VIDA DE LA CORTE Y CAPITULACIONES[220] MATRIMONIALES

DEDICATORIA A CUALQUIERA TÍTULO

La mucha experiencia que tengo de la corte, aunque en el discurso de juveniles años, me alienta a dar a entender lo que en ella he conocido. Hame importado buscar, como más obligado, el modo de asegurar este tratadillo de tanto mormurador como se usa, y me ha parecido darle tal defensor que a su amparo pueda este mísero barquillo navegar el proceloso mar y salir salvo a la orilla. Por tanto, fuera de la obligación y afición que tengo a vuesa señoría (aunque no le conozco ni sé quién es), y advirtiendo su valor, claro ingenio, buen nombre, virtud y letras, en las cuales desde la tierna edad ha resplandecido, fuera yo digno de reprensión y de ser argüido de ingrato si reconociera a otro, fuera de vuesa señoría, por mecenas y defensor de mi curiosidad, que no la quiero llamar obra. La cual, recibiéndola por propia, defendiéndola y amparándola, suplirá los defetos que de mi parte tiene; los censuradores quedarán temerosos para no morderme, los de buena intención alumbrados y yo con el fin que pretendo, que es servir a vuesa señoría y a todos. Guarde Dios a vuesa señoría cuanto desea.

PRÓLOGO

Algunos autores buscan otros mejores ingenios que los suyos, a los cuales compran prólogos para con ellos dar muestras de su habilidad y que los que compran sus obras les atribuyan lo que en ellas no hay, y con esta suficiencia y buen estilo engañan a los ignorantes y a veces a los que no lo son, llevados del cebo de aquel primer proemio, con que unos y otros sueltan su dinero, que es el fin principal de muchos que hoy escriben a bulto y manchan el papel a tiento. Yo, pues, no pretendo ganar nombre de autor, ni menos enriquecerme con mis borrones: quien quisiere experimentar lo que contiene mi tratado, léale y juzgue lo que le pareciere, que yo confío no le ha de reprobar por fabuloso. Solo ruego al benévolo lector que repare es esto lo que pasa y sucede en la corte, y que solo vendo el trabajo que confío ha de tener algún merecimiento cerca de los hombres curiosos.

CARTA

Amigo: mucho me pesa de que vuestra prudencia me tenga tanta inclinación, no pudiéndola desempeñar con serviros; mas ya que vivís en la corte, porque en ningún tiempo podáis formar de mí queja que no os doy aviso de la corrupción de su trato, me ha parecido escribiros lo que dél he alcanzado. Por lo menos perjudicial empiezo, que son las figuras,[221] y acabo con lo más pernicioso, que es la gente de flor.[222]

[FIGURAS NATURALES]

Tengo por cierto que pocos se reservan de figuras, unos por naturaleza y otros por arte. Los naturales son los enanos, agigantados, contrahechos, calvos, corcovados, zambos y otros que tienen defetos corporales, a los cuales fuera inhumanidad y mal uso de razón censurar ni vituperar, pues no adquirieron ni compraron su deformidad; exceptuando a los que de sus defetos hacen oficio, como en la corte se usa; pues el manco, pudiendo aprender el de tejedor, y el cojo el de sastre, etcétera, compran muletas, estudian la lamentona y plañidera[223] y otras acciones de pordioseros, andándose de iglesia en iglesia, de casa en casa, ya moviendo los ánimos con la lastimona, ya con la importuna.[224] Tienen mucho de flor, pues con la licencia de pobres suelen en las iglesias limpiar el lienzo o la caja[225] al que con más diversión oye la misa; y entrándose en las casas, también acostumbran, a falta de gente, desaparecer lo que hallan más a mano. Viven ordinariamente en los arrabales y partes más ocultas de la corte, donde se recogen de noche; el que tiene llaga la refresca y afeita[226] para el día siguiente; fíanse los conocidos unos a otros y se ensayan como los comediantes; y los novatones obedecen a los maestros, a quienes acuden con algún estipendio. Guardan su antigüedad y decoro, aunque, por la mayor parte reina la envidia en esta gente, de quien no os quiero decir más por extenso sus particularidades o malicias, dejando a los ciegos, a quien todo se debe sufrir, pues carecen de un sentido tan importante.

Y porque he dicho sumariamente de las figuras naturales, diremos de las artificiales, contra quien mi intento va dirigido.

FIGURAS ARTIFICIALES

Hay figuras artificiales que usan bálsamo y olor para los bigotes, jaboncillo para las manos y pastilla de cera de oídos. Su conversación, hablar de damas, caballos, caza, y alguna vez de poesía, a que se inclinan los enamorados; y no les satisface menos talento que el de Lope de Vega o don Luis de Góngora, por lo que han oído alabarlos. A lo superior llaman bonito; a lo bueno razonable, y a lo mediano pésimo; nada les contenta: la causa no la dan, porque no la saben. En todas las cosas hablan y de ninguna entienden.

