VII
El sonido de un mensaje hizo que vibrara el móvil trasladándola de nuevo a la realidad. Era Sergio.
— Hola rubia, ¿te apetece una pizza esta noche? Yo voy a por ella —. Olga pensó que sería una buena idea. Charlarían un rato, cenarían tranquilamente y quizá rememorarían algunas de sus mejores noches.
— Sí — afirmó — te espero alrededor de las nueve — se apresuró a responder —.
La mañana le había pasado en un santiamén, liada descartando ofertas e intentando encontrar alguna donde dirigir su currículum, y entonces:
— Flop — se abrió una ventanita en su ordenador y ahí estaba su hermano Edu a través de Skype, saludándola desde el trabajo.
— ¿Qué tal hermanita?
— Hola Dudu — respondió. Así es como llamaba cariñosamente a Eduardo.
— Puedes hablar…
— Si claro, dime.
— Este próximo jueves voy a un evento de Networking en Barcelona, ¿tienes planes, me acompañas?
— De Networking… ¿de qué se trata exactamente? — Preguntó Olga —.
— Barcelona “6 Graus”, un evento de contactos profesionales. Entra en su web: www.6graus.net y verás toda la información, realizan eventos a nivel nacional e internacional, es un Club de negocios.
— Parece interesante — respondió —.
— Lo es, se realiza este jueves de ocho a diez de la noche en un fantástico ático de Barcelona. ¿Te apuntas?
— Sí por supuesto, me apetece, cuenta conmigo.
— Perfecto, ahora debo dejarte tengo una comida con un cliente potencial, estoy a punto de cerrar una buena venta.
— Ah, genial, pues que vaya bien. Un beso y suerte.
Eduardo era director comercial en una empresa de vehículos de ocasión en la que llevaría alrededor de unos cinco años. Fascinaba a Olga, como podía siempre estar al tanto de los eventos más diversos e innovadores que se realizaban alrededor del país.
Miró el reloj que tenía en la pared del comedor y confirmó, por medio del reloj digital en una esquina del portátil.
— ¡Buf! Qué tarde es — se dijo — creo que es hora de dejarlo por hoy.
Desconectó internet y el ordenador, decidiéndose a salir a comprar una botella de tinto para acompañar la pizza que Sergio se había ofrecido a llevar para la cena. Aprovechó para comprar un helado, pues le pareció una buena idea finalizarla con algo dulce. Al pasar frente a las neveras donde reposaban los botes de nata montada se detuvo a coger uno, mientras en su mente aparecieron algunas escenas con amplío contenido picante en referencia al uso que pretendía hacer de ella aquella noche.
— Uhm, ¿por qué no? — pensó —.
A su llegada a casa preparó una ensalada para comer. Tenía lechuga, tomates, cebolla y algún que otro ingrediente más del huerto de su tío que sin duda olían de maravilla y ni qué decir de su sabor que últimamente era de lo más desconocido para su paladar. Por supuesto imposible de encontrar en el supermercado de dos calles más abajo al que solía ir a hacer la compra.
Se sentó frente al televisor para seguir las noticias como le gustaba hacer durante los mediodías que comía en casa. Después de lavar los platos hizo un poco de limpieza para dejar el piso en condiciones y listo para su cita nocturna. Vivía en un pequeño y modesto apartamento por lo que no invirtió excesivo tiempo en ello. Tras la puerta de entrada al mismo dabas directamente con un reducido comedor, junto a él y separado por un sencillo mueble bajo, estaba la cocina. En frente de la puerta de entrada accedías a otra puerta que te dirigía al baño y a su mano derecha se situaba el único dormitorio del que disponía aquel pisito, para su goce contaba con una salida a una terraza en la que le gustaba las noches de verano preparar esas íntimas y románticas cenas, como la que había previsto esa noche con Sergio, aunque en esta ocasión en su interior.
Una ducha rápida y un cambio de ropa, un jean, una camiseta con tonos violetas, un suave toque de maquillaje y el pelo recogido en una coleta alta — perfecta —. Se dijo a sí misma, tras mirarse por última vez en el espejo del baño.
