Capítulo 8
Lo sabía. Sabía que te meterías en problemas que no serías capaz de resolver.
—¡Kavanaugh! —exclamó Jenny—. ¿Qué coño estás haciendo aquí?
—¿Tú qué crees? —dijo la figura—. Contemplando tu culo preocupado.
Bravo miró al hombre y luego a Jenny.
—¿Lo conoces? —preguntó.
—Braverman Shaw —dijo ella a modo de presentación—, éste es Ronnie Kavanaugh.
—Maldito cabrón. —Kavanaugh no le tendió la mano—. Pero todo está bien ahora que el tío Ronnie ha acudido al rescate.
Jenny estiró el brazo detrás de la cabeza y deshizo la trenza que Bravo le había hecho.
—Kavanaugh es un guardián, como yo.
—Oh, no como tú, princesa —dijo Kavanaugh con expresión impasible—. Sé de lo que estoy hablando.
—¿Es éste el hijo de puta que no fue capaz de proteger a mi padre?
—Sé que no te estás refiriendo a mí. —Kavanaugh dominaba a la perfección el tono frío, duro y despectivo—. No puedes ser tan ignorante.
—Él nunca tuvo asignada la protección de tu padre —dijo Jenny—. Dexter Shaw jamás habría soportado su actitud.
Bravo alzó la vista a través de la lluvia hacia lo alto del precipicio. Todo estaba oscuro y en silencio. ¿Adónde había ido Donatella? Se puso en pie y tendió la mano para ayudar a Jenny. Ella ignoró su mano y se levantó rápidamente.
Kavanaugh hizo un gesto de invitación con la mano.
—¿Nos vamos?
Luego los guió a través de los frondosos matorrales oscurecidos por la lluvia. Mientras apartaban de su camino arbustos espinosos y chapoteaban a través del lodo, Jenny le habló de Rossi y Donatella.
—A ella la vi —dijo Kavanaugh—, pero ¿dónde está Rossi?
—Bravo lo mató —dijo Jenny.
Kavanaugh enarcó sus cejas negras.
—¿Lo ha hecho?
—Lo ahogó en el lago del cementerio.
—Un modo original de asesinar a la gente, sin duda. Bien, un cabrón menos al que enfrentarse. Pero ahora su puta está buscando venganza, ¿no es así?
Era un hombre atractivo y, a pesar de la crueldad inherente a su sonrisa, a la vez tosco y refinado. Bravo se lo imaginó con un esmoquin a medida de Saville Row, un vaso de whisky de malta en la mano y jugando al chemin de fer en un elegante casino de Londres.
—Por aquí hay un solo camino. —Kavanaugh señaló la zona neblinosa iluminada por las farolas de la calle—. Aparqué el coche en las sombras, justo a la derecha.
A unos cien metros del vehículo, se detuvo y le dio las llaves del coche a Jenny.
—Esto es lo que vas a hacer, princesa. Shaw y tú os meteréis en el coche y conducirás a través de la zona iluminada.
—¿Te has vuelto loco? —dijo Jenny—. Eso es precisamente lo que Donatella está esperando.
Kavanaugh sonrió.
—Exacto. Esa mujer está tan loca de furia que irá a por vosotros sin pensarlo dos veces.
—Puedes apostar a que lo hará —asintió Bravo, tan afectado como Jenny por el plan ideado por Kavanaugh.
—Y cuando lo haga —dijo Kavanaugh lentamente, como si estuviese recitando el alfabeto a un niño ligeramente retrasado—, yo la estaré esperando para abatirla a tiros.
Jenny negó con la cabeza.
—Pretendes emplear a Bravo como cebo. Es demasiado peligroso.
—Una emoción fuerte de cualquier naturaleza (sobre todo la ira) hace que uno cometa actos estúpidos. Quiero utilizar la ira de Donatella contra sí misma —explicó Kavanaugh—. ¿Tienes alguna idea mejor?
En el silencio que siguió a sus palabras, Kavanaugh sacó su arma.
—Eso pensé. Vamos allá.
El coche, un Lincoln grande, se encontraba aparcado precisamente donde había dicho Kavanaugh. Jenny caminó alrededor del vehículo pasando ligeramente las puntas de los dedos sobre la pintura metalizada.
