8
TOM se detuvo en seco.
Sabía que Harlan no dudaría en hacer uso de la pistola, por lo que renunció a escapar. Temblando de miedo regresó a la habitación.
—¡Aparta esa pistola! —dijo la señorita Ashmeade enfadada.
Harlan negó con la cabeza.
—No me fío de este chico, Lee. Aparece siempre en el momento más inoportuno, tratando de desbaratar nuestros planes. Creo que deberíamos eliminarlo.
El señor Stones se levantó del sofá.
—Si intenta hacerle daño a Tom, tendrá que vérselas conmigo.
Harlan se rio y apuntó con su arma al señor Stones.
—Cierra el pico, manojo de huesos, o te agujereo.
En lugar de amedrentarse, el señor Stones cerró los puños y se dirigió hacia Harlan. Durante un momento pareció que este iba a disparar sobre el profesor, pero la señorita Ashmeade se interpuso rápidamente entre los dos hombres.
—¡Quietos los dos! Por favor, John, siéntese o…
El señor Stones la miró un momento y luego volvió al sofá. El viento que entraba por la ventana abierta mecía graciosamente el pelo de la señorita Ashmeade y acariciaba la sudorosa cara de Tom, que miraba a Harlan. Este estaba colocando con todo cuidado un silenciador en el cañón de su pistola. Con un silbido de satisfacción volvió la pistola hacia el señor Stones y apretó el gatillo.
Apareció un agujero en la pared, justamente detrás de la cabeza del profesor, que no se inmutó.
—Es usted un tipo muy valiente con la pistola en la mano —le dijo a Harlan—. Déjela a un lado y veremos su valentía.
El rostro de Harlan enrojeció de furia y desvió la pistola, que ahora apuntaba directamente al señor Stones. Su dedo acarició el gatillo, pero la señorita Ashmeade desvió el arma.
—Ya está bien, Harlan. Te gusta demasiado apretar el gatillo.
—Tú fuiste quien me ordenó disparar contra Red.
—Sí, pero sólo porque podía contarle algo a la policía sobre mis relaciones con DEMON y estropear todos nuestros planes.
Harlan se dirigió a un sillón, con cara de malhumor, sin dejar de apuntar con la pistola al señor Stones. A pesar de la gravedad del momento, Tom se sentía deslumbrado por el valor de su profesor en una situación tan comprometida.
—Así que ya sabemos la verdad, señorita Ashmeade —dijo el señor Stones—. ¡Se ha burlado usted de mí!
Ella hizo un gesto.
—Usted hubiese sido una valiosa ayuda para DEMON, John.
—¿Debido a que mi hermana es fiscal general?
—Exactamente. Usted podría haber sabido a través de ella las acciones que la policía planeaba contra DEMON.
—Empecé a sospechar que usted tenía algo que ver con DEMON cuando dejó caer aquellas insinuaciones sobre la necesidad de un cambio de la sociedad. Luego, Tom me habló de uno de los jefes de DEMON, llamado Lee, pero tenía que saber la verdad antes de ir a la policía.
—No hubiera sido esa una decisión inteligente —la señorita Ashmeade se sentó en un sillón y sacó un cigarrillo—. El día de hoy marca el principio de una revolución, John. El capitalismo y eso que llaman democracia van a ser destruidos en Canadá, y más tarde en el mundo entero.
—¡Qué tontería! Habla como si estuviera chiflada.
La señorita Ashmeade, que estaba encendiendo el cigarrillo, levantó la mirada con ojos encolerizados.
—¡Otro insulto más y dejaré que Harlan le pegue un tiro!
El señor Stones hizo un gesto.
—Me engañó su belleza, señorita Ashmeade. Usted no es más que una soñadora con la cabeza llena de pájaros, que acabará en la cárcel.
—Voy a adelantarle lo que está a punto de ocurrir, señor Stones. Antes de una hora, el primer ministro Jaskiw y el señor James Dorchester van a saltar en pedazos, destrozados por una bomba, ante las cámaras de televisión.
