6
EL HOMBRE no parecía darse cuenta de que le seguían.
Poco después desapareció entre los árboles de la orilla del río. Tom estaba indeciso, sabiendo que el señor Stones se enfadaría si no volvía enseguida con sus compañeros. Finalmente, respirando con fuerza, se adentró entre los árboles.
No veía al hombre, pero en el interior del bosque se oía un crujido de ramas. Procurando no hacer ruido, se adentró entre unos arbustos y encontró el rastro de unas pisadas en el barro. Sorteaba arbustos y matorrales, atravesando zonas arboladas y algunos grandes claros. Una brisa fría llegaba del río, moviendo las hojas sobre su cabeza.
De pronto, algo golpeó el agua.
Tom se sobresaltó, pero vio que era un pato que se había lanzado al agua verdosa y sucia. Aunque intentó sonreír, el corazón le latía con fuerza; deseaba volverse, pero por el momento no podía hacerlo.
Siguió adelante, orientándose por el ruido de las pisadas. Estaba rodeado de verdor, brillante donde la luz del sol alcanzaba a acariciar las hojas, y oscuro donde los arbustos estaban a la sombra; por todas partes se veían racimos de bayas de color rojo fuerte.
Las pisadas se detuvieron.
Por un momento creyó que le habían descubierto. Luego vio una figura que se movía más allá de los árboles que tenía delante; era el hombre del mechón, que subía una cuesta cubierta de hierba y se dirigía hacia un grupo de viejas viviendas. Llegó a una puerta abierta y entró. Tom tomó algunas notas sobre aquellas viviendas. Constaban de varios pisos; había manchas de humedad en las sucias paredes amarillentas, y multitud de hierbajos crecían en los canalones de desagüe del agua de lluvia. Un gran sauce llorón ponía un toque de gracia al conjunto, aunque más allá se veía un coche abandonado, sin ruedas.
Tom tensó los músculos y subió la cuesta. Sus pies resbalaron en la hierba, pero no tardó en llegar junto a la puerta.
Unas escaleras de madera que subían en espiral penetraban en la lóbrega oscuridad. Tom apoyó una mano en la barandilla y se llenó de suciedad; de la pared desconchada colgaban trozos de pintura reseca. Por un instante recordó la elegante belleza de la Cámara Legislativa. Luego hizo un esfuerzo y comenzó a subir.
En el primer descansillo había una puerta de madera con el número 1 pintado en color marrón. Con sumo cuidado, Tom apoyó la cabeza contra la puerta, esperando oír voces.
Nada.
Arriba había otras puertas. Mientras subía, las pisadas vacilantes de Tom resonaban en medio del silencio; un pálido reflejo de luz del sol, que provenía de una ventana muy sucia, le descubrió una mariposa muerta, atrapada en una telaraña.
Se oía música en el piso de arriba. Tom pudo escuchar parte de una canción, que se interrumpió de repente.
—Eso está mejor —dijo un hombre—. Detesto tus discos, así que no los pongas cuando yo esté aquí.
—No es motivo para que seas tan antipático, Harlan —dijo una mujer—. No olvides que voluntariamente me hice cargo de este piso.
—Eso no me interesa. Ahora, dime dónde has dejado la compra.
Hubo un silencio, y luego la voz de la mujer resonó más cerca.
—Siento ser tan inútil, pero ya sabes que no puedo subir cajas.
Tom dio la vuelta, buscando un sitio para esconderse. Se pegó a la pared, justo antes de que se abriera la puerta; segundos después oyó unos pasos que bajaban la escalera.
La música comenzó a sonar de nuevo. Decidido a echar un vistazo dentro, Tom se acercó a la puerta del piso y llamó.
—¿Quién es? —preguntó la mujer.
—Traigo un mensaje para Harlan.
La puerta se entreabrió sólo lo justo para mostrarle unos ojos castaños oscuros, un rostro moreno y un pelo negro largo. Tras un instante de indecisión, el rostro se animó con una sonrisa.
—¡Si eres un muchacho! Entra.
La puerta se abrió de par en par y Tom vio que se trataba de una joven cree. La india le extendió la mano.
—¡Hola! Yo soy Annie «Cielo que habla».
—Mi nombre es Tom.
—Harlan no tardará.
Mientras Annie se dirigía hacia la cocina, Tom observó que caminaba con cierta dificultad. Sus articulaciones parecían estar rígidas y dio un traspiés.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias.
Annie puso un poco de pan en una tostadora y cogió un frasco de café instantáneo. Junto a él, en la repisa, había una nota que decía: Annie, dile a Harlan que llegaré el sábado a primera hora. Lee.
