5
De momento, todo estaba oscuro, pero poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la escasa luz de las velas que bañaba el lugar. Ella fijó la vista en el techo, el cual parecía de una cueva; y pudo divisar algunos dibujos en él, pero sin poder precisar de qué se trataba.
Enseguida se dio cuenta de que no podía mover ningún miembro de su cuerpo, ni siquiera la cabeza, que también la tenía aprisionada. Movió las muñecas intentando deshacerse de lo que las tenía aprisionadas y al ver que no podía, comenzó a asustarse y a gritar con todas sus fuerzas. Después de un momento de pánico, dejó de gritar y probar a tranquilizarse, sabiendo que tranquila, podía pensar mejor.
–Virginia serénate,… tranquilízate; podrás pensar con claridad y actuar mejor si te tranquilizas –se dijo a sí misma, pero hablándose en alto.
Había asistido durante un año a clases de yoga, karma, tantra y relajación; incluso había aprendido a tomar el control de su mente, para luego tomar el control de la situación y así poder salir sana y salva de muchos problemas; sobre todo de aquellas situaciones en las que se necesita tener la mente despejada al cien por cien. Ésta técnica, la había ayudado mucho a la hora de estudiar e incluso el mismo día de un examen relajarse y conseguir un máximo de aciertos. Además, se había encontrado a sí misma; una prueba de ello era que ella no fumaba ni tabaco ni ningún tipo de drogas, como el resto del grupo. Probó a seguir tirando de la soga que la ataba y fue comprobando como el nudo de la cuerda se iba aflojando hasta poder sacar una mano. Con la mano libre se desató la otra, pero lo más difícil fue quitarse el cinturón de la cabeza, ya que las manos casi no podían llegar a la hebilla que lo cerraba. Por un momento desistió, pero estiró los brazos todo lo que pudo y probó nuevamente con gran éxito, ya que la hebilla se soltó. Después de soltarse la cabeza, se incorporó quedando sentada y se soltó las piernas con mucha más facilidad. Cuando hubo terminado de desatarse, se incorporó poniéndose de pie sobre el púlpito para poder ver los gráficos dibujados en el techo: pudo comprobar que se trataba de cruces invertidas, representaciones de sacrificios humanos e incluso una efigie satánica; había también muchas palabras en latín o quizás era griego, o puede que se tratara de cualquier otro idioma de otro mundo.
Saltó al suelo y caminó hacia el frente, donde había una puerta de madera antigua, ésta era muy gruesa y con un cerrojo antiguo también. Al llegar a ella, comenzó a golpearla con la mano derecha abierta y luego con el puño e incluso con patadas, pero ésta no cedía.
–¡Socorroooo! ¿Me puede alguien ayudar? ¡Creo que estoy atrapada! ¡Por favor, si hay alguien ahí, ayúdeme! –gritó pero pronto comprobó que no había nadie al otro lado que la pudiera socorrer.
Miró alrededor para encontrar algo con lo que abrir la puerta, pero no encontró nada. Su mirada se fijó de repente, en las velas. Se acercó a ellas y cogió una y la llevó hasta la puerta; se puso de rodillas y comenzó a quemarla desde abajo inclinando la vela. Para acelerar el proceso, fue cogiendo varias velas más y poniéndolas unas junto a otras hasta que la puerta empezó a arder y a quemarse poco a poco.
Tommy se adelantó, miró a la izquierda y vio un pequeño túnel oscuro; se sacó la linterna del bolsillo de la chaqueta y lo alumbró.
–¡Por aquí! –dijo girando la cabeza para mirar a los demás.
–¿Estás seguro? –preguntó Bianca.
–No lo sé, es sólo… intuición –contestó con duda.
–Oh! ¡Vaya! Ahora tiramos los dados o… ¿Prefieres una moneda? Así puedes elegir el camino con mayor seguridad –dijo José con cierta burla.
–¡Tranquilo hombre! Iremos por donde él ha dicho. ¿De acuerdo? –repuso Bianca.
–¡Sí, mi sargento! –se burló José.
–Te creía mucho más maduro –protestó Bianca y se adentró en el pasadizo descubierto por Tommy.
