No permitáis que la unión de unas almas fieles

admita impedimentos: No es amor el amor

que cambia cuando un cambio encuentra

o que se adapta a la distancia al distanciarse.

¡Oh, no! Es la marca indeleble

que contempla la tempestad y que nunca tiembla;

es la estrella de los barcos sin rumbo,

de valor desconocido aun considerando su altura.

El amor no se deja engañar por el tiempo, aunque los rosados labios y las mejillas

caigan bajo un golpe de guadaña.

El amor no cambia en pocas horas o en semanas,

sino que resiste aun en el día del Juicio Final.

Si es esto erróneo y puede ser probado,

nunca escribí nada, ni hombre alguno ha jamás amado.

Soneto número 116, de William Shakespeare