Preparó la mesa cuidando cada detalle, unas velas no podían faltar en ella considerándose una buena anfitriona y mostrando así su faceta de mujer soñadora y cuidadosa de todos los aspectos, esperando que aquello fuera el augurio de una buena velada, también acompañó aquel momento con un poco de música ambiental dando así el toque definitivo. Le entusiasmaba preparar ese tipo de veladas, en esta ocasión el menú se limitaba a una simple pizza que él se había comprometido a traer, pero lo cierto es que siempre disfrutaba enormemente en invertir unas cuantas horas en cocinar alguna cosa personalmente, no debía ser necesariamente nada complicado, ni excesivamente elaborado, pues aquella era una forma de expresar sus sentimientos hacia los demás, una forma de transmitir que eran importantes para ella y se tomaba su tiempo en preparar aquellos platos que pensaba iban a ser del agrado del otro comensal.
Ya solo esperaba su llegada. Revisó una vez más que todo fuera perfecto y no hubiera descuidado nada, en el instante en el que sonó el timbre, miró la hora y el reloj señalaba exactamente las nueve.
Tan puntual como de costumbre — se dijo — presionó el interfono que abría la verja de entrada a casa y un minuto más tarde apareció Sergio por la puerta, llevando consigo la pizza que le había garantizado traería horas atrás en su mensaje. Aprovechó ese instante en encender aquellas velas aromáticas, que les envolvieron de inmediato con su dulce y suave aroma a vainilla.
— ¿Se puede? — Dijo asomando la cabeza tras la puerta.
— Si no se puede tenemos un problema — bromeó ella — porque la pizza está en tu poder por lo que entonces adivino que me voy a quedar sin cena.
Él rio a eso — espero que tengas hambre porque he escogido la familiar, mejor que sobre que no que falte — agregó —.
— Pues entre la pizza, el helado y el bote de nata — que mostró extrayéndolo al abrir la nevera para postre, acudiendo de nuevo aquellas escenas a su mente — que he comprado, creo que estaremos servidos por hoy — sonrió entonces —.
— Vaya, creo que vamos a tener que hacer un extra de ejercicio para quemar todas esas calorías — añadió al comentario, una sonrisa de lo más lasciva.
A ella le brotó una carcajada y dijo: — quizá esa sea la intención inicial — respondió — pero no sufras que también he comprado un buen tinto…
— Ya veo, tienes intención de emborracharme para tenerme a tu merced — se apresuró a añadir Sergio, mientras la tomaba por la cintura acercándola a él y plantándole un cálido beso en los labios como bienvenida.
Sonaba la fantástica guitarra de José Luis Encinas de fondo a un volumen suave y acorde a la situación cómo acompañamiento a la cena y dándoles así la posibilidad de poder conversar durante la misma, le señaló una de las sillas invitándole a tomar asiento mientras él le servía un pedazo de pizza y Olga le correspondió haciendo lo mismo con el vino en aquellas dos fantásticas copas altas y anchas de cristal de Murano que se agenció como recuerdo en un viaje relámpago que hizo por trabajo a Venecia el año anterior — cuando aún estaba felizmente empleada — pensó —.
— ¿Cómo va todo? — Preguntó entonces — alguna novedad a comentar — añadió —.
— Bueno, quizá la más importante a tener en cuenta es que me van a despedir — dijo él —.
— ¿Qué dices…te lo han confirmado ya?
— Sí, no van a renovarme. No les sale a cuenta alguien como yo que está de juzgado en juzgado, ya has visto este último año, e incluso lo que me queda por delante. Ni tampoco están conforme con que tenga que modificar mis horarios para poder recoger a mi hija en la escuela. Ya ves, como hombre no puedo ir a denunciar que me discriminan por ser padre separado, eso sí; las mamás de la empresa pueden salir media hora antes a diario a recoger a los suyos a la escuela, mientras yo solo necesito los miércoles y los viernes alternos, como bien sabes.
— ¿Y qué vas hacer, ahora? — Le preguntó un tanto preocupada por él.
