Capítulo 5
«Cuando estés en la duda, trata de ganar de mano».
Hoyle
MIKE se levantó de la cama y oprimió el timbre que había junto a la puerta.
—¿Sí, señor? —dijo un soldado, abriendo la puerta.
—¿Podría encontrar un lugar donde comer algo?
—Sí —contestó el soldado—. Creo que llegará justo a tiempo, antes de que cierren la cantina.
Mike lo siguió a través de corredores iluminados que unían los distintos edificios de una planta; esta parecía ser la arquitectura común a todo el establecimiento. Llegaron a una cantina. Estaba repleta de civiles que descansaban y conversaban. Mientras atravesaba el salón, miraba cuidadosamente a su alrededor, siempre pensando en encontrarse con el profesor pero no lo vio. Un reloj que había detrás del mostrador, indicaba las doce menos cuarto.
Comió un guiso y tomó café; se sentía intranquilo y necesitaba caminar para aflojar las tensiones. El soldado no opuso reparo alguno y ambos comenzaron a recorrer el establecimiento. Mike había pensado que tal vez pudiera trasponer el alto cerco que rodeaba todo el predio pero al ver de cerca la alambrada de cinco metros y los puestos de vigilancia, abandonó la idea de fugarse. Sólo cuando descubrió un edificio sobre el que decía «Baños», comenzó a crecer en su cerebro otro plan más factible.
Le dijo al soldado que deseaba bañarse y lo dejó esperando junto a la puerta. Con rapidez y habilidad recorrió el edificio y halló que estaba totalmente vacío. Lo que se le había ocurrido era apoderarse de un uniforme de soldado y tratar de salir por la puerta principal. Decidió ser más prudente y buscó un baño; se desvistió y se sumergió plácidamente en la bañera llena de agua caliente.
—Pase —respondió, al oír que golpeaban a la puerta.
—¿Disfrutando el baño? —preguntó Leadbury.
—Sí.
—¿Tal vez esté pensando en lo que hablamos antes?
—Puede ser.
—Espero que tenga un baño placentero —concluyó el mayor y cerró la puerta.
Mike se dio vuelta para estar seguro de que se había ido. Le pareció extraño que Leadbury lo estuviera vigilando. Se le ocurrió que también él pudiera ser un individualista de corazón. Sintió un escalofrío ya que el agua se había enfriado. Salió de la bañera, se secó y se vistió rápidamente, maldiciendo en alta voz al recordar que le habían sacado la billetera. Tal vez fuera mejor así. Si lo recapturaran, podría decir que había perdido la memoria o decir que su nombre era Charles Dickens.
No vio al soldado al salir del edificio. Se quedó allí un momento, mirando a su alrededor pero nadie apareció.
Al mirar hacia la salida principal, se apoderó de él un fuerte deseo de escapar. Oyó unos pasos apresurados a la distancia pero después de un momento, se perdieron a lo lejos. Comenzó a caminar con cautela, mirando sobre el hombro cada tanto. Pero la distancia que había entre él y la protección que le brindaban los edificios parecía enorme. En la entrada no se notaba ninguna actividad pero no correría ningún riesgo innecesario. Al llegar a la casilla de guardia, escuchó atentamente; no se oía ningún sonido. No tuvo tiempo de pensar el motivo. Avanzó ocultándose cuanto podía y rodeó la casilla hacia la puerta; espió hacia adentro pero no había nadie. Estaba vacía. Eso debería responder a algún plan. ¿Dónde estarían los malditos? Miró hacia donde habían quedado los edificios, a la distancia, dudó un minuto y luego se echó a correr pasando frente a la casilla y hacia la salida. Desde allí cruzó de un salto la carretera y aterrizó sobre un amplio campo abierto, tratando de reincorporarse entre tropiezos.
—¡Deténgase o disparamos!… —se oyó una voz que salía de un altoparlante.
