Capítulo XI. Los almorávides recuperan Valencia

Los almorávides en los arrabales de Toledo. 1099

El año 1098, con el emir Yusuf en el Magreb, no parece que los ejércitos de los gobernadores almorávides de al-Ándalus organizaran ninguna expedición contra las tierras cristianas. No sólo el Cid, como hemos visto, tuvo las manos libres para llevar a cabo sus campañas de Almenara y Murviedro; tampoco las tierras de Alfonso VI se vieron hostilizadas ese año.

La única actividad militar que conocemos es una expedición otoñal del rey leonés por tierras de Guadalajara, probablemente de camino hacia la tierra de Alvar Fáñez, cuya vinculación con el reino cristiano trataría de reforzar y estructurar Alfonso VI. No se sabe que se produjeran encuentros armados ni asedios de villas o fortalezas.

No fue tan pacífico el año siguiente, pues en 1099 envió Yusuf ibn Texufin desde el Magreb a su nieto Yahya ibn Texufin con el fin de que reavivara la guerra santa. Habiendo reunido las fuerzas que traía de África con los ejércitos de los gobernadores Sir ibn Abu Bakr y Muhammad ibn al-Hayy, todos juntos se dirigieron contra Toledo. Creemos que fue esta la primera vez que los ejércitos musulmanes volvían, al cabo de catorce años, a aproximarse a las puertas de esta ciudad desde que cayera en 1085 en manos cristianas.

El ejército almorávide levantó su campamento junto al monasterio de san Servando, y aunque nada pudieron contra las poderosas defensas de la ciudad bien guarnecida, realizaron numerosas incursiones por las comarcas vecinas, tomando algunas fortalezas, haciendo un buen número de cautivos y apoderándose de un muy considerable botín. Al retirarse el ejército almorávide consiguió rendir la fortaleza de Consuegra, que le había resistido dos años atrás. Este hecho lo registran los Anales toledanos primeros con estas palabras.

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«Pasó Almoravet Yaya, nieto de Jucaf, filio de Texefín, en Sant Servando sobre Toledo, en su tornada priso a Consuegra en el mes de junio, era MCXXXVII [año 1099].»

La pérdida de Consuegra significaba para Alfonso VI tener que abandonar todos o la mayor parte de los territorios sitos entre el río Tajo y los montes de Toledo, y que la ciudad imperial pasara a ocupar la vanguardia de la resistencia, quedando expuesta a recibir los primeros zarpazos de cualquier futuro ataque musulmán.

Todo apunta a que fue Alfonso VI el que dirigió personalmente la defensa de Toledo, lo mismo que dos años antes mandaba el ejército que fue batido en las cercanías de Consuegra. A pesar de su edad todavía no cedía a nadie el monarca leonés el primer puesto en la defensa del reino.

A partir de este momento se reforzará la presión almorávide sobre Toledo; el año 1100 volvieron los soldados del velo a recorrer los campos toledanos, aunque no parece que combatieran los muros de Toledo, pero sí saquearon las tierras al sur del río. En esta ocasión Alfonso VI envió a su yerno don Enrique de Borgoña, esposo de la infanta doña Teresa, para que al frente de las tropas de la frontera respondiera a las razias musulmanas. En el mes de septiembre penetró en territorios de La Mancha, donde fue alcanzado y derrotado por fuerzas enemigas en las cercanías de Malagón:

«Arrancada sobre el conde don Enric en Malagón en 16 de septiembre, era MCXXXVIII [año 1100].»

Así lo escribirán los Anales toledanos segundos.

Ante tan repetidos y peligrosos ataques contra la ciudad de Toledo, el rey don Alfonso juzgó necesario reforzar la muralla protectora de la urbe, según cuentan los Anales toledanos primeros:

«El rey don Alfonso mandó facer el muro de Toledo desde la taxada, que va al río de yuso de la puent de piedra hasta la otra taxada, que va al río en derecho de San Estevan, era MCXXXIX [año 1101].»

Alfonso VI acude en ayuda de Valencia. Marzo de 1102

Mientras los años 1099 y 1100 el esfuerzo almorávide se volcaba contra Toledo, no tenemos noticias expresas de que Valencia fuera objeto de ningún ataque. Pronto se iba a acabar esta relativa paz que gozaba Valencia, pues a mediados del año 1101 el emir Lamtuní Mazdali pasaba el estrecho de Gibraltar con tropas de refresco. Desde Algeciras se dirigía directamente hacia Valencia, ante cuyos muros se presentaba a finales de agosto o primeros de septiembre con un gran ejército, formalizando inmediatamente el asedio de la ciudad.

La hueste cidiana, cuyos capitanes se encontraban bajo el señorío de doña Jimena, resistió con firmeza todos los ataques protegida tras los muros de la ciudad. Sin embargo, ahora los almorávides parecían decididos a no soltar la presa. El tiempo pasaba y llegó el invierno y el ejército sitiador no levantaba el asedio.

