17

Ya sé lo que estáis pensando: ¿de qué va todo esto?

Si me he dado cuenta de que estoy enamorado de Kate y es evidente que ella está colada por mí, ¿cómo puede acabar volviendo con Billy Por-Qué-No-Te-Mueres-Ya Warren?

Buena pregunta. Ya casi hemos llegado a esa parte. Pero primero una lección de ciencias. ¿Qué sabéis sobre ranas?

Sí. He dicho ranas.

¿Sabéis que si metéis una rana en una olla de agua hirviendo saldrá de un salto? En cambio, si la metéis en una olla de agua fría y la vais calentando lentamente, se quedará y hervirá hasta que muera. Ni siquiera intentará salir. Ni siquiera sabrá que se está muriendo. Hasta que sea demasiado tarde.

Los hombres se parecen mucho a las ranas.

¿Que si estaba asustado de mi pequeña epifanía? Claro que sí. Era alucinante. Una de esas cosas que te cambian la vida. Se acabaron los ligues. Se acabaron las anécdotas para los chicos. Adiós a las noches del sábado. Pero nada de eso me importaba. De verdad.

Porque era demasiado tarde. Ya estaba hirviendo, por Kate.

Estuve mirando cómo dormía toda la noche. E hice planes, para los dos. Las cosas que haríamos juntos, los sitios a los que iríamos al día siguiente, al fin de semana siguiente y al año siguiente. Estuve practicando lo que le diría y cómo le revelaría mis sentimientos. Imaginé su reacción y cómo me confesaría que ella sentía lo mismo por mí. Era como una película, alguna de esas terribles comedias ñoñas que yo no vería nunca. El brillante casanova conoce a la chica guerrera de sus sueños y ella le roba el corazón para siempre.

Ya debería haber sabido que era demasiado bueno para ser verdad. Las mejores cosas suelen ser Papá Noel, el punto G masculino, el cielo... La lista es interminable.

Ya veréis.

Estamos caminando por la Quinta Avenida. En lugar de perder el tiempo cruzando toda la ciudad hasta el apartamento de Kate, hemos parado en Saks de camino al trabajo y le he comprado un traje Chanel en azul marino. No puedo dejar que vuelva hecha un desastre al despacho, ¿no? Os juro que cuando se estaba probando ropa para mí me sentía igual que el puto Richard Gere en Pretty woman. Kate incluso me compró una corbata.

¿Lo veis?

Luego insistió en pasar por el departamento de lencería para reemplazar las bragas que yo le rompí en un momento de demencia erótica. Me opuse a ello todo cuanto pude, pero perdí. Chicas, tenéis que saber que no llevar ropa interior es mucho más sexy que el cuero, los encajes, los látigos y las cadenas juntos.

Pasamos por Starbucks a coger un par de dosis de necesaria cafeína. Al salir de la cafetería tiro de Kate hacia mí. La cojo de la mejilla y la beso. Sabe a café: suave y dulce. Ella me aparta el pelo de los ojos y sonríe.

Jamás me cansaré de mirarla. O de besarla. ¿Encoñado? Ése soy yo. Si buscáis la definición, sale mi foto. Sí, ya lo sé. No pasa nada. No me importa. Si esto es el Lado Oscuro, ya podéis apuntarme. Y no os sorprendáis si me veis cantando por la calle. Hasta ahí llega mi nivel de felicidad.

Kate y yo doblamos la esquina cogidos de la mano, sonriéndonos el uno al otro como dos idiotas que han tomado demasiados antidepresivos. Da asco, ¿verdad?

Deberíamos detenernos aquí unos segundos. Deberíais mirar cómo estamos en este preciso instante, justo aquí, cogidos de la mano. Deberíais recordar este instante. Yo lo hago.

Estamos... perfectos.

Entonces llegamos al edificio. Sostengo la puerta abierta para que pase Kate y entro detrás de ella.

Y lo primero que veo son las margaritas. Un montón de largas margaritas blancas con alegres centros amarillos. Algunas están dispuestas en jarrones sobre el mostrador del guardia de seguridad, otras en ramos atados con lazos. También veo algunas repartidas por el suelo, hay pétalos por todas partes. En medio del vestíbulo hay un círculo hecho con más margaritas. Y en el centro del círculo está Billy Warren. Y lleva la guitarra.

Que alguien acabe conmigo.

No, esperad, eso se queda corto.

Que alguien me arranque el corazón con una cuchara.

Sí, eso ya está mejor.

¿Alguna vez habéis visto un capullo cantando? Pues ésta es vuestra oportunidad.

Estaba tan ciego que no entendí

lo mucho que me dolería dejarte marchar.

Quiero arreglarlo, quiero corregirlo.