Mike ni soñó en detenerse y continuó corriendo más aún. Adelante alcanzó a divisar una barrera. Repentinamente se vio iluminado por un fuerte haz de luz y notó que la barrera era otro cerco. Oyó disparos a sus espaldas. Sintió que duros terrones de tierra le golpeaban la espalda, levantados por los disparos que pegaban en el suelo a su alrededor. El cerco estaba a unos pocos metros pero como no tenía tiempo para detenerse a pensar, se lanzó hacia la parte superior, se tomó del alambre y se elevó con todas sus fuerzas. Oyó el sonido de una ametralladora que abrió fuego y se dejó caer del otro lado, rozando la alambrada. El aterrorizador sonido de las balas al golpear el cerco, hizo que Mike tratara de alterar la dirección de su caída. Dio un suspiro de alivio al desviarse hacia la derecha ya que el tirador había comenzado a apuntar desde la dirección opuesta. El helicóptero desde el que le habían abierto fuego levantaba una nube de polvo al pasar sobre la alambrada. Mike se puso de pie y comenzó a correr.
Al oír otro disparo aislado, comenzó a zigzaguear. Otro disparo lo hizo caer de costado. No sintió ningún dolor, con la excepción de sus músculos resentidos. Se apretó cuanto pudo contra el suelo, al oír en algún lugar a sus espaldas el sonido del vehículo. Escuchó con atención hasta oír que el ruido de los motores se apagaban; luego levantó el rostro del terreno arado, se limpió como pudo la tierra y miró hacia atrás. El aparato se alejaba de donde él estaba, siguiendo la línea de la alambrada. Dando tumbos, avanzó hasta unos árboles. Sabía que no debía detenerse pero no podía más; se apoyó contra un tronco y trató de recuperar el aliento. Una vez que logró su propósito, se pasó las manos por la ropa para ver dónde le habían dado los impactos. Una bala le había atravesado la chaqueta y la tricota, justo debajo de la axila; notó una masa de lana y gamuza destrozadas.
El ruido del helicóptero lo volvió nuevamente a la realidad; comenzó a moverse en la dirección contraria a la de donde provenía el sonido.
A su frente, el campo se ondulaba suavemente y estaba sembrado de bosques. Prosiguió tozudamente su marcha, tratando de no tropezar y caer en la oscuridad. Todavía alcanzaba a oír el amenazador ruido de los motores. Se preguntó cuánto más duraría la protectora oscuridad que le brindaba una ventaja sobre sus perseguidores. Se detuvo en seco: al frente surgió un nuevo sonido extraño. Era el ruido de otro motor. Le pareció imposible: no podrían haberlo rodeado por adelante. ¿O tal vez sí? Sintió que el ruido se aproximaba cada vez más. Mike continuó avanzando, preparado para echarse cuerpo a tierra y tratar de desaparecer entre el polvo. Llegó hasta un nuevo grupo de árboles y avanzó cautelosamente entre ellos hasta llegar al borde del matorral. Allí se enfrentó con un nuevo vehículo con las luces encendidas. El aparato parecía estar evolucionando en el campo abierto, hacia arriba y hacia abajo, como si estuviera revisando cada palmo de terreno. Cuando se acercó a la orilla del bosque, notó que se trataba tan sólo de una gigantesca cosechadora dedicada a su labor. Aún así, decidió que sería mejor mantenerse oculto. Terminaba de rodear el claro, cuando notó que se aproximaban sus perseguidores; llegaron hasta la cosechadora y Mike apuró el paso. Comenzó a trotar, bordeando los sembrados, hasta que oyó al frente un nuevo rugir de motores. Era un sonido familiar, que había oído infinidad de veces. No pudo decidir de inmediato de qué se trataba pero le dio una sensación de tranquilidad. Tal vez estuviera equivocado pero para Mike, era menos amenazador que el áspero sonido del escape de sus perseguidores. Trepó por un terraplén. Esa era la razón por la que el ruido le había parecido tan familiar: estaba en una ruta.
El tránsito era intenso y tardó varios minutos en cruzar al otro lado. Inmensos camiones avanzaban pesadamente y Mike pensó que tal vez podría conseguir que alguno de ellos lo llevara. Luego se le ocurrió otra idea: trataría de encontrar un lugar desde donde treparse a algún camión, sin ser visto. Después de pensar un instante, decidió caminar en el sentido del tránsito más intenso, guiándose por las luces de la carretera que parecían iluminar de amarillo todo el cielo nocturno.
