14

Eran casi las seis cuando Ivy dejó a Guy en Nickerson. Al llegar al aparcamiento del hotel, observó un coche deportivo amarillo chillón aparcado al lado del Jeep de Kelsey y del Audi de Dhanya. Como oía voces procedentes de la cabaña, Ivy miró si tenía algún mensaje antes de tomar el sendero que conducía hacia allí. Will le había escrito que los nuevos amigos de Dhanya y Kelsey iban a ir para hacer una comida al aire libre: «¿XK N T PSAS X AKI N ALGN MMNTO?», había añadido. Su preocupación se había convertido en sarcasmo, y, en cierto modo, a Ivy eso le parecía más fácil de manejar.

Al acabar el camino, vio que la barbacoa había comenzado ya. Habían sacado una vieja mesa de banquetes del cobertizo de tía Cindy y la habían cubierto con un mantel de cuadros. Habían tomado prestadas varias sillas más del porche del pequeño hotel. Will estaba removiendo las brasas de la parrilla y la miró mientras ella se acercaba. «Qué detalle aparecer», señaló, y siguió trabajando.

Beth puso varios cuencos grandes con galletas saladas y patatas fritas a lo largo de la mesa, y regresó a la cabaña como si no la hubiera visto.

—Eh —la saludó Ivy.

Beth apenas se volvió para mirarla y luego dirigió la vista hacia Will, lo cual molestó a Ivy. Era como si lo único que importara fueran los sentimientos de Will.

—Hola, nena. ¿Dónde has estado? —canturreó Kelsey. Ella y un chico de cabello oscuro estaban instalando una red de bádminton.

—Por ahí —contestó Ivy—. Parece que llego justo a tiempo.

—Así es, ¡y a ti te ha tocado el servicio de limpieza!

Ivy se echó a reír. Por una vez se alegraba de tener cerca a una juerguista de voz fuerte y firme. Desde luego, compensaba la gélida bienvenida de Beth y Will.

—Las latas están en la nevera. Nada espectacular —dijo Kelsey señalando con la cabeza hacia el hotel. Como la tía Cindy no estaba en casa, Ivy supuso que se refería a bebidas sin alcohol.

—Vuelvo en seguida —repuso Ivy, y entró en la cabaña.

Dhanya estaba en la cocina batiendo los ingredientes para preparar una salsa y, al moverse, los brazaletes de oro, plata y cobre que adornaban su brazo tintineaban. Un muchacho se relajaba en una silla de la cocina mientras la veía cocinar. Tenía que ser Max, pensó Ivy, fijándose en su camisa. Era de seda hawaiana, y su llamativo estampado floral en azul mar y verde lima contrastaba con el tono monocromo del resto del chico: piel morena, cabello marrón desvaído y, como observó Ivy cuando Max se volvió para mirarla, ojos castaño claro, casi ámbar. El muchacho sonrió; su hilera de dientes de un blanco inmaculado resplandecía sobre la coloración beige de su persona.

—Max Moyer —se presentó, tendiéndole la mano.

—Ivy Lyons —dijo ella, acercándose a él, divertida por que le hubiera ofrecido estrecharle la mano pero no se hubiera movido de su asiento, donde estaba con el pie apoyado en la rodilla con gesto desenfadado.

Al mirar hacia abajo, Ivy reconoció la marca de sus zapatos náuticos. Eran los mismos que llevaba Gregory.

—He oído hablar mucho de ti —dijo Max.

—¿Y cuánto de lo que te han dicho crees que es cierto? —inquirió ella.

Su rápida respuesta pareció pillarlo desprevenido. Ivy sonrió y, un instante después, Max correspondió a su sonrisa.

—Todo. Dhanya no me mentiría.

Dhanya lo miró, pero no hizo ningún comentario.

—Aun así —repuso Ivy—, sólo deberías creer las cosas buenas.

Se volvió hacia Dhanya.

—Hola. ¿Qué estás preparando?

—Queso crema con eneldo —respondió Dhanya.

Y, tras sumergir una cuchara limpia en la mezcla, se la tendió a Ivy.