Vuelve, vuelve de nuevo a mí...

Si no lo odiara tanto —a él y al insensato que lo concibió—, admitiría que no lo hace tan mal. Observo detenidamente a Kate. Cada emoción que cruza su cara, cada sentimiento que baila en sus ojos.

¿Sabéis cuando tienes un virus estomacal y te pasas el día por ahí tirado junto a un cubo porque tienes la sensación de que vas a vomitar en cualquier momento? Pero entonces llega ese momento, cuando sabes que ya viene, y todo el cuerpo se te empapa de un sudor frío. Te palpita la cabeza y notas cómo se te dilata la garganta para hacerle sitio a la ráfaga de bilis que empieza a trepar desde tu estómago.

Pues eso es exactamente lo que me está pasando. En este preciso instante.

Incluso llego a dejar el café y a buscar la papelera más cercana para asegurarme de que llegaré a tiempo.

Y necesito decirte que lo siento

por todo el daño que te he hecho.

Por favor, vuelve a entregarme tu corazón,

lo conservaré toda la eternidad.

Estamos hechos para estar juntos,

siempre lo hemos sabido.

Jamás podría haber otra,

mi alma se muere por ti.

Si fuera cualquier otro momento y se tratara de cualquier otra chica, destrozaría a Warren. Sin intentarlo siquiera. No me llega ni a la suela del zapato. Yo soy un puto Porsche y él es una maldita camioneta que no consigue pasar la ITV.

Pero se trata de Kate. Tienen una historia en común, una década de vivencias. Y eso, chicos, lo convierte en un competidor importante.

Es tu nombre el que grito por las noches.

No puedo creer que casi lo echo todo a perder.

Otra oportunidad, un suspiro, un nuevo comienzo.

No tengo ningún motivo para decirte adiós.

Siento ganas de coger a Kate en plan troglodita y llevármela de aquí. Quiero encerrarla en mi apartamento para que él no pueda verla. Ni tocarla. Para que no pueda alcanzarnos. No dejo de observarla ni por un momento, pero ella ni siquiera se vuelve para mirarme.

Ni una sola vez.

Y necesito decirte que lo siento

por todo el daño que te he hecho.

Por favor, vuelve a entregarme tu corazón,

lo conservaré toda la eternidad.

Estamos hechos para estar juntos,

siempre lo hemos sabido.

Jamás podría haber otra,

mi alma se muere por ti.

¿Por qué no habré aprendido a tocar ningún instrumento? Cuando tenía nueve años mi madre quería que aprendiera a tocar la trompeta. Dos clases después, el profesor renunció porque dejé que mi perro se hiciera pis en su boquilla.

¿Por qué narices no escuché a mi madre?

Tú eres mi principio y serás mi final.

Más que amantes, más que amigos.

Te quiero, te quiero.

No puede quedársela. «Ya puedes llorar todo el día, tonto del culo. Canta desde todos los tejados de la ciudad. Toca hasta que se te caigan los dedos.» Es poco significativo y demasiado tarde. Ella ya es mía. Kate no es la clase de mujer que se metería en la cama con cualquiera. Y ha estado follando conmigo todo el fin de semana como si se acabara el mundo. Eso tiene que significar algo.

¿No?

Y necesito decirte que lo siento

por todo el daño que te he hecho.

Por favor, vuelve a entregarme tu corazón,

lo conservaré toda la eternidad.

Toda la eternidad,

tú y yo...

La pequeña multitud que se ha congregado en el vestíbulo comienza a aplaudir. El capullo deja la guitarra y se acerca a Kate.

«Si la toca, le romperé la mano. Lo juro por Dios.»

No se digna siquiera mirarme a mí. Está concentrado en ella.

—No he dejado de llamarte desde el viernes por la noche y he pasado por el apartamento varias veces este fin de semana, pero no estabas.

«Exacto. No estaba en casa. Estaba ocupada. Ahora pregúntale lo que estaba haciendo.»

Con quién se lo estaba haciendo.

—Ya sé que tienes que trabajar, pero ¿crees que podríamos ir a algún sitio? ¿Para hablar? ¿Quizá a tu despacho?

«Di que no.

»Di que no.

»Di que no. Di que no. Di que no. Di que no. Di que no. Di que no. Di que no. Di que no...»

—Vale.

«Mierda.»

Cuando empieza a alejarse la agarro por el hombro.

—Necesito hablar contigo.

Ella me interroga con la mirada.

—Será sólo un...

—Tengo que decirte algo. Ahora. Es importante.

Sé que parezco desesperado, pero la verdad es que me importa un pimiento.

Ella posa la mano sobre la mía, la que sigue agarrándole el brazo. Su actitud es relajada y condescendiente, como si estuviera hablando con un niño.

