Capítulo Cinco
El hotel había hecho un espléndido trabajo con la decoración, pensó Alexis una semana más tarde, mientras supervisaba la sala de fiestas del Hotel Cuatro Estaciones, situado en el centro de Filadelfia. La sala ofrecía el aspecto deseado: formal, elegante y sencillo al mismo tiempo. Las mesas habían sido cubiertas con manteles blancos de lino y decoradas con ramilletes de rosas y claveles rojos. Una pequeña orquesta, emplazada en una de las esquinas de la inmensa sala, amenizaría la velada.
El comité iba a celebrar la fiesta anual en honor de los escritores de la ciudad por su enorme contribución al sector editorial. Era una de las ceremonias que más adoraba Alexis. No había nada más agradable que asistir a una reunión de escritores, pensó con deleite. Tal vez incluso hubiese tiempo para bailar un poco después de la entrega de premios.
Alexis se volvió hacia su hermano pequeño, Andrew, y sonrió. Estaba guapísimo con su esmoquin. Había sido un detalle por su parte acceder a acompañarla a la ceremonia. Por suerte, Andrew se hallaba de visita en Filadelfia por motivos de negocios, si no, Alexis hubiera tenido que asistir a la fiesta sola.
También podía haber invitado a Ramsey Walker, dijo una molesta vocecita en el fondo de su mente. Alexis notó que un escalofrío le recorría la columna al pensar en Ramsey.
Lo del fin de semana pasado fue un tremendo error. Alexis se lo había repetido unas cien veces en el transcurso de los últimos siete días. Y aquella idea de que había escogido pretendientes inadecuados para fastidiar a su padre…, en fin resultaba monstruoso pensarlo. Ella quería y respetaba mucho a su padre. Simplemente porque él no la considerara capaz de encontrar a un hombre apropiado, no iba a recurrir a una artimaña tan ruin. Que Ramsey Walker se guardara sus ideas. A Alexis le parecían ridículas.
Se llevó la mano al collar de perlas que lucía y suspiró. Debía reconocer que Ramsey besaba como nadie. El abrazo que habían compartido había sido distinto de cualquier cosa que Alexis hubiera experimentado en su vida.
—¿Alexis? —le preguntó su hermano—. ¿Te ocurre algo?
Ella respiró hondo y se puso tan recta como pudo.
—No, nada —le aseguró, al tiempo que se pasaba la mano por el vestido verde sin hombros que llevaba—. Simplemente intentaba hacer recuento de todos los detalles. No quiero que se me pase nada. Uno nunca sabe si surgirá algún imprevisto en este tipo de ceremonias.
—¡Vaya, si es Alexis! —oyó que una voz conocida la llamaba desde no muy lejos. Se giró de mala gana y vio que Ramsey Walker se acercaba del brazo de una rubia impresionante—. Alexis Carlisle —siguió diciendo, adoptando una pose exageradamente formal—. Dígame, ¿qué la trae por aquí esta noche?
—Hola, señor Walker —lo saludó fríamente, tratando de ignorar las palpitaciones de deseo que la presencia de Ramsey Walker provocaba en su bajo vientre. Jamás había conocido a ningún hombre a quien le sentara mejor el esmoquin.
Él le dedicó una sonrisa contagiosa y se separó de la rubia.
—Vamos, vamos, Alexis. Podrías tratarme con más simpatía y llamarme Ramsey. Después de lo que pasó entre nosotros…
—Ramsey —lo interrumpió ella rápidamente, antes de que pudiera decir nada sobre lo ocurrido la semana anterior. Carraspeó suavemente antes de continuar, esperando que él captara la indirecta—. Cómo no. Al fin y al cabo, somos vecinos,
¿no es cierto?
—Vecinos —repitió Ramsey con una mueca traviesa—. Mmm. No sé. Nunca lo había oído denominar de esa manera, pero dado que dicho término expresa cercanía, no está mal para empezar. Es una pura cuestión de semántica.
Tratando de ignorar el comentario y el calor que empezaba a notar en el rostro, Alexis hizo un esfuerzo por seguir hablando y confió en que la voz no le temblara demasiado.
