Epílogo
EN el parque hacía frío y el viento arrastraba las hojas. Michael se aproximó despacio a una figura solitaria que se hallaba de pie en uno de los senderos; los visitantes habituales habían cambiado su salida vespertina por un buen fuego y una taza de té caliente.
Charles llevaba el cuello del abrigo levantado, el sombrero calado hasta los ojos.
—Buenas tardes, milord.
—Charles. —Michael llevaba la cabeza descubierta, el pelo alborotado—. Gracias por reunirte conmigo tan de repente. Mañana por la mañana nos vamos a Kent.
—Ya, de ahí la urgencia —dijo Charles con cierto cinismo—. Vas a enterrarte en el campo. No acabo de creerlo.
Hacía apenas unos meses, tampoco Michael habría podido creerlo. Sin embargo, con Julianne, veía las cosas de un modo muy distinto.
No obstante, debía atar algunos cabos antes de marcharse.
—¿Cuándo pensabas decirme, si es que ibas a hacerlo, que Lawrence es Roget? —dijo en un tono neutro.
Por un instante, los dos se miraron en silencio.
—¿Paseamos? —propuso Charles, señalando el sendero—. Para no congelarnos. Hoy hace un frío de mil demonios.
—Muy bien. —Michael empezó a caminar a su lado.
—Ya te has enterado —comentó su viejo amigo, mirándolo de soslayo—. Siempre supe que al final lo descubrirías.
Al final. Le había costado demasiado. Michael lo sabía, pero su propio gobierno le había proporcionado información falsa en varias ocasiones. No era de extrañar que no hubiera sido capaz de encajar antes las piezas del rompecabezas.
—¿Por qué? —le preguntó sin más.
—Nos resultaba valioso. Teníamos que protegerlo. Un doble agente siempre es un riesgo, porque todos sabemos que podía ser leal al otro bando. Es un juego, Michael, y no podíamos permitir que lo atraparas. Por eso te despistamos una o dos veces.
Una o dos veces. Eso era decir poco. El viento frío que le cortaba la cara olía a hojas secas y a humo de chimenea.
—¿No se me podía confiar la verdad?
—Lo sabía yo —señaló Charles sin disculparse—. Y el ministro de Defensa. Nadie más. Ni el primer ministro. Era esencial que se mantuviera en absoluto secreto.
—Lo seguí por toda España.
—Y a la vez nos enviaste información valiosísima.
—Maldito seas, Charles. No trates de justificar los medios con el fin.
—Yo nunca trato de justificar nada, eso ya lo sabes. Además, fue divertido ponerlo a trabajar contigo cuando terminó la guerra.
«Desde luego», pensó Michael, socarrón. En cuanto había empezado a sospechar, también él lo había encontrado divertido.
—Ha convencido a Antonia de que venda su casa de Londres y se traslade con él a las islas tropicales de la costa de las Américas. Si ella llega a enterarse...
—Él no tuvo que ver con la matanza de su familia. Su único delito fue facilitar una ruta segura a las tropas francesas para evitar su enfrentamiento con las británicas. Formaba parte de su cometido.
—Ella no lo entendería así, créeme.
—Él sabrá si se lo dice. Por lo que veo, bebe los vientos por tu señora Taylor. Considerando que ha aceptado largarse con él, supongo que la devoción será recíproca. Ya se las arreglarán. No es asunto tuyo.
Cierto. Lo suyo eran Julianne, su sobrina y los hijos con que Dios los bendijera en el futuro. Antonia necesitaba un sol abrasador y aventura. Él tenía su familia.
Curioso, las vueltas que daba la vida.
—No obstante, si quieres hablarlo con él, ¡allá tú! Mantenme informado y, cuando te canses del ambiente bucólico del campo, del aire fresco y todas esas bobadas, házmelo saber. Seguro que te encuentro alguna ocupación interesante. —Charles dio media vuelta y, cuando se disponía a volver por donde habían venido, Michael divisó a un hombre que se acercaba a él por el sendero.
Reconoció aquellos hombros anchos, el pelo oscuro agitado al viento y, cómo no, la inconfundible cicatriz.
Se detuvo y esperó; el día crudo era idóneo para aquel encuentro.
—Charles se cree muy listo —le dijo en cuanto se reunió con él.
—El problema es que es muy listo —convino Lawrence con gesto receloso. Tenía la cara colorada del frío.
—No le había dicho hasta ahora que ya sabía quién eras y, sin embargo, había previsto este encuentro.
—Cuando le he contado la charla sobre Alice Stewart que mantuvimos anoche, se ha limitado a citarme aquí. Supongo que te conoce lo bastante bien para suponer que, al final, conseguirías encajar todas las piezas.
Qué típico de Charles, planificar la confrontación de ese modo.
—Me siento manipulado —dijo Michael, socarrón—, claro que con Charles siempre me siento así, no solo en mi persecución de Roget.
—Si te sirve de consuelo, fue un fuerte golpe para mi orgullo enterarme de que estaban tan seguros de que me atraparías que, cada vez que te acercabas, te despistaban.
—¿Cómo es que empezaste a trabajar para los franceses?