Andan juntos de tres arriba; usan de valentía con el yesero que les ensució el ferreruelo,[227] con el chirrionero[228] porque güele mal, con el aguador porque no hizo lugar; tratan ásperamente los miserables; y solos, traen la espada a la jineta, la daga a la brida[229] con listón, de que usan también a falta de cadena, y es la acción más señoril de todas.

Enamoran en la comedia, donde toman entre seis un banco a escote, civil[230] cosa para príncipes; en la iglesia, donde hay concurso y fiesta (que no es gente que reserva lugares sagrados para dejar de tratar de la insolencia, que llaman bizarría), son gesteros y afectados; no les mira mujer que no piensen se ha enamorado de sus gracias y buen talle.

Rondan enjertos en señores, a quien quitan pelillos[231] y dicen: «No crió Dios tan bizarro y valiente príncipe, ni de tan superiores gracias como vuesa señoría». Y con estas insolencias y lisonjas, y ser alcagüetes, adquieren estos tomajones[232] el vestido, la gala y el caballo prestado para bizarrear una tarde.

Son grandes estadistas de la vida,[233] cobardes en extremo; tienen rufianes que riñan sus pendencias y los saquen de afrentas; rinden vasallaje de miedo a los desalmados y zainos, sus fiscales; tratan como matusalenas a sus amigas; son amigos de comer anís; juran «a fe de hidalgo», «a fe de quien soy», «como quien soy». Si acaso los quieren llevar a la cárcel, donde los tratan como merecen, dicen al alguacil: «Déjeme voacé y váyase con Dios, que yo hago pleito homenaje, a fe de caballero, de ir a casa del señor alcalde y acomodar esta causecilla», que tal vez será por haberse traído alguna pieza de plata de casa del señor donde entró. Y lo pretenden disimular con que fue por descuido. Que todos estos daños y otros mayores trae consigo querer sustentar mucha gala sin hacienda y tener dama de asiento sin renta.

Mucho más tenía que decir deste género de figuras, pero quiérolo diferir para otra ocasión.

FIGURAS LINDAS

Hay otras figuras lindas de menor cuantía, como son pajes que usan de dones,[234] mayormente si sirven a grandes. Conténtanse con andar espetados[235] y fingir valimientos de sus amos; traen grandes lienzos, ligas de rosetas, sombrero muy bruñido, un listón atravesado, un palillo en la oreja; de día enamoran, de noche se espulgan; comen poco, porque la ración se convierte en sustentar golillas,[236] medias y cintas, pero no el estómago, el cual se pasa los más de los días en solo repasar un plato de la mesa de su amo; usan camisas solo por el buen parecer. Es anejo a esta gente las fregonas y demás resaca de lacayos, entrando ellos en segundo lugar.

VALIENTES DE MENTIRA

Otras figuras faltan, no menos ridículas, que son los accionistas de valentía. Estos, por la mayor parte son gente plebeya; tratan más de parecer bravos que lindos; visten a lo rufianesco, media sobre media, sombrero de mucha falda y vuelta, faldillas largas, coleto de ante, estoque largo y daga buida;[237] comen en bodegón de vaca y menudo, bastimento puerco, pero que engorda; beben a fuer de valientes, y dicen: «Quien bien bebe, bien riñe». Sus acciones son a lo temerario: dejar caer la capa, calar el sombrero, alzar la falda, ponerse embozados y abiertos de piernas, y mirar a lo zaino. Su plática es cuestiones de si le dio bien o mal o de antuvión,[238] si es valiente o si es gallina, si quedó agraviado o no con lo que hizo; no hablan palabra que no sea con juramento, y entre ellos no hay más quilates de valentía que los que tienen de blasfemos. Précianse mucho de rufianes, y andan de seis arriba; llaman a consejo a todos en ofreciéndose ocasión de pesadumbre a uno, y dan entre diez una cuchillada a un manco; desean tanto opinarse de bravos que confiesan lo que no hicieron aunque sea en perjuicio suyo. Es gente movible, porque andan de lugar en lugar con su ajuar en la faltriquera; dicen «voacé», «so compadre», «so camarada», y llaman «media janega» a la media azumbre;[239] y son grandes estudiantes de toda jerigonza.

No quiero decir más destas figuras voraces, temiendo no se me pegue algo o que si los aprieto mucho no falte quien diga: «Quién es tu enemigo? El de tu oficio». Pero ya se sabe que, con ser mi barriga la misma esterilidad, no traigo peto.

FLORES DE CORTE

Hame parecido comenzar estas flores de corte, o ardides de mal vivir, por el juego, como capitán y caudillo de todos los vicios; en el cual se atropella toda hacienda y toda honra sin distinguir de buenos o malos sujetos, pues ninguno usa más de sus potencias que lo que da de sí el lugar, la buena o mala fortuna del naipe, ni se difiere más la perniciosa traza que lo que dura el tener dinero o forma de sacarle.

Y porque en este diabólico gremio o compañía se representan diferentes papeles, diré primero el de los que tienen por oficio ser gariteros, en los cuales está recopilado todo género de cautela y tiranía, no tocando a los que por entretenimiento decente admiten juego en sus casas, ni a los que juegan únicamente por pasatiempo lícito.

