CAPITULO II
DERRIBÉ al hombre que alzaba
hacia Gala su arma exterminadora. Mi golpe contra su sien fue
demoledor, dado con todas mis fuerzas.
Algo me dijo interiormente que, con personas
que sólo eran fuerza mental incorpórea, lo mejor era buscar el daño
físico cerca de su cerebro, donde pudiera afectarles el golpe, al
menos por el momento. En otro punto de su cuerpo quizá no hubiese
logrado nada positivo.
El guardián rodó por el suelo, perdiendo el
arma. Antes de que otro de ellos pudiera sujetarme a mí, estiré el
brazo, tomando el arma derribada. Me incorporé, apuntando a los
otros dos guardianes. Mi dedo se curvaba en el gatillo del arma,
una pistola de cargas desintegrantes.
—Al primero que intente algo, le destrozo
—murmuré roncamente—. Podéis paralizarme, pero nada será tan rápido
como para impedir que presione el gatillo con mi último reflejo
mental activo.
—¿Estás loco? —habló con frialdad el jefe de
la patrulla, mientras Gala se perdía de vista en las galerías, allá
al fondo.—. Esto es una rebelión. Está castigada...
—Sí, ya veo que la utopía no existirá jamás.
Sois tan tiranos y crueles como los que gobernaban antes. Nunca se
ha perdonado la rebeldía humana. Ni se perdonará. No importa quien
gobierne...
—Este no es asunto tuyo. El Poder te
protege, pero esto puede hundirte para siempre. No puedes
intervenir en asuntos que no te afectan. No puedes proteger a un
humano que ha destruido a uno de los nuestros y finge seguir siendo
de nuestra sociedad. Eso está prohibido.
—¡Prohibido! Siempre hay algo prohibido. O
mucho, ¿no es cierto? El hombre jamás tuvo su derecho a ser
libre... —les miré colérico—. Vamos, tirad vuestras armas. Situaos
contra ese muro. No intentéis perseguir a esa chica.
—Cometes un grave error. No hace falta que
la persigamos. Caerá, de todos modos —me avisó glacialmente el jefe
del grupo—. Ella está sentenciada ya. Por todos nosotros. ¿Olvidas
que somos millones, pero movidos por un solo
pensamiento común?
—Dios mío... —les miré con angustia,
mientras me obedecían indiferentes, como burlándose de mí, siempre
sonrientes—. Simples células de una mente única y superior... Eso
es lo que sois todos vosotros, malditos entes sin forma...
—No tienes queja de nuestro Superior —trató
de reprocharme uno de ellos—. Gracias a nosotros existes, vives
todavía...
—¡Vivir! ¿Llamáis vivir a este deambular
entre monigotes como vosotros? —rugí—. Sólo esos minutos de charla
con un auténtico ser humano, me han hecho más feliz que todos los
cientos de años de vida que vuestro Poder sea capaz de
facilitarme.
—Eso pudiste haberlo pensado antes, hombre
—me recordó el jefe del grupo, sin dejar de sonreír—. Ahora ya es
tarde. Y tu acción, estúpida y suicida, va a resultarte
completamente inútil...
Les miré, por encima del arma, con rabia.
Allá, en la distancia, capté un repentino alarido de mujer, un
sonido sibilante, un golpe sordo... Luego, silencio.
Un silencio espeluznante. Aterrador. Temblé.
Temía lo peor.
—¿Qué... qué ha sido eso? —indagué,
crispado.
Los tres hombres me miraron con su maldita
sonrisa estereotipada. El que yo golpeara se había repuesto. Me
estudiaba fríamente, sin rencor. Pero también sin humanidad.
—Tu amiga Gala... —dijo el cabecilla del
grupo—. Te avisé.
—¿Qué le ha ocurrido?
—Estaba sentenciada, te lo dije. Nosotros o
cualquier otro tenía orden de exterminio. La alcanzaron. Ya todo ha
terminado.
—¡Gala! Oh, no... —sollocé.
—Está muerta. Destruida —se encogió de
hombros—. Es la ley.
Es la ley.
Temblé de pies a cabeza. El recuerdo era
demasiado, vivo. Cruel, desgarrador incluso. Hablaban como ellos.
