Capítulo XVI. La Curia Regia y las asambleas regnícolas
El Palatium regis o la Curia Regia
En la monarquía astur-leonesa el instrumento esencial que los monarcas utilizaban para el gobierno del reino había sido el llamado Palatium regis. Lo mismo sucederá en el reinado de Alfonso VI y en el de sus sucesores hasta Alfonso X. En el reinado de este último monarca la llamada Curia Regia habrá adquirido ya tal densidad y complejidad funcional y organizativa que se hará preciso el desdoblamiento definitivo en varias instituciones bien diferenciadas. El cambio de nombre de Palatium regis a Curia Regia se inició en el reinado de Alfonso VI por influjo borgoñón, tan extendido en la familia y en la corte de este monarca.
La composición de la Curia Regia era un tanto variable y no todos sus componentes participaban en todas las tareas de la misma. Además, el carácter itinerante de la monarquía leonesa contribuía a la presencia de unos miembros y al alejamiento de otros, según el lugar donde se encontraba el monarca, lo que incrementaba la movilidad de los miembros de la curia ordinaria que asesoraban al rey en el gobierno cotidiano del reino.
Otro era el caso de las curias extraordinarias o asambleas a las que el rey convocaba a las dignidades seculares o eclesiásticas de una comarca o de todo el reino para tratar asuntos de carácter general que podían afectar a una parte o a la totalidad del reino, o para tratar temas de gran trascendencia y relevancia. Del desarrollo de estas curias extraordinarias nacerán más adelante las Cortes.
También aparecen en la documentación del reinado otra clase de asambleas de carácter judicial, que se reunían en torno del rey o de los delegados del monarca para dirigir y fallar un litigio particular. En estas asambleas judiciales participaban desde grandes magnates en los asuntos de mayor importancia, hasta simples vecinos de algún lugar en pleitos de menor cuantía.
Integraban la Curia Regia en primer lugar los miembros de la familia real que por su edad eran capaces de participar en las reuniones de la misma, esto es, la reina, las hermanas del rey, las hijas del rey con sus esposos borgoñones y, cuando tuvo edad, precediendo a todos, el hijo y heredero de Alfonso VI, el infante don Sancho.
Tras los miembros de la familia real subscribían los diplomas otorgados por el rey como miembros de la Curia Regia las dignidades eclesiásticas, esto es, los obispos todos del reino y los más destacados de los abades. Algunos de estos obispos figuran en el entorno habitual del rey, pero esto no permite hablar de obispos palatinos o áulicos, como si no tuvieran diócesis propia. Otra cosa es que al gozar de la plena confianza del monarca, este no retuviese a alguno de ellos a su lado durante largas temporadas. Esto no sucedía con los abades. La presencia de los mismos venía condicionada por el territorio donde se hallaba Alfonso VI en cada momento.
Seguían a los obispos los magnates que habían recibido el título de comites regis, esto es, de compañeros del rey o condes. Este era un título personal no ligado a ningún territorio ni tampoco hereditario, aunque con frecuencia alguna de las grandes familias lograse ser honrada con este título en algunos de sus miembros durante varias generaciones. A veces cuando un vástago de un conde no había recibido aún el título, subscribía gloriándose de ser filius comitis, hijo de conde.
Próximos a los condes o comites integraban también la Curia Regia otros magnates que no habían alcanzado el rango condal, pero que aparecen con cierta continuidad al lado del monarca interviniendo al igual que los condes en los asuntos de gobierno y asesorando al monarca. En los diplomas suelen figurar a continuación de los condes, a veces divididos territorialmente bajo las rúbricas de Kastella, de legionense provintia, de Toledana militia.
Además de esta doble clase de magnates integraban a un nivel inferior la curia la llamada Schola regis, que eran oficiales de alto o medio rango que ejercían diversas funciones en la vida de la corte y en el despacho de los negocios. Finalmente, a veces en los documentos regios aparecen también los llamados fideles regis, que eran infanzones o caballeros al servicio inmediato del monarca y ligados a él con un vínculo especial de fidelidad o vasallaje. Estos caballeros, si prestaban servicio en palacio, se integraban en la Schola regis.
