IX
Eso te pasó por no saber que todo tiene su precio, atrevido, eso te paso por no saber, atrevido… Cantaban en aquel estilo tan propio de música fusión de origen cubano los Orishas, sonando como actual tono en su móvil.
Mami, leyó en el visor mientras descolgaba la llamada.
— ¿Qué tal? — Preguntó al responder la llamada.
— Hola Olga, cariño — dijo su madre al otro lado.
Inmediatamente intuyó un pequeño signo de preocupación en el tono de su voz.
— ¿Sucede alguna cosa, mamá? — Preguntó con curiosidad.
— Verás, hoy he recibido una visita en mi trabajo — le dijo — alguien intenta contactar contigo y es en referencia a tu ex.
— Referente a, ¡Pepe! — Exclamó — y ¿de qué se trata…? — Dijo, mientras en su interior una vocecita le decía de inmediato, nada bueno viniendo de él.
Así fue.
— Verás — dijo — el jefe de departamento de ventas de uno de nuestros proveedores, ha venido a verme y me ha preguntado si era la madre de Olga Sánchez. Me ha contado, que en su departamento desde hace muchos años trabaja una señora que por lo visto es la madre de la chica con la que estaba Pepe, tu ex, hasta hace pocas semanas. Por lo visto se han separado y bueno… ella, Sonia que es como se llama esta chica tuvo gemelos con él.
— ¡Vaya! — Respondió — no tenía idea de eso, ¿ya supo cómo hacerlos? — rio —. Porque era bastante inepto recuerdo, la verdad. Por otro lado lógico que no me enterara ya sabes que no me interesa nada que provenga de él.
— Por eso Olga debía consultarte antes, ya que me piden localizarte para que les ayudes.
— Está claro que sigue haciendo de las suyas ese pedazo de cabrón — respondió de lo más indignada.
— Sí, sigue en su línea. Pero les he dicho que primero hablaría contigo y te consultaría, porque no deseo que revivas de nuevo todo aquello.
— Llámales y diles que este miércoles, nos encontraremos en tu despacho a eso de las cuatro de la tarde si te parece bien.
— ¿Estás segura? — Preguntó un tanto afligida — no prefieres reflexionarlo un poco, antes de decidirlo.
— No es necesario mamá, las dos sabemos que eso es lo que debo hacer y que además es lo correcto. No te preocupes, llámales y que no duden en que haré lo que esté en mi mano por ayudar.
— De acuerdo, te quiero — añadió milésimas de segundo antes de finalizar la llamada.
— Y yo mamá…
Su madre, Regina, era la encargada en un gran centro comercial textil. Llevaba alrededor de treinta y cuatro años trabajando en la misma empresa. En ella había ido poco a poco ascendiendo hasta llegar a un puesto de responsabilidad. Era una mujer fuerte, agradable y alegre, y pensó por un instante en el que la recordara enfadada por algún motivo y no consiguió hallar esa imagen de ella en su mente. Únicamente recordó alguna leve regañina suya en su adolescencia, por supuesto siempre bien merecida, pero ni una sola imagen negativa que pudiera sugerir algún reproche por su parte.
Se sentía orgullosa y agradecida de que ella fuera su madre, su afán de superación y de lucha a la vez que de entrega, que incondicionalmente había invertido durante todos aquellos años en Eduardo y en ella, eran motivo y causa por lo que sentía aquella inmensa admiración. Por ella, y por todas aquellas mujeres que se merecían también sin duda toda su admiración y respeto; que afortunadamente eran muchas.
Tras aquella llamada se dirigió a su dormitorio donde abrió el baúl de madera barnizada en un tono marrón oscuro, simulando ser un mueble de época pasada; con más valor sentimental que económico ya que había pertenecido a sus abuelos y que se encontraba a los pies de su cama, separó varias carpetas que tenía colocadas en orden en su interior apareciendo una pequeña caja, la que buscaba. Junto a ella un álbum de fotos del día de su boda del que había pensado prescindir en múltiples ocasiones, quizá las imágenes de algunos asistentes al enlace plasmados en ellas era el motivo por el cuál, no había tomado aún aquella determinación. Tomó entre sus manos la caja que tan concienzudamente había guardado donde estaban todos los papeles y documentación que por algún motivo siempre supo iban a ser necesarios para la siguiente víctima de Pepe y aunque hubiera deseado que siguieran allí a lo largo de los años y jamás necesitarlos, era más que evidente que seguía arruinando su vida, e intentando hundir con él, a cualquiera que se creyera sus farsas y mentiras.
No le apetecía rememorar el pasado pero sabía que esos episodios pertenecían inevitablemente a una parte de su vida.
