15
No os estaré aburriendo con todos estos detalles sórdidos, ¿verdad? Podría resumir todo el asunto limitándome a decir: Kate y yo estuvimos follando todo el fin de semana.
Pero eso no es nada divertido.
Y no tendríais una visión de todo el conjunto. Si os llevo por el camino largo puedo daros todos los pormenores. Y una visión global de cada pequeño detalle. Instantes que en aquel momento parecían insignificantes. Pero ahora que tengo la gripe sólo puedo pensar en ellos.
Cada minuto de cada día.
¿Alguna vez se os ha quedado una canción metida en la cabeza? Seguro que sí, le pasa a todo el mundo. Y quizá sea una canción bonita, quizá incluso sea vuestra canción preferida. Pero sigue siendo irritante, ¿verdad? Porque nadie quiere escucharla sólo en su cabeza, quiere escucharla por la radio o en un concierto en directo. Reproducirla en tu cabeza no es más que una imitación barata. Es una burla, un puto recordatorio de que no puedes escucharla de verdad.
¿Vais viendo adónde quiero llegar con esto?
No os preocupéis, enseguida lo veréis.
A ver, ¿dónde estaba? Ah, sí, sábado por la noche.
—Esta almohada es perfecta.
Acabamos de pedir comida italiana y estamos esperando a que nos la traigan. Kate está sentada en mi sofá entre un oasis de cojines y mantas. Y tiene una almohada en el regazo.
—¿Es perfecta?
—Sí —dice—. Soy muy exigente con las almohadas. Y ésta es perfecta. Ni demasiado plana ni demasiado gruesa. Ni muy firme ni muy blanda.
Sonrío.
—Me alegro de saberlo, ricitos de oro.
Hemos decidido ver una película. La televisión a la carta es el segundo gran invento de nuestro tiempo. Evidentemente el primero es la televisión de plasma. Cojo el mando a distancia mientras Kate busca algo en su bolso.
¿Os he dicho que seguimos desnudos? Pues lo estamos. Mucho. Es liberador.
Divertido.
Todas las zonas interesantes están al alcance. Y la vista es fantástica.
Cuando me vuelvo en dirección al sofá, un aroma que empieza a resultarme familiar asalta mis orificios nasales. Dulce y floral. Azúcar y primavera. Miro a Kate y la veo echándose crema en los brazos. Le quito el frasco como si fuera un perro haciéndose con un hueso.
—¿Qué es esto?
Me llevo el bote a la nariz e inspiro hondo. Luego me dejo caer entre los almohadones al tiempo que exhalo un suspiro de satisfacción.
Ella se ríe.
—No resoples. Es crema hidratante. No imaginaba que mi lucha contra la piel seca te afectaría tanto.
Miro el frasco. Vainilla y lavanda. Vuelvo a inspirar hondo.
—Huele a ti. Cada vez que estás cerca de mí, hueles a... como un ramillete de rayos de sol espolvoreado con azúcar moreno.
Vuelve a reírse.
—Vaya, Drew, no sabía que fueras poeta. William Shakespeare estaría celoso.
—¿Es comestible?
Esboza una mueca.
—No.
Qué pena. Me la habría echado en la comida como si fuera salsa holandesa. Supongo que tendré que conformarme con poder degustarla sobre la piel de Kate.
Y, ahora que lo pienso bien, esa opción es mucho mejor.
—También hay gel de baño. Como veo que te gusta tanto, lo compraré.
Es la primera referencia que hace a una próxima vez. Un encuentro más adelante. Un futuro. Y, a diferencia de lo que me sucedía con mis anteriores ligues, la idea de un segundo asalto con Kate no me provoca indiferencia ni irritación. Al contrario, me siento ansioso y excitado ante la perspectiva.
Me la quedo mirando un momento y disfruto del extraño placer que siento con tan sólo observarla. Podría dedicarme profesionalmente a mirar a Kate Brooks.
—Bueno, ¿qué? —pregunta—. ¿Ya hemos decidido qué película vamos a ver?
Se acomoda contra mí y mi brazo la rodea con naturalidad.
