19
Y eso es todo. Ésa es mi historia. El ascenso. El declive. El final. Y aquí estoy, en este repugnante restaurante al que me han arrastrado Alexandra y Matthew, donde acabo de contarles más o menos lo mismo que os he dicho a vosotros.
Cuando tenía seis años aprendí a montar en bicicleta. Y, como les pasa a todos los niños cuando se quitan las ruedas auxiliares por primera vez, me caí. Muchas veces. Cada vez que ocurría, Alexandra era la única que estaba allí. Me sacudía la ropa, me besaba en los golpes y me convencía para que volviera a subir. Por eso espero que mi hermana se muestre comprensiva con mi dolor. Que sea suave conmigo. Compasiva.
Pero lo único que recibo es:
—Eres un completo idiota, ¿lo sabías, Drew?
Supongo que ya empezabais a preguntaros por qué la llamo la Perra. Pues ahí lo tenéis.
—¿Disculpa?
—Sí, eso es lo que deberías hacer. ¿Tienes idea de la que has liado? Siempre he sabido que eras un mimado y un egocéntrico, pero nunca pensé que fueras estúpido.
«¿Eh?»
—Y también habría jurado que naciste con un par de pelotas.
Me atraganto con la bebida y Matthew se ríe.
—Hablo en serio. Recuerdo perfectamente haberte cambiado los pañales y ver ese par de simpáticos amiguitos colgando de ahí abajo. ¿Qué ha pasado con ellos? ¿Se han encogido? ¿Han desaparecido? Porque ése es el único motivo que se me ocurre para explicar por qué te estás comportando como un patético cobarde sin pelotas.
—¡Dios santo, Alexandra!
—No, no creo que ni siquiera él sea capaz de arreglar esto.
Una ráfaga de ira defensiva se arremolina en mi pecho.
—Esto es lo último que necesito ahora mismo. Y menos de ti. Estoy bastante jodido, ¿por qué narices me estás atacando?
Ella resopla.
—Porque lo que necesitas es una buena patada en el culo. ¿En algún momento se te ocurrió pensar que cuando Kate dijo que ella y Billy estaban bien se refería a que tenían un trato cordial? ¿Que habían acabado de forma amigable? Si supieras la mitad de lo que crees que sabes sobre mujeres, comprenderías que ninguna mujer quiere terminar una relación de diez años de mala manera.
Eso no tiene ningún sentido. ¿Por qué motivo querría alguien ser amigo de una persona con la que solía acostarse pero con la que ya no puede hacerlo? ¿Qué sentido tiene eso?
—No. Tú no tienes ni idea.
Alexandra niega con la cabeza.
—De todas formas, si hubieras actuado como un hombre en lugar de como un crío con una pataleta le habrías confesado cómo te sentías.
Ya está empezando a cabrearme.
—¿Acaso te parezco un maldito gilipollas? Porque no lo soy. Y te aseguro que no se me va a ocurrir ponerme en evidencia ni perseguir a alguien que prefiere estar con otro.
En el rostro de Alexandra aparece una expresión que no he visto jamás. O, por lo menos, nunca dirigida a mí.
Es decepción.
—Claro que no, Drew. ¿Por qué ibas a perseguir a nadie cuando te basta con dejar que sean los demás los que te persigan a ti?
—Y ¿qué narices se supone que significa eso?
—Significa que para ti ha sido siempre todo muy fácil. Eres guapo, inteligente, tienes una familia que te quiere y mujeres que se entregan a ti como ovejas de camino al matadero. Y la única vez que tienes que luchar por algo que quieres, la única vez que tienes que arriesgar tu corazón por alguien que por fin lo merece, ¿qué haces? Abandonas. Disparas primero y luego preguntas. Te haces un ovillo y te entregas a la autocompasión.
Niega lentamente con la cabeza y modera el tono de voz.
—Ni siquiera lo has intentado, Drew. Después de todo, te has limitado a apartarla de ti.
