8

La vida no se puede atar y desatar como se hace con un par de esquís con los que uno se desliza por la naturaleza, a través de esta fabulosa, aunque a veces cubierta de nieve, riqueza en aminoácidos y vitaminas, que no se pueden conseguir solamente mediante la aventura. Los aminoácidos y las vitaminas hay que tomarlos de forma adicional, al revés que las plantas, que pueden producir estas sustancias ellas mismas. Toman los elementos que necesitan, elementos que tienen que hallarse de forma aprovechable para ellas, ¡y andando! Un suelo fresco contiene todo esto en cantidades suficientes, los suelos gastados no, están agotados porque durante demasiados años se les ha exigido siempre lo mismo, necesitarían diversidad urgentemente. ¡Ajá! Este suelo se ha agriado. Eso no está bien. Hay que reducir la acidez, como sea, pero la forma en que se suele hacer casi siempre es incorrecta. Las personas se agachan sobre su suelo, que siempre les parece demasiado poco, demasiado pequeño, aunque la mayoría haya pecado por exceso y le haya agregado demasiado, sobre todo cuando el suelo se encuentra en el agua. A diario uno se ensucia y se limpia, jamás se va muy a fondo. Las gentes se reúnen ahora en el pueblo y hablan sobre una joven fallecida. Los incesantes círculos de agua que nacen de ella no parecen tener origen alguno, por lo menos no se conoce ese origen. La joven fallecida se ha convertido en algo vago. Cuanto más se habla de ella, con mayor sensacionalismo y mayor gravedad, más parece alejarse de los pequeños contenidos de su vida, a los que estaba entregada en vida. Esta Blancanieves ha permanecido un par de días en su oscuro y frío ataúd de agua, largo largo tiempo, ¡no!, sólo un tiempo relativamente corto, y no ha iniciado su descomposición. El cadáver se ha mantenido fresco en el agua, pero, eso sí, como cadáver. Ningún príncipe lo podría resucitar, y si llevara a la muchacha consigo a su habitación, ésta se pudriría, olería, se llenaría de gusanos, manchas de muerto, le seguiría la verdosa demudación de color de la pared abdominal. Durante un tiempo, la rigidez permitiría colocar a la Gabi de pie. Rosas de cementerio florecientes en las mejillas, ¡no!, eso no, pues no se produjo ninguna penosa y poco práctica batalla con la muerte. Los vaqueros blandos como hojas en su bolsa de agua, en la bolsa de plástico verde. Esta Blancanieves murió por la estrangulación del glomus caroticum, en sí mismo un ganglio simpático. El nervio vago, el décimo nervio del cerebro, queda entonces completamente paralizado, y en el acto le sigue la muerte súbita. Así que no fueron necesarios nuevos intentos para matar a esta muchacha. Nada de peine envenenado ni de manzana envenenada hasta que ya no sale aliento de la criatura. Nada de conmociones, salvo en nosotros, cuando la muchacha cae al suelo y de su boca sale disparado el corazón de la manzana. No fue ningún objeto lo que trajo la muerte consigo, fueron los brazos de un cazador de hombres, y ningún golpe certero y rotundo en la espalda ha podido devolver la vida a este cuerpo. Primero hubo una ligera, más tarde violenta, agitación, una boca que parecía hecha para ser besada, pero no encontramos ningún componente tóxico que hubiese podido dañar gravemente a la chica, sólo vemos que la respiración ya no entra en ese pozo humano viviente, en esa cavidad respiratoria. La respiración ha desaparecido, las rosas de la muerte lucen o no, depende. Pero desgraciadamente los policías encargados del caso sólo conocerán e interrogarán al novio oficial, que semanas más tarde llevará el féretro junto con cinco compañeros de la escuela, sin tropezar, no sea que algún trozo de manzana salga disparado de alguna boca y la novia vuelva así a la vida. En estos momentos el novio no sale de su asombro, pero podría ser puro teatro, sigamos preguntándole de todas formas, de momento no tenemos a ningún otro, preguntemos a este muchacho guapo y aplicado, que no es un príncipe pero que sí tiene algo que ofrecer, a lo que ya había agregado por si acaso a la Gabi, se lo había insertado como un chip que ojalá funcione. Preguntémosle por qué pudo superar tan sereno e impasible el ejercicio de oratoria a primera hora. El novio cae en la cuenta ahora: esa pieza, la Gabi, desgraciadamente ha fallado y con ella el aparato entero. Para cuando uno se da cuenta, ya es siempre demasiado tarde. Ya nada funciona. Los que están a la altura de la existencia conocen bien esos aparatos electrónicos, pero incluso cuando se estropea algo insignificante tienen que entretenerse horas y horas con ello hasta que llegan a impacientarse de verdad, y rápidamente le cambian al Gran Aparato un par de piezas, gato por liebre, y confiando en que el aparato no se percate y no se lo tome a mal. ¡Un momento! Veamos. La vida puede seguir. Todo vuelve a funcionar, con su permiso. Hagamos un nuevo intento de equiparar a la Gabi con Blancanieves, dejemos que las aguas corran a toda velocidad hacia arriba, en contra de sus intenciones, precipitémoslas hacia arriba para que se renueven y se purifiquen, eso es, por una vez en la vida volver a la pureza, desde los váteres, los lavabos y las bañeras hacia arriba, hacia el cielo, para que puedan precipitarse de nuevo sobre la tierra. Si para ello le sacamos a la muchacha el módulo nuevo, ése que en estos momentos impide el funcionamiento, el pedazo de manzana envenenada, ¿vuelve entonces la cría a funcionar? No, sigue sin hacerlo, tal vez habría que introducirle una pieza completamente nueva a esa muchacha que no se parece a una muerta sino sólo a una durmiente, habría que introducírsela para conservar esa impresión positiva, pero mejor, más completa, en el mejor de los casos de modo que volviese a la vida. Por favor, ¡tomen asiento! ¿Qué es lo que falta ahora? La calma del acuerdo entre Gabi y su novio, que definitivamente se ha roto. Ahora, y en adelante, en el mejor de los casos ella irá al lado del joven como una invisible, lo que por lo menos tiene la ventaja de que podrá marcharse sin ser vista cada vez que él lave su coche. ¿A cuenta de qué debería quedarse? No se puede obligar a nadie. Algunos de nuestros queridos muertos se marcharon en contra de su voluntad, la mayoría de ellos no quería, pero tuvieron