I
Había conseguido dejar esos pequeños vicios como el tabaco, no sin antes pasar por el proceso de ir olvidándole poco a poco, como quién olvida a ese novio que siempre supo y al que todos le repitieron, déjale; no te conviene.
Disminuir la cantidad de un paquete al día por dos cigarrillos diarios durante varios meses formó parte del plan, más adelante solo uno tras la comida o cena del fin de semana como si tratara de premiar su fuerza de voluntad pasando por aquel momento ligeramente embarazoso de pedir al camarero de turno regalándole su mejor sonrisa a fin de que le invitara a aquel ansiado cigarro al pedir los cafés; así que finalmente esa fue la excusa perfecta para conseguir dejarlo, más por vergüenza que por cura adictiva.
Una dieta equilibrada la mayor parte del tiempo le permitía seguir ciñéndose a una talla treinta y ocho, salvo cuando profanaba el siempre delicioso bote de — crema de chocolate — a cucharada limpia, directa y sin dilaciones de la que se relamía alguna que otra madrugada, cuando míster insomnio iba de visita.
Se decía a sí misma: — Mañana lo compenso — para no tener mala conciencia.
Eran esas mañanas en las que se enfundaba las mallas y calentadores, la pinza en el pelo y se paseaba un par de horas por casa, con aquella curiosa y peculiar pinta decidiéndose a ponerse a saltar o bailar a lo Flashdance, al igual que de niña diera vueltas alrededor de la mesa del comedor y su madre la observara en silencio con una sonrisa dibujada en los labios.
— ¡Por qué me llamaría Olga! Con lo que hubiera molado llamarse Álex, como la protagonista de esa película — se decía a sí misma por aquella época.
Ya de adulta jamás consiguió pasar del disfraz y de dar al play para que sonara “What a feeling…” A partir de ahí todo el ejercicio físico se limitaba en sacar el polvo a sus cuatro muebles y a hacer la cama después. Tras la sensación gratificante de quién cree haber sudado la camiseta llegaría una merecida ducha rápida como culminación a tal esfuerzo. Subida a la báscula se alegraba al comprobar que a pesar de no haber adelgazado ni un solo gramo tampoco lo había aumentado así pues era más una victoria que una derrota.
Pero se dijo a sí misma: — ¡Basta! — Cansada de pedir disculpas continuamente —. Qué cómo era, qué cómo pensaba o por cómo actuaba. Si no era una cosa era por otra, pero siempre había algún motivo para la distinción.
— Debía acaso flagelarse y cargar sin más con las eternas etiquetas — se dijo —.
¡A, no! Que es que aquél era el precio a pagar aseguraban algunas impresentables mediocres y resentidas, vacías de argumentación para sostener tanta injusticia.
¿Que por qué? Sencillo; Olga formaba parte de aquel grupo de mujeres llamadas segundas esposas, aquellas que su único pecado fue enamorarse de un separado con hijos. A la que despectivamente se les llama la “otra”, aunque curiosamente él lleve años totalmente solo. ¿Por qué en vez de la otra o la segunda no contar desde el primer morreo y ser la número veinticuatro? O vayamos más allá y directamente contabilicemos los polvos, mira, por ahí va ¡la número mil cuatrocientos treinta y nueve! Claro, que eso complicaría numerar a algunas a las que directamente se las podría llamar: “cariño, hoy también me duele la cabeza”.
Ellas eran aquellas a las que la crítica perseguía en todos sus actos, si no se implicaban eran criticables y si lo hacían, por supuesto no solo eran criticables sino que además eran examinadas con lupa, pero no te esfuerces, pensaba. — Pues a ojos de algunas nunca vas a estar a la altura — asúmelo.
Simplemente debía hacer lo que su conciencia le dictara y partir de la premisa de no hacer a los demás lo que no quisiera para ella misma, que aunque eso no le aseguraba solventar los problemas que pudiera adquirir, al menos le permitía ir con la cabeza alta.
En cierto modo era lógico y comprendía algunas reacciones, porque inevitablemente hay personas a las que se les despertaba ese sentimiento de la propiedad, la posesión hacia aquel que ya no les unía nada, más allá de haberse convertido en un ex y de los hijos que tuvieran en común, el único vínculo que por supuesto era perdurable entre ellos.
Ese sentir de que alguien te pertenece, es un signo muy característico y criticado en el machismo, sin embargo también es algo que existe en muchas mujeres que lo desarrollan tras separarse actuando frente a quiénes han dejado de ser sus parejas pretendiendo controlar y decidir todos y cada uno de los movimientos posteriores que les conciernen únicamente a ellos, muchas veces ejerciendo ese control a través de los menores que son el canal que les une.