Ante la decisión del emir musulmán de no cejar en el asedio hasta obtener la rendición de la plaza, llegado el mes de marzo de 1102 doña Jimena envió al rey Alfonso una embajada presidida por el obispo don Jerónimo solicitando su auxilio.

Alfonso VI no demoró su respuesta, y reuniendo con la mayor presteza su ejército, se puso en marcha hacia Valencia. Cuando el ejército del rey leonés daba vista a las murallas y torres valencianas, hacía ya siete meses que las tropas de Mazdali tenían sitiada la ciudad en la que los soldados de doña Jimena resistían con éxito la embestida almorávide.

La llegada de la hueste del rey leonés a las proximidades de la capital, acampando a dos pasarangas[8] o leguas de distancia de la misma, provocó el levantamiento del asedio y la retirada cautelosa del emir Mazdali, que retrocedió hasta Cullera.

El rey Alfonso VI con su ejército entró en la ciudad de Valencia; doña Jimena lo acogió con muestras de gran alegría, besando los pies de su rey y agradeciendo la ayuda que le prestaba a ella y a todos los cristianos de Valencia, al mismo tiempo que ponía la defensa de la plaza en sus manos.

Los cristianos de Valencia pedían al rey que retuviese la ciudad en su poder, lo incitaban a ello una y otra vez, minusvalorando quizás la fuerza de los ejércitos almorávides. El monarca ofreció la tenencia valenciana a los magnates que le acompañaban, pero no hubo ninguno que quisiera asumir esta responsabilidad y defender una plaza tan alejada de las tierras leonesas.

Alfonso VI permaneció durante el mes de abril en Valencia; luego salió con su ejército en dirección a Cullera, aparentando ir a recoger las cosechas y a devastar la comarca, pero en realidad lo que deseaba era explorar y valorar las fuerzas y la disposición de la hueste de Mazdali.

El emir almorávide, al conocer la inmediatez de las fuerzas cristianas, envió contra ellas a los escuadrones de su caballería, que trabaron un duro combate que se prolongó todo el día. A la puesta del sol, Alfonso VI con su ejército regresaba a Valencia, habiendo tomado la decisión de abandonar la ciudad y ordenar la retirada hacia Castilla.

Alfonso había comprobado el número, el poder y decisión de recuperar la ciudad de Valencia de las numerosas tropas almorávides que se encontraban en Cullera y Alcira. Ante la dificultad manifiesta de defender por largo tiempo una ciudad como Valencia, tan alejada de las bases cristianas, dispuso su inmediata evacuación.

Así iban a finalizar diecisiete años de protectorado o señorío castellano sobre las tierras del reino musulmán de Valencia, desde el año 1085, cuando las lanzas de Alvar Fáñez entronizaron a al-Qadir, hasta este mayo de 1102. Alfonso VI renunciaba al principado creado por el Cid en Levante; con ello venía a reconocer que la obra de Rodrigo era la creación de un gigante, que sólo ese gigante podía sostener.

Evacuación e incendio de Valencia. 5 de mayo de 1102

Dispuesta la evacuación, todos los cristianos de Valencia salieron de la ciudad en dirección a Toledo llevando consigo todos sus bienes muebles. Antes de partir prendieron fuego a la mezquita mayor, convertida en iglesia de Santa María, al alcázar y a algunas casas. El emir Mazdali, atento a lo que sucedía, y comprobada la partida de Alfonso VI, se dirigió rápidamente a la ciudad levantina, entrando en ella el día 5 de mayo de 1102. El señorío de Rodrigo y doña Jimena había durado ocho años escasos.

En su lugar se instalaba en Valencia como nuevo gobernador el propio Mazdali, que permaneció allí durante más de un año. Bajo su gobierno los valencianos y demás andalusíes fueron excluidos de cualquier cargo importante en la ciudad, que fueron confiados a los magrebíes.

La conquista de Valencia aseguraba a los almorávides no sólo el dominio de todo el Levante, sino que les abría también el camino para presionar o acometer a los últimos reyes taifas independientes, a los de Zaragoza, Lérida y Albarracín.

El relato que de la evacuación de Valencia nos ha transmitido ibn Idari excluye la destrucción total de Valencia, pues limita los incendios a la mezquita, al alcázar y a algunas casas. En cambio, la Historia Roderici, más cerca de la verdad, amplía esta destrucción afirmando que «una vez salidos de la ciudad, el rey ordenó poner fuego a toda la ciudad», coincidiendo así con Ibn Tahir, testigo presencial, que afirma que el incendio alcanzó a la mayor parte de las moradas de Valencia.

El rey Alfonso llegaría a Toledo a mediados de mayo de 1102 con su ejército, acompañado por doña Jimena, por el obispo don Jerónimo y por toda la mesnada cidiana, así como por los cristianos mozárabes que vivían en Valencia.

Al abandonar esta ciudad, doña Jimena y los soldados del Cid tomaron consigo los restos mortales del Campeador y los condujeron hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde les dieron honrosa sepultura, acompañada de no pequeñas donaciones en favor del cenobio como sufragio por el alma del difunto.