—Está bien, Drew. Déjame hablar primero con Billy y luego nos vemos en tu despacho, ¿de acuerdo?

Yo quiero dar una patada en el suelo como un chiquillo de cinco años. No, no estoy de acuerdo para nada. Ella debe saber cuál es mi postura. Tengo que defenderme. Lanzarle el guante. Meterme en el puto partido.

Pero le suelto el brazo.

—Muy bien. Que tengáis una charla agradable.

Y me aseguro de marcharme primero.

Me apresuro hacia mi despacho. Pero no puedo evitar detenerme junto a la mesa de Erin al pasar por delante. Cuando Kate se vuelve para cerrar la puerta de su despacho, nuestras miradas se cruzan. Y me sonríe.

Y, por primera vez en mi vida, no sé qué significa.

¿Acaso pretende tranquilizarme dándome a entender que no ha cambiado nada? ¿Que no cambiará nada? ¿Me está dando las gracias por haber conseguido que ese idiota vuelva arrastrándose a ella? La verdad es que no lo sé.

Y me está volviendo loco.

Aprieto los dientes y me meto en mi despacho dando un portazo. Luego comienzo a caminar de un lado a otro. Como un futuro padre en la puerta del paritorio esperando a que lo que más le importa en el mundo salga de allí ileso.

Debería habérselo dicho la noche anterior, cuando tuve la oportunidad. Tendría que haberle explicado lo mucho que significa para mí. Lo que siento por ella. Pensaba que tendría tiempo. Imaginé que podría hacerlo despacio, hacérselo comprender poco a poco.

«Estúpido.»

¿Por qué narices no se lo dije?

«Mierda.»

Quizá ya lo sepa. Quiero decir que me la llevé a mi apartamento, me acurruqué con ella. La adoré. Lo hice con ella sin usar protección, tres veces. Tiene que saberlo.

Erin entra en el despacho con cautela. Debo de estar hecho un desastre porque enseguida esboza una expresión compasiva.

—Así que Kate y Billy están hablando, ¿eh?

Resoplo.

—¿Tanto se me nota?

Ella abre la boca, probablemente para decirme que sí, pero luego la cierra y empieza de nuevo.

—No. Sencillamente lo sé, Drew.

Asiento.

—¿Quieres que me dé una vuelta? A ver si puedo ver u oír algo...

—¿Crees que funcionará?

Erin sonríe.

—La CIA se alegraría mucho de poder contar con mis servicios.

Vuelvo a asentir.

—Vale, sí. Ve a hacerlo, Erin. Ve a ver qué está pasando.

Sale del despacho. Y yo vuelvo a lo mío, que por lo visto no es otra cosa más que desgastar la alfombra. Y pasarme la mano por el pelo tantas veces que se me pone de punta y parece que me haya alcanzado un rayo.

Erin vuelve algunos minutos después.

—Tiene la puerta cerrada y no he podido oír nada, pero he curioseado por el cristal. Están sentados junto a la mesa, el uno frente al otro. Él tiene la cabeza apoyada en las manos y ella lo está escuchando hablar. Tiene la mano sobre su rodilla.

Vale. Se está sincerando. Y Kate está siendo amable. Puedo soportarlo. Porque luego lo va a mandar a paseo, ¿verdad? Le va a decir que no, que ella ha pasado página, que ha encontrado a alguien mejor. ¿Verdad?

«¿Verdad?»

Por Dios, dadme la razón.

—Y ¿qué crees que debería hacer?

Erin se encoge de hombros.

—Lo único que puedes hacer es esperar. Y ver qué dice cuando acabe de hablar con él.

Nunca se me ha dado bien esperar. Por mucho que mis padres se esforzaran, yo nunca fui capaz de esperar hasta la mañana de Navidad para abrir mis regalos. Era como un Indiana Jones en miniatura, buscando y escarbando hasta que encontraba hasta el último paquete.

Es posible que la paciencia sea una virtud, pero no es una de las mías.

Erin se detiene junto a la puerta.

—Espero que todo salga bien, Drew.

—Gracias, Erin.

Y luego se va. Y yo espero. Y pienso. Pienso en la expresión de Kate cuando lloraba sentada a su mesa. Pienso en el ataque de pánico que le entró cuando vio a Warren en el bar.

¿Eso habrá sido todo cuanto he significado para ella? ¿Una distracción? ¿Un medio para conseguir un fin?

Empiezo a pasear de nuevo. Y a rezar. A un Dios con el que no he vuelto a hablar desde que tenía diez años. Pero ahora me pongo a hablar con él. Juro y prometo. Negocio y suplico, con fervor.

Para que Kate me elija a mí.

