Al otro día volvieron a su casa. Estaban comiendo y Ema se quedó catatónica, así, petrificada, inmóvil. Estaba comiendo y la muchacha fantasma cruzó frente a ella abrió el clóset se puso un impermeable y un sombrero para la lluvia, un sombrero, tú, acomodándoselo frente a un espejo, recogiéndose los cabellos rubios. Dice Kurt que tomó una cucharada de sopa y vio a Ema con la mirada perdida y le pasó la mano frente a la cara, llamándola. Al no obtener ninguna reacción se la volvió a pasar… La muchacha fantasma entonces, abrió el clóset que poco antes había cerrado, como si fuera la puerta de la calle o la de Sanborns del Ángel, y se metió muy campante, cerrando tras ella. Kurt sacudió a mi tía… Entonces Ema le describió la escena, sumamente nerviosa, incluso incrédula, y los dos se incorporaron y se dirigieron al clóset. ¿Hay alguien allí? Como no obtuvieron respuesta abrieron la puerta bruscamente y empezaron a tirar sacos, abrigos, chales, todo lo que había adentro. Si estás allí te chingo gritaba Kurt y sacaron todo lo que había…

Otra noche dice Ema que sintió frío. Estaban durmiendo y eran como las tres de la mañana… Desde la primera vez que había aparecido el fantasma dormían con una pequeña lámpara encendida y la luz del pasillo encendida. Entonces Ema sintió frío y buscó alrededor suyo y no sintió la cobija. Kurt, dijo y tuvo que abrir los ojos en medio de su somnolencia para ver por dónde andaba la cobija ¿no? Entonces fíjate que vio a la muchacha transparente ondulándose como humo de cigarro, rubia y con un camisón o algo que parecía un camisón blanco… Le estaba jalando las cobijas, riéndose… Ema aulló como loca y despertó a Kurt agitándolo despiadadamente… Ya para esto habían contratado a unas viejitas cuyos rezos tenían famísima de mucha virtud y muchas indulgencias, para que rezaran en la casa un rosario todos los días… Y estaban por mandar bendecir todos los rincones pero Kurt se oponía con furia lituana…

Así que me cayeron a mí y dijeron que si no los ayudaba, que si se podían quedar unos cuantos días porque iban a buscar un departamento y a vender la casa. Entonces dije sí Ema, como no, nada más que nosotros estamos retemal de dinero… Fíjate, mi papá había ganado treinta y cinco mil pesos en el frontón y lo asaltaron al salir, le aplicaron la llave china y lo mataron. Estrangulado ¿no? De manera que murió intestado ¿verdad? Y les dije si ustedes pueden ayudarnos con algo para la casa, perfecto, nada más para lo de ustedes, porque a nosotros no nos alcanza, mi hermano todavía no trabaja y hay días que estamos comiendo huevos revueltos y cosas así, de manera que no tenemos ni un quinto para darles… Ay, nos ofendes, dijo Kurt, es lo que te queríamos pedir, que nos dejaras colaborar con los gastos de la casa… Ay preciosa chilló Ema, si ni siquiera necesitas pedírnoslo, es la condición que te queríamos proponer para poder estar en tu casa, que nosotros ponemos la comida, pero de todos, ¿eh?, de tu mamá, de tu hermano y la tuya…

¡Vejigas inflamadas! Fíjate que se quedaron tres meses, pero tres meses de tormento, de tormento porque el señor nunca salía de casa, jamás, nunca de los nuncas. Todo el día estaba hable y hable y hable y hable y hable. No te dejaba hacer nada y además, por si fuera poco, todo el día estaba diciendo cosas en contra de los judíos… De esos maniáticos que una cosa te la repiten y te la repiten y te la repiten… Entonces fíjate que pasó y estuvieron tres meses y a los tres meses se fueron. Una relación molestísima, porque ella se toma dieciséis tazas de café al día y él cincuenta y cuatro contadas… Cada veinte minutos te pide un café. Y no creas que es de los que se paran y se lo hacen, no, sino que agarraba a una de mis sirvientas y le decía ¿me haces un café? Entonces todo el día mis pobres sirvientas se chingaban en la cocina haciéndole el café. Y de repente se van… ¿Tú los volviste a ver? Igual nosotros… Nunca vinieron, nunca nos dieron las gracias ni nada… Entonces mi mamá, claro, todos los días y con la voz que usa para rezar, claro, te vieron la cara de pendeja, claro, es a toda madre venir, acomodarse y estar tranquilos, sin pagar criadas, sin pagar nada… Y es que fíjate, estuvieron en la casa, hicieron que se fueran las criadas que teníamos porque no los aguantaron y se fueron, y después de tres meses ni gracias ¿no?

