IV

Olga era feliz, aunque a su manera; sin grandes lujos. Una vida sencilla en la que disfrutaba de largos paseos por el camino de Ronda bordeando la costa y escuchando la radio, a través del auricular conectado a su móvil. 

La música siempre le daba mucha energía, tanta que empezaba a andar y a veces sentía que no podía detenerse, presumiblemente la libertad que sentía le daba ese momento y que no se lo ofrecía ningún otro, para ella la mejor combinación posible, la música y un sendero por el que andar. Siempre se dijo: — que el día que no necesitara música, es que en definitiva, estaría muerta —. 

Una música cualquiera, unas frases profundas y emotivas en cualquier canción que le recordara algún momento en su vida o que sencillamente le disparara el latir del corazón sin más, eso para ella no tenía precio. Solo la música podía transmitirle aquella emoción, bien y un buen polvo ¡claro! Algo con lo que bromeaba usualmente, pues eso también le transmitía cierta emoción para qué negarlo, siempre que fuera de calidad, por supuesto. 

Aquellos paseos daban para pensar en eso y en otras muchas cosas. 

Incluida la de pensar en esos temas, de encontrarse frente a una pareja con la que no supiera si estaba realmente manteniendo un encuentro sexual o dando una clase de aerobic… sube la pierna, bájala que si arriba, no mejor abajo, de lado o espera quizá… 

— ¡Muchacho, qué si quiero ir al gimnasio voy! ¡Qué horror! — Se guardaba para sus adentros, sin intención de dañar ningún ego por supuesto. 

También estaban los que no se concentran hasta que empezaban a inventarse algún culebrón, del tipo: — ¿y a qué hora regresa tu marido, cariño? — Y ella pensaba — ¡Pero si llevamos dos años juntos! — ¡A coño! Es que hoy toca follar con el fontanero ¡vale, nada…qué ya lo pillo! — Y acababa lo que se llama literalmente jodida, porque entre que le seguía la conversación a él, él acababa y ella todavía se hallaba en los preliminares. 

Claro que por otro lado también los hay, que se encuentran en situaciones complejas, porque qué decir del pobre que se acuesta con una extremadamente escandalosa, ella conocía a un par, ex vecinas más exactamente. En una ocasión los vecinos llamaron a la policía creyendo que maltrataban a una de ellas y ante la duda, optaron por prevenir y llamarles. Qué cómico, el pobre chico. 

— No, verá señor agente solo estábamos, ¡ejem...! Es que mi chica es excesivamente expresiva, ¿sabe...? — Se excusaba él —. ¿Qué si lo sabe? No sufras, a estas alturas lo sabe ese agente, el vecindario y parte de la comisaría, incluso algunos otros del vecindario adyacente también tienen alguna referencia al tema. Hay un pobre perro en el edificio que aullaba al oírla por creerla competencia suya, se montaban unos pitotes que no quieran saberlo, afortunadamente no se trataba de lo que a priori pudiera parecer, es evidente que a veces las apariencias engañan, y en ocasiones engañan y mucho. 

Y volviendo a la música, siempre se inclinó más por la música nacional, Melendi, Estopa, por supuesto el Rey Sabina ese estilo a lo canalla que dirías a este me lo llevo “pa casa” que voy a estar como poco distraída. La sensibilidad de Perales, Víctor Manuel o Dyango en sus inicios, la fuerza y pasión de Il Divo, o la dulzura de Amaia Montero, sobre todo en el Regalo más grande junto a Tiziano Ferro. Esa energía y crítica latente en los temas de Bebe, en los que desprende ese halo de — ¡y qué pasa, yo soy así! — Tan genuino y tan suyo, que sin duda la caracteriza. Y por supuesto sin olvidar jamás la irónica y divertida realidad de las canciones de Fito y Fitipaldis. Con Soldadito marinero, la clavaron, pues describía en gran parte la situación de Sergio y su ex ya que parecía ni que pintada para él.

Su querido Sergio — que no supo cruzar los mares — su pasado siempre estuvo demasiado presente y olvidar a su sirena (eso sí, por no verla ni siquiera deseaba en foto) pero ella como buena ex controladora, siempre debía estar ahí. 

— De esas que dicen te quiero si ven la cartera llena… Escogiste a la más guapa  y a la menos buena, tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas… Hay que ver qué puntería no te arrimas a una buena —  eso, eso, ni yo a uno ¡bueno! — Pensó Olga —  recordando a aquel par de individuos Pepe y Marcos, que lamentablemente podrían surtir multitud de páginas de su pasado.

— Después de un invierno malo, una mala primavera — dice la canción, y un verano y un otoño y los que le antecedieron durante unos cuantos años atrás, para que engañarnos posiblemente los últimos veinte años y un día de su vida, al menos ese era el sentimiento que tenía ella. 