Cuando llegó al gigantesco trébol que formaba la intersección de los dos caminos, pasó por debajo de los puentes y bajó por la rampa que conducía hacia el Este.
Se quedó detenido junto al camino, esperando su oportunidad para abordar un camión. Notó que a la entrada de la carretera había luces de tránsito; estas se ponían rojas, luego verdes por un momento y luego, nuevamente rojas. Estudió cuál era su finalidad. Cuando estaban rojas, quería significar que había tránsito en el carril de tránsito lento pero cuando estaba verde, se podía avanzar sin problemas. El tránsito se deslizaba ordenadamente y todos parecían respetar las señales y sólo se movían cuan do les correspondía. Ahora sólo le restaba esperar a que llegara el camión apropiado, y tendría la posibilidad de treparse a su bordo.
Mike se quedó tendido allí, sobre el pasto húmedo por el rocío; se sentía muy desdichado mientras que a través de sus ropas se filtraba el frío. Las últimas cuarenta y ocho horas que había vivido, le recordaban a una obra de Chekhov. Le parecía extraño que Leadbury le hubiera proporcionado una oportunidad de huir. Tal vez lo hubieran preparado para poder matarlo mientras lo hacía, obviando así las dificultades que representaría librarse de él.
Por el puente avanzó un grupo de camiones y comenzaron a descender por la rampa; cuando se aproximaba el último, se puso de pie y corrió detrás del acoplado. Afortunadamente la carga estaba cubierta por una lona, sostenida con firmeza. Se tomó de uno de los cabos y se elevó como pudo. Casi pierde pie al arrancar el camión pero la desesperación hizo que lograra sostenerse, levantó las piernas y quedó aplastado contra la lona, debajo de las ataduras. El viento que soplaba era frío y pronto comenzó a tiritar bajo sus ropas humedecidas. El camión avanzaba a buena velocidad; transcurrió más o menos media hora y luego se detuvo. Mike dio vuelta la cabeza y su corazón se paralizó: al frente había un control caminero. Se aplastó aun más contra la lona y deseó fervientemente poder detener los intensos latidos de su corazón, antes de que les tocara el turno en la cola.
—¿De dónde viene? —preguntó uno de los hombres uniformados.
—De Southampton —respondió una voz desde la cabina.
—¿Va a pasar por Londres?
—Así es: voy a la terminal de Chiswick.
—¿Qué carga lleva? —preguntó nuevamente el oficial.
—Lechuga —respondió alegremente el camionero.
—Muy bien; no pierda su valiosa carga —dijo el oficial, alejándose del vehículo. El camión volvió a ponerse en movimiento. Mike se alegró de que el control hubiera sido solamente para el camión y no para él. Con seguridad sería para vehículos que pasaban de un sector a otro.
Una media hora después, el camión salió de la carretera y tomó por el desvío que conducía a Chiswick. Mike zafó sus piernas de las ataduras. El vehículo disminuyó la velocidad al entrar en el camino Norte de circunvalación. Mike saltó hacia atrás y cayó de pie, pero como había calculado mal la velocidad del camión, cayó de bruces sobre el pavimento. Cuando logró controlarse, se puso de pie y arrastró su maltrecho cuerpo hacia el borde de la carretera, poniéndose a salvo mientras otro camión avanzaba amenazador. Jamás hubiera reconocido esta anchísima ruta como el camino de circunvalación. Comenzó a caminar con paso airoso, siguiendo las indicaciones que marcaban la dirección hacia Hammersmith.
—¿Quiere que lo lleve? —preguntó una voz. Mike apretó los puños y trató de parecer lo más natural que pudo. Se dio vuelta y vio un hombre que se asomaba por la ventanilla de un automóvil taxímetro eléctrico.
—Me encantaría, pero me he quedado sin un centavo —contestó Mike, con una sonrisa, encogiéndose de hombros al mismo tiempo.
—No importa, amigo. Estoy fuera de servicio y voy para mi casa —repuso el conductor.
—¿Para dónde va?
—A Shepherd Bush —replicó.