—Mmm. Creo que me sentaré donde pongas este cuenco.

—¿Puedo probar? —Max mojó una galleta salada en la salsa—. ¡Delicioso! —exclamó, y, acto seguido, hundió su galleta mordida en el cuenco común.

Dhanya le dirigió a Ivy una mirada, meneó la cabeza y, con aire molesto, limpió la parte donde él acababa de servirse.

Intentando no reírse ni de Dhanya ni de Max, Ivy se dirigió escaleras arriba a ponerse una camiseta y un short limpios.

Cuando se unió a los demás en el exterior, Max estaba de pie junto a Will, observando cómo éste ponía las hamburguesas en la parrilla.

—¿No piensas unirte a una asociación estudiantil? —le estaba preguntando a Will con los ojos como platos por la sorpresa—. ¿Qué vas a hacer todo el día? Te morirás de aburrimiento.

—Ya pensaré en algo. Estudiar, por ejemplo.

—Pero ¿cómo vas a conocer gente? —insistió Max—. Facebook está bien, pero las asociaciones estudiantiles son el crisol de Estados Unidos.

Will rió.

—Nunca lo había mirado así.

Beth estaba sentada a escasos metros de ellos, escuchando. No era extraño que, en los acontecimientos sociales, Beth se quedara observando en silencio, tomando nota mental de cosas, recopilando feliz diálogos y detalles para sus relatos. Pero la parte «feliz» brillaba por su ausencia, pensó Ivy estudiando la cara de su amiga. Parecía más bien que Beth estuviera empollando para un examen.

—¿Quiere alguien jugar al bádminton con nosotros? —gritó Kelsey.

—Os lo tomáis demasiado en serio para mí —respondió Ivy, llevándose un refresco al columpio. Dusty la siguió, y ella levantó las manos para que el gato pudiera saltar a su regazo.

—Y para mí —intervino Max—. Yo sólo me enfrento a Bryan en los videojuegos.

El rival de Kelsey, que era de altura media pero de constitución recia, señaló a su amigo, levantó los codos y se puso a cacarear como una gallina.

Max le ignoró con un encogimiento de hombros.

—Entonces, dejémoslo. Tengo sed, de todos modos —le dijo Bryan a Kelsey. El chico echó a andar hacia la nevera portátil y rebuscó entre los pedazos de hielo—. ¿No hay Red Bull?

—Sólo Mountain Dew y Coca-Cola —contestó Dhanya.

Max brindó por Dhanya con su lata y le dijo a Bryan:

—Ésta es una reunión con clase.

—En tal caso, por lo menos deberíamos tomar vino —murmuró Bryan, cogiendo una Coca-Cola. Se sentó en el columpio junto a Ivy, lo que provocó que el gato saltara de sus rodillas y se marchara.

—A mí también me gustas, gatito —le dijo Bryan a Dusty. A continuación se volvió hacia Ivy—. ¿Y tú eres…?

Kelsey soltó un resoplido.

—Ya sabes quién es.

—Ivy —le aclaró Max a su amigo.

—El amorcito de Will —añadió Kelsey.

—Bueno, eso limita mucho las posibilidades.

Ivy luchó contra el impulso de mirarlo con desdén.

—Encantada.

Tanto su constitución como su forma de moverse indicaban que Bryan era un buen atleta. Llevaba una camiseta con las palabras BOSTON UNIVERSITY estampadas en su sólido pecho y unos pantalones cortos con la insignia de la universidad. Su cabello, abundante y oscuro, y sus ojos verdes llamaban la atención. Su complexión irlandesa le confería un bronceado más rojizo que el de Max.

—Les estábamos hablando a Bryan y a Max de tu accidente —le dijo Kelsey a Ivy, acercando una tumbona al columpio—, les contaba que tu coche quedó totalmente destrozado y todo eso.

—Nunca lo habría dicho, viéndoos a Beth y a ti ahora. ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Bryan.

—Muy bien. Igual que antes.

Max se inclinó hacia adelante.

—¿Qué tipo de coche te echó de la carretera?

