26
Todos los asociados nuevos de Evans, Reinhart y Fisher pueden redecorar su despacho. No somos la única compañía que aplica esta política. Es una buena idea. Así se consigue que los empleados estén más cómodos, que sientan que una parte de la compañía les pertenece. Las elecciones de colores y muebles no son ilimitadas, pero en una empresa como la nuestra la paleta es bastante amplia. De ahí saqué mi inspiración. Así fue como supe lo que más le gusta a Kate.
No le gustan las texturas floreadas, y doy gracias a Dios por ello. Le gustan las rayas, el estampado de cachemir y los tonos tierra. ¿Que por qué os estoy contando todo esto y qué tiene que ver con todo lo demás?
Recordáis la Batcueva, ¿verdad? El despacho de mi casa. Mi primogénito, mi región estrictamente masculina. Pues ha sufrido un cambio de sexo. No, esa afirmación no es todo lo precisa que debería. Es más exacto decir que ahora es hermafrodita.
Observad.
Enciendo la luz y llevo a Kate hasta el centro de la habitación. Luego le quito el pañuelo.
Ella abre los ojos como platos.
—Oh, Dios mío...
Las paredes, que antes eran de color borgoña, ahora son azul diplomático. Los sillones de piel inglesa han desaparecido. En su lugar hay dos sofás de rayas: en color tierra y el mismo azul intenso de las paredes. He desplazado mi escritorio hacia la izquierda para hacerle sitio a otro de madera de cerezo más clara que está pegado junto a él, como una novia junto a su prometido el día de su boda. La ventana panorámica que hay detrás de ellos está enmarcada por unas cortinas confeccionadas con la misma tela que los sofás. Y la mesa de póquer sigue en la esquina, pero ahora está cubierta por una funda rígida de color marrón que sirve de base para una planta de follaje espeso. No suelo tener plantas vivas: la jardinería me va tanto como a Morticia Addams. Pero el interiorista me dijo que a las mujeres les gustan las plantas. Me contó no sé qué rollo sobre el instinto maternal.
Es bastante alucinante todo lo que se puede conseguir en tan poco tiempo cuando tienes un interiorista con un equipo de trabajadores a tu disposición y el dinero no supone ningún problema, ¿verdad? Pero cuesta mucho colgar cortinas. Las puse yo mismo, quería darle al conjunto un toque personal. Y estuve a punto de atravesar las ventanas con la barra como una docena de veces antes de ponerla recta.
Observo con atención a Kate, pero no sé lo que está pensando. Está inexpresiva. Sorprendida. Como un testigo que ha presenciado un homicidio doble.
Trago saliva con fuerza y empiezo a pronunciar el discurso más importante de mi vida:
—He vuelto a ver El diario de Noa.
Sigue siendo completamente gay.
Sin embargo...
—Ahora la entiendo. Ahora comprendo por qué Noa montó ese estudio para Allie. No es porque fuera un marica, lo hizo porque no tenía otra elección. Ella lo era todo para él. No importaba lo que pudiera hacer, nunca habría nadie más que ella. Así que lo único que podía hacer era montar la habitación y rezarle a Dios para que algún día ella apareciera y la utilizara. Y eso resume bastante bien lo que yo siento por ti. Por eso he hecho esto. —Hago un gesto para señalar la habitación—. Porque quiero que estés en mi vida, Kate. De forma permanente.
Me mira con los ojos llenos de lágrimas.
—Quiero que vengas a vivir conmigo. Quiero dormirme con tu pelo en la cara cada noche. Y quiero despertarme abrazado a ti cada mañana. Quiero que pasemos fines de semana enteros desnudos. Quiero tener peleas limpias y hacer las paces con sexo sucio.
Se ríe. Y una lágrima le resbala por la mejilla.
—Quiero hablar contigo hasta que salga el sol y quiero traerte los cereales a la cama cada domingo. Quiero trabajar largas e interminables horas en este despacho, pero sólo si tú estás conmigo.
Su voz apenas es un susurro cuando dice:
—¿Como una sociedad? ¿Al cincuenta por ciento?
Niego con la cabeza.
—No. Nada de cincuenta por ciento. No tendrás sólo la mitad de mí. Me tendrás entero. El cien por cien.
Ella inspira hondo y se muerde el labio. Luego mira su escritorio y se pone muy seria.
