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¡Salvaje, grandiosa agua, caes con la cabecita erguida, aun cuando ya se te ha domesticado! Aquí, donde precisamente ahora bramas, ni siquiera has sido clorada para los habitantes de las zonas residenciales, que en la ciudad se dan una ducha y encima quieren beberte (aunque prefieren beberse algo mejor, más fuerte). Desde las laderas de los Altos Alpes, donde nos encontramos en estos momentos, te despeñas para alejarte de nosotros y hacer algo útil, tal vez también para organizar algo divertido, cada cosa a su tiempo, primero el trabajo, después el placer, clara y fresca, gratis a domicilio. Por mí, los calcáreos Altos Alpes de la Baja Austria y Estiria pueden irse a pique sin ti, tampoco sabrían qué hacer contigo, o no, eso no es del todo exacto, no fue aquí mismo sino justo aquí al lado: ¡un lago entero y los árboles colindantes desaparecieron en las montañas calcáreas! Un trago y adiós, como si él mismo, el lago, no se hubiese bastado a sí mismo, como si quisiera pertenecer a alguien diferente, a la montaña, un gran lago, sí, ha hecho progresos, sólo que en la dirección opuesta, lejos de los admirados visitantes. Y a los árboles que observaban boquiabiertos en la orilla también se los ha llevado a todos de golpe para no tener que echar en falta nada de lo habitual en su subterráneo calabozo de montaña. A los visitantes los ha dejado allí. Tú, querida agua, tú, eres recogida en los empinados caminos forestales, en las laderas, en las praderas, en los peñascos, al principio tu aspecto es cautivador, transparente, brillante, para convertirte después en lodo, desplomarte en el suelo, mientras nosotros nos caemos contigo en los calcáreos agujeros sin fondo, pero sólo en los pequeños. Por aquí no hay dolinas que puedan zamparse lagos enteros. Para encontrarlas deben seguir ustedes hacia el sur. Agua: tú vienes, sí, también gratis a domicilio junto con todo el suelo, hasta las casas de esta zona para comprobar con tus propios ojos lo que te has perdido desde el día que tomaste la decisión de seguir siendo salvaje. Pero entonces te ajustaron las cuentas (la cuenta, por favor, también había pedido un agua mineral, ¿no?, sí, la he pedido pero no me la han traído), cogiéndote y enviándote a través de los tubos, sin otra misión que la pureza misma, para lo que en primer lugar era necesario cogerte y retenerte. ¡Qué felicidad, al principio, lograr atraparte en medio de los pastos!, pues tú lo único que deseas es salir corriendo. Pero pronto te habrás convertido en una verdad como un templo, que uno también se puede tragar si a pesar de todo no la llega a comprender; así que fuiste recogida de forma natural, aunque muy aguada, como todas las verdades aquí, para que, a pesar de todo, se te pudiese digerir.
Aquí, a los pies de la montaña llamada Schneealpe, y pronto irá subiendo hacia lo alto como un remolino, un hombre en mallas de colores corre a toda velocidad, como si él mismo fluyese, una sombra sobre las piedras, fuera del alcance de los ojos del mundo. Si quieren saber mi opinión: nadie lo podrá adelantar fácilmente, tras siete kilómetros sigue corriendo tan pancho. Otro ejemplo más de algo muy típico: un hombre inquieto que apenas sí puede mantener bajo la piel lo que tiene atrapado, y eso que la ropa le sienta bien, es más, le sienta como una segunda piel. Su enérgica voluntad me gusta. Pero no se trata de uno de ésos que desean cosas buenas. Un espíritu que siempre niega, a menos que diga sí una vez. Qué bien. Su permanente descontento me gusta también. Así que lo uniré a mí y emitiré el veredicto ahora. A cada cual, lo suyo. Lo que a él le satisfaría, en cambio, no me gusta tanto. De modo que dicto sentencia, y dicto una dura sentencia. Y es que constantemente desea que le regalen algo, aunque se trate de una casa entera, ya lo creo que sí. Sólo espero que el subyugado que él tiene previsto, da igual quién sea, colabore cuando llegue el momento. Ha conocido a alguien muy importante para su futuro, y ahora no lo va a dejar escapar. De ahí puede surgir algo: el obediente oprime al sumiso. Ninguno de los dos va a llegar a ningún sitio. Este hombre sería capaz incluso de enfrentarse al agua, si pudiese encontrarla, pero el agua está definitivamente encerrada ahí abajo, ella misma es un lugar muy grande y se funde, mientras que el hombre sigue buscando sus límites. Nadie va a mostrárselos. Un segundo, ahora puedo ver los límites, están hechos de acero, parecen una barandilla y son transportables. No ha sido él mismo, el gendarme, quien los ha colocado ahí, han sido sus colegas de la capital, los han puesto delante del parlamento para proteger la zona de seguridad que los representantes del pueblo han levantado ante su pueblo para indicarle: tú no eres de los nuestros, pero no te preocupes, igualmente te representaremos. El jefe del gendarme informa con amargura a este mercenario que a menudo llega tarde de que ya no van a poder pagar más horas extras porque el país ya no tiene más dinero para eso, y el señor Janisch recibe la mala noticia con aparente sumisión. Otra vez una casa menos, como mucho dentro de trescientos años va a tener una menos. Eso también me gusta. Que pueda aceptarlo. De lo contrario habría que domar resueltamente a este hombre, aunque con sus deseos no hay quien pueda. Necesitaría ayuda, ya que no encuentra sus propios límites y va por el mal camino de su existencia, discretamente. Así que tampoco encontrará el agua, la hemos puesto bajo tierra. La tierra, unos labios que la han tomado. El hombre, en su incesante oscuridad colérica, jamás querría meterse ahí dentro. Ahí ya está el agua, para él no hay sitio previsto en ninguna parte. El suelo traga incluso casas, ¡piensen en la mina desaparecida de Lassing y en sus consecuencias! La casa, casi arrastrada por completo al interior de la tierra, aún la pueden visitar ustedes parcialmente (la parte que sobresale del foso), si es que los vecinos se lo permiten, todavía se ven incluso las habituales jardineras con sus habitantes de colores, que con el tiempo han dejado caer la cabeza con tristeza. Todavía pueden ver las cimas de las montañas de muebles, queridos huéspedes, juguetes, trastos, cosas acumuladas por el tiempo, pero nadie tiene tiempo ahora para regar las plantas. Para eso habría que saltar diez metros y ser capaz de respirar en el lodo. Los vecinos no le desean a nadie que encuentre bonitas las catástrofes, pero ahora tienen un lugar en sí mismos al que los visitantes pueden acercarse en cualquier momento sólo para mirar. Y ni siquiera encontrarían ese sitio por su propio pie, tendrían que mirar en el mapa y preguntar a los vecinos, porque allí donde debería haber algo, sólo ha llegado la nada para ser bebida constantemente desde primera hora. Sólo en una casa más sólida se sentiría a gusto de forma duradera, cree el hombre, pese a todo lo que pueda pasar con las casas y lo que le pueda pasar a uno con las personas. No hace falta tener ningún miramiento con los desaparecidos, a ésos ya no se los ve más. Precisamente ahora el gendarme proyecta un trastero adicional en el sótano, bajo las escaleras. Si quita algo de aquí y pone algo allá, por ejemplo, una estancia subterránea radicalmente rústica (los huesos de los difuntos serían un buen adorno para las paredes), entonces vale, aunque fuese un hueco, una nada, que por supuesto también necesita paredes, si no, no sería una nada, si no, la casa entera, que a su vez también es un hueco, no existiría y, al igual que el claro en el bosque, sólo podrá llegar a ser casa en la medida en que tenga límites, hechos de sí mismos, los encargaremos de madera o de piedra, y después nos sentaremos cómodamente dentro. ¿Será ése el motivo por el que este hombre, en su soledad, que infunde respeto, desde hace tiempo ha perdido: precisamente sus límites y quiere conocer a alguien que se los muestre de nuevo? Y esta vez deberían abarcar un territorio más grande que hasta ahora, por favor. Nos alegraríamos si por una vez pudiésemos ver, y no solamente encontrar descrita, su cara, la cara del gendarme. ¿O es él mismo el que traza los límites? ¿Tendrá que olvidar algo de sí mismo? ¿Qué necesita para no tener que ocultar su luz sino poder verterla en una habitación bellamente amueblada? Si la habitación está tranquila, la luz le dará siempre justo entre los ojos y después caerá sobre la alfombra persa, precisamente ahí donde el cigarrillo hizo un agujero. Precisamente gracias a ese agujero conseguimos la alfombra tan barata. Nosotros, por el contrario, con nuestro sentido de la justicia, no tenemos que ir tan lejos para encontrar nuestros límites fronterizos. Son terribles, afortunadamente por esa razón están vigilados por gente armada. Basta con que corramos tres horas seguidas, hasta que llevemos la lengua fuera. Pero al corredor de maratón, medio desnudo como va, tampoco le bastan cinco horas, entonces nosotros, él y yo, leemos el periódico local, que no quiere que los extranjeros crucen las fronteras, a menos que reserven una habitación de hotel o encuentren refugio, algo más barato, en nuestras granjas, junto a los animales. Estas tres líneas y cuarto, pero sólo éstas, ni una letra más, no tengo nada que regalar, las dedico al pobre hombre de Sri Lanka, el único superviviente pescado ayer en el Danubio, cerca de Hainburg, el resto de refugiados, así como el bote hinchable, zozobraron y se ahogaron y desaparecieron. Se han inventado expresamente cámaras de visión nocturna, con sensores de calor, para controlar las fronteras. Las personas que buscan protección son reconocidas por el detector incluso cuando se echan al suelo. Con estas alfombras humanas, por lo menos éstas no tienen agujeros provocados por quemaduras, pues en estos casos directamente hemos quemado ya la alfombra entera, ponemos en práctica nuestros modos lisonjeros, que requerimos para todos aquellos extranjeros que deben ser acariciados, degollados y excluidos. A los demás los abofeteamos nosotros mismos como es debido, y luego los devoran nuestros queridos ríos, para que no tengamos trabajo de más con ellos. O sea, encima de las alfombras de carne humana aquí ya no resbala nadie, ahora se recoge a las personas como a nuestros manantiales, se las reúne y se las echa a los contenedores enrejados para los residuos. Y si entonces gritan, ponemos encima una tapadera. Volvemos a saber todo lo que habíamos olvidado en lo que concierne a la humanidad cuando observamos a los animales y ellos a su vez nos observan a nosotros. Y aún sabemos más después de observar a los extranjeros a través de esas cámaras de visión nocturna y ellos a nosotros no, pues ellos, por su parte, no tienen cámaras de ésas. Sí. Aunque los extranjeros estén echados en el suelo, nosotros continuamos viéndolos: ajá, así que allí está nuestra frontera, única y propia, ya la encontraremos una vez la hayamos trasladado a otro lugar. Ya le enseñaremos a nuestra pareja dónde está esa frontera si lo pillamos in fraganti y se hace el sueco.
El gendarme, a quien en realidad queríamos describir antes de irnos por las ramas, ha adquirido por mucho dinero, sólo para salir a correr, un reloj especializado y un medidor de la frecuencia del pulso y una pulsera a secas, ¡ay no!, no es cierto, ¡son todo regalos de una mujer! Con ellos podría dar de comer a alguno de esos infelices durante una semana, si es que al pobre le gustan los relojes y sabe cómo cocinarlos. El gendarme está informado de eso, y se trata de una información muy sencilla: antes el agua aún estaba aquí, justo debajo de mis pies. Este hombre excursionista y atlético se conocía bien el sistema geo-informativo. Este hombre de la ley, por supuesto de su propia ley. El suelo, el agua, el bosque eran indispensables, se les atribuye, como a él, un conjunto de tareas de una complejidad extrema y no pueden equivocarse ni en el qué ni en el cuándo deben hacerse. Desgraciadamente ahora hemos perdido a la naturaleza; cuando la buscábamos, al mismo tiempo pusimos orden de forma práctica. El agua debe estar en el suelo, el bosque debe estar encima del suelo, el agua no debe estar encima del suelo, y el bosque no debe estar dentro del agua, de lo contrario, el agua se derramaría, quiero decir, se nos vendría a nosotros encima. Continuamente debo tomar decisiones de cariz político, económico o relativas al fomento de la técnica, con consecuencias de un vasto alcance, siempre que deseo decir algo acerca de la naturaleza. No se puede decir de otro modo porque la naturaleza ya no existe, ¿por qué razón debería volver ahora de repente? ¿Sólo para que yo pueda observarla esta vez con más atención? La naturaleza es lo contrario de algo que tiene que contarnos algo, aunque a menudo cuente tanto para nosotros. Por eso ahora debemos expresarlo de algún modo, para que salga realmente todo. En estos momentos, la naturaleza no se ve en ninguna parte. Por favor, entréguenme su eficiente base del proyecto y de la decisión, a partir de esa base podré escribir algo completamente nuevo sobre la naturaleza, si es que es eso lo que de veras esperan de mí.
Cuando era niño, a veces el gendarme se iba con su padre en bicicleta valle abajo, siguiendo el riachuelo, mientras el agua, sosegadamente, salía a borbotones de las profundidades, recién llegada de las alturas de la montaña, y, todavía con el ímpetu de su procedencia, muy muy arriba, brincaba sobre las piedras, obra suya, pues toda agua viene de sí misma, por ello se pertenece a sí misma y a nadie más, y nosotros la hemos robado y malgastado, ¿qué?, ¿no? Y también salía a pasear, el hijo con el padre, todavía me acuerdo de eso personalmente. El padre era amable, incluso a veces bueno y protector como una cabaña en los Alpes, muy distintas de las tradicionales cabañitas meteorológicas, donde uno nunca sabe a qué atenerse: a veces sale la moza, a veces sale el zagal, y uno no puede decidir cuál de los dos le gusta más. Uno tiene la íntima fantasía de que el escogido se le siente encima de la cara, con el pompis desnudo, las piernas a derecha e izquierda colgando como dos pares de cerezas en las orejas, y entonces uno piensa involuntariamente: ya puestos, mejor el zagal. Tiene más chicha. Tal vez el colorido de la personalidad del padre, también gendarme, dejó mucho que desear. Ya que estamos con el agua: al hijo su padre le parecía monótono, como si en él no se reflejase nada que pudiese reconocerse, como si su interior se hubiese empobrecido a costa de la presión por ascender y el continuo cumplimiento del deber que el que fuera hijo de labradores tenía que demostrar. Pese a que el hijo siempre tuvo todo lo que necesitaba, la cosa funciona así: para empezar, hacer caso omiso del hijo, después, ser estricto otra vez, eso es de justicia, porque si durante mucho tiempo no se le hace ni caso al niño que uno está levantando, al final el niño se caerá algún día por las escaleras del sótano. Vigilar estrictamente al niño, a ser posible darle a menudo para que dé bien de sí. Eso le va de maravilla, porque así puede reconocer ya desde muy temprano la diferencia entre las conductas del padre, concretamente mediante el código de conducta justa con los animales. Una conducta es justa con los animales una vez se han aclarado los siguientes puntos: posibilidades de movimiento, constitución del suelo, contacto social, clima del establo (¡aireamiento!, ¡luz!, ¡Dios!) e intensidad de la vigilancia (¡maestros!, ¡jarabe de palo!, ¡de leña!, ¡de caña!). A todo esto se le asignan puntos, y si el niño tiene que hacer el examen, deben de salir más de 25, y los progenitores, que como indica el nombre son su progenie, deben aprobarlo. Al pasar por delante, el padre te hace una seña con la cabeza como quien no quiere la cosa, bueno, entonces es que no va a pegarte, por los menos en los próximos diez minutos. Tal vez pegue a la madre, eso aún le gusta más, pero a ti no. Esta vez todavía no. La próxima vez quizás sí. Habrá que esperar. A todo eso, el padre ha fallecido, de un cáncer. ¿No parece como si fuera ayer cuando el padre hacía leer al chaval en la ciudad, como ejercicio de lectura, los rótulos de las tiendas? El chaval mira lo que hay en el escaparate y entonces dice el nombre de la tienda. Mal. Pero si sólo hay las cosas que se pueden ver, ¿no? Incluso los bosques, pero no de esos que cumplen prioritariamente una función benéfica porque tienen que protegernos, rechazan los peligros reduciendo a puré a personas, asentamientos e instalaciones que no han atenido ni a las normas positivas ni a las omisivas de la Administración. Sí, los bosques descienden personalmente cuando se ponen furiosos. ¿Quién lo habría dicho de ellos? No les duele verles sufrir a ustedes por ello, ¡sus casas todavía se encontraban en este sitio hace un momento! ¿Acaso ese padre no era cariñoso con su hijo, ese padre a quien el hijo se le subía por las barbas después de que aquél le hubiese pisado adrede los dedos de los pies? ¡El hijo debe levantar los pies al andar!, si no es mucho pedir. No arrastrarlos así por la gravilla del jardín del hostal. Adonde uno sólo se permite el lujo de venir una vez al mes. Si les parece cariñoso, del mismo modo podrían considerar que los matorrales esparcidos en mi jardín delantero son ornamentos.
El padre había adquirido muchos compromisos con el hijo, sin embargo siempre se mantuvo, el padre, como en una especie de extrañamiento lejano y opalescente, nebuloso, y es así como debe ser. Parece que el hijo observa con agradecimiento al padre en una foto preguntándose por su paradero: nos hemos mudado. Nueva dirección: fila 14, tumba 9. Así que ya no necesitamos al niño durante uno o dos años, ya que su padre está con Dios. Para un pastel de queso u otro pastel blandito sería un suceso inaudito poder subirse a una escalera, para un hombre normalmente es una tarea ridícula, una insignificancia. Con eso no quiero decir más que, y por qué no lo he dicho enseguida: todo niño quiere provocar la admiración de su padre, no importa cuál sea el motivo. La madre tiene que encargarse del resto, eso es más de lo que yo o cualquier otro podría olvidar jamás. En el caso que desgraciadamente debemos tratar aquí (dado que él no sanará por sí solo, voy a probar ahora con un tratamiento de la raíz dental), la madre era una bebedora anónima de vino tinto, como tantas mujeres en esta región. Allí donde las aguas no marchan alegres así sin más, sino que siempre se precipitan de golpe, ya lo dije antes, no se las atrapa tan fácilmente, en cambio el vino puede correr a raudales. La marca más barata. Bueno, este vino doble lo guardaremos ahora mismo en el banco de la cocina y además nos sentaremos encima. Así, si lo necesitamos y aún nos podemos levantar, lo tendremos a mano, tan sólo tendremos que levantar la tapa del banco. ¡Seguro que la madre todavía será capaz de saquear su oficina bancaria! Es lo suficientemente grande y sustanciosa, especialmente cuando se ve doble, para abrirse de modo que todo el vino, en su vestido verde botella, alagartado, se pueda deslizar por sus manos y desaparecer con un movimiento fluctuante en una boca, siempre la misma. ¿Qué caracteriza a la relación madre-hijo? Una relación íntima de dulzura, comprensión y otros aspectos positivos la caracterizarían si tal relación se pudiese establecer. Ahora debo retirarme a un segundo plano, pues yo, ignorante, sólo conozco las relaciones madre-hija, y a ésas tampoco las acaricia el sol que madura precisamente. Vamos, que no me colorean la cara. Como acompañamiento a todo esto, aunque por desgracia muy de cuando en cuando sobre nosotros: el cielo, de un azul indescriptible, con nubes encima recortadas con precisión extrema, avanzando y reflejándose en los batientes abiertos de las ventanas, centelleantes como libélulas. El saludo materno también trazaba en ese instante estrías en los cristales, aunque hayan pasado ya tantos años; ¡un segundo!, ¡ahí se mueve alguien todavía! ¡No puede ser! Mamá, te has mojado y ensuciado el pompis mientras guardabas cama, dice el hijo para sí. No tenía la intención de pensar sobre ello. Buscar algo así directamente tampoco era su intención. Y se va con el coche porque le parece necesario: ojalá que la vida algún día me lleve hasta alguien que merezca la pena, hasta alguien que valga por lo menos tanto como la bella mujer que viene de la nada en el anuncio de l’Oréal. Así que hay mujeres que no son como mamá. Más bien son como plantas trepadoras que cubren la pared de una casa, ojalá que sea la nuestra, y cuando uno se lo pide cordialmente y les da el abono necesario, entonces dan fruto, y yo me pongo justo debajo y lo recojo, piensa el gendarme.
