INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA[*]

La mayoría de los estudiosos que intentan apuntar un rasgo característico para el siglo XVII español se inclinan por señalar el pesimismo, la sensación de crisis, que suele asociarse a la pérdida de la hegemonía española. Se agudiza la despoblación y la pobreza. Las riquezas que llegan de Indias no producen bienestar: las disfunciones en el sistema económico impulsan el aumento de la inflación, y no existen inversiones productivas, bloqueadas por barreras sociales e ideológicas que consideran infame el trabajo manual hasta el punto de que solo los plebeyos pueden ejercerlo. El general sentimiento de desorientación en distintas vertientes de la visión del mundo barroca, influye sin duda en la creación literaria.

Con la subida al poder de Olivares, a la muerte de Felipe III y la coronación de Felipe IV, la situación toma nuevos rumbos. En los Grandes anales de quince días recoge Quevedo algunos detalles de la transición del poder, llena de conflictos y de esperanzas. El Conde Duque de Olivares intenta poner en práctica un conjunto de medidas regeneracionistas, que despiertan muchas expectativas.

Los reinos de Portugal y Cataluña se sublevan en 1640, y la posición del privado se tambalea. El año de 1643 asiste a la derrota de Rocroi y a la caída de Olivares. La Paz de Westfalia de 1648 marca simbólicamente el final del poder español.

Es el Barroco un periodo de honda crisis social. La discriminación de las castas venía de antiguo y sufría altibajos desde la Edad Media. En el XVII se produce un recrudecimiento de los conflictos. La expulsión de los moriscos en 1609 es una significativa manifestación. Para alcanzar determinados rangos y niveles sociales o ingresar en el clero, en los colegios universitarios o en las escalas del funcionariado palatino, es preciso demostrar que se es limpio de sangre, cristiano viejo, sin mezcla de moros o judíos. Frente a los marginados (moriscos, judíos, pero también negros —en el sur, Sevilla, sobre todo, abundan—, pobres, etc.) se erige la clase de la nobleza como cima de la estructura social.

A la vez que se desprecia ideológicamente el dinero (sobre todo el dinero que procede de los negocios, comercio, industria y actividades económicas no agrícolas) se subraya el poder del mismo, enorme sin duda, como siempre, pero sentido de manera extrema por la mentalidad barroca. Poderoso caballero es don Dinero, y el conflicto entre nobleza y riqueza perceptible, aunque sin duda los grandes títulos de la aristocracia concentran ambos.

La sensación de crisis histórica conduce a una solución situada en el plano de la contemplación ascética y el rechazo del mundo y sus tráfagos, con notable frecuencia de los motivos del desengaño y la vanidad de la vida, la conciencia de fugacidad y fragilidad, la impalpable separación entre la realidad y la apariencia, el escepticismo fundado en lo vano de la existencia humana en este mundo. Replegado sobre sí mismo, el hombre del Barroco busca la paz en su despojamiento de las pasiones y de las ambiciones.

Una nueva dicotomía conflictiva se establece entre la llamada de los sentidos y la calidad ilusoria de lo que certifican. Es significativo que una cultura con semejante conciencia de las dimensiones ilusorias de la experiencia, se aficione en extremo a los experimentos de ilusionismo, y en suma, esté marcada por lo que ha llamado Emilio Orozco el desbordamiento expresivo y la teatralización de la vida. El artificio, la elaboración retórica, la sorpresa, todas las modalidades de figuras estilísticas basadas en la antítesis, la metáfora violenta, desempeñan funciones esenciales en los objetivos expresivos del periodo.

La estética barroca valora sobre todo el ingenio. Cuanto más difícil, mayor será la agudeza de un texto y por ende el placer en descifrarlo. Esta doctrina de la dificultad es esencial para modelar la actitud receptiva lectora.

Para descifrar un texto barroco (quevediano) necesitamos conocer las claves que lo han cifrado, tanto en su técnica literaria como en su complejo mundo histórico y cultural. Cualquier personaje, costumbre, objeto o vocablo puede tener para el oyente o lector del XVII un sentido evidente, pero oscuro para el receptor de hoy. Objetos como linternas, mangos de cuchillo, calzadores, o tinteros no podían pasar desapercibidos en su capacidad de aludir al cornudo, pues se hacían de cuerno. La palabra esperar o las menciones de tocino o cerdo aludían al judío, etc. Otra clase de elementos muy vivos en el XVII y bastante perdidos hoy son los materiales folclóricos, empezando por el refranero y siguiendo por alusiones a fiestas, cuentecillos, etc.

Añádase que el poeta del Barroco es generalmente un poeta culto que conoce bien la literatura antigua y quiere lucir su ingenio y su erudición. Quevedo es un caso extremo de esta densidad cultural. Es fundamental tener en cuenta la literatura grecolatina para la literatura moral y satírica; toda la poesía petrarquista italiana para los géneros amorosos; la Biblia y Padres de la Iglesia para la literatura moral, religiosa y de reflexión política; la lírica tradicional y el Romancero viejo como fuentes de textos parodiados o glosados y adaptados en el teatro y en las corrientes de la poesía de tipo popular…

En suma, la tarea de leer los textos del XVII es una tarea difícil, exigente, y que requiere una voluntad de indagación a la que intentarán ayudar, muy limitadamente, las notas al texto de la presente edición.