que hacerlo. Querían saber cómo es el otro lado, pero en realidad jamás quisieron saberlo por ellos mismos, como mucho a través de los medios de comunicación, eso hubiese resultado más cómodo que tener que ir hasta el lado oscuro, el otro lado, hermano del sueño en el que todo animal puede continuar con lo ilimitado, ¡no!, con lo limitado de su existencia. Pero no todo ser humano puede, sino que debe parar y abandonar el juego. No importa qué haya hecho, después de todo, la muerte se halla en él como una enfermedad, y toda enfermedad le recuerda de inmediato que desgraciadamente debe morir, pero que con ella todavía no ha llegado a su fin. ¿De veras creen ustedes que con la muerte derivamos en espíritu, si no hemos conocido el espíritu durante la vida? ¿De dónde demonios vendrá tan de repente, especialmente si la muerte, como la de Gabi, llegó de forma tan inesperada? Sobre esta agua, en el lago en el que la fallecida estuvo un par de días, bien envuelta, como si se hubiese querido mantener al agua alejada de ella mucho antes, se alojó allí para ser conducida hasta la orilla por la fuerza de atracción de todos esos gendarmes y sus remos, no flota ningún fantasma, no, eso no, pero tampoco veo yo a ningún espíritu por mucho empeño que ponga en ello. Tampoco hubo ya tiempo de ir a buscar a un padre espiritual. Sólo algunos excursionistas pasaron después por el sendero que da la vuelta al lago: tres hombres con pantalones de alpinista hasta la rodilla, botas de montaña y anoraks, pero no vieron nada. Probablemente no miraron hacia el agua, sino a través de los visores de sus prismáticos y cámaras, pero no encontraron nada. No importa que no hubiese ningún espíritu allí, pues si el ser humano tuviese espíritu, sería Dios y sería inmortal, y eso a Dios ya le resulta algo aburrido. Así que en Gabi debería haber habitado un sentido, con el que ella hubiese podido seguir de cerca y observar el proceso de su propia vida. Debería haber tenido ese sentimiento: todos en una, no una para dos, no, una para uno solo, así es como piensan a menudo las mujeres, creo, cuando piensan en los regalos de boda, o por lo menos en un cálido cuerpo fijo allí, un lugar completamente inadecuado para él y en el que casi nunca quiere quedarse, si es que llega hasta allí; este cuerpo es distinto y quiere estrechar vínculos sexuales distintos, mejores, y, por cierto, ése de ahí también. No le resultará difícil, pues ha estado mucho tiempo solo. El gendarme. Le gusta bastante esta mujer y la de ahí delante también, pero por parte de ella la simpatía es mucho más grande. Por favor, quiero que seas mi mujer, quién quiere oír eso hoy en día. Bueno, ella querrá oír eso, y estará de acuerdo enseguida. Pero yo no quiero darle el gusto ahora. Una convivencia burguesa en una sólida posición, que hace tiempo ella abandonó poco más o menos porque una existencia de artista le pareció enormemente seductora, aunque después no lo fuese. No tengo yo previsto que las personas se entreguen unas a otras, pero otro sí tiene previsto que, en la muerte, retornen a su especie, de la que se tomaron prestadas a sí mismas sólo por un breve espacio de tiempo. Como ocurre a menudo, uno no se encuentra precisamente cuando finalmente debe retornarse, uno ya ha tenido que pagar tasas por descubierto sin siquiera haberse conocido mínimamente en el libro de la vida. Uno no acaba de gustarse a sí mismo, pero no por eso quiere uno entregarse; y a los seres humanos todo les aparece desierto y vacío, un desierto de agua, uno de hielo, una autopista en la que un conductor suicida se dispone precisamente ahora a transformar la particularidad, el duende del ser vivo, de esta madre con el niño pequeño en el asiento para niños, de este conductor de un camión de reparto lleno de vestidos de mujer, pero sin mujer dentro, (¡ay!, ¡otra vez no!), de este estudiante que acaba de recoger su ropa limpia en casa, en algo simplemente vivo e inmediatamente después muerto. Estas personas, estos muertos golpeados que al fin y al cabo vienen de golpe, pues creo que nadie intuye el último momento, o por lo menos no lo percibe, seguro que consiguen retornar al tiempo anterior a su nacimiento. Seguro que algunos de ellos están una buena temporada sin saber que están muertos, y los compañeros que les salen al paso probablemente tampoco lo saben, en general no aparecen en ningún periódico en el que fuese posible volver a leer sus apreciados nombres, e incluso en la pantalla sólo se muestra la chatarra abollada, a veces reducida a carbón, como si eso hubiese sido lo más importante de ellos. ¿Creen ustedes que con ello contribuyen a que la naturaleza pueda tomar conciencia de sí misma como espíritu propio? Si ustedes ni siquiera muestran el espíritu en la televisión para que cada cual pueda comprarse uno igual o parecido… ¿Y cómo vamos a llegar hasta él si antes el hombre del tiempo no ha anunciado este alud de nieve derritiéndose? Así. Y a Dios ustedes sólo lo muestran encarnado en oro, plata o mármol, con lo que ha llegado él a trabajar y con las responsabilidades que ha asumido justamente para dejar atrás la materia, lo material y para finalmente poder retornar a sí mismo, en forma de espíritu, como espíritu que se encuentra en buena forma (de todos modos los seres humanos no representan para él una competencia con la que él pudiese medirse, ¡no en vano fue él quien los creó!), para volar por todos lados, metiéndose en las personas, saliéndose de ellas, a su libre albedrío. Bueno, a ver, dentro o fuera, por lo que a mí respecta: yo no soy un aeropuerto, ni siquiera soy una parada de taxis. Otro paso adelante, no, tan lejos tampoco, ¿acaso no ven ustedes que ahí empieza el precipicio hacia el valle del infierno?, la caza ha sido arrendada por un industrial de Alemania que se ha retirado de los negocios y sólo desea dedicarse a su joven mujer viva y a sus animales muertos de todas las edades. El suelo es bosque federal (en realidad: propiedad de los Habsburg, pero olvídense de ella, a menos que Zvominir Habsburg les reclame personalmente a ustedes que se lo devuelva apenas haya podido pronunciar tres palabras, entonces ustedes saldrán de su casita con una escopeta Flobert para la que habrán ahorrado con esfuerzo, y