El padre le ha cambiado a la madre la ropa sucia, ha sacado a la madre del interior de las bragas a sacudidas como se sacan los desechos del interior de un saco, los huesos de gallina sobresalen punzantes por todas partes: el saco aún se puede utilizar otra vez, los desechos no. ¡Un segundo!, al revés, fuera la orina, la mierda, y, como siempre, todo lo que apesta se encuentra entre las piernas. ¿Es que no se pueden buscar otra área de descanso ésas dos, ésas que nos dejarían ser humanos cómodamente en su centro porque, por lo menos ahí, se nos permitiría serlo? Así era. Y por supuesto después volvió a haber bofetadas para la madre, con su continuo enmierdamiento. El florecer de esta mujer, la mujer de un oficial, no hay que olvidarlo, parece haberse producido siglos antes de su verdadero final en la muerte, y desgraciadamente el Dios/Padre, de muy mala gana, ha tenido que acabar mucho antes todavía con el metesaca. ¡Prueben ustedes algún día a vivir en un montón de mierda y moverse además! Nadie en el pueblo tuvo jamás la más remota idea de las competiciones alcohólicas de la madre del gendarme contra sí misma. O a lo mejor todos lo sabían porque todos lo hacen, y si no tienen tiempo para eso, entonces sus familiares deben hacerlo en su lugar. Yo no sé nada, pero lo digo. Todavía la puedo ver hoy, cómo obliga al minúsculo bisnieto a subir al patín acuático, eso es, el Patrick, me acaba de venir su nombre a la cabeza otra vez: solito con la bisabuela, que, vociferando y lanzando improperios, justo en este instante empieza también a tambalearse como una loca en el patinete. Bueno, lo que hubiese podido pasar en otro lago, en uno más profundo, Erlaufsee, que apenas habría notado ese pequeño peso pero lo habría engullido igualmente, es mejor no imaginárselo, por eso también me lo ahorro. En el fondo no ha pasado nada: una mujer vieja, un niño, ¡con qué velocidad desaparecen! Sí, esta agua, este amado lugar cercano a la madre Mariazell, donde se puede aprender a navegar a vela e incluso a hacer submarinismo, quería por una vez hacer algo por sí misma y tragarse un pedazo de barquito. Alrededor tiene los pastos salvajes y los altos manantiales, a cambio a veces se le permite comer algo, se me ha ocurrido a mí, y en eso tal vez el lago me llevaría la contraria, si pudiese. Además, después de rescatar a las víctimas, el lago quedaría bien bonito en la foto del periódico, nos guiñaría el ojo con sorna y a la vez seduciría a otros forasteros, que deberían hacerse amigos.
La madre del Kurt, en medio de todo eso, siempre se ha contenido mucho, o por lo menos lo ha intentado, tengo que reconocerlo, hay que dejar paso a la justicia. Eso ya es algo que Dios jamás haría; en la yerma tierra, en el profundo bosque, en las cimas más altas y en el valle hendido, absolutamente todos empinan el codo, ¿por qué sólo los hombres? ¡No, si las mujeres también lo hacen!, lo que pasa es que no se las creería capaces de tal cosa. Vaya. Kurt, el hijo, ha deseado desde entonces, durante todos estos años, construirse su propio paraíso en la tierra, por si acaso. Nadando se puede salvar uno en situaciones precarias, sí, si es que uno sabe y por casualidad se encuentra en el agua en esos momentos, sí, nadando, cuando sea necesario, pero con eso no se llega mucho más lejos en el duro sendero de la vida. Y sólo lo que uno hace por sí mismo está bien hecho. Desde el principio, el gendarme siempre fue abstemio. Pero una vez y no más, y a partir de entonces ese principio dejó de tener valor para él. Y cuando ocurrió que otra compañera de botella (sí señor, se sentaba en la escuela de la vida justo al lado de la madre de Kurt Janisch, echen una ojeada, ¡allí, en la penúltima fila! Y todas las demás filas también están prácticamente ocupadas por sus amigas), en el último estadio del colapso de las funciones del hígado, le cedió su casita como renta vitalicia, y concretamente a un tal señor Ernst Janisch, conocido personalmente por ella: no recuerdo en absoluto haber oído jamás un grito de socorro de su boca desde que su prometido no volvió de la última guerra, y de eso hace realmente mucho ya. O sea que el gendarme Kurt Janisch, que contribuyó a este negocio irregular con la palma de la mano, embutió a su hijo, junto con su pequeño clan, un total de tres cabezas, en esa cajita de casita forrada de algodón de la vieja, una mujer que, pataleando como una manada de reses, noche tras noche y además en toda la casa, siempre que lo consideraba necesario procedía a la lucha contra todo tipo de animales malvados, y continúa procediendo hasta el día de hoy, sí señor, todavía vive, ¡adelante mis valientes! ¿Empiezan ustedes a liarse con tanta mujer vieja? ¡No hay cuidado! Si conocen a una, ya las conocen a todas. Sus maridos las han golpeado hasta que se les detuvo el corazón, y las esposas han empinado el codo hasta que su entendimiento dejó de funcionar porque se les salió chorreando. De todos modos, no se puede ofrecer más información sobre la beneficiada de la renta vitalicia, no sea que vaya a parar a una residencia y su propia residencia acabe en el último momento en manos extrañas. Los animales que busca, sin embargo, desaparecen siempre con toda certeza tan pronto como se los ha atrapado, es decir, naturalmente sólo cuando la vieja arroja agua, harina, azúcar o manteca de cerdo sobre los fogones candentes de la cocina. Sólo los recuerdos arrojados al olvido jamás deberían ser despertados, se los confiaremos con gusto al fuego cada vez que se levanten y quieran cocinar algo, por ejemplo, una pasión antiquísima que hace tiempo que dejó de ser cierta. El fuego lo elimina todo limpia y rápidamente, también lo que ni siquiera está ahí. Tan sólo nuestros parientes deben quedarse un rato más, no obstante, sólo en nuestra memoria, y entonces, en la interminable mina subterránea, serán pasto de los gusanos y las larvas, que podrán roer los huesos tranquilamente. Los familiares, en el envoltorio amistoso en que se los arrojó, de algún modo no están tan muertos como todos esos quemados que no han dejado ni rastro, ¿no creen? Yo creo que Cristo así lo quiso, y después fundó nuestro estado para que en él las personas ya puedan estar muertas en vida, de lo que se alegra especialmente, todos, todos le pertenecen, antes y después. Quieren conseguir su muerte ya en vida. Jesucristo cree que todo esto es un acto organizado sólo para él, ¡un fantástico evento! Y en realidad sólo hay uno que le apoye sincera y falsamente, un tal arzobispo Krenn. Dios promete la vida eterna, y la gente aquí sigue viviendo con fe cada día, como si fuese para toda la eternidad. Por eso han escondido sus libretas de ahorro. Bien hecho. Pronto las preciadas libretas tendrán que llevar los nombres, ya nada funciona anónimamente. Bien hecho. Eso también.
Los hombres de la familia del gendarme, dos cabezas, incluso veo media porción ahí, el Patrick, están muy metidos y muy al caso. Todos ellos conocen ya los aspavientos y los alaridos por la bisabuela, pero la mujer del hijo, como es natural, tuvo que acostumbrarse al ingresar en la familia a que las personas ajenas al bosque, a los prados y a la televisión le pareciesen a uno animales, auténticas bestias que no están ahí. Pero ayer tampoco estuvieron en la televisión, ¿de dónde vienen entonces? En adelante prefiero no hablar del bisnieto, Patrick, ¡uno menos!, pues ya lleva auriculares en los oídos, tiene un televisor conectado al espacio sideral delante de los ojos y la puerta cerrada. Pronto escuchará mejor música, la conocerá y la entenderá e irá tras ella, eso hasta que el coche en el que se le permita viajar se haya enroscado en uno de los árboles del paseo. Por desgracia, todavía es demasiado pequeño para eso. A todo esto la vieja, con toda la profusión de su casita, ni siquiera lleva puesta una bata. Tampoco le hace falta. Pues solamente en una casa está uno realmente protegido, más allá de eso puede uno salir a pasear desnudo y después volverse espantado, pues brazos y piernas y todo lo demás no son lo bastante bonitos para ser presentados públicamente; sólo por lo que vale una casa carga uno voluntariamente con una escena como ésta. Bueno, precisamente por eso el trueno que retumba y el rayo que muerde no pueden entrar aquí de ningún modo ni quedarse como si fuésemos su garaje. Eso si uno dispone de un protector contra descargas eléctricas, que en todo caso no debería poner en contacto con las cañerías del agua, yo tampoco sé por qué. Está prohibido.
Ahora por fin vuelve a ser hoy, así lo quiero yo. ¿No lo oyen?, ya sólo se percibe el aproximarse del agua, igual que el de la madre, que inesperadamente suelta un sopapo porque uno todavía tiene la mano en el monedero de ella o en la propia bragueta del pantalón, un juego que uno, en realidad, desearía jugar completamente solo; sí, las casi silenciosas suelas del paso del agua, que no hace falta que sean el último modelo del escaparate, avanzan echando pestes con audaces líneas aerodinámicas, siempre incansablemente, lo principal es que sea ¡montaña abajo!, pero el agua ya no saldrá más a la luz del día. Permanecerá oculta a nuestros ojos. Lo que quedará serán diminutos manantiales infantiles, para los caminantes y sus cantimploras, conducidos torpemente por pequeñas tuberías metálicas, debajo de las cuales se colocó, sin cariño y sin sentido razonable de la proporción, un tronco ahuecado de una grosería jamás vista antes. Goteo cansado, dos pequeños cadáveres, tanto la madera como el manantial, que se meten el uno en el otro y en las botellas o directamente en las bocas. No seamos compañeros temerosos de la luz, seamos fuertes, orgullosos, por supuesto que sí, con gusto, por favor, ¡enseguida!, a los que hay que seguir inconscientemente como hace la bestia de Gralla, un zorro, con la llamada de la selva. Pero que además controle sus instintos salvajes, eso no se le puede exigir al animal. Así o de un modo similar podría pensar la nuera del gendarme mientras rasca los fogones de la cocina y le enrosca los pañales a la vieja para que no se los vuelva a quitar enseguida. Huele de forma penetrante a quemado, a orín y a mierda, esos viejos y queridos hermanos que ya conocemos, ¡si son mis parientes preferidos! Como prueba de su incapacidad para hacer cosas pequeñas e insignificantes, el hombre presenta a su mujer como su socio, que, por favor, debe solucionarlo todo rápidamente y con un olor neutral, ¡para qué si no las tenemos a ella y a la droguería autoservicio! El socio ya debe tomar en consideración de qué y cuánto dispondremos más adelante, o sea toda la casita, terreno incluido, tal como está bien registrado ante el notario de la ciudad, y en el principio fue el Verbo, afortunadamente no el mío, ¡estén tranquilos! ¡Eso sí que hubiese sido fuerte! Así que he caracterizado muy bien el amor, creo, tan bien como pude, el amor, en el que las mujeres siempre creen tener que llevar la voz cantante. Con eso nos quedamos ahora. Todos los suspiros y lamentos que conlleva, y que me he regalado expresamente para un acto solemne, esta vez me los ahorro, además, como siempre, nadie me regala nada. Algo tan complicado como el amor, por favor, que no vuelva a venir a mí otra vez, que se vaya con los guapos y los jóvenes. Ya lo tuve aquí por primera vez hará unos quince años o así, no, otra vez no, ¡please!, no tengo nada en casa que poder ofrecerle. Yo ya tengo bastante con lo que sé sobre él, y ustedes seguro que también, cuando extienden sus bracitos para conseguir librarse de esos brutos que todavía nadie ha pulido (o que no han llegado a nada), que desean penetrar en su interior pero les abordan por el lado equivocado: arte, pieza para piano, reproductor de CDs. En eso yo y otra mujer ¡estuvimos trabajando tanto!, y ahora esto. Ahora ambas somos ya mayores que entonces, cuando éramos jóvenes. Quién se lo va a reprochar a nadie, si sólo quiere una casa para conocerse y para descubrir hasta dónde es capaz de llegar: a matar, a enlucir las paredes, a pulir los suelos, a pintar los muebles de la cocina o a empapelar de nuevo las paredes. Al igual que si hubiese que sacudir huesos en lugar de ciruelas de un árbol frutal, lo que en la teoría y en la práctica es imposible, así debe uno esforzarse día a día en vano para recoger por fin los frutos de sus actos. Pero no hay que acercarse demasiado, no le vayan a caer a uno en la cabeza. Pero sí moverse, si no, no se llega a ningún sitio. Lo único que cuenta es la propiedad, ¡estamos tan felices de haberla conocido a tiempo y de que, aunque no del todo por propia voluntad, prometa quedarse con nosotros! Pero tendremos que alimentarla como es debido. Propiedad, ya sé, ya sé: a algunos no les gusta la comida y quieren marcharse, o no les gustan los vecinos. A veces la sola visión de la propiedad nos pierde, entonces desaparecemos del todo, qué bonita esa casa de ahí y esa otra de ahí delante, esa todavía nos gustaría más, y nosotros ya no contamos para nada, sólo la contamos a ella, LA PROPIEDAD.
Pero ahora vamos rápido a la parte contraria, a la contraparte, que por amor a sí misma desea ser amada. Ése es su pasatiempo. ¿Qué nos dice la dama que sabe tocar el piano y que además lo dice en serio? Esto es lo que dice: querido, si quieres puedes colgar un espejo allí en la pared, en medio de los muebles que tú mismo habrás escogido con antelación y premeditación. ¡Pero no te vayas! ¡Puedes colgarte encima la casa entera, pero no te vayas! Si lo hicieras tendría que prepararme para la soledad. Mi afecto debería transformarse en desafecto, y eso no le gustaría. En esta casa están todos los ahorros de mi vida, para eso los he ido acumulando, para poder vivir cómodamente algún día, cuando ya no fuera joven. Ahora ha llegado la hora. Yo personalmente he educado con gran esfuerzo a la casa, en el curso de adiestramiento y, más adelante, en la ceremonia de graduación, ¿no fue bonito? ¿Qué es lo que te pido? Te lo pido: ¡no te vayas! Llévate la casa, pero tú: ¡quédate! Dame por lo menos la dirección del lugar donde vayas a colocar la casa ¡cuando te la hayas llevado! Porque llevo ya una o varias relaciones catastróficas con uno o varios hombres espantosos, y ahora quiero ser rebelde una última vez, gracias, y pedirte de todo corazón ¡que no te vayas! O no me quedará ya nada. También puedes vender mis preciadas figuritas de porcelana, atesoradas a lo largo de los años, muchas de ellas regalo de mi vieja profesora de piano, tengo que llamarla otra vez, pero no tengo ganas, sólo tengo ganas de ti, de modo que puedes vender todas esas apreciadas cosas, porque, como tú dices, sólo ocupan espacio, espacio que tú, acto seguido, llenarás contigo mismo. Pero si te quedas ahí, a mi lado, ¿no serás de esos hombres que le tienen miedo a la convivencia? No, no serás de ésos, precisamente en esta revista pone que eso se manifestaría de un modo muy distinto, y tú jamás te manifiestas en absoluto. ¿No serás de esos hombres que reconocen haber cometido errores y que hablan de un futuro en común sin que éste exista? No, no serás de ésos tampoco. Por mí puedes derribar esa tentadora pared de ahí delante si quieres, realmente parece, como yo, haberte tentado a hacerlo, parece, como yo, gritarte: no deseo otra cosa que derrumbarme y, si sobrevivo a eso, quiero casarme contigo, y entonces seré tan feliz que sí podría morirme. Nosotros, los solitarios, nos refugiamos en lo oculto, pero nos alegramos cuando, como refugiados, podemos salir del escondite aunque sea para ir a prisión. Si quieres puedes abrir una brecha en la pared con el macho de fragua, aunque la brecha no lleve a ninguna parte, hazlo hazlo, y que sea para amarme más. Jamás llegarás a entenderme, pero aun así tampoco debes olvidarme nunca, y por mí puedes derribar ahora mismo la pared ésa de ahí delante, no hace ninguna falta que me consultes, si es lo que quieres, tú mismo. Consternada por el efecto sobre mi pobre pared me quedaré ahí sentada, pero no mucho. Enseguida querría volver, como un niño al Padre celestial, al que los niños pueden acercarse los primeros, para que Él les regale Su reino. Y en el jardín delantero puedes construir, si quieres, un invernadero cubierto de cristales térmicos, lo que impediría el acceso al sótano porque así el final de la escalera quedaría tapiado. Tendrías que pensártelo de nuevo y volver a mirarlo en el plano, pero lo que sí puedes hacer es abrir una puerta detrás, por la que podrás entrar a la casa directamente. Lo malo es que entonces tampoco vas a poder acceder desde el sótano a la planta baja porque habrás legado la puerta correspondiente. Pero ¿dónde estará el plan de ejecución de obras? Puedo demostrarte resolutivamente que tengo razón, pero ahora no encuentro el plan de obras, a quién le importa, quién lo necesita, para qué tenemos que ir al sótano, para qué planificar, si llevamos a buen término los planes antes de tenerlos. Al fin y al cabo nosotros nos encontramos sin planearlo. En un cruce así sin más. Así y sin más.