Yo bajo la mirada y la poso sobre mi bebida. Mi voz suena lacia y cargada de arrepentimiento cuando respondo:
—Ya lo sé.
No creáis que no lo he pensado. No creáis que no me he arrepentido de lo que dije o de lo que no dije. Porque lo he hecho. Amargamente.
—Ojalá pudiera... Pero ya es demasiado tarde.
Matthew por fin se anima a intervenir:
—Nunca es demasiado tarde, tío. El juego no ha terminado. Sólo está temporalmente suspendido por la lluvia.
Lo miro.
—¿Delores te ha dicho algo? ¿Sobre Kate y Billy?
Él niega con la cabeza.
—Sobre ellos, no, pero ha dicho un montón de cosas sobre ti.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que Delores te odia. Cree que eres escoria. Hablo en serio, tío. Creo que si estuvieras envuelto en llamas en plena calle ni siquiera se molestaría en escupirte.
Reflexiono un instante al respecto.
—Supongo que me odia porque me acosté con la prometida de su primo.
—Yo creo que te odia porque le has roto el corazón a su amiga.
Sí, es una cuestión de cara o cruz. Tampoco me servirá de ninguna ayuda.
—¿Estás enamorado de Kate, Drew?
Miro a Alexandra a los ojos.
—Sí.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de que ella sienta lo mismo por ti?
—Creo que sí.
Cuanto más pienso en las palabras y en las acciones de Kate durante el fin de semana, más me convenzo de que ella sentía algo por mí. Algo real y profundo.
Por lo menos lo sentía antes de que yo lo mandara todo a la mierda.
—¿Quieres estar con ella?
—Cielo santo, sí.
—Entonces, que haya vuelto o no con su ex es irrelevante. Lo que tienes que preguntarte es lo que estás dispuesto a hacer, lo que estás dispuesto a arriesgar para arreglarlo. Para recuperarla.
Y mi respuesta es muy sencilla: cualquier cosa. Lo que sea. Se me atenaza la garganta cuando confieso:
—Daría lo que fuera para recuperar a Kate.
—¡Pues entonces lucha por ella, por el amor de Dios! Díselo.
Mientras voy asimilando sus palabras, Matthew me agarra del hombro.
—En momentos como éste, yo siempre me pregunto: ¿qué haría William Wallace? —Tiene la mirada seria, emocionada. Y entonces su voz adquiere un acento escocés totalmente ajeno a él—: Sí, puedes huir y no te rechazará, pero dentro de muchos años querrás cambiar todos los días desde hoy hasta entonces por una oportunidad, sólo una oportunidad, de volver aquí y decirle a Kate que puede colgar tus pelotas del retrovisor de su coche, pero jamás te quitará... ¡la libertad!
Alexandra pone los ojos en blanco al oír el discurso de Braveheart y yo me río. La nube negra que lleva toda la semana afincada sobre mis hombros por fin empieza a disiparse. Y en su lugar comienza a aparecer la esperanza. Seguridad. Determinación. Todas esas cosas que hacen que sea yo mismo. Todas esas cosas que he añorado desde la mañana que vi cantar a Billy Warren.
Matthew me da una palmada en la espalda.
—Ve a por ella, tío. Mírate, ¿acaso tienes algo que perder?
Tiene razón. ¿Quién necesita la dignidad y el orgullo? Están sobrevalorados. Cuando no te queda nada, ya no tienes nada que perder.
—Tengo que ver a Kate. Ahora mismo.
Y si no me sale bien, por lo menos lo habré intentado. Si me desintegro y ella pisotea mis cenizas con el tacón, que así sea. Pero tengo que intentarlo. Porque...
Bueno, porque ella lo vale.
Cuando Alexandra cumplió dieciséis años, mis padres alquilaron un parque de atracciones entero para pasar el día. ¿Excesivo? Sí. Pero ésa es una de las ventajas de crecer rodeado de privilegios. Fue alucinante. Sin colas, sin aglomeraciones. Sólo nuestra familia, algunos compañeros de trabajo y unos ciento cincuenta amigos. En fin, en el parque había una montaña rusa: la Máquina de Gritar.