—Estaba pensando en Braveheart.
—Uf. ¿Qué pasa con esa película? ¿Por qué todos los hombres son adictos a ella?
—Pues por el mismo motivo que todas las mujeres son adictas al maldito Diario de Noa. Ésa es la que ibas a sugerir tú, ¿a que sí?
Ella intenta esconder una sonrisa, y deduzco que he acertado.
—El diario de Noa es muy romántica.
—Es una mariconada.
Kate me golpea en la cara con la almohada perfecta.
—Es dulce.
—Es repugnante. Tengo amigos homosexuales que consideran que esa película es demasiado gay para ellos.
Ella suspira con aire soñador.
—Es una historia de amor, una historia muy bonita. Me encanta eso de que todo el mundo intente separarlos pero luego, años después, se acaben encontrando de nuevo. Era el destino.
Pongo los ojos en blanco.
—¿El destino? Por favor. El destino es un puto cuento de hadas, cariño. Y el resto de la película es otro montón de basura. La vida real no tiene nada que ver con eso.
—Pero es...
—Por eso hay tantos divorcios. Porque esa clase de películas llenan las mentes de las mujeres de expectativas irracionales.
Y pasa lo mismo con las novelas románticas. Una vez Alexandra estuvo a punto de arrancarle la cabeza a Steven porque me pidió prestado uno de mis Playboy. Y, sin embargo, cada verano, la Perra pasa horas tumbada en la playa con sus noveluchas semipornográficas.
Sí, he dicho pornográficas. Porque es lo que son.
Y ni siquiera es porno del bueno: «Él dirigió su miembro hacia los cremosos pétalos del centro de su feminidad...».
¿Quién narices habla así?
—Los hombres de verdad no piensan como Nolan o Niles, o comoquiera que se llame ese tonto del culo.
—Noa.
—Y cualquier hombre que tenga una habitación en su casa para una tía que lo dejó, o que sea capaz de esperar años para que esa misma tía aparezca en su puerta sabiendo que está con otro, no es un hombre de verdad.
—Y ¿qué es?
—Una enorme vagina peluda.
¿Ha sido demasiado ordinario?
Me temo que sí.
Hasta que Kate se tapa la boca con las manos y se deja caer sobre el sofá convulsionándose a causa de un ataque de risa.
—Oh, Dios mío. Eres un cerdo. ¿Cómo se te pueden ocurrir esas cosas?
Me encojo de hombros.
—Sólo le pongo nombre a lo que veo. No pienso disculparme por ello.
Deja de reírse, pero sigue sonriendo.
—Vale, nada del Diario de Noa.
—Gracias.
Entonces se le ilumina la cara.
—Oohh, y ¿qué me dices de El reportero: La leyenda de Ron Burgundy?
—¿Te gusta Will Ferrell?
—¿Me tomas el pelo? ¿Has visto Patinazo a la gloria?
Es una de mis favoritas.
—Es un clásico.
Entonces Kate hace ondear sus cejas y cita con destreza:
—«¿Sabes cómo aliviar una quemadura? Ponle nata encima.»
Yo me río.
—Dios, me encan...
Y me atraganto.
Y toso.
Y carraspeo.
—Me encanta esa película.
Me peleo un rato con el mando a distancia y nos tumbamos en el sofá mientras empieza El reportero.
Vale, no os volváis locos. Vamos a relajarnos un momento, ¿de acuerdo? Sólo ha sido un error. Un lapsus. Nada más.
Mi lengua está muy estresada estos días, así que me parece normal.
Después de comer seguimos viendo a Ron Burgundy tumbados uno sobre el otro en el sofá. Kate tiene la espalda apoyada sobre mi pecho. Vuelvo a tener la cara enterrada en su pelo e inspiro ese aroma al que empiezo a ser adicto. Entro y salgo de breves períodos de sueño. La risa de Kate vibra contra mi pecho cuando me pregunta:
—¿Eso era lo que pensabas de mí?
—¿Mmm?
—Cuando empecé a trabajar en el despacho. ¿Pensaste que yo era una mujer escorpión?