¡Por favor, no te vayas! ¡No te vayas! Algo así me imaginé en cuanto llegaste. Me habrías echado de un modo demasiado ultrajante si te hubieses ido. Sin que nadie me hubiese dado una razón. ¡Dime por qué! Abro la boca delante de las pocas amigas que me quedan, y después de un largo torrente de palabras, ¡oh, no!, se me acaba de derramar algo sobre esta hoja, que no se cayó de ningún árbol, más bien es parte de lo que una vez fue árbol, vuelvo a cerrar la boca. Pero en cambio me abro a mí misma para experimentar algo, y después me vuelvo a cerrar. Todo eso es un dominio ilimitado, pero no es mi dominio, es el dominio del trueno y del grito, de la espuma rugiente y de las nubes que se desploman, no: que ascienden como el hongo atómico, y bajo las que el amante, camuflado, puede decididamente tomar cartas en el asunto y medidas contra su adversario (igualmente amante ¡como él!), y afirmar que lo han enviado desde el cielo a su pareja, aunque con la dirección incompleta, de modo que la pareja, siendo la que es, tampoco acaba de ser la adecuada. Pero si la dirección la completaron en la oficina de correos del Niño Jesús, ¿cómo es que entonces no se recibe bien lo que yo digo y hago? En resumen: éste es el inmenso dominio de las casas unifamiliares y multifamiliares reformadas. Para que los seres humanos por fin sean felices, deben levantarse todos de golpe de sus lugares para buscar su propio camino, pero entonces resulta que siempre se vuelven a casa, donde pueden hacérselo entre ellos o con otros muy distintos, o bien esperar a que alguien que quiera hacerlo con ellos llame. No importa. Para eso siempre será necesaria una casa, una casa conserva siempre su valor. El cuerpo se arruina. A muchos les aflige no poder tener todavía este u otro hogar. El amor y la pasión lo aguantan todo, pero no se aguantan el uno al otro.
El nacimiento del agua de los altos manantiales comprende 600 kilómetros cuadrados, a eso lo llamo yo casi inmensidad. Un amante como el que éste no es y una amante como ésta deberían aprender, es mejor empezar cuanto antes, que si se quiere ser feliz, siempre hay límites, aun cuando ahora parezcan todavía lejanos, y que no se deberían cruzar a no ser que realmente se sea el agua en persona. De lo contrario, tarde o temprano se acaba en la ciénaga, que por otra parte también ha sido hecha por el agua cuando no tenía nada mejor que hacer. Ahora viven allí, en ese terreno sin árboles, unos animales tan ligeros y agradables… ¡qué agradable!, pues son pequeñitos y normalmente no hace falta verlos, sólo las plantas, las hierbas de agua dulce, las cañas, el carex (¿y eso qué es? Por favor, si ustedes lo saben, ¡escríbanme enseguida!), los juncos y las espadañas para roer, lo que les digo: ¡un paraíso! Todas esas plantas echan raíces en suelos saturados de agua o por lo menos temporalmente inundados de agua. ¿Les prometí demasiado cuando les garanticé que ahí iba a pasar algo? Obsérvenlo todo con calma. Pese a todo, ustedes no pueden convertirse en agua, o sólo muy muy difícilmente, entiendo muy bien que sea eso lo que quieren ahora. Por mí, de momento sólo pueden convertirse en polvo. No hace falta que me lo agradezcan, con eso ya les ahorro bastante, todo lo de en medio ¿verdaz? A lo sumo, si se tiene el valor suficiente, uno puede derretirse ante la presencia de otro ser humano. ¿Cómo? ¿Tampoco es su estilo? ¿Más bien algo para las lonchas de queso que vienen en prácticos paquetes abrefácil? Cuando por fin fuesen líquidos, muchos de esos animales revolotearían junto a ustedes y en su interior, por fin podrían ustedes verlos, ¡podrían convertirse en un lugar de invernada! ¿Qué les dirán a los gansos de las nieves y a otras aves migratorias acuáticas? ¿O prefieren mejor ser un criadero? ¿Garzas, fochas, cormoranes? No volverían a estar solos nunca más, eso se lo puedo susurrar, pero ustedes no me van a oír. ¡Estos animales gritan siempre tan alto! Como ejercicio preparatorio estaría bien, para variar un poco, ser dulce como la Claudia Schiffer (vosotros, vosotros que próximamente entraréis aquí, no vais a ser muchos, por supuesto, pero debo deciros que ésa es la única mujer del mundo que en este espacio de tiempo no se empapará con la lluvia del autoodio), querida por todos, ¡si supiera cómo hacerlo! Pero todavía me gustaría más saber cómo se hace para tener ese aspecto. Observen ustedes la nieve, cómo la besa el sol, a decir verdad desaparece, pero ¡cómo lo disfruta! Se lo digo yo: ¡se siente divinamente! Así deben hacerlo ustedes. ¡Pueden olvidarse de sí mismos! Hasta hace poco creían ustedes que satisfacían sus propios deseos y no los de unas imágenes cualesquiera, ¿qué imagen deben ofrecer los seres humanos, después de que el deporte haya acabado con ellos definitivamente? Ahí estaban ustedes sentados, iban en bici, hacían carreras de sacos, corrían, como recién nacidos, recién salidos de la cinta de correr y de la máquina de remos, y así se calentaron, acabaron presos del cansancio, la indolencia, ajá, se olvidaron de apagar el hornillo en la sauna y de juntar aquellas piernas que van juntas. Juntaron otras. ¿Cómo? ¿Que en su gimnasio hay un tipo en el fitness-bar que le está haciendo señas? Increíble. ¿Fuera espera ya su BMW? No me lo puedo creer. Si es así, ustedes deben de tener menos de veinticinco años o vivir en las afueras de la ciudad para que, si él viene de fuera, el camino hasta ustedes no sea tan largo. Y justo ahí, en la tienda de deportes, que en realidad también es una galería humana, acaba de aparecer ahora mismo ese excitante hombre, pelo largo, torso desnudo, pantalones cortos, en la trincha de su pantalón se balancea una bebida isométrica, o la lleva metida en su bolsillo trasero, y ahí han encontrado ustedes a un hombre al que ahora tendrán que escuchar con atención, una figura aureolada, y además de todo eso, encima ¡con una apariencia de una inocencia apabullante! ¡Precisamente es eso lo que no entiendo! Alucinante. Ahora mismo no sé la cantidad de kilos que pide que le coloquen cuando levanta pesas. Uno al que tendrán que escuchar con atención, les guste o no, y aunque en realidad él no quiere hablar con ustedes. Mientras tanto sus ojos buscan nerviosos por toda la sala algo mejor. Nunca demasiado concentrados. ¡Qué lástima! Un alto grado de afinidad entre dos personas, un buen número de coincidencias, sencillamente todo cuadra. Pero entonces: él me ha inducido a que todo mi pensamiento discurra completamente trastocado, me dice ahora una mujer. Pero yo no la escucho. ¡¿Qué estoy diciendo?! Lo que yo les diga: uno vuelve, como Dios manda, a hacer ejercicios de calentamiento para la vida una y otra vez, aunque, por desgracia, con tanto calentamiento las vitaminas ya se han muerto todas. Ahí estamos sentados, en nuestra causa y efecto, abrazando al otro desesperadamente, como si él alguna vez hubiese estado ni que fuera un poco atraído por otra persona; me siento incómoda ahora, pero en estos momentos encuentro el agua y sus viviendas mucho más sublimes que su sentimiento, sobre el que usted me escribió ayer, y que, como veo con decepción, es más pequeño de lo que me había detallado, pues usted vive todavía; en cualquier caso, este sentimiento suyo seguro que es más pequeño que su casa. ¿Cómo si no podría alguien, incluso con toda circunspección, vivir a su lado? Eso es lo que usted desea. Protección. Lo máximo. No baja el listón. ¿Cómo ha llegado este hombre hasta mí?, se pregunta esta mujer, y también esa de ahí. Teme estar completamente sola, pues todos se han apartado de ella, y en general teme haber perdido una cantidad de energía terrible con el hombre antes siquiera de haberlo llegado a tener. Kurt Janisch. Si fuese humano, le dolería que la mujer diese en el acto años de su vida por él, pues ella cree que cuando él aparece el cielo se abre: se entra pero ya no se sale. Sin embargo él sólo quiere su casa, ¡pero qué pequeña es al lado de sus sentimientos! Pero eso él no lo sabe todavía. Y cuando lo sepa, ya será demasiado tarde. Qué quebradizo es el ser humano, desde lo alto del Equivalente Habitante que él ha creado, hace sus cálculos a partir del ataque diario de las aguas residuales industriales y de servicios, que normalmente no le importan, y de sus aguas residuales domésticas (platos, baño, etc.), que seguro que le importan. ¿Por qué no se duerme uno sin más y sueña? No lo sé, pero muchas gracias por haberme indicado esa posibilidad. ¿Qué habrá de miserable en mí que sólo se me puede utilizar para escribir? Aunque de todos modos salgo bien parada, comparada con ustedes. Y es que tal cantidad de sentimiento no se puede describir de ningún modo. Nadie me lo va a echar en cara si yo tampoco sé hacerlo. Si uno quiere llevar esas cuentas, ha de arreglárselas con el agua, como hacen algunos colegas, como el señor Fuentes y la señora Fuentes. El fuego también vale, pero devora demasiado, demasiado deprisa. No deja nada. El agua deja más, ¡ha traído tantas cosas!, principalmente árboles, rocalla, lodo, etc. ¡El amor se lo dejo a ustedes! Si no, tendré que hacerlo yo también. Bueno, va, pues me meteré en medio con mis pies, de todos modos nunca me fijo por dónde piso, yo, la señora de la lengua, por lo menos ella me tiene cariño, ¿dónde se habrá metido ahora? Ni siquiera a ella puedo retenerla conmigo. Don Grima. Don Asquer. Aquí dos nombres con los que también lo haría. Los nombres pueden memorizarlos ya, también los suyos podrían estar entre ellos.
Vamos bien, ¿no? Sin bombear, el agua llega, a través de pendientes libres, canales tabicados y galerías, hasta la ciudad, donde debe dirigirse al búnker, quiero decir, al depósito. Lo hemos prometido, pero es él, el depósito, el que debe mantenerla, esa promesa. Cómo vamos a hablar de aquel que mata por amor, a sí mismo, a otros o a nadie en absoluto, o bien por un motivo distinto, detrás del que voy a lanzarme, porque está claro que tengo que hablar, igual que un pescador con el buitrón cuando la presa amenaza con escurrirse y desprenderse del anzuelo. Uno no debería dejarse llevar por la suerte, es mejor el aire que mueve un aeroplano o directamente nuestra querida agua, ahí la tenemos, cumpliendo con sus obligaciones, haciendo sus necesidades, que son ella misma. Agua, de la que hablo y canto sin interrupción, ese barullo resplandeciente que en pocas líneas ya nos ha llegado al corazón, el agua además tiene vigas más consistentes que nuestros sentimientos. Los sentimientos dicen: si me amas realmente, entonces haz esto y esto y esto también. Sin rechistar.
Sin el corazón desbocado ni jadeo ninguno, en buena forma, el gendarme, que en estos momentos está fuera de servicio, de lo contrario no estaría aquí, sigue haciendo avanzar sus musculosas piernas por delante de sí mismo, siempre una detrás de la otra, y el impertinente cuerpo siempre le lleva algo de ventaja, montaña arriba, hacia donde los pies jamás quieren adelantarle a uno. No pueden porque el cuerpo no lo quiere, él tiene su propio sentido del ritmo. Toda persona debe seguir a su cuerpo, claro está, es su estrella guía en la oscuridad. El gendarme entra en escena en su propio escenario, pero es tan rápido que, apenas ha entrado, ya ha vuelto a desaparecer y vuelve a aparecer en otro sitio, sesenta, setenta, ochenta centímetros más adelante, mucho más no, dándose prisa, casi sin quererlo, como si lo llevase a sus espaldas esa agua subterránea. Que es capaz de eso, lo sabemos, sí, justo esta agua de aquí, en esta prisión colectiva que retumba por debajo de la tierra y que antes, por encima de la tierra, se embelesó y se envenenó cuando alguien le echó algo dentro que no tocaba. No obstante, enseguida lo arrastró la incansable fuerza de la naturaleza, esa incesante reaparecida fuera del horario previsto, y cuando la vemos es como si nunca se hubiese marchado. Claro que cuando la vemos sólo es por un breve espacio de tiempo. Ahora ya sólo se ve la casita del agua construida en el peñasco, en la que, por desgracia esclavizada pero llena de energía, alborota y quiere salir ahí, no, no de ahí, lo que quiere es pasar por ahí, como siempre montaña abajo, de lo contrario haría falta una bomba. Y esa capacidad que tiene el agua de despeñarse la hemos aprovechado los humanos tal como nos aprovechamos de todos y de todo lo que nos llega a las manos. Ahora el agua tiene una razón para cumplir con su deber, pronto, en la tele, causará la admiración de los platos y tazas del vecino bien parecido, lavados con ella y con un producto muy especial, bendito sea su nombre. Hasta ahora la han persuadido, sí, al agua, todavía estamos con el agua, de su utilidad, y ahora cree en ello firmemente y renuncia a hacer carrera, al estrépito, murmullo y barullo. Estas tres palabras son buenas, creo, las conservaremos tanto tiempo como podamos y entonces las reciclaremos, si se puede. No debemos repetirlas demasiado a menudo, si no, nos lo echarán en cara. Y cuando decimos que está pensada para beber después de todo lo duro que tenemos que vivir, que es para un animal interior a quien en cierto modo también le resulta bastante duro porque siempre que la quiere matar recibe un cubo lleno en la cabeza o la manguera del jardín a máxima potencia en la cara, no nos cree nadie.
Kurt Janisch, para su edad, que tampoco es tanta pues se encuentra en sus mejores años, está en unas condiciones excelentes. Para eso se entrena, claro, por hoy ya ha terminado con los estiramientos, que normalmente hace en casa, delante del espejo de la habitación de sus padres, tal vez para controlar si todavía está ahí, no, el espejo no, ése está encastrado en la puerta del armario y ya lo tenían sus padres. En todas las casas debe haber un espejo, y si es demasiado pequeño para nuestra estatura, entonces hay que buscar uno más grande. Qué raro, un hombre tan bien parecido, casado, católico, apostólico y romano, y va y no quiere prodigarse en la vida pública, a pesar de que seguramente todo el mundo estaría encantado de mirarlo, no, nadie tendría prejuicios contra él. En casa sí que le gusta mirarse, a veces casi interminablemente; ¿de dónde sale ese temor a lo desconocido, pero todavía más aún a sus conocidos? Siempre anda por los lugares más apartados, que se conoce al dedillo, no en vano ha crecido allí. Se dirigen a él, involuntariamente, miradas de hombres y mujeres, bajo los abetos y los abetos rojos y los alerces, a menudo miradas de forasteros que pasan aquí sus vacaciones y entre los que el enojo sobre el tiempo y las personas con las que no se puede conversar, pero que están en mejor forma porque uno no dispone más que de tres semanas al año para hacer lo que le venga en gana, está muy de moda. Sin embargo, delante de un plato con una merienda como Dios manda a base de tocino y un vino doble y un buen aguardiente, se esfuman pronto las reflexiones y son reemplazadas por la inconsciencia. Uno puede empinar el codo a diestro y siniestro, sobre todo si es abstemio, pero el gendarme, lo dicho, no tolera bien las miradas de los extraños, que enseguida considera desdeñosas. Para él son como bofetadas que en realidad debería repartir él, miradas que hacen que su cuerpo se devore como a sí mismo interiormente con una especie de pudor, sí, ya me he dado cuenta, siempre lo mismo: devorar. Realmente es cierto lo que dijo el poeta: el pudor le sobrevive siempre a uno, da igual si eso le importa o no, quiero decir, da igual si a uno le importa que quede algo de sí mismo. Ahí tenemos a uno que sólo desea largarse, que le quiten de en medio, y que no obstante hace todo lo posible para estar ahí. Uno que desea dejar las marcas de su casita plantadas en el paisaje como tótems. Deben estar y hablar por él, ya que él no es muy dado a hacerlo a pesar de que las mujeres se lo exigen continuamente. Quieren que, hablando, su interesante personalidad sea más interesante aún, que quede entretejida como ocurre con esa brillante tela metalizada. Algo centellea, ¿qué es? ¡Ah, bueno! Ha sido el jersey, no el empaste de oro. Primero las mujeres quieren ir de boca en boca, abandonarse a divertidas batallas dialécticas, pero después quieren que se las calme y se las colme, p. ej., cuando alguien se pone los labios de su vulva en la boca, los sorbe ligeramente y después los mordisquea, lo que no hubiese hecho ninguna falta pero ha resultado satisfactorio. Sí, por favor, otra vez, la semana que viene otra vez, y la siguiente, hasta que no quede nada de nosotras, ¡es que nos hace tanto bien! Eso es el amor. El gendarme prefiere buscarse un techo bajo el que poder subir y bajar por una escalera. Y que el coche esté en su plaza de aparcamiento correspondiente o en el garaje. El gendarme ha cubierto completamente con hormigón una buena parte del jardín para su coche, pese a que su mujer hubiese querido cultivar ahí sus plantas. Para algo tan superfluo sólo queda sitio ahora en un minúsculo rinconcito. El resto ha sido pavimentado para la eternidad, aun cuando el humus de debajo hace tiempo que vuelve a estar sano y desearía poder volver a respirar. Así que a la mujer del gendarme sólo le queda esa estrecha franja para sus flores, pero ojo, en ella se amontonan las floreadas plantas de jardín en lujosa formación, se lo ha currado, el pedacito de jardín es su pasión. Todas las plantas que han sido plantadas en el vivero por su criador tienen una espesura tres veces más mayor de la que se suele dar en la naturaleza, sólo en el catálogo de jardinería tienen esta espesura, como la mata de pelo del Creador, que con notoriedad nos lo pinta todo muy bonito; jamás hubiese dicho que un civil, no siendo Dios, pudiera crear también ese tipo de plantas, pero veo que es posible, la naturaleza realmente lo consiente. Sí, yo podría amar esas plantas, pero las hay sólo por partida doble, en el catálogo, por un lado, y en este fragmento de jardín delantero de aquí, por otro, para que la gente las pueda mirar, sí, eso también forma parte de todo esto, ¿cómo que mirar?, ¡por supuesto!, por los agujeros de entre las estacas del cercado o por arriba de los listones superiores. Una mujer es otra cosa. Otra mujer sería a su vez otra cosa distinta. Esta mujer quiere ver cómo admiran su trabajo, ella no es tan misteriosa como su marido, todo lo contrario. Se alegra de poder tomarse molestias con su jardín, que sus amigas admiran, amigas que sin embargo no se le permite tener, sólo tiene vecinas. El marido no ve con buenos ojos que chismorree con ellas, ni ve con buenos ojos nada de lo que otros vean o tengan, precisamente porque lo tienen ellos y no él. Prefiere comprobar si es cierto que esta mujer se aferra a su posibilidad de existencia, o bien si estaría dispuesta a soltarla si se la convenciese de que le sobra. Las sobras no las quiere; así es él de desconfiado, ni siquiera se fía de los rayos de sol que caen en el jardín de su mujer como un ejército, uno que no destruye sino que trae fertilidad consigo. Sí, por ahí sale el preciado sol, por ahí delante, sólo tienen que mirar tranquilamente, es gratis, pero pónganse antes unas gafas ahumadas. Ni una pizca de maleza entre las espuelas de caballero y las aguileñas, que en ninguno de los dos casos aparentan serlo de veras. A mí me parecen extrañas orquídeas.