—Muy bien —dijo—, subid.
—Te has rendido con mucha facilidad —señaló Bravo mientras se ajustaba el cinturón de seguridad en el asiento del acompañante.
—¿Qué sabrás tú? —replicó ella con aspereza.
—¿Crees realmente que esto dará resultado?
Jenny introdujo la llave en el contacto.
—Es un buen plan, pero negaré haberlo dicho si alguna vez se lo cuentas a Kavanaugh. No podría soportar la expresión burlona en su rostro.
Bravo la miró durante un momento como si estuviese sopesando algo en su mente.
—Tienes algo con él, ¿verdad?
Ella soltó una risotada.
—¿Qué? ¿Estás de broma?
—Te has puesto colorada… princesa.
Jenny se volvió hacia él.
—No seas estúpido.
Hizo girar la llave en el contacto, metió la marcha y salió a la carretera, que discurría aproximadamente en dirección norte-sur. A su derecha se alzaba la pared de piedra del precipicio, a la izquierda había monte bajo, claros y densos bosquecillos de fresnos, hayas y alisos. Se dirigieron hacia el norte y la zona iluminada creció a medida que se acercaban a las farolas situadas a ambos lados del camino.
—¿Ves algo? —preguntó Bravo.
—Más que tú —contestó ella en tono cortante.
La lluvia caía ahora con menos intensidad, pero se había alzado una neblina nacarada que reducía las luces de las casas a un resplandor opaco, borroso. Entraron en la zona iluminada por las farolas, que se extendía en medio de la neblina como un estanque plateado. El asfalto era completamente invisible.
Estaban pasando junto a las farolas cuando, de pronto, vieron que un vehículo grande y pesado se dirigía hacia ellos a gran velocidad saliendo del manto de niebla.
—¡Es un camión! —exclamó Bravo—. ¡El camión de Donatella!
—Kavanaugh, cabrón, ¿dónde estás? —dijo Jenny mientras giraba el volante a la derecha y al mismo tiempo levantaba el pie del acelerador.
El camión no se desvió de su trayectoria. Bravo, arriesgándose a mirar atrás, vio la figura alta y ancha de espaldas de Kavanaugh en la zona iluminada que acababan de pasar. Tenía los pies separados y los brazos extendidos y rígidos cuando comenzó a disparar contra el parabrisas del camión del lado del conductor. Con calma, con una especie de serena confianza, hizo tres, cuatro, cinco disparos. Todos los proyectiles hicieron blanco en el parabrisas separados por escasos centímetros.
Fue en ese momento, mientras Bravo estaba admirando la puntería de Kavanaugh, cuando Jenny exclamó:
—¡Dios mío, no hay nadie al volante!
—Ella está muerta —señaló Bravo—. Fíjate en el parabrisas. Donatella ya está muerta.
Jenny volvió a girar el volante y el camión pasó junto a ellos y fue a estrellarse contra una farola. En medio de una lluvia de chispas, el poste se vino abajo arrastrando consigo la caja de empalme. Cuando ésta chocó contra el asfalto, se abrió y la línea se desprendió de sus conectores, el extremo del cable lanzando chispas a través de la niebla baja.
Kavanaugh se había dado media vuelta para ver el resultado final de su trabajo cuando recibió un disparo en el pecho. El impacto hizo que se volviese, con la boca abierta en estado de choque, y entonces un segundo disparo le voló un costado de la cara.
—Alguien está disparando desde ese bosquecillo de hayas al otro lado de la carretera —dijo Bravo—. He visto los fogonazos.
—Oh, esa maldita perra ancló el camión —dijo Jenny—. Aseguró el acelerador con una cinta y luego metió la marcha de avance. Por eso el camión no cambió de dirección cuando yo desvié el coche.
Jenny clavó los frenos y dirigió el vehículo hacia el arcén, donde reinaba una oscuridad total. Antes de que Bravo tuviese oportunidad de abrir la boca, ella ya había abandonado el Lincoln y desaparecido en la niebla.
Donatella, apoyada sobre una rodilla en el bosquecillo de fresnos, contempló con gran regocijo cómo el segundo disparo arrancaba el costado de la cabeza de su enemigo. El chorro de sangre coloreó la niebla y la italiana dejó escapar un leve suspiro. Pero su trabajo aún no había terminado, por lo que se sujetó a la espalda el fusil de francotirador SVD Deagunov 7.62.
