Capítulo IX. Los almorávides se instalan en al-Ándalus

Yusuf atraviesa el Estrecho por tercera vez. 1090

El gran fiasco sufrido por Yusuf ibn Texufin ante los muros de Aledo no le hizo desistir de su idea de intervenir decisivamente en la vida de al-Ándalus y de consagrar sus fuerzas a la yihad o guerra santa contra los cristianos de España, especialmente contra Alfonso VI; lo que sí le enseñó la tremenda lección de Aledo fue que debía cambiar de método y prescindir y eliminar a los reyes de taifas.

También tras Aledo los reyes taifas solicitaron de Yusuf, antes de su embarque, que dejara en la Península algunos miles de sus almorávides para seguridad de al-Ándalus, como había hecho dos años antes. Sin embargo, ahora, profundamente irritado el emir, no quiso saber nada de tales peticiones y les dejó abandonados a su suerte a merced de la reacción del rey Alfonso.

Este volvió a reclamar el pago de parias, pero no sólo las del año en curso, sino también los atrasos. Abd Allah de Granada, a pesar de su angustiosa situación económica, tuvo que ceder a las demandas de Alfonso y pagarle la suma de 30.000 mizcales, importe de tres anualidades, suma que no se atrevió a solicitar de sus súbditos y que pagó de su propio tesoro personal. También al-Mutamid de Sevilla tuvo que plegarse a las exigencias del leonés, volver a pagar y reconocer la supremacía del cristiano. Entre tanto, Ibn Rasik al-Mutasim, señor de Murcia, alcanzaba un entendimiento con García Jiménez y su guarnición de Aledo y le proporcionaba el avituallamiento preciso a cambio de que sus correrías se dirigieran más bien a las tierras de Almería y a las del reino de Sevilla.

Mientras tanto, en Levante el Cid había logrado imponerse sobre los señoríos musulmanes de Denia, Valencia, Alpuente, Albarracín, Murviedro, Segorbe, Jérica y Liria, todos los cuales debían abonarle una cantidad convenida. Todos, desde Denia a Tortosa, pagaban parias al Cid, que recaudaba cada año la elevadísima cifra de 104.000 mizcales o dinares de oro.

Estos tratos de los reyes y señores musulmanes con los cristianos indignaron todavía más al emir con aquellos reyes de taifas que aparecían a sus ojos como incapaces, traidores y malos musulmanes que habían vuelto a pactar con el enemigo cristiano.

La población musulmana, que era la que finalmente pagaba, por un procedimiento u otro, a sus reyes y señores las sumas que estos abonaban a Alfonso VI, también estaba descontenta e irritada y volvía sus ojos hacia el emir Yusuf ibn Texufin, al que consideraban como su salvador, el único que podía liberarlos de la pesada carga que les agobiaba. Este sentimiento era alentado y fomentado por los alfaquíes de al-Ándalus que, por motivos religiosos, simpatizaban en su inmensa mayoría con el emir almorávide. A este comenzaron a llegarle reclamaciones de las gentes de al-Ándalus contra los impuestos extra-legales y la ilegitimidad de sus reyes taifas.

La situación era explosiva y no podía prolongarse, pero antes de intervenir por tercera vez en al-Ándalus la conciencia religiosa del emir quiso asegurarse con dictámenes jurídico-religiosos o fatwas emitidos por los más notables y piadosos ulemas que condenaran a los reyes de taifas como malos musulmanes y legitimaran a Yusuf ibn Texufin, como buen musulmán y salvador del Islam en al-Ándalus, para apresar y deponer a esos emires. Así lo declaraba al-Gazali dirigiéndose a Yusuf ibn Texufin: «Todo rebelde a la verdad, con la espada debe ser llevado a la verdad».

Movido por este imperativo religioso y reclamado por la población de al-Ándalus, que veía en el emir almorávide el enviado de Alá para acabar con los reyes de taifas y rescatar la ortodoxia y la legalidad islámica, desembarcaba en junio de 1090 por tercera vez en Algeciras. En esta ocasión no lo había llamado ningún príncipe ni señor musulmán, sino el clamor del pueblo y las fatwas de los ulemas.

Venía dispuesto, en primer lugar, a acabar con los reyes de taifas, a los que reprochaba su vida muelle, su entrega a los placeres y su incapacidad para defender a sus súbditos, descuidando los deberes de su cargo y la solidaridad con los demás creyentes muslimes. No obstante, lo que más irritaba a Yusuf ibn Texufin en los reyes taifas eran sus componendas con los cristianos y especialmente con Alfonso VI.

