La muerte
Nadie quiere sufrir. Día y noche, incluso en sueños, intentamos evitar de manera instintiva hasta la más mínima molestia. Esto indica que, aunque no nos demos cuenta, en lo más profundo de nuestro ser lo que realmente buscamos es la liberación permanente del sufrimiento.
En ciertas ocasiones no experimentamos ningún sufrimiento físico ni mental, pero estos momentos no son duraderos. Al poco tiempo nuestro cuerpo vuelve a estar incómodo o cae enfermo y nuestra mente se ve alterada por las preocupaciones y la infelicidad. Por muchos problemas que logremos solucionar, tarde o temprano aparecerán otros. Esto muestra que aunque deseamos alcanzar la liberación permanente del sufrimiento, aún no lo hemos conseguido. Mientras tengamos perturbaciones mentales, no estaremos completamente libres del sufrimiento. Quizás disfrutemos de algunos momentos de alivio, pero poco después los problemas volverán. El único modo de acabar para siempre con el sufrimiento es seguir el camino espiritual. Puesto que en lo más profundo del corazón todos deseamos alcanzar la liberación total del sufrimiento, en realidad todos deberíamos seguir el camino espiritual.
Sin embargo, debido a que nuestro deseo de disfrutar de los placeres mundanos es tan intenso, tenemos muy poco o ningún interés en la práctica espiritual. Desde el punto de vista espiritual, esta falta de interés es una clase de pereza que se denomina pereza del apego. Mientras tengamos esta clase de pereza, la puerta de la liberación permanecerá cerrada para nosotros y, por lo tanto, seguiremos padeciendo desgracias en esta vida y experimentando sufrimientos sin cesar vida tras vida. La manera de eliminar esta pereza es meditar en la muerte.
Debemos reflexionar sobre nuestra muerte y meditar en ella con perseverancia hasta que alcancemos una profunda realización. Aunque todos sabemos a nivel intelectual que tarde o temprano nos vamos a morir, no somos realmente conscientes de ello. Puesto que no asimilamos de corazón el entendimiento intelectual que tenemos de la muerte, cada día pensamos lo mismo: «Hoy no me voy a morir, hoy no me voy a morir». Incluso el mismo día en que nos muramos, estaremos planeando lo que vamos a hacer al día siguiente o al cabo de una semana. La mente que piensa cada día: «Hoy no me voy a morir» es engañosa, nos conduce por el camino incorrecto y es la causa de que nuestra vida carezca de sentido. En cambio, si meditamos en la muerte, sustituiremos de manera gradual el pensamiento engañoso: «Hoy no me voy a morir» por la convicción fidedigna: «Es posible que me muera hoy». La mente que piensa cada día de manera espontánea: «Es posible que me muera hoy» es la realización de la muerte. Esta es la realización que elimina de manera directa la pereza del apego y nos abre la puerta del camino espiritual.
Quizás muramos hoy o quizás no, por lo general, no lo sabemos. Sin embargo, si cada día pensamos: «Hoy no me voy a morir», este pensamiento nos engañará porque procede de la ignorancia, mientras que pensar: «Es posible que me muera hoy» no lo hará porque proviene de la sabiduría. Esta convicción beneficiosa evita que surja la pereza del apego y nos anima a preparar ahora el bienestar de las innumerables vidas futuras o a esforzarnos para entrar en el camino que nos conduce a la liberación. De este modo llenaremos nuestra vida de significado.
Para meditar en la muerte, debemos contemplar que nuestra muerte es inevitable y que el momento de su llegada es incierto. Luego, hemos de comprender que tanto en el momento de la muerte como después de ella, solo la práctica espiritual puede ayudarnos.
La muerte es inevitable y no hay nada que pueda impedirla. Contemplamos:
Sin importar dónde haya nacido, ya sea en un estado de existencia afortunado o desafortunado, sin lugar a dudas me voy a morir. Tanto si renazco en el estado más feliz de los renacimientos superiores o en el más profundo de los infiernos, estaré siempre sometido a la muerte. Por muy lejos que viaje, ya sea a los confines del espacio o al centro de la tierra, nunca encontraré un lugar donde pueda esconderme de la muerte.