GARITEROS

Estos gariteros son ordinariamente hombres de mucha experiencia en el juego, mediante lo cual se retiran a ver cómo se pierden otros. Su modo de entablar la conversación es mostrarse agradables con los tahúres y darles con la lisonja; representan casa libre de justicia, porque los favorece cierto gran señor, de quien están apadrinados; ostentan aposento con brasero bien proveído en invierno y su agua fresca en verano; dan a entender cuán enemigos son de intereses, que solo desean la concurrencia y el juego por divertir cierta melancolía que padecen, para cuyo remedio les aconsejan los médicos no estén solos. Esto dicen a los buenos y sinceros, pero a los ciertos y fulleros[240] con quien tienen particular correspondencia, les avisan para que prevengan sus garrotes[241] o pongan en razón la flor que usan, y les entregan las barajas para que las empapelen y disfracen de manera que parezca vienen de la tienda.

Entablan la conversación: los primeros días tratan únicamente de obligar a los jugadores con cortesías y lisonjas, dejando a su arbitrio lo que les han de dar por las barajas; dan naipes limpios, barren y riegan la sala, convidan con el traguillo de buen vino, con el bocadillo de conserva;[242] piden silencio y quietud, que ninguno jure por la amor de Dios, porque, en haciéndolo, cerrarán su puerta; prestan dineros sobre prendas, las cuales vuelven con su logro y usura.

Y cuando se ven superiores a los tahúres, por tener cautivos sus vestidos y alhajas, y que ven que su casa tiene ya nombre y está acreditada, entonces usan de toda tiranía: sacan cada mano su porción; no dan jarro de agua que no cueste un ojo; significan la costa de los naipes y velas y la ocupación de su casa, persona y criada, y sobresalto de la justicia, porque ya aquel gran señor que los amparaba está enfadado con ellos y ha levantado la mano de su protección; la inquietud, la descomodidad del comer, que tal vez es en el desván por hacerles gusto y dejarles desembarazado el cuarto… Con todas consideraciones los aburren y apremian a que sus pobres alhajas se las rematen, comprando siempre en veinte lo que vale ciento, con que los dejan aniquilados.

Tienen también su parte cuando se desuella algún bueno,[243] y a este dicen: «Vuesa merced se consuele con que perdió su dinero con el mejor tahúr del mundo, porque no hay otro que juegue con la limpieza y llaneza que él. Procure vuesa merced buscar dineros, que yo le encerraré en un aposento a solas, y vuelva a probar la mano, que si tiene vuesa merced tantita fortuna le podrá quitar muchos doblones, porque es hombre de gran crédito y caudal, y yo le he visto perder grandes cantidades».

Con estas y otras flores, en pocos días adquieren estos tiranos todo el dinero de la conversación y se quedan con muchas y muy buenas prendas; y cuando ya ven los míseros tahúres afligidos y exhaustos de dinero, prendas y crédito, entonces cierran las puertas y dicen: «No quiero más pesadumbres y ocasiones de blasfemias ni juramentos en mi casa». Echan esta gente ya perdida y solicitan otra nueva, a la cual encierran y significan son amigos de hombres honrados y cuerdos, y no de rufianes de embeleco, alborotadores y valientes. Tratan con estos de parecer bravos y mal sufridos, porque se les tenga respeto y no haya peleonas; son contadores de cuentos y fraguadores de novedades para divertir los concurrentes mientras se arma el garito. Y por último, pelan a estos como a los otros, y así van repasando a todos los más que pueden.

CIERTOS

Como he dicho arriba, los gariteros son los encubridores y sabidores de la flor de los ciertos y tienen parte en lo que se gana; y así, no confederándose unos con otros, es dificultoso conservarse.

Hay en cada cuadrilla tres interlocutores: el primero es el cierto, el cual anda siempre prevenido con naipes, hechos unos por la barriguilla, otros por la ballestilla, otros por morros[244] y otros por todas partes, para que si el bueno no come de uno y se escalda, se le dé con el otro, de calidad que siempre se le haga la forzosa y se le quite el dinero.

El segundo es el rufián por cuya cuenta corre que así como se acaba el juego se agarre de las barajas y las tome, para que no vayan a manos ajenas y se conozca la flor; y así está obligado, si acaso alguno la pretende, defenderla con braveza y en esta forma lo ejecutan.

El tercero es el doble (llamado por otro nombre enganchador); este tiene a su cargo buscar, solicitar y traer buenos, con ardid y engaño, para que los desuelle. Y es de entender que estos traidores no reservan a sus padres; topan con el amigo que les ha dado de comer y beber y hecho buenas obras, y se le llevan al matadero.

Es ley inviolablemente guardada entre ellos, que cierto, rufián y doble nunca han de andar juntos, que han de entrar separados en el garito y que en él se han de tratar como que no se conocen ni son tales camaradas.