—¿De dónde has sacado eso?
Es la foto de bodas de sus padres.
—Te la robé del despacho y conseguí que me la copiaran mientras comías.
Kate niega lentamente con la cabeza. Luego me mira asombrada.
—No puedo creer que hayas hecho todo esto.
Doy un paso adelante.
—Ya sé que tú acabas de salir de una relación y que yo nunca he mantenido ninguna. Y también sé que se supone que debería decirte que si no estás preparada no pasa nada, que seré paciente y esperaré. Pero si te dijera todas esas cosas te estaría mintiendo. Porque no soy de la clase de hombres a los que les gusta esperar. Soy más bien de los que cogen el toro por los cuernos y aguantan hasta autodestruirse o volverse locos.
Vuelve a reírse.
—Así que si esto no es suficiente, si necesitas algo más, dímelo. No importa lo que sea, yo lo haré por ti.
Cuando acabo de hablar, Kate se queda allí de pie. Mirándome.
Se humedece los labios y se limpia los ojos.
—Tengo algunas condiciones.
Asiento con cautela.
—Nada de mentiras. Y lo digo muy en serio, Drew. Cuando me digas algo, tengo que saber que es cierto, que no tienes ningún motivo oculto.
—Vale.
—Y no puede haber más mujeres. Creo que soy bastante aventurera en la cama cuando estoy contigo, pero soy monógama. No me van los intercambios. Y no me interesan los tríos.
No hay problema. Mi polla sólo tiene ojos para Kate.
—A mí tampoco. Bueno, ya sabes, ya no. Quiero decir que... de acuerdo.
Y entonces sonríe. Y su sonrisa es cegadora. Luminosa.
Jodidamente incandescente.
Y da un paso hacia mí.
—Pues parece que acaba de conseguir usted una fusión, señor Evans.
Y eso es todo cuanto necesito oír.
Reacciono como un muelle que lleva demasiado tiempo en tensión y, antes de que Kate pueda reaccionar, ya la tengo pegada a mí. La abrazo y la levanto del suelo.
Nuestras bocas colisionan como dos imanes. Ella me agarra de la camisa y mi lengua se desliza en su receptiva boca.
«Dios santo, su sabor...» Mis recuerdos eran imperdonablemente inexactos. Me siento como un adicto al crack en proceso de recuperación que acaba de recaer y no tiene ninguna intención de volver a rehabilitación.
Nos exploramos con las manos. Es explosivo. Combustible.
«Arde, pequeña, arde...»
Recorro su mandíbula con los labios. Ella ladea la cabeza para darme mejor acceso y yo le ataco el cuello. Está jadeando. Ambos jadeamos. Entierro las manos en su pelo y le quito todas las horquillas que lo tenían cautivo para liberar su melena. Ella posa las manos en mi pecho y me acaricia las costillas y la cintura. No tengo ni idea de cómo ha conseguido desabrocharme la camisa, pero me alegro de que lo haya hecho. Mis dedos resbalan por su espalda hasta la costura de su vestido. Luego deslizo las manos por debajo de la tela para agarrar su suave y firme trasero.
Debe de llevar tanga.
Masajeo sus nalgas al tiempo que aprieto la cadera contra la suya. La boca de Kate toma el relevo de sus manos y empieza a resbalar hacia abajo por mi pecho. Entonces comienzo a perder el sentido. Agarro la parte trasera de su vestido con las manos y tiro, con lo que la tela se rasga casi en dos partes. Como si fuera el increíble Hulk.
—Te prometo que te compraré uno nuevo.
La tela cae laxa sobre su cintura y nuestros pechos desnudos colisionan.
Joder, cómo añoraba esto. ¿Cómo narices he conseguido pasar una sola hora, por no hablar de días, sin sentirla contra mí de esta forma? Demasiado tiempo, maldita sea.
—Cielo santo, Drew.
Ahora me desliza las manos por la espalda. Me araña y me masajea la piel. Le acerco la boca a la oreja y le digo:
—¿Qué bragas llevas? Pienso quedármelas.
Me pongo de rodillas y dibujo un camino ardiente entre sus pechos y por su estómago.
Kate jadea.
—Pues tenemos un problema.
—¿Por qué?
Tiro de su vestido hasta el suelo. Y me quedo mirando fijamente, y completamente alucinado, el sexo desnudo de Kate.