—No recuerdo haber visto tu nombre en la lista de invitados a la ceremonia.
«Claro que no «se dijo Ramsey». De lo contrario te habrías encerrado en tu piso con un buen libro y habrías pasado la velada sumergida en una bañera de espuma.»
—Bueno, en un principio, rechacé la invitación porque pensé que no me sería posible asistir —explicó. Lo cierto era que, cuando lo invitaron a la ceremonia, hacía un par de meses, no le interesó lo más mínimo. Pero todo cambió cuando, después de hacer ciertas averiguaciones, descubrió que Alexis Carlisle estaría allí—. Pero, en el último minuto, surgió un hueco en mi apretada agenda y me dije: «En fin, ¿por qué no?»
En realidad, no tenía dicho hueco en su agenda. Había descubierto, horrorizado, que aquel día se había citado con una antigua amiga, Melissa. Había olvidado por completo la cita al haberse pasado la semana entera pensando en Alexis. Desde que llegaron al Hotel Cuatro Estaciones, Melissa se había limitado a beber champán y a lanzar exclamaciones sobre lo bonito que era aquel sitio, más pendiente del lujo que la rodeaba que del propio Ramsey. No obstante, a él le trajo sin cuidado. Así había tenido oportunidad de buscar a Alexis. Aunque, cuando por fin la localizó, le molestó comprobar que no estaba sola.
Quien quiera que fuese aquel tipo, parecía el acompañante perfecto para Alexis.
Seguro que siempre se hacía el nudo de la pajarita a la primera. Ramsey se puso muy serio cuando vio que Alexis se acercaba a él y lo agarraba del brazo con evidente confianza. No debía tomarse ese tipo de libertades con otros hombres, pensó Ramsey.
No después de lo que había ocurrido entre ellos. Debía haber quedado marcada por su beso, atrapada en su hechizo. Sintió como si un puño le atenazara las entrañas sin piedad.
—¿Puedo hablar contigo? —le preguntó de repente—. ¿Melissa? —dijo a su acompañante—. ¿No te importará compartirme unos momentos con la señorita Carlisle, verdad?
Ramsey vio que el tipo moreno y apuesto que estaba con Alexis sonreía a Melissa y, por alguna razón incomprensible, sintió ganas de partirle la cara. No por Melissa, sino por la propia Alexis. Era su acompañante, por el amor de Dios, y no tenía motivos ni derecho a tratarla con semejante falta de tacto.
—Claro, Ramsey —respondió Melissa encogiéndose de hombros—. Mientras, yo charlaré con el señor… —miró con ojos de cordero al acompañante de Alexis.
—Puede llamarme Drew —contestó él sonriendo entusiasmado, al tiempo que se separaba rápidamente de Alexis y tomaba la mano extendida de Melissa—. ¿Y
usted se llama…?
Ramsey se llevó a Alexis a un rincón apartado.
—¿Dónde has encontrado a ese tipo? —preguntó mientras, por encima del hombro, veía cómo Drew rodeaba la cintura de Melissa con el brazo—. ¿Me tachas de inmoral y luego te presentas aquí con semejante caradura?
Alexis lo miró con frialdad y luego se cruzó de brazos.
—Ese «caradura» del que hablas es mi hermano menor, Andrew —dijo al cabo de unos segundos.
Ramsey lamentó haberse enfadado sin motivo.
—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó con cierto recelo. Los hermanos de una mujer podían constituir, en ocasiones, un auténtico engorro. Sobre todo cuando se mostraban excesivamente protectores con respecto a la honra de su hermana…
—Tres —respondió Alexis—. Además de Andrew, que trabaja en Pittsburgh, está Edward, director del United Industries Bank de Nueva York; y Charles, que ejerce de abogado en Washington D.C. Por otra parte, tengo una hermana neuróloga que también vive en Pittsburgh…, aunque seguro que para ti cuenta menos la posición que una mujer pueda tener en la sociedad. Bueno, ya estás al corriente de las actividades de mi familia. ¿Puedo volver con mi hermano?
—Todavía no, Alexis —respondió Ramsey en tono bajo y seductor, tomándola del brazo para evitar que se alejara—. Aún no he terminado.