Se está refiriendo a una frase que Will Ferrell acaba de decir en la película. Yo esbozo una sonrisa soñolienta.
—Yo... Cuando te vi por primera vez aquel día en la sala de juntas me caí de culo. Y después de eso sabía que ya nada sería lo mismo.
Debe de haberle gustado mi respuesta, porque un minuto después contonea las caderas contra mí. Y mi semierección se desliza entre sus nalgas.
No me importa lo exhausto que pueda estar un hombre, como si termina de salir de un turno de treinta y cinco horas cargando sacos de arena. El movimiento que acaba de hacer Kate siempre conseguirá espabilarlo.
Mis labios encuentran su cuello mientras deslizo la mano por su estómago.
—Dios, Kate, no puedo dejar de desearte.
Esto está empezando a ser ridículo, ¿no creéis?
Noto cómo se le acelera la respiración. Se vuelve y nuestros labios se encuentran. Pero antes de seguir adelante la curiosidad se apodera de mí y me retiro.
—¿Qué pensaste tú de mí la primera vez que nos vimos?
Ella levanta la vista al techo mientras piensa su respuesta. Luego sonríe.
—Bueno, la primera noche en el REM pensé que eras... letal. Irradiabas sexo y encanto. —Sus dedos repasan el contorno de mis labios y mis cejas—. Esa sonrisa, tus ojos..., deberían ser ilegales. Ha sido la única vez en todos los años que estuve con Billy que he deseado ser soltera.
«Vaya.»
—Y luego, cuando ya estaba en la oficina, oí cómo las secretarias contaban que te acostabas con una chica distinta cada fin de semana. Pero algunos días después empecé a darme cuenta de que había mucho más. Eres brillante y divertido. Protector y encantador. Brillas con mucha fuerza, Drew. Todo lo que haces, cómo piensas, las cosas que dices, tu forma de moverte..., resulta cegador. Me siento afortunada de poder estar cerca de ti.
Me he quedado sin habla.
Si cualquier otra mujer me dijera algo así, estaría de acuerdo con ella. Le diría que sí y que tiene suerte de poder estar conmigo, porque soy el mejor entre los mejores. No hay nadie mejor. Pero ¿viniendo de Kate? De alguien cuya mente envidio, cuya opinión admiro de verdad. Sencillamente no tengo palabras. Así que vuelvo a dejar que sean mis acciones las que hablen.
Mi boca se posa sobre la suya y mi lengua suplica que la deje entrar. Sin embargo, cuando intento que nos demos la vuelta para ponerme encima, Kate tiene otras ideas. Me empuja los hombros hasta que estoy tumbado. Luego comienza a deslizar la boca por mi mandíbula y por mi cuello para dibujar un ardiente camino por mi pecho y mi estómago. Trago saliva con fuerza.
Me coge la polla con la mano y empieza a acariciarla muy despacio. Ya estoy duro como el acero. Ya la tenía dura cuando empezó a hablar.
—Dios mío, Kate... —Abro bien los ojos y la observo desde arriba mientras ella se humedece los labios y se mete mi polla en la boca—. Joder...
Se traga toda mi longitud y succiona con fuerza mientras se retira muy despacio. Luego repite el mismo movimiento.
Tengo bastante experiencia por lo que al sexo oral se refiere. Para un hombre es la forma más conveniente de sexo. Sin preocupaciones y poco esfuerzo. Por si alguna de vosotras no lo ha hecho nunca, dejadme que os diga un pequeño secreto: una vez tengáis la polla de un tío en la boca, estará tan contento que en realidad importa muy poco lo que hagáis después. Aunque, dicho esto, cabe añadir que existen ciertas técnicas que mejoran mucho el tema.
Kate me acaricia con la mano mientras aumenta la succión en la punta con su cálida boquita.
Como por ejemplo ésa.
Hace girar la lengua sobre la punta como si estuviera lamiendo un chupa-chups. ¿Dónde narices ha aprendido eso? Yo gimo con impotencia y me agarro a los cojines del sofá. Ella me engulle entero hasta que alcanzo el final de su garganta, y luego lo repite una segunda vez. A continuación comienza a hacer movimientos más rápidos y me acaricia con la mano y con la boca.
