PROLOGO
SOY culpable.
Lo admito. Lo admitiré siempre. Hace tiempo
que vengo admitiéndolo. Culpable del más terrible error jamás
cometido por el hombre. Culpable de la mayor vileza, quizá...
Se dirá que existen atenuantes. Lo sé. Yo
mismo las he sopesado cuidadosamente, aun antes de tornar mi
decisión actual, con todas sus consecuencias. Yo mismo he estado
midiendo el pro y el contra de mi acción, y he llegado a pensar que
no toda la culpa fue mía.
Soy humano. Y, como tal, tengo derecho a
sentirme débil en algunas ocasiones. Especialmente, cuando aquello
que uno más quiere está en trance de destruirse. Se lucha
egoístamente. Por uno mismo. Y por cuanto supone su propia
existencia, su felicidad personal. Tal vez, también, la de un ser
amado, a quien uno no quiere ver aniquilado.
Sí. Quizá hubo esas atenuantes, no sé a
ciencia cierta. Pero ahora sirven de bien poco para justificar mi
actitud de entonces. Ahora no tienen el más mínimo valor ante el
grito de mi propia conciencia.
Estoy perdido, y lo sé. Quise ganar algo de
un desastre tremendo, y lo que hice fue perderlo todo y hacérselo
perder a los . demás. Fue hundirme y hundir a otros en el
apocalipsis más delirante que pueda imaginarse.
Pero, claro, yo entonces.. no lo sabía. Ni
podía sospecharlo. Desde un principio estuve seguro de que las
cosas no podían ser tan buenas como parecían. Pero por otro lado,
la balanza se inclinó decisivamente cuando los demás, bien ajenos a
lo que les esperaba, me cerraron la última puerta.
La
puerta...
Dios mío, sólo mencionar esta palabra,
recordarla, me trae espantosos recuerdos. No tiene nada que ver una
cosa con otra, pero por simple asociación de ideas, vuelve a mi
mente, con toda nitidez, el más espantoso de los recuerdos: la
puerta... Aquella puerta de la que
solamente yo tenía la llave...
Ahora no hay remedio posible. No existe
forma humana de volverse atrás, de desandar lo andado. Pero existe
una forma, una sola, de zanjar las cosas de una vez por todas. De
pagar, en parte, el mal cometido, aunque éste ya no se remedie
jamás.
Estoy decidido. Firmemente decidido. No hay
otra salida para mí, para mi conciencia responsable. Debo hacerlo,
con todas sus consecuencias. Si tuve suficiente valor para una
cosa, debo tenerlo para esta otra. Y así será.
Hoy mismo. Ahora.
No puedo esperar más. O sería demasiado tarde, incluso para eso.
Debe ser en este momento. Espero que Dios perdone todo el mal que
cometí. Y el que puedo cometer ahora., Pero no tengo otra salida.
No puedo adoptar otra decisión.
Cuando echo la mirada atrás, todo aquello me
parece imposible. ¿Por qué tuvo que elegirme el destino precisamente a mí? ¿Por qué?
Cualquier otro hubiera podido ser la persona
designada para tan terrible decisión. Y no fue así, sin embargo.
Tuvo que tocarme a mí el sorteo del azar. Tuve que ser yo el
primero y el último hombre vivo que hiciera algo semejante.
Yo.
¿Cómo pude pensar nunca que el destino me
había escogido para interpretar el papel que ningún otro ser humano
podría repetir, ni tan siquiera imaginar? Era una verdad delirante,
una posibilidad enloquecedora, que no se nos ocurrió a ninguno
jamás. Era un hecho alucinante, fuera de nuestra comprensión. Algo
ridículamente pequeño... y sin embargo de inmensas, aplastantes
consecuencias para el mundo.
Porque yo lo hice. Yo fui quien tuvo la
oferta y la aceptó. Yo, quien hizo la transacción más aterradora
que nadie pudo jamás sospechar. Yo, un hombre oscuro, una persona
vulgar, incluso sentenciada a un rápido y triste final... Yo,
Marcus Kilby... VENDÍ EL PLANETA TIERRA.
Vendí mi propio mundo, mi planeta. Yo, que
no tenía nada, sin saberlo siquiera, era el único dueño real de la Tierra en esos
momentos.
Y apenas tuve ocasión, cuando no podía ni
sospecharlo, se presentó una oferta, una sola. Alguien... alguien
quería comprar la Tierra. .
Y yo la vendí. ¡Dios mío, yo vendí mi mundo
a un extraño comprador!
Eso sucedió justamente cuando yo estaba a
punto de morir...