alejarán de un soplo al pretendiente al trono, pero un aliento de su respiración les podrá apartar de un soplo a ustedes, y las cámaras querrán estar ahí presentes, pero llegarán demasiado tarde, sí, eso es TODO lo que no obtendremos jamás: consideración), los zapatos sobre los que se erigen ustedes los han comprado en Dusika Sport, en el Shopping City Sur los habrían encontrado a mejor precio, los conductores de autopista son propiedad del gendarme, que encima recibe dinero a cambio de ellos, y de esa manera lograrán ustedes, además, que la naturaleza llegue a matarse a sí misma, y que llegue a considerar eso como su único objetivo. Mudará su envoltorio de visibilidad y sensualidad, agujereada como la oruga, o quien sea que haga eso, agujerea el último capullo hasta que la mariposa está formada del todo. El imago aparece entonces reluciente, abriendo las alas, la imagen perfecta del animal perfecto, encima del lago, pero para la joven fallecida esto no representa ningún atractivo, ella no puede escapar de su crisálida, la cubierta de plástico, y volar por sí misma por los aires. Ella será materia en suspensión en el agua en caso de que no se la encuentre a tiempo, como de hecho ha ocurrido. En la muerte esta muchacha se ha desprendido de su envoltorio de crisálida, pero no se ha convertido, como el Hijo del Hombre, en Dios, qué pena en realidad. Parece que su muerte hay que considerarla más bien como algo negativo, veamos si también lo negativo tiene un sentido, sí, lo veo, podría ser la punta de algo que el ser humano puede conseguir como naturaleza, y eso es la punta de un iceberg. Desde la punta helada de esa montaña puede ver mucho mejor a Dios, pues así se habrá acercado a él de forma considerable. Para nada bienaventurados los que se lo crean. Su naturaleza, la naturaleza de la joven fallecida, se quemará a sí misma como si fuese un barco, se abrirá, por detrás, en caso de necesidad nadará, y aparecerá de nuevo en forma de espíritu joven, bella, guapa, laboriosa. Y ahí lo tenemos también ya, al recién creado lepidóptero, bellísimo, bienvenido seas, normalmente sólo nos llegan viejos, querido espíritu recién nacido que no trae ni zapatos ni bolsos, escojan ustedes mismos en el ropero, tenemos en el almacén millones de bolsos y zapatos sin dueño a los que hemos quitado las personas. Primero pensé que la Gabi llevaba sus zapatos todavía, pero ya no están, perdón, fallo mío. ¿Quién sabía que las suelas de los zapatos contienen pistas directas que pueden conducirnos hasta el asesino? Yo debería haberlo sabido. Otro lo ha sabido. ¿Quién le ha quitado los zapatos y dónde están ahora? Por cierto, les aconsejaría urgentemente que no diesen ese paso hacia lo desconocido que Gabi tuvo que dar, ¡Dios mío!, demasiado tarde, ahora ya conocen lo desconocido, se encuentran abajo en pleno desprendimiento de rocas y pueden probar todo eso en ustedes mismos. Pero en el orden adecuado. Bajo ningún concepto pueden ustedes ser primero espíritu y después fallecer, si no, será posible observar cómo se transforman y después vagan incesantemente, y sin la luz de los proyectores, sólo bajo la lámpara roja del tabernáculo del que Dios hace tiempo que se mudó porque encontró una vivienda más grande, bajan zigzagueando por las laderas cubiertas de nieve, sin que ustedes mejoren o embellezcan por ello, durante la noche, cuando en todo caso la visibilidad es mala, pero a los muertos naturalmente sí se les ve. Irradian una luz tan clara…, aunque para nada feliz. Los muertos. Actores y espectadores en uno. Se convierten muy raramente en espíritus porque, como se dijo, no encuentran en ninguna parte espíritu en el que poder introducirse como los icneumones. De ser así, devorarían el espíritu para poder sobrevivir. La muerte bien podría disculparse con nosotros cuando acude demasiado pronto, pero no lo hace, el ama de casa todavía está ocupada maquillándose, peinándose y removiendo la mayonesa de la que no saldrá nada, lo veo en el acto. Creo que ya lo he dicho varias veces: sólo en la muerte y en las olimpiadas la participación es lo único que se exige, pero yo añado ahora que nosotros, gracias a las entradas para nuestra propia muerte (para las que hemos hecho cola horas y horas frente a la casa de la abortera, que al final nos ha mandado de vuelta para casa porque ya estábamos muy avanzadas y desgraciadamente teníamos que nacer) nos hemos convertido también en parte de la autorrealización de Dios, sí, ése es su pasatiempo y su trabajo, y evidentemente corre otra vez a nuestras expensas. Los precios del gimnasio Manhattan son realmente prohibitivos incluso para Dios. Probablemente ustedes, que tomados de uno en uno dependen tanto de los demás que tienen que leer libros para tener por lo menos una idea del espíritu, son sólo abono para el proceso de salvación, que consiste en que uno tiene que disolverse, despedirse, ya está, ya pasó, ¿cómo se puede glorificar hasta tal punto la necesidad de tener que morir?, es mi único consuelo completamente personal, por favor, perdónenme. De esta joven fallecida me hace gracia su estupidez al confiarse a un animal feroz, al conducir una manita hasta su bragueta, desde cuándo necesita algo así un animal que casi siempre va desnudo, sus palpitaciones apenas se aceleran cuando derriba a su presa, y cuando el animal tiene que trabajar, no puede mear al mismo tiempo, de eso se encarga, creo recordar, la noradrenalina o la suradrenalina, que entonces lo expulsa hacia fuera. El animal. Repetiría esas acciones en cualquier otro momento con tal de mover algo, dice el animal. El que trabaja para una organización benéfica islámica o algo parecido y gana dinero con ello vive en peligro, dice otro animal, una bestia llamada Fuchs, de Gralla, después de explotarle sus propias manos y de haber recorrido el camino de todo lo terrenal detrás de sus manos, que le enseñaron el camino. El uso de la violencia es siempre imprevisible. Así es. Qué bien que la bestia Fuchs pudiese hablar un poco con nosotros antes, sobre su verdad completamente personal que curiosamente no me resulta más particular que todo este país entero en el que me encuentro ahora mismo. Mejor, el país se ocupa ahora un poco de sí mismo, para no asustar a otros.

