Aves Raras III: Eduardo J. Carletti

José Altamirano

Hoy tenemos un bocadillo especial, pichón de ave rara que todavía dudas en probar la consistencia de tus alas: rotisaremos a Eduardo Carletti en su doble papel de escritor y editor.

Pero antes, una aclaración. Si entras a faltar en la nota los comentarios caricaturescos, con cierto tufillo a cargada, que me permito por la amistad que me une a los entrevistados, eso se debe a que con los jefes yo no me meto.

Tal vez alguno me llamará obsecuente y otro me señalará con el vulgarismo con que se define al conocido compuesto de látex, protección utilizada durante a relación carnal. No me importa, yo con los jefes guardo las distancias.

Ahora (y que esto quede entre nosotros), la verdad es que Eduardo tiene menos sentido del humor que una lápida de cementerio. Y además, es el que maneja las tijeras.

Antes de adentrarnos en el personaje que nos ocupa, recuerda que en la nota anterior hablé de la “sensación de maravilla” que la ciencia-ficción —y la literatura en general— nos regala cuando encontramos una idea original o la visión plena de sugerencias que se logra con la frase justa en el momento justo. Un estallido de imágenes y conceptos evocados por la magia de un conjunto de palabras que pinta un cuadro que el lector ajusta a la medida de su imaginación.

Tal “sensación de maravilla” dependerá, obviamente, de tus gustos como lector. Algo, un párrafo, que a un lector pasará desapercibido, a otro lo obligará a señalar la página del libro, desenfocar la mirada y recrear la escena mental disparada por la lectura. Leerá nuevamente el párrafo productor de la sensación y lo más probable es que, por el momento, no siga adelante con la lectura.

Debido a mis gustos de lector, Carletti ha sido un constante disparador de estas sensaciones. Me remito a un cuento corto que te aconsejo leas: “Pajarito Testigo Involuntario de Máxima Singularidad Desnuda de Todos los Tiempos”, donde hay un universo que no es el que conocemos. Hay seres que “mentean” en lugar de hablar y hay planos y dimensiones extrañas. Hay una tecnología sugerida e irreal y hay niños que tienen por mascotas a pajaritos rizados.

Hay una travesura infantil con un artilugio capaz de alterar el tiempo y está la masa de un niño que se traslada un microsegundo al pasado… para volver al presente y encontrarse con un niño que se está disparando a sí mismo un microsegundo al pasado… Con la masa de dos niños que retornan a un presente donde la masa de un niño se está disparando un microsegundo atrás, al pasado… Con la masa de tres niños que retornan al presente y encuentran la masa de un niño en el acto de dispararse…

La imagen de la masa total del Universo desplomándose sobre sí misma en ese microsegundo, provocando la explosión que dará fin al Universo conocido y a la creación de otro, desbordó mi imaginación y pasé largo rato degustando tan original enfoque del “Big Bang”. Despertar, aunque más no sea en un solo lector, esa sensación de maravilla, debe ser tu meta, pichón. Tu premio y también tu salario de escritor.

¿Qué tal si vamos al grano? Primero, como corresponde, te presento a la estrella invitada.

Eduardo se acerca al medio siglo de vida y vive en Ituzaingo con Gladys, su esposa. Tiene un hijo de 19 años y una hija de 15, frutos de un matrimonio anterior y muchos lo pensamos ingeniero por la solidez de las bases científicas que apuntalan su trabajo y sus escritos.

En realidad, cursó la secundaria en electrónica y no quiso seguir una carrera universitaria, decidiéndose a estudiar lo que él quería por su cuenta, ayudado por varios cursos específicos (incluso física nuclear) dictados en el seno de las empresas en las que trabajó a partir de los 24 años, ya que desde los 16 se desempeñó como… disc-jockey. Apasionado por las computadoras y la robótica, se especializó en ordenadores científicos durante su paso por una empresa petrolera, en diseños para laboratorios de investigación y en las ediciones electrónicas, de las cuáles se puede considerar pionero no sólo en nuestro país, sino en Latinoamérica y gran parte del mundo. Consecuente lector de ciencia-ficción desde muy chico, empezó a escribir a los once años y reconoce su gusto por escritores como Cordwainer Smith y John Varley, entre otros. Carletti está considerado como el primer escritor “hard” del país (la ciencia-ficción dura, de firmes basamentos científicos).

Confiesa que se volcó a esta vertiente de la c.f. por las ideas interesantes que en ella se pueden desarrollar, aunque reconoce que, hoy por hoy, la ciencia-ficción ha derivado a especular con un futuro mucho más cercano y con fuerte contenido social, cosa que no le desagrada en absoluto (tal vez porque en sus cuentos, de un “hard” muy argentino, los conflictos humanos y sociales están siempre presentes).

