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Tratemos por una vez a los personajes pequeños como algo grande. Veremos entonces nuestra inquietud, ya que nosotros mismos podríamos pertenecer a ese grupo sin habernos hecho grandes. Del mismo modo. Lo que sí se ha quedado pequeño para siempre, pese a todo: la sentencia. Da igual lo que hagamos, nos quedamos tan panchos, nadie nos traga. No hay comprador. Juramos y perjuramos que no queríamos decir eso, pero la UE estira de nosotros con sus manos maternales, ya no vamos a poder siquiera sonarnos la nariz sin que nos observe severamente. ¡La que hemos liado otra vez! Un delicioso Kaiserschmarrn, especialidad de la casa. El bestia del señor Fuchs, con sus bombásticos muñones, no lo hubiese conseguido, no podía contarse entre nosotros, aunque nos había hecho todo el trabajo. Ahora se ha colgado de un gancho en la pared. Peló el cable de su máquina de afeitar, el plástico entero roído, con infinita paciencia. Al final la muerte ansiaba mirarlo día y noche. Tuvo tiempo de calificar su mentón de típicamente germano, la nariz no dice nada, los germanos nórdicos, los germanos orientales, los germanos de estos andurriales, los no germanos y el resto de los eslavos también tienen una parecida. La lucha se acabó. El señor Fuchs de Gralla dice que no quiere saber nada de lamentos ni de cháchara. No sirve de nada. La lucha se acabó, dice, ya lo creo que he luchado y arriesgado mucho. Todo eso se acabó también. Ahora el turismo se ha acabado un poco porque en Europa se nos boicotea. Pero también se acabará el que algo termine, Europa se acostumbrará a nosotros, también se acostumbrará a que las personas vaguen cabizbajas porque ya no tienen trabajo. Por favor, démosles entonces uno. Sin dinero no hay cliente al que podamos recurrir.

Vayamos a la capital, se dice la mujer de madrugada. Antes de que, como cada día, nos pongamos pusilánimes, sentémonos en el coche. La vida le debe un viaje, ya ha estado sentada mirándose a sí misma suficiente tiempo. Por una vez puede ir a más velocidad, aunque no tan rápido como en el Carnaval de Villach, donde todo pasa por delante de nuestras narices a cámara rápida, para que no se nos ocurra siquiera pretender interpretarlo. Ahí tenemos ya a la pista gris de la autopista, que se asemeja mucho al lago, que algunos días de invierno parece una superficie de hormigón. Hola. El coche agarra la pista bajo los neumáticos y la mensura con decisión, tal vez al final consiga una pequeña añadidura, como en las antiguas tiendas de artículos de costura, la dependienta se afana un poco, pero no va al ritmo. Nunca hay silencio porque la mujer, también aquí, ha puesto enseguida un casete y está escuchando un concierto de piano. No conozco su carácter, es verdad, y por ello no lo he podido describir, pero en algunas fotos, en otras no, hay algo expectante en ella, me parece, pero probablemente la explicación sea que para una foto uno no debería moverse, aunque sí parecer conmovido. Pero no todo el que es silencioso está esperando algo. Alguno espera poder instalarse definitivamente en sí mismo. Ya lo tiene todo previsto. Antes de colocarse en su interior los muebles, los anhelos y las alegrías, uno debería aspirar con la aspiradora todo lo que le trajese recuerdos del pasado. Lo mejor es volver a pintar enseguida. Y si eso no es suficiente, pintar por fuera también.

No sé por qué razón la mujer, que ya ha llegado a la periferia de la capital, desea ir a toda costa hasta su antiguo territorio, un barrio periférico disperso situado en el extremo oeste de la ciudad. En ese lugar jamás hubo límites para la fantasía humana, qué bonito, pero lo que de ahí surgió no es tan bonito. Chalés alpinos de impresión, con balcones prefabricados y fijados a todo su alrededor, repletos de cargamentos de begonias y geranios con los que la casa brilla como un rubí, Dios, por favor lanza un rayo, uno bien cargadito, ¡para que algo más bonito pueda soñar en nosotros que no ha estado aquí jamás! Por favor, hay que borrar inmediatamente esa impresión que tengo. Otras casas son copia de casas de la gran ciudad, pero mucho más pequeñas. Ruego encarecidamente que alguien se crea la impresión que produce este jardín delantero prerromano, las fuentes, los tensores metálicos para los relajantes rosales, antes de perderla de vista y que me caiga a los pies. Encima de mis pies esa impresión extática no llegará muy lejos. Esa casita de ahí también es preciosa, miren, la han ampliado de setenta a ciento cincuenta metros cuadrados por planta, y sus queridos propietarios todavía la habrían expandido hacia el cielo con más de diez plantas. Poder convertir una cabaña alpina en un rascacielos seguro que resulta entre satisfactorio e insuficiente, a mí desde luego me satisfaría, no tendría que buscarme otra persona porque entonces con mi casa ya me bastaría. La mujer siempre viaja con su propio coche. Ya a la altura del hospital del Semmering añora a su compañero, a quien también, para poder gozar intensamente por lo menos una vez antes de que sea demasiado tarde, desea convertir por ampliación en una casa, en la que pueda vivir, cocinar, comer, dormir, y después salir indemne de allí. No obstante intuye que él prefiere ser propietario de una planta de su casita antes que poseerla a ella por entero. Él lo quiere todo para sí solo. Incluso si la consiguiera a ella gratis, sólo estaría interesado en el regalo, en la casa, para poder meterse dentro. Este matrimonio no se consumará. La mujer deberá reconocérselo a sí misma, pero hasta entonces yo tampoco la dejaré en paz. Aquí se me resiste, observa mi círculo social, se queda perpleja porque ella sólo valora a una única persona, y entonces se da la vuelta y desaparece de nuevo en el crepúsculo matutino, qué lástima, ¡justo ahora que prácticamente la tenía al alcance de la mano! A punto he estado de alcanzarla, he sentido incluso las puntas de los dedos. Iré tras ella deprisa, sorprendida de que la mujer se me haya escapado, poniendo la mano delante de la boca, como a menudo cuando me río en la especie de institución en la que vivo. Bueno, no es una institución, pues no hay nadie ahí excepto yo, salvo Cáritas, que dice: aquí estoy yo, y quiere mi dinero y ha enviado un impreso para que les haga una transferencia. La mujer y yo, ¿somos una? Todavía no estamos de acuerdo sobre si tenemos el mismo plan, pero no me sorprendería. Bueno. Tomaremos primero la flecha que señala hacia el centro, pero antes giraremos hacia el Wiental. También allí murmura un río, pero sólo puede morder en su entorno más inmediato, y eso sólo cuando hay crecida, como máximo tres veces al año. De lo contrario, apenas sí se le ve. Entonces ¿es necesario que el río sea tan simpático como la mujer? Por lo que a mí respecta, el río bien podría ser más cruel, un momento, hay alguien ahí que pide la palabra, que quiere hablar conmigo, enseguida habrá pasado. Me agacho detrás del volante, tal vez no me reconozca. Él sigue adelante. Todo sigue adelante. El agua acabará devorándonos y engulléndonos. Como a estos dos hombres, entre otras muchas personas que desaparecieron y jamás han vuelto a aparecer, en el agua, esa puerta por la que los unos avanzan, mientras que otros van por otras, ¿hacia dónde? Imagínense ustedes un domingo al atardecer, una canoa desmontable que, llena de agua a rebosar, se encuentra en un cinturón de cañas, por decirlo de alguna manera como si fuera la hebilla, como un cierre, medio hundida en las carnes del agua, el punto más ancho de la