Mike no había deseado en realidad volver a las cercanías de su anterior cautiverio, pero el ofrecimiento de un viaje era demasiado tentador.
—Bueno… Si pudiera acercarme hasta Notting Hill, se lo agradecería muchísimo. —Pensó en ir allí, para ver si encontraba alguna evidencia de la muerte de Pete. Era una decisión descabellada, teniendo en cuenta las circunstancias. Tendría que extremar las precauciones. El taxi aumentó la velocidad y atravesaron la ciudad dormida.
—¿Ha estado jugando? —preguntó el chofer, con una amplia sonrisa.
—Algo así. Casi pierdo hasta la camisa.
—Siempre sucede lo mismo —contestó astutamente el hombre—. Por eso es que yo trabajo todo lo que puedo; si no lo hiciera así; también caería en lo mismo. Los jóvenes pasarán tiempos más difíciles que nosotros.
—¿Le parece?
—Bueno… Con la automatización total de las fábricas y lugares así, los jóvenes de mañana tendrán mucho tiempo libre. Yo soy chapado a la antigua, me gusta ganarme la vida con mi trabajo. No me gustaría que me pagaran por no trabajar como muchas personas hoy en día.
—Es el comienzo de una sociedad vegetativa? —preguntó Mike, con curiosidad.
—Creo que ya hemos llegado a eso —afirmó categóricamente el hombre.
—Espero no entrar en esa definición —dijo Mike, con una sonrisa.
—Depende del trabajo a que se dedique. Debo admitir que es la primera persona a quien le ofrezco llevarla que se niega a aceptar por no tener dinero para el pasaje. Esto hace renacer mis esperanzas. ¿De qué se ocupa?
—Soy escritor. Me gano la vida escribiendo.
Al oír esto, el hombre levantó las cejas, asombrado. Se volvió y lo miró inquisidoramente.
—¿Tiene algún problema con los escritores? —preguntó Mike.
—No…; a mí me gusta leer pero hay mucha gente que no lo hace. No debe pasarla demasiado bien; a no ser que sea usted uno de esos escritores que escriben lo que les mandan —agregó sarcásticamente el taximetrero.
—Soy novelista —le aclaró Mike.
—¿Dónde quiere que lo deje? —preguntó.
—Cerca de la estación del subterráneo, si le queda bien. —El taxi se arrimó a la vereda. Era la primera persona razonable que encontraba, pensó Mike, mientras le agradecía efusivamente el viaje. La estación del subterráneo estaba abierta y en la boletería, encontró lo que buscaba: un enorme mapa iluminado de Londres. En Notting Hill, figuraba un cementerio. Decidió iniciar su búsqueda desde allí.
Todavía estaba oscuro y los portones del cementerio estaban cerrados. Mientras trepaba la pared, pensó que debería haber traído consigo una pala. Una vez adentro, se dio cuenta de la inmensa tarea que le esperaba. Había una multitud de sepulturas. Su única esperanza era que enterraran a la gente en diferentes secciones, de acuerdo al año de su fallecimiento. Mike comenzó a caminar, sin rumbo fijo. Estaba comenzando a amanecer y se sentía exhausto. Buscó un lugar donde echarse a descansar. No se le ocurrió ni pensar en fantasmas y se acomodó sobre un banco próximo a una amplia sepultura. No logró descifrar quién era el ocupante pero decidió que a nadie le importaría que él descansara allí un rato.
Mike se despertó con un terrible dolor de cabeza y como si estuviera resfriándose. Desde un arbusto cercano, un pajarito le dedicaba sus trinos. Al levantarse notó que le dolían todas las magulladuras que tenía en el cuerpo; pero ahora no podía detenerse a pensar en eso. Oyó pasos que se aproximaban, caminando sobre la grava.
Miró atentamente y vio a un viejo, que vestía un sudo mameluco y llevaba una pala; pasó a pocos metros de donde él estaba. Dejó que se alejara algo y luego, saliendo de su escondite comenzó a seguirlo.
—Discúlpeme —dijo cuando lo alcanzó—. Lamento molestarlo, pero estoy buscando la tumba de un amigo que puede estar enterrado aquí…
—¿Para qué la busca? —preguntó el viejo, desconfiado.