Alexis maldijo su aire arrogante y posesivo. ¿Cómo se atrevía a tratarla de aquel modo? ¿Y cómo podía excitarla tanto con una simple mirada?
Se giró y vio que él le miraba la parte baja del vestido, justo donde el muslo desnudo se destacaba por la abertura lateral de la falda. El corazón empezó a latirle con fuerza conforme Ramsey le recorría cada curva del cuerpo con los ojos. La contempló lentamente, recreándose, y se detuvo con especial regocijo en los senos, desnudos en parte debido al generoso escote del vestido. Cuando estaba a punto de reprocharle aquella actitud tan grosera, los ojos de Ramsey se encontraron con los suyos en medio de la penumbra, y ella hubo de contener el aliento.
Alexis se dio cuenta de que Ramsey la deseaba. En aquel momento y lugar, sin importarle que la gente los mirara mientras él la poseía. Se sintió fascinada y aterrada al mismo tiempo, imaginando cómo sería escabullirse con Ramsey Walker al interior del guardarropa. Él sobornaría al encargado para que se diese un paseo mientras ellos dos retozaban durante horas en medio de los abrigos…
Al regresar a la realidad, Alexis se cubrió con la mano el cuello y el pecho, atenta a la sonrisa, cada vez más lasciva, de Ramsey.
—Buen intento —murmuró él con voz acaramelada, tomándola del brazo y atrayéndola hacia sí—. Pero, en estos momentos, ni siquiera una pared de ladrillos podría protegerte de mí.
—Ramsey, no —imploró ella en voz baja.
Pero él hizo un gesto negativo. Alexis supo, por la expresión de sus ojos, que no tenía intención alguna de acceder a su súplica. Y, como si quisiera demostrarlo con hechos, inclinó la cabeza lentamente sobre ella.
—¡Alexis! —oyó que Andrew la llamaba desde lo que le pareció un millón de kilómetros de distancia—. ¿No es increíble? ¡Melissa fue a la escuela secundaria con mi socio, Ted Branham! ¿Te acuerdas de él?
—Maldición —susurró Ramsey, aflojando su presión sobre Alexis—.
Seguiremos por donde lo hemos dejado. Cuando acabe la fiesta.
—No lo creo —le advirtió Alexis respirando entrecortadamente.
Los labios de Ramsey se curvaron en algo semejante a una sonrisa.
—Yo sí lo creo.
—¿De qué querías hablarme? —preguntó Alexis tratando de reprimir la excitación que le causaba la promesa de Ramsey.
—Pues… yo… —no se acordaba. En aquellos momentos, su cerebro sólo registraba las órdenes que, en voz baja e insistente, emitía su libido—. Quería decirte que… estás preciosa esta noche.
—Gracias —repuso ella bajando la mirada para que Ramsey no percibiera hasta qué punto la estremecía estar cerca de él—. Tú también estás muy guapo. Melissa debe de ser una experta anudando corbatas.
Si Alexis hubiera sido otra mujer, Ramsey le habría dicho que Melissa era más experta en quitar corbatas que en ponerlas, pero se limitó a inflar el pecho con orgullo y dijo:
—Me la he puesto yo solo.
—Ah, muy bien. Entonces, ya no necesitarás mi ayuda en futuras ocasiones,
¿verdad?
—Para anudarme la corbata, no. Pero un hombre tiene otro tipo de necesidades más… acuciantes.
Alexis se puso muy recta y se echó el cabello hacia atrás. Ramsey vio que los ojos le brillaban con especial intensidad tras escuchar su último comentario.
—Pues, la verdad, creo que prefiero no ayudarte a satisfacerlas.
—Por desgracia, mi preciosa Alexis, no es algo que dependa de ti o de mí. El destino nos ha unido, y nada podemos hacer para evitarlo —dio un paso hacia ella pensando que debía ir hasta el final—. Bueno, ¿a qué hora quieres que suba a visitarte esta noche? ¿Y qué fragancia crees que será la más adecuada para nuestro baño? Espera, ya sé. De granadina. También llamada «fruta de la pasión».