construcción mide 85 centímetros. Dos remeros partieron con ella y desaparecieron, dos hombres jóvenes, como también nos gustaría ser a nosotros, bueno, no como éstos, enseguida sabrán por qué. Se pusieron en marcha un día de invierno, soplaba un viento frío, el agua estaba helada, quizás incluso se heló al cabo de poco, tranquila como nunca. ¿Ven ustedes todas esas manos de niño que levantan sus flotadores de animales, o los brazos de los que forman parte y de cuyos manguitos sobresalen como tapones coronados por sus padres? ¿Oyen ustedes el griterío, las salpicaduras, la risa, ven ustedes los cubos de arena? ¿O acaso ven ustedes a la patinadora de patinaje artístico, que al dar un giro veloz abre un agujero en el hielo, en el que a continuación se insertará como un tapón? Eso querría decir que no es verano, como tampoco lo es ahora. De modo que retiramos todo lo dicho, en el fondo sólo está escrito. Ahora ya ha desaparecido, no tengo por qué entenderlo. Antes de que regrese mi pusilanimidad, a la que tengo en gran estima, pero que por principio me mantiene siempre alejada del agua. Dejémosles, a nosotros no nos va a pasar nada, dejemos a los dos hombres con su canoa desmontable en el agua. En algún sitio hay un fuego, en algún sitio hay una tienda de campaña, en algún sitio también yo me siento en casa, allí donde puedo poner la calefacción, pero no aquí. Algo se calienta en un hornillo de cámping, también hay manos humanas arqueándose sobre la llama, una cacerola desoculta algo, después continúa hasta la próxima parada de un viaje, mientras las señales de vida de aquéllos progresivamente ralean, desaparecen, también las raras costumbres que los humanos pueden adoptar, p. ej., lavarse las manos antes de las comidas. Unos cuantos guijarros amontonados, ramas colocadas estrambóticamente, uno o dos pedazos de vidrio de una botella rota, una bolsa de plástico medio llena de viento, no hace falta que lo explique porque enseguida desaparecerá en la finitud, y así se convertirá en superfluo. No más esfuerzo. Yo también dejo a mis espaldas un largo viaje. Un barquito de la vida pasa por delante, un bote que se desliza amenazado por el hielo y las profundidades, ojalá que regrese. Marcas en un mapa hidrográfico que nos quiere hacer creer que el agua es algo sólido, de color azul, y que uno podría hospedarse en ella como en una habitación y aparecer cuando y donde uno quisiera. ¡Ay, si uno por lo menos pudiese formar una pareja! No importa con quién, tal vez como esos dos muchachos que han desaparecido, piensa la mujer mientras conduce. Esos dos cargaron su canoa desmontable como un petate y partieron con el tren regional hasta llegar al agua, que era su objetivo. Y luego ¡al agua con el voluminoso equipaje! Hay un rastro que se pierde, que no se otorga ningún valor a sí mismo, un rastro para el que lo más importante es sólo hacer maletas y mandarse lejos, no importa adónde, ¡lejos! Eso significa entonces el fin de toda cómoda almohadanería, y aquí tenemos ya la canoa circulando ociosamente, surcando el agua, en un radio de cincuenta metros se podrán divisar más tarde, mucho más tarde, remos y mochilas, una tienda de campaña, vajilla de cámping, comida, un carné de identidad y un talonario de cheques de uno de los desaparecidos, nada más. Tú, agua, ¿has vuelto a hacer de las tuyas? ¿Por qué se abren esas grietas tan grandes en la proa y a ambos lados del bote? Como si alguien o algo hubiese hecho un corte limpio en la proa, como con una hoja de afeitar. Pero nosotros no somos el Titanic, y si lo fuésemos, podríamos ganar mucho dinero por el hecho de haber desaparecido. Pero también en aguas menos profundas puede formarse hielo, incluso más rápidamente que en las profundas. ¿Es que se ha formado ya? Cuando unas aguas se hielan con tanta rapidez, la capa de hielo es muy delgada, como un hálito, y tan afilada que uno podría cortarse la mano con ella, a mí me ha pasado eso incluso con papel y envuelta en una deliciosa calidez. No hizo falta más que papel, en serio. Cuando una canoa desmontable como ésa choca con una capa de hielo como ésa, los hechos se suceden relativamente rápido. El agua entra, las personas tienen que salir. El bote está lleno. Miremos qué tal el tiempo: a primera hora de la mañana cielos poco nublados, habrá nubes y claros. Durante toda la mañana, persistencia de nieblas matutinas y nieblas altas. Cuando despeje, las temperaturas subirán durante el día hasta valores cercanos a los 6 grados. Por la noche, peligro de heladas locales. Es decir, 300 metros arriba o abajo, ya que incluso los deportistas en forma no resisten mucho tiempo en aguas heladas, sólo unos pocos minutos. Pronto han expirado, los minutos y las personas. Hasta el día de hoy siguen desaparecidos, ahora me uno a sus familias en el recuerdo, ustedes harán lo mismo, no importa dónde estén. Si nunca han pensado en nadie, éste es un buen ejercicio para el principiante. No tiene que pensar en millones, basta con que piense en dos muchachos. Piensen ya mismo en los muertos, p. ej., en los ahogados, dos de los cuales no van a poder hablar aquí por los otros, ni tampoco van a dejar que se les dirija la palabra. El teléfono móvil está desconectado. Si miran hacia abajo, al agua, las sombras que se ven no son seres humanos, son troncos de árbol que se hundieron, allí, sí, miren allí, sólo es un bote hundido y completamente oxidado, y lo de delante, a la derecha, son sólo rocas del peñasco. Me interesaría mucho saber si los muertos aparecerán algún día. Pueden volver del pasado, sin duda. ¿Pero pueden volver del agua? La Gabi sí puede, sin problema. Hacer maletas, cargar con una preocupación o hacer que alguien cargue con ella, llevar un peso en el corazón o apesadumbrar a otro, respirar hondo, meterse en una cubierta de plástico verde, pero el ser humano no es un aeroplano, el aire no lo transporta ni lo retiene, el ser humano no es un barco, esta agua no lo transporta, el ser humano es un pedazo de carne, compuesto casi por completo de agua y aire, si es que los puede conseguir. Algunos ya no regresan de entre los muertos, es algo que no se puede predecir de ninguna manera. La corriente, la profundidad de las aguas y la temperatura, todo eso desempeña un importante papel que desgraciadamente no se les concedió a menudo a los seres humanos, incluso me atrevo a pensar que para algunos su entierro será lo más maravilloso que les pase en la vida. Cuanto más fría el agua, más lento discurre el proceso de putrefacción y con él la formación de gases, que habitualmente contribuye a impulsar a los muertos hacia arriba, hasta la superficie, donde van a poder expresarse alegremente si encuentran a alguien. ¿Por qué se aleja corriendo ése? Teníamos tantas cosas que contarle… ¡No teman a la muerte! Ya hay muchos muertos, ustedes también lo conseguirán, seguro. Hasta ahora todo el mundo lo ha conseguido, incluso un imbécil integral como usted o como yo podrá cuando llegue el momento. Procuren que alguien levante su cadáver, ¡pero no mucho rato! Antes ya eran ustedes imposibles, pero ahora además hay que añadir un auténtico obstáculo sobre el que, de todos modos, no van a poder decir ni una sola palabra. Cuando el agua está fría, el cuerpo no se pudre, sino que se forma grasa adipocira, en cuyo proceso las partes blandas, es decir donde había grasa, se transforman en sebo, o sea que se vuelven sólidas y externamente casi inalterables, imagínense. Más tarde sigue una especie de estadio cretácico, que sin embargo no puedo describir porque todavía no