2. CRONOLOGÍA

AÑO AUTOR-OBRA HECHOS HISTÓRICOS HECHOS CULTURALES
1580 Nace Francisco de Quevedo en Madrid, el 17 de septiembre. Portugal se incorpora a España. Muere Jerónimo de Zurita. Fernando de Herrera, Anotaciones a Garcilaso. Nace Ruiz de Alarcón.
1586 Muere su padre, Pedro Gómez de Quevedo. Entra bajo la tutoría de Agustín de Villanueva, del Consejo de Aragón. Alianza de Isabel de Inglaterra con las Provincias Unidas. El Greco pinta El entierro del Conde de Orgaz.
1596 Después de haber estudiado con los jesuitas en el Colegio Imperial de Madrid, ingresa en la Universidad.
1599 Debió de recibir su título de bachiller el 4 de octubre, pero no lo recoge hasta el 1 de junio de 1600. Desembarco anglo holandés en Gran Canaria. Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache. Nace Velázquez.
1600 Después de demostrar que había cursado Filosofía natural y Metafísica, recibió la licenciatura. Derrota de España en las Dunas. Nace Calderón de la Barca.
1601 Se traslada a Valladolid; estancia de la corte entre 1601 y 1605. Nace Gracián.
1603 Figura con 18 poemas en la célebre antología de Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres, aprobada este año, aunque impresa en 1605.
1605 Vuelve a Madrid con la Corte. Comienza los Sueños, Vida del Buscón, y parte de las obras festivas. Batalla naval de Dunquerque. Cervantes publica la primera parte del Quijote.
1609 Comienza el pleito con la Torre de Juan Abad, terminado en 1631. Expulsión de los moriscos. Combate naval de La Goleta. Tregua de los Doce Años entre España y Holanda. Lope de Vega: Arte nuevo de hacer comedias.
1610 El padre Antolín Montojo niega el permiso para imprimir el Sueño del Juicio final. Ravaillac asesina a Enrique IV en Francia.
1612 En la Torre de Juan Abad le dedica a Osuna El mundo por de dentro. Lope de Vega: Los pastores de Belén.
1613 Le envía a su tía Margarita de Espinosa el Heráclito cristiano. En octubre está en Palermo, con Osuna, virrey de Sicilia.
1615 Elegido embajador por el Parlamento siciliano. Cervantes: segunda parte del Quijote.
1616 Recibe el hábito de Santiago. El Duque de Osuna virrey de Nápoles; Quevedo se reúne con él en esa ciudad. Los Países Bajos juran fidelidad a Felipe III. Cervantes muere.
1617 Visita al Papa en Roma, en misión encomendada por Osuna. Viaja a España en mayo. Paz de Pavía.
1618 Conjuración de Venecia. Defiende a Osuna ante el Consejo de Estado. Comienza la Guerra de los Treinta Años. Vicente Espinel: Marcos de Obregón.
1621 Proceso contra Osuna. Destierro de Quevedo a la Torre. Muerte de Felipe III. Sube al trono Felipe IV y a la privanza Olivares.
1622 Quevedo se traslada a Villanueva de los Infantes. Remite a «Dª Mirena Riqueza» el Sueño de la Muerte.
1624 Muere Osuna en prisión. Richelieu ministro de Luis XIII. Tirso: Los cigarrales de Toledo.
1626 Se publican el Buscón y la Política de Dios. Tratado de Monzón con Francia. Pérdida de la Valtelina.
1629 Le dedica al Conde Duque su edición de las obras de Fray Luis de León. Nace el príncipe Baltasar Carlos.
1630 Escribe El chitón de las tarabillas. Se comienza la construcción del Retiro. Lope: El laurel de Apolo.
1631 Escribe Marco Bruto, Aguja de navegar cultos.
1634 Se casa con doña Esperanza de Mendoza. Publica la Introducción a la vida devota. Batalla de Nordlingen. Lope de Vega: Rimas de Tomé Burguillos.
1636 Se separa de su mujer. Trabaja en la Virtud Militante y dedica a don Álvaro de Monsalve la Hora de todos.
1639 Es detenido en casa del Duque de Medinaceli y llevado prisionero al convento de San Marcos de León. Desastre español en las Dunas. Tirso: Historia de la Orden de la Merced.
1643 Caída del Conde Duque. Quevedo es puesto en libertad.
1644 Dedica la Vida de San Pablo a don Juan de Chumacero. Reconquista de Lérida en la guerra de Cataluña.
1645 Muere el 8 de septiembre en Villanueva de los Infantes. Victorias francesas en Cataluña. Calderón compone probablemente El gran teatro del mundo. Rojas Zorrilla: Segunda parte de sus comedias. Quiñones de Benavente: Jocoseria.

3. VIDA Y OBRA DE FRANCISCO DE QUEVEDO

El 17 de septiembre de 1580 nace en Madrid don Francisco de Quevedo, de familia hidalga oriunda de la Montaña de Santander. Su padre, don Pedro Gómez de Quevedo, era secretario de doña Ana de Austria, mujer de Felipe II; su madre, doña María de Santibáñez, dama de la reina, también pertenece al ámbito de los servidores de la corte: es, pues, gente de mediana condición social y económica, hidalgos pero no de ilustre aristocracia, situados en un estrato de precisa definición ideológica y social a que responden buena parte de los rasgos que caracterizan al hombre y al escritor Quevedo.