Siguieron caminando por el pasadizo durante un rato. Todo estaba en silencio salvo por el ruido que producían las goteras en el techo. Tommy apuntó hacia arriba con la linterna y pudo ver que el techo estaba compuesto por miles de pequeñas piedras puntiagudas que hacían recordar a las estalactitas. Al seguir caminando, lo que parecía un pasadizo se expandió dando lugar a una cavidad mucho más amplia, y al fondo de ésta, justo frente a ellos había una puerta antigua de madera, la cual estaba quemándose. La cantidad de humo era enorme, pero éste subía hacia el techo como si en él hubiera algún hueco de ventilación; pero no se ventilaba si no que iba desapareciendo en la piedra del techo como si éste lo respirara.
Alguien tosió al otro lado de la puerta y comenzó a pedir auxilio.
–¿Hay alguien ahí? –preguntó Bianca alzando la voz.
–¡Es Virginia! –gritó Tommy–. ¡Virginia!,… ¡Virginia!... ¡aguanta cariño! –volvió a gritar corriendo hacia la puerta.
–¡Noooo! –le gritó a su vez José agarrando a Tommy por un brazo para detenerlo–. ¡Escucha!... Primero sofocaremos el fuego, luego será mucho más fácil romper la puerta. ¿De acuerdo?
–¡Vale, de acuerdo! –Y dirigiéndose a Virginia le gritó–: ¡Cariño, soy Tommy, mantente alejada de la puerta; vamos a intentar apagar el fuego! ¿De acuerdo?
Ella no respondió; pero se mantuvo agachada tapándose la cabeza con ambas manos, acurrucada detrás del púlpito para evitar que la alcanzara las llamas.
Todos comenzaron a apagar el fuego con: chaquetas, jerséis y cualquier otra prenda de vestir que tuvieran a mano.
Después de permanecer un instante agazapada, Virginia miró a su alrededor para ver que podía utilizar para ayudar a apagar el fuego; su mirada se fijó en unas cortinas rojas que colgaban de unos rieles en el fondo de la estancia. Corrió hacia ellas y tropezó con uno de los escalones que soportaba el púlpito. Como pudo, logró ponerse de pie y alcanzó llegar hasta las cortinas; tirando de ellas con fuerza, logró arrancarlas. Al girar para dirigirse a la puerta, se preguntó como unas pocas velas pudieron hacer arder una puerta tan grande y tan gruesa.
Se acercó a la puerta y viendo que aún estaba en llamas, alzó los brazos y tiró por la cortina con todas sus fuerzas. Repitió la operación varias veces hasta quedar exhausta y caer de rodillas en el suelo. Levantó su mirada hacia la puerta y pudo comprobar que el fuego estaba prácticamente extinguido.
–¡Virginia aléjate lo más que puedas de la puerta; vamos a intentar tirarla! –le gritó Bianca.
Virginia se alejó y al poco, comenzaron a escucharse golpetazos en la puerta, que se iba destrozando poco a poco. Trozos de madera quemada iban volando por toda la habitación; otros trozos aún incendiados, caían a los lados del bastidor; José dio tal patada a la zona de la puerta donde se encontraba la cerradura, que voló hasta caer sobre el púlpito.
Tommy terminó de destrozar lo que quedaba de la puerta con la mano, después de haberla roto a patadas. Al ver que ya se podía pasar, corrió hacia Virginia y se abrazaron llenándose de besos y caricias, mientras por sus mejillas rodaban abundantes lágrimas.
Bianca y José entraron en la estancia y se acercaron a los chicos; ella alargó el brazo derecho y acarició el pelo de Tommy, que aún seguía llorando.
–Vamos Tommy; tenemos que seguir. –Su voz sonaba muy tranquilizadora, acostumbrada ya con el trato a sus muchos pacientes; aunque ahora, le salía más del corazón por el cariño que le había tomado al muchacho.
–Cálmate cariño. Ya estamos juntos otra vez –logró articular Virginia mientras se levantaba abrazada a Tommy para ayudar a que él también se levantara.