Ninguna de las personas que vivieron en el siglo I sigue viva en la actualidad, y lo mismo podemos decir de las del siglo II, etcétera. Lo único que ha quedado de ellas son sus nombres. Las que vivieron hace doscientos años han fallecido y las que viven ahora habrán muerto dentro de doscientos años.
Después de contemplar estos razonamientos, deberíamos preguntarnos: «¿Cómo es posible que yo sea la única persona que vaya a sobrevivir a la muerte?».
Cuando se nos termine el karma de experimentar esta vida, nadie ni nada podrá impedir que muramos. Cuando llega el momento de la muerte, no hay escapatoria. Si fuera posible evitar la muerte por medio de poderes sobrenaturales y clarividencias, aquellos que poseyeran dichas facultades extraordinarias serían inmortales, pero incluso ellos mueren. Los monarcas más poderosos de la historia sucumbieron desvalidos ante el poder de la muerte, y el león, el rey de los animales, que puede matar a un elefante, cae abatido de inmediato al encontrarse con el Señor de la Muerte. Ni siquiera los multimillonarios pueden evitar la muerte. No pueden distraerla con sobornos ni comprar tiempo diciendo: «Si pospones la hora de mi muerte, te daré más riquezas de las que puedas imaginar».
La muerte es inexorable y no hace concesiones. Es como el derrumbe de una inmensa montaña por los cuatro costados, cuya devastación es imposible de detener. Lo mismo ocurre con el envejecimiento y las enfermedades. La vejez avanza a escondidas consumiendo nuestra juventud, vitalidad y belleza. Aunque apenas nos damos cuenta de este proceso, ya está en marcha y no es posible revertirlo. Las enfermedades destruyen el bienestar, el poder y la fuerza de nuestro cuerpo. Aunque los médicos nos ayuden a recuperarnos de una enfermedad, pronto aparecerá otra y, finalmente, no nos podremos curar y moriremos. Es imposible escapar de las enfermedades o de la muerte echando a correr, y tampoco podemos aplacarlas con riquezas ni hacerlas desaparecer con poderes sobrenaturales. Todos los seres que habitan en este mundo están sometidos de manera ineludible a la vejez, las enfermedades y la muerte.
La duración de nuestra vida no se puede incrementar y de hecho se va acortando continuamente. Desde el mismo instante en que somos concebidos nos dirigimos de manera inexorable hacia la muerte, como un caballo de carreras que galopa en dirección a la meta. El caballo, al menos, puede reducir su velocidad de vez en cuando, pero en nuestra carrera hacia la muerte nunca nos detenemos, ni siquiera por un solo segundo. Nuestra vida se va acortando tanto cuando estamos despiertos como cuando dormimos. En cualquier viaje debemos detener nuestro vehículo de vez en cuando, pero el tiempo que nos queda de vida nunca deja de disminuir. En el momento siguiente de nacer ya se ha extinguido parte de nuestra vida. Vivimos en los mismos brazos de la muerte. Después de haber nacido no podemos detenernos ni un solo instante y nos vamos acercando al Señor de la Muerte como un corredor en su carrera. Creemos que pertenecemos al mundo de los vivos, pero nuestra vida es la propia autovía que conduce a la muerte.
Si nuestro médico nos diera la noticia de que tenemos una enfermedad incurable y que solo nos queda una semana de vida, aunque un amigo nos hiciera un magnífico regalo, como un diamante, un coche nuevo o unas espléndidas vacaciones, no nos sentiríamos muy entusiasmados. Pero, en realidad, esta es la situación en que nos encontramos ahora, puesto que todos padecemos de la enfermedad de la mortalidad. ¡Qué absurdo es interesarnos tanto por los placeres transitorios de esta vida tan corta!
