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—…Todo este asunto fue una locura —decía pensativo el padre de Rolf—. ¡Una absoluta locura! Por otro lado, ¿qué importa? La nave partió sin contratiempos, salvo esa breve demora de dos minutos en el último instante…
—¿Cuál fue la causa? —inquirió la madre de Rolf—. No me lo dijiste.
—Una de esas cosas que ocurren una en un millón —respondió el padre de Rolf, descartando la demora con un ademán—. Una conexión suelta en el cablerío de la ignición. Cuando volvimos a empezar y probamos de nuevo, la luz era blanca y no había indicios de que nunca hubiera sido otra cosa. Pero no me refiero a eso…
En su silla, junto a la mesa del desayuno, Rolf se movía, inquieto. Sabía que Rita lo estaría esperando ya en su casa, pero no se atrevía a llamar la atención sobre sí abandonando la mesa. Su padre, como casi todos los hombres bonachones, tenía una o dos manías. Una de ellas era que toda la familia se reuniera para el desayuno.
—… Después nunca nos vemos —solía decir—. Lo menos que podemos hacer es sentarnos y desayunar como la gente antes de comenzar el día.
Todo lo cual, por supuesto, no significaba que Rolf no pudiera abandonar la mesa… pero haciéndolo molestaría a su padre, y la reacción de su padre, cuando se lo molestaba, era ponerse a recordar de pronto todas las preguntas que normalmente nunca llegaba a formularle a Rolf. Por ejemplo: ¿Dónde había estado ayer todo el día, y por qué no había utilizado su pase de pariente directo para presenciar el lanzamiento del cohete, y qué había estado haciendo últimamente, en suma? Rolf podía perder más tiempo que si se limitaba a quedarse sentado esperando a que su padre recordara que era hora de irse a la oficina.
—Casi como para hacer que uno crea en los duendes —decía su padre.
—¿Duendes? —repitió la madre de Rolf mientras procuraba dar a la bebita una cucharada de mermelada de manzana sin que la mitad se volcara en el babero floreado que rodeaba el cuello de la pequeña.
—Duendes, pequeños alborotadores imaginarios que siempre están tratando de impedir que las cosas funcionen bien —dijo el padre de Rolf con otro ademán—. Alguien los imaginó durante la Segunda Guerra Mundial, según creo. No me refería seriamente a creer en ellos. Aunque es cierto que hay toda clase de cosas…
Sus pensamientos vagaron.
—¿Qué cosas querido? —preguntó la madre de Rolf mientras limpiaba la barbilla de la niñita con el babero.
—Bueno, esa cuestión de la que informaron los guardias acerca de unas personas que corrían por todas partes en motocicletas.
—¿Las encontraron? —inquirió la madre de Rolf—. La cajera del supermercado decía…
El papá de Rolf lanzó un resoplido. Casi se parecía a Shep.
—¡Ya oí los rumores! —dijo—. ¿Bicicletas subiendo a trescientos kilómetros por hora por un lado del EMV y bajando por el otro? ¿Bicicletas saltando por encima del Estrado de la Prensa? Ridículo. Además, si realmente hubo alguien involucrado en algo semejante, ¿cómo habían salido del Centro Espacial cuando cada agente y automóvil de vigilancia los estaban buscando? En fin, al menos todo va bien con la espacionave. Los astronautas están informando que todo funciona con absoluta perfección. ¡No hay duendes a bordo de la espacionave!
Rolf se esforzó para mantener la seriedad. El señor Gunnarson estornudó.
—¿Te estás resfriando? —inquirió la madre de Rolf, mirando de pronto a su marido.
—No… no, no lo creo, —repuso este—. Pensaba no más en ese ataque de estornudos que tuvieron todos en el lanzamiento, uno o dos minutos después de que se anunció la demora. Nadie sabe nada de esto tampoco. Se piensa que alguna nube de polen poco común fue traída por el viento más o menos a esa hora. Bueno, ya ves. Por todos lados cosas sin sentido… —Señaló el diario que acababa de abandonar—. Cinco o seis senadores nacionales opuestos al proyecto de ley sobre Protección a la Naturaleza quedaron atrapados en un ascensor que se detuvo entre dos pisos y así perdieron la oportunidad de votar contra el proyecto. Fue aprobado… Cierto propietario de barco que venía introduciendo gente en la zona de Playalinda para presenciar lanzamientos, introdujo su embarcación en la playa y quedó varado. Lo apresaron. Afirmó que iba a entrar en un canal hecho por un amigo suyo meses atrás… solo que alguien había trasladado el canal. ¡Disparates! Lo cierto es que le erró a la entrada del canal por cincuenta metros o más. Debe haber estado ciego. Aquí dice, además, que según parece el Programa Espacial va a recibir ayuda financiera, de modo que el Laboratorio Espacial puede iniciar estudios más vastos sobre cómo combatir la contaminación aérea y la erosión del suelo mientras explora en busca de más depósitos de recursos naturales.