La domus regia o mensa regalis
Dentro del Palatium o Curia Regia cabía distinguir la llamada domus regia o mensa regalis, nombre con que se designaba al conjunto de los oficiales palatinos que ejercían algún oficio determinado dentro de las actividades de la administración o en la dirección de los servicios de la casa del rey.
Al frente de esta casa y dirigiendo a los demás oficiales se encontraba el maiordomus, que algunas veces se presenta como el maior in domo regis o maior super mensam regalem, que también era llamado equonomus y raramente dispensator y architriclimus. Era, sin duda alguna, el oficial más importante de toda la administración después del rey, y al que encontramos, según los diplomas, en la mayor proximidad del monarca. A él le correspondía toda la responsabilidad de la administración económica de la casa del rey, que no se distinguía de la economía del reino. Ningún mayordomo ejerciente gozaba del título de conde, y sólo uno, Pedro Ansúrez, recibió esa dignidad al cesar como mayordomo.
Bajo la autoridad del mayordomo aparece un maiordomus minor, que parece desempeñar un oficio subordinado que otro diploma designa como ciber dispensator, esto es, el encargado de los víveres o vituallas. Otros oficiales menores que registra la documentación son el stabularius o caballerizo; el repostarius o despensero; el possatarius o aposentador, cargo de gran responsabilidad dado el carácter itinerante de los monarcas leoneses; el pincerna regis o copero; el quoquinarius regis o jefe de la cocina; y el prepositus vini, responsable del suministro del vino para la casa del rey.
Además de estos oficios de carácter doméstico encontramos en el palacio de Alfonso VI, que fue el primer monarca astur-leonés que acuñó monedas, el oficio de prepositus omnium mearum monetarum o jefe de moneda del rey; también destacaba entre los oficiales el erarius regis, al que suponemos encargado de la administración económica de la casa del rey a las órdenes del mayordomo. Más modesto era el oficio de portarius o portarii regis, que eran los mensajeros o encargados de transmitir las órdenes reales.
La dirección de la capilla real fue ostentada, al menos durante algún tiempo, por don Raimundo, obispo de Palencia, pero lógicamente, aunque este cargo estuviera atribuido a un obispo, tenía que tener un delegado permanente junto al rey, que a partir de este reinado recibirá la denominación de capellán del rey. Bajo sus órdenes colaboraban varios clérigos con el nombre de presbiteri regis o clerici regis. Estos clérigos no se limitaban al servicio de la capilla, sino que también eran los encargados o responsables de la redacción de los documentos que emanaban del rey.
Todavía en los años de Alfonso VI no existía un canciller con este nombre que dirigiera la secretaría del rey; muchos documentos los redactaban los mismos destinatarios de los favores y donaciones regias, pero también aparecen al lado del rey algunos clérigos que cada vez con más frecuencia son los que dan forma a los diplomas emanados de la voluntad real. Estos clérigos usan unas veces la denominación de notarius o notarius regis, otras simplemente la de scriba o scriba regis, aunque parece que cabe distinguir una doble función en la expedición de los diplomas: el notarius era el responsable de redactar el documento y el scriba el que ponía por escrito lo redactado por el notario. Era el principio de una estructuración para la futura cancillería real.
También correría a cargo de estos o de otros clérigos los aspectos culturales de la casa del rey. Se registra la existencia de un gramaticus, miembro de esa casa del rey, a quien este designa como juez en un pleito de cierta importancia; otro gramaticus regis, de nombre Alo, aparece en la documentación privada. También conocemos el año 1107 el nombre de pedagogus et maiordomus del infante don Sancho, llamado Pelayo Fernández, que subscribe un documento en lugar destacado tras el mayordomo y el alférez del rey.