¿Cómo lo hace esta mujer? Podría ganar premios, pero no se le permitiría, a menos que fueran amortizados en efectivo. Este jardín es como un magnífico pañuelo de seda, tejido soberbiamente con los colores más maravillosos, tan bello, ¡genial! Delante, una puerta maciza ante cuya visión uno desea perderse para ser salvado de ella. Otros desearían ser transparentes para poder colarse a través del cercado y poder leer tranquilamente los letreritos colocados en el suelo al lado de cada planta, ¿dónde los habrá comprado la señora Janisch? En el caso del hombre, nada serviría de nada. Aunque: tímido no es, realmente. Es como si su cuerpo fuese un idioma que él mismo aún tiene que aprender con gran esfuerzo, mientras que otros ya lo conocen. Otros incluso a veces se hablan a sí mismos en lengua extranjera y dejan así de entenderse. Pero eso ya no les importa porque les gusta aprender cosas nuevas sobre sí mismos y lamentan que eso no vaya a salir nunca en el periódico. Se dicen: ¿en qué coño estaría yo pensando para casarme con esta o con aquella mujer? Estos valientes se despiertan entre las piernas de alguien que apenas acaban de conocer. Ellos son hoy el poder. Sí señor, esos respetables, eficientes y laboriosos se han convertido hoy en un poder, al que yo, de ustedes, no le pondría trabas, (¡de mí misma ya me fío más!), a no ser que conduzcan un Jaguar relampagueante, uno como el que desearía tener el nuevo ministro de finanzas, y como yo misma también desearía, ¡se acabó, se acabó! El ministro también se ha marchado y uno nuevo ha ocupado su lugar. El país se llama: Austria. ¡Conózcanlo a fondo o váyanse de puntillas! El gendarme, en cualquier caso, sabe siempre de dónde es, pero no quién es. En cambio, las mujeres quieren conocerlo más y cada vez más a fondo. A él no le importaría, su plan de ejecución de obras le bastaría, vale, al menos rima, aunque no es de las buenas. Ya nada nos sería extraño. No habría nada más contra lo que luchar, se podría mortificar a todo el mundo, y ni siquiera así se granjearía uno enemigos. Todos serían como nosotros. Como nosotros. El gendarme piensa poco o mucho, según sea necesario. Pero habla poco, y cuando lo hace la boca se le mueve como si estuviese sujeta por una pinza de acero, hasta tal punto llega a reprimirse al hablar. Apenas sí consigue abrir la boca, ni siquiera para saludar. ¿Cómo es posible que a las mujeres realmente les pueda interesar tanto algo así? ¿Porque no escuchan atentamente lo que él dice y por esa razón él puede convertirse en su héroe, ya que los héroes jamás tienen que hablar y le parten a uno la boca como si nada? Tal vez. Al fin y al cabo ya hablan ellas mismas, eso es algo que las mujeres saben hacer, para ello no necesitan ningún tipo de conocimiento previo. A eso sí llegan, aun cuando jamás hayan puesto el pie en la escuela superior de la vida; eso no se les permitió porque tenían uno o varios hermanos que hubiesen reventado en el infierno de la insatisfacción de no haber podido estudiar en aquel entonces. Jamás acabaron. Con los estudios. Vamos, por favor, esta mujer de aquí lo ha conseguido con su propio esfuerzo. ¡Con qué paz despachó sus modestos negocios a lo largo de decenios! Tocar el piano, qué sé yo. Ya había conquistado el cielo antes de llegar aquí y traer consigo el cielo expresamente para añadirlo al puzzle de las montañas, justo en el lugar preciso, y bueno, aquí él también tiene aire fresco para los despeñados a los pies de las montañas, y todos llevan las resistentes botas Goiserer, que, como su propio nombre indica, provienen del pueblo llamado Bad Goisern, al igual que unos pocos escogidos en el mundo. Es un lugar pequeño, no todos podemos venir de allí. Sólo Jörg H. puede. Volvamos al cielo. Esta mujer buscó durante mucho tiempo el cielo, seguramente lo había puesto a sus pies, pero precisamente él no es: el suelo. Y ahora, apenas lo ha encontrado, lo ha invertido enseguida en cierta persona. Por desgracia él también se perdió sin que la mujer se diera cuenta. Este hombre y en cierto modo la paz del mundo y la música de muchas melodías, y: la lectura, su pasatiempo, todas estas cosas eran el sentido de su existencia. Ahora sólo queda este hombre solo. Paciencia, me estoy anticipando. No voy a descubrir ya ante sus ojos mi ejército al completo, de hecho también tiene pies de barro, pero no es de China. ¡Cómo que paciencia, si ya se han dormido todos! ¿Para qué he empezado a poner encima las ramitas y las flores que casualmente han ido a parar a mi red de camuflaje? Para que no vieran enseguida todo lo que estaban viendo venir, y ahora va y me apagan. Les ha bastado un golpe de mano. Antes de haber podido explicar lo de la aprendiza y Mürzzuschlag, y de que ustedes hubiesen podido hablar y reír sobre muchas de mis declaraciones previas, de las que hoy amargamente me arrepiento.
Oigo música, es como mi vida desaprovechada, se la oye, de lejos, es la música de la vida, y un instante después ya se ha extinguido. No sé hacerlo mejor. Por lo menos levántense en silencio y váyanse a casa, allí seguro que habrá algún libro que lo haga mejor.
A menudo, las mujeres se le pegan al gendarme, como miembros de un cuerpo del ejército que tiene un código de honor: ¡siempre pegadas al pie del cañón! Pero este hombre siempre realiza una elección previa determinada, antes de que con las mujeres haya auténtica diversión bajo las rebosantes nubes, antes de una tormenta, detrás de la pista de baile, arriba en la ladera rocosa, donde los últimos árboles frutales casi se echan a perder en la rocalla y, aterrorizados ante el primer frío, arrojan su fruta antes de haber madurado. Las mujeres, que dejaron sus coches en el primer aparcamiento elevado abatido por el viento (ahí hay una vista panorámica y, más arriba, donde la naturaleza restalla ya al viento como una bandera, otra más) y se lanzaron al viento de los montes, se acurrucan a escondidas bajo los abetos para hacer sus necesidades, salvo si se oye a alguien, y al hacerlo expulsan el aire con jadeos, pues no están acostumbradas a una pendiente como ésta, en resumen: estas mujeres han madurado para el amor sin haber encontrado todavía la felicidad de la cosecha. Y ahora la exigen, esa cosecha que son ellas mismas, esas generalas de mejillas encarnadas que perdieron todo su ejército en el viaje, tercas, adelante, hacia la cima. Saludan algo tímidamente a todos los caminantes con los que tropiezan, casi sonrojándose, y nadie se da cuenta de que ellas sólo tienen a uno en la cabeza, a ése que ya les mandó la citación expresamente para hoy. A ése quieren seguir, para que se pueda hacer el importante, lo que no me parece ni conveniente ni necesario, pues al fin y al cabo lo perderán todo en lugar de ganar ni que fuera un tiesto de flores nuevo. No hay duda, hay uno que les gusta especialmente a las mujeres, pero no lo reconocen. Es gendarme de profesión. No deberían hacerlo, no deberían: ponerse en manos precisamente de ese hombre y encima poner la firma debajo de modo que en cualquier momento les puedan recordar su compromiso, en un juramento declarativo con el que juran que Jesucristo se les ha aparecido y les ha vaticinado que con ese hombre serán felices con toda certeza. Con Él. Sólo tienen que renunciar a los otros. Hombres como éste ya han detenido en semáforos en rojo a madres de niños pequeños, y han dejado a los niños en manos del tráfico y de la nada, del tiroteo procedente de las salvas de los faros sobre el asfalto húmedo. Y si las mujeres se lanzan a sus brazos, pese a que yo las he advertido, entonces deberían terminar con esa fijación por lo menos antes de que el pegamento se seque, y en lugar de eso la pared en la que ellas querían colgar la foto de él simplemente desaparezca, fuera. Su afecto debería transformarse en desafecto, creo, mientras todavía tengan tiempo para hacerlo. A las mujeres por desgracia siempre les basta con que alguien les regale un sentimiento, después nunca consiguen determinar a quién se lo enseñaron. De repente ya no está, ¿quién fue el último? Desgraciadamente ya no me acuerdo. No importa, la relación sigue, las tensiones con la familia crecen también, inestable le llaman a una y no sabe por qué, pues una está enganchada al hombre, a prueba de bombas. No se duda: de un amor, y no se abriga: una sospecha. Ahí va uno que la lee y ni siquiera tiene que pasar las páginas, pues ya la conocía de antes al dedillo. De repente podría ser demasiado tarde, cuántas veces habré escrito esta frase, y continúa siendo buena. Esa frase ¡es indestructible! Por desgracia siempre tengo que añadir cuándo es demasiado tarde. Esta vez, sin embargo, no lo puedo decir, pero tengo un mal presentimiento. Qué le vamos a hacer. Ahí está mi reloj, justo delante de mí. Escribir, eso es como matar moscas a cañonazos. ¡Qué bobas son las mujeres! Todas. Sobre todo las intelectuales (por lo menos no tengo que contarme entre ellas), como embaucanovias al que conocí una vez me aseguró personalmente. Y ellas se echan a perder precisamente porque creen que es demasiado tarde para ellas. Quién prometería matrimonio si sin hacerlo también llegara puntualmente al tren, para largarse con libretas de ahorro ajenas, anónimas, ya ven ustedes, y a ese tipo de gente ¡seguro que el tren la esperaría! Pero no al revés. En vez de que las mujeres empiecen a ahorrar en la madurez de sus años y a economizar con ellas mismas. Cualquier litro de vino decente sabe que con los años mejora y sabe lo que más o menos costará entonces. ¿Saben ustedes lo que en una residencia de ancianos les van a soplar? A ustedes y a todo lo que ustedes posean, y el resto lo tendrán que poner sus hijos, que estarán muy enojados por tener que poner tanto dinero. ¡Qué! ¿No lo sabían? Desperdiciar no es la palabra adecuada para estas mujeres. Se ofrecen enteras solícitamente, pero al mismo tiempo quieren reservarse e incluso sacar una buena tajada, pues todavía quieren arreglar un par de cosillas para el futuro, asistencia íntima incluida, cosas que ellas creen que alguien necesita. Primero ser encerradas, después asistidas por los loqueros. Eso es lo que necesitábamos.
El gendarme siempre es todo oídos para sí mismo, no tiene nada ni a nadie más. No necesita a nadie. Lo tienen bien merecido. Sin embargo, se obstinan en decir que no lo merecen, ¡sientan ustedes por un instante o escuchen con atención! Ni siquiera el dinero es tan egoísta como para ofrecerse y reservarse al mismo tiempo. Hay algo, ¿pero qué es?, algo que la lanza como con la caña de pescar, ¿no es un pez dorado lo que pende en el sedal, todavía ágil y gracioso, como en la vieja película homónima?, no importa, pasa zumbando, devanándose a sí mismo sobre el paisaje, ese yo femenino, sí, ahora veo que se trata de un auténtico yo, que desde hace pocos años, desde que hay una ministra exclusivamente para eso, que por desgracia ya ha sido suprimida, se ha acostumbrado, y los periódicos lo han animado además, a tomar exclusivamente decisiones por sí mismo. Y un día da en el clavo y se decide por alguien a quien ya le tiene echado el ojo, con lo que duele arrancárselo, y ése se lo carga sucesivamente todo. Para ello no necesita siquiera una disputa. Le basta con estar ahí. Lucho por ti, dice la mujer. No, gracias, no hacía ninguna falta, dice el hombre. Se trata de alguien que tranquilamente establece sus contactos: casas, terrenos, jardines, viviendas. Todavía no ha tenido demasiado éxito, de momento, pero en el más inmediato futuro quizás sí pueda convertirse en el héroe de una flota entera de casas. Presidiendo su buque de vapor, en el que será el almirante. ¿Restos de sangre en los huecos de las escaleras? Los quitamos con un trapo, no pasa nada. ¿Restos de esperma en pelo púbico ajeno perteneciente a un cadáver? ¡Ay, madre! ¡Deberíamos haber pensado antes en eso! Hubiese sido mejor hacerlo cuando apretábamos muy ligeramente el centro nervioso (situado en el recodo del curso de la arteria carótida) de una desesperada, ¿qué pasa si hemos dejado material con ADN aprovechable, como en el caso del cabello en el tristemente célebre asesinato del lápiz en St. Pölten, cabello que coincidía totalmente con una determinada persona? No, sobre cómo fue a parar el cabello a los expedientes ya no sabemos nada. Dado que esta vez no se ha consumado el acto, en ese aspecto no debemos preocuparnos, por una vez sólo se han movido la boca de ella y la mano de él, lentamente, por el cuello. Ya han desaparecido en esta zona diversas mujeres, que quede claro, nadie sabe adónde fueron a parar, una época nueva se abre camino, y también estas mujeres se abrieron un día, hacia algún sitio: autostoperas, montañeras de países extranjeros, una viuda que vivía sola, no tengo ni idea de dónde están ahora. Una vez se encontró en el bosque un esqueleto que tenía enrollada al cuello una media de señora, la mayor parte de la media se la habían llevado los animales, quedó demasiado poco para los médicos forenses. El pelo de la cabeza del esqueleto, restos del color desteñido de una leona, ni idea de a quién pertenecía el pelo. El ser humano se mantiene en pie gracias a la energía, y nosotros se la hemos cortado en este caso y en cualquier otro. No fue demasiado difícil. Pero antes, apenas tres días antes, p. ej., esa desesperada, con la cabeza echada hacia atrás, agarraba fuertemente con el coño un rabo como si no lo quisiera soltar. ¿A qué ha llevado eso? Al final ha llevado al final. Con tal enamoramiento, esta joven se ha hecho directamente con una trampa: el hombre, debajo de ella, no podía salir de ningún modo del asiento del coche. Casi ha sido presa del pánico. En primer lugar, ella lo ha introducido suavemente en su interior, y entonces él ha creído que ya no podría salir nunca más. Como si quisiera agarrarse a un modo de existencia singular y completamente nuevo, de este modo esta noche se ha lanzado enfurecida sobre él, aunque él en realidad es intangible, y se ha sentado encima de esa cosa que, como siempre, él apuntaba tiesa hacia las alturas. Sin opción a resistirse. Esta mujer se ha abalanzado entonces sobre él, le ha sacado el rabo de muy buenas a primeras y lo ha utilizado como manual introductorio en su interior. Pero cuando él estaba dentro: vacío bostezante. ¿De dónde leches saca una persona su personalidad cuando no tiene ninguna para llenarse? A menudo los extraños deben llenarla y pagar un precio muy alto por ello. Y si esos extraños no quieren pagar, entonces tiene que pagar uno mismo. ¡Pueden morir en el intento! Ése es el principio de la pornografía, aun cuando uno no tenga ni idea de leer: para afuera, para adentro, y tras un par de centímetros ¡sanseacabó! No da para más. Según las circunstancias sí podría ir mejor. Lo puedo hacer yo con cualquier puerta, o cualquier lápiz con el bolsillo de la camisa, ¿por qué no iban a poder hacerlo ambos entre sí? En el caso del hombre, tal vez no sucediese del todo voluntariamente, no esperaba sacar nada de esto, tengo la impresión, pero la carne joven es un buen partido que no puede pasar desapercibido tan fácilmente, por lo menos con la potencia con la que el partido se manifiesta, en masa, a favor del señor Haider, y encima quiere música de acompañamiento. La mayoría, sin embargo, toca su música contra ese señor y se divierte lo suyo al hacerlo. Más tarde le hemos limpiado la vagina a la muchacha con un trapo del maletero, y seguro que el trapo habrá dejado restos filamentosos, sencillamente lo hemos tirado a los matorrales, pero unos cuantos kilómetros más allá, ¡no!, desgraciadamente lo hemos dejado caer justo donde estábamos, ¡ay, si por lo menos pudiésemos acordarnos! De no haber sido tan vagos para quitar de en medio el trapo, todo hubiese sido mejor, por lo menos para no dar la sensación de que el asesino es indescriptiblemente estúpido. Por ahí hay tirados un montón de kleenex completamente duros por todo lo que han tenido que absorber a lo largo de su vida. Pero el indicio más importante en el revoltillo de pelo púbico serán con toda seguridad esos estúpidos hilos. ¿Pero de qué le sirven a uno si el trapo correspondiente no puede ser relacionado con la persona correspondiente? Le sirven a uno si el esperma adherido a él puede motivar una detención si, tras los exámenes radiográficos, éste se puede atribuir a una persona concreta. Y con las secreciones que están pegadas al lado se puede detener entonces a la mujer que fue envuelta en un plástico y atada con cuerdas, ¡un momento!, ¡no!, ¡si a la mujer ya la tenemos!, sólo nos falta encontrar a su asesino. Bueno, yo creo que enseguida se sabrá quién era la mujer, su foto cuelga en los postes por todos lados. Además aquí todo el mundo la conoce. El hombre debe, a ser posible antes del cierre de los negocios y del hallazgo del cadáver, volver al lugar de la pasión extinguida y registrar los matorrales. El trapo debe desaparecer algo más lejos, y, quién sabe, tal vez haya rastros más viejos, sobre papel, que también lo señalen a él, serán algo práctico para los gendarmes. No tiene ninguna gracia. El hombre deberá revolver en la basura, recoger el trapo y deshacerse de él. De lo contrario, los colegas llevarían ese trapo al laboratorio. El hombre está cansado. Lo han exprimido hasta la última gota.