Desde Algeciras, Yusuf, con su ejército, se dirigió a Córdoba, adonde llegó en el mes de julio. Alguna crónica árabe afirma que en primer lugar el emir almorávide se dirigió contra Toledo. Es más que dudosa esta marcha sobre la ciudad del Tajo, ya que ninguna fuente cristiana menciona para nada esa ofensiva. Lo único cierto es que allí se encontraba Alfonso VI bien preparado para rechazar cualquier ataque y que le acompañaba el rey de Aragón, Sancho Ramírez, hecho que registra la Crónica de san Juan de la Peña con estas palabras: «El año 1090 acudió [Sancho Ramírez] en auxilio de Alfonso, rey de Castilla, a Toledo contra los moros».

En un documento leonés de agosto de 1090 el donante nos indica también cómo estaba a punto de partir con el ejército. Parece que fue en este mes cuando Alfonso VI concentró sus fuerzas en Toledo. Por otra parte sabemos que el emir almorávide hizo su entrada en Granada el 8 de septiembre, luego parece evidente que las fuerzas africanas no realizaron ninguna aproximación ni tentativa contra Toledo.

Por el contrario, todo apunta a que el primer objetivo del sultán almorávide fue la deposición del emir de Granada y de su hermano Tamim, gobernador de Málaga. A este efecto comenzó Yusuf enviando unos emisarios a Granada, que conminaron a Abd Allah ibn Buluggin a presentarse ante él inmediatamente con estas palabras: «Ven a mi encuentro sin retrasarte ni un instante».

El granadino trató de ganar tiempo mientras buscaba una vez más acogerse a la protección de Alfonso VI o a la de Álvar Fáñez, que actuaba en nombre del rey cristiano por la zona de Almería y Granada, pero el almorávide no le dio tiempo a que pudiera obtener una respuesta efectiva de los cristianos. También se dirigió Abd Allah a los otros reyes de taifas en demanda de socorro. Estos le respondieron con buenas palabras, animándole a resistir con todas sus fuerzas, pero sin contribuir ni con un soldado ni con un diñar a la defensa de Granada.

Reducido Abd Allah a sus solas fuerzas y abandonado por todos, aunque se temía lo peor por parte de Yusuf, no encontró mejor solución que salir al encuentro del almorávide, humillarse ante él y, reconociendo sus errores, suplicar humildemente el perdón.

Yusuf ibn Texufin, sin prestarle demasiada atención, siguió su avance y el 8 de septiembre entraba en la ciudad entre el entusiasmo delirante de la población. En la alcazaba encontró abundantes joyas, piedras preciosas y objetos diversos de gran valor pertenecientes al emir granadino, parte de lo cual distribuyó entre sus acompañantes más próximos. El depuesto Abd Allah, con toda su familia, fue enviado al Magreb. Residió primero en Mequinez en espera del regreso de Yusuf, hasta que más tarde, a la vuelta de este, se le asignó como lugar de residencia Agmat, unos setenta kilómetros al sur de Marrakech, donde apartado de toda función pública vivió el resto de su vida disfrutando de la pensión vitalicia que Yusuf le concedió.

Poco después, probablemente en el mes de octubre, pasó Yusuf a ocuparse de Tamim, gobernador de Málaga y hermano de Abd Allah. Acusado por sus súbditos ante el emir almorávide, fue apresado por sorpresa y, cargado de hierros, remitido a la región magrebí del Sus, confiado a la hospitalidad y vigilancia de los gobernadores de esa comarca.

Estando todavía en Granada recibió Yusuf la visita de al-Mutamid de Sevilla y de al-Mutawakkil de Badajoz, que, temerosos de seguir la misma suerte que los emires de Granada y Málaga, acudieron a rendir su homenaje al sultán almorávide y a felicitarle por su actuación. La recepción fue muy fría, pues Yusuf estaba convencido de la doblez de su conducta y de la falsedad de sus palabras. Antes de retirarse tuvieron que oír la insistente recomendación de abolir los impuestos anticoránicos y de emplearse con más dedicación en la lucha contra los cristianos.

Algunos de sus consejeros recomendaban a Yusuf ibn Texufin que prendiese sin más a al-Mutamid, como había hecho con los señores de Granada y Málaga, pero el emir se negó siempre a ello mientras no le constase un delito por el que pudiera castigarlo. Luego parece que Yusuf ibn Texufin regresó a su base de Algeciras, permaneciendo en ella algún tiempo.