A los pocos meses de su llegada a Toledo, el rey Alfonso colocaba al obispo don Jerónimo, exiliado de Valencia, al frente de la diócesis de Salamanca, a la que estaban agregadas la de Zamora y la de Ávila, permaneciendo en el gobierno de los tres territorios hasta la hora de su muerte, que tuvo lugar el año 1120.

Los últimos años de Yusuf, su muerte. 4 de septiembre de 1106

Después de la conquista de Valencia el interés de Yusuf ibn Texufin por al-Ándalus crecería todavía más, y a pesar de haber llegado a una edad casi centenaria no dudaría en atravesar a comienzos de 1103 una vez más, la quinta, el estrecho de Gibraltar, para recorrer sus dominios e inspeccionar personalmente sobre el terreno el estado de la administración de esta parte tan importante del imperio almorávide, que él había construido. Le acompañaban en este viaje dos de sus hijos, Abu-l-Tahir Tamim y Abu-l-Hasan Alí.

Este último había sido ya nombrado príncipe heredero el año anterior en el Magreb; ahora se trataba de presentarlo ante todos los musulmanes de al-Ándalus y hacerlo jurar como tal. La proclamación del heredero y su jura tuvieron lugar en Córdoba, con toda solemnidad, un día de septiembre de 1103 ante todos los notables de la ciudad y representaciones llegadas de toda la geografía del Islam hispánico.

Hasta el rey taifa de Zaragoza, al-Mustain, que hasta este momento se había mantenido siempre alejado del poder almorávide, tras la conquista de Valencia por Mazdali, sintiendo ya el aliento de los soldados del velo en sus fronteras, juzgó necesario acomodarse a la nueva situación e iniciar una nueva política de acercamiento y aun de sometimiento al poder imperial africano.

A este fin al-Mustain envió a Córdoba a su hijo y heredero Abd al-Malik, cargado de regalos para el emir Yusuf y para su hijo, el príncipe heredero Alí. Entre esos regalos se contaban hasta catorce arrobas de objetos de plata repujada, muchos de ellos procedentes (y con el nombre grabado) del abuelo de al-Mustain, el gran al-Muqtadir. Yusuf, siempre consecuente con su ascetismo y su desinterés, mandó fundir esa plata y, convertida en monedas, repartirla entre el pueblo.

La figura de Mazdali, el conquistador de Valencia, aparecía engrandecida entre todos los gobernadores almorávides de al-Ándalus a los ojos del anciano emir. Nada tiene de particular que fuera ascendido y enviado al norte de África, a Tremecén, como gobernador. En su lugar fue designado a fines de 1103 o principios de 1104 el qaid Abu Abd Allah Muhammad ibn Fátima, que inició su gobierno deponiendo al rey taifa de Albarracín e incorporando también este reino al imperio almorávide.

Con esta anexión el reino cristiano de Alfonso VI ya se enfrentaba con el imperio almorávide a lo largo de una inmensa frontera que se extendía desde Santarem, en Portugal, hasta las tierras conquenses que lindaban con la tierra de Albarracín. Al-Ándalus, con la única excepción de la taifa de Zaragoza, no era más que una serie de provincias gobernadas por qaides o gobernadores almorávides residentes en Sevilla, Córdoba, Murcia y Valencia, de ese imperio que Yusuf ibn Texufin había construido a lo largo de más de cuarenta años de duro batallar.

La nueva política de acercamiento a los almorávides, iniciada por la taifa de Zaragoza tras la conquista de Valencia y la anexión de Albarracín por el nuevo gobernador de Valencia, que tuvo lugar el 6 de abril de 1104, dejaron al descubierto y en peligro las comarcas del alto Júcar y también las del Jiloca.

Alfonso VI reaccionó con prontitud y su respuesta fue la conquista de Medinaceli y su comarca, para salvaguardar así el reino de Toledo por el sector más accesible desde Zaragoza y proteger también las tierras del alto Duero; la campaña de Medinaceli tuvo lugar durante el mes de julio según los Anales toledanos primeros:

«El rey don Alfonso priso a Medinacelim en el mes de julio, era MCXLII [año 1104].»

Estando en Valencia el qaid almorávide de Granada, Alí ibn Hayy, con su ejército, llegó la noticia del asedio de Medinaceli. Desde Calatayud solicitó la ayuda del qaid de Valencia, que envió también sus fuerzas en socorro de Medinaceli. Parece que ese socorro consistió más bien en maniobras de diversión y hostigamiento, y que no llegaron a enfrentarse con la hueste de Alfonso VI, ya que las fuerzas islámicas marcharon a saquear las tierras de Toledo, llegando incluso a la comarca de Talavera de la Reina, donde la reacción cristiana provocó el choque con los invasores, en el que resultó muerto el gobernador almorávide de Granada.

El 4 de septiembre de 1106, tras una larga enfermedad, fallecía el gran conquistador almorávide Yusuf ibn Texufin y le sucedía pacíficamente, como estaba previsto, su hijo Abu-l-Hasan Alí ibn Yusuf, entonces de veintidós años de edad, que iba a continuar la obra de su padre.