Pero un día le pedí a Ema las llaves de su casa, de la casa en la colonia del Valle con la muchacha fantasma y todo. Le había contado al Monje y estábamos excitadísimos con la idea de ir, así que con Las Tapatías hice un arreglo y fingimos que iban a quedarse conmigo para acechar a la muchacha fantasma… El Monje iba a pasar por mí a casa de ellas, cuando saliera de la Secretaría ¿no? Y ya se nos quemaban las habas ¿te imaginas?

La casa era de dos plantas, moderna, llena de macetones y de cuadros religiosos como la Última Cena y Las Ánimas del Purgatorio. ¿Por qué están encadenadas si no se pueden ir a ninguna parte?, pregunté señalando a unas mujeres en un bosque de llamas que las lamían por todas partes… No es una foto dijo El Monje poniendo su cara de secretario de un ministro, es un cuadro y el pintor se imaginó así a las ánimas del purgatorio, no es que estén así… Junto a la puerta de la calle había un clóset con abrigos, ya te conté, y le dije al Monje mira, aquí se metió la mujer fantasma. Arriba estaban las recámaras… Solamente una era para dormir, en otra habían acondicionado un cuarto de costura, y en la otra tenían varios sillones frente a una televisión gigantesca… Luego abrimos un clóset y ¿qué crees? Retratos de luchadores y boxeadores por todas partes, desde el Ratón Macías y el Pajarito Moreno hasta Rubén Olivares y El Santo…

¿Te he hablado de Ema? Fíjate que si había una pelea importante en Los Ángeles, se iba como tapón de sidra a Los Ángeles. Nada menos en esos días había peleado Mantequilla Nápoles y ella había dejado a Kurt en mi casa y se había ido a primera fila… Era fanatiquísima, tú, y tenía a todos los boxeadores y luchadores de moda pegados con tachuelas. ¡A los sesenta años! Se sabía los pesos de todos, las medidas, quién había peleado contra quién, quién picaba los ojos ¿verdad? Todas las llaves y todos los tecnicismos se los sabía. Hasta el nombre de los réferis… Y ¿ya te dije que ella siempre ha sido católica, verdad? Entonces fíjate que veía el box, prendía el box y cogía su rosario… Se reza por ejemplo cinco rosarios, palabra, o tres rosarios en un día. Y luego tiene un libro así, todo desmadradísimo, con muchas cosas de rezos y eso ¿no? Entonces ella tiene que empezar a rezar a las cinco de la tarde para que a las once que ya la rindió el sueño, bueno, ya mientras vio Manix, el Loco, todo, y ya rezó, y ya cuando le dicen buenas noches en la televisión ella dice amén… Te lo juro. Porque ella reza mientras ve televisión ¿no? Cuando veía las peleas de box en mi casa cogía su rosario. Entonces empezaba Dios te salve María, llena eres de gracia, ¡el Señor es contigo! ¡SANTA MARÍA MADRE DE DIOS! ¡Pégale pendejo, mátalo, mátalo! ¡No te midas, pégale, mátalo, mátalo! Y luego Padre nuestro que estás en los cielos, santificado… ¡Hijo de la chingada, ya te volvieron a pegar! Cabrón… PÉGALE, PÉGALE DURO EN LOS BAJOS, MÁTALO…

Y así rezaba el rosario ¿ves? Se acababa el rosario y acababa la pelea de box… Para esto tú no sabes lo increíble que era, porque mientras ella rezaba el rosario, lloraba. Y además le rezaba a la luna… Ema, cuando sale la luna, reza… Con veintes ¿ves? Pone veintes envueltitos en papelitos y se los guarda en la mano y reza… Fíjate, va en el coche y va así, platicando contigo, muy alegre y todo, muy inspirada en lo que te va diciendo y todo, y de repente ve la luna, saca su veinte, lo envuelve y empieza a llorar… Y llora, llora de llorar… Y en el momento de decir santa María, de decir santa, de decir san, cuando dice sa, cuando dice s, es cuando ya están los borbotones de lágrimas afuera. No sé por qué… Es tal la inspiración a la hora que reza, que llora.