Había una cierta justicia poética en la forma en que había cambiado la situación, pensó mientras se adentraba aún más entre los fresnos oscuros. Y, sí, una forma de belleza que, tal vez, sólo Ivo y ella eran capaces de entender. Se movió de prisa y en silencio hacia su derecha. Ivo le había advertido que la orden no dejaría la protección de alguien como Braverman Shaw a cargo únicamente de su guardián femenino. Ella había atribuido ese argumento a su inveterado chovinismo, pero Ivo había estado en lo cierto. La orden había asignado a otro guardián como apoyo. Sin embargo, eso no era algo que a ella le importase en ese momento. Sabía cómo manejar a los guardianes, ya fuesen hombres o mujeres.
Mientras se movía a través de la oscuridad resbaladiza, Donatella sonrió para sí con gesto sombrío. El justo castigo había sido puesto en la palma de su mano. Había dejado el camión a unos cientos de metros hacia el norte, junto a la carretera inferior, adonde había llegado conduciendo en primera y con todas las luces apagadas. Le había llevado seis minutos sujetar con alambre el pedal del acelerador, más de lo que hubiese deseado, pero la luz era escasa y no podía arriesgarse a encender la linterna ni siquiera un instante. Era fundamental que su presa no tuviese absolutamente ningún indicio de su paradero.
Llegó al abollado Chrysler PT Cruiser sin problemas. El coche se encontraba exactamente donde le habían dicho que estaría. Subió al asiento del conductor, dejó el fusil a sus pies y la pistola en el asiento contiguo. Luego condujo lentamente, con las luces apagadas, hacia la salida más próxima a la carretera.
Estaba al sur de su presa. Su intención era conducir hacia el norte y acercarse a sus enemigos por detrás mientras ellos la buscaban delante o, si habían estado atentos, dentro del área del bosquecillo de fresnos. Pero justo cuando se aproximaba a la salida sintió un peso en un lado del coche y, sin dudarlo un instante, cogió la pistola y disparó tres veces a través de la ventanilla del acompañante. Un instante después, se produjo un estallido del cristal de seguridad de la ventanilla y algo la cogió por el cuello.
Una combinación de instinto y buena suerte fue lo que hizo que Jenny se dirigiese hacia el sur cuando saltó del Lincoln. Sabía que sería un grave error buscar a Donatella en el bosquecillo de fresnos; ella había disparado desde allí, según Bravo, lo que significaba que en el momento en que se aseguró de que Kavanaugh estaba muerto, se alejó de los árboles. Donatella era ahora un blanco móvil y era imperioso que Jenny la encontrase de inmediato, porque era en los primeros minutos después de haber disparado cuando un francotirador era más vulnerable. Para conseguirlo, Jenny lo sabía, tenía que meterse en la cabeza de Donatella. ¿Adónde iría el caballero ahora, qué haría ella? Su trabajo estaba inacabado; iría a por Bravo y Jenny, pero tendría que sustituir la velocidad por el factor sorpresa. Para Jenny, eso significaba que no se acercaría a ellos a pie.
Jenny estaba buscando un vehículo cuando oyó el sonido de un motor que se acercaba. En el instante en que vio el PT Cruiser, saltó al estribo. A través de la ventanilla vio que Donatella cogía la pistola y se agachó. Los disparos pasaron por encima de su cabeza y luego se irguió, golpeando con el codo lo que quedaba de la ventanilla. A continuación, agarrando con fuerza la manija de la puerta y utilizándola a modo de punto de apoyo, se lanzó con los pies por delante a través de la abertura, golpeando el rostro de la italiana.
El torso de Donatella se arqueó en un acto reflejo, y su brazo derecho giró con el índice tenso en el gatillo de la pistola. Pero Jenny estaba preparada para eso, cogió su muñeca y la retorció con fuerza. Donatella dejó escapar un gemido y la pistola cayó sobre el asiento. Jenny le rodeó entonces el cuello con los tobillos y apretó violentamente sus largas piernas, creando así una prensa de tornillo. Donatella gritó, tratando de coger su pistola, pero Jenny apretó aún más la llave alrededor de su cuello y, jadeando en busca de aire, desistió del intento.