En acabando de jugar coge el dinero el cierto, y lo primero repara si en el auditorio hay algún entruchón (así llaman a los que son como ellos), llégase a él y le dice: «Tome vuesa merced esos ocho u diez reales que le debo, perdone y quédese con Dios», y se va luego. El rufián se queda y dice: «Por Cristo, que es hombre de modo, buen tahúr y juega con garbo, pero es un miserable, que no ha dado nada de barato a unos hombres que ve aquí con barbas». Y con esto se va haciendo del enfadado. El doble, mostrándose melancólico, dice: «¡Por vida de tal, que haya yo traído a mi camarada para que pierda su dinero!». Y volviéndose al tal, procura consolarle: «Pero, amigo, paciencia, que si hoy se ha perdido, mañana se ganará». Y se despide fingiendo un negocio y escapa a cierto figón,[245] donde se juntan todos tres, según lo tienen de antemano prevenido. Allí, lo primero, se come y bebe amplísimamente; después sacan lo que ha quedado y se reparte por iguales partes, con algún premio al tahúr. Duermen en posadas por gozar de la ocasión de gente nueva; tienen correspondencia unos con otros; tratan sumisión a los entruchones, porque no los desfloren.

Hay muchos géneros de fulleros: unos son diestros por garrote, y otros por una ida y otros muchos géneros semejantes; y llaman águilas a los que entienden de toda costura; gastan linda parola, son cortesísimos y tienen un agrado aparente, con que atraen estos leones a los corderitos. Mudan vestidos muy a menudo por no ser conocidos de la justicia, que llaman gura, con quien son grandes estadistas; pero de unos días a esta parte, no corre bien del todo su oficio, porque ya hay muchos que entienden si el naipe pica o está limpio, y también hay señores que, por curiosidad, tratan de entenderlo.

Y por último, está esto reducido a ser arte y ciencia, con que tengo por superfluo el detenerme en lo que ya entienden tantos. Y así lo dejo, por temer que todo lo que en este punto he dicho sea cosa notoria.

ESTAFADORES

Los estafadores y superintendentes de todos géneros de flor tienen particular noticia de todos, y por oficio inquirir y saber los hurtos que se han hecho, para acudir a los agresores a cobrar el diezmo, so pena de que los descubran; también el averiguar los buenos que han desollado los ciertos (llaman ciertos a los fulleros, y buenos a los incautos); y asimismo, las heridas o muertes que se han dado o hecho por dineros, para el mismo efeto.

Estos desalmados acuden lo más ordinario a los juegos, donde tiran gajes[246] de todos; y cuando se juega con limpieza, amparan al ganancioso con su braveza, juzgan, con su verdad o sin ella, entre cuitados, diciendo: «Esto digo yo, y lo defenderé en campaña, donde quitaré con un cuerno los que tuviere el que lo contradijere». Y demudada la color, los ojos encarnizados y empuñada la espada, salen a la calle, hasta que los míseros, amedrentados de sus bravatas y escandalizados de sus blasfemias, procuran mitigalle con halagos y promesas; el ganancioso, porque le ayudó, contribuye; y también el que ha perdido, de miedo de que no le sacuda; los demás, por adquirir su amistad.

Si el cierto es áspero, en vez de soltar, replica: «Voacé viene desalumbrado,[247] esa flor guárdela para otro, no para mí que soy greno»[248] (este nombre se dan los taimados unos a otros); responde el estafador: «Voacé perdone, que le tuve por Fulano, que ahora ha venido de gurapas (así llaman a las galeras), que tiene por camarada a Fulano, palmeado[249] en Madrid, Toledo y Sevilla». El cierto, viendo que aquel hombre le conoce y sabe toda su vida y milagros, con estilo más suave y blando le dice: «Por las alas del ángel de la Gabriela,[250] que no entendí, camarada, que me habías conocido. ¿Cómo os va, amigo?». Responde el estafador: «Con mil trabajos y miserias. Ahora acabo de salir de la cárcel, donde he estado dos cuaresmas por cierta muertecilla; y pues sabéis de necesidades, no digo más». El cierto saca y le da su ayuda de costa,[251] y le ofrece su persona y no ve la hora de huir del que le conoce. Y desta misma forma se portan con los demás malhechores.

Si el sujeto a quien estafan es cobarde, no se contentan con menos que con la mitad de la ganancia, y a veces casi todo.

Tienen también por ganancias hacerse cobradores de deudas ajenas. Cuando el deudor es cobarde o tiene causas para no reñir, llegan a él diciendo: «Fulano tiene quien vuelva por su crédito y castigue a los que con superchería se quieren quedar con su hacienda; y así, pague voacé luego, sin dar lugar a que la tienda[252] ni haya pesadumbre, porque lo pagará con setenas».[253] Si el deudor es furioso y responde: «¿Quién le mete en cobrar dietas ajenas?», desafíale a campaña y vase caminando y alargando al sitio más lejos. Si topa algunos amigos, háceles de ojo,[254] y haciendo el enojado, dice: «Ya se me ha acabado la flema». Saca los trastos, pega con él, y también los otros; con que toma el otro, viéndose acosado, pagar su deuda por buen partido. Pero si no encuentra este socorro, se vuelve al desafiado y le dice: «Por Cristo, que he venido considerando su buena persona de voacé; y del valor con que me ha seguido estoy ciertamente pagado; y aun me persuado a que estoy mal informado y que aquel mandria me ha engañado y ha usado de ardid para que se matasen dos hombres de garbo, como somos los dos; pues, por Dios, que no lo ha de lograr, pues ya no quiero con voacé pendencia, sino que me haya y tenga por camarada, y me ocupe en sus ocasiones; que voacé y yo, para ciento. Y deme licencia para castigar al menguado». Con esto quedan muy amigos, y el acreedor sin su dinero y sin la señal que dio de contado para que le cobrasen la deuda.