Pero estábamos en su casa ¿no? Fíjate que El Monje nunca en la vida me dio realmente un beso… Digo, yo lo besaba ¿no? Pero que partiera de él la inspiración, no, jamás. ¡Nunca! Era tal el miedo que le daba, miedo de que descubriera que no sabía besar, o no sé, que nunca me dio ni la mano… Entonces yo pensaba que él nunca iba a funcionar, y atosigada por la curiosidad, porque también pensaba que era homosexual y cosas así, arreglé las cosas para que pasáramos la noche juntos, para salir de dudas, en la casa de la muchacha fantasma. Y es que siempre era demasiado sumiso a pesar de trabajar con un ministro, demasiado pendejo en una palabra y como, como muy extraño ¿no? Siempre se portó muy acomplejado ¿no? Siempre se portó con un pavor horrible… Y yo pensaba a lo mejor éste tiene un problema sexual o alguna cosa así y piensa que saliendo conmigo se le va a resolver. Aparte, yo nunca creí mucho en el amor del Monje. Fue tan rápido que nunca pensé, no tuve tiempo de pensar en nada…

Él siempre andaba en onda literaria. Me llamaba ninfa, remolino, tapiz de seda, quesadilla, bichito y agua. Se me quedaba viendo con su cara de camello y olvídate, yo ya quería que apareciera la muchacha fantasma o morir… No sabía cómo iba a poder controlar la risa cuando me atacara en serio, tratando de desvestirme o desvistiéndose él. Te juro que no sabía si iba a poder aguantarme o no. Y total, bebimos café y encendimos un radio, convencidos de que a los fantasmas no les gusta el ruido y postergando el momento hormonal, hablando de Kurt y Ema, admirando sus muebles estilo imperio y el sabor de unas galletitas italianas que habíamos comprado nosotros…

Bueno, le conté, sabes que llevan con nosotros dos meses. ¿Y sabes qué nos compraron hace poco? Bueno, cuatro chamorros. Ni siquiera fueron buenos para decir vamos a comprarles uno para cada uno. Nos compraron cuatro chamorros. Y yo le compraba a Kurt todos los días jamón para cenar… Porque tú no sabes que no comía de todo… Él comía sopa cambel y de preferencia de lentejas. Y carnes asadas ¿no? Entonces un día Ema salió a hacer una subasta con sus amigas de la escuela de costura y Kurt se quedó en casa. Para esto ya no lo aguantábamos… Era un domingo en la noche y cuando regresó Ema entró en mi recámara. ¡Ya no aguanto a ese nazi! Enojadísima ¿no? Yo estaba acostada… Hazme favor, seguía, Olivares pelea en San Antonio la semana próxima y ya tenemos los boletos y todo, y el estúpido no tiene ganas de ir. ¡Pero no me importa! Yo me voy y me voy a ir ahoritita. ¡Canguros capados! Y que se va. ¿No te importa que nos dejó a Kurt allí? Pero con singular alegría, olvídate…

El hombre se quedó un par de semanas en casa. Y lo peor del caso es que Ema ya no lo recibía, le decía que no tenía tiempo para verlo y estaba tratando de vender la casa con todo y la muchacha fantasma. Entonces Kurt enloqueció. Entonces se dedicó a contarnos la vida y milagros de Ema. Estaba tan enojado que nos empezó a decir todo lo que pensaba de Ema… Entonces nosotros oyéndolo, mi mamá, mi hermano y yo, oyéndolo, pero además lentísimo, aburridísimo el hombre, ya no lo tolerábamos, ya no lo tolerábamos. Tú sabes lo que es ver a un tipo las veinticuatro horas del día sentado en la sala de tu casa… Durante veinticuatro horas no se movía, nunca se movía… Y nunca recogió un periódico, una revista, nunca nada. Lo único que hacía era estar sentado, fume y fume, como ido, y tome y tome y tome café todo el tiempo. Y apenas se presentaba una persona y empezaba a hablar mal de Ema, o nos hablaba de la guerra ¿no? Porque además estuvo cinco años en Rusia, en ¿cómo se llama? En Siberia. Y contaba cómo deportaban a los judíos, cómo los crucificaban y los castraban y les metían el sexo en la boca, cómo había millones que no llegaban nunca a los guetos, y la famosa noche de la Provocación, y lo que les hacían en Ponar, y Ponar era la muerte ¿no? Total, todas las cosas que te podía contar eran traumas de guerra y cosas por el estilo. Quince días así…

