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Permítanme ustedes, porque es importante para mí y porque no encuentro ahora el lugar en el que ya he hablado de ello, que vuelva a repetirlo: si sus verduras están enriquecidas con suplementos de nitrato, ¡no se las coman bajo ningún concepto! Es la prueba de que el agua está contaminada por el uso exagerado de fertilizantes, y con ella, por supuesto, también sus verduras. Es una exageración y puede causarles problemas de salud (si es que éstos no se han manifestado ya) someter toda el agua buena de que disponemos a un tratamiento excesivo. Aquello con lo que desinfectamos nuestra comida, para que ésta no nos infecte por dentro, deberíamos mantenerlo especialmente limpio. Aguas naturales: vegetación exuberante. ¡Qué vergüenza! No quiero ni pensar en cómo debe sentirse esta agua. El agua desea ser tan laboriosa y respetable como las personas que la beben, pero las personas no le ayudan a conseguirlo, no le tienden la mano. Los animales se quedarían paralizados por el terror si pudiesen leer esto. Ellos también tienen que beber agua, por supuesto. Las plantas acuáticas se extinguirían, vamos, esto puedo explicarlo: en lugar de dejar de tomar oxígeno, como nosotros los muertos, ellas se ponen a tomarlo en serio, del mismo modo que Austria capta, llena de amor y avidez, a sus turistas, los queridos huéspedes que nos visitan, a menos que el gobierno no sea de su agrado. Tampoco es del mío. Por eso yo también soy extranjera. Lo que decía: el uso excesivo de veneno conlleva que la orquesta de la naturaleza en pleno empiece a tocar de golpe, y ni siquiera Bruckner hubiese querido algo así. De todo hay demasiado, demasiado, demasiado. Nosotros también tenemos suficiente. Más que suficiente. ¡Estamos hasta las narices! Si ustedes pretenden nadar en la abundancia: ¡mejor pidan nata montada y dejen en paz al oxígeno! Por cierto, estas pequeñas aguas mías también están aquí, en esta máquina, sobresaturadas de veneno. En lugar de contestar delicadamente cuando me preguntan, voy y arrojo a esta zona de aguas muertas mi vida entera, que ya hace tiempo que está muerta también, pero más muerta que muerta no puede ser de ninguna manera. Estaría bien que algún día alguna circulación de agua con las debidas responsabilidades se hiciera cargo de esta zona, que el agua tuviese por fin una política de empleo como es debido, para que por fin su nutrición mejore. De lo contrario, seguiremos siendo lo de siempre: trofeos de la historia, expuestos a modo de advertencia para las demás naciones. Y lo que confiscamos, no deberíamos habérnoslo llevado, ¿o sí? No, esas pinturas de Klimt no vamos a devolverlas ahora. De algo habrá servido que tuviésemos tanto empeño en conseguir que casi nadie saliese con vida. Cómo nos gustaría volver a vivir en tiempos más turbulentos, cómo nos gustaría aprovecharnos de los movimientos del río, hasta que nuestras últimas partículas de agua, nuestras pequeñas y honradas almas nacionales austríacas, fueran captadas no sólo mediante el movimiento principal (la adquisición de propiedades) sino también mediante los pequeños y queridos movimientos secundarios (así de groseramente se habla de nuestras aguas, lo juro), y aprovecharnos de nuestra fe en Dios, el padre celestial, a quien hemos estado dando coba para nuestro propio placer, hasta que finalmente nos ha devuelto a nosotros mismos, recién renovados, como nuevos, no: ¡mejor aún!, y nos ha faltado tiempo para entregarnos a un nuevo Führer, voluntariamente, como si tuviésemos un año y medio de edad como mucho y no pudiésemos entender lo que nos dice. Como si no hubiese pasado nunca nada. Hay algunos que nunca tienen bastante, acabamos de describirlos y ahora sólo tenemos que deshacernos de nuestra propia basura. Se parece a las leguminosas: resistente, elástica, glutinosa, pero en esta agua, en el lago, aquí no hay forma de acabar con ella, por lo menos durante un tiempo. Esta basura está formada por casas propias, una siempre avalada por la otra, hasta que los bancos, exhaustos, levantan una bandera blanca y hacen señales de rechazo. Los bancos son asexuales, es decir, no se dejan enternecer ni por hombres ni por mujeres. No están configurados para la proliferación ni la regeneración, como las plantas de la tierra, sino que están programados para la concentración, bien, acaban de pillar a otro que había maquinado alguna chapuza con la amortización de intereses, no llegará muy lejos. Si hubiera sido más rico, no lo hubiesen pillado. Incluso han pillado al avicultor estafador y a su hermano, pero a los poderosos que estaban detrás, a ésos no. La cooperativa liberal para la construcción de viviendas ha sido completamente disuelta, ¡es una pena! Al gendarme también lo tienen agarrado por la solapa, pero a él siempre le da tiempo a quitarse la chaqueta, así que los bancos pueden irse a hacer puñetas. Sí, es completamente cierto, se trata de una persona, de una verdad, de una obra, de una propiedad, pero en realidad no le pertenece nada. Siéntense a mi alrededor si quieren, les volveré a contar con cuántas personas ha acabado este país, seguro que se preguntarán por qué razón entonces siempre hablo únicamente de uno. Pero en realidad él es lo de menos. No, no se lo preguntan, bueno, lo entiendo perfectamente. A mí no me pregunta nadie, nada de nada. Es cierto que acabo de describir lo que van a encontrar ustedes en estas aguas estancadas, deseando salir del estancamiento, pero por fin se va a encontrar el vestigio, la víctima, por fin el trecho hasta el dicho estará hecho. Por otro lado, previamente uno se imagina que encontrar un cadáver es mucho peor de lo que en realidad es; y he dudado tanto en describirlo que casi había perdido las ganas de hacerlo, aquí, en la orilla llana de mis decisiones. Tiren ahora ustedes la primera piedra, por favor, pero de modo que bote un par de veces sobre la superficie del agua, alegre como un nuevo canciller.

