8

A la mañana siguiente, Brandi aún no había aparecido. Tom llegó a casa después de haber caminado durante mucho tiempo. Al final, Tattoo se volvió con Dietmar. A lo largo de toda la noche nada se supo de Brandi. Fue alertada la policía. Aunque había poco que hacer desde el momento en que Brandi, recién alcanzada la mayoría de edad, había tomado la decisión personal de irse de casa.

—Tenemos que actuar —exclamó Tattoo—. Me voy a volver loco si me limito a estar sentado aquí.

Depositó con violencia su taza de café y empezó a pasear arriba y abajo de la sala de estar. La Gran Abuela lo miraba con sus ojos rojos y acuosos de llorar, mientras que Shirleen permanecía de pie, inmóvil, junto a la ventana. Tenía en sus manos una fotografía enmarcada de Brandi.

—Se ha ido para siempre —la voz de Shirleen era un suspiro—. ¿Por qué no le dije nunca que la quería?

—Shirleen, eso lo sabía ella perfectamente.

—Nunca se lo dije. Pensé que disponía de todo el tiempo del mundo para eso.

Tattoo se pasó la mano por los pelos de su barba negra de dos días.

—Si ese secuestrador se ha llevado a Brandi, tiene que tenerla con los otros chicos. No pueden estar en una casa, porque a estas horas los vecinos habrían sospechado de él. Entonces, ¿dónde están?

—Quizá haya construido una cabaña en el bosque —sugirió Tom.

—La policía habría detectado inmediatamente esa nueva cabaña y la habría registrado —Tattoo movió negativamente la cabeza.

—Es posible que se haya limitado a arreglar una de las abandonadas.

Tattoo miró fijamente a Tom, dio dos pasos de gigante por la sala de estar, cogió a Tom por los hombros y se los estrujó con sus manos poderosas.

—¡Eso es! Ésa tiene que ser la respuesta —exclamó, y miró a todos—. ¡Este chico tiene unas ideas brillantes!

—¿Qué es lo que he hecho? —dijo Tom liberándose de las manos de Tattoo.

Éste se dio una sonora palmada en la frente.

—Ahora sé dónde tiene a los chicos. ¿Recordáis que os hablé de aquellos edificios en las minas abandonadas, allá arriba, cerca de las Cuevas de Cody? Yo me imaginé que alguien se preparaba para vivir allí, pero ahora estoy seguro de que el secuestrador las ha arreglado. ¡Ahí es donde tiene a los chicos!

—¿Por qué en una vieja mina?

—¿Quién sabe? —dijo Tattoo encogiéndose de hombros—. El individuo es un perturbado mental. En él todo es posible. Quizá sea como esa gente de la que hablabais, los que robaban niños para reemplazar a los que habían perdido.

—¿Vas a llamar a la policía?

—No. Están cargados de prejuicios contra mí.

Debo averiguarlo por mí mismo —cogió a Shirleen—. Deja esa fotografía y ven conmigo. Tienes que salir de esta casa.

—Deja de arreglar mi vida —se soltó, y se enfrentó a él con signos de gran enfado.

—No intento hacerlo.

—Siempre me has ordenado hacer cosas, pero ahora se terminó todo. Tattoo, tú y yo hemos acabado.

—Tranquila, Shirleen. Ven conmigo y te sentirás mejor en seguida.

—No voy a ir a ningún sitio.

Una mirada de terrible tristeza ensombreció la cara de Tattoo. Luego se volvió ceñuda.

—Bien, iré yo solo.

—Me gustaría ayudarte —dijo Tom.

—Perfecto, si es eso lo que deseas.

Shirleen no dijo nada más. Miró fijamente la fotografía de Brandi antes de volverse a su sitio junto a la ventana. La Gran Abuela les deseó suerte, y lo mismo hizo el Maestro. Dietmar no se había levantado todavía de la cama.

