3
Sintió como si, en algún lugar del espacio, su cabeza girara en tumultuoso remolino, y su cuerpo flotase en el aire a la deriva. Alguien parecía martillar ruidosamente en un remoto rincón de su conciencia tratando de llamar su atención. El martilleo, cada vez más intenso y persistente, la obligó a entreabrir los ojos. Pero al instante volvió a cerrarlos ante lo extraño y fantasmal que le pareció todo.
El ruido se hizo más fuerte. Alguien golpeaba a la puerta con insistencia. Poco después vió que se abría y que Blanche hacía irrupción en la pieza. Floyd la vió a su vez, saltó al suelo al instante y quedó arrinconado de espaldas a la pared. Blanche avanzó hacia la cama, mientras se anudaba el cordón de la bata de baño.
—No sé qué pensar —decía—. Es lo más ultrajante que he visto en mi vida. ¡Y pensar que algo tan ultrajante ha podido ocurrir en mi casa! Nunca había sucedido en tantos años como llevo dando pensión a las maestras. ¿Qué irá a decir la gente si llega a enterarse? ¡Será mi desgracia! Estoy viendo a Nell Yeager haciéndose el plato con esto. Todos los años me anuncia que algún día me arrepentiré de hospedar maestras. ¡El Consejo no va a permitir que se alojen aquí!…
Clavó sus ojos furibundos en Floyd, y luego en Vernona.
—¿Quién tiene la culpa de esto? —preguntó—. ¡A ver… digan algo!…
Volvió a mirar a Floyd que, todo tembloroso, seguía arrinconado.
—Por favor, no se lo diga a mi papá, Mrs. Neff —le suplicó, mientras gruesos lagrimones rodaban por sus mejillas—. No quiero que lo sepa mi papá. Me enviaría lejos… a otra escuela, si alguien se lo dijera. ¡Por favor, no se lo diga, Mrs. Neff!…
—¡A la policía debía llamar! Eso es lo que debiera hacer. Tú tienes la culpa de esto, Floyd Neighbors. No creo que la culpa sea de Vernona. No podría creer semejante cosa de ella. Me dan muchas ganas de avisar a la policía.
—Por favor, no se lo diga a nadie, Mrs. Neff, porque si lo hace llegará a oídos de papá. No pude evitarlo. No me eche la culpa. Ella me gustaba.
—¿Habrase visto? ¡Un colegial aprovechándose de una inocente maestra! —dijo Blanche, sentándose con todo su peso al borde de la cama—. ¡La compadezco, pobre nena! Sé que usted creyó estar segura en mi casa. ¡Y luego tenía que suceder esto! Una oye de cosas terribles que pasan en el mundo, pero ni se sueña que puedan suceder en su mismísima casa.
Se quedó mirando un instante a Vernona.
—Quiero que sepa por qué subí hasta acá, nena. No andaba husmeando, si es eso lo que sospecha. No tengo esa costumbre. Nunca me hubiera enterado de esta desgraciada historia a no ser por Patsy Mangrum, que me despertó con sus estruendosos golpes en la puerta de calle. Patsy está abajo ahora. Temo que se halle al tanto de que usted sale con Milledge hasta las tres de la madrugada. Dios sabe que siempre he sido contraria a que una mujer, soltera o no, tenga asuntos con un hombre casado; pero ruego de todo corazón que llegue un día en que Milledge Mangrum se haga el propósito de plantar a Patsy para volverse a casar. No ignoro que es un pensamiento mezquino, pero me gustaría que lo perdiera. Ha andado diciendo cosas terribles de mí por todo el pueblo, y quisiera que quedáramos a mano.
Volviendo la cabeza, echó una rápida mirada a Floyd. Creyendo que Blanche ya no lo observaba, estaba tratando de ganar la puerta.
—Nena… temo además que Patsy se halle al tanto de esa caja de bombones que él le envió esta noche, y tal vez sea el motivo que la ha decidido a intervenir antes de que sea demasiado tarde. Usted habría sido una esposa ideal para Milledge Mangrum, y espero —por su bien— que él se lo proponga. Un hombre como Milledge Mangrum necesita una esposa joven, educada y atrayente para ayudarlo en la política. Dicen que va a ser el próximo gobernador del Estado, y piense en lo orgullosa que me pondré cuando la visite en la mansión del gobernador. Patsy no me hará jamás semejante invitación. Después de todo lo que ha dicho de mí es lo último que haría. No quisiera que la gente murmurase que —a causa de la ponzoña que existe entre ella y yo— la estoy envalentonando a usted para que salga por ahí con su esposo; pero, justamente por lo mismo, no podría deplorarlo.
