Capítulo Nueve

El domingo por la tarde tuvo lugar la clausura de la conferencia. Ramsey se hallaba merodeando distraídamente por la sala de fiestas del hotel, donde tenía lugar la ceremonia de despedida. Tenía los ojos puestos en el otro extremo de la inmensa sala, donde Alexis charlaba animadamente con su editor, Mack MacAlpin. Ramsey sorbió su bebida y se dio cuenta de que estaba enojado por algún motivo. De hecho, llevaba así todo el día, aunque ignoraba por qué.

Se dijo que su mal humor no se debía a la guapísima morena vestida con un traje color ámbar, que, con aire confiado, se acercaba demasiado a Mack mientras charlaban. Asimismo, estaba seguro de que su enfado nada tenía que ver con el hecho de no haber progresado un ápice en el terreno sexual con Alexis. No. Estaba convencido de que, fuera lo que fuese lo que lo estaba corroyendo por dentro, no era un sentimiento de frustración.

¿Por qué se sentía celoso al ver a Alexis charlar con su editor?

Conforme se acercaba a ellos, Ramsey se dijo que debía aparentar calma e indiferencia. Pero oyó la risa musical de ella, vio cómo colocaba una mano sobre el hombro de Mack…, y algo en su interior pareció romperse.

—¿Estás intentando evitarme? —preguntó en voz muy baja detrás de Alexis.

Ella se giró rápidamente, sintiéndose un poco culpable. Había estado tratando de sacarle a Mack información sobre Ramsey.

—No —se apresuró a responder. Se aclaró la garganta y luego se echó el cabello hacia atrás, como si intentara ganar tiempo para pensar con claridad—. No estoy tratando de evitarte. Parecías… estar muy ocupado con el resto de los asistentes y no quería molestarte.

Ramsey estuvo a punto de decirle que ya hacía mucho tiempo que había empezado a molestarlo, pero se limitó a asentir con la cabeza.

—En absoluto. Tú jamás me molestarías, Alexis.

Ella no pudo evitar sonreírse al verlo agachar tímidamente la mirada. Aún seguían desconcertándola los sentimientos que le provocaba la presencia de Ramsey, e ignoraba cómo debía reaccionar.

—Además —prosiguió él, señalando a su editor, que seguía al lado de Alexis observando atentamente cada uno de sus movimientos—, sé lo aburrido que se puede poner este tipo.

—Oohh —exclamó Mack con una sonrisa maliciosa—. Pues ten cuidado con lo que dices de «este tipo». A ver si acabas en la calle.

—No me preocupa. Soy un escritor de éxito —luego dijo a Alexis con cierto aire de complicidad—: Mack y yo discutimos millones de veces. No parece comprender que valgo mi peso en oro en los círculos literarios.

Mack prorrumpió en carcajadas y alzó la copa en dirección a una mujer que había junto a otro grupo de escritores.

—Pues será mejor que te vigiles la espalda, amiguito, porque Audrey Lomond te está comiendo terreno. Por supuesto, no soy dado a los cotilleos, pero he oído decir que le han ofrecido un adelanto astronómico por el manuscrito de su nueva novela.

Por lo visto, se dice que su obra está a la altura de los clásicos.

Ramsey sorbió un trago de bebida, sin inmutarse.

—Sí, ya. El día en que una mujer sea capaz de escribir una obra comparable a la de los grandes clásicos, nevará en el infierno.

Alexis miró rápidamente en su dirección, incapaz de dar crédito a lo que acababa de oír. Desde la noche anterior, la opinión que tenía de su vecino había cambiado significativamente. Incluso había llegado a aceptar el hecho de que se había enamorado de él. Llevaba todo el día tratando de justificar sus sentimientos, intentando convencerse de que tal vez debía ignorar la opinión de su padre y anular el trato al que había llegado con él tiempo atrás.

¿Cómo podía haberse dejado engañar de esa manera? Aquel comentario cínico y grosero acerca de las mujeres reflejaba su auténtica personalidad. Más aún, dejaba patente que la opinión que Alexis había tenido en un principio sobre Ramsey no había sido en absoluto errónea.

Notando que las mejillas se le inflamaban de rabia y el pulso le latía furiosamente, Alexis se volvió hacia Ramsey y le dirigió una mirada resentida.