Entonces total, un día que ya estábamos hartos, lanzaron a La Vestida de Hombre de su casa, una mañana, ahora sí, una mañana fría y lluviosa, de verdad fría y lluviosa. Porque debía tres meses de renta. Metieron abogados y los sacaron, a ella, a su hermano y a su mamá, fíjate, y los tres judíos, con la estrella de David en la frente y Kurt aquí… Entonces viene una sirvienta de La Vestida de Hombre porque nos habían cortado el teléfono y no teníamos teléfono. Viene y me dice señorita, que dicen que ahorita vienen con todas sus cosas para acá. Y yo con Kurt… Para esto un primo hermano de mi papá aquí también, porque había venido desde Mazatlán para el entierro y se había quedado a supervisar unas composturas que estábamos haciendo en el techo. Y efectivamente aterrizaron en la casa, tú, La Vestida de Hombre, su granujiento hermanito y su consentidora mamá. Para esto, mi hermano, olvídate del trauma de mi hermano. ¡Tú pones las condiciones desde el principio! Y mi mamá casi llorando les dices que no los podemos recibir… Bueno, y llegó La Vestida de Hombre con la madre enferma, el hermano mustio, Celerina prieta y todos sus muebles. Nos dio la noche acomodándolos en el garach y en los pasillos… Para esto Kurt en su silla con su cigarro y su café… Entonces mi mamá ya no supo qué hacer ¿verdad? La Vestida de Hombre dijo mañana buscamos un hotel y les dejamos los muebles unos días aquí. Pero su mamá se sentía mal y dijimos vamos a recostar a tu mamá, vamos a esperar que se le pase la fiebre, no te preocupes… ¿Sabes cuánto duró el reposo de la señora? Cuatro años, tú, cuatro años. Tantito más y es definitivo. Dormíamos en el suelo. Mi hermano dormía en su recámara junto con David, Kurt en el sillón de la sala, mi tío en el cuarto de criadas, La Vestida de Hombre conmigo, Celerina en el escritorio de mi papá, las dos señoras grandes en un cuarto aparte. Total, ante semejante debacle, Kurt se fue.

Nunca lo volvimos a ver y un año después nos enteramos que Ema estaba muy enojada porque le habíamos contado a Kurt que ella tenía sesenta años. Bueno, ella es una señora muy grande pero fue bellísima, bellísima, guapísima mujer. Y se ha hecho cirugía plástica y demás. Entonces él iba a cumplir cincuenta y seis años o algo así, es mucho más joven que ella. Y a mí Kurt me preguntó… Bueno, le dije, mi mamá tiene sesenta y cinco años y se supone que no es mucho más grande que ella, aunque no se ve tan grande, se ven más o menos. Entonces mi mamá estaba oyendo y dijo tiene sesenta años… Y Kurt nunca volvió, jamás en la vida, ni siquiera nos vinieron a decir gracias ni nada. Todo lo que había hecho era hablarnos de ella, que era frígida, una mujer sexualmente cansada, que no daba una, que no sabía cómo pudo haber tenido tantos amantes, porque se casó once veces y siempre terminaba con sus esposos porque había un amante… O sea que Ema era una mujer con una vida, bueno… Y entonces él decía que no se imaginaba cómo, con la experiencia que había tenido ella, podía ser tan ingenua y bobalicona. Porque en cuestión de sexo era ingenuísima ¿no? Bueno, pues total, todo lo que Kurt nos contaba de ella nos entraba por un oído y nos salía por otro, porque nosotros no comentábamos nada, nosotros nada más nos quedábamos así, oyendo… Y Kurt fue y se lo dijo a ella ¿te imaginas? Que nosotros decíamos que era frígida, que había tenido muchos amantes, que tenía sesenta años… Entonces mi mamá se enteró, no sé cómo, y les habló por teléfono y les dijo que nunca volvieran a la casa, y que cómo era posible, después de que habíamos hecho tantos sacrificios para tenerlos aquí… Mi mamá les dijo horrores…