Tom miró aturdido a la mujer, e incluso el señor Stones parecía anonadado por aquella revelación. Hubo un largo silencio y, al cabo, la señorita Ashmeade se echó a reír.
—Una soñadora con la cabeza llena de pájaros, ¿eh? Estoy a punto de eliminar a un odioso capitalista y a un político enemigo del pueblo. Yo diría más bien que soy una realista muy inteligente.
El señor Stones negó con la cabeza.
—Con la violencia no conseguirá nada. Si no está de acuerdo con el funcionamiento de la fábrica, diríjase al Gobierno y a los tribunales. Para eso están.
La señorita Ashmeade expulsó humo del cigarrillo por la comisura de los labios.
—¿Y qué me dice de Annie «Cielo que habla»? Su gente acudió a los tribunales y no consiguió nada.
—Todo cambio requiere tiempo. Hoy, la gente es muy impaciente. Podríamos construir un mundo mejor, pero se necesitan ganas para trabajar de verdad por cambiar las cosas, y dejarse la piel hasta concluir la labor emprendida.
Se oyó un estallido y aparecieron dos agujeros en la ventana, mientras caían unos trozos de vidrio al suelo. Todos miraron a Harlan, que bajó la pistola y miró a la señorita Ashmeade.
—Esta charla es muy aburrida, Lee. ¿Cuándo pasamos a la acción?
Ella miró su reloj.
—Dorchester llegará de un momento a otro.
—¿Y qué hacemos con este manojo de huesos y con el chico?
—Vamos a dormirlos —se levantó y fue hacia la puerta—. Traeré lo necesario.
Tom sudaba. Miró al señor Stones, esperando que tuviera algún plan secreto contra Harlan, pero la señorita Ashmeade regresó enseguida con una jeringuilla y un frasco con un líquido lechoso. Tras llenar la jeringuilla se dirigió al señor Stones.
—Súbase la manga.
—No.
—Deje el valor para otro momento, señor Stones. Si se niega a cooperar, Harlan disparará sobre Tom.
—¿Matarle? Usted no lo permitirá.
—No, pero un par de balas podrían adornar las manos de Tom, o quizá sus pies.
Sonriendo, Harlan se levantó del sillón.
—En cuanto digas, le daré un poco de plomo al chico —empujó a Tom contra la pared y le acercó la pistola. El metal se hundió dolorosamente en la piel de Tom y su corazón estaba a punto de estallar; pero hizo un esfuerzo para mirar valerosamente a los ojos de Harlan.
—Usted gana —dijo el señor Stones.
Visiblemente contrariado, Harlan bajó la pistola, pero continuó sujetando a Tom contra la pared. Mientras la aguja se le hundía en el brazo, el señor Stones miró a la señorita Ashmeade con desprecio:
—Si alguna vez alguien como usted se hace con el poder, nuestro mundo se convertirá en un lugar miserable.
La boca de la señorita Ashmeade se endureció, pero no contestó. Al cabo de unos segundos el señor Stones ladeó la cabeza y se derrumbó sobre un costado en el sofá.
—Estará dormido unas horas —dijo la señorita Ashmeade. Mientras volvía a llenar la jeringuilla, llamaron a la puerta.
—¡Ese es Dorchester!
—¿Qué hacemos con el chico?
—Ya nos ocuparemos de él más tarde.
La señorita Ashmeade dejó la jeringuilla sobre la mesa y salió de la habitación. Harlan mantuvo sujeto a Tom, pero apuntó con la pistola hacia la puerta en el momento en que aparecía el rostro curtido y poderoso del señor Dorchester.
—¡Tom! —dijo—. Así que también te han cogido a ti.
—Sí, señor.
—Ese parece el profesor de Dianne. ¿Lo han matado estos canallas?
Harlan emitió un gruñido de furor, y Tom temió por la suerte de Dorchester. Pero la señorita Ashmeade hizo un gesto de impaciencia a Harlan y se acercó al industrial.
—Bien, bien —dijo escupiendo las palabras—. El «gran hombre» a venido a visitarnos.