Usan también de oficio de gorrones, porque no hay almuerzo, merienda ni trago en que no se hallen; précianse de muy doctos en el alcorán de valentía, llamado libro del duelo; son difinidores de los agravios, conciertan las pesadumbres y las deben.

En conclusión y fin, esta gente pasa, como los curas, tirando el diezmo de las flores; hácense leones con los corderos y corderos con los leones; ampáranse de casas de embajadores, sagrado[255] y boca de lobo de todo género de pícaros.

ENTRETENIDOS

Hay en este maldito gremio otro género de gente de flor, que son los entretenidos cerca de la persona del juego. Acuden, pues, a los garitos; siéntanse en el mejor lugar; hacen buena acogida a los tahúres, tratándolos con agrado; y si entra algún adinerado, le convidan luego con su asiento y le llaman y llenan de lisonjas, con que en la primera suerte les da una presa en pago.

Son jugadores cuando hay mucha bulla, para quitar con esta confusión el dinero, aplicándose así todo lo mostrenco. Tienen manos de piedra imán, porque atraen las monedas, las cuales echan en un instante por el pescuezo, pretina[256] de los calzones y otras partes, y siempre muestran las manos abiertas y limpias, con que se justifican de toda sospecha.

Hácense a la parte que gana, y dícenle: «Juegue vuacé con gusto y gane, y déjeme a mí la cuenta». Cuando ven que tiene ganado mucha parte del dinero, danle en el pie para que se levante, sálense con él y dícenle: «¡Cuerpo de Dios!, conténtese voacé con lo bueno, y no quiera llevarse los clavos del bufete,[257] que ya entre los tahúres no había apenas veinte reales; y de aquí adelante, gobiérnese voacé por los amigos, que los que no jugamos estamos más en los lances que los que juegan». El ganancioso, tan agradecido como simple, saca un puñado de cuartos, se los da diciendo: «Vamos a tomar algo». Pasan a un bodegón y comen y beben sin duelo, porque lo paga el otro.

Son también tratantes en bolsillos, guantes, medias y ligas, que llevan al juego y lo rifan por la mitad más de lo que costó; dan prestado a las manos, que es un logro cruel.

Y con estas infernales trazas pasan su vida, y yo doy fin a las flores del juego.

SUFRIDOS

En segundo lugar quiero poner a los sufridos,[258] gente de gran prudencia y sagacidad y que con más comodidad y estimación pasan su vida. Estos particularmente son haraganes y enemigos del trabajo; ríense de los pulidos y censuradores, y tienen por ganancia ser amigos del prójimo. Cásanse con mujeres traídas[259] de señores y gente poderosa; danles en dote alguna ocupación de ausencia para que se entretengan algunos meses fuera de la corte. Cuando están en ella tratan de irse a la casa de juego, comedia o Prado, para dar lugar al despacho. Si tienen mujer hermosa son conocidísimos; no hay persona de cuenta que no les quite el sombrero y agasaje, y ofrezca su favor y amparo. Duermen, a fuer de príncipes, en cama aparte (y esto les tiene cuenta), comen regaladamente, tienen honrados despenseros; y en casa usan de gran silencio por no inquietar al huésped y espantar la caza.

SUFRIDOS VANOS

Hay otros sufridos vanos que se encabezan con títulos y grandes; pero esto más es cosa de ruido que de provecho.

ESTADISTAS

Otros sufridos son estadistas y acomodados a lo útil. Estos dicen (y así lo platican)[260] que lo mejor es eclesiásticos, que reservan parte de frutos para limpieza de sus cuerpos; el procurador del convento, que se precia de zapatos; el cajero del ginovés, el mancebo del mercader poderoso, que asisten poco y premian mucho y, por su reputación, callan aunque vean visiones.

Estos prudentísimos varones, sufridos estadistas, se precian de muy honrados, son hipócritas del pundonor, de ordinario se van a las conversaciones a jugar cientos, juego muy acomodado para esta gente, pues habrá destos sufridos quien le esté jugando todo un día sin comer, beber, ni orinar, que es más. Si se ofrece tratar de su mujer, dicen que es una Magdalena penitente y que trae un áspero silicio a raíz de sus delicadísimas carnes, para que las apetezcan los que lo oyen; que no se sale de tal iglesia, para que la busquen en ella; que no es ventanera, para que se entren en casa; que no es amiga de regalos, para que entiendan que la han de pagar en dinero. Y así van pintando y exagerando sus virtudes.

