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Abandonaron la botica, atravesaron la calzada y subieron a la cupé. Winnie Mae remontó la calle lentamente rumbo a la casa de los Neff, mientras Vernona, incómoda y aprensiva, esperaba que fuese ella la primera en hablar. En cuanto divisaron la esquina con su blanca casa de dos pisos, Winnie Mae disminuyó la velocidad.

—Supongo que estará preguntándose cómo fue que nada dije en la botica mientras Mr. Neighbors hablaba acerca de Floyd, ¿no es así?

—Sí. Me gustaría saberlo…

—Quise esperar… a fin de saber lo que tendríamos que hacer…

—¿Hacer qué…?

—¿Vamos a ser verdaderas amigas, o no, encanto?

—Por supuesto que podemos ser amigas, Winnie Mae…

—Siempre me ha gustado usted, tesoro; y quería llegar a conocerla mejor. No me gustaría, eso sí, que siguiera dando citas a troche y moche, como ha venido haciéndolo hasta ahora. Me parecería muy mal si así fuera. Si usted se deja de andar con hombres, podremos visitarnos a menudo.

Vernona demoró largo rato en contestar:

—Creo que será mejor que siga con mis citas, Winnie Mae. No creo que me guste interrumpirlas.

El rostro de Winnie Mae enrojeció de ira.

—¿Con que esas tenemos, eh? Ya me imaginaba que saldría con eso. Lo he estado sospechando todo el tiempo. Lamento no haberla conocido antes. Es mejor que renuncie en el acto. Si usted renuncia voluntariamente antes de que intervenga el Consejo, es probable que todavía pueda obtener nombramiento en alguna escuela tan necesitada de maestras como para que no le hagan demasiadas preguntas. Pero no va a durar mucho en su nuevo cargo, si es que alguna vez lo consigue…

—¿Por qué dice eso, Winnie Mae? —preguntó la joven acaloradamente—. ¿Por qué tendría yo que renunciar… por qué el Consejo habría de pedirme la renuncia?

—Por su amistad con Floyd Neighbors, para decirlo en pocas palabras. Una amistad que va mucho más allá del deber, si quiere usted plantear las cosas en ese terreno. Aunque «amistad» no es precisamente la palabra exacta, ¿no es así, ricura?…

—Floyd me acompañó a casa el viernes por la tarde —trató de explicar, en la esperanza de que a esa ocasión se refiriese Winnie Mae—. No quería yo que lo hiciera, pero insistió tanto que finalmente se lo consentí —se interrumpió para tomar aliento, y agregó—: Pensé que era preferible eso a crear un sentimiento de animosidad entre discípulo y maestra.

Deteniendo el coche, Winnie Mae abrió su cartera y se contempló en el espejito.

—No es eso lo que yo he oído —observó burlesca, y se volvió para mirar a Vernona arqueando las cejas—. Hubo mucho más que eso, ricura…

—¿Qué ha oído usted decir? —preguntó, muerta de miedo.

—Lo que todo el pueblo habrá oído a estas horas, supongo.

—¿De qué está hablando?

Mrs. Yeager, que vive en esa casa de ladrillos de la acera del frente, estaba sentada junto a su ventana el viernes por la tarde, y la vió a usted con Floyd Neighbors. Dice que usted lo besó.

—¿Es eso todo? —preguntó con prontitud.

Winnie Mae esbozó una sonrisa:

—¿Qué otra cosa pudo ocurrir allí, encanto?…

—Nada, supongo…

—Bueno… usted es la única que puede saber más sobre eso que Mrs. Yeager, ¿no es cierto?…

—Yo me estaba refiriendo a si… a si Mrs. Yeager dijo algo más… a si alguien dijo algo más…

—Probablemente se dirán un montón de cosas más si llega a saberse que usted aconsejó a Mr. Neighbors que Floyd debiera ser enviado lejos, a otra escuela.

—¿Por qué?

—Porque todo el mundo sabría al instante qué la movió a usted a hacer eso. Necesita deshacerse de Floyd ahora, porque está tratando de alzarse con Milledge Mangrum, o con cualquier otro al que pueda atrapar, sin excluir a mi marido. Conozco muy bien a las de su clase, ricura. Me resulta claro como la luz del día. Pensaba quedarme callada siempre que nos hubiéramos hecho muy amigas, pero ya que no quiere, tengo muchísimas cosas que decir sobre usted. Ha perdido su oportunidad, ricura.

