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La puerta de la habitación de Tommy se abrió y alguien apareció en el umbral. Él aún estaba adormilado; eran sólo las seis y media de la mañana.

–¡Buenos días! –dijo una voz procedente de la puerta–. Venga muchacho, ¡Arriba! Hay  mucho que hacer.

–¡Ah! Es usted, doctora ¿No es muy temprano? –preguntó Tommy bostezando.

–Pues claro que no. Tenemos que darnos prisa –explicó Bianca mientras se acercaba a la taquilla y le lanzaba los pantalones. Es que aún no hay nadie en los pasillos y no quiero dar muchas explicaciones.

–¿Y no me echarán en falta más tarde? –preguntó Tommy mientras se levantaba dispuesto a ponerse los pantalones–. ¡Ah! Y no me mire. ¿Vale?

–¡No he visto nada! –Se alisó el pelo y se dirigió a la puerta–. Menos hablar y más prisa, estoy en el pasillo –dicho esto salió cerrando la puerta tras de sí.

Abajo aguardaba José en su coche, miraba impacientemente el reloj y de éste a la puerta principal del hospital psiquiátrico. Cuando la manecilla del minutero de su Lotus (reloj que le había regalado su madre hacía ya cinco años) alcanzó las seis y cuarenta y cinco, Tommy y Bianca salieron por la puerta y se dirigieron al coche. En ese momento, José se preguntó que estaba haciendo; si todo aquello no era una locura. –El chico está loco, pero la doctora y yo estamos para el arrastre –se dijo. Qué pensarían de él si en el túnel no pasara nada y fuera todo una farsa–. ¿Y  si el chico nos mata a los dos como a sus amigos?... ¿Y si todo es verdad y tardamos un año en volver? –se preguntó.

–¡Vámonos! –dijo Bianca al acercarse a José.

José se sobresaltó, pero seguidamente, puso el coche en marcha y se dirigió a la autopista en dirección sur. Ninguno de los tres dijo nada.

De fondo se oía la voz de la locutora de radio que decía: ¡Buenos días madrugadores! Les habla Rosa Brito desde la 105.3 cadena Nacional y en este momento, son las siete en punto; y ahora, amigos les dejo con un viejo tema para comenzar la mañana. Con ustedes, William Pitt y su “City Light”.

Todos seguían absortos en sus pensamientos mientras la melodía sonaba: Bianca pensaba en la historia contada por Tommy, en la veracidad, en lo irracional que era toda, pero que de alguna forma, encajaba. Todo parecía tal como el muchacho lo había contado. Tampoco se le quitaba de la memoria el nombre de Virginia–. ¿Cómo estará? ¿Qué le habrán hecho esos cabrones?... ¿Estará viva?... ¡Oh! ¡Dios mío, que esté viva, por favor!; José por su lado tarareaba la canción, aunque no sabía realmente en qué momento se había puesto a hacerlo, ni siquiera se había dado cuenta de cuando había empezado la canción; Tommy por su lado, observaba  como iba quedando atrás la avenida marítima: con su parterre delimitando los dos carriles, los de ida hacia el puerto y los de ida hacia el sur, con sus altas palmeras. Después de pasar la fuente luminosa, y dejar atrás el teatro, divisó a su izquierda como si vigilara el mar a Lady Harimaguada.

De pronto, la canción llegó a su fin y otra melodía, esta vez una que anunciaba un producto comenzó a sonar sacando a los tres de sus pensamientos. José miró el reloj y vio que ya eran las siete y diez, con lo que apretó el acelerador y la aguja del cuenta kilómetros en el panel, marcó 90km/h.

Después de pasar el barrio pesquero de San Cristóbal, el coche siguió por una vía recta y luego giró para tomar la prominente curva que tenía delante. Tras de sí iba dejando un bonito paisaje formado por una playa bastante extensa, en la que aún no había ningún indicio de la gente por lo temprano que era; pero las gaviotas habían tomado parte de ella.  A su derecha había montañas y riscos que no dejaban ver lo que venía después. Al dar la curva y dejar atrás la playa de La Laja, ya se divisó el túnel a lo lejos.

Bianca suspiró e inmediatamente todos se concentraron en él. –Mírenlo, dentro de poco ya entraremos en él. ¿Están preparados?–. José y Tommy asintieron con la cabeza pero sin quitarle la vista de encima.

Permanecieron en silencio con la imagen del túnel flotando en sus mentes. Ya se acercaban a él, ya quedaba muy poco tiempo para descubrir la verdad, para encontrar a los demás chicos en caso afirmativo. Pero si no lo era ¿Qué perdían intentándolo?

José mantenía su mirada fija en la carretera. Conducía con una mano al volante y en la otra apoyaba su cabeza. La locutora anunció otra canción; en este caso Gloria Estefan los invitaba a menear sus cuerpos al son de su salsa caliente con unos de sus últimos temas llamado “Oye”. Estiró la mano y subió un poco más el volumen.

Bianca miraba a los riscos que se elevaban  a su derecha; paisaje que le parecía para nada entretenido, pero que a falta de pan… Al notar que José elevaba el volumen de la radio, lo miró.

–Es para distraernos un poco –repuso él al notar la intensa mirada de ella, quien sin más, giró la cabeza y continuó mirando su paisaje.

Tommy por su lado, observaba a las gaviotas y se preguntaba por qué razón miraban todas en la misma dirección. Pensó que a lo mejor era una especie de ritual que aquellas aves le ofrecían al sol cada mañana. Y se sorprendió de cuan curiosa era la naturaleza a pesar de que el hombre la tiene como algo inferior. Después, como si nada, se metió en la melodía agitada de Gloria.

A la entrada del túnel, todo parecía tranquilo; los coches penetraban en él y no parecían desaparecer, daba la impresión de que continuaban su marcha hacia el extremo opuesto. José continuó conduciendo hasta situarse a pocos metros de la entrada y se detuvo en una isleta que separaba los dos carriles  justo frente al túnel. Todos estaban en completo silencio viendo como penetraban los coches sin ningún problema; al fondo, todos desaparecían, pero esto era debido a la prominente curva que había en él.

El rostro de Tommy se había vuelto completamente blanco y en sus ojos se divisaba un profundo terror; por su frente caían frías gotas de sudor y sus manos mojadas y heladas, temblaban.

–¿Estás bien? –preguntó Bianca–. Tommy cariño, tenemos que hacerlo. Tienes que ser muy fuerte…  –Paró para tragar saliva y le cogió las manos–. Virginia y el resto de tus amigos están dentro, y tú tienes que ser fuerte para poder ayudarlos. ¿Entiendes?

–Siiii… –La respuesta le salió suave, pero pausadamente, casi inaudible.

–¡Tenemos que hacerlo ahora! ¿Están preparados? –José miró a ambos para asegurarse  y prosiguió–. Tommy, sin ti no podremos hacer nada, así que tienes que ser fuerte. –Y lo miró para asegurarse de que estaba bien.

–¿Tienes un Kruger? –preguntó Tommy después de unos segundos. Parecía haberse recuperado–. Fumar me tranquilizará ¿Vale? 

José le pasó un cigarrillo y se encendió otro para sí, acto seguido, le extendió la cajetilla en dirección a Bianca y la convidó a fumar. Ella negó con la cabeza.