—Porque no llevo.
Mi polla gime de agonía. Yo levanto la cabeza para mirarla.
—¿Siempre vas así a las reuniones de negocios con amigos?
Ella sonríe avergonzada.
—Supongo que esperaba que pudieras hacerme cambiar de opinión.
Me quedo de piedra un segundo. Ella quería esto. Lo deseaba tanto como yo. Y he desperdiciado todo ese tiempo comiendo pollo marsala cuando podría haber estado comiéndomela a ella.
Dios.
Maldita sea.
Me sumerjo en ella sin decir ni una sola palabra más. Como un niño que puede comer por primera vez un trozo de pastel de cumpleaños. Hundo mi cara y mi lengua en su sexo. Su sabor es cálido y sedoso, como el azúcar líquido que recubre los rollitos de canela, pero más dulce.
A Kate se le aflojan las rodillas, pero yo le apoyo las manos al final de la espalda y le paso las piernas por encima de mis hombros. Luego me tumbo en el suelo para que pueda sentarse sobre mi cara.
Tal como lo he soñado cada noche.
Se retuerce y jadea encima de mí. Con descaro. Y yo la devoro en un hambriento frenesí. Sus quejidos cada vez son más intensos, más altos. Me apoya la mano en la espalda y luego me acaricia la polla por encima de los pantalones.
¿Alguna vez habéis oído hablar de la eyaculación precoz? Pues como no deje de tocarme ya mismo vais a ver en directo a qué me refiero.
Le cojo la mano y entrelazo los dedos con los suyos. Kate utiliza mis manos para apoyarse mientras hace girar las caderas y frota su magnífico sexo contra mi boca. Se mueve una vez, dos..., y entonces se corre gritando mi nombre en un aullido entrecortado.
Cuando regresa de las alturas inspira hondo. Luego se desliza sinuosamente por encima de mi cuerpo hasta que nuestras bocas se encuentran y nos besamos. Es un beso salvaje y áspero, todo lengua y dientes. Entierro las manos en su pelo y ella frota las caderas contra mi polla y su humedad me empapa los pantalones.
—Joder, Kate. Me voy a correr como nunca.
Sólo espero estar dentro de ella cuando lo haga.
Ella hace girar la lengua sobre mi pezón justo antes de decirme:
—Los pantalones, Drew. Quítatelos.
Levanto el trasero y me desabrocho el botón. Consigo bajármelos junto con los calzoncillos hasta las rodillas, pero estoy demasiado desesperado como para quitármelos del todo.
La agarro de las caderas y tiro de ella hacia abajo. Y mi polla se desliza sin esfuerzo en su interior.
«Dios bendito...»
Nos quedamos paralizados. Nuestros rostros están a escasos milímetros el uno del otro. Nuestros ásperos alientos se entrelazan. Nos miramos a los ojos. Entonces ella empieza a moverse muy despacio. Se retira casi por completo y luego vuelve a deslizarse del todo. Yo dejo caer la cabeza hacia atrás y cierro los ojos.
Es perfecto. Divino.
Tengo las manos abiertas sobre sus caderas. Para ayudarla. La agarro con tanta fuerza que incluso podría dejarle marcas. Entonces se sienta y arquea la espalda hasta que su melena me roza las rodillas. Me obligo a abrir los ojos: necesito verla. Tiene la cabeza echada hacia atrás, los pechos hacia arriba, y separa los labios para proferir gemidos eufóricos y palabras sin sentido.
Ya habréis oído que más de una mujer acaba saliendo desnuda en internet. A mí nunca se me ha ocurrido hacer una cosa así. Pero ahora podría pasarme porque, si tuviera una cámara, estaría apretando el botón como un maldito paparazzo. Para capturar este momento. Para recordar la imagen de Kate en este momento. Porque está sencillamente magnífica. Más impactante que cualquier obra de arte del Louvre, más arrebatadora que las siete maravillas del mundo juntas.
Empieza a moverse más deprisa, con más fuerza. Y yo comienzo a notar la presión creciendo en mi tripa.
—Sí, Kate. Móntame, así...
Sus pechos se balancean con cada embestida. La imagen es hipnótica. Y no puedo resistirme: tengo que probarlos. Me incorporo y poso la boca sobre uno de ellos para acariciar el pezón erecto con la lengua. Ella grita al mismo tiempo que me rodea la espalda con las piernas para estrecharme con más fuerza y frotar el clítoris contra la franja de vello que me recorre el vientre.