El otro gran oficio del Palatium o de la casa del rey era el alférez o armiger regis, que era el jefe de la guardia y portaestandarte del rey, llamado siempre con este nombre de armiger; sólo en dos ocasiones es sustituido el nombre de armiger por la perícope descriptiva arma gerens post regem, o sea, el que lleva las armas tras el rey. Del mismo modo que el mayordomo, ninguno de los armiger regis estaba en posesión del título de conde en el momento que ejercía el mencionado oficio, aunque tres de ellos sobre unos quince alcanzarán esa dignidad después de cesar en el cargo.
Asambleas regnícolas: curias ordinarias y extraordinarias
A la hora de tratar de presentar un cuadro lo más exacto posible y una clasificación de las reuniones y asambleas que el rey celebraba con sus colaboradores y consejeros tropezamos con la indeterminación de las fuentes que reflejan la inexistencia de una delimitación rígida entre ellas. De aquí que los diferentes autores hayan propuesto diversas clasificaciones.
A las reuniones más sencillas, que nosotros hemos designado con el nombre de curia ordinaria, junto al rey que la presidía y dirigía, asistían los miembros de la familia real, los altos oficiales de la casa del rey, los condes y magnates presentes en ese momento en la corte y también los obispos y los grandes oficiales territoriales que se hallasen en el lugar de la reunión.
No podemos asignar ninguna periodicidad a las mismas, dado que apenas se han conservado noticias precisas de su convocatoria y celebración; únicamente la abundancia de confirmantes en un diploma regio parece indicar que el tema fue acordado en una curia que reunió a esos confirmantes. Esta circunstancia sólo nos es expresamente señalada en un único diploma de Alfonso VI, al afirmar que el acuerdo se tomó en una reunión en la que estuvieron presentes todos aquellos cuyo nombre se consigna más abajo.
Esta misma curia ordinaria es la que asesoraba al monarca cuando se sentaba en la primera fase de un litigio a oír los alegatos de las partes y a fijar las pautas que debía seguir el proceso, o en un momento posterior, cuando ya la curia se reunía con el rey para pronunciar el fallo. Son muchos los diplomas judiciales que, conteniendo un litigio y su solución, han llegado hasta nosotros. Ellos nos permiten reconstruir con detalle las fases del proceso y el valor concedido a las pruebas; estos diplomas reciben el nombre de plácitos.
Estas curias judiciales se distinguían de las ordinarias porque en ellas además de la presencia e intervención del rey y de su séquito solían participar otros elementos más populares, socialmente ajenos al círculo magnaticio.
Las curias extraordinarias suponían una convocatoria del rey a los magnates eclesiásticos y laicos, que permanecían alejados de la corte. En ellas se encuentra el germen de las futuras Cortes, cuando además de los obispos y nobles sean también llamados los representantes de los concejos, que entre tanto han llegado a constituir un tercer poder en el reino por su desarrollo económico y valor militar.
La divisoria entre ambas clases de curias, las ordinarias y las extraordinarias, no era tan neta como pudiera creerse a primera vista, pues entre unas y otras hallamos ciertas curias en las que participan, además de los miembros de la ordinaria, otros nobles o prelados de una determinada región o comarca. Como era el monarca el que convocaba a la curia a quien creía debía participar en ella, es lógico que el alcance y la conformación puedan variar de una a otra siguiendo la voluntad regia.
El caso más típico de curia extraordinaria lo representa la convocada en Toledo el 18 de diciembre de 1086, en la que se procedió a la designación de don Bernardo como primer arzobispo de la ciudad reconquistada, a la consagración solemne de la que fuera mezquita mayor en la época musulmana, convertida en catedral de Santa María, y a otorgar una opulenta dote a la nueva Iglesia toledana. A esta asamblea nos dice el rey que ha llamado a los obispos, abades y magnates de su imperio.
Otra curia extraordinaria, y muy amplia en su convocatoria, es la que tuvo lugar en septiembre de 1089 en Villalpando. En un plácito que fue expedido en esa ocasión al rey Alfonso VI, nos declara que lo ha aprobado con el parecer y consejo de sus condes, de sus barones y de los más distinguidos de su schola y de los más destacados de su tierra, todos ellos convocados a su curia.