Floyd había empezado a escurrirse de nuevo hacia la puerta. No apartaba los ojos de Blanche, tratando de mantenerse fuera de su visual a fin de que ella no pudiese ver lo que hacía. Se detuvo cuando había ganado a medias el trecho hacia la puerta. Alguien se acercaba desde el vestíbulo. Luego Patsy Mangrum entró a la habitación. Miró primero a Vernona y luego a Floyd. Patsy era una mujercita pequeña, dinámica, en el filo de los cuarenta. Su cabello empezaba a encanecer y su cara era mofletuda y redonda. Desde hacía pocos años su figura regordeta se había puesto excesivamente carnosa.
—¿Qué hace aquí, Floyd Neighbors? —preguntó, mirándolo sorprendida.
No obtuvo respuesta, y, llegando hasta los pies de la cama, dejó caer su mirada sobre Vernona.
—¿Dónde está Milledge? —preguntó con voz crispada.
Vernona meneó la cabeza en señal negativa.
—¿Ha estado aquí esta noche?…
Fue Blanche la que respondió a su pregunta:
—No, Patsy. No ha estado aquí esta noche.
Mientras Blanche hablaba, Patsy examinaba a Vernona con curiosidad.
—No sé si aquí se puede dar crédito a alguien —dijo cáustica—. Milledge no vino a casa esta noche, y eso me hace entrar en sospechas, porque pude averiguar que había enviado una caja de bombones a esta calle. Sé que salió con usted hasta pasada la medianoche del domingo. Él lo admitió casi del todo al día siguiente. No es nada nuevo en él. Lo ha hecho tantas veces que me faltan dedos para contarlas.
Se inclinó sobre los pies del lecho y, riéndose de Vernona, dijo:
—Ahora que la miro con calma, no me parece muy diferente a las otras. Todas son más o menos pareadas. Cuando oí hablar de usted por primera vez, pensé que sería una maestrita inocentona de esas que recién abandonan su casa para hacerse cargo de un curso, y la compadecí. Pero ahora cambio de opinión. A ninguna de ustedes les arriendo la ganancia si creen que van a poder quitarme el marido.
Alargando el cuello por el hueco de la puerta, con ojos saltones y curiosos, Ash inspeccionó cuidadosamente la habitación antes de adelantarse. Luego, medio encandilado por la luz, entró con toda cautela.
—Oí todo ese barullo que hacían —dijo perplejo—, y no podría barruntar qué despropósito ocurre a estas horas de la noche. ¿Qué haces aquí, Floyd?
—No importa eso ahora, Ashley —le dijo Blanche, previniéndolo con un significativo movimiento de cabeza.
Patsy se irguió con un fuerte resuello:
—Permítame que le diga algo, Miss Stevens. Usted no va a poner sus zarpas en Milledge. Otras lo intentaron antes y no pudieron. Aquellas que fueron demasiado lejos lo lamentarán mientras vivan. Sé que Milledge acostumbra tales calaveradas; pero cuando sospecho que está tramando divorciarse de mí para casarse con otra, sé exactamente lo que tengo que hacer. Además, de todos modos, no creo que esto le hubiera durado mucho, Miss Stevens. Milledge no es tonto. No se arriesgaría a casarse con una que ha sido sorprendida con un colegial en su habitación a estas horas de la noche. Tiene en mucha estima su carrera para tomarse ese riesgo.
Dirigiendo a Blanche una mirada arrolladora, Patsy dió media vuelta y salió de la habitación. Ninguno despegó los labios hasta oírse el ruido de la puerta de calle al cerrarse.
—Mrs. Neff —inquirió Floyd, asustado—, ¿irá Mrs. Mangrum a decirle a alguien que yo estaba aquí? ¡Si llega a oídos de mi papá!…
—¿Cómo voy a saber yo lo que hará Patsy Mangrum? —replicó, con enfado—. Sigo con muchas ganas de telefonear a la policía para que venga en tu busca. Si no hubieras estado aquí, Patsy Mangrum no tendría ahora la buena excusa que encontró. Milledge Mangrum temerá acercarse a Vernona donde quiera que se halle, y mucho menos querrá casarse con ella e instalarla en la mansión del gobernador.
—¡No quiero que se case con ella! —porfió Floyd, meneando la cabeza—. Haré algo… ¡No se lo permitiré!