Está a punto. Los dos lo estamos. Pero no quiero que acabe. Aún no.
Así que la coloco debajo de mí agarrándola de la nuca con la mano para protegerla de la rigidez del suelo mientras me sitúo encima de ella. Sus acogedores muslos se abren de par en par y yo me entierro profundamente en su sexo.
—Oh, Dios... Oh, Dios...
El sonido de nuestros cuerpos chocando entre sí y su voz entrecortada resuenan por la habitación como una sinfonía erótica. La Filarmónica de Nueva York no nos llega ni a la suela de los zapatos.
—¡Dios! ¡Oh, Dios!
Sonrío al tiempo que aumento el ritmo.
—Dios no es quien te está follando, nena.
Sí, estoy enamorado, pero sigo siendo yo.
—Drew... Drew... Sí, ¡Drew!
Mucho mejor.
¿O acaso creíais que iba a empezar a soltar un montón de cursilerías empalagosas? Siento decepcionaros.
Además, me gusta la palabra follar. Implica cierta cantidad de calor, de pasión. Y es específica. Si le hubieran preguntado a Bill Clinton si se había follado a Monica Lewinsky, no habría quedado ninguna duda de lo que estaban hablando, ¿verdad?
En cualquier caso, no importa mucho lo que digas cuando lo estás haciendo. O cómo lo hagas. Ya sea lento y suave o rápido y violento, son las emociones que hay detrás lo que hacen que signifique algo. Las que consiguen que lo signifique todo.
Dios, estoy inspirado, ¿eh? ¿No estáis orgullosos de mí? Deberíais estarlo.
Flexiono los brazos y me apodero de su boca para darle un devorador y áspero beso. Luego utilizo la lengua para dibujar un camino hasta su hombro y, perdido en el momento, la muerdo. No lo bastante fuerte como para abrirle la piel, pero sí imprimiendo la presión suficiente como para hacer volar de nuevo a Kate.
Estiro los brazos para poder verla. Se encorva una última vez antes de ponerse tensa y contraerse a mi alrededor. Los perfectos dedos de sus pies se encogen cuando alcanza el orgasmo. Sus músculos me estrechan con fuerza de la base a la punta como un par de manos desesperadas exprimiendo un tubo de pasta de dientes para extraer hasta la última gota.
Mi cabeza cae hacia atrás y se me cierran los ojos mientras gruño y maldigo. Entonces me quedo indefenso, como un grano de arena bajo la fuerza de un tsunami. El placer palpita por cada poro de mi cuerpo cuando me corro con la fuerza de un maldito géiser.
Increíble.
Cabalgamos juntos la ola de éxtasis hasta que ambos jadeamos en busca de aire. Y entonces me derrumbo encima de ella. Mi mejilla yace en el valle que se abre entre sus pechos y mi estómago justo entre sus muslos. Y pocos segundos después, las manos de Kate trepan por mi espalda antes de deslizarse por ella de la forma más relajante.
Le cojo el rostro entre las manos y la beso. Esta vez despacio, con languidez. Sus ojos de cervatilla se pierden en los míos, pero no nos decimos ni una sola palabra. No lo necesitamos.
Y entonces es cuando lo siento.
¿Habéis observado alguna vez la reacción de un caballo de carreras que ha sido marginado durante un tiempo? Yo sí. Cuando vuelven a la pista es como si les hubieran inyectado fuego en las venas. Sólo pueden correr y correr sin parar durante incontables vueltas.
¿Vais viendo adónde quiero ir a parar con esto?
Tiro de ella hasta que damos media vuelta y consigo volver a poner a Kate encima de mí, sentada a horcajadas sobre mis caderas y con la cabeza sobre mi pecho. Deberíamos trasladarnos a la cama, el suelo está demasiado duro. Pero lo cierto es que yo también, y eso es prioritario.
Kate levanta la cabeza y se le abren mucho los ojos.
—¿Ya?
Enarco las cejas.
—Hemos perdido mucho tiempo. Por lo visto, mi polla quiere recuperar hasta el último segundo. ¿Juegas?
Contoneo la cadera y ella profiere un gemido.
Me lo tomaré como un sí.