—Vamos al asunto —contestó el señor Dorchester—. Me ha costado mucho trabajo despistar a mis guardaespaldas y tengo que volver a la fabrica para recibir al primer ministro, el señor Jaskiw.
La señorita Ashmeade movió la cabeza.
—Se ve que está usted acostumbrado a dar órdenes.
—¡Escúcheme, señora! Si he accedido a venir aquí sin dar parte a la Policía, ha sido porque ustedes me enviaron la foto de Dianne con el mensaje. Pero antes de llegar a un acuerdo quiero ver a mi hija y comprobar que está bien.
—Eso no es problema —dijo la señorita Ashmeade, saliendo de la habitación.
Momentos después apareció Dianne, acompañada de la señorita Ashmeade. Tom apenas podía creer lo cambiada que estaba. Sus ropas estaban sucias; su cabello rubio, desgreñado; su cara, sin vida. Miró primero a Tom, pero pareció no reconocerlo y corrió hacia su padre.
—¡Papá! —dijo sollozando, mientras el señor Dorchester se arrodillaba para abrazarla—. Por favor, llévame a casa.
La señorita Ashmeade apartó a Dianne y la sacó de la habitación. El señor Dorchester se incorporó rápidamente e hizo ademán de ir tras ella con aspecto decidido, cuando Harlan efectuó un disparo a la pared.
—La siguiente es para usted —dijo, sonriendo fríamente al industrial.
—¡Asesino despreciable! Te las entenderás con la ley.
—Ni lo sueñe.
Cuando regresó la señorita Ashmeade, se dirigió a un armario y cogió un portafolios de cuero. Lo abrió, sacó una hoja de papel y se dirigió al señor Dorchester.
—Cuando el primer ministro Jaskiw se reúna con usted en la fábrica, sacará esta declaración del portafolios y la leerá ante las cámaras de televisión.
—¿Qué dice?
—Que usted va a cerrar la planta de agua pesada para siempre, en nombre del pueblo.
El señor Dorchester tomó la declaración y la leyó rápidamente.
—¿Sólo quieren que cierre la planta? ¿Nada más? ¿No piden ningún rescate?
—Exactamente. Yo me llevaré a Dianne a otro sitio y la pondré en libertad después de oírle leer la declaración ante la televisión. Si intenta alguna treta, no la verá nunca más.
El señor Dorchester respiró fuerte.
—Puede confiar en mí. ¿Y qué pasará con Tom?
La señorita Ashmeade dejó el portafolios sobre la mesa.
—Será puesto en libertad junto con Dianne.
Tom miró a la señorita Ashmeade, sabiendo que mentía. Su verdadera intención era matar al señor Dorchester y al primer ministro con una bomba, y Tom debía intentar prevenirle.
—¡Señor Dorchester! —dijo—. Ella…
Harlan le tapó la boca con una mano y le echó la cabeza hacia atrás. Tom trató al principio de zafarse, pero luego lo único que intentaba era respirar, ya que Harlan también le había tapado la nariz. Una horrible oscuridad invadió su mente y su cuerpo parecía flotar; luego, muy lejos, oyó una voz que gritaba. Y cayó al suelo.
—¡Estúpido! —oyó gritar a la señorita Ashmeade—. ¡Has podido matarlo!
—No hacía más que crearnos problemas, Lee.
—Vigílalo, pero no le hagas daño. ¡Es una orden!
De nuevo le taparon la boca a Tom, que miró a Harlan con ojos asustados, convencido de que estaba loco. Sintió cerca de su cabeza las pisadas de la señorita Ashmeade y luego el chasquido de una cerilla.
—¿Un cigarrillo, señor Dorchester?
—Fumar es un vicio repugnante, jovencita.
—Es usted verdaderamente desagradable, señor Dorchester. No me extraña que su hijastro quisiera colaborar con DEMON.
—¿Intervino en el secuestro de Dianne?
—No. Él fue una de mis primeras conquistas para DEMON. Abandonó su casa y se cambió el nombre por el de Red Smith. Creía que sólo tratábamos de conseguir dinero y organizar manifestaciones. Cuando le aclaré que teníamos que ir contra la ley para conseguir nuestros objetivos, rehusó. Desde entonces no ha tenido contacto con nosotros.