SUFRIDOS RATEROS

Hay otros sufridos rateros, que estos se llaman amigos de amigos: llévanlos a su casa, piden a su mujer que cante y baile, envían al huésped por colación, va él propio por ella y tárdase lo bastante; forma un garitillo en su casa para que se diviertan todos; tienen sus fregonas de buena cara para que ayuden a sus mujeres; y, por último, por adocenado que sea el sufrido, tal como estos, come, pasea y viste bayeta.[261]

RUFIANES DE INVENCIÓN

Hay rufianes de invención, que por otro nombre llaman pagotes. Estos son administradores y amparo de las mujeres públicas, dándoles documentos e instrucciones de la manera que se deben portar con todo género de gentes para ganar más y conservarse en la corte.

Unos son soplones de los alguaciles y andan con ellos para amparar su flor. Otros son paseantes con su poco de fulleros. Estanse a la mira para ver lo que sucede a su hembra. Si la dan perro muerto[262] o la hacen agravio, ella reclama y él acude con la mano en la espada, terciada la capa; toma la razón, va en seguimiento del malhechor, que ordinariamente es su amigo, y le prescribe se oculte por unos días, que así conviene. Vuelve a la señora y la dice que ya queda castigado y malherido aquel bergante, que vea la orden que se ha de dar para poner los bultos en salvo.[263] La miserable se lo cree y muy ufana de su venganza y de que su respeto haya costado pendencia y sangre derramada, saca el dinerillo que tiene y a veces sus joyuelas o plateja; tómalo el lagarto[264] y hácese antana,[265] que así llaman ellos ponerse en la iglesia, y envía cada día por los ocho o diez reales.

Y si desea irse fuera de la corte, a Sevilla o otra parte, vuelve dentro de pocos días y dice que ya murió aquel pícaro, que cojan los dos el martillado, que así llaman el camino. La pobreta lía su ropa y con el dinerillo que nuevamente ha ganado desde la fingida pendencia, parte con el redomado, que la lleva a Sevilla, Cádiz o el Puerto, que siempre ha de ser ciudad de tráfago. Pone la nueva mercadera en aquel paraje su telonio,[266] acuden marchantes a la forastera, que finge ser aquel hombre su marido y que es desesperado de celoso, con lo cual encarece el pecado y sube el precio. Y el picarón, ya que se ha paseado y divertido de balde, cógela un mediano bolsillo y dejándola a la luna se parte otra vez a la corte, donde vuelve a las andadas.

Otras veces dice que sanó el herido y compuso la causa con la gura, que así llaman la justicia, y que le costó su hacienda.

Si el perro muerto no es dado con estratagema, hace que le sigue y vuelve de ahí a un poco, demudada la color, la daga desnuda, y saca los derechos de su faltriquera y se los da diciendo: «Tome voacé ese dinero y pórtese de aquí adelante de suerte que no andemos cada día con el sacabuche en la mano». Queda muy contenta, dale con la regalona y algún dinero.

De esta suerte se conservan estos bellacones sin sacar la espada de veras. Aunque también hay otros, pero pocos, que tratan con mujeres de estas, que son atufados y riñen cuando se les ofrece.

VALIENTES

La flor más cruel y inicua de todas, a mi parecer (salvo los sufridos que van relatados), es la de los valientes que tienen por oficio el serlo y comen dello.

Los unos tienen más de aparentes que de temerarios. Arrímanse a señores, debajo de cuya capa cometen mil insolencias y maldades; salen con ellos de noche, usan mil estratagemas y ardides para opinarse de valientes con el señor: echan amigos que los acuchillen y que después huyan del rigor de sus espadas, con que se admira su dueño y confiesa que por Fulano tiene vida y que es el más bizarro y valiente mozo del mundo, y de mayor ley.

Otros, que ya están rematados y por sus delitos no caben en el mundo, retráense[267] en casas de embajadores y otras partes sagradas; tienen sus corredores o inquisidores de agravios, con los cuales conciertan la muerte de Fulano, el herir de Zutano por la cara, y otros géneros de malos, alevosos e infames tratamientos, conforme al tamaño y a la calidad de la persona a quien se ha de maltratar y el riesgo a que se exponen, que todo se toma en cuenta. Todo se ajusta y se paga; espían al pobrete a quien han de sacudir; toman la razón de adónde acude, y avisan al bravo para que le dé su recado. Esto es después de haberse depositado la cantidad en persona de quien tengan satisfacción. Ejecutada la maldad, se toma el dinero y se reparte entre todos los cómplices, graduando el trabajo del agresor principal, en primer lugar; en segundo, los acompañantes que fueron de escolta, y en tercero, los corredores; y todos perciben y todos comen. Y vuelta al retraimiento hasta otra.