Alexis apretó los dientes, obligándose a sofocar la excitación que le provocaban aquellas palabras. La cabeza le daba vueltas y el estómago le dolía. Se dijo que no debía perder la compostura en una sala llena de compañeros de trabajo. Era, ante todo y sobre todo, una señora, y debía guardar las formas. Pestañeó, en un intento de aparentar indiferencia, y se reunió con su hermano, que aún estaba charlando con la acompañante de Ramsey.
Tomó a Andrew del brazo y esbozó una sonrisa.
—¿Hace el favor de perdonarnos un momento? —dijo a Melissa—. Tengo que ir a hablar con el maître.
Andrew se dispuso a protestar, pero ella le dirigió una mirada severa y se lo llevó a otra parte de la sala. Al cabo de un rato, cuando Alexis pensó que la situación se había normalizado, buscó la mesa que debía ocupar con su hermano…, sólo para descubrir que ya estaba ocupada por Ramsey Walker y su acompañante, quienes charlaban amistosamente con una pareja mayor.
«Estupendo», pensó Alexis con frustración. Conforme se acercaban a la mesa, Melissa los miró y dedicó una meliflua sonrisa a Andrew. Luego se levantó y cedió su asiento a Alexis. Resultaba evidente que deseaba sentarse al lado de Andrew. Y
Alexis, que no tenía intención de negarle a su hermano la posibilidad de entablar una relación con la que podía ser la mujer de sus sueños, accedió de mala gana. Ramsey retiró la silla de la mesa y la invitó a sentarse.
—Vaya, volvemos a encontrarnos —dijo—. Sabía que no podrías resistir la tentación de estar conmigo.
—Al contrario, señor Ramsey —contestó Alexis—. Es usted quien parece empeñado en no alejarse de mí, como le he pedido repetidas veces.
Ramsey tomó asiento y rodeó con el brazo el respaldo de la silla de Alexis, cuyo corazón empezó a latir frenéticamente cuando él se acercó y le susurró al oído:
—No te lo diré más veces, Alexis. Tutéame. Llámame Ramsey. En caso contrario, tendré que ponerme muy, muy cariñoso contigo la próxima vez que nos veamos.
Su aliento le acarició el cuello y el hombro. Sus labios se hallaban a meros milímetros… Si se atreviera a girar la cabeza en aquel momento, pensó Alexis ensoñadoramente, sus bocas se unirían, y volvería a saborear la sensación de sentir el corazón de Ramsey latiendo furiosamente contra el suyo. Se humedeció los labios y, sin poder disimular su estado de agitación, dijo:
—De acuerdo…, Ramsey. No volveré a llamarte señor Walker.
Él la miró pensativo, pasándose la punta de la lengua por la comisura de la boca. Antes de que Alexis tuviera ocasión de impedírselo, Ramsey alzó la mano y le acarició los labios con la yema del pulgar.
—Muy bien —dijo en tono bajo y peligroso—. Empezamos a entendernos.
Durante largos momentos, Alexis lo miró fijamente, hipnotizada por sus profundos ojos verdes. Esperó, ansiosa y aterrada al mismo tiempo, que Ramsey intentara besarla. Justo cuando parecía que iba a hacerlo, se apartó bruscamente de ella y se recostó en su silla. Alexis dejó escapar un suspiro. En ese momento apareció en el podio situado encima del escenario Doris Scarborough, la presidenta del Comité de Arte de Filadelfia. Alexis se sintió aliviada. La aparición de Doris no podía haberse producido en un momento mejor. Por primera vez en su vida, se había quedado sin palabras. Aquel hombre tenía una fuerza increíble.
Tratando desesperadamente de concentrarse en Doris, quien parecía una polvera ambulante, Alexis hizo un esfuerzo supremo por serenarse. Poco a poco, fueron desfilando por el escenario los escritores galardonados. Alexis contempló la ceremonia con desinterés, y sólo prestó verdadera atención cuando se mencionó a Ramsey Walker, autor digno de elogio por su contribución al reconocimiento de Filadelfia en el resto del país gracias a su obra. Qué lástima que no se pudiera decir lo mismo de su tratamiento de la figura de la mujer, se dijo Alexis. Dicha reflexión intensificó su convencimiento de que Ramsey Walker no merecía la pena. A partir de ese momento, no le costó apartar a Ramsey de sus pensamientos.