—Me voy a ir del país y quería rendirle un postrer homenaje —dijo Mike con convicción. Ya estaba harto de que la gente lo mirara con desconfianza.
—¿Cómo se llamaba su amigo?
—Peter Jones y creo que falleció el 7 de junio de 1979.
—¿Sabe de qué trabajaba? —preguntó el hombre.
—Era músico —contestó Mike, fastidiado.
—¡Ah!… Músicos… Los encontrará en la esquina Norte —repuso el hombre.
—Muchas gracias, muy amable —repuso Mike, alejándose rápidamente. Enseguida encontró la esquina Norte desde allí le resultó fácil ubicar las lápidas. Absorto en su tarea y caminando entre el pasto mojado, descubrió repentinamente y con gran sorpresa las frías y lacónicas letras que indicaban: «Peter Jones». Jamás había querido creer que su amigo había muerto. Al encontrar su tumba, volvió hacia la realidad de lo sucedido.
—¡Pedazo de tonto!… ¿Por qué no te dejaste llevar en lugar de luchar?… —dijo Mike en voz baja, dirigiéndose a la tierra humedecida—. Si no te hubieras pasado toda la vida luchando, todavía podrías estar vivo…
Los ojos de Mike se llenaron de lágrimas y tomó entre sus dedos parte de la tierra que cubría a su amigo. Luego se enderezó de golpe y volvió sobre sus pasos hacia la entrada, donde encontró una oficina.
—Sí, señor: ¿Tiene que hacer los arreglos para un entierro? —preguntó un atildado individuo cuando Mike penetró en la habitación.
—Por el momento, no; gracias. Quisiera encargarle algo; hay aquí una persona enterrada. Un señor Peter Jones, en el sector de los músicos. Quisiera que le mantuvieran la sepultura cuidada y que le pongan rosas frescas todas las semanas.
—Muy bien; permítame tomar nota. ¿Cuál es su nombre? —preguntó el hombre, preparándose para escribir.
—Jerome; le pagaré con un cheque.
—Mucho me temo que no podré aceptarle —repuso el hombre satisfecho de sí mismo.
—Lo aceptará o si no haré retirar el cadáver y lo enterraré en otro lugar donde hagan las cosas como yo quiero —dijo Mike furioso y con ganas de golpear al individuo.
—Por supuesto; es una lástima que gaste su dinero, sin embargo… —repuso el hombre con tono burlón.
—¿Qué quiere decir?
—Es usted la primera persona que se ocupa de esa sepultura y no hay nadie enterrado en ella. —Contestó el hombre, riéndose.
—¿De qué demonios está hablando?
—De nada…; lamento haberlo mencionado.
Mike le tiró una trompada pero le erró.
—No es necesario ponerse así; aceptaré el cheque y cumpliré sus instrucciones —contestó el hombre, parapetándose detrás del escritorio.
—Muy bien; ahora, ¿qué quiso decir con que «no hay nadie enterrado allí»?
—Mucho me temo, señor Jerome, que los cementerios no sirvan para ganarse la vida.
—Comprendo. Tendrá que esperar hasta que vaya al banco.
—En ese caso, le contaré lo que sé cuando regrese —Mike asió el escritorio y lo apretó violentamente contra la pared, atrapando las piernas del hombre contra ella.
—De acuerdo: ¿qué es lo que sabe? —preguntó Mike, mientras el rostro del hombre se tornaba lívido.
—En realidad no es mucho… Suélteme, por favor… —dijo, mientras forcejeaba por liberarse de su encierro.
—¡Dígamelo!… —insistió Mike, empujando con más fuerza aún.
—El cadáver fue cremado. No lo hicimos aquí ya que nos dijeron que lo cremarían en las afueras de Londres. Después de un tiempo, recibimos la urna. Lamentablemente, soy muy curioso así que la abrí para investigar su contenido: estaba vacía —concluyó el hombre.
—¿Qué hizo entonces?
—Llamé por teléfono al número que había dejado y le dije a esa señora lo que había sucedido. Ella me dijo que se ocuparía de que no pasara nada; así que enterramos la urna vacía y eso fue todo hasta hoy, en que apareció usted. —Mike soltó el escritorio y el hombre se escurrió hacia un lugar más seguro.
