9

EL encendedor se apagó, y el miedo a Tattoo se apoderó completamente de Tom, un miedo que parecía una fiera agazapada al acecho.

—¡Me rindo! No lucharé, pero, por favor, no me dejes en la oscuridad.

La luz amarilla apareció de nuevo. Dejó ver claramente la cara de Tattoo. Sonreía.

—¿Rendido? ¿Qué quieres decir?

—Sé que eres compañero de fechorías de Kendall Steele.

Tattoo se echó a reír. El sonido inundó todo el negro agujero de la mina.

—Mejor es que vengas conmigo.

Caminaron los dos juntos hacia la salida. La mente de Tom ya no estaba nublada, pero seguía muy preocupado. ¿Cómo podría escapar de Tattoo cuando salieran a la luz del día?

Pero no fue necesario escapar. Cuando pusieron sus pies en la zona soleada, Tom vio a Kendall Steele en la escalera del edificio abandonado. Sus pies y manos estaban atados con cuerdas. Para mayor seguridad, había sido atado también a la barandilla del porche.

—¿Qué ha pasado? —Tom miró a Tattoo sin entender nada de lo que veía.

—Después de tu huida continué mi camino. Tenía que saber algo de los chicos. Llegué al claro del bosque justo cuando tú corrías hacia la entrada de la mina.

—Kendall Steele me perseguía. ¿Lo perseguiste tú a él?

—Lo alcancé —Tattoo hizo un gesto afirmativo— justo a la entrada por donde tú habías desaparecido. No opuso demasiada resistencia. Lo até bien y luego entré en el edificio para liberar a los niños.

—¡Tenías razón! Los niños estaban retenidos prisioneros aquí.

—Todos menos Brandi —Tattoo respiró hondo—. Tom, no he podido encontrarla. Antes de dirigirme a la mina para buscarte a ti, revolví los tres edificios.

—¿Dónde te hiciste con el mechero?

—En el bolsillo de Kendall.

Cohén se hallaba en la entrada, con las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero todo sucio. Estaba pálido, pero pareció reconocer a Tom. Con una leve sonrisa en sus labios, bajó las escaleras y atravesó el descampado.

—Hola, Chuck —dijo Tom—. ¿Te acuerdas de mí?

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—¿Nos vamos a casa ahora?

—Naturalmente. ¿Dónde está Tippi?

—Estaba asustada —Chuck señaló hacia el bosque— y echó a correr en aquella dirección. No pude detenerla.

—¿Cuánto tiempo hace que se fue? —Tattoo soltó una maldición.

—Hace unos minutos.

—Tom, es mejor que te quedes aquí. No te preocupes por Kendall Steele. No puede soltar las cuerdas.

—Prefiero ayudarte a encontrar a Tippi.

—Bien. No perdamos el tiempo discutiendo —Tattoo miró a Chuck—. Hijo, espera aquí mismo. Encontraremos a Tippi y luego te llevaremos a casa.

Siguieron un sendero que les llevó por la falda del monte hacia el interior del bosque. Reinaba una gran oscuridad, rota por un pequeño claro donde el sol llegaba hasta abajo para acariciar la blanca corteza de unos chopos que se alzaban verticales hacia el cielo. Los pájaros cantaban en los árboles. Luego se callaron cuando Tattoo gritó el nombre de Tippi. No hubo respuesta.

—Pobre Kendall Steele —dijo Tattoo— Recuerdo que Shirleen me habló de él y de la pérdida de sus hijos en un accidente de coche. Pero era imposible creer que algún día se iba a dedicar a robar niños para formar una nueva familia.

—¿Crees que es lo que ha pasado?

—Parece que es así. Preparó los viejos edificios para convertirlos en una casa, con televisión y todo. Pero no había electricidad. Las puertas tenían cerrojos para mantener prisioneros a los chicos. Auténticamente patético —Tattoo gritó el nombre de Tippi, pero el bosque siguió silencioso—. Yo también he perdido mi familia, pero al menos sigo vivo. Con un poco de suerte hasta podría recuperar a mi hijo, pero a Kendall Steele nunca se le dio esa posibilidad.

—¡Escucha!