No, seguro que aún no, casi no me lo puedo creer: el rabo casi saca otra vez la cabeza por la puertecita para mirarle, como un niño curioso, sólo con pensar en ello. En todas esas mujeres y en lo que ha hecho con ellas, y en lo que todavía tiene intención de hacer. Parece haberle gustado, quiere saber qué pasó con esa chica, la que lo manejó traviesamente, casi con descaro. ¡Pero si ya lo sabe! Este hombre es incorregible, para él no hay base de planificación que valga cuando sigue a su rabo, que quiere endurecerse y afianzarse dentro de alguien, pero que no tiene ningún gancho para hacerlo. Las mujeres en algún momento se desasen, y él entonces sale de ellas. Todas las noches, al dormirse junto a su mujer, sacude, solo y solitario, su sexo, su árbol de mayo, que aunque esté puesto durante todo el año, siempre queda algo en la punta, sorprendentemente. Para este hombre es como si esa sacudida se transformase en sueño, y así debe de ser porque en algún momento llega la calma, cuando el sueño por fin se digna a distinguir también a los incansables. Una muestra divergente de comportamiento tan bonita como ésta la hemos pintado ahí en la pared. Ya no puedo separarme de ella. Siempre es posible pedir más y más informes sobre las personas, pero los policías, los encargados de la investigación, sólo ven la superficie de todo lo que les cae entre manos. El resto, a la basura. El psicólogo de la policía, con su perfil del asesino equivocado, debería volver a la escuela de artes y oficios y dibujar uno nuevo. El resultado de la búsqueda, la muerta, ha sido encontrado, un momento, en estos momentos todavía no lo tenemos, pero pronto recibiremos la mercancía, pero la fantasía nuclear que desencadena el asesinato no se puede encontrar porque no tenemos ni idea de dónde debemos ir a buscarla. Este hombre es un salvaje, pero muy reservado, otros tienen un cuarto con equipamiento deportivo y para sus pasatiempos y con eso están tan contentos. No es de extrañar que el psicólogo pueda darle en cualquier momento una capa de pintura a ese cuarto, al que buena falta le hace. Ahí hay una persona que desde su niñez se ocupa preferentemente de sus heces, pero, como se puede comprender, no lo hace en público, no es ningún perro, así que no la podemos observar en directo cuando lo hace. No habría ninguna cámara apuntando, y eso que las hay a diestro y siniestro. Lástima, no habíamos visto nunca nada así. Pero pronto tendremos un programa nuevo en la tele en el que los asesinos podrán expresarse abiertamente. Veremos una infancia marcada por la muerte de la madre alcohólica, pero la interpretación es osada, pues aquí todos privan, aunque no todos con las mismas consecuencias, jamás nos encontraremos con las de esta piel del hijo, completamente sellada de morado por esta progresiva muerte. Sólo encontraremos la superficie helada y el frío y el rechazo y el hambre, pero de otra cosa, ni idea de cuál, y encontraremos un trapo pegajoso, pero no lo que estaba debajo. Ese gran rollo de plástico le quedará a la mujer que ni pintado, como si se lo hubiesen pintado sobre la piel. Parece que debajo de ese pañuelo manchado tan sólo estaba el suelo del bosque. Y nada más. ¡Tú, ha pasado algo horrible! Y enseguida se relaciona el recuerdo de una muerta con un llanto inasosegable, con miedo a la oscuridad, y justo al lado ha vuelto a morir una mujer, no exactamente por voluntad propia, no por amor, pero bueno. No podía hacer nada para evitarlo, pero había tomado partido en una lucha invisible entre la conciencia que se muerde agitadamente las uñas y su dueño, que igualmente es una especie de mordedor aterrorizado. Ya está hincando los dientes antes de que sea necesario. Para que más tarde no le pueda pasar nada. Los pezones y la vulva de varias mujeres ya se saben esa cantinela, pero no cantan necesariamente en una agrupación coral, sino apartadas de la pista marcada, y así la una no sabe de la otra. Me parece que de este modo el hombre del que estoy hablando se vuelve todavía más concreto para las mujeres que encuentra, también más vital. Creen saber con quién se la están jugando, han sentido el cálido aliento del amor, los cálidos dientes del deseo, y este mordisco en forma de media luna lo demuestra, por si lo habían olvidado, Dios mío, qué daño hace, antes, cuando se lo he permitido amorosamente, no, se lo he exigido, no sabía que me haría tanto daño. Parece que estas mujeres confunden la casa de su cuerpo con algo decididamente más duradero: completamente tapiado o bien hecho de delicados ladrillos térmicos. Tampoco está nada mal. Así no pueden hacer la competencia. Cuestión de gusto. De modo que tienen que entregar su casita llave en mano, para que por fin pueda ser renovada, para que la colada pueda ondear delante de ella, pero no la suya, ondear tan alegremente como una canción que hace tiempo ya que puede correr sola por el mundo, sólo hay que encender la radio. Es mejor que lo exciten a uno. Las heridas hay que desinfectarlas y enfriarlas con bolsas de hielo. Eso pasa cuando uno le da cobijo en su pecho a la cabeza de algún desesperado: o bien llora hasta que le pone a uno de los nervios, o bien se pone a morder enseguida. Quien nada posee al menos se interesará por sus propiedades, aunque sólo sea eso, piensan estas mujeres, y cómo desean regalarse enseguida junto con todas sus propiedades para poder despertar pronto a la luz, a la maravillosa luz del amor que mana de un ser humano que se ha tragado, no, no un palo, sino una linterna. Y él es ahora su sol. Ellas serían para el hombre, por decirlo de algún modo, como el relleno de un brazo de gitano, tan ligero, tan exquisito, con sus propiedades alrededor, en las que están envueltas y con las que han envuelto al hombre, ummmmm, ¡qué rico! Así se lo imaginan. Hasta que un día las mujeres ya no saben lo que las rodea, y tienen que obligarse a ir inmediatamente a un abogado para que les explique y para averiguar quién o qué, si es que se da el caso, volverá al cabo de un tiempo, después de haber entregado sus propiedades con certificado notarial a alguien que no iba a valer la pena. No pasa nada, a las propiedades sí les valió la pena. Ahora sólo ellas. Nadie. Solas. El abogado las tiene que salvar ahora, nono, él ya no podrá hacerlo nunca más, pues la firma está ahí y se lima las uñas distraídamente. Sí, quien se irrita con el placer ajeno, es presa del mal humor, ¡querida señora pianista! Y ahí tenemos ya al humor de perros.
El gendarme sí que sabe manejar a las mujeres, ¡hostia! Esta persona, sola en la carretera polvorienta, en el marco de la ventana de una vivienda de alquiler, en realidad ahora debería ser enteramente ella misma en su bostezante e impaciente mal humor, bueno, ya ha cocinado bastante, ahora ya debería ir sonando el teléfono. Oh, eres tú. Encantada. Dónde estás. Todo el tiempo ha estado buscándose a sí misma, pero en realidad busca a otra persona, a alguien que la comprenda, pues entonces también ella sabrá quién es. Una tonelada de libros con marcadores justo al lado de la cama, dónde los ponemos, y así que ahora por fin se ha encontrado a sí misma. No es de extrañar que haya tardado tanto tiempo, pues se ha encontrado a sí misma justamente en otro, donde jamás se habría podido sospechar. Así adquiere uno importancia. Ringringringring, ¡a levantarse!, ¡ya va siendo hora!, ¿dónde está el anillo de oro?, dice el despertador. La vida ya está ahí y de un momento a otro les va a patear la puerta. Has firmado el certificado de demanda para la vida en casa del señor notario, ¿verdad?, Gerti, Andrea, Karin. Bien. Bueno. Ahora las mujeres ya saben lo que tiene que poner en su demanda, elaborada hasta el último detalle, y que muy pronto, sin embargo, van a retirar. De cualquier modo tendría que haber funcionado, pero no ha salido bien. Desde hace años corren rumores, también en la capital de la comarca, de que el gendarme en alguna ocasión ha intentado dar un gancho con la izquierda, al que enseguida habría añadido uno con la derecha, pero quién va a querer investigarlo. A los colegas no se los investiga, incluso aunque uno no los pueda ni ver. No puede haberle salido bien, a juzgar por las deudas que tiene. ¡Para qué querrá comprar tanto terreno si ya tiene el de su mujer! Se menciona un nombre, no sé cuál es ni dónde podría tener lugar un acto donde se mencionase ese nombre. Un peñasco es un obstáculo, escalarlo una pequeñez. La incapacidad de oposición de estas mujeres, sin embargo, no, no lo creo, pero si incluso dejan abierta la puerta del jardín, que además sólo mide ochenta centímetros, sólo para poder por fin empezar a amar. Ellas son a diario las últimas ofertas especiales, precisamente porque son algo especial. Todo el mundo querría hacerse con ellas enseguida, todo el que no quisiera gastar mucho. Pero lo que ellas consideraban el principio, resultó ser el final. Como si el amor no hubiese podido subir hasta allá arriba, aunque realmente hubiese querido llegar hasta allí. A las mujeres se les fueron las ganas. Hoy han vuelto a sacar los ánimos de la botella, pero ahora éstos quieren que los vuelvan a meter enseguida. Igual que una flor es acariciada por el sol, con tal ligereza, y, sobre todo, rapidez. A ser posible inmediatamente. Tenemos que adelantarnos al sol. Porque si no, se va precisamente cuando la flor más está disfrutando. Las mujeres quieren procurarse ellas mismas el alimento, un antiquísimo privilegio masculino. No deben perjudicarse a sí mismas, las muy imbéciles, muy a menudo su mejor marca personal no parece llegar hasta su muerte, cuando una o dos personas están junto a su cama y deambulan sin saber qué es lo que deben hacer. Sí, el sol también parece brillar, ése es su objetivo, a eso aspiran. Cuanta más energía inviertan en su vida las mujeres, más energía les faltará en el futuro, en la residencia para la tercera edad en Mallorca, donde por supuesto ya se hablará su lengua, la lengua del dinero, si es que ellas consiguen salvar algo. Algo de dinero. Su búsqueda es como levantarse en silencio e irse para casa. Pero aún se quedan un rato, desempolvan muebles, figuritas, tonterías monísimas, cosas superfluas, todo se les escapa entre los dedos. Pero ahora lo que necesitan es amor. No tienen ninguna otra cosa. Les pregunto a ustedes: ¿necesitan algo? Y eso es lo que ustedes me han contestado. Me han contestado que encontrarse a sí mismos. En algún lugar deben de haberse perdido alguna vez, pero ¿dónde?, para poder sacar fuerzas de flaqueza y, con la cabeza bien alta, poder enseguida ponérselo a alguien a huevo. Aquí, por favor, un poco de salsa si puede ser. ¿Qué tenemos que decir de sus objetivos? En general, las mujeres, después de milenios, han llegado por fin a ser adultas y escogen ellas mismas a la carta, y escogen, qué va a ser, a sí mismas se escogen, y justo en uno totalmente distinto, al que ni siquiera conocen. Él es como yo, piensan, no es como Walter o Gerhard, que no significaban nada para mí. Ahí se deberían haber parado enseguida. Pero esa postura jamás las inducirá realmente a un movimiento más prudente. Tampoco hace falta, porque ya saben dónde están guardados sus monederos. Aquí, aún veo todavía con más claridad, llena de angustia, que pasará algo. Lo veo ante mis ojos, en mi pequeño obrador, donde mi obra está siendo forjada en estos momentos, y sin fuego, me las arreglo sin calor, está tan sola y es tan pequeña aún que todavía no puedo echarla a las llamas. Acabo de insinuar a qué tipo de gente pertenece este hombre, y precisamente no pertenece a ninguna clase, debería volver al jardín de la infancia de la humanidad, que es donde en realidad él, al igual que nosotros, debería haber sido educado, pero su maestro, sin embargo, se sentía perplejo ante él: ahí hay sentado un alumno y no abre la boca a pesar de que se le ha formulado una pregunta. ¡Leñe que te crió!, rápidamente, como cuando se corta leña, a ver si así sale algo, pero no sale nada, sólo un animal revolotea brevemente porque lo han molestado, pero enseguida vuelve a posarse. El chaval sigue sin aprender, a pesar de que le hemos indicado cómo podría hacerlo mejor, pues sentimos compasión y añadimos: bueno, salud y que aproveche, lo que vaya a ser de él no podemos saberlo. Pero ahora lo sabemos, lo queramos o no: un gendarme. Se levanta ahora un recuerdo de la infancia que cae enseguida, tendremos que digerir primero este recuerdo.
El gendarme ahora avanza rápidamente por delante de una mujer, al ligero trote del lobo, alejándose por las praderas donde pronto se alzarán los almiares. Puede escribir otras cosas además de su nombre, puede redactar algo para que un notario se lo pase a limpio, mientras que yo tengo ante mí un manuscrito inacabado en una pantalla, que emite luz, sí, pero que solo alumbra de repente una parte pequeña de mi cerebro. Sin embargo el gendarme tiene una visión de conjunto y además la conserva. De hecho lo conserva todo siempre. El nombre de esta persona cuenta relativamente. Y justo allí donde aparece ahora, en la letra de cambio que ha girado para Don Nadie. Pero el hombre sabe dónde puede conseguir algo. A ver si el sol nos sonríe. En tal caso, yo también podría terminar por fin, como ustedes dicen. ¿Acaso no lo ven?, ese cuerpo que está ante mis ojos casi podría despertar interés en mí, mis ojos desean ver algo indecente, y mis manos desean palpar algo indecente y jugar con ello, y por desgracia yo me empeño siempre en expresar lo inefable, qué desagradable, aunque sea sólo para mí. Aposento, antes hay que limpiar mi cuarto, ahí no puedo dejar entrar a nadie. Sí, este cuerpo que nos mantiene a todos en la brecha, una flecha tensada al anhelo yermo del paisaje, y él, justamente él ¿dicen que se ha convertido en presa de esa mujer? No, yo personalmente no me lo creo. Creía que era ella quien ¿se había convertido en presa? Algún día ella por fin despertará, y ya será el día de Navidad, pero uno en el que no recibirá ningún regalo. Algún día llegará la fecha de vencimiento, cuando todos los extractos de la cuenta se desplomarán como el insondable mar, sólo que en el estado de la cuenta siempre se puede sondear la razón de por qué está tan bajo en estos momentos. No será su día, piensa la mujer, pero no obstante su hora habrá llegado. Entonces él se divorciará y se casará con ella para conseguir lo que quede de ella. Eso es lo que cree, está obsesionada con ese convencimiento. Quiere darle una respuesta muy amorosa susurrándole al oído, será la fiesta de su vida, pero él no está. Al final tendrá que escucharla por una vez. Pero llegó la hora: la respuesta de ella no le basta, no le parece suficientemente concreta, adulta. Así se lo dice bien fuerte: madura de una vez. El hombre enseguida se pondrá a dar fuertes gritos por la calle porque la puerta estará cerrada, pero no en serio. Para la mujer es como si cada vez la mandase al rincón, a pesar de haber recibido durante años clases de instrumento musical y, tal vez por venganza, de haberlas impartido también. Pero este instrumento no lo sabe tocar. Cuanto más grande es su amor por él, más pequeña e insignificante se siente ella. A menudo, cuando se mira al espejo o se ve en el reflejo del cristal de un escaparate, no puede llegar a comprender que él esté con ella y que ella sea ella. Yo, ¿otra distinta? ¿No estoy oyendo el ritmo machacante de la vida como acompañamiento? ¡No, por favor! ¿Realmente tengo que soportarlo, yo, que sólo conozco la clásica música de la vida, como le pasa a esa mujer de la que hablo y que igualmente sólo ama la música clásica? Desgraciadamente el gendarme no la aguanta. En un autoanálisis diría, si pudiera: es que esta mujer está fascinada por mí. Irradio una fortaleza interior que ella siempre ha añorado. Qué suerte tengo, es una auténtica mina de oro. No, este hombre no se asemeja a ningún otro que yo conozca. Tal vez se asemeje al mar o a las montañas, también los conozco, pero sólo por encima, a las montañas algo más, por lo menos encima de ellas se puede edificar, si es que no se arrojan antes a sí mismas. El Instituto de Protección del Entorno y otras doscientas organizaciones más prohíben edificar aquí. En el suelo de las montañas sólo está permitido pisotear si se es deportista, de verano o de invierno o de todos los tiempos. Las montañas nos pertenecen a todos, eso es. Sólo en el cielo lograremos vencerlas. El gendarme pertenece únicamente a esa culta y encantadora y atractiva y activa mujer. Eso es lo que ella espera. Desea encontrar por fin un hogar íntimo y protección. Qué locura.
Al gendarme, por mí, la mujer puede echarlo vivo al agua hirviendo y saltar detrás y comérselo, bien calentito, hasta que no queden ni los huesos, o hacer lo que le venga en gana con él. Ya la he contenido lo bastante como para hacerme cargo de su situación, ahora ya se lo puede zampar y a cambio cederle toda la vajilla y la casa. Él la digerirá a ella y desaparecerá, sin dejar ni rastro. Lo veo venir. Se da la vuelta hacia ella, como hace siempre, tiene que hacer un gran esfuerzo, más bien tiende a apartarse de la persona. Sólo la incontinencia nocturna, y eso también sin realmente quererlo, lo acompañó durante años en su infancia, como un animal de compañía molesto que no quiere apartarse de uno. ¡Un segundo! ¿Adónde se ha ido la mujer ahora? No habrá ido a preparar café otra vez, ¿no? ¿Acaso no sabe qué hacer con su tiempo? Él la sigue y la estudia como un alumno, como si fuese una escritura que hay que aprender para llegar al objetivo marcado en clase, es decir: propiedad, propiedad, propiedad. El partido al que pertenece también lo dice, les dice a sus partidarios que ellos destacan claramente entre los demás y que se han ganado todo lo que tienen y lo que quieran tener y más. Sólo los señores diputados y las señoras diputadas no deben ganar más de 60 000 chelines austríacos, pero eso ya no vale ahora. La propiedad puede ser un pasatiempo muy agradable, pero hay que entrenarse duramente con la delegación de hacienda para poder conservar aunque sea una parte. Este hombre debe ser correctamente reconocido aquí como alumno, incluso por mí, asignatura troncal: vivir pero no dejar vivir. Como estudiante universitario de la vida si lo prefieren, pues él sabe qué es lo que cuenta: los valores tranquilos. La propiedad. ¿O acaso han oído alguna vez hablar a una casa, aparte de cuando se celebra una fiesta o la televisión está alta y las ventanas abiertas? Lo que a nosotros nos parece sencillo le resulta a este hombre difícil: ser un ser humano, así hablan los poetas que no han entendido nada, pero que quieren hablar continuamente. Bueno. El Alto Comisariado del Cortinaje está ahora cerrado para que no se note enseguida que aquí se están llevando a cabo negociaciones de carácter oficial. Así que este hombre es un compañero de clase, pero uno de esos que no quiere aprender realmente, nada, de nadie. Que se puedan comprar muñecas en un sex shop, cuyo cuerpo resulta en cierta manera poco apetitoso, bueno, la cabeza aún; que al masturbarse uno pueda ponerse en la cabeza una bolsa de plástico y atársela al cuello hasta que uno casi está en las nubes, y luego vuelve a la tierra, y la bolsa, claro, de repente ¡pluf!, ¡no se olviden de la bolsa!, y ahí llega entonces nuestro orgasmo, que tuvimos cierta vez y que echábamos de menos desde hace tiempo, más fuerte que ninguna otra vez, más fuerte que con una mujer, más fuerte que cada brazo. Ya casi creíamos que no íbamos a tener ningún otro. Pero la estantería está llena.
Todo pobre quiere ser rico, es un fenómeno tan natural como querer introducirse cualquier cosa por el ano, tanto objetos pequeños como sorprendentemente grandes. Pero eso hay que hacerlo con la otra mano, con la primera tenemos que atarnos la bolsa. De este modo una mano siempre sabe lo que hace la otra.
