Capítulo XII

EL GRAN INOCENTE

¿Comprendieron las gentes de la II República la significación de la pérdida del Norte?

—No.

Castro tuvo la sensación a través de su vivir en la «cima» de que el drama del Norte había acabado por cansar a la gente: a los de arriba y a los de abajo. Y, posiblemente, él no lo supo nunca, la pérdida del Norte se acogió por muchas gentes con un suspiro de alivio.

¿Es que no sabía la gente que la pérdida del Norte era en realidad la pérdida de la guerra?

Y, sin embargo, la pérdida del Norte era el comienzo de un triste fin de la segunda república, porque con esa dolorosa pérdida la correlación de fuerzas y un sensacional cambio de la situación estratégica general se habían producido a favor del general Franco. Pero los españoles del campo republicano no querían analizar la guerra a través de la aritmética. Y era la aritmética la que hablaba rotundamente, era la aritmética convertida en el contador de la tragedia quien empezaba a imponerse, quien se había encargado de repartir la derrota y la victoria.

He aquí el cuadro que ofrecía la guerra después de la pérdida del territorio republicano del Norte:

Primero. —El general Franco logró destruir en el curso de la batalla del Norte tres Cuerpos de Ejército republicano con un total de más de l00.000 combatientes. De estos 100.000 hombres más de 45.000 fueron incorporados a las unidades de Franco.

Segundo. —Al reducir sus frentes con la conquista del Norte el general Franco tuvo la posibilidad de desplazar a otros tres Cuerpos de Ejército a otros frentes.

Tercero. —Con la desaparición del teatro de operaciones del Norte,

Franco anuló la amenaza de un golpe combinado de los republicanos sobre el pasillo pirenaico y liquidar una plaza de armas que constituía una base sólida de los republicanos para una acción sobre las provincias de León-Burgos-Valladolid y para el corte de Galicia con el resto de la zona franquista.

Cuarto. —Franco logró terminar con la dispersión de su flota de guerra obteniendo la posibilidad de concentrarla en el Mediterráneo y de reforzar con ello el bloqueo de las costas republicanas, como asimismo de asegurar sus vías de abastecimiento de Italia.

Quinto. —El general Franco había logrado romper el equilibrio de las fuerzas a su favor.

En el orden industrial las ventajas logradas por el general Franco no eran menos importantes:

Primero. —Consiguió la base sidero-metalúrgica del Norte, la fundamental del país y cuya producción alcanzaba el 36 por ciento de la producción nacional, el 60 por ciento de la producción de hulla y el 40 por ciento de hierro.

Segundo. —Para tener una idea de lo que esto suponía en el potencial industrial de las fuerzas en lucha, es suficiente con tomar como índice las cifras de la producción hullero-metalúrgica del país en millones de pesetas correspondiente al año de 1929 para obtener las siguientes cifras:

En marzo de 1937 la producción había quedado repartida así:

En la zona republicana 985 millones, el 71.90 %

En la zona de Franco 385 millones, el 28.10 %

En diciembre de 1937, perdido ya el territorio republicano del Norte, la producción quedaba repartida de esta manera:

En la zona republicana 485 millones, el 35.40 %

En la zona de Franco 885 millones, el 64.60 %

En el orden político Franco también había logrado algunos éxitos importantes:

Primero: Por razón de su victoria militar en el Norte, el general Franco había logrado en cierto grado debilitar la confianza de importantes sectores de la población en la victoria de los republicanos.

Segundo: Esta misma victoria le había permitido influir a importantes sectores de la pequeña burguesía a las que las derrotas de los republicanos empujaban hacia el que creían el posible vencedor.

Tercero: Con la victoria en el Norte, Falange reforzaba sus posiciones en el campo franquista, ya que debilitaba a los grupos conservadores de oposición.

Cuarto: Franco aumentó también su crédito en al exterior y, por tanto, las posibilidades de obtener una ayuda más amplia.

* * *

Castro detestaba a don Indalecio Prieto. En primer término, porque en contra la opinión general no le creía un gran político, sino un brillante marrullero político; en segundo término, porque fue el «chulo» parlamentario de la II República, papel que tanto en política como en otros órdenes de la vida Castro detestaba; en tercer término, porque Prieto era una dificultad más que para el Partido Comunista como tal Partido, para la república misma Y, por último, porque Prieto se había mostrado desde el comienzo de la guerra misma hasta el momento de la pérdida del Norte como un hombre muy mediocre desde el punto de vista de su trabajo, contrastando este negativo balance con su brillante balance como parlamentario. Lo que en síntesis significaba que don Indalecio no era otra cosa que un charlatán incansable y fácil.