Es magnífico. Me la han chupado las mujeres más expertas de Nueva York. Y juro por Dios que Kate Brooks tiene la técnica de una estrella del porno.
Intento quedarme quieto porque soy consciente de que ésta es su primera vez, pero es muy difícil. Y entonces desliza las manos por debajo de mi cuerpo, las posa sobre mis nalgas y me anima a moverme hacia arriba. Acompaña el movimiento de mis caderas de arriba abajo al tiempo que me empuja dentro y fuera de su boca. «Cielo santo.» Aparta las manos, pero mis caderas siguen moviéndose en cortas y profundas embestidas.
Estoy a punto de llegar al orgasmo, pero yo siempre aviso. Si un tío no os avisa, dejadlo. Es un capullo.
—Kate, nena. Yo..., si no te apartas..., Dios, voy a...
Por lo visto, en este momento soy incapaz de formular una frase coherente. Pero creo que Kate ha captado el mensaje.
Y aun así no se aparta. No para. Bajo la mirada justo cuando ella abre los ojos y mira hacia arriba. Y eso me mata. Éste es el momento con el que he fantaseado desde la primera vez que la vi. Esos enormes ojos de cervatilla mirándome mientras mi polla se desliza por entre sus perfectos labios. Gimoteo su nombre y le lleno la boca con mi placer. Kate gime y se lo traga con avidez.
Tras lo que parece una eternidad, empiezo a relajarme. ¿Sabéis lo que se siente al salir de un jacuzzi? Sí, esa sensación de que todo tu cuerpo es de pura gelatina. Pues así estoy yo en este preciso instante.
Cuando tiro de ella hacia arriba para besarla, me cuesta respirar y sonrío como el tonto del pueblo. A algunos hombres les da asco besar a una mujer después de haberse corrido en su boca. Yo no soy uno de ellos.
—¿Cómo narices has aprendido a chuparla de esa forma?
Kate se ríe al percibir el asombro en mi voz y se deja caer sobre mí.
—Delores estuvo saliendo con un tío en la universidad. Era un fanático del porno. Siempre se estaba dejando películas en nuestra habitación. Y, de vez en cuando, veía alguna.
Por favor, recordadme que la próxima vez que vea a Delores Warren me ponga de rodillas y le bese el culo.
Cuando acaba la película, Kate y yo decidimos hacer un maratón de Will Ferrell. Cuando vamos por la mitad de Patinazo a la gloria suena mi teléfono. Seguimos en el sofá, tumbados el uno al lado del otro, y no tengo ganas de levantarme. Y, ya que estamos, tampoco tengo ningunas ganas de hablar con nadie que no esté aquí ahora mismo.
Dejo que salte el contestador. La voz de Jack resuena por el salón. Grita por encima de un ruido atronador de música de fondo.
—¡Drew! ¡Drew, coge el teléfono! ¿Dónde coño estás? —Aguarda un momento y supongo que comprende que no voy a contestar—. ¡Tienes que salir esta noche, tío! Estoy en el Sixty-Nine y aquí hay alguien que quiere verte.
Lo que oigo no suena bien. Empiezo a incorporarme; mis instintos masculinos me gritan que desconecte el contestador. Pero no llego lo bastante rápido, y una sensual voz femenina sale de la caja de Pandora.
—Dreeeeewwwww, soy Staaaaaacey. Te he echado de menos, cariño. Quiero volver a subirme a un taxi contigo. ¿Recuerdas aquella noche cuando te la chupé tan...?
Mis manos aplastan el botón de apagado.
Luego miro a Kate de reojo. Tiene los ojos pegados a la televisión y una expresión indescifrable en el rostro. Probablemente debería decir algo. ¿Qué narices debería decir? ¿«Lamento que haya llamado uno de mis rollos»? No, por algún motivo creo que ese comentario no sería muy bien acogido.
Hace ademán de ponerse de pie.
—Creo que debería irme.