Estos corredores de las vidas no reservan a nadie. Son sagacísimos, zainos y astutos; traen buena capa; son correos con alguaciles para tenerlos gratos; llevan su parte de heridas y muertes, como va dicho, y también son cirineos[268] de los rufianes retraídos. Cobran asimesmo el estipendio de la hija y la administran; tienen arancel de los preceptos y derechos de heridas y muertes, tirando su correduría de las partes que las han ejecutado, conforme a la inteligencia que les parece tener de costa.

Los últimos valientes son nocturnos; quitan capas, escalan casas, mas no quieren los tengan por ladrones, apropiándose el nombre de traviesos. Son muy apacibles, corteses, y a veces generosos con la gente que tratan de día, y dan con la calamitona, quejándose de su mala fortuna, por ser perseguidos de envidia de su valor, de testigos falsos y soplones, que los hacen andar arrastrados y fuera de sus casas, sin poder atender a sus mujeres y hijos. Y, en la realidad, como viven tan ruinmente, siempre andan con gran zozobra y sobresalto, y casi todos vienen a parar en presidios o en galeras, palmeados antes, y no pocos en la horca.

Con que he dado fin a todas las flores y modos de vida de la corte, bien que referidos sucintamente, y solo de los que mi cortedad ha podido averiguar desde mi rincón. Y si Dios te librare de todos ellos, serás dichoso.

CAPITULACIONES MATRIMONIALES

Juan, residente en esta corte, estéril de cuerpo, seguro en Italia,[269] hombre de males, baldado de bienes, de buena ley con señores, mal pagado dellos, censurón de figuras, escritor de flores, condenado a perpetua dieta y vestir bayeta, malquisto con las damas porque no da, amigo de fregonas y enemigo de galas por caras, enemigo de dueñas[270] vírgenes y de vírgenes dueñas,[271] de frailes casamenteros, de beatas terceras,[272] de ermitaños y de toda gente hipocritona, de doncellas cecinas,[273] de viejas afeitadas, de herreros por vecinos,[274] de estudiantes azulados, de clérigos valientes, de ministros tomajones,[275] de valientes en cuadrilla, de entremetidos, de maridos mujeres y de mujeres maridos, de sufridores sin provecho, de sacristanes y procuradores de conventos, de mujeres en estrado sin tener estado,[276] de viejos niños y de niños viejos, de señoras visitadoras y de madres disimuladoras, etc.

Dice que por cuanto está propuesto para marido y por su parte no se ha dado memorial de lo que tiene, le ha parecido inviarle, juntamente con la inclinación que ya declarada tiene, para que en ningún tiempo la novia se pueda llamar a engaño ni pedir divorcio, aunque tenga vicario por compadre, ni él le pedirá, cumpliéndose con las condiciones y capitulaciones siguientes:

Primeramente pone por condición que la dote prometida haya de ser en dineros de contado, y no en trastos y alhajas tasadas con hechuras[277] de sastre, y mucho menos en casas ni heredades, porque es hombre movible.

Item, pone por condición que si la tal novia, recibida a prueba saliera traída,[278] la pueda volver y quedar libre, o se haya de apreciar por un canónigo u otra persona de ciencia y experiencia en razón de virginidad el daño y menoscabo; y lo que estos tasaren se le haya de dar y añadir en contante a la cantidad prometida en dote.

Item, que no esté obligado a recibir en su casa al antecesor, por cuanto la tal paga y restitución se ha de hacer por la razón dicha y no con carga ni gravamen para adelante, porque se le ha de entregar la dicha novia libre de censo, carga, ni tributo alguno, ni sucesión a estado ni a mayorazgo.

Item, que si la dicha saliere con alguna tacha o defecto, de más de los de arriba expresados, se haya de ver por los calificadores y personas entendidas en el arte maridón;[279] y si fueren tan graves y insufribles que no se pueda pasar adelante con ellos, asimismo la pueda volver y repudiar si quisiere. Y porque no es justo venir a lo dicho pudiendo excusarlo, le ha parecido especificar los que tiene por defectos insufribles, no poniendo por tal la falta de virginidad, si fuere bien pagada, mayormente que a un hombre de treinta años arriba antes se le hace equidad y conveniencia.

Los defectos insufribles son:

Lo primero, que no traiga consigo padre, madre, hermanos, ni parientes, pues su intento no es casarse con ellos, sino con solo la novia; y así se ha de entender y no más.

Que no sea tan fea que espante, ni tan hermosa que acerque, ni tan flaca que mortifique, ni tan gorda que empalague.

Que traiga sus miembros cabales naturalmente y sin artificio, porque tiene por mejor hallarse con una boca sin dientes que besar los de un asno o rocín muerto, y más quiere ver una mujer sin narices propias que caerse las ajenas en la primera ocasión de placer, y apetece más una cara sin sainetes[280] que no los lunares de tinta con que tal vez saldrá esclavo[281] entrando libre; y más unas manos morenas que una sobrevaina de sebillo, y unas cejas blancas que negras a fuerza de betunes; y más quiere una pantorrilla menos que topar con un patrón de calcetero.