Si nos resulta difícil meditar en la muerte, podemos escuchar el tictac de un reloj y pensar que cada tic marca el fin de un momento de nuestra vida y nos acercamos más a la muerte. Podemos imaginar que el Señor de la Muerte vive a una cierta distancia de nosotros y que el tictac del reloj es el resonar de nuestros pasos al acercarnos momento a momento a la muerte. Esto nos ayudará a comprender que viajamos hacia la muerte sin un momento de descanso.
Este mundo es impermanente como las nubes de otoño, y nuestro nacimiento y muerte son como la entrada y salida de los actores en un escenario. Los actores cambian de papel y de vestuario muy a menudo, y aparecen en escena una y otra vez bajo diferentes aspectos. Del mismo modo, los seres sintientes adquieren distintas formas y aparecen en nuevos mundos. En unas ocasiones son seres humanos o animales, y en otras caen a los infiernos. Debemos comprender que la vida de un ser sintiente es fugaz como el destello de un relámpago y se desvanece con rapidez como el agua que cae desde lo alto de una montaña.
La muerte nos va a llegar aunque no hayamos encontrado tiempo para dedicar a la práctica espiritual. A pesar de que la vida es corta, no sería tan grave si al menos dispusiéramos de mucho tiempo para el adiestramiento espiritual, pero casi siempre estamos ocupados en dormir, trabajar, comer, ir de compras, conversar, etcétera, y nos queda muy poco tiempo para la práctica espiritual pura. El tiempo pasa rápidamente mientras nos dedicamos a lograr otros objetivos hasta que, de repente, nos sobreviene la muerte.
Solemos pensar que tenemos mucho tiempo para la práctica espiritual, pero si examinamos de cerca nuestro modo de vida, nos daremos cuenta de que los días van transcurriendo y aún no nos hemos puesto a practicar en serio. Si no encontramos tiempo para adiestrarnos con pureza en la práctica espiritual, cuando nos llegue la hora de la muerte, miraremos atrás y descubriremos que hemos desperdiciado la vida. En cambio, si meditamos en la muerte, generaremos un deseo tan sincero de practicar con pureza que de forma natural comenzaremos a cambiar nuestra rutina diaria, de manera que incluya al menos un poco de tiempo para la práctica. Finalmente, dispondremos de más tiempo para el adiestramiento espiritual que para otras actividades.
Si meditamos en la muerte una y otra vez, es posible que tengamos miedo, pero esto no es suficiente. Después de haber generado el miedo de morir sin estar preparados, hemos de buscar algo que nos ofrezca verdadera protección. Los caminos de las vidas futuras son muy largos y desconocidos. Iremos viajando de vida en vida sin saber dónde vamos a renacer, si recorreremos los caminos que conducen a estados de existencia desdichados o a reinos más afortunados. Sin libertad ni elección, iremos hacia donde nos lleve nuestro karma. Por lo tanto, tenemos que encontrar algo que nos muestre un camino seguro hacia las vidas futuras, que nos guíe por los senderos correctos y nos aleje de los erróneos. Las posesiones y los disfrutes de esta vida no pueden protegernos. Puesto que solo las enseñanzas espirituales nos muestran el camino correcto que podrá ayudarnos y protegernos en el futuro, debemos esforzarnos con el cuerpo, la palabra y la mente por poner en práctica las enseñanzas espirituales, como las que se exponen en el presente libro. El yogui Milarepa dijo:
«Los infortunios de las vidas futuras son más numerosos que los de esta vida. ¿Has preparado algo que te vaya a ayudar? Si todavía no lo has hecho, hazlo ahora. La única protección contra estos infortunios es la práctica de las sagradas enseñanzas espirituales».
Si analizamos nuestra vida, nos daremos cuenta de que hemos pasado muchos años sin interesarnos por la práctica espiritual, y que ahora, incluso si tenemos el deseo de practicar, por pereza, no lo hacemos de una forma pura. El gran erudito Gungtang dijo:
«Durante veinte años no quise practicar las enseñanzas espirituales. Los veinte años siguientes pensaba que podría hacerlo más adelante. Pasé otros veinte enfrascado en otras actividades y arrepintiéndome de no haber emprendido la práctica espiritual. Esta es la historia de mi vacía vida humana».
