8. Acoplamientos naturales

El guapo guapo había salido o estaba saliendo con Mercedes. Esta amiga mía había sido novia de mi hermano. Y le vio la cara… No, no, no… Pregúntame si no le dibujó la P de pendejo en la frente. Porque no sabes… ¿Te cuento lo que hacía? Fíjate, era revaciada, era brutal, pregúntame si me daba las cincuenta mil y las malas. Ella… Entonces… Muy bonita… Mi hermano andaba prendidísimo de amor por esta mujer, estaba enloquecido de amor. Entonces ella le inventó que para andar muy tranquilos y cómodos, y que nadie se metiera con ellos, entonces iban a ser novios… Pero que a nadie se lo iban a decir, a nadie. Y que nadie iba a saber y que iba a ser un secreto que los dos iban a guardar toda, pero toda la vida. Entonces mi hermano dijo que sí. Y salía con Mercedes a comulgar todos los días a las seis de la mañana. Todos los días se lo llevaba a comulgar, o al parque… Yo me imagino que a ninguna otra parte, y que sí era cierto, digo, porque a esas horas… Entonces era su novio… ¡Mi hermano era novio de Mercedes!

Cuando nosotras llegábamos del colegio éramos loquísimas ¿no? De verdad, tú, nos sentíamos las destrampadas porque nos íbamos del colegio y nos íbamos al Sono Cero, que era lo que estaba de moda, o a algún lugar así. O un día nos íbamos a Chapultepec, por ejemplo, con Gabriel y con el guapo guapo, y nos íbamos a remar… O a Xochimilco, y alquilábamos una lancha y comíamos garnachas… Eran nuestras destrampadas ¿no? Pero Mercedes andaba con todos los galanes que quería, y sin embargo, yo no podía decir nada porque siempre andábamos a escondidas y de pinta… Entonces no podía hablar de eso en mi casa, por tanto, mi hermano no se podía enterar ¿verdad? Pero sentí pena por él y para protegerlo, un día le hablé a calzón quitado. Entonces le dije estás haciendo el papel de pendejo, porque Mercedes y yo salimos con todos los niños que nos da la gana, a la hora que nos da la gana, y ella, además, se faja con quien le da la gana. Y fíjate, tú eres su novio para ir a misa, qué padre, su novio de la iglesia, de la comunión, tú eres su pareja para ir a comulgar ¿no? Total, mi hermano dijo que era una mentirosa y que jamás volviera a meter el culo en lo que no me importaba, que eran mentiras. Entonces total, casi acaba nuestra amistad de hermanos, de verdad, estaba enojadísimo, se puso furioso… Me la mentó como tres mil veces…

Bueno, Mercedes empezó a salir con el guapo guapo y yo con Mauricio, que además de cantar tenía mucho dinero porque era dueño de una fábrica de lámparas. Yo seguía trabajando en El Palacio de Hierro ¿no? Entonces tenía dos pretendientes que eran Mauricio y Gabriel Infante, los dos del mismo grupo ¿no? Pero era yo tan mula, tan desgraciadamente mula, este, que citaba a uno en una puerta y a otro en otra puerta. Y entonces, a la hora de la hora decía bueno, si por ejemplo ya tenía que salir, por la puerta que saliera yo disparada, bueno, con ése me tocaba, con ése me tocaba salir, fíjate. Hasta que ya me decidí por Gabriel y le hice su tesis con dos dedos… Era tan destrampado… Y se recibió y sigue destrampadísimo… El pelo hasta acá, de rayas, con rayas así que usa hasta la fecha. Va a carreras de coches en Europa y a exhibiciones, y también tiene su consultorio de dentista y te atiende de huarache, por Dios, o de zapatos de lona de esos que se usan en Acapulco, y mientras te hace efecto la anestesia él se va a asolear a la terraza, a hacer abdominales, y va sin calcetines. Es chistosísimo…