Con una mezcla de excitación y temor, Tom recordó haber oído el nombre de Lee en la furgoneta del secuestro. ¡Ahora sí que progresaban sus investigaciones!
La tostadora crujió y saltaron dos tostadas. Annie extendió mantequilla sobre ellas, con una mano que temblaba ligeramente.
—Tengo que irme —dijo Tom, preocupado ante la idea de que Harlan pudiera regresar de repente.
—Aún no. Es muy aburrido estar sola en este piso; me encantaría charlar un rato contigo.
—De acuerdo, pero sólo un momento.
Annie pasó a una habitación de muebles descoloridos y se sentó en una mecedora de madera.
—¿A qué has venido, Tom?
Él se acercó a la ventana abierta y miró hacia abajo, observando el río y el bosque para tranquilizarse.
—Como le dije, traigo un mensaje para Harlan.
—¿Cuál es el mensaje?
—Bueno. Es confidencial.
—¿De quién es?
Tom concentró su mirada en el paisaje exterior, sintiendo que el sudor humedecía su piel.
—De Lee.
—¡Ah!
Tom observó a Annie; esta mordisqueaba una tostada y nada hacía suponer que sospechara algo.
—Si no viene Harlan —preguntó, forzando la voz para que pareciera natural—, ¿dónde podría encontrarle?
—Quizá en Monarch. Creo que se aloja a veces en una granja que hay junto al río; o quizá lo encuentres en la ciudad.
—¿Monarch? ¿No es allí donde las Industrias Dorchester inauguran mañana la fábrica de agua pesada?
—No, si DEMON hace algo.
—¿Qué quiere decir?
La joven parecía un poco azorada, como si comprendiera que había dicho algo que no debía; luego sonrió.
—Bueno, sólo son suposiciones, pero estoy segura de que DEMON intentará evitar la inauguración de la fábrica.
—¿Por qué?
—Por el riesgo que entraña un escape de gas y porque DEMON es enemigo de Dorchester.
Tom se sentó en el sofá y miró indiferente a Annie.
—¿Quiere usted que DEMON derrote a Dorchester?
—¡Desde luego que sí! ¡Odio a ese hombre!
El imprevisto tono de rencor de su voz sorprendió a Tom. La joven era demasiado bonita como para suponer que pudiera estar implicada en las actividades de DEMON. Aunque también pensó lo mismo de Red Smith. Si él pudiera demostrar que Annie era una terrorista, conseguirían arrestar a los demás y liberar a Dianne.
—¿Por qué apoya usted a DEMON?
Annie le mostró sus manos.
—¿Ves cómo me tiemblan?
—Sí.
—Yo soy de White River, donde las Industrias Dorchester han estado vertiendo mercurio al río. Aunque nadie lo sabía, el pescado que comíamos estaba contaminado con mercurio.
—¿Quiere decir que usted padece el mal de Minamata?
Ella asintió.
—Corro el riesgo de quedarme ciega e incluso de morir.
Tom se quedó mirándola.
—¿Pero no pueden hacer nada los médicos?
—No hay cura —dijo ella con una sonrisa triste—. Así que ya ves lo que las Industrias Dorchester nos han hecho, a mí y a muchos de los míos.
—Es algo terrible. ¿Por qué no demandan al señor Dorchester?
Annie se rio.
—Eso es lo que mi padre está intentando hacer. Inició el proceso hace dos años y aún está en los primeros pasos. Las Industrias Dorchester tienen medios para prolongar el caso todo lo que quieran, y por eso hay que tomar otras medidas.
—¿Como poner una bomba en la fábrica?
Ella asintió.
—¿Pero qué pasa con los obreros? Muchos podrían haber resultado heridos.
—Se les avisó —Annie se inclinó hacia adelante—. Puede parecer equivocado, Tom, pero ¿qué otra forma hay de evitar que Dorchester contamine toda la región?
—No lo sé —dijo Tom apesadumbrado. Todo hacía suponer que Annie formaba parte de DEMON, pero aquel descubrimiento sólo consiguió entristecerle más.
—¿Y qué me dice de Dianne? —dijo al rato.
—¿Quién?
—Dianne Dorchester, la chica que secuestraron.
—Estoy segura de que está bien.
—¿Por qué la raptó DEMON?
—No lo sé. Al principio pensé que querrían una buena cantidad de dinero, pero parece que no es ese el motivo. De todas formas, yo sólo sé lo que dicen los periódicos.
