Interludio
(DESPUÉS DEL PROLOGO)
ASÍ sucedieron las
cosas.
Ha sido culpa mía. Todo. Desde un principio.
Yo vendí el planeta. Yo lo hice todo. Fue mi propio error. Mi
responsabilidad toda. Lo malo es que ahora es tarde. Demasiado
tarde para reparar ya nada.
Vendí a mi gente. A mi mundo. A todos. Este
país, todos los demás países... Esta ciudad, las demás ciudades...
Gente conocida y desconocida. Buenos y malos, tiranos y rebeldes,
héroes y cobardes, hombres y mujeres, niños y ancianos... Todos.
Los entregué a un poder llegado de otros mundos. Yo tenía la
puerta, la cerradura y la llave. Las entregué a cambio de una
simple vida humana: la mía. A cambio de mi felicidad personal,
sacrifiqué la de millones de seres que ya no son, que ya no existen
sino en su apariencia material, como simples muñecos, como robots
hechos de carne y hueso... ,
Mientras reflexiono sobre ello,
desesperadamente, me pregunto por qué no pensé antes en sus
consecuencias. Aunque de haberlo pensado, cuando estaba aguardando
la ejecución, lejos de Ivy, sentenciada también a prisión de por
vida... ¿cómo hubiera reaccionado?
Posiblemente de la misma forma que lo hice
entonces. Vendiendo a la Humanidad a un postor que me ofrecía algo
utópico, algo que no estaba a mi alcance y que, entonces, me
pareció sencillamente milagroso.
Fui débil, lo admito. Pero creo que
cualquier otro ser humano en mi trance lo hubiera hecho. Somos
egoístas. Deseamos salir de nuestros problemas, sin pararnos a
pensar jamás en los ajenos. Sólo porque eso nos hace sentirnos
felices, y olvidar a los demás.
Así fue siempre. Así sigue siendo. Y así...
así ya no será nunca más, porque sólo Ivy y yo quedamos en este
mundo de marionetas humanas, con nuevo cerebro, con una
inteligencia de otra galaxia alojada en su cerebro, anulando sus
emociones y sus sentimientos, haciendo de cada persona un perfecto
robot sin alma. Sonrientes todos, felices todos, amables todos,
como pueden serlo unos autómatas montados para presentar una falsa
sociedad feliz.
Cuando me recuperé de mi extraño shock, estaba en el hotel de nuevo, tendido en
aquel confortable lecho. Con Ivy a mi lado...
—Ivy... ¿Qué ha sucedido? —musité con voz
ahogada.
—Serénate. Ya pasó todo. Descansa. Lo
necesitas. Lo ha dicho el médico.
—¿El médico? ¿Qué médico?
—El del hotel. Te ha visitado hace un
rato.
—¡El médico! ¡Es uno de ellos! ¿No lo
entiendes, Ivy? ¡Ni siquiera será humano!
—Lo sé, —me miró, angustiada, tratando de
calmarme—. Sé que nadie es humano a
nuestro alrededor Marcus Pero eso debemos aceptarlo de una vez por
todas. Cuando menos, él sabrá lo que te conviene puesto que fue el
extraño poder de esa gente el que te inmovilizo cuando ibas a
golpear a... a tu amigo Ellos sabrán mas de esa fuerza paralizante
que todos los médicos de nuestro viejo mundo hubieran podido
saber.
—Nuestro viejo mundo... —la miré,
horrorizado—. ¿Te das cuenta, Ivy? ¿Ves la forma tan indiferente
conque hablas ya de algo, de alguien, que ha existido durante
siglos? La sociedad humana, nuestro planeta... Todo ha
desaparecido... ¡por culpa mía solamente! ¡Les vendí de modo
miserable, les entregué a un final masivo, que quizá ni siquiera
llegaron a entender...!
—Eso es cierto, Marcus. Creo que no llegaron
a entenderlo jamás. Cuando menos, no tuvieron una larga agonía. Ni
dolor, ni sufrimiento. Nada de nada. No hubo derramamiento de
sangre, ni guerras, ni terror. Nada.