—Me obligaron a hacerlo y me fastidiaba tanto que ideé de inmediato un plan para congeniar con los mandos más altos, aceptando todas las misiones más peligrosas. —Lawrence se encogió de hombros—. ¿Qué más daba que me mataran? Al final, empezaron a confiar en mí lo bastante para hacerme correo, luego agente. Para poder ayudar a los ingleses, tenía que hacer un buen trabajo para los franceses, ¿entiendes? Supongo que ahora comprenderás por qué Alice Stewart se negaba en redondo a revelar mi identidad y por qué la dejé embarcar para Francia en lugar de desterrarla a la India. Yo estuve allí durante todo el interrogatorio, y ella no me traicionó. Yo podía matarla para protegerme; la decisión era mía. Obviamente ella no quería arriesgarse; además, cuando tú la dejaste marchar, sentí que estaba en deuda con ella por su lealtad. No tenía ni idea de que pondría tanto empeño en vengarse de ti.
—Si la señora Stewart no se hubiera empeñado en verme muerto, quizá nunca habría descubierto que Roget y tú sois la misma persona. —Michael se subió el cuello para protegerse del viento gélido.
—Cosas del destino —dijo Lawrence, como si conociera bien el concepto—. Dime, ¿en qué momento exacto lo supiste?
—Digamos que tu explicación de por qué la habías dejado subir a otro barco no me convenció mucho, aunque podría haber sido cierto. Decididamente sientes debilidad por las mujeres peligrosas, a juzgar por tu relación con Antonia. Claro que, en realidad, no fue entonces exactamente cuando lo supe.
Lawrence lo miró intrigado.
—Fue cuando, yendo en el coche en busca de Alice Stewart anoche, dijiste que si Roget quisiera verme muerto lo estaría —señaló Michael con una sonrisa burlona—. Me pareció que lo decías desde un punto de vista muy personal.
—No he dejado de insinuar, con la intención de que se me entendiera, que el que quería verte muerto no era Roget.
Así era, y Michael ahora sabía por qué.
—También me has dicho que Roget era un fantasma, pero siguen filtrándose rumores de que aún está en Inglaterra.
—Sí, lo he notado. —Se encontraban ante el Serpentine, gris bajo el cielo otoñal y salpicado de hojas brillantes—. Por eso los franceses me buscan con desesperación. Pensé que había escapado limpiamente, pero al parecer no. Creo que la señora Stewart al final me hizo un favor, porque ha sido preferible que se marchara de Inglaterra. Cuando empezaste a buscar a Roget me di cuenta de que otros me buscaban también. Supongo que Charles te habrá contado que Antonia ha accedido a venirse conmigo.
—Sí, me lo ha dicho. —Michael lo miró—. ¿Vas a contarle la verdad?
—Aún no lo he decidido. ¿Qué harías tú, Longhaven?
—Para empezar, asegurarme de ir bien armado. Y mejor en el mar, que no pueda escapar de ti, aunque también podrían devorarte los tiburones si ella te arroja al océano. Sea lo que sea lo que decidas, te deseo suerte.
Lawrence soltó una carcajada triste.
—Eso pensaba.
—Yo también lo dejo —le confesó, esquivando un montón de hojas mojadas, con las manos enterradas en los bolsillos.
—¿Con condiciones? Charles no te dejará ir fácilmente. Eres muy valioso.
—Sin condiciones.
—Si tan claro lo tienes, será amor de verdad —observó Lawrence.
Michael pensó en la tierna sonrisa de Julianne cuando volviera a casa.
—Será —susurró.
Luego dio media vuelta y se alejó de todos aquellos secretos.
* * *
Agradecimientos
Me gustaría expresar mi agradecimiento a Heather Baror por todo lo que ha hecho como agente de derechos internacionales. Eres excelente. El apoyo de mis amigos es otro valor incalculable.
Concretamente, quiero mencionar a Monica Burns, Kerin Hanson, Laura Kubitz y Sandy James. Me habéis animado mucho. ¡Gracias, chicas!
* * *
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Emma Wildes
Emma Wildes es uno de los nombres que han empezado a sonar con fuerza entre las nuevas escritoras de novela romántica histórica en Estados Unidos. Sus primeros relatos y novelas cortas, que solo podían leerse en internet, le merecieron varios premios y los elogios de las lectoras del género. Sus novelas publicadas hasta la fecha, prueban que es una de las escasas autoras que está sabiendo recuperar la clásica novela romántica histórica de Regencia, dándole al mismo tiempo un aire nuevo y original.
Emma Wildes nació en Minnesota, estudió geología en la Universidad de Illinois y vive en el Medio Oeste con su marido y sus tres hijos. Cuando le preguntan cómo se gana la vida, sonríe y responde: «Me paso el día soñando». Algunos de esos sueños se convierten en sus deliciosas y sensuales novelas.
Para más información: www.emmawildes.com
Solteros y Truhanes (Notorious Bachelors)
1. My Lord Scandal / Sin miedo al escándalo
2. Our Wicked Mistake / Un error inconfesable
3. His Sinful Secret / Pecados ocultos
* * *
© 2010, Katherine Smith.
Publicado por acuerdo con la autora,
representada por Baror International, Inc., Armonk, Nueva York, EEUU
Título original: His Sinful Secret
Primera edición: Signet books, Noviembre/2010
© 2011, Pilar de la Peña Minguell, por la traducción
© 2011, Random House Mondadori, S. A.
Edición en formato digital: octubre de 2011
Diseño de la cubierta: Random House Mondadori, S. A.
Fotografía de la cubierta: © Carlos Martín Caso
ISBN: 978-84-01-38431-8