Michael Spargo, Ian Barker y Reggie Arnold fueron a unidades especiales de seguridad durante la primera etapa de sus sentencias. Por razones obvias, los mantuvieron separados, en centros ubicados en diferentes partes del país. El objetivo de las unidades especiales es la educación y —frecuentemente, pero no siempre, dependiendo del grado de colaboración del detenido— la terapia. La información acerca de cómo les fue dentro no es de dominio público, pero lo que sí se sabe es que a la edad de quince años, su tiempo allí terminó, y fueron trasladados a un «centro para jóvenes», que siempre ha sido un eufemismo para decir «una prisión para los jóvenes delincuentes». A los 18 años, fueron trasladados de sus respectivos centros juveniles a cárceles de máxima seguridad, donde pasaron el resto de la condena que habían dictado los tribunales de Luxemburgo. Diez años.
Aquello pasó, claro está, hace mucho tiempo. Los tres chicos, hoy hombres, fueron reinsertados en la sociedad. Debido a casos como el de Mary Bell, Jon Venables y Robert Thompson, por desgracia famosos niños criminales, a los chicos les dieron nuevas identidades. El lugar en el que cada uno fue puesto en libertad sigue siendo un secreto muy bien guardado, se desconoce si son miembros activos de la sociedad. Alan Dresser prometió cazarlos para «devolverles un poco lo que le hicieron a John», aunque dado que están protegidos por la ley y no pueden hacerse públicas sus fotografías, es improbable que el señor Dresser o cualquiera logre dar nunca con ellos.
¿Se ha hecho justicia? Esta es una pregunta casi imposible de contestar. Para hacerlo se necesita contemplar a Michael Spargo, Reggie Arnold y Ian Barker, o bien como puros delincuentes, o bien como auténticas víctimas, y la verdad se encuentra en algún punto intermedio.
Extracto de Psicopatología, la culpa
y la inocencia en el caso John Dresser,
por el Doctor Dorcas Galbraith.
(Presentado a la Convención de la UE de Justicia de Menores, a petición del honorable miembro del Parlamento, Howard Jenkins-Thomas).