Bueno, claro que cuando estaba El Monje en casa de ellos, todo eso todavía no sucedía. Hablábamos de los cincuenta y tantos cafés diarios de Kurt y de unas cartas muy extrañas que me dejaba El Monje por todas partes. Hasta que la conversación se extinguió como un presupuesto familiar… Eran como las dos de la mañana y apagamos el radio. También teníamos que dormir ¿no? Entonces subimos a las recámaras y entré al baño y salí nadando materialmente adentro de una bata de Ema… Y olvídate, olvídate de la cara de lascivia del Monje. Persona limpia piensa limpio dijo, y al mismo tiempo me dio un papel y se metió al baño. Yo estaba un poco asustada ¿no? Nunca había conocido a un muchacho como El Monje. Aparte yo lo quería despabilar, hacerlo al modo de Alexis o del guapo guapo, al modo de la gente que estaba acostumbrada a tratar, pero fracasaba siempre. Y es que El Monje era todo seriedad y todo propiedad. Así que yo estaba aterrada, aterrada. Por un lado hirviendo de curiosidad por ver a la muchacha fantasma y por el otro, bueno, como rellena de interrogaciones del tamaño del mundo. Y también excitada, sexualmente excitada. Y el papelito allí entre mis dedos, garrapateado con mala fe…

A veces sueño y me vengo. Muchas veces sueño contigo. Otras veces me basta conmigo mismo —mis manos, mi mente y yo—. Pero así no es tan redondo, digamos. No tanto por la vagina, no tanto porque no pueda uno vivir sin vaginas, ni por la plática, la intimidad, la ternura, la comunicación, sino más bien por los labios. No se puede besar uno solo. No hay manera de sustituir la sensación tersa, suave, cálida, húmeda, de lenguas, de bocas, de labios. Ni siquiera se puede sustituir con nada la sensación de un beso ligero, tan suavecito como un susurro, que nos dimos el otro día, que siento todavía. Ni es igual sentirse uno mismo la piel que sentir el terciopelo, la seda de la piel ajena. Y ¿para qué hacemos guajes? Tampoco hay sustituto para la húmeda y suave y apretada vagina.

Entonces se oyó correr el agua en el lavabo y luego, en lugar de aparecer radiante y oloroso a Colgate, El Monje comenzó a golpear la puerta. Al principio no entendí lo que pasaba. Entonces él tocó más y más fuerte, con más violencia. Entonces ya me levanté. ¿Por qué cerraste la puerta? Porque se le había cerrado la puerta. ¿Yo? Y de inmediato pensé éste quiere joder con el fantasma, así que le seguí la onda ¿no? Cuando en realidad quería borrar mi probable irritación por la lectura de su carta. ¿La leiste?, preguntó. ¿Qué? El papelito. Sí, pero no le entendí nada, y se lo ofrecí. Lo tomó doblándolo en tres partes. Eres inteligentísima, dijo…