he llegado tan a fondo en la nada, y sólo puedo aprehender lo que ya existe cuando lo veo, o bien cuando con ello puedo ponerme en el modo de ser de la circunspección preocupada. Y no puedo. Pero podría procurarme como ayuda un manual de patología, aunque: no va a poder ayudarme en nada. Este pescador ahogado estuvo vagando bajo la superficie del agua durante cuatro meses, y continúa estando como nuevo. Esta muchacha en el lago, con sus queridos labios blandos y muertos —amonesto a esta delicada región, a este bello entorno de un lago para que por fin cierre el pico, ya se dicen aquí suficientes inconveniencias, cuando no hubiese hecho ninguna falta, de todas formas el lago está callado como una tumba, todo lo contrario que yo, y además se tapa él mismo la boca, pero antes aún se le ha escapado algo, como veo—, aunque sólo ha estado un par de días dentro de esa agua helada, pero aunque hubiera aguantado más tiempo en el agua, probablemente su cuerpo se hubiera conservado casi por completo, pese a que esta agua está al filo constantemente, ¡alehop y a la pureza!, ¡patapum y a lo gaseoso, lo eutrófico!, donde más que pocos seres vivos existen demasiados, cuántas veces tendré que decirlo, vale, seguro que me reprochan haberlo hecho demasiadas veces: ¡abono, abono, abono!, pero nada de animales, no, no se puede mirar a ninguno de los seres de aquí dentro con los ojos desnudos. El agua ha vomitado a tiempo a esta muchacha. Bosque tranquilo, ¿por qué no encuentran ningún bote en ti? ¡Pero si está ahí! ¡Justo! Alguien utilizó este bote la noche del asesinato. En los tallos de las cañas se pueden fijar anillos de hielo, pero no ahora. El año que viene, más. Hasta la vista. Algunos desean estar bien juntos unos al lado de otros, pero no está permitido. Como ya dije, si bien no conozco el carácter de esta mujer que va conduciendo en el coche, sus fotos no me producen una impresión de rechazo. Se aguanta. Ella sigue conduciendo. El coche, como cualquier medio de transporte, quiere moverse en lugar de roncar al ralentí (hay algo cambiado ahí, espero que no sea mi mirada), de modo que ya estamos abajo, en el Wiental, que está demasiado congestionado como para poder avanzar, ni siquiera al paso. El tráfico matutino ha comenzado. Más patrás que palante. Esta mujer se ha largado de su casa a las cinco de la mañana, que se dice pronto aquí. Ha podido esquivar el tráfico matutino en los estados federados de Estiria y Baja Austria, pero en Viena cae de lleno en la red de la Hadikgasse. Así como para salir de la ciudad no hay problema, para entrar, atrévanse a mirar hacia el palacio de Schönbrunn, donde los autocares de turistas, como colosos, en lugar de esperar como buenos chicos a las afueras de la ciudad, se pelean por un aparcamiento del tamaño de una bañera, que, con lo pequeños que son, ni en sueños se pueden encontrar echando un simple vistazo. Así que dejemos a su aire a nuestros turistas de Viena, mientras sigan viniendo algunos, y continuemos nuestro viaje, que de eso entendemos. Viena es distinta, su símbolo es una cereza con un hueso en forma de corazón, ¿qué pinta a su lado la estúpida gran manzana? O aparquemos en segunda fila, dejemos que la gente descienda del autocar y acallemos los gritos de los inválidos y/o de los furiosos con nuestro motor de gran potencia motriz al que podemos hacer chocar tranquilamente contra esos y otros destinos, un poco de paciencia, por favor, enseguida nos marchamos, dentro de media hora más o menos, y si ustedes nos retienen, la cosa se alargará más aún. Inmediatamente después nos dirigimos al aparcamiento de las afueras, situado en zonas verdes, para intoxicar a los árboles, arbustos, prados y florestas, allí donde han crecido y no allí donde no hay. Los castaños del Wiental son la primera víctima mortal de la capa de plomo y los dientes ávidos del lepidóptero minador Cameraria ohridella, pero habrá más. Seguro que los árboles muertos no van a perseguirnos para vengarse. Lo vivo se ve sustituido por lo majestuosamente muerto, o también modestamente, pero muerto al fin y al cabo, es una cuestión de principios en esta ciudad, que ha contraído un matrimonio realmente duradero con la muerte y, aunque desea divorciarse desde hace más de cincuenta años, jamás ha reunido los papeles necesarios para ello, y cuando cree que los tiene todos y que podrá celebrar la vida y la alegría y follar una última vez, una vez que será muy larga, de pronto aparecen nuevos indicios de que esta ciudad hace tiempo vivió casi por completo de dinero robado y de que sólo podrá morir cuando haya saldado todas sus deudas, que a veces pueden adoptar el tamaño de imágenes coaguladas, todos esos valores saqueados, entretanto agrios como la leche, cortados en el tiempo porque sus propietarios se echaron a perder en su lugar. ¿Cómo no va agriarse uno con todo esto? Ahí hay un sencillo funcionario y dice: vuelva usted la próxima semana, para entonces ya habremos recibido los más nuevos descubrimientos pictóricos y veremos lo que hay, tal vez el suyo, quién sabe. Una mujer guapa como usted, querida Viena, podrá esperar un poquito más para las nuevas nupcias, seguro que el año que viene consigue un novio, aunque tengamos que rondarle una y otra vez. También esta vez dirá que sí, sea para lo que sea, de eso estamos seguros. No, seguros del todo no podemos estar, de estarlo, más adelante tendríamos que oír cómo se repite algo que nosotros jamás dijimos de esa forma, y si lo hicimos, nunca fue con mala intención. Incluso el Baile de la Ópera no está hecho con mala intención. ¿Ven ustedes? ¿Ven ustedes cómo lo presente, enredado en sí mismo, se encuentra ahí en unidad extática con el futuro debido a su curiosidad por lo nuevo, y abre las puertas, tal como dirían los griegos? El ansia por lo nuevo, sísí, así es, seamos sinceros, ocurre que ese sentimiento de ávida curiosidad por lo nuevo no se dirige realmente hacia algo venidero por su condición de posible, sino que, en su avidez, la curiosidad anhela lo posible como algo que ya existe. O algo así. Miren ustedes. Ahí hay un hombre que ve las casas no como posibilidad para vivir dentro, a pesar de que para nada son suyas y tal vez jamás lo serán, sino como algo que ya es suyo, y para ser más exactos como algo que DEBE ser suyo. De modo que ahora las puertas están abiertas y ustedes aplastados porque se les ha subido encima uno que quería entrar a toda costa, con mayor rapidez. Y entonces los mandamos a ustedes a una misión de paz en otra parte del mundo, déjense marear durante horas como la ropa blanca, remuevan completamente la tierra unas cuantas veces y ya verán: ¡continuarán teniendo el mismo aspecto que ahora! Y esta casa seguirá ahí amurallada, sin poder tomar en consideración ninguna posibilidad de relajamiento. Y no, tampoco hay ninguna posibilidad de que ustedes cambien algún día. Con más razón necesitan carta blanca, para seguir quedando tan blanquitos y salir sanos y salvos de ese molino de muerte que escupe espuma jabonosa y en el que estuvieron ustedes presos y enganchados de forma completamente injusta. Puede producirse un siniestro total si no van ustedes con cuidado, pero la culpa total no existe, ya que ese corzo o ese cochecito de bebé en la acera o ese animal bicéfalo colgado en el edificio han desviado su atención, por supuesto, de ese automóvil que circula lentamente, de ese coche pequeño que casi se hunde por el peso del equipaje que transporta en el techo, sí, ése, delante de ustedes, sólo un instante, pero por desgracia no el adecuado.