—¿Se acuerda usted del nombre de esa mujer? —preguntó pensativo Mike.
—No —fue la respuesta inmediata.
—Gracias; volveré en algún momento del día y arreglaremos todo. ¿De acuerdo?
—Sería muy amable de su parte, señor Jerome; muy amable…
—Una pregunta más: ¿alguna vez enterraron aquí a un hombre llamado Michael Jerome? Era escritor.
El untuoso individuo se puso totalmente lívido. Mike le sonrió y lo dejó pensando con qué especie de fantasma había estado hablando. Se alejó unos pasos de la puerta y luego retornó en puntas de pie. Tal como esperaba, el hombre había tomado el teléfono y hablaba urgentemente con alguien.
Mike pensó si no sería conveniente quedarse a averiguar con quién hablaba el hombre; pero se encaminó resueltamente hacia Hyde Park atravesando el césped humedecido por el rocío de la mañana. Al acercarse a Piccadilly, le pareció que todo saldría bien. Ya no sentía la necesidad de ocultarse de la gente. Se sentía feliz. Existía una posibilidad de que Pete no hubiera muerto sino que hubiera sido atrapado en la misma alteración del tiempo que él.
Al llegar a Piccadilly Circus buscó el subterráneo. Se zambulló impacientemente en la boca más cercana y se encontró en un centro comercial. Con gran sorpresa comprobó que, a pesar de que a nivel de la calle no había signos de actividad, allí la gente corría de negocio en negocio como si en ello les fuera la vida. Mike recorrió varias galerías, en busca de su banco. Se detuvo a preguntar frente a un mostrador de informaciones; cuando finalmente oprimió un botón y las puertas automáticas se corrieron, dejando al descubierto el banco, suspiró aliviado y entró.
—Quisiera retirar una cantidad de dinero pero he perdido mi libreta de cheques —le dijo al empleado.
—¿Me podría dar el número de su cuenta? —preguntó el hombre.
—Mucho me temo que no lo recuerde…
—Entonces será mejor que me dé su nombre —le dijo sonriendo.
—Michael Jerome.
—Michael Jerome —repitió el hombre, mientras lo escribía en un papel; fue hasta un mostrador central. Escribió algo en una máquina y esperó. La respuesta no pareció satisfacerlo así que volvió a escribir algo más.
—Lo siento, señor Jerome —dijo el empleado al regresar—. No puedo encontrar el número de su cuenta.
—Eso es ridículo. La última vez que hice un cheque tenía más de doscientas libras en mi cuenta corriente y varios miles en depósito a plazo fijo —respondió Mike.
—¿Cuándo fue la última vez que retiró dinero, señor? —preguntó nuevamente el hombre.
—Debe haber sido hace diez años —contestó Mike, tratando de parecer lo más normal posible. El hombre levantó las cejas. Tomó nota del dato y volvió a la máquina. Tardó mucho en volver. Mike se sintió aliviado al ver que sonreía.
—Tenía usted razón, señor. Pero como no había firmado los documentos pertinentes, su cuenta no estaba registrada según el nuevo sistema —agregó, hurgando en un cajón. Sacó una pila de papeles y una pequeña tarjeta de crédito que Mike tuvo que firmar. Le indicó que con esta nueva tarjeta podría comprar cualquier cosa en cualquier lugar del mundo. Mike retiró trescientas libras de la cuenta y salió del banco.
Después de detenerse nuevamente ante el mostrador de Informaciones, volvió a la superficie, abandonando la colorida cueva subterránea. Se sentía mucho mejor con el dinero en el bolsillo. Llamó un taxi y le pidió que lo condujera hasta Park Lane. Le costó trabajo encontrar el número 140, entre toda la edificación nueva pero finalmente lo logró; entró y buscó las chapas con los nombres. Halló el que buscaba y tomó el ascensor que lo condujo hasta el piso 37. La puerta se abrió directamente dentro de las oficinas del Sindicato de Músicos.
—¿Puedo servirlo en algo, señor? —preguntó una linda recepcionista.