Qué aguafiestas el cadáver de Gabi, a la que buscaban viva y por eso, naturalmente, no podían encontrar nunca, ni siquiera con todas esas fotos colgadas en los postes hasta llegar casi al Semmering, va y aparece ahora muerta, a pesar de que los muertos son inactivos, por supuesto, y nada los hace reaccionar. Hay lugares en el agua profunda de nuestros lagos de montaña donde a los muertos jamás se los encuentra, no pasa nada, más bien estamos hartos de ellos, quiero decir, que estamos hartos de ello. Allí, en los lagos de montaña, las orillas se despeñan casi verticalmente, estos lagos pueden llegar a tener 200 metros de profundidad o más. En estos lagos hay como agujeros. En su poder está el hacer desaparecer a seres humanos para siempre, sin dejar huella, el día del Juicio Final, cuando todas esas bonitas mujeres empaquetadas emerjan desde lo más hondo para desquitarse de su descontento en la fría cueva del agua, se producirá una enorme conmoción. Qué grande será su decepción cuando otros, las legiones de ángeles en sus ligeros todoterreno, adquiridos para que ellas puedan llegar a todos sitios, en ese día en que los trombones resuenen sin cesar, en primer lugar quieran vengarse de ellas. Precisamente los crímenes de los vivos no se ven perdonados por la muerte de otros en el registro de las propiedades. Sin embargo, lo de la Gabi me afecta enormemente, sencillamente ya no sé qué decir, y tampoco lo puedo expresar así, rápido, como quien no quiere la cosa, como quien toma un café expreso; si nunca se ha visto un muerto de verdad, resulta difícil describir, por supuesto. Una película es realmente un sucedáneo de poca consistencia, un pequeño banco en la estación Bosque de los Horrores. Así que allí hace hoy acto de presencia el horror, me resulta extraordinariamente molesto, y, no obstante, ya no puedo apartar la mirada, aunque en realidad yo lo que quería era leer el periódico. Dos hombres que querían estirar un poco las piernas después de una opípara comida en el hostal (pronto van a tener que arrepentirse de no haber preferido estirar los brazos), mientras sus mujeres permanecen sentadas a la mesa y se cuentan sus chismes sin recurrir esta vez a la corrosiva furia contra sus familias, que, p. ej. a mí, me invade tan a menudo, se dirigen ahora hacia el lago por un frío sendero, que pronto volverá a estar repleto de vegetación y que ahora se siente afligido al pensar en todas las botas de gendarme que en breve lo van a pisotear. Bueno. Ahora puedo leer en las frentes de estos dos hombres, pues a leer sí estoy acostumbrada, lo que piensan al descubrir en la proximidad de la orilla, apareciendo tan inesperadamente como desapareció, balanceándose ligeramente al principio, un rollo de tamaño humano envuelto en un plástico verde de los que habitualmente se usan, de forma bastante absurda porque nunca son impermeables en realidad (si lo sabré yo, que he tenido que achicar mi balcón tres veces ya), para cubrir los terrenos en obras. El plástico está atado con un alambre. ¿Qué es eso? En cualquier caso se trata de algo muy raro. Que algo sea tan grande como una persona no quiere decir que necesariamente lo sea. Pero todo el que ve ese rollo piensa para sus adentros que esa cubierta de plástico tiene ese tamaño precisamente para que quepa dentro un individuo humano, o bien cuatro metros cuadrados de suelo virgen, o bien un tronco de árbol de metro sesenta, el primero ya no tiene protección, el segundo hubiese necesitado urgentemente protección, el tronco de árbol no hubiese deseado más que la rica tierra húmeda que ya jamás podrá ver ni sentir. La comunidad de lectores se levanta para poder ver mejor: el plástico esconde algo que durante días parecía haberse tragado la tierra, pero la tierra fue inculpada injustamente. Fue el agua la que retuvo todo este tiempo el rollo humano y jugó con él al yoyó, pero el hilo era un alambre, atado fuertemente, de modo que el agua pronto se hartó del juego. No tuvo éxito, con ese paquete no hay manera de hacer nada, y sea lo que sea lo que hay dentro, nosotros no lo podemos abrir. Así que tendremos que volver a coger nuestro manual, en el que pone qué es lo que nos ha matado, a nosotros que somos todos agua, en tanto que estamos hechos casi únicamente de agua: nitrógeno, fósforo, potasio y materia orgánica, esto último nos lo acaban de mandar hace tres días, pero todavía no podemos hacer nada con ello. Además, igual que les pasa a muchos niños, simplemente estamos sobresaturados de pies a cabeza, para lo que hay motivos de sobra. De este modo habla el agua con nosotros y con los dos hombres, que no entienden su lenguaje. Pero entienden instintivamente el lenguaje de este rollo de plástico y dan un paso hacia atrás y de repente se callan. Qué es eso. Los dos hombres ya han comido, mejor para ellos, pues en ese momento su apetito hubiera desaparecido si no lo hubiesen arrestado antes a tiempo en la fonda para utilizarlo para sus fines. El lago no es profundo, en ningún punto, y sin embargo nadie se ha tomado la molestia de acercar un poco a la orilla este rollo. Ahí está: una posible forma de tratamiento para una persona, pero ¡menuda forma!

Primero los dos hombres intentan acercar a la orilla el bulto que va a la deriva ayudándose de un palo que han arrancado, pero que no llega lo suficientemente lejos. Tienen la impresión de que el bulto se les va a escurrir. Pero ¿es el bulto el que se escurre o es que han cometido un error de bulto? Los hombres se dicen: precisamente hoy no contábamos con algo como esto. Hay pájaros dando vueltas y voces por encima de ellos, hace frío todavía. Demasiado frío para esta época del año, incluso aquí. A los ángeles nos los habíamos imaginado distintos cuando nos entraron fugaces deseos de venganza y quisimos matar a alguien, aunque al final acabamos dejándolo correr. Se trata de ángeles negros. En este plástico descansa un rostro humano y un cuerpo humano, en eso me hace pensar este plástico. Los hombres creen que eso que parece no puede ser de ningún modo. Los hombres saben que muy probablemente acabará siendo lo que parece. Pronto lo sabremos con total seguridad, dice la ley de la realidad. Se ponen de cuclillas y observan con dificultad debajo del agua, que es especialmente oscura e inescrutable, no obstante pueden reconocer con claridad el plástico que oculta algo, y con terrible certidumbre asumen a quién tienen delante, a la muerte, esa arma siempre sin seguro que caprichosamente se mueve en círculo, ahora apunta a uno y más tarde al otro, ese nervioso dedo índice en su cuerpo frío, ¿a quién le tocará hoy? Por favor, me gustaría ser la primera en saberlo: ¿tal vez directamente a los dos hombres que van de camino para casa? Realmente no deberían haberse tomado esa tercera copa de vino, al fin y al cabo este paseo debería haber servido principalmente para recuperar la sobriedad. Bueno, pues eso es lo que hace exactamente. Y con qué tenacidad, como con unas tenazas, cuatro ojos se aferran de golpe a la visión de ese brazo de gitano acuático. Es un simple paquete, ¡pero la que va a armar él solito! Para empezar va a movilizar a 82 agentes nacionales armados de la brigada de investigación criminal, de los que 20 se dedicarán exclusivamente a este caso.