La mujer avanza ahora algo más deprisa, conoce la salida que sólo los iniciados conocen, hacia la derecha desde la Hadikgasse, sigan ustedes al moro de Meinl, la tienda correspondiente se encuentra en la parte posterior del reluciente bloque de nuevas viviendas que la mujer todavía no había visto. Ella conocía el antiguo bloque de casas destinado a los trabajadores de los ferrocarriles austriacos, esta callejuela se llama Käthe-Dorsch-Gasse, eso es. Si no la encuentra, tendrá que seguir por la autopista hasta la Baja Austria y volver desde Castroculo, como se suele decir, vamos, desde las afueras, cruzando los pueblos situados antes y alrededor de Viena, cruzando Hadersdorf, Mauerbach, Purkersdorf de Arriba y Purkersdorf de Abajo (¿saben aquél que dice?: un hombre quiere comprar un billete de tren para ir a Pequín. Se dirige a la taquilla de la estación de Purkersdorf y pide un billete sencillo a Pequín, por favor. El hombre de la taquilla le dice: ¿está usted está loco?, como mucho le puedo vender un billete hasta la frontera polaca, una vez allí tendrá usted que ver cómo se las arregla, con el transiberiano, con el transmongol o con un trineo tirado por perros, ¡da igual! Resumiendo, el cliente del ferrocarril llega hasta Pequín y se lo pasa en lo grande como un tonto, que es lo que es, con una piruleta, que para eso ha ido hasta Pequín. Pero en algún momento quiere volver para casa. Se va hasta las taquillas de la estación central de Pequín y dice: un billete sencillo para Purkersdorf, por favor. El hombre de la taquilla le dice: ¿de Arriba o el Abajo? Jijiji. ¿Cómo? ¿Qué ha dicho? ¡Da igual!). Ahí tenemos la estación de Hütteldorf y cruzamos la intrincada planificación de carriles que pasan por delante y hacemos nuestra propia planificación, que tarde o temprano se va a volver en nuestra contra. A continuación, seguimos un poco por la Linzer Straße saliendo así de la ciudad, subimos una callejuela empinada donde los vecinos están amablemente arrodillados y suplican inútilmente que conduzcamos a 30 por hora, aquí juegan nuestros niños delante de sus propias casas y nuestros viejos salen de sus propias viviendas y vuelven a entrar en ellas, y también los hay que cruzan y que tampoco quieren morir todavía, y que tampoco tienen ojos en la nuca, pero la calle les pertenece, por lo menos eso lo saben; no importa, todas las personas de aquí, hasta donde llega la vista, nos pertenecen, es decir, se pertenecen a sí mismas, respetables, aplicadas y eficientes como son, a modo de recompensa se les permite vivir aquí, en un sano barrio periférico al oeste de la ciudad, y por supuesto no deseamos que los forasteros se les acerquen o los perjudiquen de alguna manera. ¿Quién respeta esto? Nadie. Todos nosotros somos valiosos, y cuando tenemos algo en nuestro poder y lo perdemos, lo debemos restituir. El tiempo también pasa de largo, otra vez, qué desfachatez, también esta vez estuvimos a punto de no reconocerlo. Hoy también lleva unas pintas… Tenemos que ir de inmediato a la peluquería y hacernos la manicura para que de nuevo nos tomen por mujeres cuidadas para las que el tiempo no pasa. Sí, debemos someternos a esa tortura, de lo contrario pronto tendremos demasiada tierra bajo las uñas de los dedos, mordisqueadas hasta sangrar, tierra del trabajo en el jardín. No es que hayamos metido la mano en sucios negocios, la suciedad bajo las uñas proviene del jardín, y seguiremos adelante con ese sano trabajo antes de ir a parar nosotros mismos bajo tierra. Antes alguien tenía que mirarnos con cariño unas cuantas veces para poder reconocernos como mujeres. Hoy volvemos a elevarnos notablemente sobre los hombres. ¿Nos ven ustedes? Ni que decir tiene que hoy día tenemos una profesión y somos independientes. Lo que habré llegado a escribir sobre eso, y ha sido completamente innecesario.

No me lo puedo creer, usted por aquí. La mujer ha parado el coche un segundo en una calle estrecha y empinada, donde vivió hace tiempo. Ahí está esa pequeña casa que heredó de sus padres para que la conservase, otros la conservan ahora mejor de lo que ella hubiese podido hacerlo. La camioneta de un tejador está aparcada delante, parece que por fin hay que arreglar el tejado. Hace dos años la mujer vendió la casa para establecerse en el campo, un viejo sueño que ya ha finalizado. La seducción de los sueños se prolonga durante años, la de los seres humanos va mucho más deprisa. Mientras yo me despistaba, una antigua vecina que estaba sacando a pasear a su perro ha reconocido a la mujer. Es un perro flamante y no muestra el menor interés. ¿De visita? Hace por lo menos un año que no la veía. Está usted muy bien. Bueno, gracias. Pero este pequeño diálogo que he omitido casi por completo basta para que la mujer no se atreva a quedarse observando más rato su antigua casita. La vendió a una gente muy agradable, miren ustedes, tienen hijos que crecerán en el aire más sano de la periferia, un aire que supuestamente procede directamente de las montañas nevadas pero que desde hace ya tiempo vive amancebado con la incineradora de Flötzersteig (¡normalmente la pareja es la última en enterarse!), y crecerán en una casa de propiedad. Mira, en el jardín delantero hay un triciclo, mamá no ha insistido en que el niño lo meta en casa, pese a que la puerta del jardín no mide ni siquiera un metro y cualquiera podría entrar de un salto. Gente agradable, inofensiva, ¿habrán sufrido alguna vez en su vida? A un lado hay cuatro figuras en forma de rana y dos con forma de corneja, en divertidas poses, conversan entre ellas, fíjense en lo bien que han organizado su estancia, como no necesitan salir para nada… La casa desaparece junto a la mujer, que, a regañadientes porque en estos momentos preferiría estar sola, se deja arrastrar por la vecina mediante la corta correa de una conversación unidireccional. De esa boca conocida de antaño no brota sorpresa ninguna. Es como si el tiempo, que hace un rato aún andaba, se hubiese detenido ahora y las personas hubiesen seguido adelante, bueno, tal vez han ido más lejos de lo que hubiese sido recomendable para ellas. Las personas no se han percatado en absoluto de que el tiempo se ha detenido, hasta tal punto se habían concentrado en la cháchara, como estas dos mujeres. ¿Quién oye un leve grito que no necesita ponerse de relieve y por ello permanece casi inaudible? Nadie. Las mujeres siguen adelante, hay que subir al perro hasta el prado del municipio de Viena para que corra, juegue o se pelee un poco con sus iguales. Tiene que disfrutar de la vida al aire libre como una canción arrojada de repente a esta pradera. Sin ningún eco. El perro lo puede repetir cada día. Dichoso él. Las huellas desaparecen antes de haberse marcado, las personas salen a su propio encuentro ya que nadie más lo hace, no, van unas detrás de las otras y jamás se alcanzan. No, mentira también, de buena gana saldrían al encuentro de otras personas, pero en general no resulta deseable. Cada cual desea buscarse algo propio, una casa propia, un hijo propio, una pareja propia, para él solito. Nadie se contenta ya con un espacio propio. Incluso a ser posible cada cual querría tener su propio programa de televisión porque la oferta no gusta a nadie. Especialmente desconsiderados son los muertos, que huyen de nosotros, y los medios que informan sobre los muertos (¿o es que alguna vez han visto a una persona más vital que el vaporizador de cancioncillas populares Karl Moik, al final, antes de perder ustedes el conocimiento? Vaya, e incluso él está muerto tan pronto como aterriza en la pantalla, a pesar de seguir dando vueltas con su cara, como si estuviese huyendo de un tiburón), ¿es que alguna vez han visto algo con vida más allá de los documentales sobre la naturaleza, que en realidad deberían estar expresamente dedicados a la vida porque de lo contrario no sabríamos que este paisaje está aquí y aun así vive? Nosotros no nos hubiésemos percatado de no haberse llevado a cabo una potente ampliación, ofrecida por la cámara, en la que hormigas, escarabajos y larvas llenan la pantalla, hinchados hasta lo colosal.

Por favor, agucen el oído y observen mientras tanto cómo la mujer sube ahora hasta esa pradera que por arriba pone fin a la montaña, no, más arriba no continúa, sólo sigue otras dos mil páginas hacia abajo, que sin embargo les voy a ahorrar a ustedes. Bueno, ya estamos aquí. La hierba es escasa pero bien verde, más verde que en la verde Estiria, la primavera está decididamente más avanzada aquí, y ahora va y se encuentra en un sitio bien distinto. Pronto llegará el verano, pero entonces yo también estaré en otro sitio, espero encontrarme al verano allí también. Sueltan al perro de la correa y éste se aleja lentamente, a lo largo del camino ya ha levantado varias veces la pata por los lados, ahora, cuando el monte entero y todo el prado están a su disposición, procederá más selectivamente con su orina. Busca a una dama con la que poder contraer matrimonio durante dos minutos, qué tonto, no hay ninguna. El perro encuentra a un correligionario, le husmea las partes pudendas y se larga enseguida con él. La antigua vecina de la mujer es soda desde hace tiempo de una asociación de amantes de los perros. Está formada por personas que aman más a los perros que a las personas. Hay buen ambiente entre los miembros, alternativamente se van invitando los unos a los otros a sus casas.