Otra cosa que es recurrente en los cuentos de Eduardo, es su fascinación por el tiempo y las paradojas temporales. Si te podés hacer con su cuento “Al Universo no le Gusta” , una desopilante y desigual pulseada entre un inventor y el Universo, vas a acceder a uno de los más logrados trabajos sobre el tema que ha producido la ciencia-ficción.

Lamentablemente para quienes somos ávidos devoradores del producto “Carletti” , Eduardo escribe poco y nada actualmente (o por lo menos no lo publica). Su excusa es que ya no siente el impulso experimentado en su juventud, pero nosotros esperamos confiados; tarde o temprano la ciencia encontrará la fórmula de algún “viagra” intelectual que provoque algún tipo de erección en los impulsos y veremos la forma de atiborrarlo con pastillas.

Pero vayamos, pichón de ave rara, a las puntuales palabras de Carletti. De entrada, le preguntaremos qué aconsejaría él a un aficionado que se decidiera a aventurarse por la difícil vertiente del “hard”.

Como primera medida, —dice—, le aconsejaría darle credibilidad al relato. Para ello, hay que leer, en revistas especializadas, artículos escritos en forma sencilla y llana. Una buena revista es Investigación y Ciencia, conformada por artículos pensados y escritos para informar más que para enseñar. Tiene el agregado que te enseña a incorporar el lenguaje científico al relato, sus formas de trabajo, sus movimientos; es una revista especial para despertar ideas. A las que hay que escaparle son a las revistas poco serias y poco creíbles, como Muy Interesante o Conocer y Saber y tantas otras con escasa o ninguna rigurosidad científica.

No hay que tenerle miedo a no entender demasiado lo que se lee en Investigación y Ciencia. Casi le diría —a ti aficionado— que es una ventaja no entender demasiado del tema científico elegido para escribir un cuento. Si entiende demasiado de la materia, capaz que no se anime a especular al respecto.

Otra cosa que le aconsejaría, es que lea mucho y preste atención a la construcción de la frase en el lenguaje científico. Y por supuesto, que lea mucha literatura general, que estudie la construcción de un relato.

Claro que, dicho así, la cosa no parece muy difícil, pero ¿cuál es el método que Carletti utiliza para construir sus relatos “hard”?

Mi procedimiento es el siguiente —nos aclara— : Yo leo una especulación científica interesante o una ley física y a veces salta la idea y a veces no. Si se dio que la idea aparece, escribo sobre el tema diciendo de él lo menos posible, sin dar precisiones que generen un error grosero para el que lo lee y es experto en la materia. Si puntualizo algo, tengo que estar muy seguro de lo que escribo, ya que corro el riesgo de que los que realmente saben acerca de lo puntual te destrocen el cuento. Lo mejor para mí es seguir una lógica propia, llegar a mis propias conclusiones científicas, teniendo siempre en mente que no voy a descubrir nada ni voy a revolucionar ningún concepto, sino que estoy haciendo literatura con lógica y dentro de un entorno humano.

Antes de entrar en las generalidades comunes de la nota que redondeen la idea general de Eduardo Carletti escritor y en beneficio tuyo, pichón, que tenés en tus manos el original de un cuento que te costó tiempo, sudor y neuronas escribir, y al que has decidido dar a consideración del editor de una revista, es que quiero que sepas que conozco tres maneras en que un aficionado encara esta tarea.

Está el que cree que elegir cuidadosamente una fuente de escritura personal y original, imprimir primorosamente letras capitales y encuadernar el trabajo en una carpeta con tapa plástica y hasta ilustrar la primera página, impresionará favorablemente al que lea el trabajo y ayudará a pasar por alto algunas deficiencias del relato.

También está el convencido de que ha escrito un cuento, de tal excelencia, que cualquier editor estará más que agradecido por la oportunidad de imprimirlo en su revista. Aunque el impreso sea una fotocopia borroneada, las páginas no estén numeradas, esté escrito a un solo espacio, en ambas caras del papel y la ortografía no pase un examen ni a cañonazos.

Por último, está el que elige una fuente igual o similar a la que se utiliza en la impresión de un libro, numera las páginas, es generoso con los márgenes y no escatima esfuerzos en mejorar la construcción y ortografía, corrigiendo y volviendo a corregir.

Vamos a conocer cuál de los tres modelos es el que Eduardo Carletti, editor, lee con predisposición más favorable.

Si me preguntan cómo quiero recibir un trabajo para que lo evalúe como editor, primero les haría saber que un editor tiene que leer muchísimo, y que no todo lo que le traen para leer es bueno. Un editor consciente (y yo creo serlo), lee todo lo que le traen; es lo menos que puede hacer por el esfuerzo que hizo el escritor. Nadie escribe por jugar o por pasar el rato, sino que se pone el alma y el corazón en ello, pero a veces, leer algo mal presentado es una tarea desgastante.

