En esa edad difusa pero segura de la niñez, vas por la vida guiado por su magia, que es a la vez reflexión y energía física. En la infancia no tienes ni idea de cuál es el origen de la fuerza que nos permite comprender lo que nos rodea, personas, naturaleza, animales, y la vida como visión sobrenatural y sensación misteriosa. Todo lo que sientes es una iluminación espiritual, pero lo que ves es terrenal y está atado a lo que sucede a nuestro alrededor. Todo despierta entusiasmo, la materia también se convierte en entusiasmo y en consecuencia no establecemos distinciones entre cielo y tierra, entre materia e inmaterialidad. En la niñez creemos habitar de manera natural en la magia misma. Todo es obvio. No rebuscamos para intentar comprender mejor lo que sucede, sino que avanzamos en la atemorizadora proximidad de todas las cosas aunque al mismo tiempo estemos muy lejos de todo. La infancia está llena de contradicciones naturales.
Más tarde, a lo largo de tu vida, cuando el niño que eras ha dejado ya de serlo y todo lo de su vida se ha vuelto evidente, aunque ahora de una forma distinta a como lo era en la infancia, te acomodas a lo obvio con un suspiro de cansancio, y como adulto intentas a veces recuperar la infancia e ir tirando de parte de ella, como de un hilo de Ariadna, a través de la memoria, que a menudo no es otra cosa que imaginación brotada de la magia misma.
En mi caso, esa magia, límpida y clara en su opacidad, es algo que he atesorado y guardado siempre, porque creo que un escritor posee la capacidad de conservar su tema mientras lo va usando en su mente y en sus obras, destrucción y conservación son exactamente la misma cosa. A pesar de ello, he tenido que recuperar con esfuerzo lo que viví en mi infancia, porque el camino que lleva del concepto a las palabras es largo, y los conceptos no se vierten con facilidad en palabras ni las palabras evocan siempre los mismos conceptos. La magia de mi infancia ha surgido como la tierra desde el susurro del mar, o ha estado flotando en el aire durante mis años de adulto en el extranjero, para posarse en lo que yo llamo mi patria chica, la literatura. Es algo parecido a lo que creo que puede narrarse oralmente y por escrito. En muchas ocasiones, la lengua hablada no es adecuada para la magia, ni siquiera para el susurro, aunque toda literatura tenga su origen y sus raíces en ella. En ella, todo el tiempo que queda tendrá que convertirse en futuro. Porque las formas se ocultan en el susurro y la lengua hablada tiene más espacio que la lengua escrita, más espacio libre para que el autor acuñe nuevas formas. La lengua escrita es el lugar donde la forma puede aproximarse a su culminación y morir.
El novelista elige una forma determinada en el océano de las formas, en el susurro y la lengua.
El escritor puede conservar su magia durante toda la vida sin que nadie más que él tenga ni un asomo de ella, y usarla en silencio para su propio deleite.
Nada sucede por sí mismo.
Nada se reviste de palabras y se fija en una página sin esfuerzo.
Aquí todo se hace a base de voluntad, pero la intención no está clara, y eso también se consigue a fuerza de voluntad.
Así ha de ser.
Esta pequeña parte de la magia de mi niñez se presenta aquí en forma neutra, igual que se ofrecen las formas a la vista en un escaparate.