Cuando la Policía le pregunta en la grabación a Ian Barker: «¿Por qué desnudaste al bebé?», no responde. Su abuela teje detrás de ellos, una silla está tirada en el suelo y alguien golpea la mesa. «Sabías que el bebé estaba desnudo, ¿verdad? Cuando lo encontramos estaba desnudo. Lo sabías, ¿verdad, Ian?». Esas son las próximas preguntas, a las que les sigue: «Le dejasteis desnudo antes de que le golpearas con el cepillo del pelo. Tus huellas están es ese cepillo, por eso lo sabemos. ¿Por qué estabas enfadado, Ian? ¿Qué te había hecho Johnny para que te enfadaras así? ¿Le querías castigar con el cepillo?».
Finalmente, Ian dice: «No le hice nada a ese niño. Pregúntale a Reggie. Pregúntale a Mickey. Mickey fue el que le cambió el pañal. Él era el que sabía cómo. Tiene hermanos. Yo no. Y Reggie fue quien mangó los plátanos, ¿eh?».
Michael responde a lo del cepillo: «Yo nunca, nunca. Ian me dijo que se había cagado. Ian dijo que se suponía que yo tenía cambiarle. Pero yo nunca». Cuando se le pregunta por los plátanos, se pone a llorar. En última instancia, dice: «Tenía caca, sí. Ese bebé estaba en la mugre del suelo… Estaba allí tumbado…». Sus lloros se convierten en gemidos.
Reggie Arnold se dirige a su madre, como antes, diciéndole: «Mami, mami, no había ningún cepillo. Nunca dejé desnudo al bebé. Nunca le toqué. Mami, nunca toqué a ese bebé. Mickey le golpeó, mamá. Él estaba en el suelo y le dio en la cara porque… Mamá, debió de caerse. Y Mickey le golpeó».
Cuando se entera de la acusación de Reggie, seguida de la de Ian, Michael Spargo finalmente comienza a contar el resto de la historia en lo que parece un intento de defenderse contra lo que cree que es un ataque de los otros dos chicos de echarle toda la culpa a él. Admite que le dio con el pie a John Dresser, pero asegura que sólo fue para girar al crío, «para ayudarle a respirar mejor».
De aquí en adelante, los detalles escabrosos comienzan poco a poco a salir: los golpes al pequeño John Dresser con los pies, el uso de tubos de cobre como espadas o látigos, y, en último término, de bloques de hormigón abandonados. Michael no quiere contar enteramente ciertas partes de la historia (los detalles exactos de lo que pasó con los plátanos o el cepillo, por ejemplo), y los otros dos chicos también guardan silencio sobre esas pruebas cuando se les pregunta. Pero la autopsia del cuerpo de John Dresser, sumada a la angustia que revelan los chicos cuando el asunto del cepillo aparece, indica el componente sexual del crimen y su horrible violencia confirma la profunda rabia de los chicos descargaron en los últimos minutos de vida del pequeño.
Una vez obtenida la confesión de los chicos, la acusación de la Corona[23] tomó la inusual y polémica decisión de no presentar al juez durante el juicio posterior el listado completo de las heridas que sufrió John Dresser tras su muerte. Su razonamiento tenía una doble intención. Primero, los chicos habían confesado y tenían las grabaciones de las cámaras de vigilancia, disponían de testigos y de abundantes pruebas forenses, y todas ellas inculpaban sin ninguna duda a Ian Barker, Michael Spargo y Reggie Arnold. Segundo, sabían que Donna y Alan Dresser estarían en el juicio, estaban en su derecho, y el CPS no quiso alimentar la agonía de los padres revelándoles toda la brutalidad con la que se ensañaron con su hijo antes y después de muerto. ¿No era suficiente, pensaron, saber que su hijo casi recién nacido había sido raptado, llevado a rastras por el pueblo, apedreado con trozos hormigón y abandonado en un lavabo portátil? Además, tenían las confesiones completas de al menos dos de los chicos (Ian Barker sólo se atrevió a confesar que sí estaba en Barriers ese día y que vio a John Dresser, antes de mantener firmemente durante el resto de los interrogatorios que «quizá hice algo y quizá no») y más que eso les pareció innecesario de cara a una condena. Se podría discutir, sin embargo, la existencia de una tercera razón, debido al silencio de la fiscalía en torno a las heridas internas de John Dresser: si la existencia de esas heridas se hubiera hecho pública, aparecerían las consecuentes preguntas sobre el estado mental de los asesinos, y esas preguntas hubieran llevado ineluctablemente al jurado a considerar el decreto del Parlamento de 1957 que declara que una persona «no debe ser condenada a muerte si sufre de una anomalía mental…, pues sustancialmente disminuye la responsabilidad mental de sus actos» en el momento del crimen. «Anomalía mental» es aquí el concepto clave, y las nuevas heridas de John indicaban una profunda anomalía en los tres asesinos. Pero un veredicto de homicidio habría sido impensable, considerando el ambiente en el que fueron juzgados los chicos. El tribunal fue trasladado en varias ocasiones y, mientras tanto, el asesinato pasó de ser un asunto nacional a uno internacional. Shakespeare dijo que «la sangre llama a la sangre», y esta situación era el mejor ejemplo.
