17
—¿Sabes?, yo creía que eras como Doña Perfecta —le dijo Kelsey a Ivy la noche siguiente—. Y cuando salías con Will, erais como Don Perfecto y Doña Perfecta: la pareja del año.
—Siento desilusionarte.
—Bueno, ¿y qué te dijo exactamente? —preguntó Kelsey.
Se encontraban en el exterior de la cabaña y Kelsey hacía rebotar un volante de bádminton sobre una raqueta. Plonc, plonc, plonc.
—Lo que la gente suele decir cuando rompe —repuso Ivy.
—Algunos comentarios sarcásticos y acusaciones devastadoras —aventuró Kelsey—. Yo misma lo he hecho unas cuantas veces.
—En tal caso, no es preciso que te ponga al corriente.
—Lo superará —terció Kelsey, y señaló con la cabeza en dirección al granero—. Está recibiendo muchas muestras de comprensión.
Beth había cancelado su cita con Chase, y Dhanya había decidido que echaba muchísimo de menos ver la televisión. Ivy se imaginó a Will en su sofá cama mientras Beth y Dhanya, una a cada lado, lo sostenían por los codos como ángeles compasivos.
—¿Quieres jugar? —inquirió Kelsey, tendiéndole una raqueta de bádminton.
—Vale.
Pelotearon para calentarse, golpeando el volante y lanzándolo a un lado y a otro por encima de la red.
—Entonces, ¿estás saliendo con ese guapísimo chico misterioso? —preguntó Kelsey.
—¿Saliendo? No.
—Beth nos dijo que estabas con él cuando te olvidaste de tu cita con Will.
Ivy golpeó el volante cuando estaba a punto de tocar el suelo.
—Estaba ayudando a Guy a limpiar el sitio donde va a vivir.
—Beth no se fía de él.
Ivy no contestó.
—¿Sabes por qué? —interrogó Kelsey.
—No —respondió Ivy, y se lanzó a por el volante.
Kelsey pareció cambiar de estrategia: colocó el volante allí donde Ivy pudiera darle con facilidad, pensando tal vez que de este modo la animaría a ser más comunicativa.
—¿Qué piensas de Chase?
—En realidad no le conozco —contestó Ivy, reacia a compartir su opinión con alguien que probablemente no la guardaría para sí.
Kelsey se la quedó mirando.
—Bueno, para mí cinco minutos fueron más que suficientes. Es asqueroso.
—¿Asqueroso? —repitió Ivy, al tiempo que, con un amplio movimiento de la raqueta, golpeaba el volante con facilidad.
—Es un fanático del control —declaró Kelsey—. No hay cosa que deteste más que a un tío que intenta controlar a una chica.
Ivy dudó que algún chico hubiera logrado algo así con Kelsey.
—Beth nos habló de Tristan.
Ivy devolvió el servicio sin hacer ningún comentario.
—¡Yo no tenía ni idea! ¡No había conocido nunca a nadie a cuyo novio lo asesinaran!
Ivy golpeó el volante con fuerza.
—Ojalá hubiera conocido a Tristan y a Gregory —prosiguió Kelsey—. ¡El verano pasado debió de ser impresionante!
Ivy se quedó pasmada, ni siquiera trató de devolver el golpe. ¿Qué creía Kelsey que había sido el verano anterior? ¿Un reality de supervivencia?
—No pierdas de vista el volante —le aconsejó Kelsey—. Beth dijo que Will te apoyó mucho cuando Tristan murió.
—Así es. Nadie podría haber sido más amable.
—Pero amabilidad y pasión no son lo mismo —repuso Kelsey—. Y a nosotras nos gusta la pasión.
Ivy devolvió el servicio con un golpe apasionado.
—Kelsey, no des nada por sentado sobre mi relación con Will.
—No tendría que dar nada por sentado si tú me informaras primero.
A su pesar, Ivy se echó a reír.