—¿Cómo puedes saberlo? —me quejé
amargamente, mirándola con desaliento.
—El mismo me lo, dijo. Tu amigo, El Poder...
Cuando estabas inmóvil y temí por tu vida... Me calmó sobre todo lo
que temía yo... —Ivy paseó por la estancia lentamente, la cabeza
baja, la mirada reflexiva—. Le hice algunas preguntas que me
atormentaban. No hubo asesinatos, propiamente dichos. Sólo un sopor
general. Llevaron a las gentes a su casa, las tendieron en lechos o
en el suelo... y se apoderaron de su mente durante el sueño
provocado. Fue todo sencillo. Eran millones de... de esas «cosas»
eléctricas o lo que sean... Al despertar, cada ser humano era
diferente, Pero su consciencia no llegó a saberlo, porque había
sido anulada ya.
—Y dices que no hubo asesinatos, Ivy... —me
quejé dolorosamente—, ¿Cómo llamarías tú al hecho de convertir a un
ser viviente en una máquina, a quitarle su cerebro, sus ideas, su
personalidad, y reducirle a la triste condición de monigote o
maniquí animado?
—Por Dios, Marcus, no pasemos nuestra vida
discutiendo de esto... No conduce ya a ninguna parte, compréndelo.
Tú elegiste un camino. Y yo, que debería ser la única en
criticarlo, no te lo puedo reprochar, porque obraste humanamente,
eso es todo.
—Ivy, tú misma le oíste... Nuestros hijos...
Sabes lo que van a hacer con nuestros hijos. A medida que nazcan,
esas pobres criaturas serán arrancadas de nuestros brazos,
conducidas a un sueño provocado, como tú dices... y «poseídas»
luego por esa materia intangible que yo metí estúpidamente en
nuestro planeta... ¡Hay que evitarlo! ¡Tenemos que hacer algo, para
conceder a esos seres que han de nacer, el derecho a ser libres y
ser humanos, su libre voluntad a ser como quieran ser ellos, a
comportarse como nuestros hijos y no como unos son rientes
mecanismos en serie!
—Marcus, hablé de eso durante tu
inconsciencia. Ese ser no puede hacer nada por ellos. No está en su
mano. El te hizo una promesa, una oferta previamente revisada y
aceptada por sus semejantes. Todos ellos tienen un poder
terrorífico... Si te rebelaras, si ahora pretendieras volverte
atrás y luchar de algún modo, Marcus... no sólo sería el final de
esos hijos que aún no tuvimos sino el tuyo y él mío también. Ellos
aceptaron un acuerdo. Tú has de aceptar tu parte. No mienten, no
falsean nada. Son como son, eso es todo... Ni buenos ni malos.
Necesitan sobrevivir, es todo. Querían un mundo, y lo tienen. Pero
tampoco perdonan que se quebrante un acuerdo, porque eso ellos no
lo conciben. Entonces... son capaces de destruir al rebelde. Inmediatamente, Marcus.
Incliné la cabeza. Sentí ganas de llorar,
pero no lo hice. Miré a Ivy con amargura. Mi voz sonó rota:
—Dios mío... Hemos salido de una tiranía...
para caer en otra. Sólo que ahora... ni siquiera vivimos en un
mundo racional, humano, entrañable... sino rodeados de extraños, de
seres fríos como el hielo, de una sociedad hecha de muñecos
vivientes... ¿Hasta cuándo, Dios mío, hasta cuándo?
—Lo peor de tu pacto, Marcus, es que esta
situación será eterna. Como nuestras propias vidas...
La miré. Hubiera querido decirle algo. Pero
no pude. No tuve valor para ello. Entre otras cosas, porque tenía
razón. Toda la razón.
Era una condenación eterna. Para ambos. Para
el mundo que yo había vendido. Y ni siquiera era posible
luchar.
Quizá entonces comprendí una verdad
terrible, que jamás antes se me había ocurrido ni siquiera
remotamente. Entonces supe que puede ser más espantoso vivir que
morir. Que la eternidad puede resultar más aterradora en vida que
en muerte...
Sobre todo, cuando no se puede escapar a
ella.
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