—Sí; quisiera saber si un tal señor Peter Jones ha pagado sus cuotas de afiliación.
—Un momento, por favor. El señor Rodgers le sabrá informar.
Pocos minutos después, lo introdujo a la oficina del señor Rodgers. Un hombre joven se levantó de su asiento y se adelantó a saludarlo.
—¿En qué puedo servirlo, señor?…
—Jerome; quisiera saber solamente si un señor Peter Jones ha pagado sus cuotas últimamente —respondió Mike, mirando a su alrededor.
—Un momento —dijo Rodgers, amablemente y volviendo a su asiento. Luego de un momento, Rodgers volvió a ponerse de pie y fue hasta donde estaba Mike—. Parece que el señor Jones no paga sus cuotas desde el año 1979. ¿Quiere pagarlas usted, señor Jerome? —preguntó entusiasmado ante la idea.
—No; pero quisiera pedirle un favor. Si el señor Jones viniera a pagarlas, ¿podría decirle que quiero verlo y que deje una nota en mi banco?
Rodgers anotó cuidadosamente lo que Mike le indicó.
—¿De acuerdo? —dijo Mike.
—Muy bien; así lo haré —respondió Rodgers.
—Gracias, señor Rodgers; muchas gracias… —terminó diciendo Mike y saliendo de la habitación, descendió nuevamente hasta Park Lane.
Mike estaba dispuesto a volver al cementerio y hacer una última visita a aquel individuo. Esperó un taxi y viajó hasta Notting Hill con toda comodidad. El cementerio no parecía tan tenebroso ahora que el suave sol de la mañana había entibiado el aire. La oficina estaba vacía. Entró al cementerio pero no vio a nadie así que volvió a la entrada. Repentinamente se dio cuenta de que había caído en una celada. El portón principal estaba cerrado. Mike se escondió detrás de una tumba y esperó a ver que sucedía.
—Buenos días, Jerome —dijo la familiar voz del mayor Leadbury—. Será mejor que se entregue… —Mike permaneció en silencio.
—¿Sabe?… Nunca debió haber vuelto aquí. Tuvo una buena oportunidad de escaparse —prosiguió la voz del mayor desde algún lugar entre las sepulturas.
—Maldito cochino… —dijo Mike en voz apenas audible. Un movimiento que se produjo adelante, hizo que se asomara desde atrás de la lápida. El untuoso sujeto que lo atendiera antes, ahora vestía uniforme y custodiaba la entrada. Notó otro movimiento a su derecha. Un soldado avanzaba hacia él. Poniéndose de pie, comenzó a correr entre las sepulturas. De algún lugar a su espalda comenzaron a disparar un arma automática. Esta vez iba en serio, pensó Mike, mientras se zambullía en busca de protección; esperó un momento antes de comenzar a correr nuevamente.
Hacia el fondo del cementerio, encontró una gran bóveda. Se quedó inmóvil tratando de recobrar el aliento. Oyó el ruido de pisadas sobre la grava; inmediatamente pensó cuál podría ser su próximo movimiento. Un poco más allá, estaba el límite del cementerio; al sentir que los pasos se aproximaban, decidió dirigirse" hacia allí. Zigzagueando entre las tumbas frías se encontró que no podía pasar entre la última fila antes de llegar a la pared. Se paró e hizo pie sobre una de las lápidas, como en una carrera de obstáculos. Se dio cuenta de su error una fracción de tiempo demasiado tarde. Estaba en pleno vuelo y no pudo detenerse. El viejo sepulturero estaba esperándolo, con la pala levantada.
Mike se tiró hacia las piernas del hombre mientras la pala hendía el aire; aterrizó como pudo. Se golpeó la cabeza en una piedra y no logró hacer caer a su atacante. El viejo aprovechó la oportunidad y le dio un fuerte golpe entre los hombros. Mike esquivó el próximo golpe y luego, para su gran sorpresa, la tierra pareció abrirse y cayó en una sepultura recién abierta. Oyó una orden, una ráfaga de ametralladora y el hombre cayó encima de él. Semiahogado por el polvo de las mohosas ropas del viejo que se le metía por la nariz y la boca, sintió que se sumía en la más profunda oscuridad.