Una vez al mes el gendarme va al peluquero a cortarse el pelo, pero hoy no es tal día. Súbita e inesperadamente le asalta una certeza, y entonces recorre los dominios de la ociosidad, nada, recorre los dominios de su profesión, ahí tuvo siempre mucho más éxito. Las mujeres cometen errores al volante por imprudencia, falta de atención o incompetencia, y enseguida tienen ahí a un gendarme que las agarra por el vestido y ya no las suelta, si es que son de su agrado y él ha conseguido su dirección. Qué pronto lo sueltan ellas todo, todo y más, apenas él las ha desenvuelto. Ha sido por la práctica envoltura, de esas con un hilo, el cordón de apertura, que consigue abrir incluso a las más cerradas. Él les atiza un fuego en su interior. Los cuerpos se pueden tirar, las cabezas habría que conservarlas para poder conseguir que las mujeres dejen de hablar ininterrumpidamente. Son auténticas minas de oro. Le ofrecen enseguida dinero para viajes, regalos, luego a sí mismas, luego además el resto. A cambio quieren poder construir en él. Precisamente es eso lo que él pretende con ellas. Pero además también quiere apoderarse de lo que ellas ya han construido. Lo que a nosotros nos parece imposible, es decir, aniquilar a alguien y obtener a cambio un collar de cemento para sumergir a la presa con garantías de éxito, a este hombre le parece obvio. Por favor. Para eso está él ahí, y además desea instalarse en cualquier otro sitio, que en estos momentos, por desgracia, todavía ocupa otro cuerpo: una o varias habitaciones, en una o varias casas. Introducirse en cuerpos ajenos, eso también está bien, así ya sólo queda uno mismo, un pájaro que, chillando con fervor hasta desgañitarse, se pasea por encima de un cadáver y no sabe dónde están ahora los ojos en los que quería picotear primero para que el ente muerto, no importa con qué sentidos, tampoco pudiese percibir su presencia. El hombre este quiere pasar desapercibido. Con la madre muerta no salió bien, por desgracia; todavía tiene que conseguirlo. Pero al mismo tiempo también quiere entrar en todos los lados posibles, introducirse para no tener que desprenderse de nada de sí mismo, para estar y permanecer consigo cuando golpee sus heridas, en las que mueren siempre otros, con pequeñas y palpitantes partes del cuerpo, después de que lo hayan observado a uno con preocupación meses, años enteros, ¿qué será de este niño? El gendarme, cuando se sabe observado de esa manera, querría devorarse a sí mismo para que nada más, ni siquiera él mismo, sobre y quede a la vista, sólo una casa, y otra, y otra, más allá de él. En cualquier caso, él ya estaría: lejos. ¿Qué tipo de gente es él? Él es como un ángel, tiene ojos interiores, no, no es un ángel que mire hacia atrás por si hay alguien detrás de él con una piedra. Sus músculos y tendones no entienden tampoco por qué son tensados bajo una piel de nailon delgada y resistente que sencillamente puede contener cualquier forma del cuerpo independientemente de hacia dónde se dirija. Pero no por mucho tiempo. Pronto volverá a agarrar un mechón de pelo y machacará todo lo que cuelgue de él. Lo mismo ocurrirá con ese traje, que es como uno que salía en los anuncios de vacaciones en Austria, pero codificado, de otro modo ese traje no se le podría exigir a nadie: aquí se nos muestra a la población con la indumentaria del país, y todo lo que suele hacer: deporte, ¡y damos paso a nuestro compañero de los deportes! Sin embargo, se ha encerrado a toda la población en sus vestimentas para que no pueda despojarse de ellas y causar perjuicios, como nuestra población suele hacer, oh, por Dios, demasiado tarde, ya salió, ya salió: de fondo, una panorámica de montañas sin fin que debe representar la inmensidad de este país pequeño y seboso en realidad. Entretanto ya hemos renunciado a ese objetivo. Nadie quiere venir a vernos. Ayer nos enseñaron en la tele los nuevos trajes de esquí para la copa del mundo, y a todos nos irritó su aspecto: yo de hecho sólo vi un relámpago y un resplandor. Mis ojos estaban cegados. En la historia: delito sin límites. En el presente: placer sin límites en los altos peñascos, hasta los que conducen los caminitos para que podamos mirar desde arriba a los otros, caminos por los que nosotros, deportistas masculinos y femeninos, podemos bajar rodando o deslizándonos. Somos el partido que sólo nos admite a nosotros. Somos el partido en el que ya estamos, porque: justo ésos somos nosotros. Y nadie más.
Rugiendo se acerca la tempestad. Todos vivimos en la incertidumbre sobre nosotros mismos, nuestra conciencia en cambio vuelve a estar tranquila, tampoco habría tenido ninguna opción frente a este tiempo, que no hemos encargado, sino que hemos recibido como regalo y que ahora sólo nos perjudica con los extranjeros, pues hoy tenemos ya el tercer día de tormenta, desprendimientos, granizo, aludes de rocas. ¿Quién distrae a los niños en la pensión Rosa Alpina hasta que vuelva a hacer bueno? Qué maravilloso, conmovedor incluso, después de que las montañas se hayan alzado y movido contra nosotros, poder entrar por fin en la cabaña y que la hostelera nos acerque ya el Jagatee, la crêpe, y los bocadillos de jamón ahumado, mientras afuera pasa de largo la opinión mundial al completo y nos ignora, en lugar de hospedarse en nuestra casa. El mundo, con sus órganos, se pasea sin pantalones, sin suéter e incluso sin calzado para caminar, pero todos nosotros nos lo hemos comprado, lo escogimos en el catálogo. Así es como nos gusta ver el mundo: desnudo, descubierto y estúpido, para así poder pasar siempre por delante de sus narices. Volvemos a ser alguien, pero ¿quién? Somos un europeo, caído del cielo como los primeros rayos de sol que por fin hacen ahora aparición, eso y mucho más hemos hecho ¡para conseguir que los extranjeros se alegren y sean nuestros amigos! Pero ha servido de algo. ¡Para que los civilizados nos hayan vuelto a aceptar! Bueno ¡muchas gracias!
Por lo demás, el gendarme es un hombre que más bien no muestra ningún respeto, y, a cambio, tanto más respeto exige de los jóvenes reclutas. Todo le da igual, salvo esta casa, y ésa y aquélla también. Debería explicarlo con detalle ahora, pero no es necesario porque cada cual se puede poner en su situación y abrir inmediatamente una cuenta-ahorro-vivienda. Pero no sé, ahí hay algo, este tipo de gente es mejor que no venga de visita, ellos se sirven, tal vez por avaricia, solamente a sí mismos. Eso significa que las personas con las que se juntan deben vivir sólo en la realidad y no deben soñar. Aquel que un día se enamora de ellos pronto los observa con verdadera pesadumbre. ¿Dónde se han quedado todos los sueños? Gente así siempre logra conservarse, incluso cuando un día se regalan o, mejor: se prestan un instante. Su entrega y los mimos que conceden entregándose son pura apariencia. Pero tenemos tiempo, sólo tardaré media hora, pero no ésta, en contárselo con más detalle. Están bostezando, lo han escuchado ya demasiadas veces. Lo sé. Incluso el calzado deportivo del gendarme es de la opinión, a la vista de este terreno rocoso que sólo fugaz pero efectivamente roza, que todo esto le pertenece, donde sea que suba y vaya. Respetamos a nuestro país y nos gusta mantenerlo bajo control, y esto son zapatos de marca, aunque los haya conseguido más baratos. Oh, una pequeña manada de gamuzas, incluso hay dos crías, qué bonito, a unos diez metros en perpendicular bajo el camino de cascajos. No pisotean nada en absoluto. ¡Con qué ligereza se desprenden por el peñasco con sus delgadas patitas estos animales de apariencia pesada! Constatamos con envidia mirando nuestro calzado para caminar y hacer trekking, y enseguida chafamos un par de matas de hierba situadas al borde del camino, donde hasta hace poco aún se podían encontrar vivas para que los animales pudiesen comérselas. Allá en lo alto, una pareja de halcones ratoneros que lanza poderosos gritos para que los pequeños animales tengan tiempo de escaparse, animalitos que todavía se tienen que alimentar de las mantecas acumuladas durante el invierno y que apenas se mantienen en pie con sus últimas fuerzas. La región, claramente, se ha quedado más vacía desde que no se pueden admirar los manantiales en su superficie. Nos ha llamado la atención. Por ésta y también por otras razones, el turismo ha disminuido notablemente, muchos se enfadan, ¿dónde han quedado nuestros atractivos? ¿Dónde queda el extranjero? ¿Por qué no viene? ¿Nos boicotean nuestros propios huéspedes? ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Pues hemos hecho lo mismo de siempre: escalope, pollo y Kaiserschmarrn. La montaña, que excepcionalmente no está hecha de comida, al fin y al cabo no somos el país de Jauja (¿o sí lo somos?, y si no, ¿qué somos?), hace tiempo que está ya cerrada, pero se puede abrir fácilmente. Como un sobre que todo el mundo puede abrir para leer qué embajada tiene el paisaje, y ése de ahí también, cada paisaje recibe una embajada distinta, así que ya podemos llamar tranquilamente a nuestros embajadores. Nosotros no somos culpables de nada. Nos acompaña una música de radio muy fuerte. Y aquellos que se quedaron son ciudadanos y ciudadanas de avanzada edad y prefieren viajar por el llano, alzan las cabezas con admiración hacia la montaña llamada Schneealpe, sacan fotos y hacen de ellos mismos una obra de consulta: ¿en qué fondas del valle se sirven las truchas más frescas, sacadas directamente del riachuelo? Más tarde iremos para allá y abriremos los bidones. Para adentro. Sí señor, pero aquí empieza ya la cuesta que sube hacia la montaña, ¡qué le vamos a hacer!, es mejor que se queden aquí. Nieve en las zonas despejadas más altas del bosque, en esos cortafuegos entre los árboles por donde los aludes, en este invierno especialmente abundantes, se abalanzaron a toda velocidad. La primavera ya llega a su fin (aquí, de todos modos, la primavera llega realmente muy tarde) y todavía hace el frío propio de la época. El ruido del hostal hace rato que enmudeció. Aquí, por lo menos en las partes más bajas, antes se practicaban la agricultura y la silvicultura, pero ahora se ha abierto la veda del agua para siempre. Más abajo hay una cuenca, aunque no la de sus ojos. Se trata del territorio calculado en el plano, donde se separan las aguas que bajan en una y otra dirección, sí, separarse es doloroso. En medio, las aguas, que esperemos que se mantengan igualmente separadas de nosotros largo tiempo. Las disciplinas deportivas que respetan la naturaleza son siempre bienvenidas, pero las otras no, las mountainbike están: ¡terminantemente prohibidas! Este poeta no las quiere, ni yo tampoco, pero no lo puedo formular tan bellamente como él, que, si pudiese, mataría a los pobres ciclistas, que en el fondo sólo quieren divertirse. Pero correr o pasear, eso sí, ¿no? No, ahí el poeta no tiene nada que decir. Aunque: cada pie chafa en estos momentos aprox. mil insectos, un espectáculo tremendo que por desgracia ya se acerca a su fin, pero sólo si se es una hormiga como ésa que hay ahí, bueno, que había. Ser chafados: para nosotros eso no sería nada. Aquí ya no se cultiva nada, aquí ya no se utilizan tratamientos químicos para las plantas, y naturalmente las plantas tienen el aspecto natural correspondiente, por decirlo de alguna manera: salvajes, desastradas, deshojadas, enclenques, ¿no les parece que son como criaturas de la casualidad? No son de ninguna raza. Antiguamente no se hubiese permitido que proliferasen aquí en tal cantidad y que quitasen espacio aprovechable. Para el gendarme, la idea de que algo no sea aprovechable es insoportable, y, sin embargo, se relaja involuntariamente en este paisaje apasionado del que ha aprendido a parecer romántico y salvaje, por lo menos cuando es necesario. La naturaleza nos pertenece a todos. Al gendarme siempre le pertenece demasiado poco. No obstante. Algunos dicen haber observado que también por las noches se acercaba hasta aquí. A veces pisaba adrede todos los arbustos de flores, no, hoy no quiere recogerlas y guardarlas, ni siquiera una flor de nieve, en el fondo, la naturaleza no es tan interesante, no es ningún animal (digámoslo así: el animal es naturaleza, pero la naturaleza no es un animal que dé leche o huevos que podamos utilizar, y, con el corazón en la mano, a mí tampoco es que me dé mucho, la verdad). A eso se le llama un ecosistema, sólo que Kurt Janisch no ve que ahí se esconda en ningún sitio sistema ninguno. Para él la naturaleza es el caos verde, parecido al del partido correspondiente, y parecido al caos de su cerebro; y sólo a su cuerpo le vale la pena, para que mejore el rendimiento, primero ser mimado y después arrasado, una cosa después de la otra. De tales personas deberíamos aprender a obedecer al Estado, sin que por ello fuesen a derrochar modales con nosotros. Si echan abajo nuestra puerta porque somos negros o trabajamos en el mercado negro, es que nos han pillado, y entonces los vecinos nos retiran el saludo. Un policía siempre tiene razón.
Siempre tiene algún sentido trabajar en algo, y la minería ha tenido el sentido de ir lanzando al vacío la montaña a pedacitos, por los siglos de los siglos, cuando ha hecho falta, en un abrir y cerrar de ojos, e incluso debajo de la montaña se traman cosas, lo que tal vez a ella le resulte provechoso, pero a nosotros seguro que no. Así pues, la montaña casi se puede licuar por dentro en poco tiempo, sí señor, en lo más profundo, ¡como si ahí no hubiese ya agua suficiente! Ahora además también se convertirá en lodo, por dentro, y a continuación, ¡cuidado!, se desbordará. Y en concreto se abrirá paso por las antiguas cámaras de explotación subterránea colindantes ya clausuradas, que a veces, si no están correctamente rellenadas, son especialmente propensas a ello. ¿Quién ha comprobado, en realidad, la solidez del material de relleno, del hormigón? ¿Nadie? Bueno, pues entonces vamos a necesitar al gendarme, por supuesto, y lo llamaremos para averiguarlo, pero no hoy ni tampoco a ese gendarme, ése estará hoy fuera de servicio. Pero algún día, en un futuro, también él intentará descubrir si es verdad que se utilizó hormigón magro para todo el relleno o no. Para ello necesitará, como todos nosotros, de especialistas. Nadie se lo va a decir voluntariamente. Si las cámaras hubiesen estado correctamente clausuradas, tal vez se hubiera producido un hundimiento, pero no este desbordamiento catastrófico, que se llevó consigo a la mina a personas con los ojos abiertos y después no consiguió devolverlos afuera ni siquiera con los ojos cerrados. Continúan enterradas ahí abajo. Diez individuos. No, ustedes no van a sacar nada más en claro, al contrario: ustedes continúan estando en deuda con la naturaleza y deben pagar. Pues bien: lo que al gendarme le interesa de las mujeres está situado más bien de cintura para abajo, hacia donde algunos temerosos no osan dirigir sus ojos. El gendarme, tras haber comprobado el luminoso saldo positivo de la libreta, sólo mira en esa dirección, una zona sobre la que ya ha reunido informes más detallados en muchas ocasiones para, cuando vuelva a estar en ella, poder moverse con soltura. Cuando hace buen tiempo es sin duda la zona más bonita, por lo menos entonces se puede echar una ojeada hacia el campo por si hay calaveras que nos devuelvan la mirada y saluden a la cámara. Esas muchas vidas de múltiples usos han sido embutidas en la tierra y después aniquiladas por el magma, bueno, por ese puré, vamos, hasta que probablemente ellas mismas se han puesto blandas como él. No sigan esta mina hasta su hundimiento, es mejor que sigan a Kurt Janisch, montaña arriba, ¡aun cuando resulte costoso! Encima de sus espaldas pesa, como pesa en las de la dirección de la mina: la presión económica. Tiene que triunfar. Debe hacerlo. De no ser así: cierre y quiebra. Ahí tenemos la obra y allá tenemos la bragueta del señor Janisch, ambas se encuentran cara a cara como dos restaurantes con terraza a la orilla de un lago que se disputan los clientes. ¿Qué me has traído? ¡Toma, de mi parte! Con poca gente esta mina debería producir el mismo rendimiento que con mucha. Continuamente tenía que subir el tonelaje. ¿Qué tiene que hacer ahora Kurt Janisch? En el momento justo y en el sitio adecuado, dejar estimar sus explicaciones y hacer valorar los edificios y viviendas de mujeres solas. La fiscalía Leoben espera, parece que uno se va a perder por una bocacalle. Si no viene la montaña, vendrá a nosotros el profeta de la propiedad, Kurt Janisch, a nuestro estrecho hogar, y por fin lo tendremos, más sitio no tenemos. Si fuera así, deberíamos ir a recogerlo. Se oyen rumores, esas pequeñas libertades de los que no poseen nada, pero no se oye nada en firme. Mientras tanto, bienvenidos a la galería de la mina Bárbara, donde de todos modos no hay mucho que salvar.