A esta joven muerta la abrirá ahora el médico de arriba abajo, le serrarán el cráneo, de todos modos no hay perspectivas para la esperanza, y de su mano, que en un pasado sintió, le quitarán una esclava de plata para devolvérsela a la familia. Muerte. Su horror se lo debe únicamente a la unión de individualidad y dejar-de-ser, me parece. Si todos fuésemos iguales, también la muerte nos daría igual, pues sólo podríamos morir como especie y no podríamos informar a nadie de ello. Observen, por ejemplo, este espíritu, se trata de uno completamente nuevo, un grupo de personas lo ideó cuando se percataron de que jamás se parecerían más a Dios que en ese episodio piloto en el que podrían obtener el dominio sobre sí mismos y sobre nosotros con un ataque sorpresa. ¡Por lo menos una vez! Ustedes mismos pueden comprobar cómo ese escaso espíritu que así surgió se irá esforzando en alcanzarnos inútilmente en los próximos capítulos cada noche antes de las noticias, para, de entrada, superar en horror a las noticias, y así lo intenta también hoy desde la Set TV, ya que sin la prueba no lo puede conseguir: engreírse. El espíritu es experimentar de forma incesante (se reconoce en él la conciencia de la inutilidad de sus intentos, creo yo), experimentar una y otra vez desesperadamente, sin resultado. Si ustedes no lo comprenden enseguida pueden volver a leerlo teletextualmente en el teletexto de la Radiotelevisión Austríaca; el espíritu se esfuerza mucho en hacérnoslo interesante, para que por fin nos fijemos, o lo que sea. P. ej., hoy se anuncia: accidente ferroviario en Noruega, de modo que sería mejor que no viajasen a Noruega. ¿Han entendido esto por lo menos? Pero no sirve de nada, porque mañana habrá algo completamente distinto, todavía más espantoso, pero en otro sitio. El televisor es el paradero preferido del espíritu inmortal, incluso su lugar de nacimiento, porque no parece querer alejarse de él. No hay de qué maravillarse, allí está bien calentito, para él es casi como si todavía estuviese dentro de la cabeza. Tal vez también sea el televisor el único lugar donde el espíritu todavía puede tener la esperanza, contra su propia convicción, de que le prestemos atención. Y de ese modo lleva a cabo su legítima obligación en el proceso de nacimiento, desarrollo y muerte, vemos el programa «Universum» y constatamos que la bella mariposa ha aparecido ya y le ha deparado un destino horrible a una hoja de col, y por eso le damos de porrazos. Eso también lo habríamos logrado sin el televisor. Uy, pero él no lo sabe. ¡Ahora lo habré ofendido! Y eso que lo quiero tanto… También puedo vivir sin él, pero no se lo digo. En el fondo todo funciona por sí solo. Antes el espíritu era el mundo entero, hoy es, p. ej., una serie familiar que le achicharra los pies si no sigue corriendo de inmediato hasta el capítulo siguiente, siempre por delante de la publicidad, perseguido por ella como por una leona de mal humor. Siempre mantenerse en movimiento hasta que podamos ver a Dios nuestro Señor, que posiblemente nos ofrezca una imagen más débil, más borrosa (¡y eso sin que el aparato esté estropeado!) que en el documental sobre naturaleza de antes. Además a Dios sólo le toca una vez a la semana, los domingos al atardecer, antes de la película en prime time. Y si sale antes, apagamos el televisor. Y si de repente aparece de improviso otra vez, a veces sale disfrazado de obispo para que podamos acostumbrarnos a su aspecto, concretamente con la apariencia del señor Horst Tappert, que ha empezado una carrera completamente nueva, porque esta vez él también quiere mostrar algo de espíritu, en cualquier caso más que antes. Esto parece que se pega. Cuando parecía que estaba casi muerto, esta botella se acerca a nosotros para que la vaciemos. En eso tengo que darles la razón a los críticos de Hegel, todo el dolor, todo el pesar, todo el mal, el todo total, toda la muerte en sí misma, todo esto no conseguirá que al matadero de la historia acuda siquiera un único, inocente, inoportuno cordero menos. Dios creó y después no desperdició ni un solo pensamiento más sobre lo que había hecho, me apuesto lo que sea. Demasiado a menudo he echado pestes al respecto, ya está bien, debo aceptarlo de una vez por todas, y afortunadamente eso también supone el final absoluto de que nunca más desee volver a escribir nada. Ahora yo, pobre criatura del mundo, deseo encontrarme personalmente con el espíritu del mundo para que me envíe una sugerencia completamente nueva sobre cómo podría dar yo forma a mi ingenio —que una vez también, en carnaval, ante legos, disfracé de espíritu, pues seguro que nadie me suponía, precisamente a mí, bajo ese disfraz— de forma más consciente y ambiciosa, especialmente la parte del contenido, ése es mi punto débil; enunciaré aquí un dogma que dice: ¡eso no me lo creo ni yo! Es mejor que evite el espíritu como hasta ahora y que en lugar de eso me muestre a mí misma, completamente perturbada por mi importancia, personalmente, tal como soy. Yo soy yo. Nosotros somos nosotros. Yo no importo nada, pero tengo cierta importancia, vean ustedes mismos. ¡Tal vez sea incluso más importante que ustedes! Con eso por lo menos me he conducido la mar de bien hasta ahora, aunque coche no tengo. Si yo no lo creo, ¿cómo van a creer ustedes que se puede viajar sin llenar ni una sola vez el depósito con algo? Su grupo de viaje se ha reunido en el andén número cuatro hace una hora, pero también ese tren se ha marchado ya. Así que si el espíritu del mundo, contra todo pronóstico, efectivamente llega a presentarse porque yo no me he presentado ante él, haré todo lo que esté en mi mano para, con una única mirada altanera, mandarlo a él, que me ha hecho esperar tanto tiempo, de vuelta por el camino por donde ha venido. Ahora ya no lo quiero. Andando. A la iglesia. Allí no me ven el pelo. De esta manera no lo voy a encontrar y por tanto no tendré que deshacerme ya más de mis propios pensamientos. ¡Bravo! ¿He oído bien? ¿Bravo? Así que ahora ya no necesito para nada el espíritu. He sido declarada absuelta, perdonada por Roma, marchando, marchando a las Maldivas, ¡volando al sol! Y por fin vivir, tal como nos lo muestra a diario un partido entero compuesto de muchas personas tostadas por el sol. No sé bucear; nadar, con dificultades. Además no he perpetuado mi especie. De todos modos, para compensar, tampoco he recibido subsidio familiar ninguno en concepto de hijos como la madre de Gabi, nuestra joven Blancanieves, cuyo despertar aquí, desde una perspectiva médica, ha sido formulado de forma poco precisa y con pocas garantías científicas, tal vez porque ya no se ha despertado. Los legendarios duendecillos del agua, que cortan un lazo en pedazos, de modo que la muchacha respire primero y después vuelva a la vida. No encontramos mención alguna, ningún indicio de que se haya reiniciado la actividad cardiaca en el despertar, y tampoco se puede registrar respiración ninguna como signo adicional de un proceso de reanimación. ¿Dónde está el abrir de ojos que conlleva este proceso? ¿Quién oye la famosa exclamación «Sólo estaba durmiendo», con la que los aparentemente muertos como Liz Taylor, también ella una hermana de la muerte, vuelven a la vida? ¿Dónde están los periodistas ahora que quiero despertar? No, nuestra pequeña y más joven hermana de la muerte no duerme en su ataúd negro y húmedo, en el plástico verde que la envuelve. Está realmente muerta. Absolutamente. Lo absoluto por antonomasia. Por toda la eternidad, como El Espíritu que, a pesar de tener yo tan poco talento para él, desgraciadamente me la ha jugado, igual que el muñeco de los caramelos Kirstein-Blockmalz, pero: ¿qué es lo que me ha hecho? Ella estuvo en televisión, cierto, varias veces ya, pero a pesar de ello, esta joven fallecida ya no puede alcanzarnos. En cada uno de nosotros morimos todos, muere nuestra especie especial al completo, pero no la mía, pues no fundé ninguna y no continué ninguna. Que otros buenamente lo hayan hecho no es ningún consuelo para ellos cuando la guadaña sisea en sus oídos enjuiciándolos. Pero las más de las veces no estamos en nuestro sano juicio, ¿por qué precisamente en la muerte debería ser distinto?, en esa situación tenemos otras cosas en las que pensar: llorar, respirar, rezar, prestar atención a la actividad cardiaca, supervisar la capilla ardiente, confiar en una escena de resurrección y saber que tampoco esta vez va a producirse, despedirse, luchar en contra, consentir las turbaciones, gritar y rascar con los dedos por encima de la capa de nieve, de agua o la que cubre la cama Y ADEMÁS: en toda ocasión, pero realmente en toda ocasión, buscar un significado distinto que no sea de la propia incumbencia y que pronto será sustituido por un féretro flotante que absorberá malos olores y líquidos pestilentes. Uno carecía de importancia y sigue careciendo de ella ahora, salvo para los más allegados, para los que sí tenía alguna importancia, pero ésos son los que a menudo se alegran de que por fin hayamos desaparecido y de no tener que ocuparse de nosotros y de que no pudiésemos llevarnos nuestro dinero y lo dejásemos ahí.