Sentido y sensibilidad —dijo simplemente.

Ramsey se disponía a decirle algo a su editor, pero aquellas dos palabras hicieron que su atención se centrara en Alexis.

—¿Qué? —preguntó.

Sentido y sensibilidad es una obra de Jane Austen. Una mujer, por si no lo sabías. Y, desde luego, es un libro clásico. Igual que Jane Eyre, Mujercitas, Lo que el viento se llevó, El color púrpura

—Venga ya, Alexis. Esas obras no son clásicas. No son más que historias escritas por mujeres.

Los ojos de Alexis parecieron arder, llenos de rabia.

—Entiendo —replicó, sorprendida de poder mantener el control y hablar de forma civilizada—. E imagino que también rechazas obras como Frankestein, de Mary Shelley, o La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stow, simplemente porque fueron escritas por mujeres. ¿No tuvieron importancia ni exploraron la condición humana, verdad? Para ti, sólo eran comedietas escritas con la intención de hacer la situación de la mujer un poco más tolerable, ¿me equivoco? Pero esa situación de inferioridad se debe a siglos y siglos de injusto dominio machista, que lo sepas.

—Alexis…

—Teniendo en cuenta el hecho de que, hasta el presente siglo, las mujeres no adquirieron el derecho de recibir una educación y unos estudios, es curioso comprobar que escribieron muchos libros notables a lo largo de la historia. Los hombres habéis tenido siempre las mejores oportunidades. Sin embargo, comparativamente hablando, no habéis aventajado a la mujer en ese terreno. Por lo tanto, Ramsey, más vale que tengas cuidado, o te superarán antes de que te des cuenta.

Dicho esto, Alexis se dio media vuelta y salió con porte orgulloso de la sala.

—Caramba —exclamó Mack cuando Alexis se hubo perdido de vista—. ¿Dónde la encontraste?

—En una bañera —susurró Ramsey—. Debí haberla ahogado cuando tuve la oportunidad.

Mack enarcó las cejas, desconcertado.

—¿Quieres decir que, fuera cual fuera vuestra relación, habéis terminado? No te… no te importará que la invite a salir cuando regresemos a Filadelfia, ¿verdad?

Ramsey se volvió y miró seriamente a su editor.

—Inténtalo, MacAlpin, y te partiré la cara.

—Eh, tranquilo —musitó Mack, llevándose una mano a la mejilla.

¿Por qué demonios había hecho un comentario tan desafortunado delante de Alexis?, se preguntó Ramsey. Podía ser un auténtico cerdo cuando se lo proponía. Y, en el fondo, eso era lo que había pasado. Se había propuesto ser un cerdo. Estaba resentido porque Alexis apenas le había prestado atención en toda la noche. Luego, cuando la vio sonreír a Mack con tanta confianza, algo se disparó en su interior. Así pues, se propuso decir algo que atrajera la atención de Alexis y la sacara de sus casillas.

Respiró hondo y apuró la copa.

—Esto ya dura demasiado. Es hora de que Alexis y yo hablemos en serio.

—Alexis. Abre la puerta.

Hacía diez minutos que Ramsey había empezado a llamar a la puerta que unía ambas habitaciones. Al principio, lo hizo con golpes suaves, pero al final éstos crecieron en intensidad e insistencia. Alexis reaccionó dándose la vuelta en la cama y aplastando la almohada con la mano. Había leído un poco y sólo deseaba dormir a pierna suelta. No necesitaba hablar con un cretino machista y corto de miras, sino descansar, pues estaba muy fatigada.

—Déjame entrar, Alexis.

«Y una porra», se dijo ella. Esta vez no había ninguna fuga de agua que la obligara a abrir la puerta. Por la mañana, haría la maleta e iría en taxi a la estación de trenes. Por fin podría regresar a Filadelfia. En cuanto estuviera en casa, buscaría en el periódico algún piso en venta. Tal vez no sería tan mala idea trasladarse al centro.

Estaría mucho más cerca del trabajo… y mucho más lejos de ese hombre insoportable llamado Ramsey Walker.

Chesnut Hill tenía unas vistas preciosas en el otoño. Si se apresuraba, quizá estuviera aún a tiempo de disfrutar de la caída de las hojas.

