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En 1948, cuando estaba trabajando en El tercer hombre, parece que me olvidé completamente de un relato titulado El décimo hombre, que estaba haciendo tictac, como una bomba de relojería, en algún lugar de los archivos de la Metro-Goldwyn-Mayer de América.
En 1983, un desconocido me escribió desde los Estados Unidos diciéndome que la MGM le había ofrecido a un editor norteamericano un relato mío titulado El décimo hombre. No tomé el asunto en serio. Creí recordar —incorrectamente, como se vio— un esbozo que había escrito hacia el final de la guerra en virtud de un contrato con mi amigo Ben Goetz, representante de la MGM en Londres. Dicho esbozo quizá había ocupado dos páginas mecanografiadas; no corría, por tanto, peligro de publicación, sobre todo porque el relato no se había convertido en película.
La razón por la que firmé el contrato fue que cuando la guerra terminó y abandoné mi empleo en la Administración temí que mi familia se viera en dificultades debido al precario estado de mi economía. Antes de la guerra no había podido mantenerla con el solo recurso de escribir novelas. Había estado, de hecho, endeudado con mis editores hasta 1938, en que Brighton, parque de atracciones vendió ocho mil ejemplares y saldó temporalmente nuestras cuentas. El poder y la gloria, que apareció más o menos en la época de la invasión de occidente, en una edición de unos tres mil quinientos ejemplares, apenas mejoró la situación. Yo no tenía confianza en mi futuro como novelista, y en 1944 acepté gustoso lo que resultó ser un contrato casi de esclavo con la MGM, que al menos nos aseguraba a mí y a los míos un medio de vida suficiente durante un par de años, a cambio de la idea de El décimo hombre.
Recientemente me llegó la asombrosa y preocupante noticia de que Anthony Blond había comprado el libro y los derechos de publicación por entregas del misterioso relato por una suma bastante cuantiosa, que fue a parar, naturalmente, a manos de la MGM. Blond me envió cortésmente el texto mecanografiado para que yo hiciese las correcciones que estimara pertinentes, y resultó que no era un esbozo de dos páginas, sino una novela corta concluida, de alrededor de treinta mil palabras. Lo que me sorprendió e irritó más que nada fue descubrir que esta historia olvidada era muy legible; en realidad la prefiero en muchos sentidos a El tercer hombre, por lo que ya no tuve ninguna excusa personal para oponerme a su publicación, aun en el caso de que tuviera la capacidad legal para hacerlo, cosa que era harto dudosa. Blond, no obstante, accedió muy generosamente a publicar el texto conjuntamente con mis editores habituales, The Bodley Head.
Una vez arreglado esto amigablemente, un misterio se sumó a otro. Encontré por azar en un armario de París una vieja caja de cartón que contenía dos manuscritos; uno de ellos era un diario y libro de citas que al parecer yo había redactado durante 1937 y 1938. Bajo la fecha 26 de diciembre de 1937 topé con este pasaje: «He hablado de películas con Menzies [un director americano]. Dos ideas para futuros rodajes. Una: una situación política como la de España. Una orden de exterminio. Diez hombres encarcelados echan a suertes con cerillas. Un hombre rico saca la más larga. Ofrece todo su dinero a quien ocupe su puesto. Uno de los presos, pensando en su familia, accede. Más tarde, ya liberado, el rico visita anónimamente a la familia que posee todo su dinero, ahora que él no tiene nada más que la vida…».
El esqueleto de un relato, en efecto. Los cuatro puntos suspensivos que cierran la anotación parecen representar ahora los años de guerra que siguieron, y en el curso de los cuales la pobre idea se perdió en el inconsciente. Cuando en 1944 concebí la historia de Chavel y Janvier debí de creer que simplemente acababa de ocurrírseme, y sin embargo hoy sólo puedo suponer que esos dos personajes habían estado cavando muy hondo en la cueva del inconsciente mientras el mundo ardía.
El retorno inesperado de El décimo hombre de los archivos de la MGM provocó asimismo una búsqueda en los míos, donde descubrí copias de otras dos ideas más para películas que tal vez diviertan a los lectores de este libro. La primera (que actualmente no me parece mala, aunque no fructificó) se titulaba Jim Braddon y el criminal de guerra.
He aquí el esquema: una historia que no es inoportuna ni siquiera hoy, en que Barbie aguarda juicio.