Sin embargo, quizás la curia extraordinaria más importante, que ha dejado su huella en dos diplomas, es la celebrada a partir de la segunda quincena de 1072, que tuvo por objeto la restauración de Alfonso VI en León y su instauración como rey en Castilla y Galicia, y a la que asistieron obispos, condes y magnates de los tres reinos.
La Historia compostelana nos da cuenta de otra curia extraordinaria celebrada el año 1109 en León, donde el rey reunió «a todos los nobles, condes y príncipes de Galicia». Se trataba de declarar por voluntad de Alfonso VI a su nieto Alfonso Raimúndez heredero en Galicia de su padre, y que como tal fuera jurado por los magnates gallegos.
La familia del rey
Ya hemos señalado cómo eran los miembros de la familia del rey, los que acompañan a este más de cerca en el otorgamiento y en la confirmación de los actos regios tal como estos nos son documentados. En primer lugar, al lado de Alfonso VI figuran las cinco esposas con las que sucesivamente estuvo unido por el lazo del matrimonio, cuyo nombre figura en más de setenta diplomas reales, sobre todo a partir del año 1090, en que se hace regla el consignar en todos ellos el nombre de la reina: Inés (1074-1078), Constanza (1079-1093), Berta (1094-1099), Zaida-Isabel (1100-1107) y Beatriz (1108-1109).
Como es lógico, la documentación regia ignora la existencia de las dos amantes del rey. Ni Jimena Muñoz ni Zaida (Isabel), antes de su matrimonio con el rey, forman parte de la familia del mismo, aunque le hubieran dado dos hijas y un hijo, y por lo mismo su nombre no aparece para nada en esa documentación.
Tras el rey y la reina el lugar más destacado en la diplomática regia le correspondió, durante los ocho años en que por el matrimonio de su padre se vio elevado a la categoría de heredero del reino, al infante don Sancho, nacido probablemente hacia 1094 y muerto en Uclés el 30 de mayo de 1108. Las crónicas posteriores señalan como ayo del infante al conde García Ordóñez, el especial enemigo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y adornan la muerte del infante con una serie de detalles legendarios. Un año antes, el 8 de mayo de 1107, era su mayordomo y pedagogo, como hemos dicho, don Pelayo Fernández; no sabemos cómo se compaginaban estos oficios cerca del infante con el carácter de ayo que las crónicas atribuyen al conde García Ordóñez.
Cuando el infante murió en la rota de Uclés, según las crónicas era todavía un párvulo, aunque capaz de cabalgar, lo que muy bien se compagina con la edad de catorce o quince años que le atribuimos. Con ocasión de un diploma subscrito el año 1107, la Historia compostelana nos da la noticia de que su padre le había ya colocado al frente del gobierno de Toledo. El infante Sancho confirma los diplomas paternos de los años 1103 a 1107, que lo designan como puer, infans, regis filius o Toletani imperatoris filius. Sólo un diploma regio alude a su carácter de heredero presentándolo como regnum electus patrifactum, esto es, «elegido para el reino construido por su padre».
El nombre de las hermanas del rey, las infantas doña Urraca y doña Elvira, figura en la nómina de los confirmantes de los diplomas de su hermano casi tantas veces como el de las reinas. Su presencia en la curia y en el quehacer público del gobierno del reino, al no haber contraído matrimonio, revistió cierta continuidad y relevancia que vienen a confirmar el influjo que los cronistas atribuyeron a Urraca en las decisiones de su hermano.
Sobre todo es notable el relieve político de Urraca. Ya las crónicas recogieron sus intervenciones decisivas, siempre a favor de Alfonso, en las rivalidades que enfrentaron a los dos hermanos. Luego de muerto Sancho, en algunos diplomas, los primeros emitidos por Alfonso tras su regreso del destierro, el nombre de Urraca figura al lado de su hermano lo mismo como otorgante que como corroborante en negocios que nada tenían que ver con el infantazgo, del que era titular junto con su hermana, ni con otros bienes propios de ella.