—Alexis…

«Oh, por favor», pensó con fastidio. Si Ramsey creía que iba a conseguir algo de ella empleando ese tono amenazador, estaba muy equivo…

—Lo siento.

Alexis se incorporó en la cama dando un respingo. Luego retiró las mantas y se acercó a la puerta, que aún constituía una confortable barrera protectora.

—¿Cómo has dicho? —preguntó con cierta reserva.

Se produjo una larga pausa antes de que Ramsey respondiera con voz exasperada:

—He dicho que lo siento. Maldición, déjame pasar.

Alexis descorrió el cerrojo, aunque dejó puesta la cadena de seguridad, y vio el rostro de Ramsey por la estrecha abertura de la puerta. Estaba visiblemente enfadado. Sus ojos verdes reflejaban una suerte de brillo ardiente e intenso. Tenía la mandíbula rígida y una de las mejillas ligeramente hundida, lo cual le daba un aspecto ciertamente peligroso. Alexis notó que el corazón comenzaba a latirle a un ritmo errático mientras lo miraba. Sintió el impulso de retroceder un paso y cerrarle la puerta en las narices, no por miedo, sino porque, en el fondo, lo que deseaba era agarrarlo de las solapas y atraerlo hacia sí para ciarle un beso apasionado.

—¿Qué es lo que sientes? —preguntó con voz serena.

—Siento haber hecho ese comentario tan estúpido —respondió él, y aquellas palabras parecieron haber surgido de lo más hondo de su alma.

—Ah. ¿Solamente siente haberlo hecho, señor Walker? En ese caso, no tenemos nada más que decirnos. Buenas noches.

Intentó cerrar la puerta de nuevo, pero Ramsey introdujo el pie en la abertura y empujó la puerta con la mano hasta que la cadena de seguridad se tensó.

—Prometiste que nunca volverías a llamarme señor Walker, Alexis. ¿Recuerdas lo que te dije que sucedería si volvías a hacerlo?

Lo recordaba perfectamente. El corazón le golpeó en el pecho como un martillo.

—Dijiste que te pondrías muy cariñoso conmigo —dijo suavemente.

—Exacto. Ahora, abre la puerta.

—Si está abierta —protestó ella.

—Alexis… abre la puerta —le advirtió Ramsey.

Alexis vaciló durante un momento, y luego asintió con la cabeza. Él retiró el pie para que ella pudiera quitar la cadena de seguridad. En cuanto lo hubo hecho, Ramsey abrió la puerta dándole un fuerte empujón y caminó hacia Alexis con pasos seguros y confiados.

Antes de que ella pudiera decir una sola palabra, le rodeó la cintura con el brazo y enterró la mano libre en su oscuro cabello. Alexis notó que el pulso se le disparaba cuando Ramsey inclinó la cabeza y le dio un feroz beso en la boca.

Deseaba a Ramsey Walker como jamás había deseado algo en la vida. Se había enamorado de él, sí. ¿Por qué seguir negando sus sentimientos? ¿Por qué no pasar una noche con Ramsey? Una noche en la que podría descubrir lo que se había perdido durante todos aquellos años. Le acarició el pelo y se puso de puntillas para facilitarle las cosas.

Cuando Ramsey comprendió que ella no pensaba rechazarlo, intensificó la fuerza del beso. Alexis abrió la boca y él saboreó ávidamente sus labios. A partir de ese momento, ambos lucharon por tomar la iniciativa. Ella empezó a quitarle la chaqueta y a deshacerle el nudo de la corbata, mientras que él le introdujo la mano bajo la camisa del pijama y le acarició el tórax con la yema de los dedos. Le maravilló la calidez de su piel, que parecía arder, y cuando por fin llegó a la suave curva de sus senos, ella exhaló un gemido de puro placer.

Alexis casi se desmayó al sentir cómo los pulgares de Ramsey le trazaban círculos irregulares en torno a los pezones. Separó la boca de la de él y le pasó la punta de la lengua por los labios. Durante un momento, permaneció rígida, dejándose llevar por las acometidas de Ramsey, sintiéndose exquisitamente poseída y excitada. Luego cerró los ojos y se apretó aún más contra él, agarrándolo por las caderas y frotándose con su cuerpo. Cuando lo oyó gemir, abrió los ojos y vio que parecía tan extasiado como ella.