También le gustaba escuchar en otros estilos a Frank Sinatra, a Gloria Gaynor reivindicando que iba a Sobrevivir o Bonnie Tyler y su áspera y peculiar voz en Total Eclipse of the Heart, repitiendo: I really need you tonight, y lo cierto es que no alcanzaba a comprender la totalidad de las letras a pesar del nivel de inglés; digamos aceptable que tenía, al menos lo suficiente para envidia de algunos que no pasaban de un Hello o Goodbye, ¡bueno vale! Qué también sabían decir: Thank you.

Ella se defendía con aquel inglés callejero que aprendió a raíz de unos pocos meses en el país de los zuecos, los diques y los tulipanes, donde el verde de sus ojos (¡eh! Pero sin negocio entre las piernas) y su larga melena rubia de bote no desentonaban con el resto de la población, ocasionándole algún que otro peculiar percance cuando insistían en hablarle en holandés dando por sentado que también era de la tierra. 

Después en ese inglés aprendido a marchas forzadas les descubría su nacionalidad española por lo que incrédulos abrían unos ojos como platos como si en sus mentes estuvieran creando su árbol genealógico y hubieran hallado en él a algún antepasado que Olga desconociera pero que sin duda ellos atribuían a ser el culpable y causante de aquel aspecto más nórdico, que el de las típicas morenazas de la península, y ahí se sonreían y ella les podía leer de inmediato el cerebro, pues tenían en mente el flamenco, los toros y ¡olé! O la playa y la cerveza, que es como resumen a todo un país como este, muchos de ellos. Los hay, aún a día de hoy que siguen pensando que aquí todos miden metro sesenta centímetros, al igual que el tópico de que los hombres del resto de Europa tengan menos actitud machista y colaboran más en las tareas domésticas, que los españoles… ¡Todo, mentira! No es una cuestión que dependa del lugar del mundo en el que te encuentres, sino una cuestión de cultura y educación. Pues allí el viernes a las tres de la tarde, muchos de ellos ya están liados con la cerveza, que aún no se han acabado una que ya tienen un par más, esperando encima de la barra. 

Al igual que jugar al futbol con un equipo, es la excusa perfecta para después del entreno y del partido celebrarlo con más cervezas y sus colegas, como en cualquier otro lugar del planeta. Olga podía dar  fe de ello, cuando fue invitada a un vestuario al finalizar un partido y las dos cajas de Heineken, no servían precisamente de asiento, que las botellas corrían que daba gusto. ¿Y que qué, hacía ella allí? Pues la invitaron y qué ¿les haces un feo? ¡Pues no! Se apuntó a la fiesta, cómo era de lógica. 

Así que descubrió que no era una actitud de algunos hombres del país, sí de algunos, porque es injusto que a todos se les meta en el mismo saco, esos son los típicos clichés apoyados por quienes además valoran siempre más lo que hay fuera de casa, que lo que se tiene aquí, y era evidente que ella seguía apostando por el producto nacional, a pesar de los desengaños. Ya era bastante complejo convivir, como para que encima se complicara intentando entenderse en una lengua distinta a la suya y pretendiendo comprender costumbres que a veces nada tienen que ver con las que has ido adquiriendo a lo largo de la vida.

— ¡Tipical spanish! — Se reía sin parar Bianca, la hermana menor de Jan, un rollito que tuvo durante esa época. 

Jan fue la mejor forma sin duda de conseguir calentar aquellas frías noches de invierno en Holanda, la otra era tomarse un chocolate calentito, aunque esa opción era un poco más aburrida y no le despertaba tanto interés.

Sentados ante aquel señor en la agencia de viajes, le contaron riéndose sin parar, el día que Jan se decidió unos meses más tarde en ir a visitarla un fin de semana a España y el de la agencia, le preguntaba:

—  Y qué, ¿has conocido a una típica morena española? ¡Eh, chaval! — Y Bianca que seguía sin poder frenar su carcajada… — Sí, sí, casi un metro setenta y cinco centímetros, de una rubia de ojos verdes, sin duda es de todo menos típica española.    

