano, los hechos del tiempo pasado.

45 Mientras tanto, la Paz[384] cultive los campos. Por primera vez la Paz radiante condujo a arar los bueyes bajo el curvado yugo. La Paz alimentó las vides y conservó el mosto de la uva para que el ánfora paterna vertiera al hijo buen vino. Con paz 50 la azada y la reja del arado brillan; en cambio, en las tinieblas el orín corroe las tristes armas del feroz soldado. Del bosque sagrado, el mismo campesino, un poco bebido, lleva en una carreta a su mujer y a sus hijos a casa.

Entonces se encienden los combates de Venus y la joven se 55 lamenta de sus cabellos arrancados y de sus puertas rotas. Llora los golpes de sus tiernas mejillas, pero el propio vencedor también llora que sus enloquecidas manos hayan tenido tanta fuerza. Pero Amor lujurioso atiza la pelea con maldiciones, e, indiferente, se sienta entre los dos irritados. ¡Ah!, es de pedernal y de hierro todo el que pega a su joven amante: del cielo 60 derriba él a los dioses. Bástele desgarrar de su cuerpo el ligero vestido; bástele deshacer los adornos de su peinado; bástele haberla hecho llorar. ¡Cuatro veces dichoso aquél por quien 65 puede llorar, a pesar de su ira, una joven enamorada! Quien sea cruel con sus manos, empuñe escudo y lanza y aléjese de una Venus suave.

Mas ven a mí, Paz bienaventurada, con una espiga en tu mano. Delante de ti deje caer frutas tu blanco regazo.