—¡Oh, cállate tú! —dijo Blanche, con enojo—. Eres demasiado joven para saber lo que dices…
—¿Ocurre alguna cosa? —preguntó Ash con curiosidad, incapaz de contener su lengua por más tiempo—. ¿Qué estás haciendo aquí, hijo? ¿Has venido a repasar tus lecciones con la maestra?…
—¡Lo pillé en la cama con ella! ¡Eso es lo que ocurre! —dijo Blanche, disparando las palabras contra Ash, como si él tuviera la culpa de lo ocurrido—. ¡Un colegial acostado con su maestra! ¡En mi vida me he sentido tan mortificada!
Ash abrió tamaños ojos.
—¿Puedo irme ahora a casa, Mrs. Neff? —suplicó Floyd—. Por favor… déjeme ir, Mrs. Neff.
—No sé qué hacer contigo, Floyd Neighbors. No debieras andar suelto después de lo ocurrido esta noche. En adelante, ninguna maestra se sentirá segura en mi casa…
—Por favor, Mrs. Neff… déjelo ir —le pidió Vernona.
—¿No estará tratando de proteger al muchacho, eh? —inquirióle Blanche, con suspicacia.
—No. No es eso. Pero no quiero que lo arresten. Todo el mundo se enteraría, y yo no podría seguir en la enseñanza. Sería terrible que yo tuviera que renunciar en apenas un par de semanas…
—Bueno… a decir verdad, no sé quién es culpable de que este niño se encuentre aquí. Tal vez usted tiene tanta culpa, o más, que él. Pero de una cosa estoy segura, y es de que el Consejo Escolar no transigirá con esto ni un minuto si es que llega a su conocimiento. Por supuesto que ni en sueños diría yo una palabra de esto. Sería demasiado humillante. Ya no me consentirían que yo siguiera hospedando maestras. La gente diría que yo envalentono a las maestras para que se conduzcan de tan desgraciada manera.
Mientras hablaba, Floyd se había ido escurriendo hasta muy cerca de la puerta, y apenas Blanche calló, se precipitó hacia afuera y bajó corriendo a todo lo que daban sus piernas hasta salir de la casa.
—Con lo ocurrido le basta para quedar curado de espanto —observó Ash, riendo para su capote—. Pasará un montón de tiempo antes de que una hembra encabritada pueda convencer a este muchacho para que le haga una visita en su casa, así sea sólo para obsequiarlo con un bombón.
Blanche, con un ademán, ordenó a Ash que abandonara la habitación, revoleando sus manos con impaciencia.
—Vuélvete a la cama ahora, Ashley —ordenó—. Voy a quedarme aquí un rato cuidando de la pobre nena. Ha tenido una experiencia terrible ésta noche. Y por cierto que la presencia de Patsy Mangrum no ha ayudado mucho a mejorar las cosas. Patsy es capaz de mostrarse más ruin que una vieja culebra cuando se lo propone.
Ash, aunque a regañadientes, no tuvo más que obedecer, y se dispuso a salir al vestíbulo.
—Puedo decirte una cosa —observó, riendo para su capote—, y es que después de esto voy a cerrar con llave por las noches todas las puertas exteriores. Nunca fue necesario echar llave a las puertas mientras dimos pensión a las maestras; pero Dios sabe que los tiempos han cambiado. Aparte de ese papanatas de Jack Cash, en todos estos años hubiera sido necesario arrastrar a un hombre con una mula para traerlo hasta acá a siquiera mirar con un ojo bizco y encandilado a cualquiera de las maestras. ¡Pero ahora! ¡Ay mi vida! Ahora uno se encuentra a un colegial fanfarroneando en la cama con Nona, y nuestro Jack Cash se nos pone tan montaraz como sus mismas violetas apenas ella llega y lo saca echando humo. Tipos como Jack Cash serían dignos de lástima hasta el fin de sus días si Nona no hubiese venido como lo hizo. En cambio, dicen que ahora Jack Cash anda correteando a toda hora del día y de la noche, persiguiendo a las niñas y a las mujeres, sobre todo a aquellas entre quince y veinticinco, entumeciéndoles las orejas con sus argumentos sobre cómo debieran ablandarse y tratarlo bien ahora que las galanteaba por todo lo que no lo hizo en el pasado. Está procediendo como esos perros que —cuando cachorros— tenían por costumbre contentarse con chupar la teta trasera porque eran demasiado torpes para acomodarse bien y hacerlo como es debido. Yo tendría que haber previsto eso porque el perro que se cría en cama de paja suele ser luego el más escarbador del pueblo. —Ash abandonó la habitación y el eco de sus palabras se fue apagando gradualmente—. Si me pidieran que hablase de este asunto en un mitin iría derecho a decir que sería una vergonzosa cochinada que el Consejo Escolar volviera a contratarlas feas, escabechadas, esqueléticas…