Móvil conectado, llamada en marcha, atrocidad ya ocasionada, empaquetada, helada y desempaquetada por dos personas. Por favor, vengan inmediatamente, vemos lo oculto y deseamos saber lo que hay dentro. Sus mujeres se cubren siempre únicamente con edredones, y éstos descubren siempre lo acostumbrado, que con el tiempo se vuelve cada vez más rancio, y que encima hay que mimarlo horas y horas para provocarle placer. Las fantasías de uno no llegan a concretarse jamás. Qué estupendo sería abrir ese embalaje ahora, eso contribuiría decididamente a acercarnos a nuestro objetivo balanceante, intranquilo. Oímos hablar aquí a una voz terrible, acompañada de una luz azul y, por si fuera poco, de una sirena. Oímos cómo la voz nos quiere decir algo: se las están viendo ustedes con la muerte, tranquilícense, tal vez esté todavía por ahí y se los lleve ahora. ¡Oh, qué emocionante! Bueno, tan terrible no será, afirma otra voz desde un teléfono especialmente pequeño que se puede desplegar para que parezca más grande y que a más de uno seguramente le parecerá más misterioso que esa aparición de debajo del agua, que es acechada por pájaros, no por peces, pues no hay ningún pez en este elemento especial al que me refiero. La gendarmería es muy libre de hacer acto de presencia, en realidad debería hacerlo, y acaba haciéndolo. El señor Kurt Janisch hoy no tiene servicio, ¡qué suerte tiene el tío! Si tuviera servicio, debería haberse apuntado a tiempo a cursos de interpretación dramática, y también eso ha logrado ahorrarse, además de sus muchos ahorros, que, desgraciadamente, siempre desaparecen cuando le hacen falta. Sólo tiene ahorros negativos, es decir, deudas. Más que pelos en la cabeza. Desearía que alguien se hiciera cargo de ellas. Para ello deben aparecer casas y permanecer. Afortunadamente se trata de camaradas pesados e inmóviles, pero a pesar de eso algún día deben acudir a montones para poder ser usados como avales para posteriores casas. De ese modo nada surge de la nada, bueno, así surge algo de la nada. Pero no servirá para nada de nada. Todavía no, pero tenemos buenas perspectivas. A la orilla del lago artificial se alzan dos hombres que han cumplido con su obligación de ciudadanos, seguro que tarde o temprano se alzarán impacientes contra las autoridades, eso es obligación humana, por eso todo el mundo lo hace. Los seres humanos sólo aprueban a las autoridades cuando expulsan cuidadosamente a algunos de los que no forman parte de nuestro grupo. Las autoridades llegan, dando brincos y sacudidas, por este camino vecinal en mejor estado, y van a retener innecesariamente a estos dos hombres durante horas. Este camino es el único por el que los gendarmes pueden llegar hasta aquí si no quieren ir a pie, si lo hicieran, se les caerían los anillos ¡y las condecoraciones!, que con toda seguridad van a necesitar para nuestras fronteras hacia el Este y con Eslovenia, muy cerca de nosotros, para conservar su autoridad. Al fin y al cabo estos funcionarios tienen que controlar alrededor de 140 kilómetros de frontera verde en Estiria, con megauniformes, con parcas y gorras de visera y tal. Toda la zona de Spielfeld se estremece ahora ya ante sus pasos. La instrucción realizada en la delegación externa de la sección de la escuela en Bad Radkersburg duró seis meses, eso tiene que verse recompensado algún día porque así es como pueden proteger las riquezas de los nativos con verdadera eficacia, y conducirlos, una vez hayan disfrutado de todo con calma, hacia el reino de Dios con una señal de tráfico (que de todos modos sólo les pertenece a ellos), sin que nadie les pueda entonces desbaratar los planes. Bien. Ahí está, exacto, en el agua. Miren esto. ¿Lo ven? ¿Qué es esto? Necesitaremos el bote. Tras los ¡izquierda, derecha!, ¡adelante, ale hop!, y tras haber atravesado la zona de aguas muertas en la que no pasa nada, la carga es arrastrada con el bote y descargada en el puerto de dimensiones microscópicas. No será necesario llamar a los submarinistas. Arriba hay pelo, eso es ya lo primero que vemos. Pero ahora ya lo sabemos todo y perdemos el control sobre nosotros mismos. ¡Jesús, pelo, probablemente auténtico! Uno de los hombres vomita sobre Dios y su colega y sobre los pies de los gendarmes, que todavía tienen tiempo1 de saltar hacia atrás, pero que en estos momentos están hablando por los aparatos de radio y se ven obligados a escuchar los chirridos y chasquidos que emite como el venado que sale corriendo de entre la maleza. Pronto esto va a llenarse de policías uniformados (y más tarde también de civilizados de alto rango). También se puede ver un pedazo de frente lisa bajo el pelo empapado, que no cupo en el plástico o al que no se dedicaron suficientes fuerzas para embutirlo dentro. Es posible que alguien quiera poseer a otro ser humano hasta tal punto que se lo ha arrebatado a sí mismo, quiero decir, que ha arrebatado a ese ser humano de sí mismo, ¿cómo me podría hacer entender? Tal vez simplemente se deshizo de ese ser humano porque ya no le encontraba utilidad. Otra vez: el asesino no se deshizo él mismo de ese ser humano (eso no le hubiese importado nada al asesino porque evidentemente ya no tenía previsto ningún uso para su botín), sino que deshizo al propio ser humano de sí mismo. Este ser humano se echaría en falta si todavía tuviese conocimiento. Ni idea de por qué. Los ojos se aferran con fuerza al rollo, pero solos no lo pueden arrastrar. Imposible. No lo podemos entender. Los pájaros están decepcionados, pero el lago se siente aliviado, se ha quitado de encima la responsabilidad, y, con la superabundancia en la que más bien vive, no se ve obligado a digerir más estiércol. Fotógrafos, búsqueda de huellas, agitación indescriptible, además, llena en exceso el pueblo de estiércol en poco tiempo, y lo arrastra con él, cargado con toda la mierda acumulada que va a tener que escuchar uno ahí, como en un alud de primavera que va dando vueltas por la carretera cortada que antaño fue carretera principal, en una creciente corriente en la que sobresalen nuestros pecados como árboles y escombros de hormigón. Personas que se escondían secretamente para que nadie viese cómo hacían sus necesidades se proponen ahora no volver a hacer nunca más algo así. Detrás de cada arbusto puede estar espiando alguien, y uno al final acaba en el lago. Quien lo haya embalado y lo haya arrojado allí pretenderá entonces falsamente que no lo conoce a uno de nada. No nos interesa lo más mínimo. Ser negado incluso en la muerte, como Jesucristo por sus discípulos, déjense ustedes matar y se quedarán pasmados de lo que la gente irá pregonando sobre ustedes. Pero la gente de aquí es más bien discreta. No es nada fácil sacarles algo. Después de las primeras fotos, abrirán el rollo y desembalarán un cuerpo y una cara de una gran hermosura. El cuerpo y la cara seguirán llevando su tierna y pacífica belleza, la cara de la muchacha parece que duerme, pero en realidad todo en ella hace tiempo que se vio despojado de cualquier rastro de vida. Alguien instigó a la vida en su contra de modo que la vida se marchó ofendida. ¿Con ésa? ¡Ni hablar! Las botas negras no están, sí está la chaqueta vaquera con cuello smoking, que ya echábamos en falta, el bolso no está (¿dónde estará? ¡Jamás lo van a encontrar!). Los gendarmes se dan cuenta enseguida de quién se trata, tenían a la joven desaparecida en las pantallas de su ordenador y ahora la ven al natural, en esta naturaleza que ahora se enoja con ellos. Dejad dormir a los muertos, son demasiados como para poder llegar a saber algo aunque sólo sea de un pelo suyo.

