El amor que desea la felicidad de los demás
En términos generales, hay tres clases de amor: amor afectivo, amor que estima a los demás y amor que desea la felicidad de los demás, llamado también amor desiderativo. Por ejemplo, cuando una madre contempla a sus hijos, siente gran afecto por ellos y considera que son preciosos, aunque otras personas no los perciban de tal modo. Debido a su amor afectivo, siente de manera natural que son especiales e importantes, y este sentimiento es el amor que estima a los demás. Debido a que los ama, desea con sinceridad que sean felices, y este deseo es amor desiderativo. El amor desiderativo surge del amor que estima a los demás, que a su vez nace del amor afectivo. Tenemos que cultivar estas tres clases de amor hacia todos los seres sintientes sin excepción.
CÓMO CULTIVAR EL AMOR QUE DESEA LA FELICIDAD DE LOS DEMÁS
Una vez que hemos adquirido la experiencia de estimar a todos los seres sintientes por medio de la práctica de las instrucciones expuestas con anterioridad, si contemplamos que carecen de felicidad pura, generaremos de manera natural el deseo sincero de guiarlos al estado de la felicidad pura. Este es el amor desiderativo universal.
¿Qué es la felicidad pura? La felicidad pura es la que proviene de una mente apacible. La felicidad que se deriva de los disfrutes mundanos, como comer, beber, las actividades sexuales y la relajación, no es felicidad pura ni verdadera. Es sufrimiento del cambio o una mera disminución del sufrimiento anterior. Por medio de un adiestramiento, podemos cultivar y mantener una mente apacible en todo momento, por lo que siempre seremos felices.
En Cuatrocientas estrofas, el gran erudito Aryadeva dice:
«La experiencia de sufrimiento nunca se transformará por su misma causa,
pero es evidente que la de felicidad sí se transformará por su misma causa».
Esto significa que, por ejemplo, el sufrimiento producido por el fuego no puede transformarse en felicidad como resultado del mismo fuego; en cambio, la felicidad de que disfrutamos, por ejemplo, al comer, se transforma en sufrimiento con solo seguir comiendo. ¿Cómo es así? Cuando comemos nuestro plato favorito, nos parece delicioso, pero si seguimos comiendo más y más, el placer se convertirá en malestar, repugnancia y, finalmente, en dolor. Esto prueba que la misma causa transforma la experiencia de felicidad en sufrimiento. Comer nos produce felicidad, pero también el sufrimiento de las enfermedades. Esto muestra que los disfrutes mundanos, como comer, no son causas verdaderas de felicidad, lo cual implica que el placer que se deriva de los disfrutes mundanos no es verdadera felicidad. Sin embargo, con las experiencias dolorosas no ocurre lo contrario. Por ejemplo, golpearnos un dedo con un martillo repetidas veces nunca llegará a ser algo placentero porque es una causa verdadera de sufrimiento. Al igual que una causa verdadera de sufrimiento no puede generar felicidad, una causa verdadera de felicidad tampoco puede producir sufrimiento. Puesto que las sensaciones placenteras que nos proporcionan los disfrutes mundanos se convierten en sufrimiento, no pueden ser verdadera felicidad. Cualquier actividad mundana que se realice en exceso, ya sea comer, hacer deporte, las prácticas sexuales o cualquier otro disfrute mundano, terminará siempre en sufrimiento. Por mucho que busquemos la felicidad en los placeres mundanos, nunca la encontraremos. Como se mencionó con anterioridad, disfrutar de los placeres del samsara es como beber agua salada, en lugar de calmarnos la sed, la intensifica. En el samsara nunca podremos decir: «Estoy plenamente satisfecho, no necesito nada más».
Los placeres mundanos no solo no son verdadera felicidad, sino que además son efímeros. Los seres humanos dedican sus vidas a acumular posesiones y lograr una posición social elevada, crear un hogar, una familia y reunir un círculo de amigos, pero al morir lo pierden todo. Aquello por lo que han trabajado tanto desaparece súbitamente y tienen que viajar a la próxima vida solos y con las manos vacías. Desean mantener amistades sólidas y duraderas con otras personas, pero en el samsara esto es imposible. Hasta los amantes más apasionados tienen que separarse tarde o temprano, y cuando se encuentren de nuevo en una vida futura, no se reconocerán. Quizá pensemos que aquellos que disfrutan de buenas relaciones y han logrado cumplir sus ambiciones en esta vida son verdaderamente felices, pero, en realidad, su felicidad es tan frágil como una burbuja de agua. La impermanencia no perdona nada ni a nadie; en el samsara, tarde o temprano nuestros sueños se desmoronarán. Buda dice en los Sutras del vinaya:
«La reunión termina en dispersión;
el ascenso, en descenso;
el encuentro, en separación,
y el nacimiento, en la muerte».
La naturaleza del samsara, el ciclo de vidas impuras, es sufrimiento. En esta vida impura, nunca disfrutaremos de felicidad pura a menos que nos adiestremos en la práctica espiritual pura. Buda dijo que vivir en el samsara es como estar sentado en la punta de una aguja, por mucho que cambiemos de postura, no podremos evitar el dolor, y por mucho que intentemos mejorar nuestra situación, siempre estaremos molestos y dolidos.