Todo ha sido dicho, tal vez alguno haya dicho demasiado y ahora se ponga horrorizado la mano delante de la boca, pero Dios se cruza constantemente en el camino de su hijo, que sencillamente es más joven y guapo que él, ha reunido a un montón de jóvenes a su alrededor que le ponen muy caliente, y Dios ya se arrepiente de haberlo recogido de nuevo y aceptado en su seno. Gracias a eso pudo rejuvenecer, ciertamente, por lo menos eso parece, pero también cuesta más esfuerzo concurrir con la juventud, hasta que uno llega a los 47. Jesucristo quiere hacer deporte, Jesucristo quiere procurarse trabajo y captar almas, Jesucristo va acumulando constantemente errores y construye con ellos verdades eternas, el artesano, vaya, no es que sea muy hábil en eso. Y en este momento los gendarmes van, incasables, de casa en casa, y llevan a cabo sus interrogatorios, eso también tienen que hacerlo ellos mismos, eso no se lo quita nadie. Les cae encima un alud de historias, sustituido a veces por un silencio obstinado, persistente, como un desprendimiento de piedras en el peñasco malhumorado de Neuberg, desde donde a veces baja retronando durante días, para parar después durante días, y adorna los techos de los coches con abolladuras, aunque Dios nuestro Señor tiene para estos casos ornamentos más bellos, coronas radiales enteras que se arrancará cuando se entrometa demasiado en nuestras vidas. Pero no lo hace. Aquí está la oficina de la empresa en la que Gabi ha estado trabajando, y también aquí está él, el crucificado, en la oficina del jefe, colgado en una esquina y no por ahí por el suelo. Un crucifijo moderno y sencillo, comprado en una tienda de artesanía, por su precio irrisorio casi se destornilla de risa, desprendiendo así a la afamada víctima sujeta al objeto, que, entretanto y a mi entender, es más inmortal que el deportista de encima, al que podríamos dejar de lado tranquilamente; sí, no les engañan sus ojos: debajo hay una vela y un jarrón en forma de corazón en el que hay un ramito de flores artificiales, así es como le gusta a la secretaria del jefe, que se distingue de todas las otras mujeres de la empresa, y siempre ha destacado gustosamente esa distinción en su apariencia, p. ej., haciéndose un peinado teñido y enlacado como con hormigón. Y además hay otra apariencia, que se distingue de la secretaria por el hecho de que ya no aparece: una joven muerta. Ésa es la causa de la agitación que reina en la empresa. Si la joven aprendiza de comercial ya está muerta, ¿a qué viene andar revolviendo en su vida e ir dejando huellas que más tarde se podrán confundir con las del asesino? Realmente fue sólo una vaga insinuación de una amiga. Sigamos esa pista ahora, ya hemos seguido otras muy distintas que no nos han llevado a ningún sitio, y a menudo hemos hundido nuestras cabezas en las manos, siempre una cabeza en dos manos o en un cubo de arena, que borra todo lo que va a parar a sus dedos. ¿Es que no se les ha ocurrido a ustedes nada sustancioso, nada de nada? Cualquier detalle, por pequeño que fuese, podría ser importante, por favor, reflexionen. Entonces una compañera menciona que la Gabi, precisamente porque todavía estaba haciendo las prácticas, era la única de la empresa a la que se le devolvía el dinero de los billetes de autobús. Los funcionarios alucinan enseguida: ¿todavía tenéis esos billetes? Por supuesto que los tenemos. Miren: todos los billetes aparecen pegados como Dios manda en hojas DIN A-4. Gabriele Fluch se ha embolsado quince chelines por cada uno de ellos. Uno toma lo que puede tomar y luego echa a correr y mira hasta dónde puede llegar con eso. No lo bastante lejos. Los funcionarios se llevan consigo las hojas y descifran los códigos numéricos impresos en los billetes al cancelarlos. Resultado: más de la mitad de los billetes fueron comprados en estaciones completamente distintas, a menudo incluso proceden de la dirección opuesta a Mürzsteg y Frein. Ahora ya tenemos otro indicio y colocamos ahí una correa para no volver a perderlo y poder agarrarnos; del mismo modo que los barcos de nuestras vidas, que a veces se balancean y cabecean, nosotros también la podemos necesitar. Aparecen varios compañeros que una y otra vez dieron a la muchacha sus billetes usados. Dicen que no vieron nada de malo en eso y jamás preguntaron. Sólo una compañera, con la que Gabi merendaba a menudo y después tomaba su yogur, lanza a los pies de los funcionarios un pequeño hallazgo, que previamente ha estado royendo durante largo tiempo, de modo que ya no queda mucho de él: había alguien que la acompañaba, me lo dijo una vez la Gabi, pero no se lo podía decir a nadie. Y otro compañero se acuerda de haber visto a la Gabi en la empresa cuando el autobús de