PRÓLOGO
Tras despertar, estuvo pensando largo tiempo.
No había ninguna esperanza. Y cuando no había esperanza, uno tenía dos opciones: desesperarse o vengarse. Los cobardes y los inútiles se desesperaban. Él se vengaría.
Venganza. La palabra en sí le daba fuerzas.
Pero debía andarse con cuidado, actuar con astucia. Había cosas que no sabía, cosas que no podía recordar.
Se acordaba de las palabras, pero no de dónde procedían, quizá de algún libro antiguo. No importaba; las hizo suyas: «Mía es la venganza».
Si no hubiera perdido el corazón, estas palabras habrían estado grabadas en él:
«Mía es la venganza».
«Mía es la venganza».
«Mía es la venganza».