La felicidad pura proviene de la sabiduría, que, a su vez, deriva de practicar las enseñanzas espirituales puras, conocidas como Dharma. Todas y cada una de las prácticas espirituales que se presentan en este libro nos proporcionan la habilidad de cultivar y mantener una mente apacible. Esta paz interior es felicidad pura porque proviene de la sabiduría, no de los disfrutes mundanos. Si poseemos un conocimiento profundo que comprende los grandes beneficios de la práctica espiritual pura, lo cual es sabiduría, es seguro que practicaremos con pureza. Sin esta sabiduría nunca lo haremos, por lo que la sabiduría es la fuente de todas las prácticas espirituales puras. Sin ella somos como la persona que no tiene ojos y no puede ver nada. De igual modo, si no tenemos sabiduría, no podremos comprender los objetos significativos.
En el capítulo de la muerte ya se ha expuesto lo que significa una práctica espiritual pura. ¿Qué es la sabiduría? La sabiduría es un conocimiento profundo que comprende objetos significativos. Todos los objetos de meditación que se exponen en este libro son objetos significativos porque el conocimiento que los comprende llena de sentido nuestra vida presente y las incontables vidas futuras. La felicidad pura tiene muchos niveles. De entre ellos, la suprema es la felicidad de la iluminación. Por esta razón, en esta práctica en la que cultivamos amor desiderativo por todos los seres sintientes, generamos el objeto de meditación tomando la firme resolución de conducirlos a la felicidad pura de la iluminación. Para ello realizamos la siguiente contemplación. Desde lo más profundo del corazón generamos un sentimiento de estima hacia todos los seres sintientes y pensamos:
Aunque todos los seres, que se están ahogando en el profundo océano del sufrimiento, buscan la felicidad en todo momento, nunca encuentran la verdadera felicidad. Yo voy a conducirlos a la felicidad pura de la iluminación.
Meditamos en esta determinación una y otra vez hasta que generemos el deseo espontáneo de conducir a todos los seres sintientes a la felicidad suprema de la iluminación.
La expresión océano del sufrimiento encierra un gran significado. El océano del sufrimiento es muy diferente de un océano normal. La naturaleza de todas y cada una de las partes de un océano es agua, mientras que las del océano del sufrimiento es sufrimiento. Un océano de agua tiene unos límites, pero el océano del sufrimiento es infinito. En él se están ahogando todos los seres sintientes; aunque buscan la felicidad día y noche, en el océano del sufrimiento es imposible encontrarla porque no existe en absoluto. Si pensamos sobre ello y lo contemplamos, generaremos el amor que desea la felicidad de los demás, el deseo sincero de conducir a todos los seres sintientes a la felicidad pura de la iluminación. Aunque por lo general se utiliza la expresión océano del samsara, si en ocasiones decimos océano del sufrimiento, nos llegará más profundo al corazón.
La meditación sobre el amor es muy poderosa. El amor desiderativo se llama también amor inconmensurable porque con solo meditar en él recibimos inconmensurables beneficios en esta vida y en las incontables vidas futuras, aunque nuestra concentración no sea muy buena. El gran erudito budista Nagaryhuna enumeró ocho beneficios del amor afectivo y el amor que desea la felicidad de los demás basándose en las enseñanzas de Buda: 1) Si meditamos en el amor afectivo y en el amor que desea la felicidad de los demás durante un momento, acumulamos más méritos o buena fortuna que ofreciendo alimentos tres veces al día a todos los seres hambrientos del mundo.
Cuando damos alimentos a los que tienen hambre, no les estamos proporcionando verdadera felicidad. Esto es así porque la felicidad que experimentamos al comer no es verdadera, sino solo una mera disminución temporal del sufrimiento causado por el hambre. Sin embargo, las meditaciones en el amor afectivo y en el amor que desea la felicidad de los demás nos conducen tanto a nosotros mismos como a los demás al logro de la felicidad pura y permanente de la iluminación.
Los siete beneficios restantes de meditar en el amor afectivo y en el amor que desea la felicidad de los demás son, que en el futuro: 2) recibiremos mucho amor y afecto por parte de otros seres humanos y no humanos; 3) los seres humanos y no humanos nos protegerán de diferentes maneras; 4) seremos felices en todo momento; 5) disfrutaremos siempre de buena salud; 6) las armas, venenos u otros factores dañinos no podrán perjudicarnos; 7) obtendremos todo lo que necesitemos sin esfuerzo, y 8) renaceremos en el cielo supremo de la tierra pura de Buda.
Después de contemplar estos beneficios, hemos de esforzarnos en meditar muchas veces al día en el amor que desea la felicidad de los demás.
El amor es un gran protector, nos ampara del odio, de los celos y del daño que puedan causarnos los espíritus. Cuando Buda Shakyamuni meditaba bajo el Árbol Bodhi, fue atacado por todos los terribles demonios de este mundo, pero su amor transformó sus armas en una lluvia de flores. Al final, nuestro amor se convertirá en el amor universal de un Buda, que tiene la capacidad real de hacer felices a todos los seres sintientes.
La mayoría de las relaciones humanas están basadas en una mezcla de amor y apego. Esto no es amor puro porque surge del deseo de lograr nuestra propia felicidad, apreciamos a otras personas porque nos hacen sentir bien. El amor puro no está mezclado con el apego y nace únicamente del deseo de que los demás sean felices; nunca causa problemas, solo proporciona paz y felicidad tanto a nosotros mismos como a los demás. Debemos erradicar el apego de nuestra mente, pero esto no significa que tengamos que abandonar nuestras relaciones. Hemos de aprender a distinguirlo del amor, reducir poco a poco todo rastro de este engaño en nuestras relaciones y cultivar el amor hasta que sea puro.