— Optaré inicialmente por la prestación del paro que dispongo y buscaré opciones, entre eso y los extras de fin de semana que haga iré tirando por el momento — respondió —.
— Vaya panorama, a mí me despiden unos meses atrás y ahora a ti — dijo — pero la pobre víctima es ella — añadió — con un bruto de más de dos mil euros/mensuales — y se rio —. Era inevitable frenar aquella carcajada que le salió de lo más espontánea.
— Bueno, sobre todo procura pasarle la manutención que te impuso la Audiencia — le aconsejó entonces —.
— ¿Sabes? Estuve tomando un café y leyendo la prensa — prosiguió —.
— ¿En la cafetería de Sandra? — Interrumpió Sergio —.
— Sí, en efecto, y ha salido el tema de la sentencia, en un instante nos hemos reunido unos cuantos allí hablando del tema.
— ¿Y qué opinan ellos? — Dijo Sergio —.
— Pues lo mismo que nosotros.
— Les comentaste también, ¿las declaraciones falsas a prensa que hizo el abogado de Ruth? — agregó entonces —.
— No, no hemos llegado a tanto — respondió —.
— Deberíamos hacer algo al respecto, no es justo que además dañe mi imagen con declaraciones falsas aunque haya sido en una publicación provincial y se quede tan ancho.
— Sergio, estoy de acuerdo contigo. Pero tienes claro cómo funciona el sistema, ¿verdad?
Ella estaba de acuerdo en su postura pero no iba a conseguir nada avivando aquello dándole falsas expectativas. Aquellos abogados, tanto el de Ruth, como el anterior de Sergio, el letrado Torrents; ambos en un afán de protagonismo, dieron entrevistas a un medio provincial. El de él sin consentimiento ni de Sergio y mucho menos de Olga, dio nombres de todos los implicados y el letrado Castro mintiendo descaradamente en sus declaraciones.
El pensamiento de Olga se posicionaba claramente a la opinión que tenía él y más últimamente ya no solo en referencia a su caso, sino también pensó en las situaciones que había ido conociendo de otros muchos en condiciones de lo más extremas. Luchar toda una vida por tener una estabilidad y conseguir algunas metas, entre ellas una familia, una casa, un buen coche y cierto nivel económico y de la noche a la mañana, encontrarte sin tus hijos y viéndoles a ratitos dependiendo de la suerte que tuvieras y del convenio que hubieras estipulado y por supuesto que fuera cumplido, porque algunos casos se resumía en algo tan duro como que la otra parte decía: — Los niños son míos. Me quedo la casa, el coche, quiero cierta pensión para mí, aparte de la manutención que me vas a pasar para tus hijos; porque en esa expresión siempre van a volver a ser tus hijos, eso sí tú me sobras, así que desaparece y no molestes —. Porque si me molestas no te apures que iré al juzgado, te denunciaré por maltrato o amenazas y con una orden de alejamiento no solo ya no me vas a molestar más, sino que tampoco vas a volver a ver a tus hijos.
Suena duro, ¿verdad? Pues es de lo más real, así era para muchos padres que se separaban en este país y únicamente deseaban seguir ejerciendo como tales, comparados en demasiadas ocasiones con aquellos que no lo pretendían, partiendo de una premisa totalmente falsa, pues no todos eran iguales y ni mucho menos debían ser acusados de algo que por supuesto no eran, viles y simples maltratadores, por seguir luchando en compartir sus vidas juntos a sus hijos.
Sergio aún fue afortunado en lo referente al tema de la vivienda, porque ella nunca quiso vivir en aquella casa que compraron, con los ahorros de él por cierto, ya que eso hizo que pudieran acceder a una hipoteca, él sufragó gastos de notario y de IVA. Pero a los seis meses de vida de su hija, Ruth cogió los trastos y a la niña, se buscó otro piso que compró gracias en parte al dinero que Sergio le dio tras ampliar la hipoteca de la casa que aún no se había vendido, porque sin ese dinero no se la concedían. Después vendió la casa conyugal dándole a Ruth, la mitad de la ganancia tras liquidar la hipoteca con el banco, pero por lo visto no le pareció suficiente beneficio neto a su ex, que ya empezaba a tener el símbolo del dinero tatuado en su mente. Pero otros muchos tenían menos suerte, actualmente pagando sus ex casas donde sus ex mujeres viven con sus actuales parejas, con esos con los que han rehecho su vida y estos últimos se benefician del esfuerzo de los ex maridos sin importarles lo más mínimo ser unos parásitos aprovechados. Así que se había pasado de un extremo a otro. En la época en la que se divorciaron sus padres, Olga recordó, que no importaba lo más mínimo en la situación en la que te dejaban, simplemente debías buscarte la vida.