Como los celadores, como los policías del Estado. Como los tiranos
de antes. Nada había cambiado. Sólo la mente rectora. Los
resultados y consecuencias eran idénticos. Siempre las leyes.
Justas e injustas, ¿qué más les daba eso a quienes las
implantaban?
—Asesinos —acusé sordamente—. ¡Cobardes
asesinos sin conciencia!
Y el recuerdo de Gala sin vida, sacrificada
ferozmente por los seres sin alma, me enfureció. Me cegó. Por
primera vez, me sentí capaz de matar.
Y maté.
Quizá intentaron paralizarme. Nunca lo
sabré. Pero no llegaron a tiempo. Apreté el gatillo del arma dos
veces seguidas. Con la celeridad del rayo, casi sin pensarlo. Quizá
por eso no llegaron a tiempo de evitarlo. Si uno no pensaba las
cosas, si obraba, por puro instinto, sus ondas puramente mentales
resultaban engañadas. Y la reacción era tardía.
Los dos proyectiles que lancé sobre ellos
fueron suficientes. Estallaron sordamente, con un sonido ronco y
blando. Un vaho amarillento les envolvió, agitando sus cuerpos.
Nunca olvidaré aquellos ojos vacíos, fijos en mí, aquellas miradas
inexpresivas, aquellas sonrisas estúpidas, como grabadas en su
rostro, incluso al morir sin sentir nada...
Se disolvieron, convertidos en humo sus
cuerpos. No quedó nada de los tres. Miré al aire, al vacío,
preguntándome si sus células habrían salido de aquellos cuerpos o
si perecieron con ellos, encerradas en sus cráneos.
—Monstruos... —mascullé—. Sois verdaderos
monstruos, todos vosotros...
Eché a correr, arma en mano, en dirección a
las galerías. Las alcancé, mirando a mi alrededor vivamente.
Buscaba algo. Y no tardé en encontrarlo, desgraciadamente.
Estaba allí. Tendida en una de las galerías.
Boca abajo. Inmóvil. Vi sus cabellos rubios en desorden. El cuerpo
inerte... Me aproximé lentamente. Me incliné sobre ella,
estremecido.
Toqué su cuello, su piel. Estaba rígida. No
respiraba. Habían matado a Gala. Esta vez ni siquiera pensaron en
utilizar por segunda vez su cuerpo. No valía la pena, al parecer.
Optaron por aniquilarla...
En su espalda tenía un orificio sutil, del
que goteaba sangre... Había bastado. Un dardo eléctrico a su
corazón, disparado a distancia. Un arma letal y rápida.
Giré la cabeza. Vi a los hombres del arma
letal. Venían hacia mí. Eran cuatro, todos guardianes del Centro.
Con sus malditas, absurdas sonrisas del diablo...
Me agazapé, arma en mano. Les enfocaba
directamente con ella. Podía disolverlos a todos con un par de
cargas corrosivas. Elevé un poco la mirada. Desde la galería alta,
otros seis hombres me encañonaban, desde diferentes barandillas,
todos sonrientes, como amables y amistosos...
—No vale la pena seguir luchando, hombre
—dijo uno de ellos—. Perecerías aquí mismo y eso no te resolvería
nada. De todos modos, podemos paralizarte, si lo deseamos, aunque
no podamos impedir, quizá, la muerte de uno de nosotros, quizá de
dos. Por si lo ignoras, no es sólo tu vida la que está en juego. En
el hotel, nuestros hermanos han recibido orden de acabar con tu
esposa, si resistes un momento más. ¿Qué resuelves?
—Cobardes... Horda de asesinos sin alma...
—gemí con ira.
Y tiré el arma.
Me rodearon, y me consideré arrestado, como
si nada hubiera sucedido, como si todo continuara igual que antes
de vender yo a toda la Humanidad, a todo mi planeta. No, las cosas
no habían cambiado mucho. Eran como siempre. Sólo se trata bien a
quien se somete. Sólo el servil es fiel a lo establecido. Al
rebelde, se le extermina. El que se rebela, nunca tiene razón.
Porque nunca, tiene la fuerza...
—Vamos ya —ordenó el jefe de los
escuadrones—. El Poder tiene que verte, hombre.