Pablo Tarsia, autor de su primera (y fantasiosa) biografía lo evoca:

«Fue don Francisco de mediana estatura, pelo negro y algo encrespado, la frente grande, sus ojos muy vivos; pero tan corto de vista que llevaba continuamente anteojos; la nariz y demás miembros, proporcionados, y de medio cuerpo arriba fue bien hecho, aunque cojo y lisiado de entrambos pies, que los tenía torcidos hacia dentro; algo abultado, sin que le afease; muy blanco de cara, y en lo más principal de su persona concurrieron todas las señales que los filósofos celebran por indicios de buen temperamento y virtuosa inclinación…»

Se formó en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, y luego en las universidades de Alcalá y Valladolid: en esta ciudad, sede de la corte desde 1601, inicia su carrera poética y también su larga enemistad con Góngora. En Valladolid, según todos los indicios, redacta el Buscón. De vuelta a Madrid con la corte, va escribiendo algunas de sus obras de índole política y moral, a la vez que continúa con la vocación satírica y burlesca. Diversas crisis de conciencia se han señalado en su trayectoria vital, algunas reflejadas literariamente en obras como el Heráclito cristiano. Clave en su evolución personal es la estancia en Italia (parte en octubre de 1613), donde sirve de secretario y colaborador del duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles. La política que pone en práctica le gana muchos enemigos a Osuna, que logran al fin su derrota: entre otras composiciones, Quevedo le dedica el espléndido soneto «Memoria inmortal de don Pedro Girón, duque de Osuna, muerto en la prisión», donde integra una desolada requisitoria contra la ingratitud y la mezquindad de la patria con sus héroes:

Faltar pudo su patria al grande Osuna

pero no a su defensa sus hazañas:

diéronle muerte y cárcel las Españas

de quien él hizo esclava la Fortuna.

Y es que el tiempo de los héroes, como encarnación de una empresa nacional, colectiva, ha terminado: ahora los héroes lo serán a pesar de su nación, y no apoyados en ella, figuras individuales que no encuentran un ámbito de actuación heroica colectiva como todavía era posible en el siglo anterior: el desengaño, más o menos estoico, se impone. Quevedo se retira durante algún tiempo en el pueblo manchego de La Torre de Juan Abad, por cuyo señorío mantiene larguísimo pleito.

En obras como Grandes anales de quince días y Mundo caduco y desvaríos de la edad narra y enjuicia los sucesos posteriores a la muerte de Felipe III, y apunta reformas y proyectos regeneradores que la subida al poder de Olivares podría promover. En su Epístola satírica y censoria, dirigida al nuevo valido, expone literariamente el deseo de un regreso a un utópico medioevo en el que los españoles, castos, severos, valerosos y llenos de las virtudes antiguas puedan vivir una nueva y militar edad dorada, lejos de las corrupciones y la molicie de su propia época.

Defiende también las medidas económicas de Olivares en opúsculos como El chitón de las tarabillas (1630). Pero las iniciales relaciones amistosas con el Conde Duque no perduran. Es una más de las luchas de Quevedo, una de sus múltiples enemistades.

Por el lado literario también acumula enemigos, que atacan sus obras, acusándolas de impiadosas, obscenas y revolucionarias: los autores del Tribunal de la Justa Venganza claman contra él. Luis Pacheco de Narváez, famoso maestro de esgrima del que se burla don Francisco a menudo, dirige en 1630 un memorial a la Inquisición en que denuncia Los sueños, la Política de Dios, el Discurso de todos los diablos y el mismo Buscón. Quevedo multiplica libros serios, ascéticos y morales: La cuna y la sepultura, Introducción a la vida devota, La virtud militante, Marco Bruto… pero su imagen de hombre disoluto y escandaloso no desaparece en las polémicas que mantiene con unos y con otros por multitud de causas. Un matrimonio fracasado, en 1634, con doña Esperanza de Mendoza, añade nuevas melancolías. La virulencia de los ataques políticos a Olivares se muestra ya con transparente clave en La Hora de todos y la Fortuna con seso, donde saca a escena a un caricaturesco Pragas Chincollos (anagrama de Gaspar Conchillos, referencia evidente al privado).

La caída de Osuna, las maquinaciones de las camarillas políticas, el laberinto de las relaciones internacionales y de las ambiciones del poder en la corte de Felipe IV, definen un marco tormentoso en el cual naufraga Quevedo, arrestado definitivamente —tras una serie de destierros y marginaciones— por orden de Olivares y por causas no aclaradas del todo, a fines de 1639.

El poeta permanece prisionero en San Marcos de León hasta mediados de 1643. Solo con el final de Olivares (cuyo gobierno se derrumba en 1643) Quevedo conoce una breve libertad: enfermo y quebrantado cuando sale de su prisión, aguantará unos meses, hasta el 8 de septiembre de 1645 en que muere en Villanueva de los Infantes, en una celda del convento de Santo Domingo.