Próximamente se tomará declaración en relación al caso a más de 2000 personas, pero ¿qué se puede llegar a saber de las personas? Mienten cada vez que abren la boca. Siempre es lo mismo, es lo que han leído y lo que han visto en la televisión, y lo confunden con lo que les ha sucedido a ellos, que es lo que realmente debería aparecer en el periódico porque hubiese sido mucho más interesante. En realidad, apresar al asesino sólo debería haber sido una cuestión de tiempo. Debería haber sido un extranjero. Pero aquí apenas hay extranjeros y sólo unos pocos turistas, y éstos enseguida llaman la atención por su vestimenta vertiginosamente deportiva, o bien rústica y de caza, que les hace soñar con estratos sociales superiores a los que no pertenecen y a quienes sí pertenecen los cotos de caza, no, tampoco sus pertenencias son comparables. Las manos sensibles y delicadas del hielo ahuyentan a los forasteros en invierno, en verano es la lluvia la que lo aniquila todo, incluso la tierra desnuda. Y al que aún siga allí, lo expulsamos nosotros personalmente. Esta muchacha, la Gabi, tal vez quería ver el ancho mundo, pero no se imaginaba que ese pequeño le vendría un poco grande. Ojos que penetran en ojos y discuten y preguntan algo. Se mencionan nombres, se cita a gente ante el juez. Los gendarmes sólo cumplen con su obligación, repiten una y otra vez cuando se vuelven a detener a la altura de alguien que se da importancia, como una topinera que se cree el Monte Cervino; no saldrá nada de todo eso. Cada cual dice su verdad, unos más, otros menos, las verdades, una vez conocidas, son muy difíciles de expresar, probablemente porque no son ciertas en absoluto. Se convoca a gente, y esa gente acude alterada a toda prisa. Después se los manda para casa. Todos ellos conocían a la Gabi, sobre todo la madre y su novio la conocían muy especialmente, también se les interroga muy especialmente. Dicen que nadie conocía a la Gabi tan bien como nosotros: seguro que no había ningún otro hombre. Los dos están sentados de nuevo en la cocina office. Ya no pueden dar más besos al canto de la taza de cacao medio vacía que la Gabi dejó cuando fue vista por última vez. Aún se preparó la taza aquella noche antes de irse. No se la bebió entera. La taza ya está lavada. ¿Adónde fue después? No la taza: ¡Gabi! No debería haber salido otra vez, de hecho ya le decíamos por principio: o te quedas en casa o te llevas al novio. O lo uno o lo otro. El novio pretende hacer creer que no sabía para nada que ella quisiera salir otra vez, aunque eso no es motivo para ser pretencioso. Jamás haría algo sin mí, dice el novio. Qué raro. Naturalmente al principio el novio es el principal sospechoso, pero no da la impresión de que haya sido él. Está muy tranquilo. También en la escuela era muy tranquilo, salvo cuando tenía que hablar. En el ejercicio de oratoria que ha realizado a primera hora no ha tenido más dificultades de lo normal. Se le hubiera notado algo en la cara o en la voz. Nada. Ante algo grande como la muerte, automáticamente habría empequeñecido, empalidecido, tartamudeado, lo que sea, por lo que a mí respecta, sudado o balbuceado. Su cara resultó familiar a todo el mundo, igual que siempre. Pero quién sabe quién es él, no, no el novio, quién de nosotros sabe ya quién es él. Nosotros, es decir, todos menos yo, sabemos cómo hay que cocinar el faisán envuelto en tocino, pero no sabemos quiénes somos. Bueno, yo soy una de las pocas personas que realmente no lo quiere saber. Es una de las razones por las que siempre necesitamos diversidad, bueno, yo no la necesito ¿Tal vez nos encontremos en otro lugar? Para eso, sin embargo, debemos andar viajando siempre de un lado para otro. De la Gabi también lo sabíamos todo, salvo un detalle decisivo, piensa el jefe de policía de la región hasta que es presa del sueño, es decir, hasta la muerte transitoria. Sólo así se puede poner en la situación de la víctima, cayendo en un sueño profundo y esperando haber encontrado al día siguiente antes del sueño una pista en su cerebro que todavía no ha seguido. Otra vez nada. Está a punto de conseguirlo, pero todavía: nada. Lo siento. Se lo diría a ustedes si pudiese. Pero no me puedo adentrar en esa dimensión. Una caja llena de azucarillos de las distintas cafeterías de los pueblos de la zona, reunidos por placer, que fue seguramente tan pequeño como esos terrones de azúcar, recuerdos no muy cuerdos, que se alegran cuando no tienen que disolverse y pueden conocer antes a dos o tres personas a las que son servidos, en caso de que el primer propietario no haya estropeado demasiado los envoltorios con los signos del zodíaco. Pero la Gabi siempre acudía sola a estos locales, o con su novio. Jamás anduvo con ella un hombre desconocido. Por lo menos ninguno al que hubiésemos observado o del que nos pudiésemos acordar. El novio reconoce que el fervor amoroso de ella quizás había disminuido en los últimos tiempos, lo dice avergonzado. Esto ya es un indicio, pero tal vez sólo indique que estaba un poco cansada o que tenía mucho que hacer en la empresa. Escribió una carta a una amiga: mamá y mi novio me agobian, me quitan el aire para respirar, me controlan, me suplican, ni idea qué, no parece bastarles con mi presencia, pero yo sé que soy su soberana, lo sé precisamente porque suplican de esa manera. Los ordenadores ordenan esos nombres, cifras y datos, que a su vez se muestran a otras personas y máquinas. Otras personas toman nota de las matrículas de los coches y preguntan por sus propietarios, esos pringados, quiero decir, ésos recién pintados. ¡Qué tontos! De un ser humano no se puede saber todo, y de todos los seres humanos no se puede saber absolutamente nada, ¿qué significa esto? Incluso para alguien muy versado, todo esto es difícil de expresar, yo ya avisé, y eso que no pertenezco a ese selecto grupo; tendré que gastarme más en ropa para entender la vida, en la que ya me gasto una fortuna, de lo contrario, en el futuro, no sólo no se me permitirá acceder a la vida, sino que además tendré que dejar pasar a los demás. En cualquier caso, ahora ya sería un poco tarde para la vida, ¿no? ¡Si hubiese aprendido algo! Al despertar, la madre se ve sorprendida por la noticia de que la hija está muerta, y ella, la madre, ya puede ir de inmediato a ver a su novio a Alemania, a Baviera, sin embargo, en un primer instante ya no tiene ganas, en un segundo instante las ganas le volverán. Sí, ambos, el señor Ganas de Vivir y la señora Alegría de Vivir volverán a estar juntos, tal vez después de unas vacaciones conjuntas muy agradables. De todos modos, la madre se habría marchado pronto, ¿por qué los padres no pueden ser alguna vez las aves migratorias? También ellos desean seguir su camino a veces. La madre tiene su propio novio y una entrada para una vivienda propia para Gabi, eso debió bastar, los dos se hubiesen ocupado de la muchacha, por supuesto, tal como estaba previsto, la hubiesen acogido cariñosamente en los brazos, y Gabi habría encontrado medios y caminos para comportarse de forma odiosa hacia ellos y para exigir a cambio un trato cuidadoso. También otras personas tienen esa carga, no es de extrañar que uno prefiera tener sus viviendas a tenerlos a ellos, pero sí que lo es que la mayoría de ellos mantengan su integridad, con los frecuentes golpes que el destino les ha propinado, arrancándoles de sus manos las pocas armas, débiles y dulces, antes de que pudiesen leer siquiera el manual de instrucciones. Bien. Muchos están en el hospital. El señor Wesenthaler se ha hecho polvo la rótula por enésima vez, siempre la misma. Todos los demás están muertos ya, acabo de decidirlo, de ese modo me ahorro mucho trabajo, y la mano de ama de casa de la muerte ya los ha quitado de en medio. Así que ya no tengo que describirlos. Muchísimas gracias. Los demás yacen aún bajo sus cargas y esperan a que alguien los