Les llegaron unos sonidos desde algún sitio en la parte más arriba de donde se encontraban. Gritaron el nombre de Tippi. Luego echaron a correr hacia aquel lugar. Cuando finalmente la vieron, estaba de pie en la hendidura de una roca en la falda de la colina. Su cara asustada miraba en la dirección de ellos. Luego desapareció de su vista.

—¡Son las Cuevas de Cody! —dijo Tattoo—. ¿Cómo se le ha ocurrido ir allí?

—Tiene que estar asustada de nosotros. Quizá piense que la vamos a encerrar de nuevo.

—Tonterías. Si acabo de liberarla.

—Tattoo, tenemos que sacarla en seguida.

—Dije que nunca volvería a entrar ahí —miró hacia la hendidura en la roca—. Pero si esperamos ayuda, se perderá sin remedio dentro.

—Y está el problema de la hipotermia. No lleva más que un simple vestido.

—¿Por qué tiene que sucederme a mí todo esto? —Tattoo volvió a soltar otra maldición.

—Espera aquí. Yo la buscaré.

—De ninguna manera —Tattoo cogió el encendedor—. Ésta es nuestra única luz, y no hay cascos. George Harshbarge no lo aprobaría.

—Es mejor que empecemos a movernos.

Tom se deslizó a través de la hendidura y la oscuridad se cerró tras él. Temblaba en su fina camisa cuando respiró el aire frío y húmedo. Tattoo se apretujó para pasar la hendidura, y luego encendió la pequeña luz que llevaba. Apenas alcanzaba a iluminar sus caras.

Desde alguna parte les llegó el fantasmal sonido de un lamento. Se pararon un momento. Luego volvieron a escuchar el mismo eco.

—Escúchame, Tippi —Tattoo intentó parecer amable, pero su voz profunda sonaba dura y desagradable en la oscuridad—. Queremos ayudarte. Por favor, ven aquí.

Les llegó un ruido de piedras. Los gemidos se oyeron más débiles. Luego murieron.

—Creo que se ha arrastrado hacia el pasadizo que conduce a las otras cuevas —dijo Tom.

—Vamos a alcanzarla.

Despacio, se dirigieron hacia adelante. Tanteaban el camino con los pies. Tom se acordó de las arañas que invernaban, y se las imaginó cayendo sobre su cabeza.

—Esto es aterrador.

—Tienes toda la razón —gruñó Tattoo.

Se les presentó delante un muro rocoso. Tattoo movió la luz en todas las direcciones hasta que localizó el estrecho pasadizo.

—Iré yo el primero —dijo, y se arrodilló.

Cuando se arrastró dentro, su cuerpo tapó la luz. El aire oscuro ahogó a Tom.

También se arrodilló y se deslizó por el pasadizo. Sentía que sus manos estaban llenas de barro, y en seguida su ropa quedó totalmente calada. Mantenía la cabeza baja. Sabía muy bien que encima tenía unas rocas como sierras. La oscuridad era terrible.

—¿Estás bien? —Tattoo lo esperaba al final del pasadizo. Llevaba el encendedor. Su cuerpo estaba cubierto de barro y temblaba de frío—. Tenemos que encontrarla en seguida. El encendedor no nos va a durar siempre.

Tom no había pensado en eso. Miró la débil luz amarilla y fue consciente de que ella era su único medio de salvación.

—Ten cuidado de que no le caiga agua encima.

—¿Dónde está la niña? —Tattoo orientó su vista hacia la oscuridad—. Esto es peor que una mazmorra. Se parece más a una tumba subterránea.

—No digas eso. Ya estoy bastante asustado.

Les llegaron de cerca dos sonidos. Uno era el del riachuelo, que corría invisible a lo largo de la caverna, y el otro, el llanto de Tippi. Era muy amortiguado, pero se dieron cuenta de que estaba cerca.

Esta vez Tattoo no asustó a la niña llamándola. En vez de eso se movió despacio hacia el lugar donde les llegaba el sonido de su llanto, y al final se detuvo en la base del estrecho pasadizo.

—Ha reptado chimenea arriba —murmuró a Tom—. Tengo que ir a buscarla y hablarle.

—Eres demasiado corpulento para conseguir entrar en la chimenea —Tom se arrodilló junto a la entrada—. Dame el encendedor.

—Ten cuidado de que el barro no lo apague.