Hombre de cultura extraordinaria y de enorme erudición, Quevedo se precia de conocedor de lenguas, experto en teologías y filosofías, corresponsal de un humanista tan famoso como el belga Justo Lipsio, traductor de textos clásicos y bíblicos (Anacreonte, Focílides, Epicteto, Las lágrimas de Jeremías…) Sus obras están llenas de referencias, alusiones y citas de autores antiguos y modernos: Juvenal, Marcial, Séneca, Montaigne son algunos de sus favoritos.

De sus defectos físicos, y de otras inferencias psicológicas de discutible probabilidad —supuestamente manifestadas en complejos varios frente a las mujeres, enraizados también en ambiciones frustradas en la política y en la vida cortesana—, diversos biógrafos posteriores, y algunos críticos, han extraído la imagen de un Quevedo contradictorio y laberíntico, marcado por radicales actitudes ideológicas (antisemitismo, conservadurismo ideológico extremo) y por pulsiones psíquicas que entran en el terreno patológico (misoginia exacerbada, timidez excesiva, miedo a la mujer, latente homosexualidad dilaceradora de su psicología, obsesión escatológica…). Dámaso Alonso subrayó también la angustia existencial —tan moderna— que trasluce su literatura, una exasperación —el «desgarrón afectivo»— que es el centro en que habría de situarse el lector que hoy quisiera comprender su obra.

La distancia entre su faceta de poeta serio (con una poesía petrarquista, por ejemplo, ultraidealizadora) y la de poeta satírico y burlesco ha resultado también difícil de asimilar para muchos críticos. Para mí, dejando a un lado dudosas hipótesis indemostrables, lo más característico de su personalidad, sin duda compleja, sería, quizá, la exacerbación —personal y artística— que procede de una poderosa inteligencia y una omnívora curiosidad intelectual, atrabiliaria a veces, impaciente siempre, enfrentada a unas circunstancias a menudo intolerables para una mente lúcida y para una ética igualmente rigurosa, sin que fuera ajena a su actitud de continua violencia la ambición de la gloria literaria y el ansia de reconocimiento de su capacidad de poeta y de hombre público.

El cultivo de diversas áreas (seria, burlesca…) literarias me parece bastante normal en un poeta barroco, obsesionado por la mostración del ingenio y la capacidad de manipulación lingüística, y una vez que esta variedad es explicable, nada de extraño hay en la presencia de los diversos códigos involucrados necesariamente en esas variedades literarias por las mismas prácticas poéticas del tiempo: ninguna dislocación existe entre el poeta que canta a Lisi y el poeta que se burla de las prostitutas tullidas por la sífilis; o entre el autor de la Política de Dios o la Virtud militante y las Cartas del caballero de la Tenaza o las Premáticas de las cotorreras.

Si pretende cultivar todo el espectro literario del XVII habrá de usar tanto los códigos de la idealización como el bajo estilo de la sátira y la burla. En su admirable prosa satírica hallaremos una exhibición de ingenio que no elude ninguna exageración ni violencia expresiva, ninguna caricatura ni ataque, ninguna burla o chiste. De la mayor parte de estas obras se puede decir lo que el propio Quevedo decía sobre su Hora de todos, que tenía cosas de cosquillas, pues hacía reír con enfado y desesperación.

(Para la Poesía de Quevedo véase mi edición en esta misma editorial.)

4. PROSA SATÍRICA Y FESTIVA

En la prosa quevediana abundan escritos satíricos y festivos, como los opúsculos en que parodia las premáticas de la época, o sus burlas literarias contra el culteranismo y otros vicios de la expresión poética (Premática que este año de 1600 se ordenó, Premáticas del desengaño contra los poetas hueros, La culta latiniparla, La Perinola…). No menos conocidos fueron Los sueños, La Hora de todos o El Buscón: fantasías morales, sátiras de la corrupción social imperante y ejercicio de narrativa picaresca, que se sitúan al lado de las obras de tono y expresión más severos, como La política de Dios, La cuna y la sepultura, Virtud militante y otras muchas, donde critica los vicios del mal gobierno, defiende un estoicismo cristiano o comenta sucesos de la política coetánea.

Frente al espectáculo de la corrupción (denunciado, por ejemplo, en Los sueños) y a las melancolías de la vida, Que-vedo opone por un lado una crítica satírica —cuya capacidad expresiva convierte en violentísimo ataque—, y un profesado estoicismo que no siempre es capaz de ir más allá del código literario de la poesía moral o las prosas ascéticas. El desengaño, como es bien sabido, constituye un concepto clave en la cosmovisión quevediana.

Entre las obras tempranas de Quevedo destaca una serie de piezas festivas en que ejercita sus dotes de satírico, caricaturista y experimentador verbal. Practica en varias de ellas la parodia de distintas modalidades de discursos petrificados: premáticas, frases hechas, género epistolar, colecciones misceláneas.

En Vida de la corte traza un cuadro burlesco de las figuras ridículas de la corte, que clasifica en naturales (cojos, corcovados, calvos…) y artificiales (lindos, valientes de mentira, viejos teñidos…), que son las figuras dignas de denuncia y burla. Sigue con un catálogo de las flores (o trampas) de corte, satirizando a gariteros y tahúres, estafadores y cornudos, que forman una comunidad del fraude y la mentira para desplumar a los incautos.