Mariazell todavía no había llegado. (Lo que más tarde corroborarán otros empleados de la empresa). El agua narrativa fluye ahora, también entre los compañeros; casi todas las manifestaciones del agua me parecen bellas, sobre todo las de elevada graduación, también el elemento helado es agradable de ver, tal vez también de comer o para patinar, pero no para andar encima. Y el vapor, en realidad tampoco me gusta mucho, prefiero avanzar a trompicones por la rocalla de la historia, ahí sé dónde me encuentro y a qué debo atenerme, es cierto que mis pies resbalan con más frecuencia de lo que desearía, pero eso no es tan traicionero como el vapor, que enturbia, y el hielo, que viene a mi encuentro por abajo e inesperadamente me arrea un sopapo. ¿Por qué han levantado la carretera de repente, es acaso una cama plegable? Un empleado afirma haber visto una tarde a la Gabi en Mürzzuschlag yendo a correos, donde echó cartas comerciales. Abandonó el edificio antes que él. Él mismo volvió directamente para casa en coche. Para ello pasó por delante de casa de los padres de Gabi y la vio cruzando ya la calle: mucho antes de que hubiera podido llegar el autobús. O sea que alguien tuvo que llevar a la muchacha hasta casa en coche, pero ¿quién? En aquel entonces la Gabi todavía no era un espíritu, ésos ya están de vuelta de todo, de modo que tampoco podía adelantarse a sí misma porque todavía no se encontraba en la eternidad y aún sabía dónde es delante y dónde detrás, qué es pasado y qué es futuro, aunque ella misma ya no había de vivir personalmente su futuro. Qué sabrá un extraño. A ese vehículo se remite el hasta hora único indicio concreto del vecindario: un vecino de casi enfrente confirma que una mañana vio a la Gabi salir de casa y subirse sin demora ni tardanza a un coche aparcado en la esquina. Ese vecino, un leñador jubilado y cazador furtivo en activo todavía, como la mayoría de los hombres de por aquí, afirma que la muchacha tenía todo el aspecto de esperar a ese coche precisamente en ese lugar. De modo que se subió sin titubear o sin siquiera dialogar o conversar con el conductor. Cuándo fue eso, de qué modelo era el coche y quién estaba dentro, de eso el vecino no tiene ni idea. La mayoría del resto de los vecinos calla. Siempre es lo mismo. Los gendarmes, entre ellos también el señor Janisch, a quien aquí todos conocen, un hombre guapo (qué curiosa la frecuencia con que se le atribuye a este hombre ese adjetivo, como si el hombre no existiese en absoluto sin el detergente limpiador con suavizante de fácil manejo Fescho incorporado. Como si hubiese que condecorarle con una Orden de sangre a sabiendas de que no le hace ninguna falta aceptarla; de hecho, si por fin tiene la ocasión, sólo aceptará dinero al contado o los buenos y viejos bienes inmuebles, que siempre vienen en tongadas, pues un único bien inmueble solo no estaría a la altura del señor Janisch; y él aprovechará cualquier ocasión para apretarse contra sus jóvenes compañeros, para acariciarles por encima de las caderas y para hacerles sentir su campeón por una vez, por detrás, como si ahí no tuviesen ojos. Como no se atreven a decir nada…), llaman a la puerta, se dirigen a las personas que se encuentran en sus listas, y no les sacan ni una palabra más ni una menos, con lo que tendríamos menos que cero. La gente escucha las preguntas, pero en la mayoría de los casos no reaccionan, tal como tendrán que comprobar pronto gustosamente Kurt Janisch y sus camaradas. Sus informes están vacíos como el desierto del Gobi, y su contenido nos dice menos que el de un libro de oraciones, porque no damos crédito a la gente, igual que Dios no nos lo da a nosotros. Las puertas se cierran silenciosamente tras los funcionarios, y Kurt Janisch y el compañero se alejan de nuevo de las casas y de sus reservados habitantes. Es un mundo de testigos mudos que a lo largo de más de un año no han visto cómo una muchacha no se subía regularmente al autobús, a sólo cien metros de distancia, sino en un coche extraño que realmente nadie conocía. Qué lástima. Todos nosotros también tenemos coches, menos yo, y no por ello podemos llamar a todos los que no nos pertenecen por su nombre de pila. Otras chicas a menudo le guardaban el sitio en el autobús, pero tampoco ellas vieron jamás adónde se subía Gabi cuando no lo hacía con ellas. Tampoco hablaron de ello nunca. Y la madre y el novio: nada, ni visto ni oído, durante más de un año. Qué raro, ¿no? Esa taza de cacao a medio beber, lo único que quedó de la fiesta, afortunadamente existe, porque de este modo el médico forense puede afirmar con gran seguridad que Gabi probablemente estaba ya muerta una hora después de haber abandonado la casa, una hora y media a lo más tardar.