reflote y los envíe a alguien que tal vez se alegre de ello. No existe nadie así, nadie que resista junto a uno como la hiedra en la pared. No obstante, uno no debe descuidarse, porque de hacerlo, ni siquiera aparece la pareja ansiada desde hace tiempo, que le habla a uno bella y amistosamente. En ningún caso se la debe descuidar, y tampoco a uno mismo. ¿Cuándo va a poder uno descansar? Sería mejor que las personas hubiesen estado a flote ya mucho antes, entonces hubiesen tenido tiempo de encontrar a alguien mejor que quien tienen ahora. Sólo el que conoce la añoranza. ¿Quién sabe lo que la gente sufre? ¡Ay! El que nos ama y nos conoce vive a lo lejos. En el agua. Apenas alguien se aleja, uno ya lo añora. O no, quién sabe. No se ha encontrado ningún tipo de lesiones en el cuerpo de la muchacha, por lo menos ninguna visible. Alguien ha estado muy cerca de ella, pero de ningún modo se ha comportado de forma brutal, se sorprende el médico forense. Lo que es aún más sorprendente: con toda probabilidad no hay indicios de relaciones sexuales antes de la muerte, ni siquiera rastros de un intento violento de penetración o de eyaculación dentro de ella o en cualquier otra parte de ella. El agua se ha encargado de borrar esos rastros. ¿Por qué alguien le ha bajado a la Gabi los pantalones hasta las rodillas y le ha subido el jersey y la camisa por encima de los pechos? Sí, y el sostén abierto también. ¿Para qué tanto esfuerzo, que quizás no fuera a mala idea, sino porque era necesario? Y no puede decirse que fuera necesario volver a vestir a la muchacha, para qué, ya sólo la verá su médico, o alguien así. No hubiese costado nada adecentar un poco a esta muerta que vemos aquí y amortajarla. Tan sólo dos gestos, uno arriba, otro abajo, pero hay algunos que ya no los dominan desde que las mujeres pueden vestirse y desvestirse solas. ¿Apuntaban a este cuerpo las armas amartilladas de un hombre que apareció suplicando o incluso mostrando indiferencia, que dijo no, y cuando digo que no es que no? Sepan ustedes que también ante los que suplican puede uno perder el control, ante su sumisión, que no obstante lo exige todo, para lo cual se desprenden de sí mismos, tal vez para hacer sitio en su interior a uno más completo. ¿Era realmente necesario bajarle y subirle las cosas tan brutalmente? Y luego esa muerte dulce pero rematadamente certera, la muerte, esa escaladora libre que siempre da en el clavo. La tía tiene que ser diestra, pues a veces tiene que desaparecer después a toda prisa del lugar de trabajo. La muchacha no ha sido estrangulada o ahogada con la fuerza y la presión de unas manos que se aferraran con firmeza, durante minutos, sino dulcemente con la ligera presión de la mano abierta o del antebrazo en el cuello, directamente en el punto neurálgico nervioso que tiene ahí su sede; ringringring suenan las terminaciones nerviosas con sus redes conectadas, y después callan tranquilamente. No tiene usted mensajes. Tampoco en el display. Hora y fecha. En el año 2000 tal vez resultará difícil, al menos durante un tiempo, encontrar a las personas que la muerte haya provisto de un cartelito con la fecha de caducidad. Tal vez el ordenador se averiará, abatido por el propio tiempo, engañado. Y el año 2001 puede ser peor incluso, esperemos a ver. Tal vez la misma muerte deje de funcionar porque se le haya programado una fecha errónea. La muchacha que aquí yace, con el pelo de la cabeza, de las axilas y del pubis pegado (tan mojado como si ahí no hubiese crecido nunca nada) no presenta las señales de lucha o de estrangulamiento que en tales casos se presentan prácticamente siempre. Sólo un pequeño hematoma en el lado derecho de la cabeza permite suponer que la cabeza fue golpeada fuertemente por la derecha (¿en el coche contra el reposabrazos?) y que luego la muchacha, obnubilada, pero no inconsciente, fue ahogada lentamente de esta manera extraña y poco habitual. Incluso pudo haber pasado sin querer, ¿verdad? No, eso no. ¿Un accidente del amor, que quería algo distinto de lo que podía llegar a alcanzar? En cualquier caso, la muchacha no se ahogó en el agua. El característico pulmón anegado, la hinchazón excesiva del pulmón, las coloraciones imprecisas del rojizo al azul violáceo en su superficie (las manchas de Pultauf) producidas por las hemorragias, todo esto no se presenta en absoluto. ¿Tampoco hay formaciones espumosas? No, no veo ninguna. La espuma se formaría a lo largo de la anegación debido a una mezcla del líquido ingerido con el bolo alimenticio, los jugos gástricos y el aire. Pero aquí no se ha formado. No se ve nada. ¿Más preguntas? Pónganlas a buen recaudo, pero sepan que más tarde tampoco las voy a poder responder.

Volvamos al gendarme Kurt Janisch: como si en lo que a esto se refiere hubiese un acuerdo negativo, estos días ya nadie le presta dinero. Pero la suma de las gentilezas que le tributan las mujeres que arranca en las márgenes de los caminos, a las que arranca bruscamente el envoltorio y a las que vuelve a dejar a medio comer, en una sucesión cada vez más vertiginosa (apenas se toma ya el tiempo necesario para averiguar qué significado podría tener para él esta nueva relación, mira boquiabierto los carnés de conducir desplegados, los collares de oro, los cuellos de pieles, los anillos, los relojes, que se aferran a él como resistentes y arrogantes zarcillos que saben que ni siquiera el machete de un homicida podría destruirlos. Escucha excusas recitadas siempre con el mismo estilo de cantinela, pero no hace caso de esas medias verdades y excusas, por fin conoce las suyas propias de memoria y no necesita las de nadie más, prefiere observar hacia dónde se dirige la mirada supuestamente y pretendidamente baja de las mujeres: del penetrante iris azul del gendarme en línea recta para abajo hacia su bragueta, por el atajo más directo, esos ojos ávidos y resueltos de las mujeres, y sin embargo por qué están recubiertos entonces con tan poco esmero, con nada más que una capa de rímel que seguramente es lo que les debe otorgar valor y custodiar en un pequeño bosque encantado al que uno quiere dirigirse de inmediato. Pero allí probablemente habrá que pagar entrada en lugar de poder llevarse algo y traerlo para casa, es decir, mejor que lo dejemos), esas copiosas relaciones se suman, se acumulan como la nieve allá, en las regiones alpinas, de la misma forma fría y absurda. Bueno, algunos le encuentran el gusto a precipitarse hacia abajo, atados a mi trasto con ruedas, y hacia abajo, abajo, siempre hacia abajo, con eso ya tienen la mitad del beneficio ganado. Pero el gendarme necesitaría el beneficio entero sólo para él mismo. Para los deportistas ha de ser cuesta abajo. O cuesta arriba, según la modalidad deportiva. Pero seguro que también podemos ir hacia arriba con el remonte o con el telesilla. Se entablan conversaciones, las mujeres dejan que la mirada del gendarme las deguste, pero parecen sospechar intuitivamente su creciente desesperación, en estos momentos no tienen tiempo para un encuentro agradable, desgraciadamente, entiende, mi situación ahora es muy complicada, ya he vivido lo mío, no fue fácil, y si lo intento de nuevo, esta vez no ha de ser nada agobiante. Yo tengo una posición. Y lo único que quiero es sentarme tranquilamente de vez en cuando ante el televisor y reír y llorar, en cualquier caso, con el televisor uno nunca está solo. Que estas mujeres tienen que invertir algo en este hombre es algo que ellas mismas intuyen de forma notoria, antes sólo lo intuían muy raramente, y eso arredra a estas mujeres de la carretera, algunas pacientes, algunas decentes, pocas valientes. Tendrían que arriesgar todo su capital para salvar al gendarme. No empezamos nada bien, pues no empieza absolutamente nada. Se lo digo por enésima vez: este hombre es una figura tétrica, su uniforme ya me lo ha indicado antes un par de veces. ¿Querrá