En el Libro de todas las cosas y otras muchas más, que se dice compuesto por el maestro Malsabidillo, parodia los repertorios enciclopédicos y misceláneas de moda en la época, y ofrece una serie de tratados y proposiciones disparatadas sobre la base de la perogrullada (por ejemplo, a la proposición «Para que anden tras ti todas las mujeres hermosas; y si fueres mujer, los hombres ricos y galanes» corresponde la solución obvia: «Ándate tú delante dellas»). Incluye un tratado de la adivinación, un capítulo de agüeros, interpretaciones fisonómicas, instrucciones para saber todas las ciencias y artes mecánicas y liberales en un día… ataques de las ridículas supersticiones y escaparate de la interminable necedad humana que no acaba de abandonar estas mañas: el tratado de la adivinación, por ejemplo, no ha perdido nada de su actualidad en una floración de echadoras de cartas y astrólogos embaucadores que triunfan en los albores del siglo XXI al parecer mejor que en el Siglo de Oro. Completa este admirable y estupendo libro la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer «Soledades» en un día, gracioso ataque a la poesía gongorina, con burlas también de los tópicos más rutinarios del petrarquismo.

En otras piezas de este mundo literario de Quevedo (Indulgencias concedidas a los devotos de monjas, Gracias y desgracias del ojo del culo…) sigue experimentando con las variedades de los discursos cómicos áureos, en un amplio muestrario de recursos paródicos e ingeniosos.

Una serie relevante es la que forman las diversas epístolas jocosas: Carta a la rectora del colegio de las vírgenes; o Carta de un cornudo a otro intitulada «El Siglo del cuerno» donde aparece ya perfilada una figura que será central en su sátira: el maridillo industrioso, que hace de la venta de su mujer un buen negocio, y que aconseja a los maridos inexpertos para que no se avergüencen de sus cuernos y les saquen provecho, a la vez que reivindica unos correctos estatutos profesionales, pues en los tiempos que corren los cornudos abundan y exigen reglamentaciones laborales adecuadas. La obrilla más importante de esta serie, que he recogido en la presente antología, son las Cartas del caballero de la Tenaza, donde se dan nuevos consejos, esta vez para gastar la prosa y guardar el dinero frente a las embestidas de las mujeres interesadas: el galán contesta a las peticiones de la dama pidona, negándose en redondo, con desfachatados chistes y juegos de palabras, a soltar la moneda. En el resto de su obra jocosa desarrollará enormemente este motivo del enfrentamiento entre la pidona y el tenaza, que ya está planteado con toda perfección literaria en estas cartas dirigidas a los cofrades de la Tenaza, del Nihil-demus o Nequedemus, que tienen por oración (otra parodia, esta algo irreverente): «Señor mío Jesucristo, yo te doy muchas gracias, aunque soy caballero de la Tenaza, porque has permitido que me hayan dejado dormir los embestidores y pedigones, y ofrezco firmemente de no dar, ni prestar, ni prometer, por palabra, obra ni pensamiento».

Las premáticas son igualmente significativas: parodian las ordenanzas legales, ensartando disposiciones y castigos burlescos a determinados vicios o ridiculeces: Premática que este año de 1600 se ordenó (que prohíbe determinados vocablos y vicios lingüísticos), Premáticas y aranceles generales, Premática del Tiempo, Premáticas del desengaño contra los poetas güeros (una versión con variantes, que es la que he seleccionado, se incluye en el Buscón), Premática de las cotorreras…

Particular interés tienen las piezas de sátira literaria y lingüística. Ya he mencionado La aguja de navegar cultos, o la Premática de los poetas güeros. Desarrollando motivos apuntados en la Premática de 1600, escribe el Cuento de cuentos, donde reúne todos los bordoncillos que quiere borrar del idioma en un relato disparatado, retahíla de todas esas fórmulas cansadas, como se ve en el fragmento siguiente:

«Era la abadesa mujer de chapa y no amiga de carambolas, y el vicario persona de tomo y lomo. La moza que vio esto, viene y toma, ¿y qué hace? Sin más ni más, como quien no quiere la cosa, escribe a su galán, que ya andaba con mosca, diciéndole que todo era agua de cerrajas y que ella había puesto pies en pared…»

Probablemente las dos piezas maestras de este grupo sean La culta latiniparla, sátira de las mujeres culteranas que para pedir que les frían dos huevos sin claras dicen «Tráeme dos globos de la mujer del gallo, quita las no cultas y adereza el remanente pajizo», y cosas semejantes, y La Perinola, feroz opúsculo dirigido contra el libro titulado Para Todos de Juan Pérez de Montalbán.

Este tipo de textos que vengo mencionando tienen sin duda ciertas dimensiones satíricas (pues abundan en la crítica de vicios) pero en ellas predomina la expresividad burlesca, el tono festivo propicio a una risa más abierta que la que pueden provocar otras obras de intencionalidad moral mucho más acusada, es decir, de cualidades más estrictamente satíricas, como son los Sueños y discursos o La Hora de todos y la Fortuna con seso.