Desde Algeciras, donde se reembarcó en noviembre de ese año 1090, o desde Ceuta, según otras fuentes, Yusuf ibn Texufin designó como gobernador de las tierras de al-Ándalus, a las que había extendido su autoridad, a su primo el emir Sir ibn Abu Bakr, a quien además puso al frente de las numerosas tropas almorávides que se quedaron en al-Ándalus, encomendándole llevar adelante la política que había planeado y que debía conducir a la incorporación de todo al-Ándalus al imperio almorávide.

Deposición del rey taifa de Sevilla, al-Mutamid. 1091

Unas fatwas de los ulemas y alfaquíes habían servido para deponer a los príncipes bereberes de Granada y Málaga; nuevas fatwas justificarían ahora el destronamiento de los reyes de Sevilla y de Badajoz. Al-Mutamid no se engañaba: preveía con toda claridad el final que más pronto o más tarde le reservaba el emir almorávide, y no quiso doblegarse ni rendirse a las exigencias del invasor africano sin luchar y resistir con todas sus fuerzas.

Por eso cuando, poco después, a la vuelta de su encuentro de Granada, el emir almorávide reclamó la presencia del sevillano por medio de un enviado, que le alcanzó diciendo: «El emir necesita hablar contigo de un asunto», al-Mutamid, desconfiando ya del almorávide, se negó a volver atrás y continuó su camino hacia Córdoba, ahora a marchas forzadas. Al emir de Badajoz, Ibn al-Aftas, que regresaba con él, le dijo: «Ponte a salvo, porque ya ves lo que le ha ocurrido al señor de Granada y lo que mañana me ocurrirá a mí».

[m4]

La negativa de al-Mutamid a obedecer a Yusuf fue la señal de la ruptura y el inicio de la confrontación. En esta coyuntura, ya sin vacilaciones, se vuelve hacia Alfonso VI solicitando su ayuda y ofreciéndole a cambio de ese auxilio algunos territorios, ya que su reino taifa sevillano colindaba con el de Toledo, anexionado por el cristiano cinco años antes.

Sin embargo, Sir ibn Abu Bakr, como gobernador y general en jefe de los ejércitos almorávides en al-Ándalus, reaccionó con toda rapidez y energía. En diciembre de 1090 ocupaba Tarifa, ampliando así su base de Algeciras, e iniciaba la aproximación hacia Sevilla. Al mismo tiempo ordenaba a Abu Abd Allah ibn al-Hayy que se dirigiese contra Córdoba, donde se hallaba el príncipe Fath ibn Abbad al-Mamun, hijo del emir de Sevilla. Todavía un tercer cuerpo de tropas era enviado contra Almería y otro marchaba contra Ronda, gobernada por el hijo mayor del mismo emir.

La ayuda de Alfonso VI no aparecía por ninguna parte, y en los primeros meses de 1091 fortalezas y castillos del reino de Sevilla, uno tras otro, iban cayendo en manos de los ejércitos almorávides, que encontraban por todas partes la simpatía y apoyo de la población. En Córdoba, con una población desunida, el hijo de al-Mutamid, juzgando inviable una resistencia exitosa o al menos prolongada, envió a toda su familia con sus joyas y objetos preciosos a Almodóvar del Río, quedándose él al frente de la guarnición. La ciudad fue tomada al asalto el 27 de marzo de 1091, muriendo en la defensa el príncipe sevillano.

A fines de abril seguían resistiendo Sevilla, Carmona y Ronda. Pronto también esta última se rindió previa capitulación. Carmona sucumbía al asalto el 9 de mayo: sólo quedaba en pie Sevilla. Es en este momento cuando Alfonso VI envía un fuerte ejército a las órdenes de Alvar Fáñez en socorro de Sevilla, pero esta tropa fue interceptada y derrotada por los almorávides en las cercanías de Almodóvar del Río.

La ciudad de Sevilla, sin esperanza ya de socorro, siguió resistiendo los asaltos hasta que el 7 o 9 de septiembre sucumbió al último ataque. Entre los prisioneros se contaba el emir al-Mutamid, al que por orden personal de Yusuf se le respetó la vida. Fue trasladado al Magreb y obligado a residir en Agmat, donde moriría cuatro años más tarde.