ligar conmigo?, se preguntan las mujeres, hacia las que dispara sus miradas azul cielo con la honda de sus pestañas y sus cabellos rubios, fuertes y densos, miradas que deben explicarse por sí mismas, y sin embargo son sólo capaces de pasar cuentas, miradas tras las cuales él hinca sus nacientes gestos vacilantes en la carne blanda de los pechos para apartar la blusa un poco por ahí y mirar en el escote, en el jersey, el tierno y suave chaleco de lana. ¿Cuánta madera tendrá ésta delante de la cabaña? ¿Y cuánta gravilla en el camino de entrada? ¿Dónde está la antigua seguridad al hacer estimaciones? Antes el gendarme no se equivocaba nunca. Señor Janisch, ¿me recibe?, corto y cambio. Todo tiene que ir ahora cada vez más rápido, atropellándose casi, pero, con todo, no hay que olvidarse del metal más ardiente que está al fuego, cierta dama, no para ciertas horas, sino para todos los casos que se den, y a la que él, a ser posible, acudiría suplicando, eso a ella le gustaría, le daría a entender que le ha bajado el precio y por fin se lo va a poder permitir. A los ambiciosos a menudo les suceden estas cosas. A menudo nos parecen muy pequeños en comparación con los deseos y objetivos que despliegan ante nosotros, adornados como asuntos de gran importancia para que les prestemos la atención que se merecen. Y de este modo, esos asuntos de gentes extrañas poco a poco los valoramos cada vez menos. La mujer, que ama la música, la conoce, ella misma la interpreta y la saca a pasear, de la correa, siempre a su lado, eso al gendarme le gustaría, entonces ya no tendría que preocuparse más por ella, y cuando algún día la música quiera olfatear más rato en un rincón (¿este tiempo de la sonata no va algo más deprisa, y este final no es algo más lento, para que se pueda oír cada nota por separado?), ella enseguida le estirará rudamente del collar. Casi no me lo puedo creer, pero tal vez esta mujer, precisamente ahora, en el momento más inoportuno, ha descubierto algo como su dignidad, por lo menos ella lo denomina así, y ese descubrimiento le provoca una alegría enorme, como todo lo que es nuevo. No durará mucho. ¡Venga, al suelo! ¡Vamos, siéntate! La música puede obedecerle, da igual dónde se le ordene, lo importante es que quien se lo diga sea la persona adecuada, y ella siempre acude sin rechistar cuando volvemos a poner el reproductor de CDs al principio, sólo se acerca a ella, la música a la mujer, que es la única que entiende la música, y es lo único que ella entiende. De modo que ¿por qué no iba a acudir una y otra vez también el gendarme? ¿Por qué no iba a inquietarse si ella, a la que él quiere denigrar tan a menudo, no le abre la puerta esta vez? Al revés que él, la música, al fin y al cabo, sólo se quiere a sí misma, y así nos podemos hacer la ilusión de que fue escrita expresamente para cada uno de nosotros, sólo nosotros la podemos entender correctamente. A la música eso no le importa, es fácil de contentar, e igualmente siempre quiere ser reproducida en nuestras salas de conciertos con la misma exactitud, para que siempre suene como en el CD que tenemos en casa, aunque muchas personas aseguran que cada vez es completamente distinta a la anterior. Para que efectivamente todo el mundo, también los que no tienen nada de oído, se acuerden de ella y se compren a su vez el CD correspondiente, para poder acordarse así mejor de ella, como modelo de la realidad. Un sempiterno círculo, unas veces grande, otras pequeño. El gendarme ya no quiere volver en sí, prefiere quedarse lejos, se podría decir: no se conoce a sí mismo, si no, tal vez sí querría conocerse. Ahí está un joven colega nuevo, a ése realmente sí lo quiere conocer mejor, recientemente, como por casualidad, le sopló ligeramente en la nuca, su aliento, a punto estuvo de recostar un instante su mejilla en el punto blando situado encima de la clavícula, pero no se atrevió a llegar tan lejos. Así que tan sólo le dio algunos puñetazos en las costillas a modo de simulacro de combate, riéndose, y después de eso dejó de andar cabizbajo durante medio día entero. En realidad, al gendarme debería bastarle con tener casita, familia, un nieto y con que los coches pasen como un rayo delante de él y tenga el poder de detenerlos en todo momento haciendo nada más que un pequeño movimiento. Pero él quiere a toda costa otra casa más, y otra, y otra, ¿para qué?, es obvio que esta ave mudatoria no puede vivir en todas al mismo tiempo. Rasgar el envoltorio transparente de mujeres extrañas antes de haber visto demasiado de ellas, esparcir el contenido del paquete, y todo el trabajo sólo para poder introducirse después uno mismo en el paquete, que todavía está lleno de las migajas de una vida ajena. Este hombre quiere hacerse con los bienes de mujeres, para lo que posee una gran habilidad que sin embargo parece abandonarle de forma progresiva. Pero los hombres no sueltan lo suyo. Recientemente, sin embargo, como decía, las mujeres parecen intuir algo, no lo que pretende este hombre, eso no se les ocurriría jamás; pero sea lo que fuere, de forma inconsecuente, tal como reza la leyenda de este sexo, no quieren saber nada más del gendarme bajo ningún concepto. No saben que no quieren nada de él para no tener que darle nada a cambio. A la misericordia del amor, esa puta que coge a todo el mundo pero que a cambio quiere soltar lo menos posible aparece cuando la iglesia apenas ha abierto de par en par sus puertas, ¡qué!, ¿todavía no hay ningún cliente al que poder mostrarse solícita? Habría que haber colgado a Dios por los pies, no sólo para acelerar su muerte, sino también para calmar más deprisa ese deseo de amor de los humanos, en la era atómica, porque aunque la guerra en principio ya ha terminado, en cualquier momento todo puede verse reducido a escombros todavía. Cuando la gente vea algo tan atroz como un crucificado al revés, se acordará de lo bien que vive y de que ya no tienen necesidades, me parece. Al moribundo de pie, fiel servidor de su padre, parece que los creyentes de esta iglesia ya se han acostumbrado, ellos que desde siempre han recibido letras de cambio descubiertas y sólo esperan poder lanzarse por fin personalmente al galope apocalíptico y arrastrar al mundo entero, que jamás les regaló nada, a la bancarrota. Imperios alados enteros se hundieron en el polvo o en el follaje de los mustios setos de estafadores del portavoz de economía del FP Rosenstingl, e incluso nuestro Dios tuvo que morder el polvo, pero no encontró nada de valor, igual que le pasó al ave, a la que nadie quería, pero si el Cristianismo es una religión la mar de humana, ¿no? Dios murió para nada de nada en absoluto. Esta religión tiene mucho que ver con nosotros, ¿no les parece? Las campanitas repiquetean, y las mujeres lo miran a uno totalmente sorprendidas cuando el sacerdote está bueno, sí, incluso las más bien intencionadas. De todos modos, todo se va al carajo. Ojo por ojo. La gente se ha acostumbrado a cualquier miedo imaginable. Sólo el amor quieren experimentarlo una y otra vez, aunque esta vez únicamente con la pareja adecuada. Quieren ver al amado animado, si no, no se divierten nada.

Este gendarme, sin embargo, no me parece nada animado hoy. Nadie lo va a conseguir jamás como marido porque ya está casado y le pregunta a su mujer casi cada tres días cómo le va. Después se marcha otra vez, de un lugar a otro, donde para automóviles como si pudiese darse el alto a sí mismo. Precisamente ver en el amor la consumación de sus anhelos pecuniarios, en una mano atenta que le hace entrega de fondos públicos y joyas, libretas de ahorro anónimas y relojes de oro, en un dulce cuerpo que le ofrece su fantástico, compacto, solemne embalaje, provisto de un barniz superguay para que él, el gendarme, por fin tenga algo seguro, ¿qué opinan a este respecto? ¿Les aburren tales muestras de afecto? ¿Qué debería decir yo entonces?