Los sábados y domingos, al principio, Gabriel siempre me ponía pretextos, que no me podía ver por una cosa o por otra. Como unos cinco sábados y unos cinco domingos me lo hizo… Y entonces era porque se iba al Jockey con todos sus amigos y con todas sus gentes, y digo, es que ya tenía su grupo desde hacía muchos años y le gustaba ir a entrenarse, a romper aceleradores en el autódromo y hacer saltos mortales y volteretas con el coche para que se les cayera la baba a sus cuates ¿no? Por eso empezó con lo de los sábados y domingos, y como a la cuarta o a la quinta vez que pasó, entonces yo fui la que implantó nunca vernos ni un sábado ni un domingo. Él se puso como chango, claro, molestísimo, y entonces fue cuando comenzó a querer verme también los fines de semana. Pero ya había intimado mucho con Mauricio, que era, que fue durante muchos años, incluso no sé si ahora todavía, campeón de yudo y karate, cantante de moda y administrador de su propia fábrica. Un muchacho muy simpático, muy alegre, deportista y cantante, ya sabes. Entonces salía con él y salía con Gabriel Infante. Entonces Gabriel hizo un viaje a Europa y cuando regresó cargado de trofeos y medallas, yo andaba definitivamente con Mauricio. Y cuando regresó empezó, cómo te explicaré, quiso formalizar nuestras relaciones para casarnos y demás, y yo no me atrevía a decirle nada de Mauricio y tampoco me atrevía a cortar a Mauricio sin explicación, este, y era una situación espantosa.

Porque me llegaron a pasar cosas como ésta… No sé si te acuerdas, pero llegaste a conocer mi casa del Pedregal ¿verdad? Tenía dos entradas, una por el garach, que entrando entrando llegabas al despacho de mi papá ¿no? Y otra que daba a un pasillo que te llevaba a un recibidor y a la sala ¿verdad? Al mismo tiempo podías salir del despacho primero al garach y luego a la calle, es obvio ¿no? Entonces fíjate… Gabriel sabía que existía Mauricio. Ellos eran amigos, pero de esos amigos que al principio apostaron para saber quién me ligaba, y que después se dejaron de ver por diversas cosas, de manera que casi nunca se veían, jamás. Entonces fíjate, estaba platicando una tarde con Mauricio en el despacho, y entonces que tocan y va mi hermano a abrir la puerta. Tocaron en la puerta, y grita ¡Gabriel Infante en persona! Para que yo me diera cuenta ¿no? Cómo te va manito, que no sé qué, el gran premio Daytona, los pits… Y le dijo vente, vente a mi recámara, te quiero enseñar unas revistas… Porque mi hermano no sabía qué hacer con él ¿verdad? Y entonces le dijo ven, no sé si está mi hermana, ahoritita mandamos preguntar para ver si está… Y claro que él sabía que estaba yo en el despacho. Y en ese momento digo ay, Mauricio, llévame corriendo a la farmacia. Y me dice para qué. Y le digo ay, es que tengo que comprar unas pastillas, llévame corriendo, por favor, las necesito… Y me dice pastillas para qué. Y le digo no sé, no sé para qué, pero las necesito, vámonos rápido. Y fíjate, salimos disparados. Dijo estás loca, y salimos disparados.

Él iba a irse a una cena y por lo tanto iba vestido elegantísimo. Ah, y además de todo este enredo, yo también iba a ir a una fiesta a la que pensaba ir sin ninguno de los dos, ni Gabriel ni Mauricio. Iba a ir con un pretendiente mío y con La Vestida de Hombre, un tipo chistosísimo, doctor en leyes. A cada rato decía ay, qué bruto, eres inteligentísima. Y yo bueno ¿por qué soy inteligentísima? Tapiz de Seda, en eso consiste tu inteligencia, porque mira, estamos en una plática de cultura, hablando de pintores famosos, de literatura, de música clásica, y tú ¿qué haces? Exactamente lo que haría cualquier persona inteligente… Quedarte callada, observando, porque la gente que todo lo sabe no necesita hablar… Y entonces yo le decía estás equivocado, no hablo porque no sé, no sé nada de esas cosas. ¡Qué barbaridad, eres la modestia personificada! ¡Eres La Modestia! Y yo le decía mira, con una chingada, no me trates de idealizar, entiéndelo, soy como soy…