Hasta que la invitó a bailar.
—¿Qué? —preguntó Alexis en voz baja cuando notó que Ramsey le susurraba cálidas palabras al oído.
—Digo que si quieres bailar —repitió él pacientemente.
—Pero la ceremonia, la entrega de premios…
—Ha terminado —señaló Ramsey—. Si no te hubieras pasado la última media hora en las nubes, te habrías dado cuenta de que la orquesta ha empezado a tocar de nuevo. La gente está en la pista, pasándoselo bomba. Fíjate en tu hermano y mi acompañante.
Alexis trató de poner pegas, pero Ramsey no estaba dispuesto a aceptar una negativa.
—¿En qué has estado pensando? —preguntó él de repente, con una seductora sonrisa en los labios—. Por tu expresión, parecía que estuvieras deseando liquidar todas las existencias de alcohol del hotel.
Esta vez, Alexis notó que eran sus labios los que se curvaban, formando una sonrisa.
—En realidad, no era precisamente eso lo que deseaba liquidar.
—Ay —exclamó Ramsey, y luego añadió—: Touché.
Por algún motivo inexplicable, Alexis empezó a encontrar divertidas sus bromas. Tal vez Ramsey Walker era una de esas personas a las que se llega a conocer verdaderamente con el tiempo. O quizá, admitió por fin, aquel hombre le gustaba. Le gustaba mucho.
—¿Me concedes ese baile? —preguntó de nuevo.
—Oh, no creo que…
—Estupendo —dijo tomándole la mano y levantándola de la silla—. Sabría que acabaría convenciéndote.
Antes de que Alexis pudiera pronunciar una sola palabra de protesta, se encontró en medio de la pista de baile junto a otras muchas parejas, quienes se mecían suavemente al compás de una pieza de Borodin por la que Alexis sentía una gran debilidad.
Ramsey no se cortaba lo más mínimo a la hora de bailar, notó ella, pues la tomó de la cintura y la apretó fuertemente contra sí. Le agarró la mano y se la colocó sobre el pecho, para que pudiera percibir el tamborileo irregular de su corazón a través de la fina tela de la camisa.
Con el objeto de evitar los ojos de Ramsey, Alexis mantuvo la mirada al frente, pero de ese modo sólo consiguió lijarse en su boca, y se dio cuenta de que si algo tenía Ramsey más sexy que los ojos, eran los labios.
Bailaron un rato en silencio, y Alexis sintió una excitación cercana a la locura al notar el roce de aquel cuerpo cálido y fuerte contra el suyo. Cuando creyó que no podría soportarlo por más tiempo, los labios que tanto la fascinaban se abrieron ligeramente, como si se prepararan para besarla. Ella cerró los ojos, consciente de que estaba deseando ansiosamente recibir aquel beso…
—Oh, cielos, no puedo creerlo. Conozco esta canción —exclamó Ramsey alborozado.
Alexis abrió los ojos con lánguida reticencia. Sentía una especie de delirante embriaguez, mezclada con cierto sentimiento de decepción.
—¿Cómo? —susurró desconcertada—. ¿De qué hablas?
—De la canción que toca la orquesta —explicó, mirándola a los ojos con aire triunfante—. Es de una antigua película titulada Las doncellas de fuego del espacio exterior. Pertenece a la parte en la que las doncellas de fuego bailaban la danza de la fertilidad —enarcó una ceja—. Una escena fabulosa.
—Es una pieza de Borodin —lo corrigió con voz paciente, como si estuviera dirigiéndose a un niño de tres años. Le extrañó aquel interés súbito de Ramsey en la música y lamentó haber malinterpretado lo que había estado a punto de suceder entre los dos.
Ramsey se limitó a sonreír y a negar con la cabeza.