Poco después viajaban por la carretera norte del lago. Mientras conducía, Tattoo mantenía un mutismo total. Sus ojos tenían una mirada feroz. Desde hacía rato los nudillos de sus manos se habían vuelto blancos por la fuerza con que agarraba el volante. Tom no decía nada. Sabía que Tattoo pensaba en la discusión con Shirleen.

Al norte de Balfour todas las señales de la civilización quedaron atrás. Al principio se vieron rodeados por espesos bosques y luego llegaron a una zona accidentada donde las señales avisaban sobre el peligro de desprendimiento de rocas. La carretera se retorcía peligrosamente alrededor de farallones rocosos verticales, y el pavimento estaba sembrado de cortes y agujeros, fruto de las rocas que se habían estrellado contra la carretera al caer desde lo alto. Cuando Tattoo dio un volantazo para evitar una piedra que estaba en medio de la carretera, un conductor de una caravana que se dirigía hacia el sur les saludó con la mano amistosamente, pero lo ignoraron. El silencio continuó hasta que pasaron Ainsworth.

—Hemos llegado —dijo Tattoo, y dirigió el coche hacia una carretera que era un puro fangal. Se detuvo en seguida.

—Todavía no hemos llegado a las Cuevas de Cody.

—Lo sé —respondió Tattoo de forma hosca—. No estoy loco. De aquí en adelante vamos a hacerlo andando.

—Pero…

—Mi coche jamás puede subir hasta las Cuevas de Cody. Además, este camino es un atajo. ¿No te fías de mí?

Empezaron a subir monte arriba. El bosque se cerró alrededor de ellos.

—¿Quieres saber algo, Tom? Te admiro por haber salido de mi coche la noche pasada. Estaba demasiado borracho para conducir. Se necesitaban agallas para hacer lo que hiciste.

—Gracias, Tattoo.

—Nunca he sido demasiado valiente. Ése es uno de mis muchos problemas. Si yo no me hubiera metido de por medio, Shirleen se habría arreglado mejor con Brandi. Pero ¿adónde puedo ir? No he conseguido trabajo alguno, no tengo preparación especial. Una persona no es contratada hoy si no puede ofrecer al jefe alguna especialización. Fue una locura dejar el colegio, pero es que siempre he sido un estúpido.

Por primera vez, Tom se dio cuenta de que la carretera fangosa a través del bosque era como el sitio en el que Simon había sido atacado. ¿Dónde estaba ahora aquel hombre? ¿Había sido él el secuestrador o algún otro?

—¿Has visto alguna vez uno de ésos? —Tattoo señaló un avispero—. ¿Ves que son grises? Los avispones muerden y mastican la madera de los edificios en pésimas condiciones y consiguen con ella una especie de pasta de papel con la que hacen sus nidos —suspiró—. Me gustaba enseñar a mi hijo cosas sobre el bosque.

—¿Ha muerto?

—No, pero es como si lo estuviera.

—¿Por qué?

—Soy un perdedor. Si mi hijo se encontrara aquí conmigo, no me querría. Han envenenado su mente contra mí.

—Pero si no has visto a tu hijo desde hace tanto tiempo, ¿cómo puedes afirmar eso?

Tattoo miró con mucha atención a Tom. Luego casi sonrió.

—Sabes, nunca pienso en serio que eso sea verdad.

—Quizá puedas encontrarlo.

—Olvídalo —dijo Tattoo enfadado—. En mi vida no se dan finales felices.

Siguieron caminando en silencio. Aunque en el bosque el ambiente era más bien fresco, a Tom le corría el sudor abundantemente por la espalda, y empezó a preguntarse si alguna vez podrían conseguir su propósito. Era duro y trabajoso subir sobre los muchos árboles caídos que casi alfombraban el camino embarrado.

—¿Estamos cerca?

Tattoo se sentó de repente en un tronco.

—¿Y qué pasaría, Tom, si me hubiera equivocado al pensar que los chicos están en el edificio de la vieja mina? Todos cuentan conmigo para encontrar a Brandi. La quiero como si fuera hija mía, pero nuestras peleas han sido constantes. Ella habría sido más feliz si yo hubiera desaparecido de su vida —miró hacia el bosque—. Eso es un cedro. Pierde la corteza en largas tiras. ¿Sabías eso?