La primera edición impresa de Los sueños es la de Barcelona, 1627: Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, que deja bien clara en el título su intencionalidad satírica. Otra edición importante es la de Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, Madrid, 1631, único texto autorizado explícitamente por Quevedo, pero con cambios obligados por la censura. Las reiteradas exculpaciones de los preliminares muestran bien cuál ha sido la orientación de esta reescritura, debida, a lo que parece, en su mayor parte a don Alonso Mesía de Leyva:

«Yo escribí con ingenio facinoroso en los hervores de la niñez, más ha de veinte y cuatro años, los que llamaron sueños míos, y precipitado les puse nombres más escandalosos que propios. Admítaseme por disculpa que la sazón de mi vida era por entonces más propia del ímpetu que de la consideración. […] dotrinado del escándalo que se recibía de ver mezcladas veras y burlas, he desagraviado mi opinión y sacado estas manchas a mis escritos, para darlos bien corregidos, no con menos gracia, sino con gracia más decente, pues quitar lo que ofende no es disminuir, sino desembarazar lo que agrada.»

Los títulos se cambian: los cinco tratados (que antes eran Sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del infierno, El Mundo por de dentro, Sueño de la Muerte) se llamarán ahora respectivamente Sueño de las calaveras, El alguacil alguacilado, Las zahúrdas de Plutón, El Mundo por de dentro (único que conserva su nombre) y La visita de los chistes. La revisión consiste sobre todo en despojarlos de las menciones religiosas, bíblicas, referencias eclesiásticas y análogas, y el resultado es bastante deficiente. Abundan las alteraciones mecánicas que suprimen un vocablo del ámbito religioso o lo sustituyen por otro, dejando mutilado el contexto, o estableciendo incoherencias múltiples. Se sustituye por ejemplo, Dios por Júpiter, los diablos por verdugos (no siempre, algunos diablos escapan de la revisión), santos por simulacros, etc. Se suprimen, simplemente, referencias del mismo campo, por ejemplo la palabra cielo en varias ocasiones, que sin embargo deja su huella o trunca la frase.

La serie se abre con el Sueño del Juicio Final, compuesto hacia 1605. La ficción narrativa es la del sueño que acomete al locutor tras haber estado leyendo en el libro del Beato Hipólito sobre el fin del mundo. Planteado el marco, el núcleo de la pieza será la descripción del juicio final, en dos secciones: la llamada al tribunal, con la resurrección de los muertos, y el mismo juicio. Sobre este esquema se va hilando la sátira de una colección de personajes viciosos que volverán a aparecer en los restantes sueños y discursos, con variadas modulaciones: avarientos, escribanos, lujuriosos, mujeres hermosas y públicas, un médico asesino, el juez corrompido y sobornado, una fila de los bajos oficios (taberneros, sastres, zapateros), etc. En el juicio acompañarán a éstos otros personajes históricos, como Herodes, Pilatos, Judas, Mahoma y Lutero, y algunos representantes de la necedad y la locura, como los astrólogos o el caballero alindado.

Entre la fecha del primer sueño y abril de 1608 se escribe el discurso de El alguacil endemoniado. El narrador entra en la iglesia de San Pedro donde encuentra al licenciado Calabrés haciendo un exorcismo sobre un alguacil endemoniado. Conjurado el demonio se establece un diálogo entre el locutor y el diablo en el que éste comenta la organización del infierno, los tipos de condenados y vicios: en realidad la intervención del demonio, expresa un punto de vista que va de lo burlesco a lo moralizador en su revisión de poetas, enamorados, cornudos, sastres, reyes, mercaderes, jueces y otros ya conocidos en el Juicio.

La carta nuncupatoria del Sueño del infierno se fecha en 3 de mayo de 1608, y la terminación en el postrero de abril del mismo año. El narrador, según dice, por especial providencia de Dios y guiado por su ángel custodio (que ya no volverá a aparecer), ve dos sendas que nacen de un mismo lugar, pero que conducen a dos lugares opuestos: la salvación o el infierno. Con el arranque de este motivo del bivium se inicia la descripción del camino de la izquierda, de sus transeúntes y de su destino final: el infierno. Del catálogo satirizado forman parte de nuevo los servidores de la vanidad, de la locura y la hipocresía, observables desde la perspectiva satírica de las figuras que había esbozado en la Vida de la corte.

Nuevo discurso es El Mundo por de dentro, de 1612 probablemente. La apertura es una declaración de escepticismo que glosa la idea del nihil scitur, no se sabe nada, con nuevo despliegue de erudición, que va de Metrodoro Chío a Francisco Sanches, para plantear luego la revelación de la verdad oculta tras las apariencias engañosas. El esquema es ahora una alegoría en la que el narrador, orientado por el Desengaño, que se le presenta en la figura de un viejo (construido también sobre modelos grotescos), observa el desfile de los paseantes en la calle de la Hipocresía, que es la calle mayor del mundo. En este mundo de hipocresías solo el desengaño y la orientación hacia las verdades fundamentales de la muerte y la brevedad de la vida permiten enfocar de manera correcta la conducta.

La serie termina con el Sueño de la Muerte, que lleva fechada su dedicatoria en el 6 de abril de 1622. El narrador sueña una «comedia» cuyos personajes son conocidos en la mayoría de las piezas precedentes, y se les añaden personificaciones folclóricas procedentes del refranero o de muletillas lingüísticas: Juan de la Encina, el Rey que rabió, el Rey Perico, Mateo Pico, y luego Chisgaravís o Pero Grullo.