Aquella relación, cómo era de esperar no duró más que lo que duran un par de hielos en un whisky on the Rocks, la distancia jugó un papel importante, y si luego sumamos el idioma que lo complica y la diferencia de costumbres, pues acabó como el rosario de la aurora. Pero seguía guardando un fantástico recuerdo del tiempo que vivió en aquel frío y hospitalario país. Lo mejor de todo aparte de su gente, sin duda la fabulosa decoración navideña. Sus calles iluminadas y repletas mayoritariamente de luces blancas en sus balcones y aquellos acogedores locales en los que se respiraba una tremenda sensación de que en cualquier instante, sorbiendo aquel delicioso chocolate, tras suyo apareciera el verdadero Santa Claus — Ho,ho,hooo… — Aquello le encantaba, cómo se vive allí la navidad no la había vivido jamás en ningún otro lugar, aunque tampoco tenía mucho más para poder comparar, aunque difícilmente hubiera optado por quedarse a vivir allí definitivamente, pues añoraba demasiado el olor a mar y a brisa y el clima más cálido del que se disfruta en la península. De vez en cuando aparecía un tímido sol, pero para nada ofrecía la calidez del de aquí. Ninguno incluso de los inviernos más fríos sería comparable al frío de los suyos. Para su sorpresa podía anochecer tras un día soleado y a la mañana siguiente despertar con un espeso manto blanco acumulado durante la noche. Por el que sin duda creyó que su carácter se hubiera ido irremediable y lentamente marchitando. Y ella; necesitaba vivir aquellos paseos recorriendo aquel sendero a paso firme, aquel camino abrupto de subidas y bajadas, cruzando algunas calas con la dificultad añadida de la arena y multitud de escaleras y rocas uniformes a lo largo del camino, algo que le resultaba la manera más asequible de mantenerse en forma y conservar unas piernas esbeltas y los glúteos en su sitio, unido a aquellos bailes, los quita polvo a lo — flashdance, con o sin disfraz — que le venían genial.

Otras veces se sentaba en unas rocas, allí donde las olas iban a morir golpeando con fuerza justo antes de bordear y bajar las escaleras que te llevan a “Cala Rovira”. Ese era su lugar preferido donde poder desconectar de todo, sentir aquella deliciosa brisa y respirar aquella paz que la llenaba el alma mientras su mirada se perdía en la distancia, allá donde el mar se unía al cielo, allá donde en muchas ocasiones hubiera deseado volar. Por fin había hallado el lugar donde llegado el momento, decidió que irían a descansar sus cenizas o donde pasar sencillamente a ser un ligero tentempié para peces y demás fauna marina. Donde definitivamente deseaba permanecer, pues a lo largo de todo aquel camino existían bellos lugares de ensueño de los que sin duda muchos de los turistas que habían pasado sus vacaciones; inclusive gente de la zona con toda probabilidad desconocían por haberse simplemente centrado en los bares,  discotecas, restaurantes y tiendas por las que el pueblo era mucho más conocido como un enorme centro comercial turístico, sin llegar a descubrir el verdadero encanto que realmente escondía un lugar como ese.

Ahí reflexionaba y era capaz de encontrarse consigo misma, donde tomar decisiones, donde dejar volar la imaginación y soñar con muchas de las cosas que deseaba hacer y aún no había encontrado el momento de cumplir. En ocasiones el lugar donde encontrar la paz y tranquilidad, para llorar desconsoladamente, organizar su cabeza para ser capaz de seguir adelante una vez más tras algún batacazo que se hubiera dado recientemente. Ese era su lugar especial.

O simplemente se sentaba en una esquina en la barra de la cafetería de Sandra y Miguel, que se encontraba a escasos metros de su pequeño apartamento, donde tomarse un café. 

— Sólo, corto, intenso y con cariño y por supuesto sin azúcar — solía bromear con ellos. 

Saborearlo lentamente mientras ojeaba el periódico poniéndose al día de las últimas noticias sucedidas en el país.

A veces descubría en ellos aquella mirada de asombro de cuanto le cundía un café tan corto, tomado sorbito a sorbito, hasta dar por terminada su lectura diaria, planteándose que quizá algún día les resultara más rentable cobrarle alquiler del taburete.

...Y aunque aquel día podía haber sido uno más, uno cualquiera, en el que estuviera allí sentada, disfrutando de ese café y de dicha lectura, los últimos acontecimientos sucedidos en su vida hacían que no se tratara de un día más, por lo que al levantar la mirada del periódico con la sensación de que alguien la observaba se percató entonces de la mirada de Sandra, mirándola ligeramente seria. 

— Siempre pensé que eras un poco rara ¡la verdad! — dijo soltando una sonora carcajada — lo digo de buen rollo no te ofendas. 

— No, claro — sonrió intrigada Olga por lo que venía a continuación.

— Te veía pasear la mayor parte del tiempo sola, escuchando tú música y me resultaba extraño, sin embargo ahora que te conozco mucho mejor, hasta te comprendo.

— Fantástico — le respondió — no sabes cuánto me alegro, para escuchar estupideces prefiero ir escuchando música — añadió —.

 Sandra soltó otra carcajada. — Siempre tan directa tú — contestó —.

— Hay demasiado egocentrismo en esta sociedad. A veces tengo la necesidad de evadirme del resto del mundo y verlo todo desde otro prisma, darle otra perspectiva — dijo Olga —.

Sandra le hizo un guiño de complicidad seguido de una sonrisa que intuyó era de aprobación por lo que acababa de afirmar. Siempre le pareció una chica fantástica y con las ideas muy claras, una educación muy similar y acorde a la suya. Pues coincidían en muchos temas a pesar de su juventud y teniendo en cuenta que las separaban alrededor de diez años.