—Mira, Alexis, te aseguro que esta es la canción de las doncellas de fuego. Tengo la película en vídeo. Podemos verla cuando acabe la fiesta. Además —añadió, apretándola aún más contra sí—, muchas mujeres, aunque sean tan elegantes como tú, se sueltan el pelo de vez en cuando. No sé si me entiendes…
Alexis se mordió el labio inferior y contó lentamente hasta diez. Deseó poder decirle a Ramsey que ella no era una de esas mujeres que se «soltaban el pelo», según sus palabras, pero, por desgracia, no estaría diciéndole la verdad. Comprendió que estaba a punto de darse por vencida. Lo único que quería era volver a casa, prepararse una taza de té y reflexionar sobre las sensaciones que la habían atormentado desde que besara a Ramsey Walker el fin de semana anterior.
De pronto, Andrew apareció entre el gentío y Alexis, en un alarde caprichoso de imaginación, vio en él a un caballero de brillante armadura que se acercaba para salvarla de las garras de aquel dragón ardoroso y sensual. No obstante, en lugar de ponerla a salvo, Andrew la miró con expresión preocupada.
—Odio tener que decirte esto, Alexis —explicó arrugando la frente—, pero me acaban de llamar del trabajo. He de llegarme al despacho para solucionar ciertos asuntos. Siento tener que marcharme de esta manera.
—No pasa nada, Andrew —dijo Alexis. Sorprendentemente, no se alegraba de que la hubieran salvado de las garras de Ramsey—. No me importa dejar la fiesta antes de lo previsto. Nos iremos enseguida.
—No, Alexis, no lo comprendes. Tengo que irme ahora mismo. Se trata de algo de máxima importancia. No tendré tiempo de llevarte a casa. El despacho está a diez minutos del hotel, y tardaría una hora en ir a Ardmore.
—Pero, Andrew…
—Tranquilo, Drew —terció Ramsey—. Yo llevaré a casa a nuestra muchacha.
Total, vivimos en el mismo edificio —se giró hacia Alexis con una sonrisa en apariencia inofensiva—. ¿Estás de acuerdo, jovencita?
—Iré al despacho contigo, Andrew —se apresuró a decir Alexis—. No me importa, de verdad. Estaré callada como una momia mientras trabajas. Ya me llevarás a casa cuando acabes.
—Tonterías —dijo Ramsey en tono magnánimo—. Yo te acompañaré a casa con mucho gusto.
—Por favor —suplicó Alexis.
Ramsey sonrió, victorioso.
—Ea, ¿lo ves? —le dijo a Andrew—. En realidad, lo está deseando.
Suspirando aliviado, Andrew le devolvió a Ramsey la sonrisa.
—Estupendo. Gracias, Ramsey. Y gracias también a ti, Alexis. Me temo que ya me causará bastante retraso llevar a Melissa al Palm Room, donde canta esta noche.
—¿Cómo dices? —preguntó Alexis indignada. Su hermano tenía tiempo para llevar a una mujer a la que había conocido esa misma noche, pero no para llevar a su propia hermana.
Andrew se encogió de hombros.
—Al fin y al cabo, volveré a reunirme con ella cuando termine de trabajar.
Alexis respiró hondo con los brazos en jarras. Por algún motivo, tenía la impresión de que todo aquello había sido tramado por Ramsey Walker.
Naturalmente, resultaba ridículo pensar semejante cosa. Pero, a aquellas alturas, creía a Ramsey capaz de todo.
—¿Por qué tendré la sensación de que me han hecho una encerrona? —
preguntó a nadie en concreto mientras veía alejarse a su hermano, del brazo de la ex-acompañante del hombre que tenía a su lado.
Más que verla, percibió la sonrisa sesgada de Ramsey. Sus ojos brillaron, traviesos, conforme se acercaba a ella de nuevo.
—¿Encerrona? —preguntó suavemente—. ¿A ti? Vamos, Alexis, ¿cómo se te ocurre pensar algo así?
¿Que cómo se le ocurría?, se dijo Alexis al tiempo que se giraba hacia él. ¿Quizá era porque aquel hombre, extremadamente guapo e insufrible, le alteraba los sentidos y le hacía pasar las noches en vela? ¿Por que no podía comer, trabajar o respirar sin pensar constantemente en Ramsey Walker?
—Creo que deseo marcharme ya a casa, Ramsey —dijo finalmente, con la vista clavada en el suelo para evitar mirarlo a los ojos—. Me encuentro muy cansada.