Item, que no sea enferma de mal de corazón natural ni artificial y le dé con la desmayada y mortecina;[282] y si lo hiciere, que no pase de un cuarto de hora, porque hay hombre que entiende la flor y llama luego la parroquia; y así lo hará el capitulante.

Item, que no sea enferma de sangre lluvia,[283] que es torpeza salir un hombre almagrado[284] a fuer de oveja o carnero.

Item, que no sea amiga de salir ni visitar, ni tenga correspondencia con frailes.

Que no sea tan necia y ignorante que no tenga uso de razón, ni tan bachillera[285] que quiera gobernar su marido y mandarle.

Que no sea tan vana que desestime y vitupere a su marido y le pierda en público el respeto.

Que no tenga tan mala condición que no la pueda esperar un hombre gordo y flemático.

Y por cuanto ninguna cosa le escandaliza y ofende tanto como pensar que puede haber mujer con aliento letrinal, pone por condición que si la novia fuere de estas hediondas, que sus capitulaciones no lleguen a sus manos, ni tengan por dichas, ni aquí escritas, ni menos se trate más del efeto del matrimonio; protestando querellarse de los casamenteros por haber intentado echarle vivo en un hediondo carnero.[286] Y pide y suplica a quien lo puede y debe remediar, mande que la gente contaminada de esta contagiosa enfermedad se ponga en un hospital o lugar separado del comercio, como se ha hecho siempre con los apestados.

Y no teniendo la dicha novia los dichos defetos o algunos de ellos, permite y tiene por bien pasar por los defetillos que aquí irán infra insertos y expresados.

Defetillos

Lo primero, se le permite que, siendo de catorce años abajo, llore por su madre, si bien es indecente cosa para casada, y que la dé quejas de su marido, aunque es cruel juez una suegra.

Que siendo de dicha edad, traiga a casa maestro que la enseñe a leer, como no sea barbado, que es civil cosa ver un zamarro[287] diciendo: ba, be.

Item, se le permite que se ponga a la ventana y sea tentada de hablar y responder, como no sea con lindos[288] ni poetas que son publicadores de deshonras.

Item, se le permite que escriba, aunque para nada es bueno que tengan correspondencia las mujeres casadas.

Que visite una vez en la semana, como no sea sábado, día de limpieza.

Se le permitirá también que coma barro,[289] yeso y otras cosas dañosas; que sería disparate cuidar de la salud de quien se desea la muerte.

Item, se le permite que beba vino, con que no tenga vaso reservado, cosa muy usada entre las melindrosas y embusteras que hacen como que vomitan de solo olerlo cuando delante hay personas de cumplimiento.

Que haga gestos delante de su marido también se le disimulará, como lo haya tenido por costumbre.

Item, se le permite que se afeite y barnice con tal que no sea de calidad que su marido la desconozca por la mañana.

Permítesele que coma de todo, apetezca fiestas, galas e invenciones de trajes y usos nuevos, como todo lo sustente de su aguja.

Item, que vaya a los sermones y frecuente las novenas y haga juntas en las iglesias con sus amigas; pero que no murmure de su marido, que es inicua cosa que esté él, paciente, esperándola para comer y ella motejándole de impotente y defectuoso.

Item, se le permite que hable alto no estando el marido en casa, porque es un acto indecente y mortificón, y solo puede pasar por él un sufrido, paseón[290] y mantenido.

Item, si (lo que Dios no quiera ni permita) las enfermedades y indisposiciones del marido le hicieren incapaz del ejercicio del matrimonio, la novia pueda nombrar un teniente con tal que no sea estudiante, ni soldado, ni poeta, ni músico; porque los tales, no solo no son de provecho, sino que se hacen polillas de un sufrido.

Y declara con juramento que es sano y entero de sus miembros y que no ha tomado sudores ni unciones,[291] ni usado de bragueros ni de hilas ni de otros pertrechos asquerosos.

Y asimismo declara que no tiene dada palabra de casamiento, ni ha habido quien se la pida; excepto una viuda, la cual habiendo pasado por todas las condiciones aquí referidas, luego que llegó a la prohibición de la correspondencia con frailes, quedó atónita y dijo: «¡Quítenme allá novio tan ignorante, que no sabe lo que importa a la conservación del estado marital el amparo de los benditos religiosos! ¡Cuán diferente lo entendió mi malogrado, que en riñendo los dos, llamaba al padre procurador que nos pusiese en paz y a solas reprendiese mi mala condición, y él lo hacía con tanta gracia,[292] que me dejaba contenta y pagada de haberme casado con tan prudente marido!».

Item, en esta conformidad, tiene por bien haya efeto el matrimonio y pide y suplica a la novia venga en él;[293] y a los casamenteros requiere sea oculta la boda, porque un novio en público es como un toro en el coso, y un casado notorio es el estafermo[294] en que rompen lanzas los maldicientes y satíricos; demás que se pierde mucho con las demás mujeres que le envían con la suya, cuando por no verla se querría ir a la cárcel.

Y así lo dijo y otorgó en Madrid, centro de sufridores, verdugo de sirvientes y sepulcro de pretendientes.[295]