—No. ¿Cómo lo has aprendido?

—Podría decirte cantidad de cosas sobre el bosque. El aire que estamos respirando está lleno de esporas, que se convertirán en hongos en los árboles, o en líquenes, que los indios solían usar como alimento de emergencia. El tejo tiene unos frutos brillantes con semillas venenosas. Si lo necesitaras, podrías sobrevivir en el bosque a base de frutos, con la condición de escupir las semillas.

—¿Cómo puedes saber tantas cosas?

—Me gusta el bosque. Aquí me siento en paz —Tattoo arrancó un trozo de musgo esponjoso de una piedra—. Siempre he sido un soñador. Me ha gustado la buena vida, pero nunca he trabajado para conseguirla. ¡Ahora date cuenta de en qué porquería me he convertido! Quise ser ciclista, y me limité a ir a ver películas sobre ciclismo. Deseé ser una estrella de rock como Jerry Lee Lewis, pero no hice nunca nada más que comprar sus discos. ¡Qué vida tan lastimosamente desaprovechada! —Tattoo parecía aplastado por la emoción—. ¡He arruinado mi vida! He desaprovechado todas las oportunidades. ¿Por qué no me he convertido en un asesino famoso? Porque no he tenido agallas para ello.

¿Un asesino?

De repente, todo adquirió sentido para Tom.

Se alejó de Tattoo, y luego echó a correr. Voló camino abajo, saltó sobre los árboles caídos y apartó con furia las ramas bajas de los árboles que le estorbaban en su carrera, hasta que llegó a la carretera. Siguió corriendo, buscando un sitio donde estuviera seguro para esperar el paso de un coche. Tenía que llegar a la ciudad a toda costa y alertar a la policía sobre la culpabilidad de Tattoo.

Era terrible pensar que poseía la evidencia de quién era el culpable. Tom paró de correr y miró al lago. En el fondo deseaba poder seguir confiando en Tattoo. En el agua, unas pocas estacas podridas estaban unidas por largos cables oxidados, los únicos restos de un muelle donde barcos de ruedas y paletas recogían en otro tiempo el mineral de las minas. Si Tattoo le hubiera llevado a los antiguos edificios de las minas, ¿qué habría hecho?

Tom tembló. Oyó que se aproximaba un coche, pero se refugió tras una peña hasta el último segundo, por si era Tattoo. Cuando se hizo visible, le hizo señales con los brazos, pero pasó a toda velocidad sin detenerse.

Una mariposa de la muerte se movía en el barro en un lado de la carretera. Se inclinó y vio que era arrastrada al hormiguero por un miembro de la colonia. Mientras se fijaba en el pequeño animal que se afanaba con su presa, de un peso enorme para ella, sobre rocas que tenían que parecerle montañas, se acercó otro vehículo. Tom se sintió emocionado al ver que se trataba de Kendall Steele. El todo terreno se paró, y Tom echó a correr para meterse dentro.

—Tengo que ir a la policía inmediatamente, señor Steele. Tattoo es el secuestrador, y sé dónde tiene a los niños.

—Cálmate —dijo Kendall Steele, levantando una mano. Sus ojos azules se fijaron con mucha atención en Tom—. ¿Quién eres tú?

—Tom Austen. Usted me llevó a las Cuevas de Cody.

Kendall Steele alcanzó con su mano el asiento trasero para buscar algunas bebidas sin alcohol y entregó una a Tom. Luego miró a la anchura de las aguas del lago.

—Chico, yo he echado también de menos a los niños. Pero ahora todo está bien.

La bebida tenía un gusto extraño, pero Tom estaba tan sediento y sudoroso que no se preocupó.