La mujer se despide, aliviada de que la vecina haya encontrado su grupo de conversación perruna y se haya insertado en ese pequeño círculo, muchos recuerdos, venga a visitarnos más a menudo, por Dios, ¿no le apetece venir más tarde a tomar café?, no, gracias, vengo con poco tiempo y me gustaría echar un vistazo a mi antiguo barrio antes de que me olvidéis por completo, jajaja. Una formación humana atraviesa la zona de recreo de sus animales, que, jugueteando mayormente, se echan los unos encima de los otros y cierran interesantes alianzas, no hay más que ver cómo ésos dos se echan encima del tercero, a qué viene eso, no, ¡no hacen nada, no hacen nada! No hay de qué asustarse. En su vida han pegado un mordisco, y si hoy lo hacen, mañana ya volverán a no haberlo hecho jamás, estarán como nuevos o casi como nuevos, puesto que el veterinario ya les habrá clavado dos grapas en el pelaje del pecho. El grupo se aleja, las personas cuchichean y charlan, los animales no se acoplan porque no es el momento adecuado para eso. Algunos arrastran su corpulencia, pero problemas ninguno, los han mimado y alimentado bien y todo eso: están felices, a pesar de que no se puede hablar con ellos en su lengua materna. La mujer, a la que le ladran una o dos veces porque los animales no la habían visto antes en su territorio y están molestos por esa persona extraña que no lleva atado consigo a ningún camarada cuadrúpedo ni tampoco lleva una correa en la mano en la que se pudiese reconocer al correligionario, esa figura, que tal vez nunca haya sabido atarse a sí misma a alguien o a algo, los animales lo perciben, su corazón se muestra absolutamente indiferente y se despiden sin hacer señales manifiestas, simplemente se marchan lentamente, y la figura entonces se detiene y observa la ciudad, su zona sur, que se extiende ante ella con absoluta claridad, como la que a veces sigue a la salida del sol, que ha liberado las imágenes que ahora aparecen impacientes tras el cierre, se extiende hasta el final, muy a lo lejos, hasta llegar a las irregulares siluetas abombadas de las torres de viviendas de Alt Erlaa, hasta ahí llega ahora el metro, que por el otro extremo llega hasta Ottakring, una auténtica conquista para los habitantes que siempre habían deseado ir justo hasta ahí. Por fin pueden hacerlo ahora. Ahí está el dedo cadavérico del poste de iluminación del estadio Ing. Gerhard Hanappi, los escasos aparcamientos de delante son completamente invisibles. A la derecha, la autopista del oeste, se ve un pedazo de ella antes de desaparecer entre los montes de Viena, cubiertos de bosque, ahí enfrente está el centro comercial Auhof, mira, han construido otro multicine, las letras luminosas rojas se pueden leer perfectamente, incluso durante el día porque no las apagan, y las luces de neón de la última gasolinera antes de la autopista, de color verde limón, se pueden admirar en todo su esplendor, financiado por un consorcio, y en todo su cítrico frescor.

El horizonte mece el ojo de la mujer, que, detenida, observa la ciudad que una vez fue la suya, bueno, así así, en sueños. Pero de golpe abre los ojos convulsivamente, lo quiere ver todo, todo. Y la mirada también debe estar adornada con campanarios, cúpulas, tejados, gasómetros, torres de la artillería. Las amadas moradas de la cultura, hacia las que la mujer avanzaba antaño como hacia el trabajo en el campo, no se pueden ver. Están en la parte de la ciudad que no toca. La cabellera de la ciudad fluye hacia otro sitio, habría que seguir adelante por el Wiental, aunque el Wiental no lo siga a uno. Allí a la izquierda, al lado de Steinhof, está el manicomio y la famosa, aunque por desgracia decrépita, iglesia de Otto Wagner, que todos los niños conocen y que no van a conocer muchos niños más (salvo aquellos a los que en la época nazi les administraron una inyección, tras curas de hambre, frío, fracturas (no, en realidad no les produjeron fracturas, sino vómitos incesantes y no aplacables), y curas a base de palizas que nadie tuvo que inventar porque ya existían, esos niños, con sus sesos en vasos, todavía están relativamente muy bien representados allí), porque la iglesia pronto se derrumbará, habría que llegar hasta allí para ver la catedral de San Esteban, pero allí la mirada se verá acotada y retenida enérgicamente por una pequeña montaña y su vieja cantera, por una montaña que va avanzando, tal vez porque cree que los seres humanos ya no son capaces de aguantar tanta belleza. Y entonces tenemos que llamar otra vez a los equipos de salvamento. El grupo mixto de perros y personas ha desaparecido mientras tanto tras la curva, aún pasarán unos diez minutos hasta que vuelva a aparecer, aunque algunos heraldos perrunos que se han avanzado aparecen impacientes una y otra vez en el horizonte con palos en la boca, y la retaguardia perruna que se ha quedado atrás se agacha sobre algo que desea comerse, pero que no va a conseguir. La mujer está completamente sola. No está en París o en Londres, está en Viena. Claro que le hubiese gustado volver otra vez a París o Londres. Pero bueno, de eso nada. En el campo siempre hay algo bueno, necesario que hacer, dijo para sí, hasta que alguien distinto, extremadamente interesado en sus posesiones, se lo arrebató. Allí donde fue necesario metió él la mano, también en ella, así funcionan las cosas en el campo. Meter mano y hacer negocios tan complicados que la mujer nunca ha entendido y que a partir de ahora ya no quiere entender. A menudo gritaba cuando él, tan audaz en movimientos, se subía encima de ella e, imposible de enternecer, le daba la vuelta a su pequeño peso dependiendo del lado por el que quería penetrarla, mientras ella trataba insistentemente de regalarle su amor, pero de donde no hay no se puede sacar. Ella encontró su alma a través de él, se dice a sí misma. No sirve de nada, con ella no puede hacer nada. Él encontró en ella una guarida en la que poder resguardarse. De ese modo uno se aloja en el otro, para poder vivir al fin. Sólo que unos necesitan más que los otros, que sólo necesitan una pareja para verse colmados de luz y capacidad de amar. Como esta cáscara vacía que es ella sin él, la mujer, esta taza turbia que sólo está medio llena de sí misma, y que ni siquiera puede reconocer en sí misma el motivo por el que hace algo así. Ya no ve su propio suelo. Se ha vertido por el suelo, pero nadie la ha fregado. Tal vez todo eso sea un modelo de locura, bueno, más bien un molde en el que los niños prensan arena para darle al vecino en el ojo. Ciudad y campo, ¿pero qué es lo que yo quería decir que no tenía nada que ver con el autoanálisis psicológico que hasta ahora he dominado de una manera tan fulminante? El campo es sus actividades, ya que constantemente hay que crear, arrancarle algo al suelo, también a los animales. La ciudad es: actividades ajenas. Ella ya está ahí. Aunque esté constantemente en proceso de construcción, la ciudad es lo que siempre está ahí. Se iluminan al sol objetos reflectantes, cristales, cumbreras, tejados metálicos, coches. Otro refleja su interés en las casas, tendrá que poseerlas entonces. No se trata de ningún empleado que tenga que ganárselas. Es funcionario. La ha liado y ha escondido la mano, es todo un pícaro que no se impone moderación ninguna. No se va a construir una felicidad conjunta, no se van a depositar reservas en ningún sitio. Qué tontería, el banco no puede estar siempre dando, también tiene que recibir, por supuesto más de lo que da, de lo contrario, no sería ningún banco, sino Cáritas, no, eso tampoco: porque nosotros tenemos que hacernos cargo de los gastos