En el viento de la montaña no se levanta ningún olvido. Cuando uno sale a correr, puede reflexionar tranquilamente hasta que llega el momento en que ya no reflexiona sobre nada y simplemente sigue corriendo, como una máquina, como un político que desea ofrecer un determinado perfil, como si quisiera esculpir de inmediato en piedra el resultado de tanto ejercicio, o por lo menos dejarse hacer fotos. Finalmente le llega a uno la felicidad. Estando tan sano uno sobrevivirá a todos los demás vivientes. En estos momentos nos asaltan algunos pensamientos impertinentes, sí, nos saltan encima, pero no son nada pertinentes. Jamás nos hubiésemos creído capaces de tales pensamientos. Los colores de las mallas de Janisch: copiados de los deportistas profesionales, en cuya ropa millones de personas miran qué pone y que eso además sea verdad. Para que también puedan cargar con eso sus carritos de la vida (¡como si no estuviesen suficientemente llenos!), sólo que los colores evitan a toda costa estar en armonía con la naturaleza. No obstante, esos colores han sido escogidos de acuerdo con los fatigosos ejercicios de footing, que duran kilómetros y kilómetros, para que los deportistas, una vez muertos por congelación, se puedan localizar, al menos, y después enterrar como es debido. Gracias a su indumentaria deportiva destacaba claramente sobre el blanco de la nieve. Los equipos de salvamento de montaña más bien se lo imaginan a uno como una mosca aplastada en la pared donde acabará espachurrado algún día, y si además llevan encima su teléfono móvil y además su móvil tiene aún algo de batería, entonces seguro que no les pasará a ustedes nada antes de que lleguen revoloteando a casa la factura de los equipos de salvamento, concepto: imprudencia y anarquía, y la factura del teléfono también. Entonces lo lamentarán todo con amargura. Cuando ya no haya nada que hacer. El ser humano, con su falta de sentido de la realidad, se pone constantemente en peligro y hay que sacarlo de ahí para que todo el mundo lo sepa: ahí está de nuevo. Y está de buenas. En lo que respecta al deporte, las personas deben estar hasta tal punto a la altura que ya no les hace ninguna falta la altura de las montañas. Pero en su gimnasio personal todo puede ser simulado tranquilamente. Estos pies, hechos para caminar, correr o llevar el coche, ejecutan una o dos de estas pesadas tareas sobre la cinta transportadora, que en realidad debería estar al servicio de las personas, y no al revés. El tercero de ellos, el querido coche, que por sí solo ya es tan potente como cincuenta de esos aparatos de fitness, desgraciadamente tuvo que quedarse fuera. Uno siempre puede aumentar la intensidad, si es necesario. El gendarme, creo yo, busca la soledad, no sólo para poder entrenar tranquilamente, sino sobre todo para encontrarse con alguien que va a acariciarlo. Mira, una mujer enamorada, ¡qué bonito!, y, por lo que veo, el comportamiento de él ya le ha afectado. Va detrás de esa persona a trompicones como una delirante o una loca, sólo para poder sentarse orgullosa sobre su rabo. Esta mujer quiere permitir por enésima vez que se descubran algunas partes de su cuerpo y se entreguen al frío aire de la montaña. Son justo los sitios que esta mesa corporal, adornada siempre con la mejor vajilla, ha dejado libres a la vista de este único hombre, para exámenes posteriores. Para qué. Para que este hombre pueda volver a aprobar ante los ojos de esta mujer y ante los sentidos de esta mujer. Para eso. Eso ya lo sabe ella de antemano. Pero incluso las partes en cuestión no permanecerán libres mucho tiempo. La impresora de un banco habrá sellado más adelante algo como prueba de que ya no valen nada. El dinero, de hecho, ya lo tiene el gendarme. Las partes del cuerpo están ahora todas ocupadas. Y en cambio nosotros no tenemos ocupación ninguna. El gendarme le habrá revelado por teléfono y en secreto a una mujer que su coche pasa ahora por delante de la granja, ya sabes, donde están las barreras y donde desgraciadamente hay que pagar, y luego tira hacia arriba hasta el último aparcamiento antes del sendero que lleva a la cumbre. Sí, también el gendarme, aunque tenga tarjeta de identificación, tiene que pagar el peaje si está fuera de servicio, y después sube un poco siguiendo la señalización roja, Gerti, ya sabes, como siempre hasta el banco panorámico donde antes solíamos sentarnos. Desde allí sólo tienes que seguir recto por donde ya no hay camino. De modo que a partir de ahí seguiremos nuestro caminito privado, ¿de acuerdo?, hasta donde sólo el cazador, como mucho, tiene permiso para llegar, porque él tiene permiso para todo, después sigue hacia la derecha hasta el lugar desde donde se ve por primera vez la cruz en la cumbre del Windberg, ¿sabes?, si es que se ve algo, pues la niebla llega pronto, en cualquier caso ahí, ya sabes, espero que ya te hayas quitado las bragas, o que ni siquiera te las hayas puesto, y que te hayas desabrochado el sujetador. Para qué. Por qué. No preguntamos nada. En realidad, el gendarme, a pesar de estar en posesión del título de salvamento de montaña, no debería apartarse de los caminos señalizados en rojo sin permiso, salvo en caso de necesidad, y tampoco debería inducir a nadie a hacerlo, tratándose además de alguien que no pisa fuerte, en ningún sitio, ni en la vida ni en la muerte, pero quién se atrevería a enfrentarse a él. Él ha nacido en esta región y la conoce como sus propios pantalones, que, como ya se mencionó, están pegados a la piel y ni siquiera dan lugar a equívocos. De hecho es más fácil entrar en la montaña que en esos pantalones. Pero las montañas también pueden ser traidoras, ¡no las subestimen nunca! Incluso cuando uno las conoce, gastan sus bromas siempre que les apetece. El gendarme no cree en la leyenda que dice que, cuando uno mata a seres humanos, éstos vuelven como seres perdidos, pues, según dicen, la muerte no tolera que alguien se anticipe a sus planes. Así que los muertos se van apareciendo hasta que se los ha olvidado por completo. Sus espectros mientras tanto esperan en casa, pacientemente, detrás de la barrera de lo terrenal, hasta que se les comunica que el momento de ser olvidados se acerca. Las personas jóvenes (véase Gabi) evidentemente son olvidadas con mayor rapidez, pronto son pocos los que las han conocido, y tienen otros intereses, tampoco hubo tiempo suficiente de conocer realmente a Gabi. Cómo era realmente. Por otro lado, resulta realmente extraño: ¡tan joven y quizás ya muerta! Sus cualidades todavía no se habían podido fijar con claridad, paredes húmedas en las que alguien presiona con las manos, fugazmente. El sacerdote deberá lamentarse, en caso de que lo inimaginable sea realmente cierto, de que una vida joven y llena de fantasía yazca ahora encerrada en un ataúd, porque resulta inconcebible, inexplicable que haya podido suceder algo así, pero las amigas algún día se irán a vivir a otra parte o dedicarán su atención a sus familias. Matar en la flor de la vida está fuera de toda consideración, tal vez cuando se está brotando no es tan grave, salvo para el afectado, quién sabe qué habría sido de él. Ay, Gabi, creo que es para desesperarse. Con el mal tiempo que hace, con tantos accidentes de tráfico, con los conductores suicidas a altas horas de la noche… ¿cuántas veces habrías podido haber muerto ya? Más bien has aguantado mucho tiempo. Pero llegó la hora, me temo. ¿Existe tal vez algún peligro concreto para el asesino? Nunca se sabe. Un dolor me oprime el pecho, pero no por mucho tiempo, pues el pecho desea seguir respirando, y los seres humanos prefieren liberarse cuando encuentran a alguien con quien pueden juntar su sexo, una y otra vez, hasta que por fin algún día aguanta para largo.
Una muchacha desapareció de un pueblo, no se sabrá dónde está hasta al cabo de unos días. La naturaleza ya lo sabe, aunque sólo sea una parte muy pequeña de ella, y nosotros también somos parte de ella, pero una muy distinta.
El gendarme sube a toda velocidad montaña arriba a través del bosque. Aunque también ustedes lo encuentren guapo, repriman de inmediato ese impulso. Este hombre tiene en estos momentos otras preocupaciones, justo las provocadas por un pañuelo untado de aceite, en el que había otras cosas además, y que tiró ya hace días entre unos arbustos. En el bosque, que es bonito en sí mismo, ¿es que no lo reconocen ustedes? Sí, ¡ése! En el bosque todo el mundo se siente bien, ahí no se produce una lucha competitiva por la luz y el espacio como en el agua. Ahí los abetos hace mucho que se aplastaron los unos a los otros, sus ramas secas urdieron un tejido estrecho y rasposo, y las raíces absorbieron toda el agua que otros hubiesen necesitado de forma más apremiante. Por debajo: centímetros y centímetros de pinocha muerta. Aquí ni siquiera crecen más setas. Esta floresta debería ser desbrozada a fondo. La naturaleza pone a disposición de las plantas todo lo que ellas necesitan, y ellas poseen la facultad, que el ser humano no tiene, de sintetizar ellas mismas todos los compuestos necesarios: por favor, póngame una docena de elementos químicos, que yo me elaboro a mí misma, y así, por fin, se da una paz… Por desgracia no soy yo quien lo dice. Me lo sopla la planta. En eso nosotros somos más maniáticos, claro que no somos frutos del campo, sólo nos los comemos. ¿Quién me reduce ahora, por favor, el nivel de acidez de este suelo? ¿Nadie se ofrece voluntariamente? Necesitaría nitrógeno, fósforo, potasio. ¿Tampoco hay? ¿Qué tendríamos entonces de oferta para enriquecer el suelo? ¿Barniz y una máquina de pulir? ¿Puede esta mujer respirar todavía con la sensación de ni siquiera haberse puesto las bragas y de haberse desabrochado el sujetador ya en el coche, en el aparcamiento, llena de expectativas y en una jadeante actitud esperanzada que casi le impide seguir andando, y mucho más hacia delante? Los dedos le temblaban de un modo extremo, pero no hubo que repetírselo dos veces, a la primera ya lo entendió perfectamente y accedió, dudosa, a la proposición. Quien quiera emprender una fatigosa caminata con su cuerpo a lo largo de kilómetros y kilómetros, no hace falta que pague dos veces el peaje y encima tenga que levantar él mismo la barrera de paso.
Así pues, la mujer sale ya de la espesura del bosque, ella, que casi nunca ha hecho algo así, y menos en este estado. Aparece ahí, tal como acordó con el hombre, avanza torpemente, casi a trompicones, ¡cuidado! (ahí hay una pendiente de más o menos cincuenta a setenta metros), por el arroyuelo blanco entre los peñascos y la gravilla del glaciar, que está esparcida por el suelo, y enseguida intenta engatusar cariñosamente, como un insecto, al extraño animal que se ha quedado ahí husmeando, y sacar el hilo para la red ya preparado, bueno, ahora también las agujas de hacer ganchillo, e introducir la clavija en el enchufe previsto para ello y ver qué pasa. Expresa lo que significa la felicidad para ella: que él esté ahí ahora, como acordaron. Te quiero tanto. Ahora es cuando los milagros adquieren el mayor sentido, pues ya han ocurrido y nosotros esperamos que cada hora lleguen nuevas entregas de milagros, que tal vez podrían hacernos más felices aún, o ahora mismo, por ahí llega un nuevo milagro, en este preciso instante, tal como acordamos los dos. Pero en realidad se trata sólo del viejo, que se ha vestido de otra manera. La mujer provoca que el hombre, a quien pudo convencer para encontrarse con ella aquí y ahora, aunque sólo fuese por un breve instante, un segundo, él todavía no ha soltado palabra, pero ella ya muchas, que yo no quiero reproducir expresamente, ella le provoca un sobresalto con sus palabras y su aspecto (él no va equipado para arrancarla ahora de la pared, detrás de la que ella se ha parapetado, pero esa estúpida pared que les separa se vendrá abajo enseguida), mientras ella de inmediato, apenas él ha tenido tiempo de levantar la mano, se saca la blusa del delantal de la estilizada falda tipo Dirndl, y se sube el sujetador, que ya está muy suelto. Ahora cuelga bajo la barbilla, nada más que de los tirantes, que en el fondo no tienen ya nada más que hacer, pende igual que un cuello de camisa cortado de forma extraña, y entonces, ¿peronolohasvisto?, entonces va y se le salen los pesados pechos colgantes rozando por los pelos el traje regional y en dirección al suelo. La mujer se ha ido calentando mucho todo este tiempo, desde hace días ya, pero tal vez por turbación y para desviar la atención de sí misma, precisamente mientras la dirige hacia ella, se sale de su recipiente, los alimentos se sorprenderían, por la única razón de ser tomados e ingeridos con gusto. Se comporta ya como una poseída por el placer que todavía tiene que llegar. No hay quien la frene. Para empezar ya le está ofreciendo a él sus albóndigas en el cuenco de sus dos manos, y al mismo tiempo le ordena al hombre, sin tiempo para que sus sentidos se hayan podido acostumbrar a tales asperezas, pero ella ya chorrea, le ordena al hombre que le levante la falda, al fin y al cabo no le quedan manos libres, sí, y tal como acordaron ella no lleva nada de ropa interior. ¿Lo ves? Ha sido la mar de fácil, ¿no? ¿No quiere examinarla a fondo primero, antes de adentrarse en ella y, más tarde, la parte de rigor como cumplimiento del tema fijado, hablarle de su amor al oído, susurrarle al oído, en el que debe soplar delicadamente, eso es lo más bonito, sí, él debe hacerle saber de su amor por ella para que ella le pueda hablar con más detalle, si cabe, del suyo? Por lo menos eso ya podemos exigirlo, en realidad. A fin de cuentas para eso pagamos. En lugar de eso el hombre la golpea ligeramente en la cara, casi amorosamente, desde el costado, y le señala con la otra mano, un poco rudamente le señala, que se salga del camino en el que está, pero que en realidad no existe, bueno, a esto no se le puede llamar camino. La mujer no entiende enseguida y sigue dando a entender que ya no puede más y que por eso quiere obtener ¡aquí mismo! el prometido y ansiado sentido, debajo de él, encima de él, entre él y la nada, flotando en el aire, durmiendo en la tierra, no importa, aquí y ahora, tal como acordamos. Tal vez él, por lo menos una vez, podría anticiparse a ella y bajarse primero los pantalones, por Dios, pero eso ella no lo dice en voz alta, eso de ahora es claramente una fantasía de ella que no debe ser manifestada. En realidad, él la podría desplegar aquí mismo, en medio de este camino poco transitado a la nada, y penetrar en ella, pues no viene nadie, nunca, jamás a la hora en que hemos quedado y en la que ya oscurece, y de todos modos esto no es ningún camino, en ningún caso público. Abajo contigo, de rodillas, al suelo, no aguanto más, no aguanto más. Si yo también quiero, pero otra cosa, espera, así, los pechos están ahora completamente sueltos, pueden posarse ahora mismo, con qué gusto además, encima de tu duro tórax de hombre, ahí los vas a tener diciendo: cómeme, cómeme, al lado de tu boca, si quieres hincarles otra vez el diente; ¡¿quién no sueña con que los pollos al horno le vuelen a la boca?!, o lo que a uno le guste comer, no sé, asado de cerdo quizás, con ensaladilla. Bueno, te lo lanzo, ahí va como acordamos mi montón de carne entero, tú puedes ir colocándolo con las manos hasta que te sitúes bien, mucho espacio de maniobra no tienes ahí. También puedes dejar que mis melones, mis peras, te cuelguen a derecha e izquierda, o si crees que me chupo el dedo, te chupo otra cosa, o bien puedes morderme con todas tus fuerzas, como hace poco, ya no me importa mucho, y al fin y al cabo así hemos quedado; muy bien, de acuerdo, entonces dejaré caer mis pechos ahora y te los lanzaré, y tú los cazarás al vuelo, ¿vale?, es buena comida para el perro que llevas dentro, al que ya he conocido una o dos veces. Echar a correr ya no sirve de nada. Pero sólo con muchos sollozos pude acostumbrarme a él, qué rápido, nunca lo hubiese pensado de mí, al perro le encanta morder cuando lo azuzan, ¡qué le vamos a hacer!, lo sé, lo sé. Puedo estar contenta de resultarte tan atractiva todavía. Para eso tengo ahora las dos manos libres y puedo subirme yo misma la falda más para arriba, hasta la cintura. Pero eso sólo si nos echamos. ¿Por qué coño te has puesto esas estúpidas mallas?, ahora vas a tener que bajártelas hasta las rodillas para poder moverte por lo menos un poquito, ¿me lo haces por joder? Pero si ya habíamos quedado antes…, tranquilamente podrías haberte puesto otro pantalón más práctico, más tranquilo en lo que a colores se refiere, p. ej., unos vaqueros, como siempre. ¡Ah, vale! El pantalón es un camuflaje porque se supone que sales a correr, y además aún tenemos que hablar más tarde sobre algo de ayer por la noche. Tenemos algo sobre lo que hablar el uno con el otro, una frase sacada de una película local, donde la vaquera de los Alpes guarda un dulce secreto y se consume por desembarazarse pronto de él en el bosque. Algo que yo sé. Ya sabes. Pero no ahora. Junto a nosotros se encuentra el dios del amor y nos zurra en los culitos desnudos, pues sería una lástima desperdiciar una flecha a esta distancia. De todos modos, con nosotros no necesita ninguna flecha. Nosotros ya nos amamos. Mira, la falda ya no está, nada se interpone ya en tu camino, y yo ya estoy a medio camino trepando por ti, ¿lo ves?, así es como lo hago, enseguida estoy arriba, listos. Tú ya no tienes que hacer nada. Sólo disponer que una millonaria te constituya en su heredero. Allí arriba se agarran, ¿habían visto ustedes algo así alguna vez?, el Dirndl y los pechos a su propia fuerza de gravitación, ya podemos olvidarnos de ellos, pero abajo, toca toca, ahí es como estar en un humedal, agua por todas partes, y mira el espeso bosque de plantas que crece encima. Como el pino carrasco, pero con rizos. Ahí es donde quieres entrar todo el rato, Kurti, Kurti mío, ¿tengo o no tengo razón, o es que quieres otra cosa? No. Nada. Toca toca, ¡mira qué húmedo está mi terreno pantanoso ahí abajo! Todo esto es para ti y ha sucedido por tu culpa. Así es como habíamos quedado, ¿no? Hablar, hablaremos luego. Y así recibe la mujer su segunda bofetada, más fuerte esta vez, y finalmente empieza, con retraso, a llorar otra vez. Como siempre. El gendarme ni siquiera ha tenido que levantar la mano del todo y ya está ella berreando más fuerte, antes de tener que tragarse la segunda torta, a la que no vio venir, quizás también porque él le ha pellizcado antes de una manera realmente fuerte en los pezones, tal como ella se lo ha ofrecido expresamente. No creía ella que él iba a aceptar su oferta. Un fallo por su parte. Recobra algo el conocimiento en su agudo delirio, que ha sido acelerado de cero a doscientos en pocos segundos por su presuntuosa importancia como amante, para después aumentar hasta el paroxismo. Entonces él, el delirio alpino, la ha hecho bajar de golpe; ya una vez en el suelo, por fin vuelve a escuchar al hombre y, medio desnuda, con la falda remangada ya, casi chorreando, habiendo dejado de ser ya hace rato la dueña de la situación, la más cazada de entre las cazadas, que se creía hasta hace poco cazadora y como alzada sobre el pavés de una Diana con dardos además de arco y flecha, se deja llevar y arrastrar y empujar hasta un bosquecillo de abetos ya más crecidos, en realidad es un bosque entero de pinos carrascos. De pie el bosque no llegaría a esconderlo a uno, pero con lo que tenemos previsto hacer, a lo sumo se podrá percibir un suave movimiento en los matorrales. No habrá pasado nada más. Por fin el gendarme se echa voluntaria y dúctilmente al suelo, bajo la arremetida de la mujer y su peso, algo aumentado en el curso de los lentos y hueros años, como si él mismo, el gendarme, fuese suelo, que, ante un suceso con el que la naturaleza parlotea para sí, sin sentido, sólo se entiende ella misma, cede y se derrumba. Y entonces ya tenemos a la mujer abalanzándose, cuan larga es, encima de él. Y es que está tan enamorada…, sabe que una cosa así o sale gratis o no sale o cuesta muchísimo dinero. Evidentemente lo recibirá de regalo. Su rabo ya está ahí, bravo, como si ya estuviese ahí antes incluso que el hombre, el primero, desde el principio. Apenas se puede despegar el elastán de los leggings, pero tiene que conseguirlo para que quede espacio suficiente para la explosión de dos cuerpos. La mujer ha encargado todo esto ex profeso para la mesa de su vida, y se lo ha hecho llevar a casa como ágape dominical. Una llamada basta, ya voy. El hombre seguro que ya está ansioso por instalarse en la habitacioncita más estrecha de ella y, bien calentito, que le sirvan, una habitación que, si bien es pequeña, uyuyuy, aun así uno puede perderse dentro si no se la conoce bien. A veces a la gente se le va la olla cuando escoge el tipo de deporte equivocado y no sabe qué está haciendo ahí. ¿Es esto una cinta para correr o bien un suelo embaldosado de donde la sangre se podría quitar fácilmente con un trapo? La mujer debe por fin mostrarle al gendarme lo que quiere, para que éste pueda hacer algo completamente distinto con sus posesas posesiones vivientes. La mujer domina el arte de enseñar, pues entre otras cosas fue una especie de profesora de piano, y aquí tenemos precisamente su vara, con la que se puede rodar, rodar y rodar. Señora Gerti, por favor, muéstreme de una vez con esa vara qué es lo que quiere y adónde quiere ir. No hace falta que lo diga en voz alta, pero a nosotros sí debería decírnoslo. Entonces veremos el objetivo, pero sin obligación alguna de verla a usted. Quién se controla. Nadie se controla ya. La televisión nos lo dice y nos lo vuelve a mostrar por si no lo hemos entendido. Por desgracia demasiado tarde. Después de las veintitrés horas. El cuerpo de esta mujer emite un tono más áspero de lo habitual en ella. Esto no es ningún juego.