«Mierda. Puto Jack.»
Kate se levanta agarrando mi almohada para taparse.
Ésa no es una buena señal. Hace una hora me estaba acercando el sexo a la cara y ahora ni siquiera quiere que se lo vea.
«Maldita sea.»
Pasa por delante de mí de camino al dormitorio. Incluso a pesar de tener el estómago encogido, no puedo evitar admirar el balanceo de su firme trasero cuando pasa de largo. Como era de prever, mi polla se alza como Drácula levantándose de su ataúd.
Cuando tenía diez años, teníamos un perro. Intentaba montarse cualquier cosa, desde la pierna de la asistenta a la cama de barrotes de mis padres. Era insaciable. Mis padres se morían de vergüenza cada vez que venía alguna visita. Pero ahora me doy cuenta de que no era un mal perro. No era culpa suya.
Estoy contigo, Fido.
Suspiro y me dispongo a seguir a Kate. Cuando llego a la habitación ya lleva la falda puesta y se ha abrochado la blusa. No me mira cuando entro.
—Kate...
—¿Sabes dónde está mi otro zapato? —Sus ojos se posan sobre el suelo, la cama, en cualquier lado menos en mí.
—Kate...
—Quizá esté debajo de la cama.
Se arrodilla.
—No tienes por qué irte.
No levanta la mirada.
—No quiero interponerme en tus planes.
¿Quién tiene planes? El único plan que tenía era el de darme un festín en el jugoso bufet que esconde entre sus muslos. Otra vez.
—Yo no...
—No pasa nada, Drew. Ya sabes, ha sido agradable...
¿Agradable? ¿Está diciendo que lo que hicimos anoche y durante todo el día de hoy —en el dormitorio, en la cocina, en la ducha, contra la pared del pasillo— es agradable? ¿Es una broma?
Debe de haber visto la cara que he puesto, porque se detiene a media frase y enarca una ceja.
—Perdona, ¿he elegido un mal adjetivo? ¿He insultado tu frágil ego masculino?
Yo tartamudeo indignado.
—Pues... sí.
—Y ¿qué palabra prefieres?
Para vuestra información, sigo desnudo, y si la posición de mi polla sirve de algo, no hace falta ser Einstein para imaginar lo que preferiría en este momento.
—¿Formidable, extraordinario, incomparable? —Acentúo cada palabra con un depredador paso en su dirección.
Ella responde a mi impulso caminando nerviosamente hacia atrás hasta que su culo golpea contra mi cómoda. Le sonrío con suficiencia.
—Eres una de las licenciadas con mejores notas del país. Mi honor exige que encuentres un calificativo mejor que agradable.
Kate se me queda mirando el pecho fijamente un segundo. Luego me mira a los ojos. Está seria.
—Debería irme.
Intenta pasar por mi lado, pero yo la agarro del brazo y tiro de ella.
—No quiero que te vayas.
No, no me preguntéis por qué. No pienso contestar. Ahora no. Estoy concentrado en este momento, en ella. El resto no importa. Kate mira la mano con la que le he agarrado el brazo y luego me mira a mí.
—Drew...
—No te vayas, Kate. —La cojo, la siento sobre la cómoda y me coloco entre sus piernas—. Quédate. —Le beso el cuello y le mordisqueo la oreja. Ella se estremece y yo susurro—: Quédate conmigo, Kate. —La miro a los ojos—. Por favor.
Ella se muerde el labio. Luego esboza una lenta sonrisa.
—Vale.
Le devuelvo la sonrisa. Y entonces poso la boca sobre sus labios. El beso es largo, lento y profundo. Le levanto la falda y le acaricio la piel de los muslos con los dedos. Aún no lleva ropa interior.
Es imposible no tener debilidad por los accesos fáciles.
Me arrodillo delante de ella.
—¿Drew...? —Su forma de decir mi nombre está a caballo entre una pregunta y un gemido.
—Silencio. Voy a superar eso de agradable. Necesito concentrarme.
Y ya no volvemos a intercambiar una sola palabra coherente durante el resto de la noche.