Su posición en la diplomática del año 1072 era la de una correina con su hermano Alfonso. En los años sucesivos la documentación sigue reflejando el poderoso influjo de la infanta Urraca en el gobierno del reino, aunque más mitigado. Sólo con la llegada de la reina Constanza la presencia de Urraca en los diplomas de Alfonso VI adoptará tonos más discretos. La infanta doña Elvira sabemos que fue la encargada de la crianza de su sobrina nieta, la infanta doña Sancha, hija de la futura reina Urraca y de don Raimundo de Borgoña, y hermana del futuro emperador Alfonso VII.
Las dos infantas van a morir con escasa diferencia de tiempo. Los Anales castellanos segundos registran la muerte de la infanta doña Elvira el año 1099, y los Anales toledanos primeros a su vez consignan la muerte de doña Urraca el año 1101. Un diploma expedido por la infanta Elvira supuestamente datado el 13 de noviembre de 1100 y en que dice que se encuentra próxima a la muerte es anterior al 16 de enero de 1100, y su contenido ya es citado por el rey Alfonso VI. Probablemente la verdadera fecha del tal diploma es el 13 de noviembre de 1099. En este caso la infanta habría muerto en noviembre o diciembre de 1099.
Después de la anexión de La Rioja, del País Vasco y de parte de Navarra al reino de Alfonso VI, varios diplomas de este, casi todos referentes a La Rioja, darán cabida entre los confirmantes destacados a varios hermanos e hijos del rey navarro asesinado en Peñalén. Estos miembros de la familia real navarra acogidos por Alfonso VI son tres hermanos legítimos del rey navarro llamados Urraca, Ermesinda y Ramiro, dos hijos legítimos del mismo monarca, de nombre García y Estefanía, y también otro hermano llamado Sancho, pero de origen ilegítimo, cuyo hijo se casaría con una hija del Cid Campeador. Todos estos príncipes navarros vivirán acogidos por Alfonso VI y bajo su protección.
Urraca, hija de Alfonso VI, y su matrimonio con Raimundo de Borgoña
Alfonso VI tuvo a lo largo de su vida cinco hijas, tres de ellas nacidas en legítimo matrimonio, y dos más fruto de su relación extramatrimonial con la noble dama berciana Jimena Muñoz. La primera de sus hijas fue la infanta Urraca, hija del monarca y de la reina doña Constanza, y que será la heredera y sucesora de su padre al frente del reino leonés. Su presencia en los diplomas de Alfonso VI irá unida a la de su primer esposo, el conde don Raimundo de Borgoña.
Raimundo era hijo de Guillermo el Grande, conde de Borgoña, que había muerto en 1087, y nieto de Renato, igualmente conde de Borgoña. Con frecuencia se le ha presentado como sobrino de la reina Constanza de Borgoña, cuando en verdad no le unía con ella ningún parentesco de sangre, ya que Constanza procedía de la casa ducal de Borgoña y Raimundo de la casa condal del mismo nombre, que eran totalmente diversas. El único lazo que el árbol genealógico de ambos revela es el de afinidad, a saber, un hermano de Constanza había casado con una tía, hermana del padre de Raimundo, o sea que Raimundo era sobrino carnal de una cuñada de la reina Constanza.
Las otras dos hijas legítimas tuvieron como madre a la reina Isabel, antes de su bautismo Zaida, y recibieron los nombres de Sancha y Elvira. Nacidas entre el año 1101 y 1107, por su corta edad no alcanzaron a figurar en los diplomas de su padre Alfonso VI. Sancha contrajo matrimonio con el conde don Rodrigo González de Lara, y viuda del mismo, la encontraremos en la documentación designada como la condesa doña Sancha; Elvira casó con Roger II de Sicilia y marchó al reino de su esposo.
Las dos ilegítimas, hijas de la dama berciana doña Jimena Muñoz, llevaron los nombres de Elvira y Teresa. Elvira fue dada en matrimonio al conde Raimundo IV de Tolosa, trasladándose junto a su marido. En cambio, Teresa, casada con otro de los vástagos borgoñones llegados a España, desempeñará un gran papel en la historia peninsular y con su esposo, don Enrique de Borgoña, será protagonista del nacimiento del reino de Portugal.