Hubo quien argumentó que cuando los chicos robaron el cepillo de la tienda de todo a cien en Barriers eran plenamente conscientes de lo que iban a hacer con él. Pero, en mi opinión, sugerir que lo habían razonado y pensado va más allá de lo que eran capaces. No niego que quizá mi resistencia a creer en tal grado de premeditación se debe a una tendencia personal de rehusar que en la cabeza y el corazón de niños de diez y once años pueda darse ese potencial de pura maldad. Tampoco negaré que prefiero creer que el uso del cepillo se debió a un acto impulsivo. Lo que sí comparto es que el hecho de haberlo usado explica muchas cosas sobre los chicos: aquellos que abusan y violan han sufrido abusos y violaciones en el pasado, no una vez, sino repetidamente.
Cuando el cepillo salió a la luz en los interrogatorios, ninguno de los chicos se atrevió a hablar sobre el tema. Escuchando las grabaciones, sus reacciones varían: desde Ian, que afirma que en la vida había visto ese cepillo, a la impostura de inocencia de Reggie cuando decía «Mickey lo debió de haber robado de esa tienda, pero no lo sé, yo no sé… Nunca cogería un cepillo, mami. Tienes que creer que nunca cogería un cepillo», o a la de Michael: «No teníamos un cepillo, no teníamos un cepillo, no lo teníamos, no lo teníamos», en lo que parece un ataque de pánico ligado a cada negación. Cuando a Michael se le dice suavemente que «sabes que uno de vosotros cogió el cepillo, hijo», asegura que «Reggie pudo ser, quizá, pero no lo vi» o «no sé lo que pasó con el cepillo, no lo sé».
Sólo cuando se habla de la presencia del cepillo en la zona de Dawkins (junto a las huellas en él, sumado a la sangre y a los restos fecales en su mango), las reacciones de los chicos se intensifican hasta lo incontable. Michael comienza con un «yo nunca… Te dije y dije que yo nunca… Yo nunca cogí un cepillo… no había cepillos», y continúa con un «fue Reggie quien le hizo eso al bebé… Reggie quería… Ian lo cogió de sus manos…, les dije que pararan y Reggie lo hizo». Reggie, por su parte, dirige todos sus comentarios a su madre, diciendo: «Mama, yo nunca… haría daño a un bebé. A lo mejor le pegamos una vez, pero nunca… Le quité el mono que llevaba puesto porque estaba todo asqueroso, y por eso… Él estaba llorando. Mamá, estaba llorando, sabía que no había que pegarle si estaba llorando». Durante su testimonio, Rudy Arnold esta callado, pero se puede oír a Laura, entre lamentos, quejarse: «Reggie, Reggie, ¿qué nos has hecho?», mientras la asistente social, calmada, le ofrece un vaso de agua, quizá para tratar de hacerla callar. En lo que se refiere a Ian, finalmente se pone a llorar cuando se le señala el alcance de las heridas de John Dresser. Junto a él, se pueden escuchar los lamentos de su abuela: «Jesús, sálvalo. Señor, sálvalo». Eso hace pensar que la mujer acepta la culpabilidad del chico.
Es en este momento de la aparición del cepillo en los interrogatorios (tres días después de que se encontrara el cuerpo del pequeño) cuando los chicos confiesan plenamente el crimen. Uno de los horrores que se suman al asesinato de John Dresser es que cuando confiesan el espantoso crimen, sólo uno de ellos tiene a su padre presente. Rudy Arnold estaba sentado junto a su hijo. Ian Barker sólo tenía a su abuela, y Michael Spargo estaba acompañado únicamente por una asistente social.