De lo más absurdo había pensado en un millón de ocasiones, supuso que encontrar un equilibrio en estas cuestiones no daba dinero, por eso siempre decantaban la balanza hacia el mismo lado expoliando al otro. Ya se les podía intuir a todos, allí a la expectativa como viles depredadores que huelen la sangre a la espera de tirarse a tu yugular. Todo tipo de fauna variada agazapados en espera de montarse en aquel beneficioso carro.
A Sergio le seguía pareciendo incomprensible que el letrado Félix hubiera afirmado en prensa que la demanda venía dada porque el ex marido, es decir Sergio, hubiera dejado de pagar la pensión, cuando la demanda se trataba de un divorcio contencioso y un aumento de manutención por esa parte. Sus preguntas eran, ¿cómo aquel medio de información había publicado algo así dañando con ello su imagen y sin ni tan siquiera haber intentado corroborarlo? Pero aquello no era todo, sino que además el letrado Torrents anteriormente a la publicación de Félix Castro y necesitando su dosis de protagonismo, sin consentimiento de Sergio y mucho menos del de Olga ya que aquel tema le afectaba a ella directamente y él jamás fue su abogado o representante legal y después de haberle advertido ella misma que se mantuviera al margen; por lo que no podía hacer declaraciones en su nombre, también aceptó una entrevista del mismo medio en la que ni corto ni perezoso, dio nombres y apellidos de todos los afectados, inclusive de la menor, opinando en referencia a la sentencia de aquel magistrado.
Por supuesto se mantuvo una conversación con aquel medio y presentándoles las pruebas en las que se mostraba el motivo de la causa y demostrando también que se debía una parte de la manutención pero jamás la totalidad, rebatiendo así y desmontando las declaraciones de aquel letrado y como debe ser aportando siempre pruebas, nunca únicamente con la palabra de quién fácilmente puede estar mintiendo, algo vergonzosamente cada vez más usual, por lo que cuando la Audiencia se pronunció, el Diario aprovechó aquella situación para desmentir las declaraciones del abogado de Ruth, solo que en esta ocasión fue un trato de lo más discreto, contradijeron al letrado pero no lo nombraron en ningún caso omitiendo así su nombre a diferencia de como hicieran en sus declaraciones anteriores preservando su identidad en esta ocasión. Por ese motivo Sergio seguía manteniendo su postura de que si en vez de un simple ciudadano de a pie como él, se hubiera tratado de algún memorable político o famoso, no hubieran dudado en expedientar y multarles a todos, sacando el injuriado un beneficio económico, o al menos así se comprobaba a diario cuando se trataba de situaciones similares en las cuales el protagonista poseyera un apellido reconocido.
Pero lo cierto es que en su caso tratar de contratar a un abogado para demandar a otro, como poco es complicado. Ya no solo porque no es gratuito sino porque también es como poner en un aprieto a un compañero de profesión; aunque evidentemente aquellos que cometen irregularidades no deberían ser considerados compañeros de profesión, ni siquiera profesionales, pues son quienes sencillamente manchan y ponen en duda, el buen hacer de los otros.