—¿Acaso el Laboratorio Espacial no estaba haciendo ya mucho de eso, de todos modos? —preguntó la madre de Rolf mientras levantaba a la hermanita menor de su silla alta.
—Por supuesto. Aunque es asombroso qué pocos parecen saberlo —repuso el señor Gunnarson—. Con todo, esto hará mucho más importante aquí esa parte del trabajó. Lo cual me recuerda… la sorpresa que les anuncié para después del lanzamiento. Se me ha propuesto dedicarme a este nuevo trabajo de estudio ecológico…
—¿Tú? —exclamó Rolf, mirándolo con fijeza.
—Sí. Es un proyecto que acaricio desde hace un tiempo… No quería decirles nada a los dos porque no estaba seguro de que fuera aprobado. Pero ahora todo está preparado. Yo sería Director Técnico en él —continuó pensativo el señor Gunnarson—. Quiere decir que de vez en cuando tendría que viajar a distintas partes del mundo, pero quizá pudiéramos ligar algunos de esos viajes con las vacaciones familiares.
—¡Vaya, me parece maravilloso! —exclamó la madre de Rolf—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Bueno, estabas dormida cuando llegué a las cuatro de la mañana, después que finalizó el lanzamiento —respondió su marido—. Además, el único momento en que esta familia se reúne es en el desayuno, y pensé que debíamos conversarlo juntos.
Miró a Rolf, que lo miraba a su vez con fijeza, y le preguntó:
—¿Qué opinas, Rolf?
Este tragó saliva.
—¡Bárbaro! —exclamó apresurado mientras se levantaba de la mesa—. Pero ahora tengo que irme: Rita me está esperando.
—Rita. Qué bien —dijo su madre—. Me alegro mucho de que dediques algún tiempo a tus amigos, por fin.
—De paso, no me pediste un pase de pariente directo para el lanzamiento —comentó Gunnarson—. ¿Adónde estabas ayer?
—Oh, por ahí no más —contestó Rolf casi al salir.
—Y ahora que lo pienso —prosiguió su padre—, ¿no me pediste una bicicleta de diez velocidades hace como una semana?
—Eh… bueno —respondió el muchacho mientras se acercaba de costado a la puerta de la cocina—, creo que mi vieja bicicleta de tres velocidades es bastante rápida, papá. De veras.
—Pero…
—¡Tengo que irme! —exclamó Rolf. Se escabulló por la puerta de la cocina y solo se detuvo brevemente en el pasillo para retirar una toalla del armario.
—¿Adónde van, querido? —le gritó su madre.
—¡A nadar! ¡A la piscina! —le contestó Rolf mientras salía por la puerta del fondo.
Allí lo esperaba su bicicleta, con su traje de baño ya en el soporte. Le agregó la toalla y subió pensando: «Aguarda a que se lo cuente a Rita»…
—Creí haberte oído decir… —una sombra que era el rostro de su padre le habló a través de las cortinas de la ventana semiabierta de la cocina— que no podías nadar porque te molestaba la pierna…
—¡Oh, mi pierna está muy bien! —le contestó Rolf—. Hace semanas que lo está. ¡Hasta luego!
Y partió pedaleando.
—Ese muchacho… —oyó que comentaba su padre a sus espaldas, pero el resto de las palabras quedaron atrás.
Rolf atravesó la calle en su bicicleta, bajo el sol matinal, y por un segundo volvieron a su mente las palabras de su padre acerca del nuevo puesto y las vacaciones familiares. Su padre… ¡nada menos! Por un instante se sintió agudamente incómodo pensando en qué mal había juzgado a su papá. Después la incomodidad fue disipada al pensar en los viajes. Realmente sería extraordinario andar por todo el mundo. Cuando se lo dijera a Rita y a los demás chicos de la escuela… Tendría que preguntar a Baneen cómo se hacía para encontrar a los duendes locales en otros sitios, cuando llegase allá. Se preguntó si los perros de España o Japón hablaban español o japonés, o si podría entenderles tal como aún podía entender a Shep…
No tenía sentido desperdiciar el hecho de que podía ver a los duendes y hablar con los animales.
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