Cuando ese comportamiento lo realiza un hombre no hay duda alguna, ni discusión en como denominar esa actitud, sin embargo las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres no estaban exentas de utilizar esos mismos comportamientos, que en tantas ocasiones se ha criticado abiertamente de ellos.
A veces no era más que un mecanismo de defensa totalmente egoísta que adoptan algunas personas posiblemente al irrumpir otros sin pedir permiso en esas vidas. Actuando con la sensación de que se les deba rendir cuentas para aprobar la presencia en la vida de sus hijos y de sus ex sin plantearse que esa situación no es fácil para ninguna parte, pues hoy en día y teniendo cierta edad y pasado, quién hay que no sea ex de alguien.
Por lo que, ¿quién les dice que no puedan acabar probando su propia medicina en un futuro no muy lejano? Encontrándose entonces frente a otra ex inclusive peor que ellas.
A priori tampoco se podía por inspiración divina descubrir que se tratara de hombres separados y que además tuvieran descendencia, algo que por supuesto no debería tener mayor trascendencia, convirtiendo en un pecado algo tan simple y mágico como es — enamorarse — de alguien. Pretender controlar eso, es cómo decir: Yo jamás o nunca… haré esto o lo otro, y ni mucho menos plantearte, lo que eso puede llegar a significar también en tu propia vida. Desde luego, ya solo faltaría obsequiarles con un cartelito de aviso — no acercarse a ellos — y tratarles cómo a leprosos, ya que pretender que la otra parte no rehaga su vida, sería algo totalmente injusto, provenga de quien provenga.
En ocasiones Olga había oído afirmaciones en referencia a estos temas de aquellos que recriminan que ya sabes de antemano donde te metes, pero no lo supo hasta que lo empezó a vivir realmente en primera persona. Momento en el cuál, fue consciente de lo que le esperaba y se le venía encima, pues todo dependía del grado de conflictividad que pudiera existir aún entre ellos, y en este caso era ciertamente elevado.
A colación de las etiquetas, se paró a pensar y cuando lo hacía en ocasiones se volvía potencialmente peligrosa, preguntándose: si era considerada segunda esposa de alguien con el que además ni siquiera estaba casada, a lo mejor besando a un cura, aunque sea algo frívolo; entonces quizá también pasara a ser prima-hermana de Dios, ¿no?
¡Ay, no! Que entonces en lo que se convertía era en la posible futura amante del infiel esposo de Dios. Por lo que si el infiel se decantara por ella, entonces Dios seguramente no la llamaría la “otra” y en ese caso, le permitirán ser la primera esposa o tampoco. Básicamente, porque al Señor no le podemos definir como la primera esposa, ¿verdad?
Imaginaos entonces que gran perfil el suyo, aparte de haber sido obsequiada con la etiqueta de segunda esposa. También formó parte de las primeras hijas del divorcio, treinta años atrás en este país. Por lo que pertenecía a aquél grupo que gratuitamente se denominó en demasiadas ocasiones como “los traumatizados”. Esto abriría un buen tema de debate entre los que no estén de acuerdo en dicha afirmación, pero así es como se sintió ante ese hecho a lo largo de bastantes años.
Así que entre otras cosas; por lo pronto era una traumatizada, además de separada y actualmente segunda esposa según las etiquetas… Sin duda podremos añadir un par o tres calificativos más a su persona.
A medida que fue creciendo ser hija de divorciados se tradujo en una situación que acabaría obviando principalmente en las entrevistas de trabajo hasta aprender incluso a esquivar la pregunta, a nadie le importaba la situación personal de sus padres. ¿Qué tenía que ver eso con su capacidad o formación para desempeñar un trabajo? Pues realmente nada, pero les encantaba psicoanalizarla como a un conejillo de indias y a raíz de ese descubrimiento, algunos de los profesionales que la evaluaran para encontrar trabajo, aquél que se ajustara a su perfil o su perfil encajara en los puestos vacantes, le mostraban multitud de láminas con dispares manchas negras deseosos de que les hiciera oscuras revelaciones que posteriormente poder psicoanalizar. Pero no era por falta de creatividad — se decía en su interior — lo que le preocupaba era la interpretación que posteriormente le dieran ellos a algo que para Olga no iba más allá.
— ¿Y ahí que observas? Tómate tu tiempo — la siguiente cuestión siempre era la misma: — ¿Y qué supuso en ti la ruptura de tus progenitores?
— ¡Vaya! — Y yo que creí que se trataba de una entrevista por trabajo.
— Y a ti, ¡qué coño te importa! — Pensaba mordiéndose la lengua — y los tuyos qué tal, ¿follan o no follan? — Aunque esa no hubiera sido la respuesta efectivamente más elegante y adecuada, pero ganas no le faltaban en soltarlo.