La fecha de la llegada al reino de León del conde don Raimundo de Borgoña ha sido objeto de minuciosas investigaciones entre las que destacan las del profesor portugués Paulo Meréa. No existe ningún documento fidedigno que testimonie directa o indirectamente la presencia en España de Raimundo de Borgoña con anterioridad al año 1092. Todo lo que algunos investigadores han aducido a este respecto han sido diplomas falsos, apócrifos o mal datados. Un diploma de la fecha citada es el primero en consignar el nombre del conde Raimundo, pero sin hacer constar todavía su matrimonio con la infanta Urraca.
El profesor Reilly cita como primer testimonio de la presencia del conde Raimundo en España «un documento privado con fecha de 27 de febrero de 1091 (AHN, Clero, Carpeta 1325B, n.° 18)». Sin embargo, examinado el mencionado diploma, perteneciente a la catedral de Lugo en relación con el coto de Santa Comba, resulta estar datado en fecha muy distinta, el 29 de mayo de 1101:
«Facta series testamenti huius in era Mª.CXXXVIIIIª. et quot. IIIº kalendas magias. Regnante rege Adefonso in Toletula et comes Raimondo en Gallecia. Presidentes domno Petro IIº aepiscopo in lucense ecclesia».
Que se trata del año 1101 y no del 1091 lo confirma la datación por el obispo don Pedro, que comenzó su episcopado hacia el año 1098. En todo caso, su antecesor don Amor gobernó la iglesia lucense del año 1088 al 1096.
Así pues, el documento más antiguo conocido que menciona al conde don Raimundo es del año 1092. Se trata de un documento de la catedral de Burgos, sin indicación del mes ni del día, expedido en Nájera por el conde Rodrigo Ordóñez. Es datado por el «rey Alfonso reinando en Toledo, León y Castilla y bajo su autoridad su yerno el conde Raimundo en Galicia». El mismo conde borgoñón, al confirmar años después una carta de Sisnando, el gobernador de Coímbra, datada el 11 de febrero de 1088, nos declara que él había recibido el gobierno de dicha tierra después de la muerte de Sisnando, el cual sabemos había fallecido el 15 de agosto de 1091. Basados en estos datos cronológicos datamos la llegada de don Raimundo de Borgoña al reino leonés, su matrimonio y su nombramiento como gobernador de Galicia y Portugal, en el año 1091 o a lo sumo en 1092.
Otros muchos diplomas nos presentan a don Raimundo como tenente de varios gobiernos, además de Galicia. Entre estas tenencias se enumeran expresamente las de Zamora, Coria y Grajal. Las dos primeras constituían una ampliación de su gobierno de Galicia y Portugal; la de Grajal era el lugar de residencia del conde en la llanura leonesa, cerca de la ciudad regia de León y de Sahagún, la villa favorita de Alfonso VI. A Grajal se retiró enfermo don Raimundo de Borgoña el año 1107. Allí recibió la visita de su suegro, falleciendo poco después, el 20 de septiembre de ese mismo año. Diego Gelmírez trasladó su cadáver a Galicia, dándole sepultura en la catedral de Santiago de Compostela.
La supuesta participación del conde Raimundo en el ejército, que dirigido por el duque de Eudes de Borgoña, el sobrino de la reina Constanza, entró en España en el otoño del año 1086, y en la visita que este pudo hacer meses después a su hermana, en la cual ocasión celebraría esponsales o promesa de matrimonio con la infantita de seis años de edad, carecen de toda prueba cronística o documental y no pasan de conjeturas sin ningún fundamento sólido.
Lo más probable es que don Raimundo llegara al reino de Alfonso VI llamado por los reyes en 1091, como hemos dicho. Los esponsales con la infanta doña Urraca se celebrarían poco después, bajo los auspicios de la reina doña Constanza, cuando la infanta, a la que se supone nacida hacia 1080, tendría unos once años de edad.