Total, ahí tienes que Mauricio me lleva dizque a comprar las pastillas hasta la farmacia. Llegamos a la farmacia Insurgentes y entonces se baja del coche y me dice qué pastillas te compro. Y le digo las que quieras, las que quieras. Y yo mordiéndome las uñas. Me mordía las uñas… Y me dice gorda, cómo que las que quiera pues ¿de qué estás enferma? Y le digo bueno, cómprame unas vic de frambuesa, cómprame por favor… Y en eso veo pasar por Insurgentes a Gabriel Infante con el escape abierto y todo el espectáculo. Ay, se había convertido en un tormentoso…

En el camino le había dicho a Mauricio y luego me llevas a casa de Las Tapatías y allí me dejas. Entonces ya habíamos quedado en eso, pero cuando vi venir a Gabriel, cuando lo vi pasar por Insurgentes, pensé que ya no tenía caso y entonces le dije siempre no me lleves a casa de Las Tapaderas… ¿Por qué? Entonces le dije fíjate que ya lo pensé mejor, fíjate que ya no las voy a ver porque me acordé de una cosa que tengo que llevarles. Mejor llévame a mi casa… ¡Sángüiches de esperma! Al llegar a la casa cuál va siendo mi sorpresa, digo, mi terror, el baño de agua fría… Me había equivocado de coche y no era Gabriel a quien vi pasar por Insurgentes. Gabriel seguía en mi casa, allí estaba su coche todo cromado y con escapes churriguerescos… ¡Allí estaba su armatoste!

Ay, le dije a Mauricio, ya no entres, para qué, te voy a entretener, mejor aquí platicamos un ratito y ya te vas ¿no? En eso me dice sí, deveras, ya me tengo que ir porque se me va a hacer tarde para la cena… No, ya ni te preocupes, además yo tengo miles de cosas qué hacer. Y me dice de quién es ese coche tan fumado, desde que salimos de la casa está ahí y cuando llegué no estaba… Quién sabe tú, quién sabe de quién será… Y entonces fíjate, entonces me dice bueno, me dice entonces ya me voy… Y ya se iba cuando hace así para darme un abrazo para despedirse, y que se la va cayendo un botón del saco… Entonces le dije ahoritita te lo pongo, no te bajes, ahoritita traigo una aguja y el hilo, te lo coso aquí, rapidito… Pero entonces pensé si éstos me cachan, si Mauricio se da cuenta de Gabriel, entonces sí me va a ir de la patada… Además yo tenía un susto de muerte, no de que me fueran a pegar a mí, no, por supuesto, pero entre ellos, olvídate. ¡Drama pasional! ¡Tremendo drama pasional! Imagínate, y nada más por lo idiota que soy.

Y entonces, este, me bajé. Ah no, mejor bájate, vamos a que te lo cosa allá adentro. Ya no me quedaba otra. Gabriel podía salir en cualquier momento. Y cuando entré, tú, imagínate el cuadro. En el despacho estaba La Tapatía Chica con sus piernitas subidas en un mueble y los brazos cruzados. Mi hermano estaba jugando con un lápiz en el escritorio, haciéndose el idiota, y Gabriel, que estaba con un soplo en el corazón… De verdad, con un soplo en el corazón, blanco, blanco, blanco, con los labios morados morados, te lo juro por Dios, así, recargado en un sillón, esperando con los demás a que yo regresara porque había notado algo sospechoso… Y además mi hermano, como que se sentía Dama de la Caridad, el pendejo, le contó, le dijo, se sinceró… Pues fíjate mano, pues la verdad es que mi hermana estaba aquí y salió con Mauricio, quién sabe a dónde se habrán ido. Y le contó la verdad porque no supo mentir. Entonces ya te imaginarás… Cuando yo regresé, bueno, para esto cada día yo le juraba que iba a terminar con Mauricio, fíjate. Y nunca terminaba ¿no?

La princesa del Palacio de Hierro
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