En una ocasión pasó cuatro horas de psicotécnicos y cuestionarios, para un puesto vacante como dependienta en un videoclub. Ese día la esperaban a la salida y supuso erróneamente que no se demoraría en exceso.
— Perdón por la tardanza — se disculpó en su momento, bromeando con la posibilidad de que la contrataran en la Nasa.
Al final, ni Nasa ni videoclub, simplemente no la escogieron. — Lástima que no tuvieran un puesto intermedio, seguro que hubiera encajado a la perfección — se dijo a sí misma —.
Corrían los años ochenta cuando llegó el divorcio a este país y al igual que un mal virus, fue extendiéndose en muchos hogares españoles. Para muchos la mejor opción de dejar de vivir de caras a la galería, una forma de liberación, de ambos sexos por supuesto y desde luego, sin atrever a definirnos por género algo que últimamente nos meten hasta en la mismísima sopa, es evidente que para algunos existe un género más bueno que el otro, debe ser como afirmar que la seda es mejor que el algodón, ¡nos ha jodido! — Dependerá del uso al que vaya destinado — se decía —.
Indiscutiblemente esa liberación comportaba no tener que compartir más la vida con alguien que ni de lejos era aquel que te habías imaginado. Pero todos tenían derecho a equivocarse tanto el que decidía irse, como el que había sido dejado. Derecho a una segunda oportunidad si se daba el caso y por supuesto el que es dejado pasa un proceso de duelo, de abandono y de adaptación más complicado, que el que cogía los trastos y se iba, que no es que no fuera complicado pero a fin de cuentas era quién había tomado la decisión.
Claro está, que no se tratara de que el que se fuera saliera por patas, que es otra forma de iniciar un divorcio, por desgracia mucho más dolorosa y drástica.
En su caso empezó una nueva etapa como poco desconocida y que no fue fácil, pero como suele suceder en estos casos, principalmente, para los adultos. Su hermano mayor Eduardo y ella, eran solo unos niños por lo que serían ajenos a muchas situaciones, y su madre y abuelos maternos, hicieron cuanto estuvo en sus manos para que siguieran adelante, emocional y económicamente. Aunque Olga no recordaba vivir realmente precariedades, es más; su mayor sentimiento es que todo se compartía inclusive las penas, algo que debía agradecerles puesto que eso le dio una perspectiva y actitud muy diferente a la hora de afrontar problemas en su día a día.
Se sentía enormemente afortunada, pues contaba con una reducida familia pero muy bien avenida, sus abuelos, su madre, su hermano y ella, formaban una pequeña gran familia.
Y sobre su padre, qué decir, simplemente desapareció y con él su parte de familia. Ahí finalizaron esos lazos familiares, el día en que salió de aquella casa.
— ¡Pam! Portazo, borrón y cuenta nueva —.
Tan solo supo que al poco tiempo falleció su abuelo paterno, algo que sintió porque siempre lo consideró un buen hombre. Lo recordaba cómo alguien tranquilo y ligeramente ausente, pues él vivía generalmente inmerso en su propio mundo.
Más adelante con el paso de los años descubrió que aquellos tatuajes que cubrían prácticamente la totalidad de sus brazos y que podían crear algún malentendido confundiendo su aspecto con su carácter real, una imagen de dureza, desentonando con su mirada apacible y sosegada; no eran más que el recuerdo de su paso por prisión, una pena cumplida por discrepar con la ideología de la época, que lo llevaría de cabeza a perder su libertad como si de un delincuente más se tratara. Pues en aquella época no se permitía tener opinión propia, algo que no se alejaba excesivamente a algunas cuestiones que vivían algunos actualmente, aunque los hubiera en que se empeñaran en definir eso como totalmente falso.
También descubrió que él no era realmente su abuelo, pues al igual que hiciera su padre desapareciendo de sus vidas fue exactamente lo mismo que hizo el suyo cuando él no era más que un niño, así pues, lejos de cambiar esa conducta, el padre de Olga simplemente, la copió.
Años más tarde, un día a punto de salir de un supermercado se detuvo para aguantar la puerta a una señora de mediana edad que entraba en el comercio; pues la habían educado con aquello de dejar salir antes de entrar pero también en que debía aguantar la puerta a personas de más edad que ella, algo que lamentaba que se hubiera perdido hasta tal punto que a veces uno no se comía una puerta y no le daba en todos los morros, porque por suerte sus reflejos seguían siendo lo bastante ágiles.