Vernona, perpleja, pareció pedir en vano a su mente la respuesta adecuada.

—Atienda a mi advertencia y renuncie en el acto —prosiguió Winnie Mae—. No creo que el Consejo tome medida hasta mañana, y esa es su oportunidad para alejarse decorosamente. Usted podría adivinar ya con qué objeto la estaba yo esperando esta tarde. Si me hubiese escuchado, sería diferente. Conozco todo lo concerniente a Pearline Gough. Su madre envió por mí y me contó que usted había tratado de aconsejarse con ella. Se lo pidió a ella, en cambio ha rehusado ser amiga mía. Será mejor que abandone el pueblo cuanto antes. Puesto que yo resido aquí, y gozo de consideración, es muy probable que me pidan llenar su vacante, a partir del próximo lunes por la mañana.

—Pero lo de Pearline no es verídico —dijo Vernona con enojo—. No he pensado en renunciar. Es lo último que haría.

—Demuestra muy poca cordura al creer que podrá continuar en la enseñanza después de que yo diga lo que sé.

—Puedo explicar lo de Floyd. ¡Puedo explicarlo todo; sé que puedo!

—Nadie puede explicar un escándalo, ricura. Y, de todos modos, bien sabe que carece de ascendiente moral para la enseñanza. Hay un lugar en la vida para usted; pero no es el de maestra. He ahí por qué no quiero verla junto a Milo un día más. No confío en usted junto a ningún hombre. Trasciende de su persona algo que tiene mucho de insinuante convite, algo que los provoca e incita a mostrarse descarados, y todavía no conozco a ningún hombre que, frente a eso, sea capaz de resistirse a calcular sus posibilidades. Puede que algún día se case y llegue a pertenecer a un solo hombre, pero lo dudo. Puede que usted piense en que necesita casarse, pero no lo hace. Usted sería más bien una prostituta afortunada, y lo será… Ahora bien: escriba su renuncia y entréguela al Consejo…

Vernona había soltado el llanto. No pudo evitarlo. Ofendida y humillada no supo cómo abrió la portezuela, saltó a la vereda y se fue ciega en dirección a la verja sin volver la cabeza hacia Winnie Mae. Mientras apuraba el paso por el sendero de ladrillos que conducía a la casa, oyó que el coche se ponía en marcha. Ya en el vestíbulo, corrió hacia la sala, y se dejó caer sollozando en el verde sofá, sintiéndose la más desdichada de las mujeres.

No hubiera podido decir cuánto tiempo estuvo en el sofá, hecha un miserable ovillo, hasta el instante de sentir que alguien la remecía suavemente. Volviendo la cara, alzó la mirada y pudo ver que Ash Neff la estaba contemplando. Trató de enjugarse las lágrimas mientras Ash se ocupaba en arrastrar una silla hasta el sofá.

—Supongo que ha ocurrido algo calamitoso, Nona —le dijo con simpatía. Permaneció silencioso unos instantes y luego, dándole unos cariñosos golpecitos en el dorso de la mano, le dijo—: Cuénteme qué le ha pasado, Nona.

—¡No sé! —exclamó, echándose de nuevo a llorar sin importarle su aspecto—. ¡No sé!

—¡Vamos, Nona! —le dijo, animoso—. Puede decírmelo. Siempre he estado de su parte, y siempre lo estaré. Sea lo que fuere, puede contármelo. Usted lo sabe, ¿no es así?

—¡Es horrible, Mr. Neff!

—¿Qué cosa?

—Winnie Mae Clawson dijo algo horrible de mí.

—¿Qué es lo que dijo Winnie Mae?

—¡Que soy mala… que soy una prostituta!

—¿Por qué dijo eso?

—¡Quieren que renuncie!

—¿Quiénes?

—No sé.

—Entonces… ¿qué la hace suponer eso?

—Winnie Mae me dijo que renunciara y abandonase pueblo.

—¿Quién es ella para decirle eso?

—No sé… pero quiere mi puesto. Me lo dijo…

—Ella no dirige la escuela…

—Pero hará que Milo Clawson lo pida al Consejo, y me obligarán a renunciar.