¿Estaría mintiendo? Tom observó sus ojos castaño oscuro. A pesar de su aspecto inocente, no había duda de que ella había participado en el atentado con la bomba en la planta de White River.
Se oyó un ruido metálico y Annie miró hacia la puerta.
—Ese es Harlan. Siempre le cuesta trabajo meter la llave en la cerradura.
Salió con paso vacilante de la habitación. Tom se levantó de un salto, buscando dónde esconderse; el único sitio que había era detrás del sofá, pero Harlan lo encontraría allí enseguida.
¿Qué hacer?
Corrió hacia la ventana. Estaba muy alta y corría el riesgo de lesionarse, pero aquello quizá fuera mejor que enfrentarse a Harlan.
A su derecha vio el techo de un porche, justamente debajo de la habitación contigua. Se volvió rápidamente y corrió al vestíbulo.
El hombre del mechón blanco entraba en aquel momento en la habitación, llevando una gran caja de cartón. Esta vez pudo verle perfectamente el rostro y supo, sin lugar a dudas, que era la misma persona que había disparado sobre Red.
—¡Eh! —dijo el hombre—. Tú eres el entrometido que estaba con Dianne y, luego, sentado en el tren junto a Red.
—No —dijo Tom, retrocediendo de espaldas—. No. Usted debe referirse a otro.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Nada —dijo Tom, con una voz que más parecía un susurro—. Me he equivocado de piso.
Annie parecía sorprendida.
—Pero, Tom, ¿no traías un mensaje para Harlan?
Tom movió la cabeza.
—¿Harlan? No. Yo quería decir otra persona.
Harlan miró a Annie y luego a Tom.
—No te muevas, muchacho. Quiero hablar contigo.
—No puedo entretenerme ahora. Me espera mi profesor.
—¡He dicho que no te muevas!
Harlan se agachó para dejar la caja en el suelo. Al mismo tiempo Tom miró a su derecha y vio un amplio dormitorio con una ventana abierta. ¿Estaría el porche bajo aquella ventana?
Rápidamente se metió en el dormitorio y cerró de golpe la puerta, que atrancó con un sillón, y se dirigió hacia la ventana.
Como si se tratara de una pesadilla, pareció tardar una eternidad en cruzar la habitación. La puerta golpeó contra el sillón. Harlan juraba enfadado y la madera crujió cuando golpeó su hombro contra ella.
Tom pasó sus piernas por el alféizar de la ventana en el momento en que Harlan irrumpía en el dormitorio. Los ojos negros y furiosos del hombre le miraron desde el otro extremo de la habitación.
—¡Vuelve aquí, chico!
—No —dijo Tom con voz débil.
Annie entró en la habitación.
—¿Quién eres tú, Tom? ¿Por qué me has mentido?
—No he mentido, Annie. Tenía que decirle una cosa a Harlan.
—¿Qué es?
Tom miró a Harlan, que respiraba con fuerza mientras una vena latía en su sien; era evidente que se preparaba para cruzar de un salto la habitación.
—Escuche, Harlan. Conozco todo lo referente a usted y a Lee. Sé que ustedes son los jefes de DEMON, así que no pueden…
Tom no llegó a terminar la frase. De repente Harlan cruzó la habitación y Tom saltó sobre el techo del porche. Tenía que llegar al bosque.
Se acercó al borde del porche, se puso de rodillas y se agarró al canalón del agua. Cedió este con su peso y se desprendió de la pared. Tom notó un vacío en el estómago al caer hacia adelante, y dio un grito antes de llegar al suelo.
Se tambaleó, luchando por mantener el equilibrio. Harlan se disponía a lanzarse sobre él; Tom lo miró durante un instante, esperando que desistiera de la caza, y luego echó a correr hacia el bosque. Cuando las ramas se cerraron tras él, pensó que ya estaría a salvo. Pero eran demasiado delgadas para ocultarle del todo y nunca llegaría al edificio de la Legislación teniendo tras él, tan cerca, a Harlan.
Debía esconderse.
Pero ¿dónde? Por un momento consideró la posibilidad de subirse a un árbol; miró hacia el río. Allí había un árbol caído; su tronco era lo suficientemente grueso como para ocultarle.
Mientras corría desesperadamente por entre los matorrales, sintió en su piel los arañazos de algunas ramas espinosas; atravesó un claro del bosque y llegó a la orilla del río. Saltó al otro lado del tronco y se dejó caer jadeante en el suelo.
«No pierdas la serenidad», se dijo a sí mismo.
Oyó el chasquido de unas ramas, que procedía del bosque. Luego, al ruido de las ramas siguió el ronco jadeo de Harlan, que trataba de recuperar el aliento.