Tom hizo un gesto afirmativo. Miró la chimenea y trató de recordar su forma. Luego apagó el encendedor. La oscuridad lo atenazó de una forma repentina, aterradora. Intentó conservar la calma y se aupó para encontrar los muros de la chimenea y deslizarse dentro de ella.

El pánico le subió a la garganta. Durante un momento se convenció de que no podría conseguirlo, y tendría que dejar allí a Tippi hasta que llegara la ayuda. Pero el frío le estaba insensibilizando, y se dio cuenta de que tenía poco tiempo.

Siguió adelante. Su cabeza chocó contra la roca. El dolor le hizo gritar. Bajó su cabeza hasta casi tocar el barro y siguió abriéndose camino apoyándose en las rodillas y en los codos.

Tippi seguía llorando en algún sitio, en la oscuridad.

—Soy un amigo tuyo —le dijo Tom con voz suave—. Vengo a ayudarte.

Nadie respondió. Tom siguió adelante de nuevo. Luego escuchó. Pudo oír la respiración de la niña y el sonido de su llanto. Metió la mano en el bolsillo, encontró el encendedor y lo sacó. Rezó para que funcionara y trató de encenderlo con sus manos llenas de barro. Nada. Lo intentó otra vez y la luz llenó el pasadizo.

Tenía delante de él la cara de Tippi. De alguna forma había conseguido retorcerse dentro de la chimenea y miraba directamente a Tom. La luz amarilla se reflejaba en sus ojos asustados. Un pelo sucio le caía desordenado hasta los hombros.

—Tippi, somos amigos tuyos. Queremos llevarte a casa, para que veas a tu padre y a tu madre —Tom llegó hasta ella—. Coge mi mano, por favor.

Durante un rato, que a Tom le pareció eterno, nada pasó. Luego, lentamente, Tippi adelantó su mano, y Tom sintió el contacto de sus dedos fríos. Sonrió.

—Voy a volver atrás muy despacio, y tú vas a venir conmigo.

Cuando se movió hacia atrás, soltó la mano de Tippi, pero ella se echó a llorar y Tom le dio la mano de nuevo. Luego, muy despacio y con mucho cuidado, luchando para proteger del barro el encendedor, la condujo por la larga chimenea abajo hasta que notó que las manos fuertes de Tattoo cogían su cuerpo y le ayudaban a ponerse en pie.

Tattoo mantenía el encendedor mientras Tom hablaba cariñosamente a Tippi. Logró ponerse en pie y luego se apretó contra su cuerpo, asustada por la presencia de Tattoo. Entendió perfectamente por qué la niña se hallaba asustada después de haber estado presa tanto tiempo. No dio importancia al miedo que tenía la pequeña y se dirigió hacia la salida de la caverna.

Una luz brillante se derramaba en las rocas desde la hendidura. La alegría desbordaba totalmente el espíritu de Tom. Al fin todo había acabado. Salvo el problema de Brandi… ¿Dónde estaba?

La vuelta de los niños sanos y salvos convirtió a Nelson en un grito de alegría. Los medios de comunicación abarrotaron Shirleen’s Place. Buscaban detalles sobre el salvamento y entrevistas. Pero Tattoo hizo todo lo posible para eludir el papel de héroe.

No lo consiguió, y su fotografía apareció en todos los periódicos y revistas. Eso tuvo dos consecuencias preciosas. La primera fue la vuelta de Brandi, que entró por la puerta para fundirse en un abrazo de jubiloso reencuentro con su madre y con la Gran Abuela.

—Conseguí al fin que me llevara un coche, el del entrenador de hockey, Burton Donco —contó ella—. Estaba dando una vuelta. Quería tranquilizarse después del disgusto terrible por la derrota de su equipo. Me llevó hasta Kaslo —movió su cabeza sonriendo—. Pasé dos días de aquí para allá. Me dio tiempo a pensar en lo mucho que quería a mi familia. Cuando los niños fueron encontrados y te vi en televisión, sentí morriña. Un policía estupendo me trajo a casa. Acudí a él para que me ayudara.

El segundo acontecimiento feliz, resultado de la publicidad, llegó horas más tarde. Cuando todos estaban sentados a la mesa, oyeron el timbre de la puerta.

—¡Que no sea otro periodista! —gruñó Tattoo, que fue a abrir la puerta.

Pero en el porche no había ningún elemento de los medios de comunicación. Era Simon. Sonrió tímidamente y le extendió la mano a Tattoo.