Ella era una mujer a la que habían inculcado cosas como que anduviera por la calle por su derecha y cediera el paso a los ancianos o personas que fueran cargadas, mostrando así su cortesía. Pero se sentía una extraterrestre rodeada de gente sin unos mínimos, y los que quedaban, a los que no habían conseguido exterminar y erradicar los buenos modales; por suerte aún unos cuantos, se solían saludar a través de una sonrisa cada vez que se descubrían en mitad de la multitud arrogante y demasiado preocupada por su banal existencia.
Sentía que la acompañaba una horrible sensación de parecer ebria a veces en un sencillo intento de dar un paseo por la calle, la odisea de ir esquivando a quiénes vinieran de frente, algo que se complicaba si además se le ocurría ponerse tacones, entonces aquél simple paseo pasaba a ser toda una aventura. Por supuesto tropezarse y recriminar a alguien no era una buena idea porque lo usual es que fuera tachado de maleducado; pero bautizada con el adjetivo lo acompañarían sin dudar de uno o dos insultos más, en un siempre tono de voz elevado para que el resto de los de su especie los secundaran y observaran haciéndola sentir pequeñita… Así no habría indicios de que la maleducada encima sin duda era ella — pensaba — cuando se hallaba en una de esas circunstancias por lo que le venía a la memoria — Un día de furia — de Michael Douglas, y aunque sin duda esa no era la mejor versión de mujer adulta y responsable, que intentaba ser, unas veces con más éxito que otras, en su pensamiento lo emulaba y recortada en mano: — Pum, pum, dos menos — se decía — sin piedad no se la merecen, ¡por necios!
Así que allí estaba ella aquel día aguantando la puerta, cuando se dio cuenta de que se trataba de la madre de su padre, aparte de por las gafas y de porque era mujer, ellos eran calcados; y cómo era de esperar no la reconoció. Un recuerdo que al cabo de los años se fue difuminando y convirtiendo en una simple anécdota, aunque en aquel momento le tocó un poco la fibra. Y del resto de familia paterna, dejaron de existir desapareciendo también sin más, pues esas desgraciadamente son algunas de las consecuencias que derivan tras los divorcios de los que hay muchos, pero básicamente tres.
Los que ponen fin a su relación pero son conscientes de que si hay hijos les mantienen al margen de sus disputas, lo que debiera ser entendido como lo más razonable.
Los que sin más desaparecen, me voy a comprar tabaco y si te he visto no me acuerdo… — Vaya, juraría que anteriormente aquí vivía alguien más —. ¡Correcto! Sí vivía pero ya no, así de simple.
Y por último los que utilizan a esos menores para complicar la existencia al otro progenitor y depende de lo que saquen, porque sus hijos se convierten en un cheque en blanco, permiten que estos tengan más o menos relación; vamos de lo más enternecedor.
Estos últimos casos son los que en gran parte colapsan el sistema judicial, al que han convertido prácticamente en su segundo hogar. Después cada historia es un mundo y de cada tipo, un amplio abanico de tonalidades varias. Pero precisamente ese colapso es el que propicia la imposibilidad de dar a cada caso el tiempo adecuado y necesario para determinar cuál debe ser la resolución más justa, por lo que lo más fácil se traducía entonces en juzgarles a todos por el mismo rasero, convirtiendo a verdugos disfrazados en víctimas, que manipulaban y mentían, pero que aun siendo descubiertos generalmente no les sucedía absolutamente nada y por otro lado se criminalizaba a inocentes, algo que evidentemente hacía que perdieran su confianza en un sistema que no les había sabido proteger, convertidos en culpables de la noche a la mañana, secundado por las malas artes de algunos que se denominaban a sí mismos profesionales de la abogacía (evidentemente sin ánimo de generalizar, pues cómo en todos los colectivos, hay de todo) y en las injustificadas pretensiones del que se mueve únicamente por egoísmo y resentimiento.
En el caso de Olga y a pesar de que de un día para otro se quedó sin padre, por su propia voluntad y decisión, fue una gran suerte que su madre le permitiera crecer libre y dueña de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus emociones y de sus decisiones, algo con lo que otros muchos no contaban. Su felicidad estuvo siempre por encima de cualquier manipulación o pensión, enseñándole que no es más feliz, quién más posee. Que debía compartir de lo poco que hubiera y que llegarían tiempos mejores. A valorar los pequeños detalles, por muy insignificantes que pudieran parecer. A aprender a respetar todas las decisiones inclusive la de su padre, aunque… No la comprendiera. Porque si algo debía agradecer es que siempre oyera hablar bien de él a sabiendas de que no hubiera sido ningún santo, pero en definitiva era su padre para bien o para mal, así era.
El pesar de ella siempre sería que él no hubiera estado ahí en los momentos importantes, en los momentos que marcarían el pasar de los años, pero esa había sido su decisión.