Partimos. Sus pisadas redoblaron
rítmicamente. Mis sonrientes captores me condujeron a presencia del
Poder nuevamente.
A mis espaldas quedó el cadáver de Gala,
sacrificada por el Nuevo Orden. Por la nueva tiranía...
* *
*
—¿Por qué lo hiciste, amigo?
—Tú lo sabes. Tenía que hacerlo. Era
superior a mis fuerzas. .
—Eso es un delito. Faltaste a tu promesa.
Éramos amigos.
—Nunca fuimos amigos. Hicimos un pacto, eso
es todo. Yo cumplí mi parte.
—Y yo estoy cumpliendo la mía, pero no haces
fáciles las cosas —suspiró el Poder, contemplándome risueño desde
su rostro prestado—. La rebelión no entra en el pacto. Te dije que
nunca te volvieras atrás. Eso es grave.
—Te abrí la puerta para entrar en mi mundo.
¿No fue suficiente?
—Evidentemente, es lo que te pedí. Pero eso
traía forzosamente una fidelidad, un respeto a este nuevo sistema
que te permite sobrevivir y ser feliz junto a tu esposa.
—Ser feliz... —me encogí de hombros
amargamente—. ¿Viendo asesinar a una muchacha indefensa? ¿Eso
proporciona felicidad?
—Sigues siendo el mismo rebelde a quien tus
hermanos de raza condenaron a muerte, Marcus Kilby —me acusó el
Poder. Este delito tuyo de hoy, significaría la pena capital en tu
sociedad, ¿no es cierto?
—Sí. ¿Qué va a significar en la tuya?
—Por el momento, nada. Ya ves si soy
generoso contigo. No puedo olvidar que hicimos un pacto y que,
gracias a él, ahora poseemos un mundo donde vivir. Es evidente que
sabes sobre nosotros mucho más de lo que te conté. Esa muchacha,
Gala, habló contigo. Debía recordar cosas de quien, se posesionó de
su mente. Aún no entiendo cómo pudo liberarse, pero lo
descubriremos, tarde o temprano. Ese caso no puede repetirse. En lo
sucesivo, Marcus Kilby, no vas a poder seguir representando tu
eterno papel de rebelde agresivo.
—¿Me lo impediréis de alguna forma
especial?
—Sí. De la única que considero viable y que
te hará ser razonable. Sigues siendo libre y gozando de tus¹
privilegios de ser, con tu esposa, el único ser humano íntegro y
sin influencias mentales nuestras, en este mundo que nos has
facilitado. Pero de tu comportamiento futuro, me responde... la
vida de tu esposa.
—¿Qué? —palidecí intensamente, mirándole con
estupor.
—Lo lamento, Kilby. Tú me obligas a tomar
estas medidas. Nadie dañará a tu esposa. Nadie impedirá que la veas
cuantas veces quieras. Pero estará vigilada día y noche por una de
nuestras mujeres poseídas, con orden inmediata de exterminio, si tú
cometes otro error semejante al de hoy.
—Es una cobardía —murmuré—. ¡Una vileza! ¡Es
encerrarla como lo estuvo antes! ¡Es someter a cautiverio a una
persona!
—No estará en ninguna celda, sino en el
hotel, en una habitación separada de la tuya. Repito que tendrás
plena audiencia para entrar y salir, pero siempre bajo vigilancia.
En cuanto cometas un nuevo error grave... ella será exterminada. No
olvides eso, Kilby.
—No va a ser fácil olvidarlo... —le miré con
ira impotente—. Si algo le sucediera a ella, yo...
—Nada va a sucederle, si no das motivos. Y
cuando sucediera, si insistes en el error de combatirnos... tú no
podrías hacer nada, porque también serías aniquilado en el acto. Lo
lamento, Kilby. Tú lo provocaste. De todos modos, esto durará un
corto período de tiempo. Si te adaptas y aceptas tu destino sin
protestar... todo volverá a la normalidad, y tú e Ivy podréis vivir
unidos en forma habitual. De ti depende todo eso.
Le miré con auténtico odio, con una cólera
incontenible. Luego, salí de allí dando un portazo rabioso.
Mentalmente, creí advertir que el Poder se reía de mí y de mis
sentimientos exaltados. Después de todo, sabía que no podía
combatirles de modo alguno...
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