administrativos, y del resto se encargan otros. ¿Qué se han creído? ¿De dónde sacar sin robar? La ciudad cobra energías renovadas, el reloj se adelanta, risas, chillidos y gritos de las tropas perrunas se acercan de nuevo. ¿De verdad ha estado la mujer diez minutos aquí de pie? Eso no basta, no basta nunca, pero por lo menos ella habrá paseado un poco por aquí. Las cornejas desfilan cómodamente y con pericia por los aires. Se posan en uno de los árboles y hablan entre ellas imitándonos, nuestra imagen y nuestra semejanza, qué risa, se comen una manzana de piel arrugada que han encontrado en algún sitio. Cuando ésa que está en la magnífica copa del abeto azul (una planta taimada vete tú a saber de qué país, a la que no querían aguantar allí y por eso la desterraron, una planta que podría ponerse a hablar y a marcharse de golpe, por favor, no quiero volver a verla, ¡pero ahora más bien soy yo la que tiene que largarse!, ésta ya se ha establecido aquí de por vida, ese asqueroso paquete de pinchos) va a abrir el pico para graznar, se le caerá la manzana. La mujer sonríe sin querer justo cuando ocurre todo esto. Un perro negro acude corriendo, por desgracia la corneja le tiene que pegar un grito, de modo que pierde su valiosa mercancía frutal. Así de rápido sucede a veces, aunque nosotros no recomendamos que se expropie a los animales. Y sin embargo la mayor parte de ellos tiene que pagar con su vida, por una u otra razón. Como nosotros, sólo que más humildes y más doloridos, les debemos agradecer que se sacrifiquen por nosotros. Y aun cuando lo hagan involuntariamente, es un bello gesto, ¿no? ¿A quién nos comeríamos de lo contrario? No podemos llevarnos ni aquello sobre lo que nos sentamos ni aquello por lo que apostamos, pero algunos no lo saben y sopesan a las personas de acuerdo con sus bienes materiales. Y entonces prefieren los bienes y abandonan ahí a las personas. El ser humano está entonces ahí, mirando atónito por encima de una ciudad centroeuropea, la examina con calma y no cree que sus ojos hagan justicia con lo que ven. No importa. No significa nada cuando uno observa en la ciudad a sus conciudadanos. No significa nada cuando uno observa en el campo a sus paisanos, sólo que allí se tiene más en cuenta porque hay menos gente. Por eso la mujer se marchó en aquel entonces. Para tal vez, en un sitio en el que hubiese menos competencia, ser más importante que aquí. De acuerdo. La cosa fue bien, incluso podía tocar el piano, algo que en el campo es más raro que oír un disparo de un arma. Se le desearon los mejores deseos y se le dijo que ella era importante para colmarlos, pero no imprescindible. Causemos ahora una buena impresión y vayamos al peluquero al que antes siempre íbamos. Se encuentra también en esta zona residencial, sólo que al otro extremo, en un pequeño local situado en la planta baja de una nueva construcción. Nos dirigimos allí, por favor sígannos de una vez. Los perros vienen, nosotros nos vamos ahora. Vamos a que nos pongan guapas. Nos arreglaremos el pelo, las pestañas y las uñas, y luego nos iremos para que ella pueda atender tranquilamente a otra persona. Este pelo, según indica el paquete del producto de tratamiento, estará tan sano y fuerte que uno se podría colgar de él. A un pájaro incluso le bastaría un solo pelo.

Venimos despacio, venimos solos, mejor acompañados, lo que nos da una pequeña ventaja, cuatro ojos ven más que dos. ¿Qué pasa cuando uno no quiere ver nada de nada? Les deseo lo más grande y valioso, pero sólo muy pocos de ustedes van a conseguirlo. En su antigua peluquería, han podido colar a la mujer entre dos clientas que tienen tiempo. El salón acaba de abrir para dar a los rizos una elasticidad juvenil, rizos que primero hay crear de la nada. Lavar, cortar y marcar. No le vendría mal a usted una permanente nueva, la verdad, no, ahora no puede ser. Pues entonces le daremos a su pelo un bonito tono rojizo. Si pasan revista a sus bienes, tendrán un punto a su favor, todo sería un punto a su favor. Aquél por el que ella lo haría no se dio por aludido en el desorden angelical en el que vive, y del que no forma parte. Pese a todo, nos embadurnamos con el tinte la cabeza, tampoco es que sea una decisión de Estado. No nos hará ningún mal, aunque tampoco nos servirá de nada. El agua mana maternalmente del lavacabezas (por favor, lo más fría posible, ¡así es mejor para el pelo!) y acoge con suaves murmullos en sus bracitos la cabeza reclinada, la envuelve, la acaricia tiernamente. De la expresión del rostro no se puede ocupar el agua ahora, tiene encomendada la tarea de retirar el tinte sobrante dejando algo, un resto que, sin embargo, es lo esencial en este proceso. Los preocupados se expresan en comentarios periodísticos, pero no a favor de la mujer, que por fin desea expresarse a través de su cuerpo, y resulta ser sólo espectadora, que al mirar a Claudia Schiffer palidece hasta las raíces del pelo. Mientras están lavando el pelo no se puede leer bien, mientras lo están cortando tampoco, pero luego, bajo el secador, ahí sí que hojeamos un par de revistas para enterarnos de lo que se nos habrá escapado cuando ya no necesitemos el nuevo vestuario de primavera. ¡Umm, qué calentita la toalla!, el momento de secar siempre es bueno, y el de cortar también es la mar de interesante. Por fin se hace justicia con las uñas. ¿Sigue comiéndoselas? ¡Pero si usted ya es toda una mujer, señora mía! No todo corazón es cordial, sin embargo éste intuye que no dispondrá de mucho más tiempo para ser amable con las personas adecuadas. De su prisión en sí misma, en la que por desgracia dejó entrar a otro, el que no tocaba para ser más exactos, y en el momento que no tocaba, arranca la mujer un par de palabras agradables, como si fuese un ser humano como los demás. Las frases salen brincando de su boca para ir a parar a lo inhóspito de la realidad, suenan como si alguien las hubiese dejado marchar sin pasión, sin furia. No, más bien suenan como si un insecto hubiese dejado caer su caparazón, pero siendo el animal tan pequeño, no es capaz de producir más que un leve crujido en el suelo. Bueno. Lista. Mírese también la parte de atrás, ¿le parece bien? La peluquera sostiene el espejo retrovisor ovalado, el aprendiz le pasa el cepillo por el jersey para conseguir propina, todo sigue un curso, pero cuál, dónde se acaba. Tiempo al tiempo, no, no hay tiempo. Qué bonito, gracias. Por su buen comportamiento, reciben una buena propina. La mujer se siente como si alguien le hubiese raspado la última carne de los huesos con un cuchillo afilado y además el último hueso ya estuviese listo para el caldo. Ya hay suficientes listos aquí, incluso son mayoría. Démosle el hueso al perro. Quizás por lo menos él se nos va a comer con mucho gusto. A lo hecho, pecho. Desear algo tiene su parte divertida. Uno no llegará a saber que probablemente no llegará a conseguirlo. A lo largo de largos trayectos, por los que el viento se precipita y los animales salvajes corren a toda velocidad, esta persona recibe el calificativo de amable, agradable. Una vez le dio permiso al gendarme para sacarle una foto desnuda, ¿en qué cajón la encontraremos? En cualquier caso, abajo del todo. No hay cuidado, hace tiempo que fue a parar a la basura. Fue realizada con un objetivo concreto, pero ¿cuál? Tal vez el hombre la sacó para excitarse una y otra vez, cuando se cansaba de mirarla. ¿Seguro que no la sacó para poder observarla, cuando no tenía obligación de hacerlo? ¿O para poder reírse de ella con otros hombres, en la fonda, en el trabajo al cambiarse de ropa en las cabinas? ¿¿En la ducha?? ¡Eso sí que estaría bueno!