La intención crítica regeneracionista y moralizante ha sido menospreciada por algunos estudiosos y puesta de relieve por otros. Creo que en este punto, como en otras muchas ocasiones, una actitud ecléctica está más cerca de la verdad. Es obvio que buena parte de los temas tratados en los Sueños inciden en áreas sumamente serias de intención moralizante; es obvio también que la brillantez estética de su expresividad verbal pone a menudo en un primer plano la dimensión puramente literaria y que para muchos lectores ahí radicará lo más apreciable de su lectura. Pero no creo discutible la percepción de un grupo de temas eminentemente morales, con muy acusados ribetes en algún caso de lo que podríamos calificar de crítica social y política.

El estilo es deslumbrante, con una exhibición continua del ingenio: los refranes se someten al juego de palabras y a la ruptura ingeniosa; las jergas aparecen usadas con dobles sentidos o alusiones diversas; la metáfora se integra en los mecanismos del ingenio (extravagantes correspondencias, antítesis, palabras de doble sentido…); todo vocablo se multiplica y establece relaciones sorprendentes con su contexto, se metaforiza y se hiperboliza. En las notas intento apuntar algunas de estas características ayudando también a su comprensión en la lectura.

5. OPINIONES SOBRE LA OBRA

«Estos tratadillos de diferentes argumentos, que han sido preciados por hombres doctos, y leídos con mucho gusto por curiosos y amigos de buenas letras […] pueden salir en público por la impresión sin peligro, por no haber en ellos cosa contraria a la Fe católica ni buenas costumbres. Antes bien, tengo por cierto que de la agudeza de ingenio, fértil de tan varia erudición, declarada con lenguaje tan limado y terso, quedarán contentos los que leyeren, y aun los que bien saben aprenderán muchas cosas de provecho.»

(Fray Tomás Roca, en su Aprobación de los Sueños, 1627.

En Los sueños, ed. I. Arellan, Madrid, Cátedra, 1996, p. 75)

«Todo es de buena y sana dotrina, sin tener cosa en contrario, por ser un discurso de grande agudeza y ingenio, para mostrar los naturales de algunas naciones y los peligros y daños que padecen algunos oficios y maneras de vivir; antes podrían sacar dél escarmiento y buena enseñanza, y esto con tan gran primor y sutileza, que se aventaja mucho al Dante y a los otros autores que han seguido el mismo intento; y así juzgo que se le puede dar la licencia que pide para imprimirle.»

(Fray Diego de Campo, censura de Juguetes de la niñez, 1629.

En Los sueños, ed. I. Arellan, Madrid, Cátedra, 1996, p. 410)

«Son pues en extremo apreciables los discursos festivos de nuestro caballero de Santiago. En ellos campean el gracejo, las sales picantes, el donaire y el chiste, buscando más la risa y deleite que la enseñanza, sin que por esto, a veces […] deje de descubrirse la garra del león, y bajo la máscara de Momo al pensador filósofo y al escritor grande y sublime.»

(Fdez. Guerra, en Obras de Quevedo,

Madrid, BAE, 1912, p. XX)

«Descontada la utilidad del pensamiento conviene leer a Quevedo con frecuencia a vía de gimnasia del lenguaje […] Y es en las obras satíricas y festivas donde el estilo acre, rajante, rico en toda especie de sal y galanura, el estilo propiamente quevedesco se exhibe mejor.»

(Salaverría, en Obras satíricas y festivas de Quevedo,

Madrid, Clásicos Castellanos, 1965, p. 28)

«Se permitirá los mayores caprichos con tal que los títeres que él maneja lleguen a través del error y el pecado al desengaño más contundente. Por otra parte, no aparecen demasiado claros los límites entre tontería, ignorancia y maldad. Los supremos tontos se pierden, para Quevedo, con toda razón. Pero entretanto ¡qué divertido el espectáculo! Y a menudo con qué derroche de comicidad primaria y brutal.»

(Lida, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1981, p. 204)

«El retrato proporciona el concepto más completo del arte satírico de Quevedo, en tanto que se encuentran en él dos tendencias artísticas centrales: la agudización ingeniosa y la descripción intensificada metafóricamente.»

(Nolting-Hauff, Visión, sátira y agudeza en los Sueños de Quevedo,

Madrid, Gredos, 1974, p. 246)

«Unos cuantos temas rondan obsesivamente a don Francisco: el poder del dinero, las dueñas, los cornudos, los médicos y boticarios, las viejas, las doncellas pedigüeñas y los jueces y alguaciles, temas bien conocidos. Pero al lado de estos temas los hay muy circunstanciales, porque don Francisco nunca dejó pasar la ocasión de divertirse a costa de lo que le parecía ridículo.»

(José Manuel Blecua, prólogo a su edición de

Poesía original de Quevedo, Barcelona, Planeta, 1981, p. XXVII).

«La sátira, que es en Quevedo una postura mental, queda convertida en arte merced al extraordinario dominio que el autor tiene de todos los recursos de la lengua: el chiste, el retruécano, juegos de palabras hábilmente logrados, insospechadas relaciones de ideas, hipérboles o atrevidas metáforas que dan a las obras satíricas de Quevedo una inusitada brillantez formal.»