Pero Castro se vio obligado a reconocer que entre los dirigentes políticos de la II República, Prieto fue uno de los que comprendió con más aproximación la pérdida del territorio republicano. Por lo mismo frente al silencio casi general de los demás, él, como Ministro de la Defensa —el premio que Negrín le concedió por su traición a Largo Caballero—publicó una nota que bien podría intitularse «Las confesiones del gran Inocente». Prieto comprendió toda su responsabilidad. Comprendió, además, toda la responsabilidad del Partido Socialista. Y para salvarse y salvarle dio su «explicación» sobre las causas de la pérdida del Norte:

Primero. —La «no intervención», lo que sin duda era cierto. Pero el señor Prieto se callaba que era M. Léon Blum, su brillante colega francés el inventor de tal monstruosidad.

Segundo. —La imposibilidad geográfica de ayuda al territorio republicano del Norte. Lo que en realidad era mentira, ya que de parte del general Llano de la Encomienda, general jefe del Ejército del Norte, se había propuesto después de la batalla de Guadalajara una operación para unir el Norte con Cataluña. Para dicha operación cuyos flancos estaban protegidos por el Pirineo y el Ebro se disponía en aquellos momentos de las siguientes fuerzas: 40-50 batallones en Euzkadi y más de 15 brigadas en la zona Centro-Sur, suficientes para haber atravesado los 175 kilómetros que separaban al Norte de Cataluña.

Tercero. —En Santander la resistencia republicana no adquirió la suficiente resistencia. Cierto. Pero don Indalecio se callaba que el responsable era el general Gamir, nombrado por él en sustitución del general Llano de la Encomienda.

Cuarto. —La creación del Consejo Soberano de Asturias-León. Cierto, pero lo que don Indalecio no decía en su nota es que fueron los hombres del Partido Socialista, sus camaradas, los que rompieron con el gobierno central con vistas a hacer más fáciles sus intentos de compromiso, compromiso que consideraban que debía de establecerse sobre estas dos bases: que Franco dejara evacuar al Ejército del Norte; que a cambio de esto el Consejo Soberano se comprometía a respetar las instalaciones mineras y metalúrgicas de Asturias.

Cualquiera que no hubiera sabido que el Partido Socialista había asumido la dirección de la guerra desde la creación del gobierno Largo Caballero; cualquiera que no hubiera sabido que primero Largo Caballero y después Indalecio Prieto habían sido los dos socialistas que habían asumido como ministros esa gran función, hubiera llegado a creer fácilmente que don Indalecio hacía una intrascendente crónica más en su vida sobre un problema lejano y ajeno. Los que no estuvieran muy al tanto de los problemas podían llegar fácilmente a la conclusión de que don Indalecio Prieto y Tuero era EL GRAN INOCENTE, la víctima de una serie de circunstancias que le habían impedido mostrar su genio militar y político en tan fundamental batalla como había sido la del Norte.

Y se hubiera podido creer, generosamente, en su inocencia si después de la derrota del Norte, él nos hubiera dado los nombres de los responsables, poniéndolos en la picota pública y sancionándolos desde el punto de vista militar como correspondía.

Pero Indalecio Prieto no lo hizo.

Se disfrazó de la Gran Celestina y nos ocultó lo siguiente: que Leizaola y De la Torre fueron dos de los más grandes responsables de la pérdida de Euzkadi; y también, aunque en menor escala, José Antonio Aguirre, que ante el temor de que Euzkadi perdiera sus «libertades nacionales» no quiso fundirse en el esfuerzo unificado militar y político para salvar a Euzkadi y el Norte; que un batallón nacionalista que defendía Sestao mantuvo conversaciones con las unidades italianas de las que salió el acuerdo de dejar pasar a éstas y de no lesionar en lo más mínimo las bases industriales; la deserción de los tres batallones nacionalistas convocados por Leizaola y De la Torre en Santoña para su evacuación y que abrieron el frente a las fuerzas de Franco; la fuga de Belarmino Tomás y Amador Fernández, del comisario Somorrivas, de Cipriano González y Leira; la incapacidad del general Gamir y del coronel Prada.

De esto no habló.

Se limitó simplemente a lo siguiente: a nombrar comisario del Aire a Belarmino Tomás; Intendente General a Amador Fernández; subsecretario de armamento al ex comisario Somorrivas; jefe del Ejército de Andalucía al coronel Prada; secretario del comisario de Marina al comisario del XIV; y nombrando, a través de Paulino Gómez, ministro de Gobernación, gobernador de Castellón de la Plana a Cipriano González.

¿Se morirá alguna vez don Indalecio Prieto?… Hay que esperar que sí… Y hay que esperar que los historiadores aconsejen que en su lápida se ponga, después de los nombres y apellidos, que es la costumbre, el gran título que se ganó a pulso con aquella nota «explicatoria» de las causas de la pérdida del Norte: EL GRAN INOCENTE.

Y no sería un favor.

Se haría justicia a un hombre que como Pilatos se ha pasado la vida lavándose las manos.