Puesto que ningún ser humano se las puede componer con su vida, en realidad debería anhelar llegar por fin al fin. Pero no, esa inseguridad de la existencia debe perdurar eternamente, y justo en la persona en la que uno ha vivido. La muerte sólo rompe aquello que de por sí jamás se hubiera completado. El gran desconocido, el asesino, el fantasma que desgarró a Gabi y la carotizó allí donde las ramas de las venas se ramifican en el cuello, ¿por qué ir tras él si acabó con cierta muchacha? Ella tuvo que estar a cierta hora en cierto lugar, pero por desgracia sólo conocemos su destino final, el lago, el agua, el vertedero acuoso, pero su vida entera por supuesto tuvo lugar en cierto tiempo y en cierto lugar, incluso un lugar muy pequeño. Su muerte no significa que ella esté ahora en todas partes y en ninguna, aquí y lejos, sino que su muerte ha acabado con su vida en un momento determinado en este pueblo de la región prealpina. Qué curioso cómo le gusta a la gente imaginarse la muerte como un acceso al infinito. Prefiero seguir cogida al cadáver, por lo menos eso es algo, eso permanece, cierto tiempo, lo definitivo es superfluo cuando uno sabe que: es cierto que este cuerpo se disolverá hasta convertirse en líquido y algún día desaparecerá, arrastrado por el agua, disuelto. Me quedo con este cuerpo, no en actitud plañidera, como un perro, sino más bien con interés. Por pequeña que sea esta muerta, todavía hay algo de ella ahí a lo que podemos agarrarnos, ella es ésa y ésa, y al mismo tiempo nada. Materia atada a un plástico por cuya parte superior ondea el pelo y por la inferior sobresalen los calcetines. Los zapatos se han ido al carajo. A ese espíritu encadenado no puedo decirle ya nada, ni bueno ni malo. No lo veo. Supongo que por fin se ha liberado de su finitud, pero no por eso, mucho me temo, se ha vuelto infinito. Un enigma que los gendarmes no quieren ni pueden resolver. Quieren encontrar al asesino y lo que le animó a buscar a otra ánima, y quizás incluso varias, ya que: ¿dónde están todas las personas desaparecidas? A posteriori, todas tienen en sus fotos una expresión facial muy particular, enseguida nos haremos una fotocopia para acordarnos cuando veamos a una: ésa es una perdida. Sobre los tiempos en los que Gabi viajaba con alguien en automóvil se sabe: no hubo tiempo para el amor. De los perfectamente documentados horarios de salida y llegada de la puntual muchacha se desprende que ambos no pudieron disponer jamás a esas horas de más de veinte minutos, como mucho, de tiempo libre para ellos. Probablemente en ese breve trayecto apenas ganaban diez minutos. Ya me dirán ustedes qué es lo que se puede hacer en diez minutos. ¿Colocar rápidamente el peso del propio cuerpo, cuan corto es, encima del de la otra persona para tranquilizarla como con un chupete, calmarla por lo menos un ratito hasta que vuelva a chillar? Meterse en la boca una parte muy valiosa del cuerpo que no le pertenece a uno, con miedo pero con curiosidad siempre renovada por descubrir el sabor (no todo se puede encontrar envasado, si no uno podría llevarlo consigo fácilmente a cualquier parte, pero también sería fácil olvidarlo en cualquier sitio), y observar si entonces sale algo de ahí dentro y en caso afirmativo ¿cómo huele? ¿Hospedarse en el coño de Gabi como en una especie de institución de la que uno se marcha con el alta voluntaria y con manchas en el pantalón, primero oscuras, después claras, pero para poder volver en cualquier momento? ¿Sencillamente un hombre que quiere hablar con una chica sobre algo? No lo creo. La Gabi jamás salía sin la madre, el novio o las amigas, dice la madre, dice el novio y dicen las amigas. También lo dicen en entrevistas a los periódicos, justo después de la desaparición de Gabi. Si eso es verdad, ¿por qué la muchacha mantuvo tan en secreto esos viajes? Probablemente porque el hombre tenía algo que perder, tal vez porque procedía de su entorno más próximo y no quería ser reconocido, a pesar o tal vez precisamente porque todos le hubiesen conocido igualmente. Sólo que ellos no sabían que era él. No era ningún extraño. Uno puede renegar del padre y de la madre, un extraño lo niega a uno tirándolo por ahí como si de basura se tratara, en cualquier parte, la gente no tiene ningún respeto por el medio ambiente. Alguien próximo no consigue relacionar debidamente todo eso porque conocía la razón de ser de la muchacha y no la quería volver a ver. ¡Evitar a toda costa ser una razón de ser! Para su seguridad, el asesino prefirió deshacerse de la muchacha, mejor eso que convertirse en su Todo, que es algo que no aporta beneficio ninguno. No hay nada que sea más que Todo. Bueno, mejor que metamos ahora el cuerpo en esa bolsa de plástico verde, preparada ya hace tiempo y que procede de unas obras, pues las obras son toda mi vida, y también las casas cuya construcción está en sus inicios, eso es algo a lo que uno puede aferrarse, sí, también los huesos, el pelo, las uñas de los dedos de las manos