—Tattoo no tiene un céntimo. Por eso secuestró a los niños por dinero. Pero no ha tenido el valor de enviar una nota con la petición del rescate. Y ahora carece del coraje suficiente para deshacerse de ellos. Dijo que no tenía agallas para convertirse en un asesino, pero podría cambiar de idea ahora que yo sé la verdad. ¡Tenemos que rescatarlos!

—¡Fue un accidente terrible! El otro conductor llevaba en su coche unos neumáticos totalmente lisos. Nunca se lo perdonaré —comentó Kendall con aire ausente.

Se oyó un estruendo en el exterior del todo terreno. Tom vio que un montón de rocas se había desprendido monte abajo, dejando detrás una nube de polvo marrón. La nube continuó en el aire unos instantes. Luego fue arrastrada lentamente por el viento lejos de la carretera.

—¿No le parece que no deberíamos seguir?

—Acaba tu bebida —le animó Kendall Steele, y encendió un cigarrillo.

—La he acabado —Tom depositó la botella vacía en el asiento trasero—. Es mejor que llamemos a la policía desde Ainsworth.

Kendall Steele puso en marcha el todo terreno. Tom esperaba que diera la vuelta y se dirigiera hacia Ainsworth, pero en vez de eso, el hombre siguió hacia el norte.

—¿Vamos a Kaslo? Está muy lejos de aquí.

No hubo respuesta. Kendall Steele se volvió hacia Tom, pero parecía que sus ojos miraban a través de él. Luego sonrió.

—Bebe.

—Ya lo he hecho.

La cara de Tom tuvo una sensación extraña. Levantó una mano helada y se tocó la mejilla. La sintió como de goma. Su lengua parecía que le había crecido dentro de la boca. Movió la cabeza, como queriendo disipar la niebla que parecía tener en ella. Se dio cuenta de que habían dejado la carretera y que estaban subiendo el camino de grava hacia las Cuevas de Cody.

—Este…

No le salió el resto de la frase. El todo terreno rugía y gruñía mientras atravesaba un enorme charco, lanzando agua llena de barro sobre el parabrisas. Todo lo que había en el coche se movía a su alrededor. Tom apartó de una patada una bota de vaquero que vio bajo sus pies. Pasaron una vieja casa de troncos, reducida a ruinas, al lado de la carretera.

—Quiero darte una buena nueva —afirmó Kendall Steele con solemnidad—. Ahora perteneces a mi familia. Abandonarás la raza de las ratas y serás hijo mío.

Para decírselo, en la frase que construyó, Kendall había empleado las palabras wanna y outta, las mismas que había usado el falso guardia de seguridad. Cuando la mente confusa de Tom trató de procesar esta información, vio un cigarrillo en la mano de Kendall, y se acordó de que el guardia de seguridad también fumaba.

¡Aquella bota desastrada de vaquero! Tom la vio en el piso del coche. Sintió náuseas. Volvieron a pasar por su mente las imágenes de Simon en el bosque, medio ahogado por el hombre que llevaba unas botas de vaquero estropeadas.

—Quiero… —Tom sintió la boca helada, inservible— salir… fuera.

—¿No te sientes bien?

Tom hizo un signo negativo con la cabeza.

—Éstas te levantarán el ánimo —Kendall Steele sacó tres pastillas verdes—. limítate a tragarlas y te sentirás mejor.

Tom recordó a una chica que se llamaba Brandi. Ella había hablado de un hombre que daba a los chicos bebida dopada, y cápsulas que él llamaba píldoras reanimadoras. Pero Brandi dijo que realmente eran unas drogas que dejaban a las personas sin conocimiento.

—Venga, trágalas. Harás un viaje maravilloso.

—Está… bien —Tom cogió las píldoras y se las llevó a la boca con una mano temblorosa. En ese instante, el todo terreno dejó atrás una señal que anunciaba las Cuevas de Cody y continuó hacia una zona de bosque mas profunda. Al lado del camino, un riachuelo frío, blanco, hirviente se precipitaba hacia abajo entre grandes piedras.

—Hemos llegado —el todo terreno se paró—. Te ayudaré a caminar.