—Hola, papá. Encantado de verte de nuevo.

—¡Te he echado tanto de menos, hijo! —Tattoo lo abrazó con fuerza.

Tom los miró extrañadísimo. Luego sus ojos se dirigieron a Shirleen. Ella también estaba tan sorprendida como los demás, pero luego sonrió.

—Tattoo, invita a tu hijo a entrar. Quizá pueda comer algo.

Simon entró en la habitación. Pasaba su brazo por los hombros de Tattoo.

—No, gracias, Shirleen. Estoy demasiado nervioso para comer.

—He temido mucho tiempo este momento —Tattoo abrazó de nuevo a Simon—. Pero me siento encantado después de que ha sucedido.

—¿Nos vas a explicar lo que pasa aquí? —le preguntó el Maestro.

—Naturalmente —dijo Tattoo—. Había perdido el rastro de mi hijo y de su madre. El día de las competiciones de troncos, vi a Simon. Me di cuenta de que había venido a Nelson para el torneo de hockey. Por eso hice todo lo posible para no encontrarme con él.

—¿Por qué?

—Pensé —Tattoo se encogió de hombros— que estaba envenenado contra mí. Tom me hizo cambiar de idea sobre ese punto. Pero no quería arruinar la vida de Simon.

—Papá, eso era una tontería —sonrió Simon—. Cuando te vi en televisión, me emocioné. Tuve que calmarme para contemplarte de nuevo.

—La gente decía que eras un gran jugador de hockey. Intenté no hacer caso de eso, porque me sentía incapaz de compartir tu éxito.

—Papá, me gustaría que me vieras jugar.

—Es imposible. El torneo ha terminado.

—Tenemos ya encima el invierno sobre Tumbler Ridge. Jugaremos muchos partidos.

—Bien, quizá vaya allí para ver alguno.

—No, papá —dijo Simon sacudiendo la cabeza—, quiero que vuelvas conmigo a Tumbler Ridge y que consigas allí un trabajo. Te va a resultar fácil.

Tom miró a Shirleen. Para su sorpresa, parecía que a ella le gustaba la idea.

—Tattoo, si es para eso, vete —se sonrió—. Tú has hablado siempre de tener una segunda oportunidad. Ahí se te ofrece.

—Quizá lo haga —Tattoo se sentó a la mesa—. Sabéis, he pensado mucho sobre ese pobre Kendall Steele y en su intento de rehacer su familia. Se me ha dado una oportunidad que él nunca ha tenido.

—Ahora que Simon está aquí para protegerme —Tom miró a Tattoo—, confesaré una cosa: pensé que eras tú quien había secuestrado a los chicos, y que estabas a punto de deshacerte de ellos.

—¿Por eso huiste de mí?

—Sí. Me asustaste. Dijiste una vez que no tenías el valor de ser un asesino.

—O sea que fue eso —Tattoo estalló en una carcajada. Luego se fue a la sala de estar y volvió con un disco de Jerry Lee Lewis, titulado The Killer Rocks On—. Sabes —dijo sonriendo—, siempre me había quejado de no haber tenido las agallas suficientes para llegar a ser una gran estrella como Jerry Lee Lewis, cuyo mote es El Asesino.

Todos se unieron a su carcajada, incluso Tom. Luego se volvió a Dietmar.

—No cuentes eso nunca. El gran detective ha pinchado de nuevo.

—Cuenta con eso, Austen. No te contrataría ni tan siquiera para encontrar un elefante perdido en la calle principal de Winnipeg.

—Casi he acertado en este caso. Solamente fallé en un par de pistas, como en el Big Tee, cuando vi que Kendall Steele conocía el disfraz del secuestrador y su insignia dorada, aunque la policía no había dado a conocer ninguno de esos detalles.

—Yo me di cuenta de ello, pero me lo callé.

—Seguro que fue así, Oban —dijo Tom con un gran sarcasmo en su voz—. De todas formas, yo oí que Kendall Steele decía wanna y outta, pero había olvidado que el secuestrador también las había usado. Y que fumaba, y que tenía una voz profunda. Supe que Kendall Steele no tenía familia, pero eso fue más tarde. Durante la expedición a las Cuevas de Cody habló de lo que le habría gustado a su hijo vivir el ambiente de aquellas cuevas. En ese viaje llegué a ver incluso las botas estropeadas de vaquero que el secuestrador había usado en dos ocasiones, en la zona del mercado y cuando atacó a Simon.