No hay más luces que se apaguen, la de Gabi será la única, espero, pero nunca se sabe qué se le puede llegar a pasar por la cabeza a gente desesperada y a sus confusos cerebros que nadie aprecia. Aquí han desaparecido más mujeres, en grandes intervalos, no, sobre eso no diré nada más por ahora. Los neumáticos se aferran gruñendo al suelo, no se quieren soltar, pero después se apresuran hacia delante, ¿hacia dónde?, afortunadamente aún son neumáticos de invierno los que avanzan a toda hostia por esta fría pista con dos profundos surcos marcados por los coches. El aire se alza contra los vehículos que corren por atajos mal adecentados, tienen que subir a las montañas por los caminos forestales en los que todavía hay nieve, caminos escondidos que los forasteros no conocen. El aire que viene al encuentro de los escasos coches juega alegremente con ellos, acaricia sus brillantes cuerpos de colores, uno de ellos pertenece al gendarme, tiene una cara completamente inexpresiva, no hace daño a nadie, pues nadie lo ve. Una mujer debe esperarlo en su casa (él la ha llamado previamente) abierta de patas, y debe estirar la pata, pero sin prisas. Tal vez ésa sería la solución más duradera, tanto para la casa como para la mujer. Pero sin prisas. Hace un rato se acabó el servicio, ahora mismo podemos dirigirnos a su casa. ¿Puede ser que ayer no abriese la puerta, aunque se encontraba sin duda en casa? No. No puede ser. Que comiese a solas, pensativa, el embutido apiñado en el pan y acompañada de su música preferida, a la luz de las velas, que es tan romántica, pero sólo cuando somos dos, así sí que apetece tomarse la molestia. A solas, toda llama es causa potencial de incendio, seamos sinceros, y debería evitarse si han pasado ya las Navidades y la persona no se ha desprendido a tiempo de su árbol de Navidad. El gendarme, tras dar vueltas de un lado para otro y observar a su alrededor, intentará como sea entrar en esta casa que hoy quiere conquistar en un audaz golpe de mano. La espera se le está haciendo eterna. Ya tiene ganas de darle una paliza a esa mujer si no se muestra dispuesta a ceder voluntariamente su casa, aprieta los puños al volante, ante todo no volver a sentir la dureza metálica de sus pezones raspando entre los dedos, son como pequeños pernos que han permanecido inaccesibles de por vida a cualquier niño, sólo para más adelante caer gratuitamente en manos de un cazador de recompensas, casi siento yo también entre los dedos su hueca petreidad puntiaguda, he cerrado herméticamente y he dejado manir esos dos sacos viejos, esos airbags color carne con venitas de azul lechoso, ¡lo que se han esmerado los progenitores en la sedosa cadena de fabricación!, ésos a partir de ahora y hasta el final —ya no se puede hacer mucho— ya no van a contener nada más que pudiese servirle de nutrición a alguien, ni por asomo. Deben servir únicamente para el placer, ambos, pero por favor que no sea otra vez al placer del gendarme, que no les hace ni caso, y tampoco es que sea un placer, lo que es por él, ya podrían establecer contactos más satisfactorios, ¡mejor para ellos! ¡Pero la casa para él! Querría poder afirmar lo mismo de mí también. Esos melones saltarían de alegría en cualquier momento a las manos del gendarme, pues por lo menos él, uno entre millones de camaradas que de vez en cuando reciben el encargo de declarar algo que no han hecho, para poder callar después sobre lo que sí han hecho, por lo menos él sabe exactamente cómo hay que darle al interruptor de una mujer, con el dedo gordo y el índice, ¿comprenden?, ¡pero si es la mar de fácil ser un creador si la criatura correspondiente ya existe pero todavía no lo sabe! El desierto vive, y para vivir tiene que haber albergado previamente toda esa energía, toda esa fuerza para el salto. ¿No? Este desierto quiere, a ser posible, que lo esperen como es debido, eso como mínimo, de lo contrario tal vez la espera sea en vano. Ustedes no lo creerán, pero para florecer sólo hace falta cierta maña y el afecto de un artesano dotado que sepa cómo funciona, y que, tal vez con besos y ruegos, se deje mover una vez más, sólo una vez más, porfaporfaporfa, para acercársele por fin a una hasta llegar al roce, aunque en realidad ya lo tenga una encima. No nos habríamos dado cuenta de eso ahora. Por favor, acérquense, caballeros, ¡pellizquen con fuerza mis pezones! Y un poquito más abajo también iremos, queridas articulaciones de mis dedos, el pequeño caminito, no tiene importancia, hasta el estropajo, esas hebras enmarañadas que hay al final de la barriga, hecha de filamentos orgánicos que se derretirían en las brasas si alguien consiguiera apasionarse alguna vez por ellos. Bueno, pero no prenderemos fuego a la casa entera por eso, para poner caliente a una mujer y dirigir hacia su interior los turbulentos movimientos fluyentes del rabo, hasta que todo se precipite por el talud de la orilla y desaparezca en el agua. La casa más bien debería quedarse. No necesitamos mucho más para ser felices.

¿Qué quieres? La mujer aparece en la puerta como rodeada de toda una escolta personal. Por qué. Esa seguridad, como siempre, se perderá completamente en aprox. diez segundos. Entonces tiembla y no sabe por qué. Por ahí se empieza. El hombre pasa por delante de ella como si diese paso a un coche en medio de la nieve, ni siquiera la roza, pero más tarde deberá arrollarla porque de él se espera que sea rudo. Tampoco podría comportarse de otro modo. La odia. Mantendría la calma, pero sin su intervención la rudeza reventaría y estallaría a través de la ligera valla situada frente al comedero de las reses, mientras los dóciles venados mostrasen con educación sus tiques de entrada después de haberse colocado disciplinadamente. ¿Has oído ya lo de la Gabi? Aquí está su bolso. Anteayer, ya sabes, se lo dejó en mi casa. ¿Qué me dices? Dámelo, se lo llevaré a los colegas. No sé adónde fue después la Gabi. ¿Lo sabes tú? Por algún sitio tuvo que andar después. ¿Por qué no te has mudado aún de casa? Cálmate. Ahora soy yo el que habla. Te dije que la próxima vez estuvieses ya lista cuando yo llegase, ¿me sigues? Al contrario, tú eres el que me has seguido a mí. Dame un piquito, venga, porfa. Siempre quiero estar entre los primeros, al principio de todo. Quizás ése sea mi error. Si mi padre todavía viviese, mi vida habría transcurrido de un modo muy distinto. En mi padre habría tenido a alguien que interiormente se pareciese a mí, que me entendiese y me protegiese. Murió en la guerra. Echo más de menos a alguien a quien jamás he conocido que a alguien que conozco ahora. Pero echo todavía más de menos a alguien que no existe en absoluto. Todavía. Pero no hay que perder la esperanza. Dice la mujer en su cálido, acogedor y limpio hogar. Nadie la escucha. El gendarme la soba absorta y torpemente en su escote, que ella ha reservado expresamente para él, cree que ahí hay algo especial para él, algo que querrá estudiar a toda costa. Pero él no lee, ni en sus ojos, ni en su cuerpo, pues de antemano ya se sabe este libro, cualquier libro, de memoria. Engulle a la mujer, sobre la mesa de la cocina, donde todo está preparado. Ella tiene que volver a poner rápidamente los platos en el aparador, mientras oye cómo se rasga la tela de su falda, lo quita todo de en medio, colocando las cosas sin gracia, ahora no puede fijarse en eso, cuando llega a las últimas escudillas, con olivas, con mazorcas de maíz en miniatura, otras olivas y trocitos de calabaza en adobe, ya no ve dónde las coloca y oye el tintineo de la porcelana, pero se trata de un choque amistoso entre dos buques que colisionan por la noche encima de un aparador y no en el mar, no es el rechinante chirrido de algo que se despedaza. Esperemos que no salga todo disparado y se arme una guarrada, aún esta pensando ella, mientras él ya le estira la falda para arriba, le baja las bragas hasta las rodillas y