—¡Es inútil que te escondas, chico!
Su voz sonaba tan cerca que los nervios de Tom se estremecieron.
—No tengas miedo. Sal para que hablemos y luego te podrás ir con tu profesor.
Tom observó el tronco del árbol, que era lustroso donde le faltaba la corteza. Percibió el alegre piar de un pajarillo en el bosque, seguido de un revoloteo de alas.
—Muy bien. No tardaré en encontrarte.
Chasquearon de nuevo las ramas porque Harlan reanudó su búsqueda por el bosque. Cuando el ruido se alejó, Tom sacó con cuidado la cabeza.
La luz del sol se filtraba entre los árboles; una hoja seca cayó, balanceándose en la suave brisa. No se percibía ningún otro movimiento. ¿Habría abandonado Harlan la búsqueda?
La esperanza invadió momentáneamente a Tom, pero enseguida volvió a oír el ruido de ramas pisadas. Harlan regresaría pronto y buscaría detrás del tronco.
Tom miró hacia el río. Un sauce llorón se inclinaba sobre él y sus numerosas ramas se movían con la corriente. Las tupidas hojas del árbol le proporcionarían un buen escondrijo.
Rápidamente escondió los zapatos, los calcetines y los vaqueros bajo el tronco. Los tapó con hojas secas y se introdujo en el agua sucia del río.
Estaba muy fría y una espesa capa de lodo se adhirió a sus pies. Unas hierbas verdes y viscosas le arañaron mientras se dirigía hacia el sauce, donde permaneció oculto por sus ramas y con el agua hasta el pecho.
Harlan llegó al claro del bosque. Se acercó al tronco caído, miró tras él y se alejó. Tom se sentía satisfecho de haberle engañado, pero su alegría se esfumó al darse cuenta de que no podría permanecer mucho tiempo dentro de aquella agua tan fría. No tendría más remedio que volver a la orilla, donde le aguardaba Harlan.
Tom pensó que debería entregarse, pero se acordó de que Harlan había intentado matar a Red y que, por tanto, era poco probable que quisiera limitarse a charlar, como le había dicho.
Una ráfaga de aire movió la superficie del agua. Tom observó las ondulaciones y luego miró hacia la otra orilla. No era una distancia muy grande y ya había atravesado anteriormente el río a nado, pero nunca con el cuerpo atenazado por el miedo. Dudó un momento y luego recordó la feroz mirada de Harlan.
Comenzó a nadar. Enseguida se animó al sentir en su rostro la caricia del sol y sabiendo que cada brazada, cada golpe de sus pies, le acercaban más a la salvación.
Pero ¿qué pasaría si le veía Harlan?
Aunque Tom intentaba apartar ese pensamiento de su mente, no veía el bosque y, por tanto, se sentía indefenso. Nadó con más energía, pero el miedo se convirtió en pánico y se detuvo para mirar hacia atrás.
Le separaba ya una buena distancia del sauce. En la orilla vio a Harlan con algo entre las manos. Luego, levantó ambas manos en dirección a Tom; cerca de él saltó un chorro de agua.
Harlan bajó las manos, miró a Tom y las alzó de nuevo. Al ver saltar el agua otra vez junto a él, Tom recordó que a Red le había disparado con una pistola provista de silenciador, y cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo.
Una mariposa blanca revoloteó alrededor de su cabeza. Con un esfuerzo desesperado de sus brazos, Tom se sumergió bajo el agua.
En el silencio que le rodeaba, vio algo que cortaba el agua dejando una estela de pequeñas burbujas. Comenzó a bucear a favor de la corriente, dejando que esta le alejara rápidamente del lugar.
Al poco rato comenzaron a dolerle los pulmones; parecía que iban a estallar dentro de su pecho. Intentó olvidar el dolor, pero no tuvo más remedio que sacar la cabeza para poder respirar.
Cuando emergió, el sol formaba reflejos plateados en la superficie del agua. Hizo una inspiración profunda y se sumergió de nuevo, desviándose un poco en dirección a la orilla.
Repitió la operación dos veces más, hasta que, por fin, sintió que sus dedos tocaban unas hierbas y fango. Sacando con cuidado la cabeza por encima de la superficie, miró al otro lado del río.
No le resultaba conocido y pasó un rato hasta que comprendió lo lejos que le había llevado la corriente. Localizó finalmente el sauce, pero no había rastro de Harlan.
Tiritando de miedo y de cansancio, salió del río, resultándole difícil creer que estaba a salvo.