Dos años de relación, y diez escasos meses de matrimonio era todo lo que la había unido aquél penoso personaje. Era un payaso, un bufón siempre dispuesto a hacer tonterías consiguiendo que todo el mundo riera siempre de él; que no con él, como erróneo pensaba. Pero se cruzó en su camino en el peor de los momentos y ella pensándose como siempre ser Juana de Arco, creyó a pies juntillas todas y cada una de sus mentiras, pensando en que debía salvarlo y protegerlo de todos los males que lo acechaban, ya que siempre vendía su apariencia lastimosa de víctima desvalida, y ella una vez más y pecando de excesiva protección no se percató de que se instalaba en su vida y en su piso, en un abrir y cerrar de ojos.
Después fue descubriendo que se encontraba cargado de deudas hasta las cejas por múltiples créditos, así como de una hipoteca, y ya que había convertido su hogar, en el suyo de forma ingeniosa y sutil, casi sin que ella misma tomara conciencia en un principio, hasta que lo halló de forma habitual allí en el que por aquel entonces era para Olga, su fantástico ático de alquiler situado en una de las zonas céntricas de la ciudad, por lo que convino con él la venta del suyo, y posibilitar así que pagara con ello todo lo que debiera hasta ponerse al día y lograr sanear sus cuentas, su pensamiento es que esa era la mejor opción económicamente hablando. Quizá su imperiosa necesidad de vivir de forma ordenada y estable desencadenó en que poco a poco lo fuera ayudando a poner orden en su desastrosa y desconcertante vida, distribuyendo las ganancias de la venta del piso y así concluir saldando hipoteca y créditos diversos, entre ellos la financiera de su vehículo. O al menos, así inicialmente lo creyó…
Por aquél entonces le pediría que se casara con él, y ahí cometió una de sus mayores estupideces; acceder a ello, aceptar su anillo de compromiso y empezar a planear aquella boda que derivaría en un fiasco pocos meses más tarde.
Los primeros obstáculos los encontró en la familia de él, principalmente en la que se iba a convertir en su futura suegra, ya que sin motivo aparente ni siquiera la soportaba haciéndole multitud de desplantes, y así mismo, su hermana menor ponía pegas a todos los preparativos de la boda como si se tratara de la suya propia tomando decisiones de a quiénes podía o debía invitar a la misma. Proponiendo incluso que no vinieran las que por entonces eran las amigas más asiduas de Olga y sus respectivos maridos o novios ya que según ella, ellos tenían una amplía familia y no podía ninguno ser descartado. Evidentemente Olga se cerró en banda y dejó muy claro que los que vinieran por parte de la novia, iban a ser sufragados por ella y los suyos, que todo el que viniera por el lado del novio sería un coste asumido por él o su familia. Ante esa postura firme y rotunda redujeron a menos de la mitad su extensa lista de invitados, al ver que les iba a tocar el bolsillo, por supuesto su alto ego y prepotencia disminuyó.
No puso impedimento alguno en que escogieran el precio del menú, ni sus platos u otros detalles exceptuando el pastel de boda, en el que tuvo que cuadrarse de nuevo ya que después de aquél banquete prefería un suave y ligero pastel de mousse, que no el tradicional y empalagoso que ellos pretendían imponer.
El día de la cata o prueba del banquete Regina la madre de Olga estaba perpleja, cada vez que su hija se dirigía a la madre del que iba a ser su futuro marido, pues aquella mujer descaradamente la ignoraba o simplemente miraba y hablaba hacia el lado contrario al que estuviera ella; siendo uno de los motivos por los que para que no llegara la sangre al río decidió que la madre de Pepe tomara prácticamente todas las decisiones correspondientes al banquete, sin darle más importancia al respecto, y ante esa situación Pepe la alentaba diciendo que era con él con quién iba a contraer matrimonio y que no le diera más importancia al asunto.
Durante el tiempo que duró aquella cena de degustación de los platos para el banquete nupcial aquella presuntuosa de su mamá, excesivamente pasada en kilos y con un aspecto de total dejadez no cesó en hablar siempre en un tono de superioridad, haciendo alarde de un status que para nada poseía, así como de fanfarronear insistentemente de que barajaban la idea de comprarse una magnífica casa, según sus palabras en una de las urbanizaciones cercanas a la ciudad.
Lo cierto es que fueron realmente escasas las visitas que harían a sus padres a lo largo de aquella relación. Todo el conocimiento que tuvo del piso de sus futuros suegros fue ir en una ocasión del recibidor al comedor del mismo, sentarse sin mover un solo dedo en su cochambroso sofá vigilada por un enano y viejo perro, con tanta o más edad de la que se apreciaba tenía ese sofá, pero que no dudaba en ladrarle si hacía un solo movimiento de pies o piernas; situación que a ellos les parecía de lo más graciosa. A ella, no tanto.