le da la vuelta, como de costumbre, para no tener que verle tampoco esta vez esa cara sin encanto que desea preguntarle algo pero que no se atreve, así, y ahora la presiona con su torso, que ha amasado breve y rápidamente después de haberle sacado previamente a ella los bollos del sujetador y habérselos aplanado como tortitas de pan, cargándoles encima todo el peso de la mujer, y de este modo prácticamente los ha aplastado, dándoles una forma que no estaba originalmente prevista para ellos, los lanza a un tablero sin harinar, y le sigue la cabeza, directamente a continuación, cogida por la nuca como un zurriago, por el pelo con otra mano extraña que aporta su ayuda, para abajo, para abajo, so zorra, para abajo, mientras ella todavía intenta explicarle rápidamente el-bonito-plan-para-el-fin-de-semana que ha preparado para él, así como sus horarios, febrilmente, como si fuera necesario planificar el fin de semana entero en cinco minutos y además cumplirlo enseguida, y, a ser posible, introducir además los números VPS en el aparato de vídeo. Bien. Enseguida la mujer se calmará, y su pelo volará por encima de ella hasta su lado, hasta el tablero de la mesa, donde al principio aún intentó apoyarse con las manos para aliviar su propio peso encima de la dura mesa, para quitarse de encima la presión. Por mí que lo haga, mucho no aguantará porque también tiene que soportar peso por detrás, así, y ahora a abrir las piernas y relajar los músculos interiores, de lo contrario pam pam al culo. Veo que esa tarea le sigue resultando muy difícil, más aún en esa posición tan incómoda. Y eso que lo había planeado todo al detalle, aunque de una forma muy distinta. En eso debería haber desempeñado un papel decisivo un hotel de montaña en el Semmering. Pero Dios propone y el director hace lo que le da la gana. Denegado. Demasiado caro. Es mejor que me prestes el dinero. No puedo largarme. Qué le diría a mi mujer. ¿Te abres o no te abres?, lo que es por mí, no tengo por qué entrar ahí, eres tú la que siempre lo quiere, a qué estás esperando, yo no te necesito. De todas formas, ya me encuentro ante un montón de escombros en lo que a las finanzas se refiere. Y qué vas a poder hacer tú para cambiarlo. La mujer siente en la nuca cómo le expulsa con violencia su aliento y le muerde con fuerza en los dos tendones que le aguantan la cabeza al cuerpo. Por favor. No, por favor. ¡Ay! Qué bien cuando se es sincero. Pero por lo menos uno debería saber antes lo que quiere. ¿Lo quieres o no lo quieres? Sí, claro. ¿Pero por qué tendré yo que sufrir siempre tanto? ¿Por qué ese pelo está tan despeinado justo después de haber ido a la pelu? ¿Por qué está rota mi falda nueva? ¿Por qué la mujer no le da pena al gendarme? ¿Por qué ama y se sacrifica y no abriga ninguna sospecha? ¿Por qué esa mujer es tan inestable y a menudo pasa por momentos muy difíciles cuando está sola? ¿Por qué le habrá prometido él un fin de semana en el Semmering si en cualquier caso no tenía ninguna intención de viajar hasta allí? ¿Por qué no sabía ella que él no querría viajar hasta allí? ¿Por qué no cesa su miedo? ¿Por qué no viajamos más a menudo al extranjero, donde también podríamos sentirnos como nuevos? ¿Tal vez porque nos gustamos lo suficiente como para quedarnos aquí sin más? ¿Por qué amamos y nos sacrificamos? ¿Por qué no nos apartamos de nuestras maneras de proceder incluso cuando tenemos que admitir que nos engañan y nos explotan? ¿Por qué este hombre se vuelve a guardar el rabo tan rápidamente, después de haberlo limpiado (fíjense ustedes un momento en la pantalla, sí, a ese papel me refiero, ése que es de un tejido con un enorme poder absorbente, lo mismo que sus orejas, y el entendimiento ídem, incluso podrían echar agua encima y poner medio kilo de verdura ¡y el papel no se rompe ni cede!) con un trozo de papel del rollo de cocina? ¿Qué le acaricia en la cabeza tan brevemente cuando ya está listo, como si en lugar de eso le diese en realidad dos bofetadas, eso le puede poner a uno furioso? ¿Cuándo llegará la desilusión? ¿Tras el viaje de vuelta, que no es necesario porque la mujer ya está en casa? ¿Por qué no tiene ninguna foto de él? ¿Por qué él jamás le ha hecho un regalo, ni siquiera flores o un pedazo de tarta de la pastelería? ¿Por qué tiene siempre que limpiarse a sí misma con un trapo sin que él la ayude? ¿Dónde estarán los pañuelos de papel? Ahí sólo tenemos el rollo de cocina, cuyo tejido es ciertamente absorbente, es verdad, pero también algo rígido. Y ese descuidado pellizco de tenaza con las uñas en el pezón derecho ¿realmente era necesario? Eso sí duele como los demonios, hasta ahora no lo conocía, además se me pondrá rojo y se hinchará, y la próxima vez volverá a hacerlo, justo en el mismo sitio, Dios te guarde. Sí, claro, el beso con mordisco sin beso también tocaba. Se le ocurrió al hombre, especialista y catador en uno, así de golpe, y enseguida lo puso en práctica, total no le cuesta ningún trabajo, sólo es una ocupación. Se le ocurrió así y enseguida lo llevó a la práctica. Lo entendemos, tal vez fuese el último golpe de mano juguetón que un artista concedió a su obra acabada antes de que nadie volviera a no comprársela. ¿Cuándo retomará la mujer su dura rutina? ¿Mañana? ¿Pasado mañana? ¿La próxima semana? La música todavía brilla en su casete, pero no puede atravesar la oscuridad. Pronto se le permitirá verter otra vez sus suntuosidades ante estas dos personas que no se han encontrado a sí mismas. Apenas sí puede esperar a aparecer tras haber bloqueado del reproductor de CDs, y poder inundar este hogar, anhelado como pocos, como una furiosa marea humana que protesta contra el régimen y a la que sólo un par de alambradas impiden echar por el suelo todo aquello que no sea de su gusto. Nazis fuera. El rabo del gendarme se ha deslizado para dentro y luego para afuera, ese pajarito que conoce su casita, tan grande como él mismo pero no más grande, a la perfección, en cualquier caso es un milagro que se pueda siquiera mover ahí dentro. Y no sólo quiere comer, al menos de vez de cuando también deja ahí algo: su montoncito, su pegotito, los pájaros son así, qué le vamos a hacer. En el fondo no se diferencian de nosotros. Se pueden controlar tan poco como nosotros, y sin embargo nuestro ojo reposa gustosamente sobre ellos cuando dan saltitos alrededor de sus nidales o se alejan de ellos. Dejan ahí su mierda, pero ellos no se quedan jamás. Y: no, no aflojan la mosca. Más bien la cazan, estos pollitos van recogiendo su grano, pipas de girasol, frutos secos, cereales. La comida está ahí, así que los pájaros también están ahí. Si no hubiese grano para ellos, ni siquiera se acercarían. La naturaleza no siente compasión ninguna por nosotros, ni siquiera en lo que concierne a las pequeñeces. De donde no hay, no se puede sacar. Y si no hubiese ninguna razón para existir, no existiríamos tampoco. Es cierto que tenemos el sincero empeño de escurrirnos entre los dedos del destino, pero este gendarme es de los que tienen mano dura, agarra por el pescuezo, por el copete, por el culo y ya no nos deja, ni deja nada de nosotros. Ni tampoco deja nada de este fiambre que engulle de pie, directamente delante del bufé, en el que los platos se han ido apelotonando y amontonando como icebergs. Da lo mismo dónde estén los platos. Allí donde estén, yo voy y como. Sería una lástima que se echaran a perder. Sin problema. ¿Dónde tendría que estar el problema? Sólo Dios, horrorizado ante todo lo que tiene que ver, ha determinado en qué comederos tiene la intención de distribuirse, en forma de hostia, a modo de alimento. No se puede, no podemos llevárnoslo a casa y, si es posible, meterlo en el horno para calentarlo. Un abogado llegó ayer a un acuerdo. Por favor, tomen asiento ustedes también, siéntense y no me sigan escuchando. Sencillamente, háganlo. A cambio, seré breve. Pero todavía no. Por favor, esperen.