—Supongo que eres consciente de que esta noche haremos el amor —dijo él susurrando entrecortadamente, aunque sin un ápice de duda en la voz.

—Sí —se limitó a responder Alexis.

Él asintió.

—Muy bien. No quiero que después haya malentendidos.

—No, no habrá ningún malentendido.

Como si quisiera demostrarlo con hechos, Alexis le desabrochó el último botón de la camisa, mirándolo fijamente a los ojos mientras lo despojaba de la prenda.

Cuando quedó medio desnudo frente a ella, Alexis no pudo sino mirar, fascinada, aquel pecho fuerte. Sin poder evitarlo, posó las manos sobre el vello que lo cubría.

Jamás imaginó que un hombre pudiera ser tan sólido, tan firme, tan poderoso. Sus dedos juguetearon con aquellos rizos oscuros, como atraídos por una fuerza magnética, y trazaron círculos sobre la piel de Ramsey.

—¿Qué sucede? —murmuró él, deleitado por el contacto de sus dedos, fascinado por el modo en que ella observaba sus propios movimientos.

Inclinando la cabeza, Alexis pegó la mejilla al pecho de Ramsey. Le dio un beso casi inocente en el esternón y luego lo recorrió con la punta de la lengua.

Ramsey sofocó un gemido y le acarició el cabello, echándole la cabeza hacia atrás con ternura para poder mirarla a los ojos.

—¿Qué te…? —comenzó a preguntar de nuevo con voz ronca.

—Nunca había estado con un hombre tan… irresistible como tú, Ramsey.

—¿Te doy miedo? —inquirió él suavemente. Quería ser suave y tierno con Alexis. No podía soportar la idea de que ella le tuviera miedo.

—No —contestó ella—. Sé que jamás me harías daño.

—Bien.

—Pero…

—¿Qué?

—No sé. Estoy un poco asustada —confesó—. Nunca me había pasado algo parecido a esto. Nunca había sentido con tanta… intensidad. Cuando me tocas, escomo si encendieras una hoguera en mi interior. Una hoguera que podría arder para siempre.

—Alexis —susurró él atrayéndola hacia sí—, creo que ambos estamos a punto de estallar en llamas. Pero eso no significa que tengamos que quemarnos.

Ella quiso decir algo más, pero, en ese momento, Ramsey la abrazó con una fuerza casi arrolladora y reclamó su boca de nuevo.

Alexis fue vagamente consciente de que se dirigían hacia la cama y se sintió agradecida al percibir la suavidad del colchón bajo su espalda. Luego notó que Ramsey le introducía de nuevo las manos bajo el pijama y le acariciaba los senos.

Ansiosamente, comenzó a desabrocharse los botones, pero Ramsey la detuvo.

—No —le dijo con mucha dulzura—. Déjame a mí.

Ramsey le colocó uno de los muslos entre las piernas y fue desabrochando los botones forrados de seda uno a uno, con tanta lentitud que Alexis creyó que se volvería loca de deseo. Cuando terminó, extendió las palmas de las manos y las posó sobre su cintura. Fue subiéndolas despacio por el torso hasta que la camisa del pijama quedó completamente abierta. La única luz que había en la habitación procedía de la puerta, aún entreabierta, de forma que el cuerpo de Alexis quedaba bañado por un resplandor difuso. Durante un lapso de tiempo, Ramsey se limitó a contemplarla con ojos ávidos. Luego, cuando no pudo resistir más, inclinó la cabeza sobre ella para saborear su piel.

Terciopelo. Esa era la única imagen que podía evocar Ramsey mientras le recorría la punta del seno con la lengua. Alexis tenía el tacto del terciopelo. Le dio un tierno mordisco en el pezón, acariciándole mientras la piel con dedos casi crispados.

Poco a poco, bajó hasta el pantalón del pijama, y a Ramsey le alegró comprobar que Alexis no llevaba nada debajo. Siguió explorando hasta que encontró el tesoro que buscaba. El resto del pijama no tardó en estar en el suelo, junto a la camisa y la chaqueta. Ya era libre para poseer a Alexis.