El ejército que marchó contra Almería avanzó sin resistencia. Todos los lugares y castillos se entregaban a los africanos, que así llegaron ante los muros de Almería por las mismas fechas en que desaparecía el emir de esta ciudad, fallecido el 12 de junio de 1091. Le sucedió en el reino su hijo Muizz al-Dawla, a quien su padre había recomendado que resistiese mientras el emir de Sevilla hiciera frente al emir africano, pero que si este sucumbía, no lo dudase un instante y se embarcase con todas sus riquezas rumbo a Al-Qala, en la frontera entre Argelia y Túnez, donde sería bien acogido. El nuevo emir de Almería resistió en su alcazaba basta que le llegaron noticias de que Sevilla también había caído en manos de los africanos. En octubre o noviembre Muizz al-Dawla puso en práctica el consejo de su padre y Almería, abandonada por su emir, se incorporó también a los dominios almorávides en al-Ándalus.

Al mismo tiempo que Alfonso VI enviaba a Alvar Fáñez en socorro del al-Mutamid, en la primavera de ese año, 1091, el rey leonés personalmente se ponía al frente de otra hueste que se dirigió a combatir a los almorávides que habían quedado de guarnición en Granada. Esperaba quizá encontrar la colaboración de una parte de la población granadina. La reina Constanza comunicó la organización de esta hueste a Rodrigo Díaz de Vivar y le invitó a incorporarse a la misma con la esperanza de que este hecho conduciría a la reconciliación entre el rey y su difícil súbdito.

La hueste regia y la mesnada cidiana llegaron hasta la vega de Granada, pero no hallaron la colaboración esperada y tuvieron que iniciar el regreso sin lograr su objetivo, que era apoderarse de la ciudad del Darro y aliviar la presión almorávide sobre Sevilla. Al iniciar el regreso, quizás por el mal humor del fracaso, de nuevo surgieron las diferencias entre rey y vasallo, hasta el punto de que Alfonso VI intentó apresar al Cid. Este logró esquivar la prisión y pudo retirarse con parte de los suyos hacia su señorío de Levante.

Antes de que acabara el año 1091 toda Andalucía había sido anexionada al imperio almorávide, y los reyes de Granada, Málaga, Sevilla y Almería depuestos. Los almorávides también se extendieron por las tierras de La Mancha que habían sido primero del reino de Toledo y luego ocupadas en parte por al-Mutamid de Sevilla, estableciéndose así contacto directo territorial entre el imperio de Yusuf ibn Texufin y el reino de Alfonso VI.

Al castillo de Almodóvar del Río había enviado al-Mamun ibn Abbad, el defensor de Córdoba frente a los almorávides e hijo de al-Mutamid de Sevilla, a su familia y sus bienes muebles, mientras él permanecía firme en su puesto hasta dar la vida, defendiendo la ciudad de los califas, el 27 de mayo de 1091. Su cabeza, clavada en una lanza, fue paseada en triunfo por el campo de los vencedores.

Antes de que los almorávides llegaran a Almodóvar, la esposa de al-Mamun huyó de la plaza y corrió a refugiarse en Toledo al amparo de Alfonso VI. Se trataba de la famosa mora Zaida. Llegada a Toledo y acogida por el monarca, la viuda de al-Mamun ibn Abbad, no sabemos si antes o después de la muerte de la reina Constanza, se convirtió en amante del rey que la había acogido y al que daría un hijo de nombre Sancho.

Años después, el 1100, esta mora Zaida, habiendo abrazado el cristianismo y siendo bautizada con el nombre de Isabel, contraería matrimonio con el rey Alfonso, convirtiéndose así en la reina Isabel. Su hijo Sancho, legitimado por este matrimonio, pasó a ser príncipe heredero del reino cristiano.

Tras la conquista de Almería por los almorávides en octubre o noviembre de 1091, la hueste que había asediado la plaza se puso en marcha hacia el norte a las órdenes del emir Muhammad Abu Abd Allah ibn Aisa, siguiendo la línea de la costa levantina. Ocuparon Murcia entre el 16 de noviembre y el 14 de diciembre.

Poco después, en fecha no precisada, sucumbía la plaza de Aledo ante la hueste almorávide, la misma que había resistido cuatro meses el año anterior a Yusuf ibn Texufin. En esta ocasión los socorros prometidos por Alvar Fáñez no consiguieron retrasar el avance de los soldados africanos.