–Se que no es el momento… –empezó a decir José con una mano en la sien, pero se interrumpió y miró a Bianca; quien lo miraba como si quisiera decir: “a ver qué chiste nos cuenta ahora”–, pero Virginia tiene que decirnos donde están los otros chicos, o que ha sido de ellos.
–No lo sé… –Hizo una pausa y miró de uno en uno a los ojos–. Han pasado tantas cosas… Cuando entramos, ocurrieron cosas horribles –dijo finalmente y bajó la mirada hacia el suelo.
–Sí cariño, Tommy ya nos ha contado. Dinos lo que pasó cuando él pudo escapar.
–Bien,… yo estaba… todos estábamos en una especie de habitación oscura; y Tommy y Frank desaparecieron, como si se los hubiera tragado la tierra. Ivonne y yo nos abrazamos aterrorizadas; David y Nico encendieron sus mecheros para poder ver. Entonces, pudimos ver que había una puerta a un lado de la habitación; Nico y David comenzaron a empujarla para intentar derribarla, pero era imposible. Así que desistieron, pero David quiso seguir probando; de repente, se apagaron los mecheros… y cuando… los volvimos a encender, David ya no estaba.
Nico e Ivonne corrieron hacia la puerta y comenzaron a golpearla llamando a gritos a David; yo… yo me quedé sola por un momento y algo me agarró y tiró de mí. Luego yo… yo…
–Tranquila cariño, lo estás haciendo muy bien –dijo Bianca suavemente.
–¿Quieres dejarlo? –preguntó Tommy y la abrazó.
–No, puedo seguir; estoy bien. Yo estaba asustada y comencé a gritar. Fue como si atravesara la pared, como en las películas de fantasmas, que lo pueden atravesar todo. A lo lejos oí gritar a Nico e Ivonne llamándome, pero ellos no pudieron seguirme; no pudieron atravesar la pared. Fue horrible, luego los oía gritar y gritar, parecía como si los estuvieran torturando. Era como ir por un túnel oscuro donde podías oír pero no ver. Más tarde me desmayé. De eso hace unas dos horas más o menos; no estoy segura. Se me paró el reloj y no lo recuerdo.
–¿Quieres decir que solamente hace dos horas que pasó todo eso? –preguntó José boquiabierto.
–Sí, claro… o quizás media hora, o puede que incluso tres horas.
–¿Tienes idea de en que…? –comenzó a preguntar José.
–¡Ssshhh! Espera un momento –interrumpió Bianca–, hay que ser más delicados.
–¿Más delicados?... ¿con qué? –Los ojos de Virginia parecían dos platos.
–Bueno,… verás… es que –Bianca se llevó una mano a la nuca.
–¡Qué delicada! –gritó José burlándose de Bianca.
–Yo se lo diré –prorrumpió Tommy, mientras Bianca fulminaba a José con la mirada–. Verás cariño, en realidad no han pasado dos horas,… ni tres. En este lugar parece ser que el tiempo pasa más lento de lo normal. Es como… ¿Recuerdas “regreso al futuro”? –La psiquiatra y el detective se lo quedaron mirando a la espera de la explicación–. Ellos viajaban en el tiempo del presente al futuro o al pasado. ¿No? –Virginia asintió aún asombrada. –Pero se decía que eran dos tiempos en paralelo, es decir, que uno de ellos no era del todo real; pues bien, aquí es lo mismo, pero este tiempo pasa más lento. ¿Entiendes? –Hizo una pausa y miró a Virginia fijamente a los ojos; después su mirada saltó a Bianca, quien asintió. Seguidamente, continuó su explicación–. Entonces, unas horas e incluso unos días, aquí podrían ser un año y medio aproximadamente en nuestro tiempo, en casa.
–¿Quieres decir que yo ya tengo 22 años sin haber vivido ese año? –A Virginia no le cabía más asombro en su cara.
–Más o menos,… sí, es eso… guapa –dijo José y Bianca volvió a fulminarlo. Él levanto las manos en ademán de protesta.
–¿Y la comida,… y mi pelo, que hay de la higiene? ¿Cómo se explica que no esté desnutrida? Es… es increíble. –Su voz sonaba temblorosa y sus ojos iban de uno a otro.