La cabeza y los hombros de Jenny estaban todavía fuera del coche y, cuando Donatella pisó el acelerador, el PT Cruiser saltó hacia adelante, resbaló sobre la grava suelta de la salida a la carretera y ganó el asfalto. Jenny chocó contra el marco de la ventanilla pero mantuvo la presión sobre el cuello de su enemiga.
En su lado de la carretera había un estrecho arcén y luego la casi desnuda pared de roca encima, que era el precipicio por el que Bravo y ella habían caído con el coche. Donatella hizo girar el volante hacia la derecha y el coche atravesó el arcén en dirección a la pared de roca. Una lluvia de chispas se desprendió del guardabarros delantero del PT Cruiser cuando el metal entró en contacto con un saliente de piedra, de modo que Jenny se vio obligada a cogerse de la parte superior de la ventanilla abierta a fin de mantener el equilibrio dentro del coche. Pero, al hacer este movimiento, la tensión de sus tobillos se aflojó y, con un violento tirón, Donatella consiguió liberarse. Al mismo tiempo, se inclinó hacia el asiento del acompañante para coger nuevamente la pistola.
Jenny lanzó una patada y el tacón de su bota alcanzó a Donatella con tanta fuerza en la caja torácica que perdió el control del volante. El coche chocó contra la pared de roca, rebotó, salió disparado hacia adelante, luego chocó contra un saliente rocoso y dio dos giros completos antes de que la parte trasera chocase por última vez contra la pared de piedra. Con un áspero chirrido de engranajes y metal arrancado, el PT Cruiser se deslizó sobre dos ruedas. Al regresar a la carretera recorrió otros quinientos metros sobre un costado hasta chocar primero contra el poste de alumbrado caído y, acto seguido, contra el camión que Donatella había manipulado.
Las dos pasajeras, aturdidas y magulladas por el breve pero escalofriante vuelo del coche, trataron de conseguir ventaja sobre su rival, pero durante los últimos metros de descontrolada carrera, la cabeza de Jenny golpeó contra el salpicadero. Antes de que el vehículo se detuviese por completo, Donatella la había cogido de la pechera de la camisa y pegado su espalda contra la puerta. Golpeó a Jenny una, dos, tres veces.
Un estallido de pequeñas estrellas blancas nubló la visión de Jenny, y la joven sintió un dolor lacerante en la cabeza. Trató de repeler el ataque, pero no parecía tener fuerzas para ello. Como si un martillo estuviese a punto de caer sobre ella, Jenny pudo sentir una especie de energía maníaca que brotaba de Donatella y eso la aterró. Tanteando desesperadamente detrás de ella, accionó la manija de la puerta en el momento en que Donatella alzaba el brazo para lanzar otro golpe. La puerta se abrió y Jenny cayó hacia atrás, fuera del coche.
Por un momento quedó tendida sobre el asfalto, atontada y jadeante. Luego sintió la lluvia que caía sobre su rostro y, como si cogiese fuerzas de ella, logró ponerse en pie. Sentía las rodillas débiles y las piernas apenas si la sostenían; estaba mareada, y cuando se llevó la mano a la parte posterior de la cabeza, sus dedos se tiñeron de sangre.
En el coche, Donatella había recogido la pistola.
Bravo esperó hasta que el PT Cuiser se hubo detenido. Bajo el tenue resplandor que desprendían las farolas al norte y al sur de su posición, vio que Jenny tenía problemas. Pero no fue hasta comprobar que Donatella estaba concentrada sólo en ella que supo cuál era la mejor forma de ayudarla. Corrió hacia el coche a través de la espesa niebla sin importarle el cable de electricidad caído sobre el asfalto. De vez en cuando perdía de vista su objetivo y, en una ocasión, estuvo seguro de que corría en círculos y lo había perdido por completo. Entonces se detuvo y trató de orientarse, pero era como estar a la deriva en una balsa en medio del océano. Todas las referencias estaban oscurecidas y la luz que caía sobre él parecía perfectamente uniforme, sin origen visible, de modo que no tenía una idea precisa acerca de dónde estaba el norte y dónde el sur. Entonces se abrió una pequeña brecha en la niebla, alcanzó a ver el destello de un metal coloreado y echó a correr en esa dirección a toda velocidad.