¿Recordáis que os dije que yo nunca me montaba dos veces en la misma atracción? Bueno, pues en ese caso hice una excepción.
Matthew, Steven y yo estuvimos subiendo sin parar hasta que vomitamos. Luego volvimos a montar otra vez. La primera subida era terrible. Una larga y tortuosa pendiente que culminaba en una retorcida y vertiginosa caída de cincuenta metros. Daba igual el número de veces que montábamos en aquella atracción: cada vez que lo hacíamos, la sensación de trepar por la primera subida siempre era la misma. Me sudaban las palmas de las manos, mi estómago se revolvía. Era la combinación perfecta de excitación y pánico.
Y eso es exactamente lo mismo que siento ahora.
¿Me veis? ¿Veis a ese tío que corre por Times Square?
La perspectiva de volver a ver a Kate... No os mentiré, me encanta, pero también estoy nervioso. Porque no tengo ni idea de lo que hay al otro lado de esa pendiente ni de lo larga que será la caída.
No sentís lástima por mí, ¿eh? Sois un público difícil. ¿Pensáis que tengo lo que me merezco? ¿Que incluso merezco algo peor?
Es un argumento muy persuasivo. La cagué, de eso no hay duda. Fue un bajón, hasta los mejores sufren alguno. Pero eso se acabó. He vuelto a levantarme del banquillo y a meterme en el partido.
Sólo espero que Kate me dé otra oportunidad para batear.
Saludo con la cabeza al guardia de seguridad, jadeando a causa de la carrera que me he dado para cruzar siete manzanas, y atravieso el vestíbulo vacío. Aprovecho el trayecto en ascensor para recuperar el aliento y para practicar lo que voy a decir. Luego aparezco en el piso cuarenta.
Sólo hay un sitio donde puede estar Kate Brooks la noche de un lunes a las diez y media. Y ese lugar es aquí, donde empezó todo. Los despachos están a oscuras. Todo está en silencio a excepción de la música que sale de su despacho. Recorro el pasillo y me detengo ante su puerta cerrada.
Y entonces la veo. A través del cristal.
«Dios santo.»
Está sentada frente a su mesa mirando la pantalla del ordenador. Se está mordiendo el labio de esa forma que hace que me tiemblen las rodillas. Se ha recogido el pelo y sus preciosas facciones están completamente expuestas. Echaba de menos mirarla. No tenéis ni idea de cuánto lo añoraba. Me siento como si hubiera estado bajo el agua conteniendo la respiración. Y ahora por fin puedo volver a respirar.
Levanta la vista. Y sus ojos se posan sobre los míos.
¿Veis cómo se me queda mirando algunos segundos más de lo necesario? ¿Cómo ladea la cabeza y entorna los ojos? Es como si no acabara de creerse lo que está viendo.
Está sorprendida. Y entonces la sorpresa se convierte en disgusto. Como si acabara de comerse algo podrido. Y es entonces cuando lo sé, cuando por fin estoy seguro de lo que probablemente vosotros ya habréis deducido. Que soy un completo idiota.
No ha vuelto con Warren. Es imposible.
Si lo hubiera hecho, si nuestro fin de semana no hubiera significado nada para ella, si yo no significara nada, no me estaría mirando como si fuera el mismísimo diablo. No estaría afectada. Es simple y pura lógica masculina: si una mujer está enfadada, significa que le importas. Si tienes una relación con una mujer que ni siquiera se molesta en gritarte, estás jodido. La indiferencia es el beso de la muerte de las mujeres. Es el equivalente de un hombre que no está interesado en el sexo. En ambos casos significa lo mismo: que el asunto ha terminado.
Así que si Kate está enfadada es porque le hice daño. Y el único motivo por el que pude hacer algo así es porque ella quería estar conmigo.