Para no hacértela cansada diez minutos después ya estábamos desnudos y El Monje no se atrevía a tocarme. Me le acercaba y se hacía para allá. Mi piel le daba miedo, o la situación, y titubeaba como afiebrado. En eso una silla se cayó en el comedor y los dos nos quedamos inmóviles. La mujer fantasma, bromeó. Un gato, dije, mi tía Ema tiene un gato. Bueno, deseé fervientemente que tuviera un gato. Estábamos como hipnotizados y entonces le tomé la cara con las manos, como queriendo decir ándale, basta de tonterías, ahora hablemos de cosas serias… Un hombre inteligente, pensaba, muy sensible, joven, ingenuo, inexperto. Y me lo repetía sin ninguna sinceridad y sin ningún efecto… Entonces El Monje se convirtió en un pulpo sensual y comenzó a acariciarme por todas partes, tú. Una masa sensual, algo primitivo y terriblemente pasional, feroz, ambicioso, descabellado… Entonces no sabíamos que la mujer fantasma estaba entre nosotros, que ingrávida y casi transparente se había acostado a nuestro lado, entre nosotros, y que algunos de esos brazos que eran repeticiones de los del Monje, o una lengua, o ese peso o esa distancia entre los dos, la evidenciaban ¿se dice así? La hacían, cómo te diré, real, terriblemente real. Y total, El Monje nunca podía quedar en buena posición, no lograba acomodarse, le estorbaban las piernas de la muchacha fantasma, o las mías, y no podía quedar en buena posición. Desvariaba y yo lo sujeté con cierta impaciencia. Traté de acomodárselo, ya sabes, y chíngale, se vino, justo en mi vientre… Así como te lo estoy diciendo. Se vino, se vino, se vino… Y a las cuatro de la mañana otra vez igual. La muchacha fantasma era acróbata o algo parecido porque lo violaba siempre antes que yo… Entonces una nueva eyaculación y otro derrumbamiento, sin besos ni nada… Yo dije éste se me va a morir aquí, y pensé en algunos amigos de Las Tapatías a los que les gusta mirar, y hasta pagan por mirar, solamente por mirar. ¿Sería El Monje uno de ellos? Pero no se masturbaba, no, ni siquiera se tocaba, ni siquiera me tocaba… Por eso le echamos la culpa a la muchacha fantasma ¿no? Y a la media hora otra vez. El Monje parecía estar relleno de semen… Entonces empecé a consolarlo maternalmente, tiernamente. Y entonces dedujimos que era la muchacha fantasma y nos quedamos dormidos… Profundamente dormidos…

Total, todo esto es lo que pasó. Y entonces fíjate que despertamos a las seis de la tarde del otro día y él se levantó a abrir las cortinas y yo vi sus nalguitas blancas y me dio risa, una risa nerviosa, tartamuda. Y me dio risa… Pero fíjate que antes, cuando desperté y lo vi tan cerca, dije qué nariz tan divina tiene. Estaba reteimpresionada viéndole la nariz. Y cuando abrió los ojos vi el color de sus ojos por primera vez en mi vida. Yo nunca le había visto los ojos, te lo juro, porque nunca lo había visto tan de cerca. Entonces nunca le había llegado a ver realmente el color de sus ojos. Y fíjate que cuando abrió los ojos dijo ¿me estás viendo? Y le dije qué divina nariz tienes y qué precioso color de ojos tienes. Entonces se rió, tú, y cuando se rió le conocí los dientes… Qué bonitos dientes, murmuré. Para comerte mejor, dijo.

Yo no hablaba con él como estoy hablando contigo ¿me entiendes? Yo cuando hablaba con él miraba hacia abajo porque me humillaba con sus lecturas, porque me daba risa o simplemente porque me aburría igual que una reunión de políticos. Entonces se levantó y corrió las cortinas. Ay, el sol era rojizo, de un rojizo tan hermoso, pero tan hermoso, que a mí se me olvidó que tenía hambre y sed… La habitación se puso roja, roja, roja. La cama, el techo, los muebles, todo se volvió rojo. Entonces él se quedó parado allí, mirando, muy serio, como un torero. Y me destapó poco a poco jalando las cobijas rojas. Entonces su sombra se veía sobre la pared ¿no? Y vi su erección sobre la pared ¿verdad? Una silueta negra sobre la pared rojiza porque el sol era rojo, rojo, rojo… El Monje también se vio y se hinchó de orgullo y de esperma, estremeciéndose incrédulo, llameando casi, como las santas ánimas del purgatorio…

Y días después, cuando discutíamos en el Panteón Jardín, otro sol rojo caía sobre las tumbas y yo recordaba aquella silueta, esa silueta desconcertante y orgullosa, porque nada más esa vez me acosté con él y quedé embarazada… Es para no creerse ¿verdad? Una sola vez hicimos el amor y quedé embarazada… Bueno, yo creía que estaba embarazada. Ya te contaré…

(«¡Cuando el sol incendia la ciudad es obligatorio ponerse un alma de Nerón!»).

La princesa del Palacio de Hierro
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