En este caso ella pensó tras ver los acontecimientos que aquel estirado abogaducho al que parecía le hubieran introducido un palo por el mismísimo trasero y descendiente de militar; con todos los respetos a los militares. Indudablemente había recibido una educación de lo más estricta, algo que no debió asimilar traduciéndose posteriormente en la enorme necesidad de joder la vida a todos los papás que pudiera. Eso debía formar parte de alguna frustración infantil que obviamente arrastraba y que no había conseguido superar en su ya edad adulta. Por lo que se le antojaba intuir que a través de esos padres veía la imagen reflejada del suyo propio, pues considerar como actuación profesional el ataque y derribo continúo hacia ellos, creando conflictos innecesarios en vez de intentar llegar a acuerdos, por el bien ya no solo de ambas partes, sino de los menores que se ven atrapados en mitad de una situación que para nada les beneficia. Pero que incomprensiblemente la lectura que esos letrados dan a sus acciones, va siempre dirigida a lo que ellos definen como la defensa de los intereses de esos niños.
En ocasiones Olga se planteaba, que si cuando esos pequeños crecieran si acudirán a pedirles explicaciones a dichos letrados y si sabrían entonces ellos, qué responderles, lo cierto es que le gustaría ver a más de uno en esa tesitura. O inclusive se preguntaba: — ¿qué sucedería si por un instante pasaran ellos a ocupar el lugar de esos padres? Viendo tristemente y con gran impotencia, como les alejan y prohíben de algo tan simple y es que no les quiten del día a día de sus hijos; que cuenten con ellos más allá de una manutención estipulada judicialmente —. Pero eso se antojaba como el pensamiento de alguien que sin duda era una soñadora e idealista. Quizá tuviera una percepción distorsionada de lo que otras muchas creen en este sentido y ese sea el motivo, por el que tenían algunas posturas y pensamientos tan extremadamente distanciados a los que tuviera Olga, pero es que ella a diferencia de esas otras y de su reiterado discurso caduco y obsoleto, se negaba en rotundo a que metieran a todos los padres/separados, hombres en general en el mismo saco.
Observó a Sergio, pensativo y absorto posiblemente en su mundo, o quizá asumiendo todo aquello que momentos antes habían estado comentando, en ocasiones incluso discutiendo. Era inevitable, pues hay temas que aunque no se pretenda sin duda duelen, sobre todo los referentes a un hijo.
— Bueno, dejemos nuestro mono tema — dijo entonces, pretendiendo pasar página.
— ¿Qué te parece si pasamos al postre? — Preguntó sonriente —.
— De acuerdo, ¿de qué, es el helado que dices que has comprado Olga? — quiso saber él —.
— Ah, no me refería a ese postre — dijo en una actitud de lo más simpática y señalándose entonces a sí misma.
— Uhm — respondió él relamiéndose de forma divertida y olvidando afortunadamente la seriedad que les había acompañado hasta unos minutos antes — debo reconocer que este postre me apetece mucho más que cualquier otro — se apresuró a confesar, tomando las dos copas de vino y depositándolas encima de la mesita contigua al sofá de aquel pequeño comedor. Lo señaló entonces, invitándola a tomar asiento junto a él.
— Un segundo — respondió Olga mientras apagaba la luz de la lámpara y dejaba apenas la claridad que les daban las tres casi consumidas velas que reposaban en aquel antiguo candelabro regalo de su madre; comprado por ella como recuerdo en un mercado medieval al que había acudido años atrás.
Se acomodó entonces a su lado, él le ofreció la copa tomando la suya también en sus manos. Le dieron un trago los dos mirándose fijamente a los ojos. La otra mano de Olga se paseó tímidamente por su muslo, cuando dejó su copa encima de la mesa de nuevo. Tomó entonces la mano de ella frenándola casi a la altura de sus abdominales y liberando la otra ocupada aún por la copa de vino.
— Vamos — dijo casi susurrando, Sergio.
Y se puso en pie situándose tras de ella, mientras dirigía sus pasos en dirección al dormitorio y sus labios recorrieron la parte lateral del cuello aproximándose lentamente a su mejilla, y buscando entonces ansioso sus labios, acompañando con la mano un leve movimiento de su cabeza para finalmente besarla efusivamente.
Llegado aquel punto ya no le apetecía pensar en nada más que no fuera en ellos y en aquella noche que por un instante pareció torcerse, pero que de nuevo se había encarrilado recobrando la magia que ambos sin duda anhelaban.
Por lo pronto, la velada pintaba bien...