Puede parecer un modo retorcido de pensar, pero es así. Confiad en mí, lo sé. Me he pasado la vida acostándome con mujeres por las que no sentía nada. Si se acostaban con otro después de haber estado conmigo, siempre me parecía bien. Si me decían que no querían volver a verme me parecía incluso mejor. No se puede hacer sangrar una piedra. No puedes conseguir una reacción de alguien a quien no le importas una mierda.
Pero Kate rebosa emociones: ira, desconfianza, traición, todas arden en sus ojos y brillan en su rostro. Y el hecho de que siga sintiendo algo por mí, incluso aunque sea odio, me llena de esperanza. Porque eso me da algo con lo que trabajar.
Abro la puerta de su despacho y entro. Kate vuelve a mirar su portátil y pulsa unas cuantas teclas.
—¿Qué quieres, Drew?
—Necesito hablar contigo.
Ella no levanta la vista.
—Estoy trabajando. No tengo tiempo para ti.
Doy algunos pasos hacia adelante y le cierro el portátil.
—Pues encuéntralo.
Ella posa su mirada sobre mí. Es una mirada dura y glacial, puro hielo negro.
—Vete al infierno.
Sonrío a pesar de que no hay nada ni remotamente gracioso en la situación.
—Ya he estado allí. Toda la semana.
Ella se reclina en el respaldo de su silla y me mira de arriba abajo.
—Ah, sí. Erin ya nos habló de tu misteriosa enfermedad.
—Me quedé en casa porque...
—¿El paseo en taxi te dejó demasiado débil y necesitabas unos cuantos días para recuperarte?
Niego con la cabeza.
—Lo que dije aquel día fue un error.
Ella se levanta.
—No. Yo he sido la única que ha cometido un error al pensar que había algo más en ti. Al permitirme creer que había algo que valía la pena bajo tu chulesca actitud de gilipollas. Pero me equivoqué. Estás vacío. No hay nada.
¿Os acordáis de que dije que Kate y yo nos parecíamos mucho? Pues es cierto. Y no me refiero sólo a nuestra actitud en la cama o en el despacho. Ambos tenemos la sorprendente habilidad de decir las palabras más adecuadas para herir, para encontrar ese punto débil escondido en el interior de cada cual y atacarlo con una granada verbal.
—Kate, yo...
Ella me corta y se dirige a mí con sequedad:
—¿Sabes, Drew? No soy estúpida. No esperaba que me propusieras matrimonio. Ya sabía cómo eras. Pero parecías tan... ¿Y aquella noche en el bar? Aquella forma de mirarme. Pensé...
Se le quiebra la voz y yo siento ganas de suicidarme.
—... pensaba que significaba algo para ti.
Doy un paso adelante. Quiero tocarla. Quiero tranquilizarla. Quiero borrarlo todo.
Arreglarlo.
—Y era así. Es así.
Ella asiente con rigidez.
—Claro, por eso...
—¡No hice nada! No tenía ninguna cita. No ha habido ningún paseíto en taxi. Era todo mentira. Fue Steven quien me llamó aquel día, no Stacey. Sólo dije todo eso para que pensaras que era ella.
Kate palidece y sé que me cree.
—Y ¿por qué hiciste eso?
Suspiro. Mi voz suena suave y fatigada. Adopto un tono suplicante para que ella lo comprenda.
—Porque estoy enamorado de ti. Llevo mucho tiempo enamorado de ti. Pero no lo supe hasta ese domingo por la noche. Y entonces, cuando Billy se presentó aquí... Pensé que habías vuelto con él. Y me destrozó. Me dolió tanto que quería hacer que te sintieras tan mal como yo.
No fue mi mejor momento, ¿verdad? Sí, ya lo sé, soy un gilipollas. Creedme, lo sé.
—Así que dije todo eso a propósito para que pensaras que no significabas nada para mí. Para que creyeras que eras una más. Pero no lo eres, Kate. No tienes nada que ver con ninguna mujer que haya conocido. Quiero estar contigo, estar contigo de verdad. Sólo contigo. Nunca me había sentido así por nadie. Y ya sé que parezco una puta tarjeta de felicitación, pero es verdad. Nunca he querido todas las cosas que quiero cuando estoy contigo.