Kendall Steele dio la vuelta para abrir la puerta del copiloto. Cuando lo hizo, Tom escupió las píldoras verdes y las arrojó debajo del asiento. Tenía que simular que estaba fuertemente drogado por las píldoras mientras pensaba la forma de escapar.

El bosque parecía un muro de materia verde, en la que todo se confundía, pero Kendall Steele se abrió camino a través de ella, sosteniendo a Tom. De alguna manera, Tom se dio cuenta de que tenía que escaparse en los próximos minutos. ¿Pero cómo? Obligó a su mente a pensar a pesar de la niebla que parecía aplastarle. En una ocasión su padre le había demostrado cómo no podía levantar a Tom y llevarle a través del espacio de una habitación. Recuerda, Tom, que es imposible llevar un cuerpo desmadejado. El sol le dio en la cara. Supo que habían entrado en un claro del bosque. Cerca había tres edificios viejos, estropeados por el tiempo. En la cara de la montaña cercana había una grieta de entrada a una mina.

—Estoy… enfermo —Tom se derrumbó en el suelo como un pelele.

—Levántate —Kendall Steele lo golpeó con su pie—. Quiero que entres ahí para unirte a tu hermano y a tu hermana.

—… enfermo —se quejó Tom.

Kendall Steele puso sus brazos bajo el cuerpo de Tom. Hizo un gran esfuerzo para levantar aquel cuerpo desmayado, pero el peso muerto era excesivo para él. El hombre se quedó arrodillado al lado del cuerpo de Tom durante un momento. Luego se fue.

Subió rápidamente las escaleras del edificio más cercano, abrió la puerta y entró. En cuanto se cerró la puerta, Tom se incorporó y se fue tambaleante hacia el bosque. Su cuerpo parecía terriblemente pesado. Le pareció, mientras avanzaba, que arrastraba bolas de hierro que alguien le hubiera puesto, sujetas con unas cadenas, en los pies.

—¡Oye!

Kendall Steele estaba en pie junto a la puerta y miraba a Tom. Cuando bajó las escaleras, Tom cambió de dirección y se fue hacia la entrada de la mina. Sus pies tropezaban sobre los rieles oxidados y las traviesas de la línea férrea de una mina abandonada. Después entró en ella.

El agua goteaba en alguna parte. Tom tuvo de repente la espantosa visión de las ratas atacándole. Miró hacia la luz del sol en la boca de la mina. Le entró un gran deseo de volver hacia allí. Luego se metió más profundamente a través de la grieta. Tenía que encontrar un sitio donde esconderse.

El aire olía a suciedad, a agua y a metal. Su pie golpeó una roca que saltó lejos. El sonido se hizo eco a través de la grieta de la mina. Tom se detuvo para escuchar la posible llegada de Kendall Steele. Luego siguió adelante.

¿Era un ruido? Se volvió, esperando ver la luz del día, pero ya no había más que oscuridad por todas partes. Adelantó una mano, tocó la roca y se dejó caer al suelo.

Pasó mucho tiempo antes de que Tom oyera otro ruido, que sonaba como si alguien respirase cerca. Intentó no pensar en las ratas, y se abrazó a sí mismo para aliviar el frío. ¡Sí! Había acertado. Había algo que respiraba. Una ola de terror recorrió el cuerpo de Tom. Sus ojos trataron de perforar el aire oscuro.

Le llegó un fragmento de sonido. Luego un fogonazo repentino de luz. Cerca, al doblar una esquina, un encendedor había cobrado vida. Tom se apretujó de nuevo contra la pared. Vio que la luz se reflejaba en los muros que chorreaban humedad mientras unos pies se acercaban con infinitas precauciones. Llegaron a la esquina, la sobrepasaron y se acercaron.

En el último instante, Tom saltó como una fiera del lugar donde se escondía, dispuesto a luchar para escaparse. Pero una voz familiar le sorprendió. Reconoció la cara del hombre que llevaba la vacilante luz amarilla. Era Tattoo.