En esos momentos la infanta era la única hija legítima de Alfonso VI. Que sucediera a su padre era tan sólo una expectativa, ya que, no habiendo este cumplido los cuarenta años, en cualquier momento podía tener un hijo varón de la misma doña Constanza, que ya había dado a su esposo, además de Urraca, otros cinco hijos malogrados en edad infantil.
Las expectativas de don Raimundo de alcanzar la sucesión de su suegro se complicarían a partir del fallecimiento de la reina doña Constanza el 25 de octubre de 1093. En primer lugar, el nacimiento de un hijo ilegítimo varón del rey Alfonso y de la mora Zaida podía representar un obstáculo a pesar de este oscuro origen. En segundo término, el nuevo matrimonio del rey en 1094 con la saboyana Berta en cualquier momento podía dar al monarca un vástago varón.
El gobierno de Galicia y Portugal, una excelente dote, pudo recibirlo todavía en vida de la reina doña Constanza, en 1093, la cual pudo ser quien le preparara su venida a España, el matrimonio con la infanta Urraca y muy probablemente el nombramiento para este gobierno, que hacía de don Raimundo el personaje más importante del reino después del propio Alfonso VI.
En 1094, el mismo año en que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, conquistaba en el este de la Península la ciudad de Valencia tras largo asedio y deshacía a los ejércitos almorávides en Cuart de Poblet, en el oeste de España Raimundo de Borgoña al frente de las fuerzas gallegas y portuguesas cosechaba una sonora derrota en las cercanías de Lisboa, donde su ejército fue sorprendido y diezmado por otra hueste almorávide, perdiendo esta ciudad que había sido conquistada el año anterior por Alfonso VI.
Este mismo año ya nos aparece el conde Raimundo rodeado de una corte en la que ejerce como mayordomo el conde Froila Díaz. Como armiger, al que designará con el término de vexilifer comitis, estará Fernando Raimúndez. También confirma el diploma un presbítero de nombre Pedro, que se dice «maestro de la sobredicha hija del rey»; del mismo modo se refiere que el diploma había sido escrito, confirmado y corroborado con su signo por Diego Gelmírez, canónigo de Santiago y notario del conde Raimundo, que acompañaba a su conde en Coímbra el 13 de noviembre de 1094.
La infanta Teresa y don Enrique de Borgoña
Del mismo modo que en el caso de su hermana Urraca, el nombre de la infanta Teresa, hija de la amiga del rey, Jimena Muñoz, aparece siempre junto al de su marido don Enrique de Borgoña, hermano menor de los duques de Borgoña, Eudes (1076-1078) y Hugo (1078-1102), como hijos los tres de otro Enrique, hermano de la reina Constanza. Enrique y Constanza, a su vez, eran hijos del duque de Borgoña, Roberto I el Viejo, al que por habérsele muerto su hijo Enrique le sucedió su nieto Eudes, que, tras cuatro años de duque, se retiró como monje al monasterio de Cluny y dejó el ducado a su hermano Hugo. Enrique de Borgoña, el que vino a España, era también primo carnal de Raimundo de Borgoña, ya que el padre de este, Guillermo el Grande, conde de Borgoña, era hermano de la madre de Enrique de Borgoña, llamada Sibila.
Tampoco están documentadas las circunstancias y la fecha de la llegada a España de este noble borgoñón. De él se ha afirmado, sin poder aducir ninguna prueba, que llegó con la expedición del año 1087. Sin embargo, la primera vez que encontramos testimoniada la presencia de Enrique de Borgoña en la Península es en el año 1096, en la concesión de los fueros de Guimaráes y de Constantim de Panoias, los dos datados el año 1096 sin ulterior precisión.
El año anterior, el 25 de febrero de 1095, todavía se encontraba el conde Raimundo al frente de Coímbra, lo que significa que aún no había recibido don Enrique el gobierno del condado portucalense. Otro documento de agosto de 1096 está datado por el «príncipe Alfonso reinando en Galicia y en España y el conde Raimundo en Coímbra». Según este diploma, todavía en agosto de 1096 dirigía Coímbra don Raimundo, luego su primo Enrique sólo habría recibido el gobierno de Portugal en los últimos meses del año 1096; pero he aquí que el profesor Meréa ha formulado ciertas dudas acerca de la posible interpolación de este dato en el documento aludido, por lo que no excluimos la posibilidad de que ya en el año 1095 hubiera sido designado gobernador de Coímbra don Enrique de Borgoña.