—Probablemente un Ferrari cuatro cinco ocho —bromeó Bryan—. Ése es el coche de Maxie. La gente que tiene un Ferrari conduce siempre como si la carretera fuera suya.

—Lo único que vi fueron los faros —explicó Ivy—, así que no tengo ni idea de qué coche era.

—¿Tenía el coche los faros bajos? —inquirió Max, tras rebañar el cuenco de salsa con su galleta salada a medio comer.

Ivy miró a Beth y contestó:

—Ninguna de las dos estaba pensando entonces en que después tendría que testificar. No nos fijamos en ese tipo de detalles.

Bryan asintió y le puso una mano en el brazo.

—Debió de ser una escena bastante espeluznante. —Kelsey, sentada frente a Ivy y a Bryan, puso un pie en el columpio que había entre ambos y añadió—: Me pregunto qué le pasaría a ese chico que estaba en el hospital cuando estabas tú, Ivy… Ya sabes, nuestro simpático amnésico local.

Con el rabillo del ojo, Ivy vio que Will se ponía tenso.

—¿Nuestro simpático amnésico local? —repitió Max.

—Sí, un tío que rescataron del mar en Chatham la misma noche que Ivy y Beth tuvieron el accidente.

—¡¿De verdad?! —preguntó Bryan con asombro. A continuación se volvió hacia Max—. ¿Crees que estuvo en nuestra fiesta?

—No —terció Kelsey—. Me habría acordado de él. Era guapísimo, incluso lleno de magulladuras. Tiene unos ojos increíblemente seductores.

El destello en los ojos de Bryan no había durado ni medio segundo, pero Ivy lo había visto. Kelsey había logrado pulsar su botoncito verde. Y el de Will. Pero Bryan supo disimular mejor su momento de celos; Will siguió poniendo mala cara.

—Yo de eso no tengo ni idea —intervino Dhanya—. Me pareció un tipo algo tenebroso.

—Amnesia —dijo Bryan, pensativo—. ¿Por qué no se me habrá ocurrido? «No lo sé, agente, nada de esto me parece familiar…». «No tengo ni idea, mamá…». «¿De verdad, cariño? No recuerdo nada». ¡Qué excusa tan estupenda!

Will se rió por lo bajo.

Ivy cambió de tema.

—¿Practicas algún deporte en la Universidad de Boston?

—Hockey.

—¿Ah, sí? —intervino Will, interesado—. Tienen un equipo fantástico.

—¿Cuánto tiempo hace que juegas al hockey? —inquirió Ivy.

—Ni siquiera recuerdo la primera vez que me puse un par de patines y agarré un palo de hockey. Creo que tenía seis meses.

Kelsey soltó una carcajada.

—Un niño prodigio. ¡Andaba a los seis meses!

Bryan le dirigió una sonrisa.

—Andar no, pero sí patinaba.

—¿Tu padre jugaba al hockey, quizá? —aventuró Ivy.

—Mi madre. Era de una familia de jugadores de hockey, todos los hermanos. Yo trabajo para mi tío, que es propietario de la pista de hielo de Harwich. Vengo al cabo todos los años para ayudarle con los campamentos de verano de hockey. Y me entreno, y así me mantengo en forma para la temporada.

—A las seis de la mañana está en la jodida pista, todas las mañanas a las seis —les dijo Max—, aunque tenga que irse de una fiesta y coger el coche para llegar hasta allí.

—Max exagera —protestó Bryan, volviéndose de nuevo hacia Ivy con una sonrisa de chico malo en la cara—, siempre me marcho de las fiestas sobre las cuatro y media, para poder echarme un sueñecito de una hora antes de pisar el hielo.

Ivy arqueó una ceja y Bryan se echó a reír con buen humor.

—Bueno, ¿qué te parecería venir a tomar unas cuantas clases? Clases particulares —añadió, arqueando una ceja—. Soy un buen maestro.

«Oh, oh», pensó Ivy.

—Ya no queda salsa —señaló Kelsey—. Te toca ir a por más, Ivy.

—Será un placer —repuso ella, y dejó libre su sitio en el columpio imaginando que encontraría a Kelsey sentada en él a su regreso.

Botoncitos verdes por todas partes.