Pero quiso esperar un poco más.

—Ramsey, por favor —oyó que susurraba ella, como si le hubiera leído el pensamiento.

—¿Qué? —preguntó él, trazando un sendero de besos desde el cuello hasta el oído de Alexis—. ¿Qué quieres, cariño?

—A ti —murmuró mientras le desabrochaba con impaciencia el cinturón—. Te quiero a ti.

—Alexis… —se interrumpió. Lo último que deseaba era entorpecer sus maniobras.

—¿Qué? —musitó ella al tiempo que le bajaba la cremallera—. ¿Qué quieres, Ramsey?

Alexis introdujo la mano en los pantalones y palpó con ansiedad, sorprendiéndose ante la fuerza y la dureza que encontró. Oyó que él jadeaba suavemente y le alegró saber que podía darle tanto placer como él le proporcionaba a ella.

Ramsey le permitió juguetear unos minutos con su miembro, hasta que temió no poder soportar por más tiempo las sensaciones intensas que amenazaban con hacerle perder el control. Le tomó las manos y volvió a colocárselas sobre la cabeza.

Luego se puso de pie para quitarse el resto de la ropa, mientras Alexis lo contemplaba con impaciencia. La silueta de Ramsey se recortaba contra el fondo de luz que se filtraba por la puerta. Tenía un aspecto magnífico. Imponente. Era, sin discusión, el hombre más perfecto que ella hubiera visto jamás. Y era suyo. Todo suyo. Al menos, por una noche.

—A ti —dijo él de pronto, respondiendo a la pregunta que ella había hecho minutos antes—. Te quiero a ti, Alexis.

En respuesta, Alexis abrió los brazos para recibirlo y él se dejó caer junto a ella en la cama. Durante largos momentos, permanecieron enredados, besándose, acariciándose, explorándose, hasta que, finalmente, se unieron, y Ramsey poseyó a Alexis con una firme acometida, a la cual siguió otra, y otra, y otra…

Cuando ella empezaba a pensar que jamás experimentaría nada más intenso, su cuerpo se estremecía, sacudido por una nueva sensación aún mejor que la anterior.

Más tarde, mientras yacía inmóvil en la oscuridad, con la cabeza de Ramsey sobre el pecho, Alexis se dio cuenta de que nunca se había sentido tan llena, tan saciada, tan completa. Nunca se había sentido tan amada. Miró al hombre que dormía entre sus brazos y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.

Fuera cual fuese el marido que su padre escogiera para ella, estaba segura de que amaría a Ramsey Walker durante el resto de su existencia.

Al amanecer, Alexis abrió los ojos y experimentó el despertar más dulce de su vida. La manta había desaparecido de encima de ella, reemplazada por un cobertor mucho más cálido… el cuerpo de Ramsey. Suspiró satisfecha al notar el contacto de sus labios en los hombros.

Casi de inmediato, percibió que volvía a poseerla. La penetró en silencio, embriagando sus sentidos, llegando más y más hondo, hasta que Alexis estuvo segura de que sus cuerpos se fundirían.

De nuevo la llevó a la cumbre del éxtasis. Juntos temblaron y se estremecieron.

—Te quiero, Ramsey —murmuró con voz entrecortada, ignorando si él la oía—.

Te amo.

—No, Alexis —creyó oírle decir en respuesta—. No me ames. Porque yo no podré corresponderte.

Las palabras de Ramsey penetraron en su mente en forma de neblinosa espiral, tan amortiguadas, tan tenues, que Alexis fue incapaz de precisar si él las había pronunciado o no.

—¿Alexis?

Ella volvió la cabeza y vio el atractivo rostro de Ramsey a su lado, radiante después de haber hecho el amor. No, se corrigió Alexis. No podían haber hecho el amor, pues Ramsey acababa de decirle que amor era algo que él no podía ofrecerle.

Pero había sido algo especial. Algo maravilloso. Algo que atesoraría en su corazón mientras viviera.

Acariciando la áspera mejilla de Ramsey, Alexis esbozó una sonrisa triste y cerró los ojos. Decidió que ya pensaría en todo aquello otro día. En esos momentos, sólo podía sentir.