Conforme a estos datos hay que fechar la llegada a España de Enrique de Borgoña, su matrimonio con doña Teresa y su designación como conde portucalense en los años 1095 o 1096, más probablemente en los últimos meses de la segunda de estas fechas. En cualquier caso, todos estos acontecimientos tuvieron lugar después de la muerte de la reina doña Constanza, del nacimiento del infante Sancho y durante los años en que la reina doña Berta compartía el trono con Alfonso VI.
Dado el estrecho parentesco de don Enrique de Borgoña con la reina Constanza y con el duque Eudes, que regía por esos años el ducado de Borgoña, y con don Raimundo de Borgoña, su llegada a España sólo podía responder al deseo de estrechar más los lazos que unían al rey leonés con la casa de Borgoña e indirectamente también con la abadía de Cluny.
Es en estos años, en una fecha no determinada hacia 1096 o 1097, cuando hay que colocar el célebre pacto sucesorio subscrito por ambos primos borgoñones para apoyarse mutuamente y repartirse la esperada sucesión de Alfonso VI. El texto sin fecha, que ha llegado hasta nosotros a través de Cluny, consiste en una breve nota remitida al abad san Hugo por medio de un monje mensajero llamado Dalmacio Geret, que incluye una copia de los juramentos que los dos primos se han prestado mutuamente a instancias de dicho abad.
Por su juramento, Enrique se compromete a prestar todo su apoyo a Raimundo y a ayudarle con todas sus fuerzas y, fielmente, a obtener todo el reino de Alfonso VI a la muerte de este; además se obliga a entregar a su primo dos tercios del tesoro real, que se custodia en Toledo, si él lograre apoderarse del mismo en primer lugar.
A su vez Raimundo jura a Enrique prestarle todo su apoyo y hacerle entrega a la muerte de Alfonso VI de Toledo y de todas las tierras de ese reino en las condiciones acostumbradas. Por ello Enrique tendría que poner en manos de Raimundo todas las tierras de León y de Castilla. Para el caso de que Raimundo no pudiera ceder a su primo Toledo y su tierra le entregaría Galicia y un tercio del tesoro custodiado en Toledo, siempre que Enrique le ayudara a conseguir todo el territorio de Castilla y León.
La muerte de la reina Berta el año 1099 y el rápido matrimonio de Alfonso VI a los pocos meses con la conversa Isabel, con la consiguiente legitimación del infante Sancho y su declaración como heredero del trono, provocaron el lógico desencanto en las esperanzas e ilusiones de sucesión que abrigaba Raimundo de Borgoña.
Por otra parte, tres acontecimientos, a saber, el nacimiento el 1 de marzo de 1105 de Alfonso Raimúndez, hijo de Raimundo de Borgoña y de la infanta Urraca, la muerte del propio Raimundo el 20 de septiembre de 1107 y la muerte en Uclés del heredero Sancho el 30 de mayo de 1108, vinieron a crear una situación enteramente nueva, muy lejos de la imaginada en el llamado pacto sucesorio de Raimundo y Enrique de Borgoña.
Don Enrique de Borgoña y doña Teresa, hija de Alfonso VI, continuaron al frente de la tierra portucalense y conimbrigense hasta la muerte del conquistador de Toledo. Después del 30 de junio de 1109, ya bajo el reinado de doña Urraca y su marido, el rey aragonés Alfonso I, continuarán del mismo modo al frente del gobierno que les había asignado el rey difunto en 1097 al sur del Miño; incluso lo incrementarán en diciembre de 1111 con la tenencia de Zamora, pero esta ampliación ya cae fuera del ámbito de la biografía de Alfonso VI. Don Enrique de Borgoña fallecerá el 1 de mayo de 1114.