Ninguno pudo responder. Todos se quedaron sin habla, dudando de todo, haciéndose las mismas preguntas que Virginia.
Después de un momento de reflexión, todos se quedaron sin saber que hacer o que decir. Sus miradas oscilaban de unos a otros. Del suelo al techo: Virginia inmersa en ese año y medio perdido, en como estaría su familia o si la daban por muerta. Un año más de noviazgo con Tommy sin haberlo vivido, sin haber disfrutado del amor, de la vida, de nada; Bianca hacía cuenta de las horas que posiblemente habrían pasado en ese mundo extraño y los días o meses que ya han pasado en su mundo. ¿La darían por perdida, secuestrada, muerta e incluso abducida?; Tommy coincidía con Virginia –¡Dios mío, un año sin ella! Un año tumbado en el asiento delantero de un coche con Frank muerto en el asiento de atrás; y David, Nico e Ivonne perdidos Dios sabe dónde. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Los encontraremos? –se dijo así mismo; José ya estaba pensando en los titulares de los periódicos. –“Un policía, una psiquiatra y un paciente esquizofrénico perdidos en el famoso túnel de la Laja”. Y más tarde: “Hallados los cadáveres del policía, la psiquiatra y el loco, además de su novia, en las mismas condiciones en que apareció un coche hace unos meses en el túnel de la Laja”.
–Bien… ¿Nos movemos chicos? Hay que salir de aquí. –La voz de José sonó en la distancia como un estampido, llevando a los otros a la realidad con un gran sobresalto.
–Sí, es cierto. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor. –Por fin reaccionó Bianca.
–Por esa puerta no podemos ir, ya hemos venido por ahí –dijo Tommy refiriéndose a la puerta quemada.
Bianca miró a su alrededor y divisó otra puerta que ocultaban las cortinas.
–Iremos por esa otra puerta –dijo señalándola.
–Antes no había nada en esa pared; solamente las cortinas –dijo Virginia asombrada.
–¡Eh! Esperen un momento, hemos venido por ahí. –José señaló la puerta quemada–. Esa puerta nos conduce a la entrada ¿lo captan?
–Sí, lo capto perfectamente, pero yo no me voy sin saber donde están los otros, ¿los recuerdas? –El tono que empleó Bianca fue despectivo.
–Muy bien, doctora iremos por donde usted quiera –se rindió el detective.
Bianca se dirigió a la puerta que estaba detrás de las cortinas que había arrancado Virginia; giró la manilla y no se abrió. Entonces, empleó la fuerza y se lió a empujones con la puerta. Tommy se acercó y le propinó una fuerte patada que la empotró en la pared, abriéndola de par en par.
José se subió al púlpito llamado por la curiosidad y observó todos los dibujos que había en el techo y que habían cautivado la curiosidad de Virginia.
–¡Eh, miren estos garabatos! –gritó entusiasmado–. Aquí hay algo escrito: Katumi te hasmo an thi asthra… ¿Qué significará?
–¡Satanás el dios de la tierra! –Las palabras de Virginia resonaron en la estancia con un matiz de ultratumba y se clavaron en sus oyentes como dagas caídas del cielo.
–¡Asthra; qué bonita palabra! –dijo Bianca medio asustada, medio en broma.
José saltó del púlpito y se dispuso a cruzar la puerta elegida por la psiquiatra, pero se detuvo ante ella; Bianca y Tommy se quedaron mirándose para ver quien la cruzaba primero de los dos. Tommy se adelantó y la traspasó –“¡las damas primero!” –habría dicho e incluso gritado, pero no venía a cuento; Bianca la cruzó después, sin mirar si los otros la seguían; José se dispuso a entrar pero miró a Virginia y le tendió la mano; ella no la rechazó, si no que se acercó más a él y le aferró la mano con mucha fuerza, mientras las palabras anteriormente dichas se perdieron con el eco. Ambos se miraron nuevamente y la cruzaron los dos juntos, casi abrazados; sin mediar palabra; unidos por el miedo.