La noticia de la presencia de Ibn Aisa y sus almorávides en Murcia y Aledo levantó el ánimo y las esperanzas de todos los musulmanes de la costa levantina, especialmente de los valencianos, que contemplaban a estos soldados africanos como los campeones del Islam que venían a liberarlos del rey al-Qadir que les había sido impuesto por Alfonso VI, y del mesnadero que lo mantenía en el trono, el Cid Campeador.

Varios señores y tenentes musulmanes de castillos y fortalezas hacían llegar mensajes a Ibn Aisa animándole a avanzar sobre Valencia. Por fin, en el verano de 1092 las fuerzas de Ibn Aisa se pusieron en marcha hacia el norte y fueron desfilando sucesivamente por Orihuela, Alicante, Denia, Játiva y Alcira hacia la Valencia de al-Qadir y el Cid.

Casi al mismo tiempo, Alfonso VI, considerando que el protectorado establecido por el Cid en Levante había desplazado el influjo del reino leonés en esa área, decidió acabar de una vez por todas con la presencia cidiana en Levante y, aliado con las fuerzas navales de Pisa y Génova, lanzó una operación para adueñarse de la ciudad del Turia.

Rodrigo rehuyó el enfrentamiento y, trasladándose hacia Borja y el reino musulmán de Zaragoza, desde esta base hizo una entrada por tierras de La Rioja, gobernadas por el que consideraba su enemigo, el conde García Ordóñez, causando enormes estragos. La expedición de Alfonso VI contra Valencia no obtuvo ningún resultado positivo, y es en este momento cuando se muestra toda la grandeza política de Alfonso VI.

El fracaso de la expedición regia contra Valencia y la campaña del Cid por La Rioja, que demostraban la superioridad militar del infanzón de Vivar sobre cualquier magnate del reino, abrieron definitivamente los ojos del monarca. Había llegado para Alfonso la hora de rendirse a la realidad, y como gran monarca y gran hombre de estado que era, no lo dudó un instante. Dejando a un lado, si no olvidando, los pasados conflictos con el Campeador, lo mismo el destierro de 1081 que la sentencia de traidor del año 1088, decidió enviar a Rodrigo el perdón más absoluto y la acogida en su gracia más amplia y generosa.

A partir del otoño de 1092 la reconciliación entre el rey y su vasallo fue ya total y definitiva; en el futuro, aunque Rodrigo siguió gozando de una gran autonomía en sus actuaciones, todas ellas se hacían en nombre y bajo la autoridad superior del rey Alfonso.

Sin embargo, ausente el Cid y sus hombres de la ciudad de Valencia durante varios meses, los partidarios de los almorávides decidieron aprovechar esta ausencia y dar entrada en la ciudad a estos soldados africanos, que ya se encontraban en Alcira. La noche del 27 de octubre de 1092 abrieron las puertas a un destacamento de los hombres de Ibn Aisa; al-Qadir fue asesinado al día siguiente y Valencia integrada también en la órbita del imperio almorávide.

A los pocos días de estos acontecimientos, primeros días de noviembre, regresaba el Cid a las tierras valencianas e iniciaba primero la restauración de su protectorado y señorío sobre el campo levantino y luego el asedio de la misma ciudad de Valencia, en la que entraría victorioso el 16 de junio de 1094.

Un firme poder se instalaba en Valencia para frenar definitivamente el avance de los soldados de Yusuf. Este poder serviría de escudo protector para las taifas de Zaragoza y Lérida, y contra él se estrellarían en tres ocasiones los ejércitos almorávides: la primera, en enero de 1094, dirigido el ejército musulmán por el general Lantana Abu Bakr, en Almusafes; la segunda, el 21 de octubre de 1094, mandando las tropas Abu Abd Allah Muhammad ibn Ibrahim ibn Texufin, sobrino del emir Yusuf, en Cuarte; y la tercera, en enero de 1097, con el mismo protagonista, en Bairén, en el campo de Gandía.

El año 1091 había sido el de la conquista de toda Andalucía, desde Almería hasta el Algarve, por los almorávides; el año 1092 sería el de su avance por todo Levante hasta lograr situar un destacamento en la ciudad de Valencia. Al acabar el año 1092 sólo se mantenían fuera del imperio almorávide las taifas de Lérida y Zaragoza con los señoríos musulmanes clientes del Cid en el Levante y la taifa de Badajoz en el Occidente.