Esta podría ser también la historia de nuestra vida, pero si meditamos en la muerte, evitaremos desperdiciar nuestra preciosa vida humana y nos esforzaremos en llenarla de significado.
Si reflexionamos de este modo, pensaremos de corazón: «Sin lugar a dudas me voy a morir». Al comprender que en el momento de la muerte solo nuestra práctica espiritual nos servirá de verdadera ayuda, tomamos la firme resolución: «Debo poner en práctica las enseñanzas espirituales, el Dharma». Cuando este pensamiento surja con intensidad y claridad en nuestra mente, lo mantenemos de manera convergente sin distracciones para familiarizarnos cada vez más con él hasta no olvidarlo nunca.
EL MOMENTO DE NUESTRA MUERTE ES INCIERTO
A menudo nos engañamos a nosotros mismos pensando: «Soy joven, así que no me voy a morir pronto», pero podemos comprobar lo equivocados que estamos con solo observar cuántos jóvenes mueren antes que sus padres. En ocasiones, pensamos: «Tengo buena salud, de momento no me voy a morir», pero a menudo vemos que personas con buena salud que cuidan enfermos mueren antes que ellos. Aquellos que van a visitar a un amigo al hospital pueden morir antes que él en un accidente de tráfico, ya que la muerte no se limita a ancianos y enfermos. La persona que está viva y tiene buena salud por la mañana puede morir por la tarde, y la que se encuentra bien al irse a dormir, puede morir antes de despertar. Algunos mueren mientras comen, otros en medio de una conversación. Otras personas mueren nada más nacer.
La muerte no siempre avisa. Este enemigo puede aparecer en cualquier momento y a menudo ataca con rapidez cuando menos lo esperamos. Puede visitarnos mientras conducimos de camino a una fiesta, al encender la televisión o mientras pensamos: «Hoy no me voy a morir» y hacemos planes para las vacaciones de verano o la jubilación. El Señor de la Muerte puede caer sobre nosotros al igual que las nubes negras cubren de pronto el cielo. En ocasiones, cuando entramos en casa el cielo está limpio y azul, pero al volver a salir, está totalmente nublado. De igual modo, la muerte puede arrojar su sombra sobre nosotros en un instante.
Existen muchas más causas de muerte que de supervivencia. Aunque la muerte es inevitable y la duración de nuestra vida es incierta, no sería tan grave si al menos las condiciones que nos llevan a la muerte fueran pocas; pero hay incontables condiciones, tanto externas como internas, que pueden causarnos la muerte. El medio ambiente es la causa de numerosas muertes por inanición, inundaciones, incendios, terremotos, contaminación, etcétera. Del mismo modo, los cuatro elementos internos del cuerpo, tierra, agua, fuego y aire, provocan la muerte cuando se desequilibran y uno de ellos crece en exceso. Se dice que los elementos internos, cuando están equilibrados, son como cuatro serpientes de la misma especie e igual fortaleza que viven juntas en armonía; pero cuando se desequilibran, es como si una ellas se volviera más poderosa y devorara a las otras, hasta que finalmente ella misma muere de inanición.
Además de estas causas inanimadas que pueden provocar la muerte, hay seres, como ladrones, soldados enemigos o animales salvajes, que también pueden quitarnos la vida. Incluso objetos que no consideramos peligrosos, sino necesarios para protegernos y sobrevivir, como nuestra casa, el coche o nuestro mejor amigo, pueden causarnos la muerte. Algunas personas mueren aplastadas al derrumbarse su casa o al caer por las escaleras y muchas otras pierden a diario la vida en sus coches. Algunos mueren durante las vacaciones, y otros, a causa de sus propias aficiones y juegos, como los jinetes que sufren una caída mortal. Los mismos alimentos que tomamos para nutrir nuestro cuerpo y mantenernos con vida pueden causarnos la muerte. Incluso los amigos o nuestro amante pueden quitarnos la vida de manera accidental o intencionada. En la prensa leemos noticias de parejas que se quitan la vida el uno al otro o de padres que matan a sus propios hijos. Si lo analizamos con detenimiento, nos daremos cuenta de que es imposible encontrar ni un solo objeto de disfrute mundano que no tenga el potencial de provocar la muerte y que solo sea causa de supervivencia. El gran erudito Nagaryhuna dijo:
«Nuestra vida se mantiene entre miles de condiciones que la amenazan de muerte. Nuestra fuerza vital es como la llama de una vela expuesta al viento, que se apaga con facilidad porque el viento de la muerte sopla en todas las direcciones».