(García Valdés, en Prosa festiva completa,

Madrid, Cátedra, 1993, p. 15)

6. BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL

Ediciones

Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1631.

La hora de todos, ed. Luisa López Grigera, Madrid, Castalia, 1975.

Los Sueños, ed. Ignacio Arellano, Madrid, Cátedra, 1991.

Obras, ed. Aureliano Fernández Guerra, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, tomo 23, 1912.

Obras festivas, ed. Pablo Jauralde, Madrid, Castalia, 1987.

Obras festivas y jocosas, Barcelona, MRA. Creación y Realización Editorial, S. L., 1997.

Prosa festiva completa, ed. Celsa Carmen García Valdés, Madrid, Cátedra, 1993. Es la edición fundamental.

Obras satíricas y festivas, ed. José M. Salaverría, Madrid, Clásicos Castellanos, 1965.

Sátiras lingüísticas y literarias (en prosa), ed. Celsa Carmen García Valdés, Madrid, Taurus, 1986.

Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños, en todos los oficios y estados del mundo, Barcelona, Esteban Liberos, 1627.

Estudios

ARELLANO, Ignacio, «La premática de 1620 de Quevedo: textos e hipótesis», Revista de Literatura, XLVII, (1985), pp. 221-37.

—, Poesía satírico burlesca de Quevedo, Madrid, Iberoamericana, 2003.

AZAUSTRE GALIANA, Antonio, «La invención de conceptos burlescos en las sátiras literarias de Quevedo», La Perinola, 3, (1999), pp. 23-58.

CUEVAS GARCÍA, Cristóbal, «Quevedo y la sátira de errores comunes», Edad de Oro, 2, (1983), pp. 67-82.

CHEVALIER, Maxime, Quevedo y su tiempo: la agudeza verbal, Barcelona, Crítica, 1992.

GARCÍA VALDÉS, Celsa C., «Texto e interpretación de Que-vedo: algunos opúsculos festivos», en Rostros y máscaras. Personajes y temas de Quevedo, ed. Ignacio Arellano y Jean Canavaggio, Pamplona, Eunsa, 1999, pp. 85-106.

IFFLAND, James, Quevedo and the Grotesque, London, Tamesis, I, 1978; II, 1983.

JAURALDE, Pablo, «Obrillas festivas de Quevedo: estado actual de la cuestión», en Serta Philologica F. Lázaro Carreter, Madrid, Cátedra, 1983, vol. II, pp. 275-84.

LIDA, Raimundo, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1981.

MAS, Amedée, La caricature de la femme, du mariage et de l’amour dans l’oeuvre de Quevedo, Paris, Éd. Hispanoamericanas, 1957.

NOLTING-HAUFF, Ilse, Visión, sátira y agudeza en los Sueños de Quevedo, Madrid, Gredos, 1974.

SCHWARTZ, Lía, Quevedo. Discurso y representación, Pamplona, Eunsa, 1987.

7. LA EDICIÓN

Esta es una edición no crítica. Teniendo en cuenta la compleja situación de las obras festivas de Quevedo (ver Jauralde, «Obrillas festivas» y el estudio preliminar de García Valdés en su edición de Prosa festiva completa), no puedo discutir aquí los detalles de las fuentes ni su tratamiento, ni los criterios de selección de los modelos. Modernizo las grafías sin trascendencia fonética y puntúo según mi interpretación de los textos. Para la acentuación me atengo a los criterios más recientes de la Real Academia Española. Hago con bastante libertad enmiendas que no comento salvo en casos especiales. Me limito a dar algunas indicaciones sobre la procedencia de los textos:

  1. Premática que este año de 1600 se ordenó: manuscrito de la Biblioteca Capitular de Sevilla 82-3-38. Compulso varias ediciones modernas; la mejor y más útil es la de García Valdés en Prosa festiva completa.
  2. Pregmática de aranceles generales: manuscrito 126 de la Biblioteca de Menéndez Pelayo (Santander); comparo con ed. de García Valdés (Prosa festiva completa).
  3. Premáticas del Desengaño contra los poetas güeros: adaptada de mi edición del Buscón, Madrid, Espasa Calpe, 1993.
  4. Premática del Tiempo: en Sueños y discursos, Barcelona, Lacavallería, 1628.
  5. Premática que han de guardar las hermanas comunes: texto de García Valdés en Prosa festiva completa.
  6. Vida de corte: texto de García Valdés en Prosa festiva completa, sobre el que hago algunas enmiendas menores.
  7. Cartas del caballero de la Tenaza: en Sueños y discursos, Barcelona, Esteban Liberos, 1627.
  8. Libro de todas las cosas: en Juguetes de la niñez, Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1633.
  9. La culta latiniparla: en Juguetes de la niñez.
  10. Sueños, texto revisado teniendo en cuenta mis ediciones de Madrid, Cátedra, 1991 y Madrid, Espasa Calpe, 1998, con la base de la de Barcelona, Esteban Liberos, 1627.

La anotación es muy elemental; los textos satíricos de Quevedo son un juego constante de alusiones, chistes, dobles sentidos y otros muchos mecanismos del ingenio. Me limito a ofrecer una orientación muy limitada de los principales escollos para un lector moderno sin intentar comentar todos los detalles.