Según la declaración de Alan Dresser, confirmada más tarde por los empleados del local de comida para llevar, McDonald’s estaba inusualmente lleno de gente aquel día. Puede ser que otros padres de niños pequeños también estuviesen aprovechando ese intervalo de buen tiempo para salir a dar un paseo por la mañana, pero, en cualquier caso, la mayoría de ellos parece haber coincidido en McDonald’s al mismo tiempo. Dresser tenía a su hijo pequeño que no dejaba de quejarse, y él estaba, lo reconoce, ansioso por calmarle, alimentarle y ponerse en marcha para regresar a casa y acostarle a dormir la siesta. Dejó el carrito con el niño en una de las tres mesas disponibles —la segunda desde la puerta de entrada— y fue al mostrador a hacer el pedido. Aunque un análisis retrospectivo demanda un castigo para Dresser por haber dejado a su hijo desatendido durante treinta segundos, en ese momento en McDonald’s había al menos diez madres y, en compañía de ellas, al menos veintidós niños. En un establecimiento público de esas características y en pleno día, ¿cómo iba a imaginar que un peligro inconcebible estaba al acecho? Efectivamente, si uno piensa en algún peligro en un lugar así, le vienen a la mente pedófilos que merodean por los alrededores en busca de oportunidades para actuar, no en tres chicos menores de doce años. Nadie de los presentes parecía peligroso. De hecho, Dresser era el único hombre adulto del lugar.
Las cintas de videovigilancia muestran a tres chicos, identificados más tarde como Michael Spargo, Ian Barker y Reggie Arnold, acercándose al local de McDonald’s a las 12.51. Llevaban más de dos horas en el centro comercial. Sin duda estaban hambrientos y, si bien podrían haber mitigado el hambre con las bolsas de patatas que habían cogido del kiosco del señor Gupta, su intención parece haber sido quitarle la comida a algún cliente de McDonald’s y darse a la fuga. Tanto el relato de Michael como el de Ian coinciden en este punto. En todas las entrevistas, Reggie Arnold, sin embargo, se niega a hablar de McDonald’s. Ello se debe, probablemente, al hecho de que, no importa de quién fuese la idea de llevarse a John Dresser de aquel lugar, fue Reggie Arnold quien cogió al niño de la mano cuando los chicos se dirigieron hacia la salida de Barriers.
Al mirar a John Dresser, Ian, Michael y Reggie debieron ver la antítesis de ellos mismos en el pasado. En el momento de su secuestro, el niño iba vestido con un flamante peto de invierno azul oscuro, con patitos amarillos en la parte delantera. El pelo rubio estaba recién lavado y aún no se lo habían cortado, de modo que le caía alrededor de su redonda cara hasta formar la clase de rizos angelicales que se asocian con los querubines del Renacimiento. Calzaba brillantes zapatillas deportivas blancas y llevaba su juguete favorito: un pequeño perro marrón y negro con las orejas colgantes y una lengua rosa parcialmente descosida fuera de la boca, un animal relleno que más tarde fue hallado en el camino que tomaron los chicos una vez que se llevaron a John de McDonald’s.
Este secuestro, se llevó a cabo sin ninguna dificultad. Fue cosa de un momento y la cinta de videovigilancia que documenta la abducción de John Dresser presenta una visión escalofriante. En ella se puede ver claramente a los tres chicos entrando en McDonald’s (que, en esa época, no disponía de un sistema en circuito cerrado de cámaras de vigilancia propio). Menos de un minuto después, todos salen del local. Reggie Arnold aparece primero llevando a John Dresser cogido de la mano. Cinco segundos después le siguen Ian Barker y Michael Spargo. Michael come algo de un envase en forma de cono. Parece tratarse de patatas fritas de McDonald’s.
Una de las preguntas formuladas una y otra vez después de los hechos fue: ¿cómo pudo Alan Dresser no darse cuenta de que se estaban llevando a su hijo? Existen dos explicaciones para ello. Una de ellas es el ruido y la cantidad de gente que había en el local en ese momento, que ahogaba cualquier sonido que John Dresser pudo haber hecho cuando se acercaron a él los tres chicos que se lo llevaron de allí. La otra es una llamada al teléfono móvil, llamada que Dresser recibió de su oficina cuando llegó a la caja para hacer su pedido. El desafortunado tiempo que duró la conversación le mantuvo de espaldas a su hijo más de lo normal en otras circunstancias y, como hace mucha gente, Dresser bajó la cabeza y la mantuvo en esa posición mientras escuchaba y respondía a su interlocutor, probablemente para evitar distracciones que habrían dificultado aún más su concentración en un ambiente tan ruidoso. Para cuando hubo acabado su llamada telefónica, hubo pagado por la comida y hubo regresado con ella a la mesa, John no sólo había desaparecido, sino que probablemente lo había hecho hacía casi cinco minutos, tiempo más que suficiente para que le llevasen fuera de Barriers.
Al principio, Dresser no pensó que alguien había cogido a su hijo. De hecho, con el local abarrotado de gente, eso fue lo último que pasó por su cabeza. En cambio pensó que el niño —inquieto como había estado en la tienda Stanley Wallinford— había bajado del carrito, atraído quizá por alguna cosa dentro de McDonald’s o por alguna cosa fuera del local de comidas, pero todavía en el interior de la galería comercial. Esos minutos fueron vitales, pero Dresser no lo consideró así. Primero, compresiblemente, buscó dentro de McDonald’s antes de comenzar a preguntar a los adultos allí presentes si habían visto a John.
Uno se pregunta cómo fue posible. Es mediodía. Es un lugar público. Hay otras personas, tanto niños como adultos. Y, sin embargo, tres chicos son capaces de acercarse a un niño pequeño, cogerle de la mano y marcharse con él sin que nadie aparentemente repare en ello. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Por qué ocurrió?
El cómo de este hecho, en mi opinión, hay que buscarlo en la edad de quienes perpetraron este crimen. El hecho de que ellos mismos fuesen niños les volvió prácticamente invisibles, porque la acción que cometieron estaba más allá de la imaginación de la gente presente en McDonald’s. La gente simplemente no esperaba que la maldad llegase en el envoltorio en el que se presentó aquel día. La gente tiende a tener retratos mentales predeterminados de los secuestradores de niños, y esos retratos no incluyen a escolares.
Una vez que se hizo evidente que John no estaba en McDonald’s y que nadie le había visto, Dresser amplió el campo de su búsqueda. Fue sólo después de haber inspeccionado las cuatro tiendas más próximas a McDonald’s cuando Dresser buscó a los agentes de seguridad de la galería comercial y se transmitió un aviso a través del sistema de megafonía, alertando a los clientes habituales de Barriers de que estuviesen atentos a la presencia de un niño pequeño vestido con un mono azul. Dresser pasó la hora siguiente buscando a su hijo en compañía del gerente del centro comercial y el jefe del equipo de seguridad. Ninguno de ellos consideró necesario examinar las cintas de videovigilancia porque, en aquel momento, ninguno de ellos quería pensar lo impensable.