Ella no dice nada. Se limita a mirarme. Y yo ya no puedo soportarlo más. Le pongo las manos sobre los hombros, sobre los brazos. Sólo para sentirla.
Kate se pone tensa, pero no se aparta. Deslizo las manos hasta su cara y le paso el pulgar por la mejilla y los labios.
«Dios...»
Cierra los ojos al percibir el contacto y empiezo a tener la sensación de que el nudo que se me ha formado en la garganta acabará asfixiándome.
—Por favor, Kate, ¿no podemos volver atrás? Iba todo tan bien... Era perfecto. Quiero que volvamos a estar como antes. Lo deseo con todas mis fuerzas.
Nunca he creído en el arrepentimiento ni en la culpabilidad. Siempre he pensado que eran cosas que sólo existían en la cabeza de la gente. Como el miedo a las alturas. Nada que uno no pueda superar si se esfuerza lo suficiente. Si tiene agallas. Pero yo nunca he tenido a nadie —herido a nadie— que signifique más para mí que yo mismo. Y la absoluta certeza de que lo he echado todo a perder por culpa de mi miedo y mi puta estupidez es sencillamente insoportable.
Kate se deshace de mis manos y da un paso atrás.
—No.
Coge su bolso del suelo.
—¿Por qué? —Carraspeo—. ¿Por qué no?
—¿Te acuerdas de cuando empecé a trabajar aquí y me dijiste que tu padre te había dicho que hiciera una presentación falsa?
Asiento.
—Lo dijiste porque no querías que yo consiguiera el cliente, ¿verdad?
—Exacto.
—Y luego la noche que quedamos con Anderson me dijiste que le estaba pasando las tetas por la cara porque... ¿Cómo lo dijiste? Porque querías cabrearme. ¿Sí o no?
¿Adónde pretende ir a parar con todo esto?
—Sí.
—Y luego, la semana pasada, después de todo lo que pasó entre nosotros, me hiciste creer que estabas hablando con esa mujer porque querías hacerme daño.
—Sí, pero...
—Y ¿ahora vienes a decirme que estás enamorado de mí?
—Porque lo estoy.
Niega suavemente con la cabeza.
—Y ¿por qué narices iba a creerte, Drew?
Me quedo ahí de pie, en silencio. Porque no tengo nada. Estoy sin defensa. Sin argumentos que puedan marcar la diferencia. Para ella, no.
Se da media vuelta para marcharse. Y me entra el pánico.
—Kate, por favor, espera...
Me pongo delante de ella. Se detiene pero clava la vista por detrás de mí, como si estuviera viendo a través de mí. Como si yo ni siquiera estuviera allí.
—Ya sé que la he cagado. A lo grande. Lo de la chica del taxi fue una estupidez y una crueldad. Y lo lamento. Mucho más de lo que jamás llegarás a comprender. Pero no puedes dejar que eso arruine lo que podríamos tener.
Ella se ríe en mi cara.
—¿Lo que podríamos tener? Y ¿qué tenemos, Drew? Lo único que ha habido entre nosotros han sido discusiones, competitividad y lujuria.
—No. Es mucho más que eso. Lo sentí ese fin de semana, y sé que tú también lo sentiste. Lo que tenemos podría ser espectacular. Si le das una oportunidad. Danos..., dame otra oportunidad. Por favor.
¿Conocéis esa canción de los Rolling Stones? ¿La de Ain’t too proud to beg?* Es mi nueva canción favorita.
Kate aprieta los labios. Luego me esquiva.
Pero yo la cojo del brazo.
—Déjame, Drew.
—No puedo. —Y no me refiero sólo a su brazo.
Ella se suelta con aspereza.
—Pues esfuérzate un poco más. Ya lo hiciste una vez. Estoy segura de que volverás a conseguirlo.
Luego se marcha.
Y yo no la sigo.