Cada persona ha creado el karma de que su vida dure un determinado período de tiempo, pero, como no podemos recordar qué karma hemos creado, no sabemos con exactitud cuál va a ser la duración de nuestra vida. Es posible tener una muerte prematura antes de haber agotado nuestro espacio de vida, porque se pueden acabar nuestros méritos, la causa de buena fortuna, antes de haber consumido el karma que determina la duración de nuestra vida. En tal caso, caeríamos tan enfermos que los médicos no podrían ayudarnos o no conseguiríamos encontrar alimentos o satisfacer otras necesidades básicas para sobrevivir. En cambio, si la duración de nuestra vida no se ha terminado y todavía nos quedan méritos, aunque caigamos gravemente enfermos, podremos encontrar las condiciones necesarias para recuperarnos.
El cuerpo humano es muy frágil. Aunque existen innumerables causas de muerte, no sería tan grave si nuestro cuerpo fuera fuerte como el acero, pero en realidad es muy delicado. Para destruirlo no hacen falta armas poderosas ni bombas, una pequeña aguja sería suficiente para acabar con él. Nagaryhuna dijo:
«Hay muchos agentes que destruyen nuestra fuerza vital.
El cuerpo humano es como una burbuja de agua».
Al igual que una burbuja de agua estalla en cuanto se la toca, una simple gota de agua en el corazón o un pequeño arañazo con una espina venenosa pueden causarnos la muerte. Nagaryhuna dijo que al final del presente eón, todo el universo será consumido por las llamas de un fuego inmenso y que no quedarán ni sus cenizas. Puesto que el universo entero va a desaparecer, es evidente que este delicado cuerpo humano perecerá muy pronto.
Podemos contemplar el proceso de la respiración, como a cada aspiración le sigue sin interrupción una espiración. Si este proceso se detuviera, moriríamos. Sin embargo, incluso cuando dormimos y nuestra memoria o retentiva mental deja de funcionar, la respiración continúa, aunque en muchos otros aspectos somos como un cadáver. Nagaryhuna dijo al respecto: «¡Qué maravilla que ocurra esto!». Cuando nos despertamos por la mañana, deberíamos alegrarnos pensando: «Es asombroso que mi respiración me haya mantenido con vida mientras dormía. Si se hubiera detenido durante la noche, ahora estaría muerto».
Al contemplar que el momento de la muerte es totalmente incierto y comprender que nadie puede garantizarnos que no nos vayamos a morir hoy mismo, debemos pensar día y noche desde lo más profundo del corazón: «Quizá me muera hoy, es posible que me muera hoy». Si nos concentramos en la sensación que nos produce este pensamiento, tomaremos con firmeza la siguiente resolución:
Puesto que he de marcharme pronto de este mundo, no tiene sentido que me apegue a los asuntos de esta vida. En lugar de ello, voy a dedicarme de corazón a extraer la verdadera esencia de mi vida humana adiestrándome con sinceridad en una práctica espiritual pura.
¿Qué significa adiestrarse con sinceridad en una práctica espiritual pura? Cuando aplicamos las instrucciones espirituales que son los métodos para controlar nuestros engaños, como el deseo incontrolado, el odio y la ignorancia, nos estamos adiestrando en una práctica espiritual pura. Esto, a su vez, significa que estamos siguiendo los caminos espirituales correctos. Esta práctica espiritual pura tiene tres niveles: 1) la práctica del ser del nivel inicial, 2) la práctica del ser del nivel medio y 3) la práctica del ser del nivel superior. Para una exposición detallada de estos tres niveles véanse El camino gozoso de buena fortuna y Budismo moderno.