Para cuando llegó al coche, ambas mujeres lo habían abandonado, Donatella empuñando una pistola. Pero, casi de inmediato, vio el fusil de francotirador en el suelo y lo recogió.
Jenny, en una posición que se tornaba rápidamente insostenible, alcanzó a ver a Bravo a través de la neblina perlada y supo lo que debía hacer si quería tener siquiera una posibilidad. Echó a correr, cayó, volvió a levantarse y corrió nuevamente sobre sus piernas inseguras.
Donatella, acercándose con cautela, vio la lógica de su huida. Si Jenny conseguía alejarse lo suficiente de ella, podría desaparecer en la espesa niebla. La idea de perderla ahora era insoportable, y Donatella echó a correr tras la chica. Había un leve chisporroteo hacia el que Jenny se había dirigido, y hacia allí fue ella también.
A través de la niebla alcanzó a ver movimiento, y luego una figura delgada y flexible se hizo brevemente visible. Apuntó y abrió fuego sin dejar de avanzar. La niebla se arremolinaba como si fuese agitada por una mano gigante, y entonces Jenny se hizo visible otra vez. Donatella apuntó a su enemiga con la pistola, y estaba a punto de apretar el gatillo cuando oyó una voz a sus espaldas.
—¡Suelta el arma!
Se dio media vuelta y vio a Braverman Shaw detrás de la puerta abierta del coche, apuntándola con el Dragunov. Donatella se echó a reír al ver con qué torpeza sostenía el fusil. No sería capaz de alcanzarla con un disparo, aunque no hubiese niebla. Ella podía matarlo de un solo tiro a la cabeza. No había nada que deseara más en el mundo y, volviéndose hasta quedar frente a él, levantó el cañón de la pistola. Podía sentir a Ivo a su lado, y le habló entre dientes para que supiese que su venganza había llegado.
—¡Ya me has oído! ¡Suelta la pistola ahora mismo o…!
Donatella apretó el gatillo.
Un momento antes, Jenny había llegado a su destino, pero no a tiempo. Donatella ya le había disparado una vez, aunque sin suerte. Ahora, cuando la niebla comenzaba a disiparse, ambas podían verse perfectamente. Jenny sólo necesitaba un momento más, pero no lo tendría. Contuvo el aliento como si eso la preparase mejor para la muerte inminente.
Entonces Bravo gritó y Donatella se volvió hacia él. Jenny aprovechó la oportunidad para agacharse y coger el cable de electricidad roto. Este producía un zumbido parecido a un relámpago distante o a un enjambre de abejas, y despedía una luz que parecía irreal. Cuando se incorporó estuvo a punto de perder el equilibrio a causa del mareo. La cabeza le dolía terriblemente y el corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Avanzó tambaleándose y con el extremo del cable echando chispas delante de ella. Tocó a Donatella justo en el momento en que apretaba el gatillo. Su cuerpo se sacudió espasmódicamente mientras levantaba un pie en el aire. El hedor a carne y pelo quemados flotaba en el ambiente, y Jenny sintió náuseas.
Bravo, que había visto cómo Donatella erraba el tiro aunque no sabía la causa, la perdió de vista cuando la niebla volvió a arremolinarse, oscureciendo la escena. Sin pensarlo dos veces, abandonó su posición detrás de la puerta abierta del conductor y echó a correr, saltando sobre la caja de empalme y pasando junto al camión accidentado.
Encontró a Jenny, ensangrentada y respirando agitadamente, de pie junto al cuerpo sin vida de Donatella. Estaba a punto de preguntarle qué era ese hedor cuando vio que aún sostenía el cable de electricidad en la mano izquierda.
—Jenny, suelta el cable —dijo suavemente—. Déjalo en el suelo y apártate.
Ella permaneció inmóvil durante un tiempo que pareció interminable y luego, lentamente, alzó la vista hacia él.
—Jenny… —Bravo se colgó el fusil del hombro y se inclinó sobre la chica. Con mucho cuidado cogió el cable con una mano y le abrió los dedos con la otra—. Todo ha terminado —dijo, tirando de ella y alejándose hacia la niebla cada vez más espesa.