y los pies pueden quedarse, pero no tanto tiempo como una casa, construida con amor y con rigor. Para la eternidad, donde el ser humano creyente podrá encontrar todas esas casas, o ellas a él, ¡pum!, una negación de la negación, pues el asesino no construye casa ninguna y probablemente ya no recibirá ninguna como regalo. Las nociones de lo finito se me caen de las manos como el martillo al albañil a las cinco de la tarde. Por fin ya no sé qué más decir. Aún digo, y este minuto concreto debería quedar dentro: nada permanece. La muerte es natural, pero ésta no fue una muerte natural. ¿Creen ustedes que la Gabi quería poseer a alguien que ya pertenecía a otra persona? Yo creo que no. No soy creyente, y es por eso por lo que yo misma me propino siempre esos golpes cuando llego a los confines de mi existencia. Entonces me parece que todavía se puede ir más allá, ¡me gustaría tanto seguir a los creyentes hasta allí donde se ven arrastrados! Pero no puede ser, tras las fronteras tampoco hay continuación. Como si fuera una extranjera, de fuera de los maravillosos estados de Schengen. ¿Hay alguien ahí? No, no hay nadie porque todos quieren divertirse, de manera que en estos momentos, así como en cualquier tiempo futuro, ni están en casa ni van a estar. La diversión sólo se encuentra fuera, nuestra casa europea es casi siempre demasiado pequeña para eso, y ahora también es demasiado pequeña para Austria, su hija ejemplar, que nunca ha hecho nada ni habrá hecho nada. Pero tampoco les queremos dar el gusto a otros, pues en ningún lado se nos quiere ya, aunque sí en casa, con los habitantes de Austria (¡así que deberíamos desalojar nuestra casa común! ¡Que podría venir alguien!). ¿Hay alguien más que tal vez quiera verme dichosa por ello? ¿No haría falta que lo presenciase en persona porque justamente no estaría en casa cuando yo llegase? ¿Quién me oiría cuando yo chillase? ¿Nadie? Tal vez porque hasta ahora no he llamado la atención de nadie. Y obviamente tampoco el autor de este crimen quería llamar la atención, lo que no me extraña. Si eso le ha acarreado heridas en su existencia, no hay manera de verlas. De lo contrario, ya lo tendríamos agarrado por el pescuezo, corriendo, desangrándose por este barrio, mientras por encima de su figura se destacaría algo más grande, La Bestia, jadeante, que ha perdido su sitio y ya no será capaz de iniciar la búsqueda de otro. Y si hubiese encontrado otro, sería ya de entrada demasiado pequeño, en todo caso tendría que tratarse de toda una casa. Si el ser humano tiene que morir desde su propio interior, ¿por qué no tendría que ser capaz de conseguir con sus propias manos una simple casa con la ayuda parcial del capital ajeno de la caja de ahorros para la construcción? Pero nunca se consigue meter mano a sus cajas de efectivo, repletas de intereses, intereses acumulados y un par de hectolitros de nuestra sangre y nuestras lágrimas, ni tampoco se llegan a cobrar nunca los intereses, ya que hasta la fecha en todas las ocasiones se tuvo que rescindir el contrato antes de tiempo. Con los fondos de pensiones eso no sería tan fácil, son obra del diablo. De modo que es más fácil morir que conseguir una casa. En la muerte se queda uno un ratito, a la hora de construir uno pierde el suelo bajo los pies, pues lo había avalado con otro suelo que ahora también está excesivamente cargado o que por lo que sea era insuficiente. El señor Schneider, el rey de las inmobiliarias, siempre ha pujado en las ventas públicas en su propia contra para que los precios de sus inmuebles subiesen hasta el cielo para los bancos. A este respecto nadie puede decir que un inmueble sea inmóvil. Por el contrario, una muerta, una cualquiera: sólo se mueve cuando se la echa al agua, y entonces se mueve dulcemente, muy lentamente, al ritmo de las olas, el agua la mueve, por sí mismos los muertos ya no se mueven, esta muerta ya no se mueve. El agua la transporta, cuando llora le da una palmadita para que se calme. El agua es un encanto. Me gustaría atreverme a entrar en ella más a menudo y sincerarme con ella. Y todas esas depuradoras de aguas residuales ya no las veo. ¿Es que pretenden tal vez purificar el agua? ¡Entonces ningún ser vivo podría existir dentro! Bajo ningún concepto deseo permitir que esas depuradoras de aguas residuales estén ahí. Pero sin ellas tampoco se puede vivir, tendríamos flotando a nuestro alrededor pedazos de mierda, y pronto volveríamos a tener el agua allí donde ahora hay campo, habríamos cambiado una cosa por la otra: verdad y claridad por inmundicia y porquería. No, no vamos a cambiar aguas oligotróficas o mesotróficas por aguas eutróficas. No, de eso ni hablar. A unas las conservaremos, y las otras deberán hallarse en algún sitio para que les podamos mandar nuestra inmundicia hasta allí y aquí nos sintamos divinamente. Al fin y al cabo nos bastamos, el agua y yo. ¿O tal vez no? Tal vez llegará el momento en que se me descubra, si es que alguien se atreve a penetrar en mí. A saber.