En una ruta romántica o en un viaje de ensueño puede uno conocer a su media naranja, ¿pero qué hacer cuando una ya lo conoce? Pues no viajar nunca más a todos esos destinos románticos. Tal vez el hombre sienta la necesidad de olvidar la soledad, tal vez para él no suponga ningún esfuerzo meterse con ella en la cama, tal vez la hubiese querido mucho si la hubiese conocido. No, el futuro me dice: ¡de eso, ni hablar! No metan ahora tanto ruido con eso, métanselo en otro sitio, seguro que ustedes tendrán su propio recuerdo, y ándense con cuidado con sus libretas de ahorro. La mujer se ha comportado durante mucho tiempo con discreción, y ahora ocurre justo lo contrario, se pasa todo el día buscando diligente e incansablemente al hombre por todas partes. Probablemente, sin embargo, el interés de ella será muchísimo mayor, sí, así es. Se enamorará de él apasionadamente, se convertirá en una planta trepadora, en una besuqueadora de campeonato hasta que el hombre tenga que temer por sus miembros, sí, justo eso es lo que ha pasado. Pero no, él jamás tiene miedo de nada. Recorrerá miles de kilómetros de un lado a otro para asustarse, pero nunca se asusta. Ella seguiría acechándolo por todas partes durante años, y ofreciéndole sus aposentos, en los que él jamás querrá vivir, a menos que ella, la mujer, se los cediera antes a su favor. Ella lo sabe bien. Nunca pararía. Una y otra vez se abalanzaría sobre él desde su escondrijo como una culebra y le metería la lengua en la oreja, porque a él una vez le gustó, la primera, pero no la segunda, en cualquier caso no si viene de ella, pero tal vez sí lo desee en secreto, quién sabe. Ella sabe que él no lo desea. No, es rápido y muy avispado, y desde luego él ya lo sabría si lo volviera a desear. Porque él ya sabe lo que quiere y lo que no quiere. A ser posible, ella se apretaría fuertemente a él hasta que, atravesándola, él ya sólo notaría las duras paredes de la casa. Ladrillo, hormigón, revoque. Eso ya le gustaría más a él. La mujer podría además dejar bien claro que estaría dispuesta a repetirlo en cualquier momento. Ella misma es una repetición de ese precioso modelo de la foto, sólo que a ella le queda de otra manera. Dónde está el plan de ejecución de obras de la casa, ayer aún estaba en el cajón. El hombre hace el parte y lo firma con su estimado nombre, que de momento aún no vale nada, pero que pronto tendrá un valor, en cuanto tenga la casa a su nombre y a ella se la quite de encima: por supuesto que te quiero, pues claro que quiero casarme contigo. Créeme, si de mí dependiese, enseguida. Si yo pudiera…, pero ahora no, un poco más adelante tal vez sea posible que nos convirtamos en pareja. Pero preferiría ser uno contigo, cómo decirlo. Pareja es demasiado poco, uno debe fundirse con el otro y convertirse en uno solo. ¡Qué! ¿No puede ser? Claro que puede ser. En esta casa puede hacerse realidad. Esta casa es limpia, espaciosa y cómoda, qué razones iba a tener precisamente yo para no querer vivir aquí. He calculado de forma precisa que ése es el camino más fácil para llegar a la casa que más adelante recibirá mi nietecito, el Patrick, de ese modo cada miembro de la familia tendrá una, pues la vieja pronto se llevará su delirium tremens al hospital y seguidamente para fuera, para el cementerio. Pero su casa tendrá que dejarla aquí con el Ernestito, que ha esperado ese momento mucho tiempo. No hay nadie que cave una fosa de dimensiones tan gigantescas que quepa dentro una casa, para ello nos haría falta una compañía del ejército yugoslavo, que ya está acostumbrado a eso. Lo que más me gustaría sería meterme dentro de la casa y cosérmela a la espalda, como un cuerpo vivo de clase media alta, quién pudiese encontrar un tesoro así, a ése le habría tocado el gordo, aunque en condiciones muy especiales. ¿Estoy hablando de la casa o más bien de un cuerpo humano? Mi mamá siempre confundió ambas cosas y se hacía pis por todas partes, por todos los rincones, y por eso yo no me aclaro. Sólo sé una cosa: los ladrillos aguantan más que la carne, el acero inoxidable todavía aguanta más, ¿para qué entonces aguantar a alguien, aunque sea bueno y afectuoso con nosotros? Incluso la pintura del armario de la cocina aguantará más tiempo que yo. Un joven abeto brota, en algún rincón del bosque. Un rosal lleno de rosas, ¿en qué jardín? Ya las escogieron todas, piensa alma mía en echar raíces en tu tumba y crecer. O algo parecido dice el poema, no estoy yo tan cultivada como para sabérmelo todo de memoria.

Lo resumo todo de nuevo, pero, como siempre, no lo puedo contener y en el último momento lo dejo caer, ¡poing!: la mujer quiere sentirse protegida y sin embargo libre al mismo tiempo. También quiere sentir muchas otras cosas, pero lo siento, no puede ser. Por su carácter, desea recibir órdenes, tales como las que sus padres le daban, lo siento, no puede ser. La situación en estos momentos es así: el hombre exige como contrapartida a sus complacencias los bienes que hay en la casa de ella. La mujer nunca podría olvidar en el futuro la extraordinaria armonía de esta relación, de modo que sería mejor que no hubiese futuro, pues la mujer ya sabe: esa enorme felicidad no la podría yo olvidar nunca. La mujer, desde la perspectiva de los sentimientos, no es engañada, pero desde la perspectiva del asunto, sí. ¿Hay que desangrarse como animal recién degollado, mientras el sol revolotea alrededor de los bienes inmuebles, aún vírgenes? ¿Hay que ajarse como yeso, mientras los deseos que uno tiene van a parar al agua, uno tras otro? Y todavía hace demasiado frío para eso. ¿Acaso hay que subirse a un coche si de todas formas apenas siente el leve peso que uno le supone? ¿Hay que saludar con la mano desde la ventana a alguien que no nos mira porque los ojos de la casa están cerrados y no se percatan de que el cielo se posa pesado sobre ellos? ¿Ven las nubecillas en la copa? No son nubecillas. Son las estrías que ha dejado el lavavajillas a pesar de haber prometido delante de millones de testigos no hacer nunca nada semejante. No es el cielo lo que aparece en esta copa, seamos justos, tampoco nadie nos lo había prometido nunca. Al que miente una vez se le deja de creer, aun cuando diga la verdad, le digo yo a este adelgazante, que no ha mantenido, sí, ¡él tampoco!, su palabra para conmigo y mi amiga, y ahora soy yo la que toma la palabra y la retengo como a un pariente querido que no tengo. O sea que tengo la palabra, no me he dado cuenta a tiempo y no hago más que decir tonterías. Perdón. Pero para usted seguro que también hay un programa en el que podrá presentar su problemática. Si incluso hay empresas y políticos que mienten abiertamente, no va a ser usted quien se mantenga fiel a la verdad en este talkshow. ¿Cómo? ¿Que usted tiene su propia verdad? Pero seguro que usted no es la única, eso también lo va a entender a lo largo de nuestro programa, que por fin podemos emitir ahora. ¡Téngalo muy en cuenta! También nos hará falta un vestido nuevo y por eso lo compramos en Fürnkranz, en la Kärntnerstraβe, una tienda muy distinguida. La mujer normalmente no compraría aquí ya, para el campo no vale la pena. El vestido es de seda estampada con flores de colores y muy caro, pero significaba mucho para mí. Es la coronación, pero no del rey Jacobo, es la coronación de una mujer que por una vez quiere ser reina en vida o por lo menos Blancanieves, a quien le da lo mismo dormir que estar despierta porque no se entera de nada. Así que duérmete, mi niña, pero primero hay que volver a casa, donde está la cama, el tráfico al mediodía no es tan malo, y cuando nos encontramos en la autopista, entonces la cosa ya tira como sea, las medianas le van indicando a uno cómo.