Por supuesto, jamás le enseñaron el resto del piso y aún menos se atrevió a solicitar ir al baño, con aquella estampa de piso recargado de souvenirs llenos de polvo en sus estanterías, de aspecto sumamente sucio, no le inspiró en absoluto en aventurarse ni siquiera en conocer el dormitorio que durante años fuera el lugar de juegos del que se iba a convertir en su marido, y posiblemente ese mínimo de relación entre ellos, intuía fuera el motivo por el que la madre de él, se comportaba de forma enojada con ella, pero que no comprendía en absoluto ya que Pepe era quién decidía cuando iba y cuando no, no era elección de Olga sino suya.
Siempre esa tendencia habitual a culpar al que viene de fuera de casa y disculpar a aquel que no se comporta con los suyos.
Por otro lado las que serían sus cuñadas; por fortuna por un tiempo breve, ni siquiera fueron capaces de tener un mísero detalle de boda con ellos. Pero eso sí, no dudaron en hacer desaparecer en pocos segundos un precioso y pequeño cojín blanco satinado, adornado con unas sencillas puntas de encaje y rosas blancas a juego como las que Olga lucía discretamente en su recogido, que su madre había hecho con sumo cariño para ella, donde portar las alianzas el día del enlace. Aquél cojín fue visto y no visto, y a pesar de reclamarlo ya que para ella evidentemente tenía un valor sentimental, negaron saber de él y ahí se perdió su esperanza de recuperarlo. Aunque siempre supo con total seguridad de que ellas fueron artífices junto a su mamá de aquella rauda y veloz desaparición.
Lo cierto es que no prestó atención a todas las señales que el destino o la casualidad le iban enviando para que abriera los ojos y pusiera fin a aquella relación entre dos personas que nada tenían en común. Por sus circunstancias pasadas creía fervientemente que las relaciones se traducían en lo que ella vivía junto a él, que enamorarse perdiendo la razón por alguien era un síntoma de debilidad que en algún momento pasaba factura. Y ella ya no se podía permitir que sus sentimientos pudieran ser controlados por nadie más. Sin duda lo quiso, pero no llegó jamás a enamorarse de él, pues su última experiencia con alguien como Marcos; otra de las terribles piedras en el camino, fue demasiado traumática como para pasar de nuevo por una situación similar.
Tras finalizar su particular infierno junto a Marcos, pasó año y medio, un tiempo en el que fue poco a poco recuperándose de la más tumultuosa y peligrosa relación que jamás creyó pudiera llegar a tener; de la que muy a su pesar, a lo largo de los años había seguido arrastrando algunas secuelas. Desafortunadamente su ingenuidad o quizá la necesidad que tenía por entonces de recuperar la confianza en el ser humano, hizo que revelara a Pepe algunos de los episodios que terriblemente pertenecían a su reciente pasado con Marcos y esa buena predisposición de Pepe hacia ella, unida a que quizá se sentía influenciada encontrándose a las puertas de la treintena, hizo que inevitablemente se aferrara a él cómo a aquel al que se le escapa el último tren, situación que por supuesto aceptó dichoso, por lo que empezaron algunos cambios. Inicialmente de piso pues dejaron su ático alquilado del centro de la ciudad para trasladarse a una planta baja en la costa, a un precio más asequible que en la fecha les pareció una buena opción, a fin de cuentas él como viajante le era indiferente iniciar el día en un punto u otro de la provincia, ya que debía forzosamente trasladarse dependiendo de la población que le fuera asignada jornada a jornada.
A Olga además le entusiasmó la idea por aquella atracción que siempre tuvo en irse a vivir próxima al mar, y en concreto en aquella zona de la Costa Brava. Por otro lado a nivel laboral tampoco le supuso un esfuerzo pues siempre intentaba amoldarse a todos los trabajos; en esta ocasión le bastó con pedir el traslado a una oficina situada en la misma población por lo que agilizó aquella decisión al no ser inconveniente alguno a sus superiores.
Recordó aquel día al echar una última mirada al interior de su antiguo piso antes de abandonarlo definitivamente, y en como sintió una punzada de tristeza en el corazón, para ella siempre significó un lugar especial en su vida. Había sido su piso de soltera al que se trasladara poco después de finalizar aquella historia con Marcos, lugar donde inició su vida de nuevo.
En aquel ático disfrutaba de una amplia terraza algunas noches de verano en las que solía depositar un colchón en el suelo y se estiraba sobre él a divisar las estrellas, hasta que plácidamente después lograba dormirse; allí recuperó la serenidad y el sueño que aquel personaje, Marcos, le hubo robado durante algo más de tres años. A la mañana siguiente el sonido de las campanas de la pequeña parroquia vecina, curiosamente la misma a la que durante su infancia las monjas las hacían ir en procesión a confesarse, la despertaban de aquel dulce sueño repiqueteando y dando cierta alegría a los que por aquel entonces no eran más que solitarios amaneceres, hasta la aparición, o quizá debiera definir cómo de intrusión, por parte de Pepe, en su vida.