Pasados los noventa minutos más largos de mi vida, oigo la voz de Erin siseando a través del intercomunicador que tengo sobre el escritorio.

—¡Alerta! ¡Alerta! Kate a las nueve en punto.

Corro hacia mi mesa y tiro algunos bolígrafos y clips al suelo al acercarme. Enderezo el respaldo de la silla, me atuso el pelo y reparto algunos papeles por la mesa para que parezca que he estado trabajando. Luego inspiro hondo. «Contrólate.»

Empieza el espectáculo.

Kate abre la puerta y entra.

Está... normal. Es ella misma. En su expresión no se aprecia ni rastro de culpabilidad, ansiedad o preocupación alguna.

Se detiene delante de mi mesa.

—Hola.

—Hola.

Me obligo a sonreír con naturalidad a pesar del frenético ritmo de mi corazón, que late casi como el de un perro antes de ser sacrificado.

Debería intercambiar con ella un poco de conversación trivial para no parecer demasiado ansioso o interesado. Pero soy incapaz de conseguirlo.

—¿Cómo han ido las cosas con Billy?

Ella esboza una suave sonrisa.

—Hemos hablado. Nos hemos dicho algunas cosas que creo que los dos necesitábamos oír. Y ahora estamos bien. En realidad, estamos muy bien.

«Dios santo.» ¿Podéis ver la empuñadura del cuchillo que tengo clavado en el pecho? Sí, el que Kate acaba de retorcer. Han hablado, están bien, muy bien. Ha vuelto con él.

Joder.

—Eso es genial. Kate. Entonces, misión cumplida, ¿no?

Debería haber sido actor. Después de esto me merezco un maldito Oscar.

Ella frunce el ceño.

—¿«Misión»?

En ese instante suena mi móvil y me salva de esa pesadilla de conversación.

—¿Hola? —Es Steven. Pero Kate no lo sabe. Me esfuerzo para que mi voz suene fuerte y enérgica—. Hola, Stacey. Sí, nena, me alegro de que hayas llamado.

Siempre hay que golpear primero. ¿Os acordáis?

—Siento no haberte visto el sábado. ¿Que qué hacía? Nada importante, un pequeño proyecto que tenía entre manos..., algo que llevaba un tiempo intentando conseguir. Sí, ya he acabado. Al final ha resultado que no era tan bueno como pensaba.

Sí, mis palabras están calculadas. Sí, es muy probable que le estén haciendo daño. Y ¿qué esperáis que diga? Es de mí de quien estamos hablando. ¿De verdad pensabais que me sentaría y esperaría como un catatónico mientras Kate me daba la patada?

Ni de coña.

Ignoro la confusión de Steven al otro lado de la línea y fuerzo una carcajada.

—¿Esta noche? Claro, me encantaría verte. Vale, yo me ocupo del taxi.

¿Por qué me estáis mirando como si fuera yo el desalmado? Yo le he dado a Kate todo lo que tengo, todas mis virtudes. Y ella me las ha tirado a la puta cara. Yo le he abierto mi alma. Ya sé que suena a discurso de encoñado, pero es cierto. Así que no me miréis como si fuera el malo de la película porque por una vez no lo soy.

Yo la quería. ¡Dios! Yo la quiero. Y ahora mismo ese sentimiento me está matando. Me siento como un paciente de urgencias al que le acaban de abrir el pecho con un separador intercostal.

Al rato levanto la vista sin apartarme el teléfono de la oreja para mirar a Kate. Y por un segundo no puedo ni respirar. Pensaba que estaría enfadada, que quizá le hubiera decepcionado darse cuenta de que yo me había adelantado. Pero ésas no son las emociones que refleja su rostro.

¿Alguna vez habéis visto la cara que se le queda a alguien justo cuando lo golpean?

Yo sí. A Matthew, cuando éramos jóvenes. Y en alguna ocasión Jack no se ha movido lo bastante rápido después de pasarse con la mujer equivocada. Y después de recibir el golpe, ésa era la expresión que tenían. Sólo duró algunos segundos. Se les puso toda la cara blanca y palidecieron. Supongo que se debe a la sorpresa, como si la víctima no pudiera creerse lo que le está pasando.

Y ésa es la cara que tiene Kate.

Como si acabara de darle una bofetada en la cara.

¿Creéis que debería sentirme culpable? ¿Queréis que lo lamente? Pues es una pena. No puedo. No pienso hacerlo. Ella ha tomado su decisión. Ha elegido.

Por mí, como si se atraganta con ella.

Pongo la mano sobre el teléfono.

—Lo siento, Kate, tengo que contestar esta llamada. Nos vemos para comer, ¿de acuerdo?

Ella parpadea dos veces. Luego da media vuelta y sale de mi despacho sin decirme una sola palabra.