—¿O sea —preguntó Simon—, que fue realmente Kendall Steele?

Tom hizo un gesto afirmativo.

—Quizá nos vio sentados a la orilla del lago y pensó que éramos unos chicos pequeños. Luego se dio cuenta de su equivocación y se asustó.

—El infortunado —suspiró el Maestro— se ha convertido en un esquizofrénico. En algunos momentos debe de haber estado totalmente ajeno a la realidad. Ha vivido su papel de padre de unos hijos en el edificio de la mina, y en otros momentos ha sido completamente normal. Es un caso triste.

—Lo mismo que Austen dijo Dietmar—. Cuando vuelvan los chicos a casa, les encantará escuchar el relato de cómo consiguió estropear este caso.

—Tienes razón —concedió Tom—. Quizá deba cambiar de idea y decidirme a ser cocinero —miró hacia el hogar—. Shirleen, ¿crees que mi sopa está ya lista?

—Seguro, Tom, pero has esperado demasiado tiempo para servirla. Es una lástima que ahora nadie tenga hambre, después de haber trabajado tanto para prepararla.

—Yo tomaré tu sopa —dijo Dietmar—. No tiene sentido dejar que se pierda.

—Estupendo, Dietmar. Ya me había casi resignado a arrojarla a los desperdicios para que se la llevara el camión de la basura —Tom le sirvió un bol de sopa humeante—. Que aproveche.

—Jamás he visto antes una sopa gris —Dietmar levantó una cucharada, sopló en ella y la probó—. ¡No está mal! Enhorabuena, Austen.

—Gracias.

Dietmar tomó la sopa a toda velocidad. Luego se sirvió otro segundo bol. Mientras lo tomaba, Tom lo miró con una sonrisa desacostumbrada. Luego se volvió a los demás.

—Puesto que George Harshbarger no está aquí para protestar, quizá podamos hablar de récords del mundo. ¿Cuál es el plato más grande de carne que haya comido alguien?

Nadie respondió.

—Camello asado. Se sirvió en la fiesta de bodas de un beduino. Puso huevos dentro de un pez, que fue a parar a las tripas de un pollo. Luego, éste fue metido dentro del vientre asado de una oveja, que a su vez sufrió el mismo proceso dentro del vientre de un camello, que fue preparado y servido.

—¡Extraordinario! —exclamó la Gran Abuela.

—Y ahora, ¿cuál es el alimento más raro del mundo? —Tom esperó la respuesta. Después sonrió—. En Corea, la sopa de lombrices de tierra es considerada como un manjar exquisito. Allí a la gente le encanta. Pienso que a vosotros también.

—Muy interesante —dijo el Maestro—. Apuntó el dato en su cuaderno de notas. Luego, de repente miró a la sopa gris en el bol de Dietmar—. No habrás querido decir… Seguro que no has…

—Si voy a ser un gran cocinero —Tom se encogió de hombros—, debo servir platos internacionales. Preparar una sopa de lombrices parece que es un reto interesante.

Dietmar se fijó en su bol con cara horrorizada. Luego miró a Tom con unos ojos que se le salían de las órbitas. Apretó los dientes, se alejó de la mesa entre arcadas, y corrió al cuarto de baño. Se oyó el golpe de la puerta al cerrarla.

—¿Qué le pasa? —preguntó Tom con aire de inocencia.

Se fue hacia el hogar, arrojó por el fregadero la sopa gris y volvió a la mesa. Levantó una cucharada a la altura de sus labios, y miró a los que estaban en la mesa.

—¿Ninguno más tiene hambre?

—Déjalo —dijo Tattoo—. ¿Cómo puedes comer esa porquería?

—Pero si es deliciosa —Tom sorbió un poco, chasqueando los labios con gesto de enorme satisfacción—. No creo que las lombrices sepan demasiado bien, pero ésta es la sopa de champiñones más deliciosa que jamás he probado.

Mientras todos se reían, Tom oyó unos sonidos angustiosos que procedían del cuarto de baño.

—¿Veis? —la sonrisa le llegaba de oreja a oreja—. Dietmar quería que los niños volvieran a casa para poder escuchar una historia interesante. Quizá les guste ésta.