Hoy el gendarme no está por lo que tendría que estar, aunque se esfuerza, pues debe hacerlo. Está por otra cosa que se coloca tranquilamente delante cuando está solo: en la ducha comunitaria, los cuerpos de los hombres, gente maja, con la que no hace falta ser amable. Cuerpos jóvenes y bellos, en un manojo, uno al lado del otro, todos sin ropa, sencillamente impensables sin su pequeño, al que uno echa miradas furtivas. Si pudiese, el gendarme los llevaría en brazos, y sus cuerpos colgarían a derecha e izquierda como si no tuviesen vida, ¡qué maravillosa carga, lánguida y pesada a la vez, para este hombre! Todo lo que hay ahí, abierto y expuesto, preparado y presentado bellamente por la naturaleza y como adherido al propio cuerpo. Armas. Radiante podría verlo todo, todo, ¡sobre todo lo que está prohibido! Eso sobre todo. Se ayudaría con las manos cuando no llegase a ver lo suficiente en los cuerpos ajenos. Y la mujer, en cambio, ¿qué es? Es sucia. Una fábrica de pescado. Insertarse en su cuerpo no es ni necesario ni recomendable. Siempre hay algo de ese cuerpo que se le queda pegado a uno, algo que no hay forma de quitarse. Al gendarme le gusta mirar en secreto ilustraciones de jóvenes hombres desnudos que se compra muy lejos de su lugar de residencia, son unas revistillas desde las que todos los rabos parecen observarlo a él disimuladamente, irisados como serpientes, balanceándose como muelles de acero. Precisamente ahora está pensando en esos jóvenes, conoce a cada uno de ellos por su nombre de pila, que aparece escrito al pie de la foto. Tal vez esos nombres no sean verdaderos en absoluto. Seguro que no se puede llamar a esos hombres por teléfono. ¡Qué va! Eso tampoco haría ninguna falta, igualmente va a conseguir su erección, no importa que debajo yazca una mujer y que se ofrezca o no, una mujer que se esfuerza por ser amable, pero también apasionada si hace falta. Ambas cosas. Ambas cosas son necesarias y se es capaz de ambas también. A esta mujer uno desearía hacerla trizas. En cambio, engalanado como un gallo de pelea, con su pequeño casco rojo, su rabo se introduce, pues ella así lo desea, en Gerti, y aunque preferiría meterse en otro sitio. Y una vez tieso, no ve el momento de que todo haya pasado ya. Oh, Dios, ¿ya está? Por favor, aquí sigue estando la puerta, allí donde ha estado siempre, y como siempre está abierta de par en par, ¡vayan pasando, carne humana gratis para todos! No hace ninguna falta poner música para estimular. El hombre ya no quiere escuchar nada más, ha tenido ya que tragarse tantas cosas…, para él todo eso es como un suceso sin adorno alguno. Este suceso puede suceder de vez en cuando, y él puede seguir enseguida también. Así se acaba antes. Al hombre en realidad todo eso le importa un comino, lo que busca es el camino hasta la propiedad, el resto lo echará a la basura. ¿No lleva un Walkman en el bolso, la Gerti, con el que antes podía escuchar a Mozart hasta hartarse? Ya verás como ahora mismo sale de la bolsa volando y se cae por los peñascos. No lo necesitamos. Sí, ahora es cuando se da cuenta de que el aparato ya vuela: efectivamente llevaba uno en el bolso, y todavía llevaba en la oreja uno de los auriculares desde la ascensión, pero el aparato correspondiente ya lo había apagado antes. Qué lástima, quizás las gamuzas se hubiesen alegrado. El auricular también sale volando, el aparato cae silenciosamente por las rocas. La mujer no le presta la más mínima atención. Todavía pretende, apretando compulsivamente, acariciando, dando vueltas y estirando, conseguir que el hombre se ponga en su onda, hasta donde, completamente solos pero juntos, podrían llegar nadando, largamente, los dos, en el éter, en la inmensidad, tanto como quieran, pues el universo entero les pertenece, tanto como quieran, hoy, sin embargo, sólo a la hora que hemos acordado previamente. Te quiero, Kurti. Tu dinero, Gerti. Los amantes. Al fin y al cabo se pertenecen el uno al otro en cualquier otro momento, como ellos quieran. A cualquier hora. La mujer ha dejado de existir y ya sólo vive a través de él. Le levanta levemente los labios de la vulva, como acordaron, entra, y los labios se cierran satisfechos tras él. ¿No has oído un ruido?, ¡espera!, se retira un instante y aguza el oído, querido, no pares, por favor, para oír se utilizan las orejas o los auriculares, no el rabo. Esta mujer no puede tolerar jamás que se aparte la atención de ella misma y su tema, tema y ella son lo mismo. Su alma, la de ella, se hunde ahora, jadeando, resollando, gimiendo, en la suya, la de él. Se levanta tierra. Lo hemos conseguido: se abre el hoyo. La mujer le arranca a él la mano de su propio sexo, el de él, que obviamente está erecto, no hay confusión posible. Apenas si puede esperar a que él empiece de una vez, y entonces tiene que durar mucho y ser muy delicado. Ella misma se introduce por su propia mano lo que se le ha ofrecido con una mano, agarra el resto del hombre por el culo, enseña las dos hileras de dientes, grita y le golpea rítmicamente, aun cuando al principio vacila un poco, después le da más fuerte, sentido del ritmo sí tiene, pero es el ritmo de ella, no el de él. Pero justo con esa marcha, la de ella, no la de él, debe el hombre seguir adelante de inmediato, pero al mismo tiempo quedarse ahí y entonces: no marcharse nunca más. Marcharse: no, eso no debe hacerlo. Creo y veo que gente como ésa puede llegar a comportarse como si estuviera loca para obtener placer, por ejemplo esta mujer, pero no acabo de ver yo muy claro dónde está el placer en todo esto. Intentaré comprobarlo en mí misma y darlo a conocer, si es que lo encuentro. La chispa del amor existe, pero hay que soplarle fuerte y no soltarla, a la chispa, para que no se largue con otra la próxima vez. Cuando se ama todo es mucho más bonito, pero también más terrible, ya lo sabe la mujer, tal vez porque haya en ello algo espiritual, ¿o tal vez no? No, ¡no! El hombre le trae una bella debilidad, pero más tarde, cuando haya retornado la calma, y puedan pensar y hablar sobre todo, y añadirse a lo pensado a voluntad en aquellos puntos que les vengan bien. Pero sólo después de que haya pasado el cuarto de hora, los veinte minutos, o más si se quiere, en los que un garrote fuerte le haya dado una paliza en el interior de su vientre, haya chasqueado fuerte al masticar y ella en algún momento, involuntariamente, haya tenido que gritar muy fuerte, de placer y dolor, lo quiera o no lo quiera. No quiere. Tampoco puede. De hacerlo, un caminante se acercaría para comprobar si ahí hay alguien. De vez en cuando él tiene que ponerle la mano en la boca, pues con su griterío ahuyenta a animales e incluso a todos los demás deportistas, y los atrae justo en la dirección en la que se encuentran. Pero eso no nos interesa nada ahora. No hay nadie, mi amor. Todos se disponen ya a retirarse, o bien ya lo han hecho. Ejecutar algo así en plena naturaleza podría convertirse para ella en una costumbre, teme el hombre, que prefiere hacérselo en su casa. Por decirlo de algún modo, en calidad de propietario, no, mejor no lo digamos así. Allí se siente seguro y protegido porque pronto va a pertenecerle. Aquí, en este páramo, casi le entra miedo, no, no es cierto, pero no le gusta mucho, uno se ensucia fácilmente y la mujer en casa enseguida sospecha. No, eso tampoco. Esta mujer de aquí es una carga. Un fastidio. Hoy tal vez quiera tratarla con algo más de rudeza y cogerla por detrás, que es algo que a ella no le gusta, para que vaya desacostumbrándose a estar mandándole todo el día. Que si por aquí sí, por allá también, no, que por ahí no, por favor, no, eso no me gusta. Tal vez entonces renunciará a él por lo menos un tiempo, aunque no demasiado. No, por favor. No, por favor. ¿No te vas a andar ahora con remilgos? Tal vez entonces se calle de una vez. El hombre la aborda ahora más confortablemente, tiene tiempo. Seguro que la convence, después de haber examinado un poco la entrada de su culo, en el que nadie se fija, de que el dolor no es ninguna expresión cuando un ser humano sufre. No existe ninguna expresión para eso. Le llegará una fragancia a la nariz que no le gusta mucho. Ahora se encuentra en el bonito bosque, es dueño de la situación, da igual de cuál, pone groseramente a la Gerti boca abajo y es entonces cuando le da verdaderos motivos para chillar, pero sólo en voz baja. Si es eso lo que quiere, entonces venga, ahí tienes una razón para hacerlo. La razón si quieres te la puedes quedar, pero la propiedad es para mí. ¿De qué tempestad en las cumbres viene él ahora? Pero si justo estaba yendo para allá. ¿Cómo, no acaba de suplicarle justo ahora que pare? ¿Pero ya? Si apenas acaba de empezar. Así no es tan bonito como de costumbre, Kurti, no me lo había imaginado así, de otra manera sería más bonito que de costumbre ¿No quieres volver aquí delante para que mientras te pueda mirar cariñosamente? Eso me gusta especialmente: mirar tus queridos ojos azules. No. Así no me gusta. Prefiero de otro modo. Me gusta así y asá. Pero el hombre ahora mismo podría someter tranquila y profundamente a un pueblo entero, y, si de él dependiese, estaría dispuesto a hacerlo en cualquier momento. No. Ahora no se detiene. En media hora estará completamente oscuro, y los periódicos no podrían ver cómo el pueblo entero tiembla ante él. Un don nadie que llegará a ser alguien, un gran acontecimiento como el ocurrido recientemente en Ischgl, donde la nieve se puso dura como una roca y se alzó contra las personas porque habían abusado de ella para su propio placer. Diez grados bajo cero, y un grupo de músicos, tiesos como un palo, se sitúa detrás de la anunciada banda de girls, unas chicas que berrean de un modo increíble, no importa quienes sean. La próxima semana será un grupo de boys conocido internacionalmente. Ya no podremos leer el periódico ni saber qué pasará con nosotros cuando la nieve se haya transformado en hormigón y se haya acumulado en un único punto donde no tenía porqué. Ahora no hay besos. Tampoco se le puede llamar regocijo a lo de esa mujer que ha intentado darse importancia, pero entonces el hombre le ha aplastado la cara contra la pinocha seca y punzante, y se la ha restregado a gusto, le ha dejado la cara fina, de modo que esos pinchos putrefactos y podridos se le han metido por la boca, la nariz y, ¡ay!, por los ojos. Se arrepentirá de eso, confía la mujer, de despreciar mi sexo a pesar de que me ama, pero al fin lograré convencerlo, todavía no está muy ducho en todas estas cosas, lo convenceré para que ame y venere mi sexo y lo apoye a lo largo de todo su florecimiento. Tosiendo y escupiendo y, sin querer, levantando de golpe el culo y tapándose, viene el cuerpo y se van los pensamientos hasta que el hombre consigue amansar de nuevo a su víctima primaveral, a la que ha hundido, con un puñetazo casi negligente en los riñones, esta vez de forma definitiva, y ahora ella yace tranquila. Está determinada por su condición de mujer, pero ha determinado hora y lugar, eso ya es algo, en realidad, nada. Ahora no va a poder salirse con la suya y decirle a él lo que tiene que hacer con ella y sobre todo: ¡dónde! ¿Cuánto rato? El rato que me venga en gana. Pero tú no me vienes bien, eres demasiado estrecha. Lo siguiente: por favor, para, ya no puedo más, es lo que sale de su boca con dificultad, pues su nuca está sujeta al suelo con una pinza, y a ella sólo le queda aguantarse y ocuparse solita de esperar desesperadamente, de moverse involuntariamente debido a los constantes pellizcos, y de retorcerse y mover el culo hasta que él haya acabado por fin. Pronto aparece algo de sangre. Bueno, no se va a morir por eso, desde que conocemos a esa persona tenemos en casa una buena pomada para heridas, apropiada tanto para la piel como para las mucosas, pero no va a ser tan bonito como habían acordado y como ella se había imaginado. No, desgraciadamente esta vez no ha salido tan bien como hace poco, pues la mujer no se ha lucido nada, ahora casi ha perdido el conocimiento, ¡venga, tú, no te duermas!, pero la mujer, cuando mucho más tarde haga balance, estará contenta y feliz de tanto afecto y de que él, por lo menos, no la haya matado. Tal vez la próxima vez. Pero el ser humano aguanta mucho, a veces creo que lo aguanta: todo, pero hay algo peor que todo y es: cuando uno no consigue lo que desea. Los brutales pellizcos en sus nalgas tampoco han sido demasiado agradables, registra la mujer, cuya caja registradora ha sonado y ha vuelto a sonar porque le metieron algo dentro sin que el hombre pareciese darse cuenta en absoluto. La mujer cuenta sus ingresos: nada dentro, ¿cómo es posible? ¿Por qué me hace esto? Seguro que por amor y pasión, que no han podido dominarse a sí mismos y han arrastrado consigo a sus dueños igual que las inundaciones del pasado verano, pero sólo la mitad de la carretera, la otra mitad la dejaron para el próximo año, ya es algo, y el año próximo la carretera estará todavía por arreglar. Bella debilidad, tanto en la comunidad como entre las personas, que no hay que confundir con inactividad. Tiempos nuevos han irrumpido entretanto, ¿no creen? ¿O es que acaso conocen ustedes el tiempo en que las mujeres determinan lo que quieren y cuándo y dónde y cómo y por qué y, sobre todo: hacia dónde quieren ir? ¿Esconderá él en algún rincón un atisbo de piedad?, piensa esta mujer, en algún rincón tiene que estar, ¿no? ¿Estará medio ahogada porque ella se abalanzó hace un rato encima de este hombre sin ningún control y sin ninguna gracia? Pero ¿qué le va a hacer si no puede controlarse cuando él está cerca? ¿Qué me dicen? ¿No conocen ustedes el bosque? Yo sí conozco el bosque, pero no éste, ¿cómo puedo salir de aquí? No, en este hombre no se vislumbra atisbo de piedad ninguno con nadie, digo yo en su lugar. Pero para lo que hace por lo menos se toma su tiempo, eso hay que reconocerlo. De todos modos, para algunas personas ese tiempo incluso es demasiado largo. Quieren una breve versión comprimida del tiempo, para después poder disfrutar más si cabe de la infinidad, de la eternidad del deseo. En cualquier caso, el hombre hace ya tiempo que no se asusta de la mierda, eso se lo puedo garantizar yo a ustedes. Se la ha limpiado ya suficientes veces a su propia madre o la ha tenido que rascar en algún sitio o recoger del suelo. ¿Se le levantaría el miembro de esa manera si no le gustase hacer todo esto y no me quisiera a mí por lo menos un poquito?, piensa la mujer cuando siente cómo eyacula con violentos impulsos dentro de ella, y por suerte después se hace pequeño rápidamente y se desliza él solito hacia afuera. Ningún ruido salvo ruidosos jadeos y resuellos. Hola, qué tal. ¿Es que no se alegra de su éxito, para el que ha tenido que pelear tanto consigo mismo y con ella? ¿No está ahora muy exhausto y por fin por fin desea ser algo tierno? Sus garras alrededor de la nuca de la mujer se relajan por fin, el hombre, suspirando, se desploma como un fajo desparramado encima de ella, por desgracia descargando todo su peso sobre su espalda. De modo que ya queda claro que por lo menos un rato, hasta que haya recuperado el aliento, va a tener que empotrar en el suelo los pechos de ella y limitar mucho su respiración. Pero ella tiene suficiente aire, voz y voto, para poder decir, bajito pero con detalle, lo que sigue a continuación, que no puede reprimir, tiene que sacarlo como sea, ¿es eso una pregunta? Parece que la Gabi ha desaparecido, eso he oído al menos. Te lo tienes bien merecido. ¿Es que anoche no la llevaste enseguida a casa? Claro que sé dónde estuvo ayer y con quién, ¿qué tengo que hacer con todo eso ahora? Te estará bien empleado si ha huido de ti, y ahora te vas a quedar sólo conmigo. ¿Adónde fuisteis después? ¿Por qué no la llevaste enseguida a casa? En realidad tú deberías saber dónde está. ¿Volverás con ella cuando esté aquí otra vez? ¿La llevarás a la oficina como cada día temprano? ¡No te creas que no lo sé todo! Hace mucho que lo sé. Incluso una vez os seguí. Dónde está ahora, si es que no ha vuelto a casa. Sé de buena tinta que casi cada día la recoges temprano. Dice a todo el mundo que coge el autobús de la mañana o el tren, pero cada día va al trabajo contigo, lo he oído. Tengo constancia, no, la sospecha, de que le pide los billetes ya validados a sus compañeros para que le reembolsen los gastos por desplazamiento. Una amiga suya lo dice, y otra también. Muchos en el pueblo lo saben. O sea que si algún día hay un control, ya está todo dicho. A eso se le llama fraude, ¿no? O algo peor. Enseguida se van a dar cuenta de que los códigos impresos en los billetes que ha entregado han sido validados en paradas completamente distintas, e incluso en otras rutas. He pensado mucho en ello. Cómo se atreve a eso esta chica. Tú fuiste el último en verla. ¿O la llevaste después a algún otro sitio? ¡Ay! No vuelvas a pegarme, no me pegues nunca más, y si lo haces, que no sea en la cara, ya tengo las marcas de tus manos y de la pinocha de abeto por todos lados, se va a notar si además aparezco con un ojo morado. No, personalmente no me importa nada, aunque preferiría que no lo hicieses y que te contentases con el amor que yo te brindo. Sí. Te quiero. Tú me quieres también. Los demás no tienen por qué saber nada. No están ahí por las noches, en mi casa, eso no es posible, ¡uno no puede esconderse de ese modo! No hay nadie que pueda. Tú me quieres también, lo sé, lo sé. En realidad yo ya no existo, sólo existes tú. Me gustaría hablar de todo eso con alguien cercano a mí, pero no tengo a nadie. Tienes que amarme, por lo menos un poco, y lo que se ama no se manda a la mierda. Tal vez necesitemos más espacio para cada cual, no en nuestros cuerpos, donde ya hay tantos límites, tal como he podido comprobar antes. Necesitamos más espacio para nosotros. Mi casa sería la solución. Ahí estoy completamente de acuerdo contigo. Vivamos juntos. Por favor. Cuando tenga previsto algún cambio a ese respecto, te lo notificaré enseguida. ¿Pero qué iba yo a querer cambiar? Yo quiero cambiar el hecho de que siempre tengas que volver a casa con tu mujer. Quiero que siempre estés aquí conmigo. Si me preguntan sobre mis sentimientos más íntimos, respondo que en ese aspecto no desearía cambiar nada. Me gustaría que todo continuase como hasta ahora. Sólo que tú siempre estés conmigo. Entonces ya no tendría que añorar tu presencia, pues constantemente la tendría a mi alrededor. Y si alguna vez no la tuviese, esperaría, envuelta cálidamente en la distancia que por poco tiempo nos separaría, a que estuvieses otra vez conmigo. Bien, gracias. No tenemos mucho que derrochar, pero podemos permitirnos algunas cosas. Eso te lo prometo. Más o menos esto es lo que quería decir y ya lo he dicho. Día y noche añoro tu mirada. Observa qué amable es la naturaleza, nos cede el paso antes de que llegue la noche y uno ya no pueda ser advertido. Y se hunda ante sí mismo en el suelo.