Ahora, que si yo considero de tal manera al que escribe, le sugeriría que me trate con la misma consideración y que facilite mi tarea. Con una prolijidad simple, sin estridencias, que cuide las comas, la puntuación, los acentos…

Hay que fijarse como está editado un libro y seguir las normas. Si no lo hacen, es un trabajo extra que debe realizar el editor, ya que él no puede editar un trabajo con errores ortográficos, gramaticales o que no respete las reglas de la escritura. Me he encontrado con cuentos donde los diálogos se señalan a la manera inglesa, con comillas en vez de guiones. O con escritores que no dejan sangrías, ni márgenes.

A veces, un cuento mal presentado predispone en contra al que lo evalúa y muchas veces, por ese motivo, puede perderse un trabajo interesante. Yo diría que el escritor aficionado debería poner el máximo esfuerzo en cuanto a mejorar la prolijidad de un escrito antes de presentarlo.

Retomemos la vertiente de Carletti escritor. Es éste un autor renuente en aceptar que su estilo ha ejercido alguna influencia en otros escritores. Asegura que no ha buscado tal cosa y por lo tanto no siente responsabilidad por ello, pero que no sería humano si tal cosa no le provocara satisfacción. Preguntado que fue por su rutina de escritor, confiesa que escribe por impulsos y entusiasmos. Si ambos o uno de estos elementos faltan, no hay tu tía.

Sin embargo, nos da la primicia de que actualmente está abocado a una novela corta —para el número 100 de Axxón y en colaboración con Alejandro Alonso— referente al cambio operado entre el hombre y la máquina, una transpolación a un futuro tan cercano como que puede ser mañana y aprovecha la ocasión para excusarse por su falta de productividad actual:

Ultimamente, casi el único medio de publicación es Axxón y no me satisface publicarme a mí mismo, no me incentiva. Si la revista la hiciera otro, capaz que encontraría en eso el incentivo que me falta.

La siguiente y obligada pregunta fue la que más preocupa a los muchos lectores de Axxón.

¿Si se acaba Axxón? No sabría decirte. Quise que Axxón no fuera una revista unipersonal, sino un trabajo de equipo, ya que lo unipersonal muere por cansancio del creador. Como tantas, Axxón tampoco funcionó como trabajo en equipo. Sin trabajo, sin movilización y sin amor propio, ninguna publicación puede seguir existiendo más allá de las ganas de su hacedor. Si se lograra repartir el trabajo, Axxón no se muere.

Eduardo Carletti es uno de los escritores de ciencia-ficción más premiados del país. Como la entrevista fue realizada en una mesa del mítico bar ubicado en San José 5, no quiso confiar en su memoria y no se prestó a dar la nómina de los premios.

No vayas a creer que no los nombro por modesto o por darme corte de tipo muy premiado —aclara— . Realmente no recordaría bien.

La charla podría continuar por un buen rato todavía, pero ya Alejandro, Aníbal y demás integrantes del taller literario —eufemismo con que disfrazan las pantagruélicas reuniones de los viernes en el departamento de Aníbal— lo apuran. Queda tiempo para la última pregunta.

¿Plata con la literatura? y Eduardo larga una carcajada. ¡Sí, mucha! Te cuento: cuando publiqué Ruta en Minotauro, me pagaron por el cuento diez pesos —hablando en valores actuales—. Treinta y cinco pesos otra vez por un cuento en una antología y ¡caéte de espaldas! Por una reedición de Ruta, una editorial me pagó 500 dólares.

¿Qué, me preguntas por el dinero, pichón? ¿Que hasta ahora no he entrevistado a nadie que viva de la literatura de ciencia-ficción?

Ya veo; me dices que tu sueño, aparte de editar lo que escribes, es el de ganar dinero con ello. ¿A razón de qué, ingenuo mío, crees que deviene lo de “Aves Raras” con que titulo la nota?

Pero no descartes la segunda parte de tu sueño. Aunque ya viejos y desencantados, todas las aves raras soñamos la utopía de ganarnos un millón de dólares con nuestra próxima novela. Es tan barato soñar, que te sugiero no le pongas límites.


Bueno, basta por hoy. Para el próximo Axxón (estoy convencido de que siempre habrá un próximo Axxón) te prometo un pajarraco exótico.

Andrés Urtubey es un espécimen que anida entre cientos de revistas, miles de páginas a color, millones de cuadritos y billones de onomatopeyas, material del que picotea cuando escribe las notas para “La Garrafa Virtual”.

Es un ave rara por excelencia; extraño y hermético, sólo suelta su canto tratándose de historietas. Y aún así, cuando habla no lo hace con palabras, sino que forma globos con leyendas sobre su cabeza.

Con decirte que, si por algún descuido, se le cae el pocillo de café al piso, éste no se limita a romperse como se rompería el pocillo de un contertulio común. Nada que ver.

El de Andrés lo hace con un sonoro “¡Crash!” y el líquido al derramarse hace “¡Splash!”.

José Altamirano