—Beth dijo que ibais a encender una hoguera en recuerdo de Tristan en Race Point. ¿Podemos venir Dhanya y yo?
—No… no estoy segura de que la idea siga en pie.
—Sí, sigue en pie —la informó Kelsey—. Ésta es otra cosa que no entiendo: unos chicos que actúan con lealtad y consideración, hagas lo que hagas. Quiero decir, ¿qué están intentando demostrar?
Ivy dejó caer la raqueta.
—Ya he tenido bastante.
—Pero si aún no hemos empezado a llevar la cuenta de los puntos —protestó Kelsey.
Ivy asintió.
—Es el momento perfecto para que lo deje.
Quince minutos después, Ivy se deslizó por la puerta trasera de la cabaña y se dirigió en su coche a la playa de Pleasant Bay donde Will, Philip y ella habían pasado una tarde una semana atrás. Sentada en la arena, con el crepúsculo cada vez más profundo, cerca del grupo de árboles que Will había dibujado, recorrió sus recuerdos, intentando comprender por qué había tardado tanto en darse cuenta de que no podía darle a Will su corazón.
Se puso en pie y siguió la misma ruta que Philip y ella habían tomado, bordeando una lengua arenosa hasta llegar a una cueva. Como no había luna, la luz de las estrellas bañaba las tranquilas aguas. Ivy recordó la catedral de estrellas donde Tristan la había besado. Susurró su nombre y casi pudo oírle responder: «Amor mío». Casi. La voz que oía en su cabeza era un recuerdo, era consciente de ello: lo que había oído entonces había pasado de verdad. Y la diferencia entre entonces y ahora hacía que el encuentro con Tristan en el momento posterior al accidente se le antojara más real aún. Para Ivy, el abrazo era más real que los momentos más tangibles y ordinarios de su vida.
Pero si había sido Tristan, ¿tendría Lacey razón acerca de las consecuencias? «Caer seriamente en desgracia», ¿qué querría decir eso? ¿Y qué presencia maligna percibía Beth? ¿Era posible que Gregory regresara?
—Lacey. Lacey Lovitt. Tengo que hablar contigo —llamó Ivy.
Se sentó a la orilla del agua, observando, esperando. Pasaron los minutos. Al otro lado de la bahía, el borde amarillo de la luna asomaba por encima de una estrecha franja de playa.
—¡Tienes el don de la oportunidad!
Al ver el resplandor morado, Ivy se levantó.
—Hola, Lacey.
—¿Y ahora qué pasa? ¿Otra visión beatífica? ¿Ivy bailando con las estrellas?
Ivy contempló al ángel girar sobre sí mismo mientras su halo morado bailoteaba frente a la luna suspendida a escasa altura del suelo, y luego le respondió:
—Beth está soñando cosas.
—¿Beth…? ¿La radio?
«Radio» era la palabra que Lacey utilizaba para referirse a una persona que estaba abierta «al otro lado», a una médium natural.
—Sí —respondió Ivy, y le contó el sueño.
—¿Cuándo lo soñó por primera vez?
—No estoy segura. Hace un par de domingos, cuando celebramos una sesión de espiritismo…
—¡Una sesión de espiritismo! —exclamó Lacey—. La radio debería tener más cuidado.
Ivy describió lo sucedido, incluido el extraño modo en que el señalador se había movido describiendo círculos en sentido contrario al de las agujas del reloj, y cómo les había resultado imposible hacer que fuera más despacio.
—¿Y esto sucedió antes de que tuvieras el accidente?
Ivy hizo memoria.
—Unos cuantos días antes.
—Increíble. ¡Increíble! ¿Es que no tenéis cerebro? ¿Es que la radio no tiene ni un ápice de sentido común? ¿Cómo se le ocurre abrir un portal así al otro lado? ¿Acaso sois tan narcisistas que creéis que sólo estáis rodeadas de ángeles buenos?