En estas campañas de los almorávides por el sur de al-Ándalus y por el Levante actuaban con cierta independencia hasta cinco distintos ejércitos de los soldados del velo. Uno de estos ejércitos, quizás el más importante, a las órdenes de Sir ibn Abu Bakr, el gobernador nombrado para todo al-Ándalus por Yusuf, se movía por las partes más occidentales; otros dos actuaban en el centro del dispositivo a las órdenes inmediatas de Garrur y de Abu Abd Allah ibn al-Hayy; finalmente los dos restantes tenían como teatro de sus operaciones el Levante y estaban mandados uno por Abu Zakariyya ibn Wasinu y el más importante y fuerte por Muhammad ibn Aisa. Se trataba de un imponente despliegue militar, que refleja toda la importancia que el emir almorávide daba a al-Ándalus y su decisiva apuesta por la guerra santa.

La taifa de Badajoz había logrado capear la tempestad al haberse sometido totalmente a las exigencias de Yusuf e incluso haberle ayudado contra al-Mutamid el año 1091. Parece que al-Mutawakkil había llegado a subscribir un acuerdo con Sir ibn Abu Bakr por el que a cambio de proporcionar al almorávide hombres, material y vituallas para su ejército, aquel se comprometía a respetar el territorio de Badajoz.

Parece que el pacto funcionó bastante bien durante los años 1091, 1092 y parte de 1093, pero hacia abril de este último año alguna asechanza o grave amenaza de parte de los almorávides debió de descubrir al-Mutawakkil, pues de repente se volvió hacia los cristianos buscando el auxilio y la protección de Alfonso VI ofreciéndole a cambio la entrega de Lisboa, Cintra y Santarem.

La cesión de estas tres plazas al rey cristiano hubo que disfrazarla, para no herir la sensibilidad de la población musulmana, como operaciones de conquista. Así, el 30 de abril se rendía Santarem a las fuerzas de Alfonso VI, el 5 de mayo lo hacía Lisboa, y Cintra seguía el mismo camino tres días más tarde. Con estas tres plazas prácticamente todo el territorio del reino de Badajoz al norte del río Tajo fue puesto en manos del leonés. Desde Toledo a Lisboa, en grandes líneas, el río Tajo se había convertido en la frontera de los dominios de Alfonso.

La reacción almorávide llegó durante el invierno de ese mismo año de 1093. El emir Sir ibn Abu Bakr, aprovechando las ventajas que le ofrecía la estación invernal, en la que no era probable que alguna fuerza de socorro llegara desde el norte cristiano, movió su ejército hacia Badajoz, y con el auxilio de parte de la población y lanzando un vigoroso asalto, en los primeros meses de 1094 se apoderó de la ciudad y de las personas de al-Mutawakkil y sus hijos. Meses más tarde, enviados los prisioneros hacia Sevilla, en el camino fueron bárbaramente asesinados por los soldados almorávides tanto el rey de Badajoz como sus hijos Fadl y Abbas.

También recuperaría el gobernador Sir ibn Abu Bakr las plazas cedidas por al-Mutawakkil a Alfonso VI. Nos consta que Lisboa volvió a manos de los almorávides en el mes de noviembre de 1094, y Santarem algunos años después, en mayo de 1111, ya fallecido Alfonso VI. Respecto de la vuelta de Cintra al mundo islámico no tenemos noticias concretas, pero suponemos que sería recuperada por los almorávides en fecha próxima a la de Lisboa.

Otro de los hijos de al-Mutawakkil, el llamado al-Mansur, nombrado heredero por su padre, continuó resistiendo durante algún tiempo en Montánchez, pero acabó por refugiarse en el reino de Alfonso VI, convirtiéndose incluso al cristianismo.

Con la caída de Badajoz el gobernador almorávide Sir ibn Abu Bakr, hombre enérgico y efectivo, que era primo carnal de Yusuf ibn Texufin y gozaba de la total confianza de este, había cumplido el encargo recibido del emir de los almorávides y eliminado a todos los reyes de taifas, salvo a aquellos que en el Levante de al-Ándalus se cobijaban detrás del escudo protector de las mesnadas cidianas.

Unificado al-Ándalus bajo un poder único con la excepción indicada, e integrado en el imperio almorávide, que se extendía desde el Níger y el Senegal hasta las proximidades del Tajo, había llegado ya la hora de los enfrentamientos directos, del gran duelo entre el emir de los creyentes y el rey cristiano, entre Yusuf ibn Texufin y Alfonso VI.