—Si ese repugnante Consejo lo oye y comete semejante bajeza, tendré yo más de un par de cosas que decirle. Pago impuestos en este pueblo y me asiste el derecho a que se me oiga…

—Eso no servirá de nada, Mr. Neff… si dicen que debo renunciar. Eso es lo que más me lastima. Todo el mundo sabrá que enseñé apenas dos semanas en la escuela y luego tuve que renunciar. ¡Además… he luchado tanto!…

—El meollo de todo esto, Nona, es que usted tiene un arte especial para sacar a la gente de los agujeros en que se arrastra. Quizá esa sea, por último, una proeza tan grande como enseñar en la escuela. Em Gee Sheddwood necesitaba casarse con su prima en segundo grado, pero no dió un paso en tal sentido hasta que usted vino y le dió ánimos. Jack Cash estaba enfermo y cansado ya de visitar a las maestras para mantener su reputación, pero usted lo hizo avergonzarse de eso y ahora puede abandonar su hábito sin esconder la cara. Tal vez sea demasiado prematuro predecir lo que ocurrirá con Floyd Neighbors y Milledge Mangrum, pero algo sucederá finalmente. Y también Thurston Mustard va a ser sacado de su agujero, algo que, por cierto, por nada del mundo quisiera perderme. Luego tenemos a esa tal Winnie Mae Clawson…

—Pero yo quiero seguir en la enseñanza, Mr. Neff… eso es lo único que quiero…

—Muy bien, entonces. Si escucha mi consejo, tiene que apersonarse ante Milo Clawson y poner fin a las habladurías en el punto en que se hallan. Dígale a Milo que usted no va a abandonar su puesto, pese a todo lo que hable o haga su esposa. Usted puede hacer que la escuche. No le estoy diciendo que haga nada que no deba, Nona; sino que, si usted aborda a Milo y utiliza con él los mismos recursos naturales que emplearía con otro hombre cualquiera, lo tendrá restregando el suelo con la nariz y rogándole que no abandone el puesto, ni se aleje. No tiene sentido eso de permitir que Winnie Mae Clawson la corra del pueblo a fin de obtener la vacante. Devuélvale la mano, y con su propio juego, Nona, y devuélvasela bien, con la debida energía. No ceje hasta que Milo Clawson se quede sin narices de tanto restregárselas en el duro suelo. Apostaría una buena suma a que usted terminará por tener a Milo acezando como un perdiguero que, en plena canícula de agosto, busca un poco de sombra donde echarse. Si Winnie Mae lo maneja con un dedo, tengo plena fe en que usted podrá hacerlo de un modo más simple y llano…

—No puedo hacer eso, Mr. Neff —protestó ella—. Sería con mucho… como… bueno… cómo probar que lo que ella dijo sobre mí es verdad.

Ash volvió a darle unas cariñosas palmaditas en el brazo, infundiéndole ánimos:

—Suba a su cuarto y piense en ello, Nona. Ese ha sido siempre el estilo mujeril de conseguir algo, y seguirá siéndolo mientras quede un hombre en el mundo que clame por ese estilo. No se preocupe por ese chisme de la presencia de Floyd en su cuarto anoche. Tanto yo como mi esposa nos moriríamos antes de mencionarlo, y si Patsy Mangrum, como todo parece predecirlo, abre su enorme boca para contarlo, me echaré a la calle y le diré a todo el mundo que estaba allí repasando sus lecciones escolares.

—Pero eso no es verdad —dijo, meneando la cabeza—. Usted sabe que no es verdad, Mr. Neff…

—Usted deje que yo me encargue de las habladurías y atienda, por su parte, a lo otro. Ese muchacho pudo muy bien estar allí repasando sus lecciones, ¿no es así? ¡Ya lo creo que sí! ¿Por qué no podría estar repasando sus lecciones allí como en cualquier otro lugar? Los escolares deben estudiar sus lecciones en alguna parte, ¿no? ¿Cómo podrían, si no, obtener sus calificaciones para proseguir sus estudios? A las gentes les importa un rábano que los escolares ignorantes repasen sus lecciones caminando a la intemperie, ¿no es así? Bien sabe usted que no les importa. Quieren que los colegiales estudien con celosa aplicación, día y noche, no importa donde tengan que ir para hacerlo. Siempre he sido partidario de educar a los colegiales de modo que se llenen de conocimientos hasta la coronilla. No quiero que vivamos en este distrito rodeados de ignorantes, y, además, me echaré a las calles a decírselo a todo el que pase. No tiene más que esperar, y verá como lo hago…