—Bien hecho.
La señorita Ashmeade aspiró un poco de humo.
—Red rehusó ir contra la ley, pero otros muchos, no. Gente como Annie «Cielo que habla», le odiaban tanto a usted que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por destruir las Industrias Dorchester. Lo que esos infelices no sabían es que yo planeaba utilizarlos para aniquilar a todos los capitalistas y derribar el Gobierno. No estoy satisfecha porque soy consciente de que mi actitud interesada obligaba a unos jóvenes a comportarse irracionalmente. Pero usted era nuestro objetivo y conseguiremos que pierda.
La señorita Ashmeade se rio.
—Le estamos obligando a cerrar su planta de agua pesada, a pesar de que usted había dicho que nada se lo impediría. Como ve, soy más lista de lo que usted cree.
—Ya he perdido bastante tiempo. Deme el portafolios y déjeme que vuelva a la fábrica.
—Una última cosa, señor Dorchester. Harlan irá con usted a la fábrica para asegurarnos de que no nos traiciona. Usted no abrirá el portafolios hasta que el primer ministro Jaskiw se coloque en la tribuna y vaya usted a pronunciar su discurso. Hasta entonces, ni una palabra a nadie acerca del cierre de la planta.
—Entiendo.
—Ahora, vaya a su coche y aguarde en él.
—Pero…
—¡Es una orden, señor Dorchester!
El hombre murmuró algo, pero obedeció a la señorita Ashmeade y abandonó la casa dando un portazo. Tom se sintió libre de las garras de Harlan, quien se puso un sombrero y le dio la pistola a la señorita Ashmeade.
—Escucha, Lee, ¿qué pasará si los guardias de seguridad tratan de abrir el portafolios?
—No lo harán, porque lo lleva su jefe. Está todo bien planeado.
—¿Debo esperar hasta que explote la bomba?
—Sí, luego aprovechas la confusión para salir de la fábrica. Yo te recogeré en la carretera. Antes de que la mayor parte de la gente se entere de que Dorchester y el primer ministro están muertos, nosotros estaremos a salvo en nuestro refugio, con los demás.
La señorita Ashmeade se dirigió al armario y sacó un segundo portafolios, idéntico al que estaba sobre la mesa. Se lo dio a Harlan, sonriendo.
—Este es para Dorchester. No lo abras si no quieres saltar en pedazos.
—No te preocupes, Lee. Confía en mí.
Tom vio salir de la habitación a Harlan, sabiendo que sólo disponía de unos segundos para prevenir al señor Dorchester de lo que sucedía. Supuso que la señorita Ashmeade no utilizaría la pistola, así que aguardó hasta que ella se volvió hacia la ventana para mirar a Harlan, que bajaba los escalones del porche, y entonces escapó hacia la puerta.
—¡Quieto!
Tom agachó la cabeza para protegerse de alguna bala, y oyó el ruido de la mesa al ser derribada sobre la alfombra por la señorita Ashmeade, que corría hacia la puerta. Interceptada aquella salida, Tom intentó escapar por la ventana del porche, pero la señorita Ashmeade se lanzó sobre él y ambos cayeron al suelo.
De fuera llegó el ruido del motor, cuando el señor Dorchester puso en marcha su coche. Luchando desesperadamente por liberarse, Tom vio la jeringuilla en el suelo, al alcance de su mano, y la cogió. Dándose la vuelta, la clavó en la espalda de la señorita Ashmeade, que dio un grito de dolor. Tom presionó con todas sus fuerzas el émbolo de la jeringuilla y se alejó rodando por la alfombra. La señorita Ashmeade intentó seguirle, pero sus ojos se cerraron y cayó al suelo.
No tenía tiempo de celebrar su victoria. Se incorporó rápidamente y salió corriendo al porche, haciendo señas con ambas manos.
—¡Señor Dorchester! ¡Vuelva!
Pero el coche aceleraba su marcha hacia la fábrica y el industrial no pudo oír los gritos de Tom.