—Yo… no… Jamás se me ocurrió… que podíamos haber dejado entrar…
—Invitado —la corrigió Lacey—. Llamado por señas, es como si hubierais pedido un taxi para…
—Algo maléfico.
—Algo maléfico —confirmó Lacey.
Ivy se agachó y trazó en la arena un círculo en sentido contrario al de las agujas del reloj, luego otro, y otro más. Una mano con las uñas pintadas de púrpura le agarró el brazo.
—¡Para!
—¿Es posible que Gregory haya vuelto como demonio? —inquirió Ivy.
—Evidentemente, faltaste mucho a catequesis. Todo es posible con el Director Número Uno.
Ivy se puso en pie y caminó por la cueva hacia el borde del agua.
—Pero ¿por qué querría volver Gregory? —caviló para sí.
—Venganza, asesinato, mutilación… —sugirió Lacey.
Eso era lo que pensaba Beth: «Si es Gregory, necesitarás todo el poder del cielo para protegerte».
—Para vengarse de mí —dijo Ivy—. Pero ¿cómo podría hacerlo?
Lacey respondió con un suspiro profundo y teatral.
—Piensa un poco, chavala. Estoy segura de que no eres tan ingenua como pareces. ¿Cómo volvió Tristan?
—Se introducía en la mente de las personas. Conectaba sus pensamientos a los nuestros y entraba. Le oíamos como si tuviéramos una voz en la cabeza, Beth, Will, Philip y, por último, yo.
—Y, más adelante, Eric y Gregory, a pesar de que le aconsejé que no entrara en sus retorcidas mentes.
Ivy sintió como si una mano helada hubiera tocado la suya.
—¿Gregory podría poseer a una persona?
—Damas y caballeros —dijo Lacey dirigiéndose a su público imaginario—, la chavala está empezando a comprender.
—¿Podría entrar en la mente de alguien y hablar?
—Persuadir —terció Lacey en voz baja—. Tentar.
Ivy se estremeció.
—Como tal vez recuerdes —añadió Lacey—, Gregory podía torturar y tentar incluso cuando estaba vivo.
—¿Podría forzar a alguien a hacer algo?
—¿Quién necesita forzar cuando la gente es tan crédula, tan fácil de engañar y de convencer? No mencionaré ningún nombre, por supuesto.
—Y nosotras, ¿cómo podemos combatirle?
—¿Nosotras? —El fulgor morado de Lacey comenzó a alejarse de Ivy—. Cuando trabajaba en el cine hice algunas películas de terror, pero en ésta no soy protagonista. Estás sola.
—¿Cómo podemos luchar contra él mis amigos y yo?
—Estoy segura de que se te ocurrirá algo. O tal vez se le ocurra a la radio. Tengo un consejo que daros: tened cuidado, no confiéis en nadie.
Ivy se mordió el labio.
—Mira, chavala, siento que estés metida en este follón, pero ahora mismo tengo mucho que hacer. Creo que he encontrado mi auténtica misión, y voy corta de tiempo. Tengo que poner fin a estas apariciones especiales.
Lacey casi había desaparecido cuando Ivy preguntó:
—Pero ¿y si Tristan hubiera regresado para protegerme de Gregory?
Sus palabras tuvieron el efecto deseado:
—¡¿Qué?! —exclamó Lacey.
—He visto las señales. Tristan está conmigo, tal como me prometió.
Ivy sintió que una fuerte mano la anclaba al borde de la bahía.
—Ésa es una idea ridícula. Si Tristan estuviera aquí, yo lo vería.
Lacey tenía razón. ¿Por qué no lo percibía? ¿Estaría escondiéndose Tristan dentro de Guy? ¿Escondiéndose de qué?
—Ivy, si Tristan te dio el beso de la vida —le advirtió Lacey—, está metido en un buen lío. No intentes ponerte en contacto con él. No le tientes más. Ya conseguiste que lo mataran. No lo condenes para siempre.