Nadie le tiene afecto a esta mujer, sólo se tiene a sí misma, y tiene que tomarse algo con abundante alcohol, un vino extraordinario, vino Classico no sé qué, eso es sano. Sólo con una copa cada día se alarga la vida. Pero no, ¡eso no era en absoluto necesario! En primer lugar, la mujer se viste elegantemente y, siguiendo los pasos establecidos, se sujeta de nuevo el pelo a la cabeza, así, ahora lápiz de labios, sombra de ojos, rímel. Ir al váter, y luego las braguitas a juego con la camisetita que ya llevamos puesta y que también compramos. Antes de dejar que nos peguen una paliza, nos gastamos un montón de dinero en ropa interior. También las mujeres que son como una pared de roca porque no se puede aterrizar sobre ellas se ablandan como la colada bajo el efecto del todopoderoso silanizador, del que echamos un taponcito en el último enjuague (¡es el único realmente tierno!). Pero si luego nos metemos el tapón en la boca, pareceremos tontos de remate, se lo digo yo a ustedes, entonces se nos saldrá el agua por las orejas. Ajá: ¿así que ahora se observan a sí mismos con los ojos vacíos y lo que ven no les gusta? Bueno, me parece que la determinación de esta mera tentadora de la vida, sí, ésta de aquí, ¡ya ha vuelto ella a quemarse otra vez los dedos!, la determinación ha sido correcta. ¿Dónde está la nota en la que lo hemos dejado todo escrito de puño y letra, dónde está el bote que le robamos con nuestras propias manos del mueble de baño Allibert a nuestra propia amiga, la que tenía un perro epiléptico que ya murió? No hace falta que preguntemos porque ya lo sabíamos durante todo el tiempo. Este medicamento es un barbitúrico fenílico, y además una sustancia pura con la que el expedidor de medicamentos para animales, la empresa R. de V., sortea la ley de sustancias estupefacientes de forma muy elegante, por cierto, completamente legal, bueno vale, no del todo, en la mano de un veterinario experimentado este medicamento puede florecer y beneficiar a un animal, en nuestras manos sólo puede generar cenizas, lo cual no es difícil, todos los cigarrillos pueden hacerlo; el hurto no era legal, no, fue un hurto famélico permitido, ¡no vamos a incurrir en un delito después muertos, cuando ya sea completamente innecesario! Un bote de pastillas es llevado a una boca y éstas son tragadas sucesivamente, el alcohol les sigue alegre y tranquilizadoramente, no no, no duele, no hay cuidado, e intenta pillar a esas simpáticas cositas redondas que deslizan por la garganta, ¡venga, vamos! ¿Por qué la vida de repente es tan divertida? Siempre hay que parar cuando uno mejor se lo está pasando, dice una niña que aparece por la puerta y se dirige hacia el piano, también a tientas, pero las teclas tendrá que tocarlas, si no, habrá palos, y además esperemos que sean las adecuadas. Si no, habrá palos. Sí señor, lo han oído bien: ¡palos! No es suficiente. Suena su música preferida. Ya que uno quiere marcharse, mejor montárselo de forma agradable y acogedora, ¿no? Los zapatos deberían ser los adecuados porque el camino es largo. Menuda vividora, jamás se nos hubiese ocurrido, de repente se ha convertido en una especie de matasellos que quiere dejar pronto su sello donde sea, y hemos escogido precisamente este instante en el que ya no nos podemos levantar para observar nuestros propios pasos desde cierta distancia. Así que algo queda de nosotros, qué bonito. Bueno, así que extingámonos aquí mismo, donde nos hemos tumbado, en el fondo no importa: él no sólo fue EL hombre, él es EL hombre, él será el hombre toda mi vida, el único hombre a quien quiero de verdad, siempre compararía con él a todos los demás hombres. También recibirá todos mis bienes terrenales, especialmente esta casa y todo lo que hay dentro, no, a mí no, antes puede hacer que me acompañen afuera, el entierro está ya pagado, la tumba está encargada. Recibirá lo que queda, yo al final he conseguido este bonito vestido de seda nuevo, esa coloración rojiza en el pelo y en esta copa, que me costó lo mío, tal vez me tomará a mal este reparto de bienes, en el fondo ya todo le pertenece; mis mejores zapatos de tacón negros, que no obstante he llevado ya un par de veces, y que probablemente resultan familiares al público de conciertos y óperas, entre el que quizás se incluya alguno de ustedes, damas y caballeros, tal vez le suenen del momento en el que ustedes, a quienes hay cosas que resultan penosas, miraban, al igual que yo, perplejos al suelo porque el trompetista había metido la pata al hacer su entrada. Así me gustaría a mí caer al suelo, como una nota mal colocada, pero ya estoy tumbada en la cama y no me puedo levantar ya. De ahí ya no salgo. He ocultado mi teléfono, quién sabe de lo que hubiese sido capaz si no. Tal vez hubiese llamado a los socorristas con una sonrisa socarrona y palabras de disculpa, pero ni siquiera ellos podrán salvarme ahora. Me lesionaría el cuerpo si perdiese el compás o me saliese de la fila para decir, observen ustedes, aquí estoy yo, ¿acaso voy a tener que tragarme una bombilla encendida para que por fin ustedes me vean? Prefiero tragarme esa cola de contacto, que dentro de treinta años todavía se podría encontrar en la médula ósea si alguien se tomase la molestia de inspeccionar con más detalle precisamente ahí. Pero conmigo nadie quiso ir hasta el fondo del asunto, que por otro lado no es más hondo que una palangana. No hay nadie ahí que pudiera abrirme la boca y sacarme de dentro las piezas venenosas, un procedimiento de reanimación extraordinario pero que a veces se usa. La mujer. No parece un cadáver, sólo alguien que duerme, yo diría que es un cadáver durmiente, si es que eso existiese, incluso muy atractivo tras la muerte, que alisa el cutis, sólo con un sagrado desangramiento podría uno conseguir una puntuación tan alta después de la muerte. Pero entonces uno estaría azul pálido o algo así. Pronto ya no habrá posibilidad de fase de reanimación porque ya no hay vida animada. Bien, llegó la hora. Los ojos ya no pueden permanecer abiertos para que alguien, no especialmente interesado, intente leer en ellos. Ahora comprenderán por qué en el mundo de los cuentos y las leyendas el largo sueño de los personajes se descubre tan a menudo como un estar vivo enrevesado y disimulado, es una cuestión de imagen. Podemos escoger: caer muertos, perder el conocimiento o hacerse el muerto o estar muerto. No se preocupen, esta muchacha entrada en años sólo duerme, sin beso para dar su consentimiento pero con una autorización notarial en el sobre que hay al lado de su almohada. El niño de mamá apostó con orgullo por sus propiedades, y se salió con la suya, la propiedad puede ahora marcharse. Nadie va a quedarse delante de la puerta con el reloj en la mano esperando a que vuelva a casa. Por mí también puede marcharse, ir a parar a otras manos, porque de vez en cuando las propiedades necesitan un cambio. Un escalofrío recorre a la mujer, una última vez la nombraré por su nombre, ¡ay!, ahora se me ha escapado, tal vez no lo he sabido nunca, aquí no aparece en ninguna parte, ¿verdad?, a mí ella tan sólo me encargó escribir esto. Cuidado, el sueño quiere venir ahora, estén tranquilos, todavía tengo la palabra, el sueño golpea en esta puerta, sube decididamente hacia la base del cerebro, entonces trepa por ella para ganarse una predisposición psicológica favorable. Ven, dulce sueño, ¡adelante! Cuando todo calla y uno habla, la hora se llama clase, ¿quién quiere salir voluntario? ¿Nadie? Bueno, entonces hablará la química en mi lugar, ¡por lo que a mí respecta…!, y dice: de depresión respiratoria a paro respiratorio, de debilidad del sistema circulatorio a fracaso circulatorio (baja temperatura y disminución de la actividad renal hasta la anuria, de ahí el nombre de Bárbara Anuria). Dejémoslo así. No hace falta que nos ocupemos más de las ampollas en las zonas de apoyo, un vestido de boda demasiado tardío y algo accidentado, el corazón muerto también revelará los síntomas de «corazón moribundo» en el electrocardiograma. No había dependencia a este medicamento, cosa que hoy en día también sería algo extraordinario, pues estos medicamentos no están nada de moda. No puede haber razón lo suficientemente concluyente como para recetar esos medicamentos a embarazadas, por favor, si usted es médico no lo haga tampoco. Quién puede obligar a quién hoy en día. Ni siquiera se puede obligar a alguien a llevar falda en lugar de pantalones. Una mujer se rinde a sus propios pies, pero la cama se lo impide, al vestido por su parte sólo se le permite la caída, como exigen las buenas maneras. A esta persona la envían a otro sitio, la dirección ya la lleva puesta, lo mejor de ella se puede palpar aún, son ladrillos, es cristal, hormigón, acero y yeso. Nada más. Qué ridículo que los pájaros tengan que trinar, o que uno se lleve a la boca a otro y que aun así no encuentre la entrada.

Fue un accidente.